MODOTTI. MUJER ROTA CON PRINCIPIO DE SIGLO AL FONDO.
Modotti. Una mujer del Siglo Veinte es una compleja biografía en viñetas de difícil comentario. Hay dos caminos para analizar este libro del autor Ángel de la Calle, nacido salmantino pero ahijado astur: la recensión, que suele ser un texto corto, de redacción rápida y tangente con la lisonja, o la reseña, que debe ser un texto meditado y denso para permitirse el crítico (y al lector) ahondar algo más en los aciertos y defectos de cualquier trabajo.
El primer caso, abordar la recensión, es fácil. Veamos:
Modotti es un libro de historietas que fue proyectado para ser publicado directamente como tal (hoy llaman a esto ’novela gráfica’). Un libro primorosamente editado por Ediciones Sinsentido sobre buen papel, con intensas tintas y con diseño y tipografía acordes con el tono general de la obra. Ángel de la Calle aborda con un original planteamiento, en el que se dan cita la biografía, la autobiografía, la crónica política y artística, la vida de un personaje histórico que fue nexo entre varias figuras descollantes de la época que hubo tras las revoluciones y las vanguardias y previa al tiempo de los totalitarismos, los 1920 y 1930. El autor ha resuelto con un dibujo simple pero adecuado un relato muy bien enhebrado, trufado de misterios en ocasiones, que se detiene en los momentos álgidos de la vida del personaje, glosando sus logros sin llegar a la hagiografía. Con ello consigue reconstruir un fresco de la memoria histórica de aquellos años, a caballo entre América (la de EE UU, la del México revolucionario, la de la Cuba prerrevolucionaria) y Europa (la de los sóviets, la del París bullente de arte y literatura, la de la Alemania prenazi, la de la España prefranquista). Con este planteamiento de mirada panorámica y con un trabajo previo de documentación muy riguroso y contrastado, la consecuencia es una obra que va dibujando una era en la que mueren un conjunto de ideas que querían cambiar el mundo y emergen un conjunto de cambios que quebrantarían todas las ideas. La cuenta con muchos alicientes en el fondo, pero también en la forma: se trata de la biografía de una mujer temeraria y autónoma, amante y artista, que da una lección de convicción y fidelidad a unos principios, al tiempo que sirve al autor para mostrar sus propias reflexiones sobre aquellos tiempos, la fotografía y el arte, y por supuesto sobre la propia Modotti. En resumen, es un tebeo de densa lectura y cargado de referencias que viene narrado como una búsqueda y está salpicado de sentimientos y emociones; como la vida misma. Y obtuvo premios de la crítica y candidaturas a la mejor obra del año en su momento.
Este cuerpo de texto, más menos lúcido, mejor o peor escrito, se podría haber publicado en un blog o portal con las dos o tres imágenes del servicio de prensa, y a esperar la ristra de mensajes con sus emoticonos.
Pero la reseña en profundidad de Modotti no es tan fácil de construir. Primero, porque hay que plantearse un acercamiento a la obra diferente, no como un mero cómic, no como un producto etiquetado (novela gráfica), sino, de entrada, como uno de esos artefactos perfectos que se estructuran para brindar al lector lo que Julián Marías llamaba “el espesor del presente”: un libro. Y un libro no en alusión a su formato, claro está. Un libro en referencia a una obra de creación que, en este caso, echa mano de un repertorio de clásicos, referentes culturales, alusiones, dataciones, cronologías y opiniones, investigaciones del autor, reestructuraciones e interpretaciones, para llegar al desembocar en una obra que es mucho más que la mera suma de sus partes.
Tampoco se puede abordar una crítica sesuda de Modotti sin comportarse como como De la Calle: declarándose el opinante ante el público y reconociendo sus asombros o rechazos, sus impresiones personales antes de elaborar la crítica contrastada. Por ejemplo, mi lectura de Modotti no fue la lectura del Modotti integral, la edición revisada que Sinsentido ha hecho recientemente. En esta edición, en un volumen, De la Calle ha corregido erratas que había en los libros de 2004 y 2005, ha retocado algún dibujo y ha vuelto a rotular muchas viñetas. Hay textos nuevos de acompañamiento y nuevas páginas (al menos en la edición preparada para Italia). Es un libro nuevo e implica una lectura levemente distinta. Mi lectura de Modotti fue la lectura de la edición en dos tomos, primero leído uno, con deleite y en cualquier lugar, siempre con el libro a cuestas, luego anhelado el otro, que no llegaba, que fue devorado de un tirón en cuanto vio la luz. Ambos tebeos adquirieron dimensión de objeto y, cada uno, un conjunto de significados. Así, el primer libro, que Sinsentido llamó Volumen I, narraba el crecimiento de una artista embebida en un paisaje, el paisaje mejicano; cuenta una vida de mujer, encendida de amor y pasión por los hombres, por la revolución y por el arte. Todo son horizontes en este primer libro, enérgico, encendido, todo espacios abiertos, porvenires, ideales, transformaciones.
La portada del segundo libro nos anticipaba un contenido diferente, casi el opuesto. Sí, Modotti tenía aún el símbolo comunista a sus pies, casi como una proyección de ella misma, pero el paisaje era otro: un espacio cerrado y gris, una barrera a la esperanza. No en vano ese espacio está ocupado por un fragmento del Guernica de Picasso. Y, en efecto, este libro es otro relato, el de la odisea de una mujer ya formada pero frágil aún, que no avanza hacia la madurez de unas ideas sino hacia el decaimiento de unos ideales. Los paisajes son en la segunda entrega urbanos y menos luminosos, la pasión se ha transformado en temor, y las esperanzas en desilusiones. Prevalece, eso sí, la firmeza de la protagonista, tan fiel a sus convicciones; permanece, claro está, la admiración del narrador, el mismo De la Calle, que logra reconstruir la figura histórica de Modotti y conferirle una carnadura mítica sólo posible tras obtener un conocimiento profundo de su obra y su tiempo. En este sentido, nos da una lección de vida y de historia, o de cultura transformada por los vaivenes de la Historia, que a los efectos prácticos es lo que este libro (estos libros) intenta mostrar.
Y esta podría ser el punto de partida para hacer una reseña más sólida de la obra:
En Modotti. Una mujer del Siglo Veinte se nos cuenta la vida de una italiana afincada en México, comunista de filiación, muy bella, que destacó por ser una actriz del cine mudo hollywoodense con cierto renombre para, más tarde, desarrollar una carrera como fotógrafa que la inmortalizaría para la posteridad. Se narra en la primera entrega de esta obra la vida de la autora en los finales y turbulentos 1920 en Ciudad de México, localidad que era por entonces uno de los cónclaves de las artes y la política, aún con el recuerdo fresco de los campesinos tomando la plaza del Zócalo. Modotti ya era activista comunista en 1928, con ideales cercanos a artistas y autores con los que se relacionaba, como la pintora Frida Kahlo, el ’ogro’ muralista Diego Rivera, o el amante de la antes actriz, Juan Antonio Mella (un prólogo a la revolución socialista cubana que fue tiroteado por orden del dictador Machado). El relato admirativo se va organizando no sólo en torno a la mujer protagonista, también ante los otros actores de la Historia, la mayoría de ellos egos inmensos, alimentados por una pasión inextinguible y por los ideales efervescentes que guiaron las revoluciones de principio de siglo, cuando se creía que el pueblo cambiaría todo de base y desde la base. Un valor añadido a esta historia es que su autor la construye con el hilván del relato policiaco, planteándose dudas en torno a la urdimbre de crimen, la suciedad y la sangre que nutren toda política y todo poder, y dejando algunos enigmas por resolver flotando en el aire.
El segundo libro nos traslada a otro escenario, el de la Europa de entreguerras, la de los años treinta. Modotti se aleja de México, huye del amor y abraza el compromiso. Penetra en una Europa que está cambiando, que no está tan transformada como los incendiarios de la revolución deseaban (o que realmente sí está ya transformada, pero no tal y como proyectaron los idearios de la Revolución décadas atrás). La alumna del prestigioso fotógrafo Edward Weston trae consigo un rastro de fotografías de flores y de gentes del pueblo para instalarse entre burócratas y espacios sin vida. Viaja por una Alemania en la que el nacionalsocialismo está observando una mutación monstruosa, se integra como espía en la Comintern soviética, se pasea por París a la sombra del crecimiento de los totalitarismos y trabaja con el Socorro Rojo Internacional en la España sorprendida por la guerra cainita, todo ello con su nueva historia de amor -con Vittorio Vidali- como fondo. Es ésta una historia narrada con otro tono, con la misma componente noir de la anterior entrega (el misterio de una muerte, ahora la de la protagonista), pero lanzando una mirada en torno mucho menos ilusionada. Cuando Modotti regresa a México lo encuentra lleno de exiliados, los poetas musitan atentos a la sombra temible de las armas, el símbolo de Trotsky es actualmente una figura apagada y pronto abatida bruscamente… El mismo Eisenstein, aquel hito del relato nuevo e inflamado, acabaría “jubilado” por los cheques de United Artists, como también le ocurrió luego a Sostakovich. No se pronostica el avance del capitalismo en estas páginas, pero la crisis económica mundial que sustenta estas viñetas y la mengua del comunismo como eje de ideas y transformaciones, son las señales en la ruta hacia el nuevo sistema que terminaría imponiéndose en el mundo (no sin antes convulsionarlo a fuerza de bayonetas, metralla y obuses).
De todo aquello, ocurrido entre los veinte y los treinta, quedó un recuerdo difuso que De la Calle registra con frialdad de estilo y en la descripción. Como en el cambio de los tiempos, el historietista asturiano hace demostración y luego mostración. Las claves de este postulado están en la tumba de la autora, que el personaje / autor visita en el presente y halla roída por el mal de la piedra y el olvido. La inscripción con las palabras de Neruda parece ajustarse perfectamente a lo que De la Calle quiere describirnos de Tina Modotti: “(...) un puñado de niebla. Frágil, casi invisible.” De ella sólo queda este bajorrelieve olvidado por todos durante 25 años; luego serían poco a poco rescatadas sus obras artísticas, sus famosas fotografías, callados recuerdos de un tiempo cargado de promesas. Esta tumba es revisitada al final de la obra en la mostración del entierro, con Neruda declamando sobre la fosa y aludiendo a su inmortalidad: “porque el fuego no muere”. En un emotivo epílogo en el que por fin se dan cita el narrador y la narrada, la inmortal Modotti acude al encuentro de De la Calle para significar, con una simple frase, que ella está entre nosotros, que dejó un legado, que gracias a libros como los consultados por De la Calle o este mismo de Sinsentido sigue viva en la Historia, vibrante como imagen de lo femenino en una era apasionada y apasionante.
Estos elementos: la homodiégesis del autor, narrador y a la vez actante, su presencia ante los objetos que luego protagonizan otras escenas, su encuentro con la biografiada, la estructura de género, el entreverado de opiniones personales, más la descripción puntillosa de los hechos políticos, los personajes y los ideales de las gentes de aquellos tiempos, configuran una obra compleja y genial. Naturalmente también observa ‘peros’. Los principales son obvios: De la Calle no es un buen dibujante exquisito, es un dibujante que atina pero que no entona. Hay algo en su dibujo que puede llegar a ser cargante: esa costumbre de representar las narices con un pequeño círculo. Ocasionalmente dota al personaje de un encanto singular, pero la mayor parte de las veces lo acerca a la caricatura del clown. De otro lado, De la Calle utiliza instrumentos fríos para entintar y eso resta vida y modulación a su línea. Tanto los recuadros de las viñetas, como el rotulado de los textos, así como las siluetas o los sombreados, están resueltos con el mismo instrumento, lo cual confiere al conjunto un aspecto de “croquis entintado” que resultaría ideal para un storyboard pero que resta calidez a una obra de historieta. Ocasionalmente, representa mal, y esto es una afirmación objetiva: los pimientos de la página 28 de la historieta parecen vísceras, por citar sólo un ejemplo. Con Modotti, en conjunto, se experimenta una sensación parecida a la que se obtiene con la lectura de From Hell, otra obra de guión muy complejo y de densa lectura caracterizada por un dibujo feísta, a veces ineficaz. Mas no por ello From Hell deja de ser una obra maestra. Y no por ello Modotti dejaría de ser una obra maestra.
Un problema de narices: en los momentos de mayor dramatismo, los personajes pueden parecer tragicómicos
Por lo que se refiere al relato y sus digresiones, hay dos aspectos más que admiten crítica. El primero es el tono documental que utiliza a veces el autor, que salta de viñeta en viñeta sin generar una secuencialidad clara, aspecto este obligado por el desarrollo de lo narrado, ora hechos históricos, ora muestrario de obras. El segundo aspecto criticable es la intercalación de otros personajes que no aportan mucho a la trama, aunque sí, imagino, al abordaje del estudio de Modotti por De la Calle. Nos referimos con esto último al ensalzamiento de P.I. Taiboo II, que es descrito como un hombre magnético, sin duda importante en la vida del autor de este libro pero que, salvo por algunas reflexiones atinadas y unos apuntes al margen, no contribuye demasiado al desarrollo del relato para un lector que desconoce la identidad de De la Calle, o cuanto menos resultar confusa su presencia. Dicho sea esto, claro está, sin el conocimiento expreso de si Taiboo se concibe como paralelismo con otros egos de la obra o, acaso, como presencia homenajeada o tributaria de admiración debido a los fuertes vínculos que unen a ambos coordinadores de la Semana Negra en Gijón.
Taiboo, personalidad influyente en el autor pero ¿determinante en la obra?
Taiboo, de hecho, prologa el primer libro en su primera edición con un texto que denota amistad profunda, de esas que se envidia por poderosa. No es para menos, porque estamos ante una importante obra de investigación y de narración. De la Calle parte en su reconstrucción de la biografía de Modotti de una premisa: desvestir a la italiana de las etiquetas de puta y espía (desdiciendo a Rex Roth) para rememorar a una mujer en busca de certezas. Es lo antedicho sobre el primer libro de la obra: ella se encuentra en el México del idealismo efervescente, gozando de amores turbios pero apasionados. En el libro segundo se trasladará a la Europa del desencanto, donde vivirá un amor lánguido y parece ya sólo querer buscar el destino, pues las certezas quedaron atrás.
El historietista coquetea con la mitomanía en el arranque del primer libro, pues, y sustenta el mito Modotti con ayuda de otras figuras de gran solidez, como Khalo, Weston, Rivera o el propio Taiboo, y este caldo de cultivo de figuras simbólicas de larga sombra lo va adjetivando con viñetas / referente en las cuales incorpora instantáneas redibujadas, viñetas de otros (Pratt, por ejemplo, asoma en algunas). Despierta admiración, en este arranque del cómic, la construcción de la joven Modotti, una mujer “capaz de mantenerse lejos de su verdadero yo” pero zarandeada por los ideales y el enamoramiento. Ya a esta altura surgen en el lector las dudas sobre si no era la militancia comunista un refugio de sus amores fragmentados. Luego, cuando De la Calle narra la progresión de la artista en el arte de la fotografía, con las impresiones fotográficas va construyendo una narración secuenciada de su maduración, desde la sorpresa y la inocencia, o la ilusión del descubrimiento, hasta la fortaleza, la comprensión y por fin, el compromiso y la militancia.
Viñeta a viñeta, De la Calle, compone el fresco histórico del México de aquellos días, sin imágenes epatantes pero con los apuntes necesarios para obtener un reflejo vivo y fiel de aquellos tiempos. Cuando muestra los posados desnudos de Modotti, aflora la poesía y De la Calle entona la evocación, algo que parecía impensable con su estilo de dibujo. La magnífica viñeta de Tina con su cámara, de espaldas al lector y frente al horizonte, es síntesis de su soledad, su arte y su tiempo. Amén de que sirve para articular una digresión comparativa con el narrador: La artista se halla sola, frente a lo que será su obra, como el historietista suele está solo frente al papel, frente a su obra.
Antes de alcanzar la primera mitad del primer libro, el lector ya obvia las narices resueltas con circulitos. La historia posee suficiente interés por sí misma. Tanto es así que, por ejemplo, las dos viñetas en las que De la Calle se asoma a Manhattan, pese a su simplicidad resultan fascinantes. Y qué decir del intrigante correlato de la conversación entre los crepusculares Batman y Superman, enzarzados en un delirante debate (estalinismo vs. trotskismo) que se comprenderá sólo cuando se aborda la lectura de la segunda parte de la obra. La conjugación de biografía, más reportaje, mas autobiografía, evoluciona rítmicamente y, pese al abigarramiento que en momentos pueden producir tanto cruce de referentes culturales (a la literatura, a la pintura, a la poésía y al pensamiento), esta historia de historias alcanza momentos de gran belleza y goce estético, como cuando el autor homodiegético se eleva al experimentar “una epifanía” ante la contemplación de Alcatraces.
La reconstrucción de Modotti prosigue con un relato cada vez más convincente. Basta con detenerse en la página de la conversación con Frances, en la que se comprende el apoyo de Tina a la causa comunista; se trata de una página comparable en intensidad con la que luego muestra su conversación con Luz, donde flota una nota de tristeza y un apunte sobre el papel de la mujer en la lucha. Las referencias a Herman Melville no parecen lanzadas al albur por De la Calle, ya que todo ello nos permite percatamos de que el deseo de Tina por el socialismo se está tornando en obstinación. Melville, autor maldito e incomprendido en vida, como la italiana, representó magistralmente en sus obras la obstinación humana, y también una suerte de alegoría del mal que en el caso de Modotti nunca llega a definirse por completo.1
En este punto, llama la atención el relato, en paralelo, de la respuesta a las calumnias que la derecha política de la ciudad vertió sobre la Semana Negra a finales de los ochenta. ¿Tenía algo que ver la duda de los organizadores ante el acoso con la tristeza de Tina frente a sus ideales? No parece encajar este episodio con el ritmo de la biografía, aunque sí da pie para incorporar un fragmento del magnífico poeta ovetense Ángel González. En eso salimos ganando, aunque es discutible que la obra necesitara esta cuña.
Culmina este primer libro con un retrato muy vívido de Tina Modotti. Hemos conocido sus amores: el primero circunstancial, el segundo racional, el tercero pasional y verdadero. Luego conocemos su renuncia, en consonancia con el pensamiento de la Zambrano, y su infertilidad en una página “oscura” que posee gran eficacia narrativa, como otras que le siguen: Rivera disminuido por Frida, las viñetas previas al retrato de Mella muerto sobrenadando el charco de sangre, el políptico de Tina vagando por la terraza antes de que aparezcan los breccianos policías… y bastantes otros referentes que nos permiten reconstruir una personalidad compasiva de alma rota, siempre angustiada, con cargo de conciencia (sobre todo tras la muerte de Mella) y con un poso indeleble de frustración .
El libro segundo resulta igualmente fascinante. Ahora contribuye a ello la cercanía del contexto en el que se desarrolla la obra: Europa, la URSS, la España dividida. No tanto así el personaje de Modotti, que ya no es una mujer en crecimiento, pues ya no observa un horizonte ideal (como simbolizaba la viñeta comentada anteriormente) sino uno fragmentario y turbio que es testigo del desencanto del proyecto comunista, de la emergencia del totalitarismo nazi y de la rebeldía militar en armas, y eso sin llegar a intuir el capitalismo rampante que llegará cabalgando tras su muerte para revelarse como el verdadero fantasma que recorre el mundo. Una de las claves de toda esta ruptura de esquemas es su negativa a seguir fotografiando, a seguir creando arte, en tanto que todo arte parece haber sido encauzado hacia la propaganda en estos tiempos (aparte del hecho de que ella reconoció, en varias cartas personales, ser una “negada, como el resto de las mujeres” para las artes). Las pistas gráficas son también constantes: los símbolos comunistas lejanos, la silueta de Modotti recortada en soledad (muchas veces con Corto Maltés como referencia, otras en recuerdo de la Valentina de Crepax), la torre Eiffel en pedazos, el paseo por entre trozos del Guernica de Picasso bajo la arenga de César Vallejo (¡qué vibrante alusión a la ruptura de España tras la declaración de guerra franquista!), o ese mundo vuelto del revés al enterarse del pacto entre Stalin y Hitler.
Y no olvidemos a Vladimir Maiakovski. Maiakovski es otra figura que serpentea por esta obra y que guarda paralelismos con la fotógrafa. Como ella, el creador ruso se entregó por completo al servicio de la revolución bolchevique, generando propaganda y participando en congresos y recitales incansablemente. Al final, fue considerado un 'individualista', como ella, y su suicidio sigue siendo tema de debate, como el 'fallo cardiaco' de Modotti.
Hay tantos referentes de otras historias en esta historia, tantas demostraciones de agradecimiento a otros creadores y artistas en estas páginas… De la Calle evoluciona como autor, o se muestra al menos, como Tina Modotti, que a lo largo de su vida ejercitó, sobre todo, el deseo de saber y la emoción ante las obras de arte.
Llegados a este punto podemos confirmar que la reseña en profundidad de Modotti es, evidentemente, más compleja, más difícil, más árida de leer. Incluso híspida, ya que al autor puede no agradecer las críticas vertidas sobre su estilo o algunos pasajes. O, lo que es más importante: escasa, porque este libro es merecedor de un análisis más escrupuloso, más atento, más perspicaz que el presente. Exige un M de Modotti, para entendernos. Aunque es evidente que el público interesado en la divulgación sobre historieta no sentirá tanto interés por conocer a una fotógrafa comunista y viajera (por más que se le quiera convencer con alusiones a Sotheby’s) como por conocer los poderes de un grupo de superhéroes.
Empero, ese hipotético estudio sobre la obra de Ángel de la Calle es necesario, porque lo magnífico de esta obra es que no sólo es un tebeo, o no es meramente un tebeo. Es un tebeo sobre los tebeos también, y es un libro sobre el arte y la historia, y es una historia sobre las ideologías y su evolución, y es una biografía que a la vez es autobiografía. Es un calidoscopio narrativo (como los de Ezra Pound) que no hay más remedio que recomendar como un ejercicio de alta cultura. Y todo ello independiente de su evidente apariencia gráfica y de su presunta entidad de novela.
Las cursivas van más allá del juego de palabras. Cuando terminé de leer Modotti. Una mujer del Siglo Veinte, deleitado aún por la lectura y abrumado por tanto como había aprendido, vino a mi memoria el libro de A.J.A. Symons En busca del barón Corvo (editado en España por Seix Barral en 1982, recuperado en 2005 por Asteroide). Esta obra de culto es una biografía que inauguró un género nuevo, el quest, muy parecido a lo que ha hecho Ángel de la Calle con Modotti. Se trata de una suerte de investigación novelada en la que el biografiado, protagonista del relato, encuentra un reflejo en el biógrafo, que a su vez se muestra ante los lectores y descubre sus sentimientos e interioridades como otro personaje más. Este ejercicio narrativo no es exclusivo de Symons en literatura (otro ejemplo es Enterrar a los muertos, de I. Martínez de Pisón) pero en historieta hallamos pocos casos tan sinceros como el de De la Calle. Y McCloud no cuenta.
Modotti. Una mujer del Siglo Veinte puede ser un tebeo extraño para muchos lectores de tebeos, y puede discutirse si es un tebeo grato a los ojos o eficaz en su plasmación gráfica. Pero lo que es irrefutable es que estamos ante ante una investigación rigurosa sobre cierta figura artística; ante una matizada revisión de las ideologías revolucionarias; ante un elocuente repaso de un periodo creativo / artístico; ante una cruda reflexión sobre la evolución del amor. También, ante un muestrario de sentimientos (femeninos) extraordinario para haber sido escrito por un hombre, y por haber sabido describir la fragilidad de una mujer aparentemente valiente y fuerte. Finalmente, estamos ante una declaración de deseos, anhelos y afanes, los del autor, que resultan estimulantes a la vez que insólitos por cuanto el modelo narrativo elegido para plasmarlos es original y plantea, desde la metahistorieta (no sólo con referencias a la Cultura, también con referencias a la misma historia del medio y a su propio lenguaje), un relato nuevo.
Estamos ante un libro trufado de cultura y arte.
Y es, también, un tebeo.
Inaudito.
Notas:
[1] Al respecto pueden contrastarse las opiniones de Elena Poniatowska y Andrew Mangravite. La primera, en Los cien años de Tina Modotti (http://utenti.lycos.it/atisauro/poniatowska.htm) compara la voluntad inquebrantable de la militante así: “Su fanatismo es el de los conversos y seguramente pensó que tenía que expiar su corto pasado de actriz de Hollywood y entregarse ferozmente a la causa”. Por su parte, Mangravite, en Tina Modotti: Born Loser with a Camera, no duda en calificarla de perdedora, por sentirse impotente ante los problemas del pueblo llano mejicano, que no logró solventar, y por mostrarse patética al entregarse al régimen político y abandonar por ello su carrera artística. Quizá el ‘mal’ fuera el bolchevismo, a la postre, una pista que no aporta De la Calle en su obra.