MARTÍNEZ DE LEÓN Y LA PROMESA DE LA REVOLUCIÓN COMUNISTA
La reconstrucción de la historia debe hacerse con herramientas muy bien calibradas que exigen revisión constante. La perspectiva que nos conceden los cien años transcurridos desde la revolución de los trabajadores contra el Zar en el comienzo de 1917 y la sublevación bolchevique en Moscú ocho meses después nos permite observar los hechos con más datos y mayor objetividad. Esto no era posible en el momento en el que tenían lugar los hechos, ni siquiera años después, debido a que las comunicaciones en los años veinte y treinta eran muy distintas a las actuales, y porque la propaganda articulada para construir un relato concreto del éxito de la revolución (o una versión muy distinta de sus consecuencias) fue la que modeló el conocimiento que de todo aquello se tuvo en España. También fue la que inflamó las esperanzas de miles de españoles de convicciones republicanas —o, directamente, menesterosos— que deseaban escapar de la opresión y de la miseria aferrándose al ideal del “reparto equitativo de la riqueza”.
En este artículo analizaremos las tiras humorísticas de Martínez de León, las protagonizadas por Oselito desde 1926, y concretamente la obra Oselito en Rusia (de 1936), que nos permitirá apreciar la transformación de su habitual humor blanco en otro muchos más crudo en función de la gradual implicación ideológica del autor con el comunismo, siempre con el referente de la Revolución rusa de fondo. Con un análisis de contenido de las tiras publicadas en prensa, contrastado con la información que hoy tenemos sobre la realidad soviética que podía conocerse en España en esos años, obtendremos una idea de cómo articuló sus mensajes en un periodo de fuerte posicionamiento satírico combinado con el encontronazo bélico.
Portada de un libro ilustrado por Martínez de León, con su peculiar estilo suelto, comprometido con los problemas de su tierra y de la clase obrera y campesina. | |||
El reportero gráfico de lo popular
Andrés Martínez de León nació en Coria del Río en 1895 pero fue criado en el sevillano barrio de Triana desde los dos años de edad. Era hijo de un capataz de obras, que le educó como entonces educaban los obreros: dejando a los chiquillos en la calle, su verdadera escuela, donde la miseria y la inseguridad eran habituales. Andrés, de hecho, presenció la muerte de uno de sus hermanos, ahogado en el Guadalquivir, siendo aún muy joven.
Pronto sintió la llamada del arte Andrés, y con once años ya pintaba. En 1909 se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de Sevilla, pero no menudeó tanto por los ambientes artísticos como por los artesanos. Sin haber finalizado todavía los estudios tuvo que sumarse al gremio de ceramistas de Triana, concretamente a la industria artesanal azulejera y cerámica de Sevilla, en lo cual se afanó desde los dieciséis a los veinte años. Era un ambiente obrero similar al del oficio de su padre, con quien participó esporádicamente actuando como listero. Pero Martínez de León aspiraba a otra vida, una vida de artista, y los que tenían esa aspiración por entonces debían llegarse a la calle Sierpes, al centro de la capital sevillana, e intentar mostrar sus lienzos en Casa Gil, sala en la que Martínez de León logró celebrar su primera exposición de dibujos en 1915 (Canterla, 1988: 5). El dibujante se había especializado en el apunte rápido y vigoroso, que ensayaba asistiendo a encuentros deportivos, corridas de toros y fiestas populares, luego pasaba a tinta sus carboncillos y los vendía en la calle Sierpes a los transeúntes. Se trataba de un incipiente reportero gráfico (un “periodista del dibujo”, como él mismo se definía) que gracias a esa experiencia callejera llamó la atención de la prensa local y comenzó a publicar dibujos en la revista Sevilla y sus fiestas de primavera, y al poco pasaría a realizar carteles por encargo para exposiciones estacionales y ferias. Entre 1916 y 1928 fueron varias las exposiciones de Martínez de León en Sevilla, y hasta llegó a publicar ilustraciones en la revista ultraísta Grecia en 1919 y en la prestigiosa La Esfera en 1922.
Otra faceta del autor fue la de dibujante humorístico, actividad que comenzó a ejercitar en las páginas de El Noticiero Sevillano, periódico dirigido por Juan Carretero y Luca de Tena (primo del también sevillano Juan Ignacio Luca de Tena y García de Torres, fundador del Abc sevillano). No obstante, él no tenía excesivo interés por hacer humorismo entonces, nada parecido a lo que sus colegas Manolo o Lafita publicaban semanalmente en las revistas humorísticas coetáneas de Sevilla Don Cecilio y El Guante Blanco, de orientación conservadora ambas. A Martínez de León le interesaban los retazos de la realidad local, las corridas en la plaza, las caballerías en el campo o acontecimientos como el paso del Graf Zeppelin surcando los cielos sevillanos (como anticipo de la Exposición Iberoamericana, en lo que quiso ser una línea de dirigibles que unirían la capital hispalense con Buenos Aires). El bullicio de la calle y de la gente era lo que quería dibujar, y todo ello resolviendo los apuntes y las caricaturas con gracejo pero sin orientación satírica. Su labor en El Noticiero Sevillano consistía por entonces en ilustrar textos nada jocosos del periodista López Cansino, hasta que un día decidió hacer algo distinto de forma espontánea, el desarrollo de una tira para así poder expresar correctamente un gag: una historieta sobre la Semana Santa en la que jugaba con el doble sentido del calificativo “vivalavirgen”:
Era bastante atrevida. Aun siendo del barrio de Triana, fui siempre un hombre muy apartado de estas cosas, muy adusto... Tengo una enorme timidez que estoy seguro me durará toda la vida. No quería hacer gracia “discutible” a nadie. Pero aquello, para suerte o desgracia mía, tuvo un gran éxito. El director de El Noticiero me comunicó “Hágame todas cuantas cosas se le ocurran sobre estos temas populares. Nadie intervendrá en sus ideas, pero le pido que mande sus colaboraciones lo más asiduamente posible”[1].
El feliz alumbramiento de Oselito.
El personaje protagonista de la tira era un tipo singular, fino y joven, saleroso y despierto: «Sombrero cordobés tocado de ala, chaqueta clara, pantalón oscuro, pajarita al cuello, charol en la calza, mano izquierda en el bolsillo y mano diestra (¡y tanto!) en la denuncia...» (Amón, 1987: 9). Lo llamó Oselito, y sus tiras comenzaron a abundar a lo largo del año 1920, moviéndose siempre en ambientes animados, en las celebraciones populares sevillanas y en la vecindad alegre y bulliciosa de Triana, tomado el barrio como un microcosmos de la Sevilla total. El nombre del personaje surgió de la admiración que el dibujante profesaba al popular torero de Gelves conocido como Joselito el Gallo, fallecido precisamente en 1920. Esto se extrae de varias declaraciones de Martínez de León a sus amigos, si bien pudo basarse en cualquier otra personalidad del toreo o de la cultura sevillana de su tiempo. La referencia quedó confirmada en 1954, cuando el redactor de una reseña promocional del Pregón Literario y pregón editorial de Aguilar S. A. de ediciones, le entrevistó para el número de julio de aquel año:
En Oselito he querido representar el genio popular de Andalucía, y, concretamente, el sevillano. Este tipo lo repetía casi sin proponérmelo en mis primeras historietas; y antes que yo tuviera plena conciencia de su presencia la tuvo el público, quien lo bautizó con el nombre de Oselito, por su parecido con el torero Joselito el Gallo (pág. 2).
En 1955 reafirmó esta idea en declaraciones publicadas en la Hoja del Lunes madrileña, en la columna de José Blanco Díaz “No todo lo que se denomina pintura taurina está hecho por pintores”: «Oselito nació en mí como un duende. Lo llevaba, sin saberlo, dentro. Nunca pensé en crear determinado “muñeco” que simbolizara esto o lo otro (…) Su parecido impensado con Joselito el Gallo le dio el nombre» (10-I-1955).
Este personaje era una construcción satírica, claro está, pero dirigía su crítica hacia lo cotidiano y la vida local, no hacia los políticos de su tiempo. Su guasa surgía de su raigambre trianera, y basaba los juegos de humor en su cercanía con la cultura gitana, en la que se hallaba muy cómodo el dibujante pese a no pertenecer a tal etnia, por haber pasado toda su niñez y juventud conviviendo con gitanos en Triana. El estudioso de la cultura trianera Vela Nieto dejó escrito sobre el personaje:
Su emblemática creación, Oselito, a quien apellidará García para otorgar al personaje legalidad de individuo, o simplemente le nombrará Oselito de Triana a fin de despejar dudas de origen (recordando aquel Don Cecilio de misma cuna, pero con el que no tenía nada que ver); Oselito, decimos, es un producto humano de la Cava los Gitanos, aunque el personaje no sea calé (1988: 32).
Una de las primeras páginas en las que aparecía Oselito, con su habitual estampa. |
El monigote adquirió una popularidad inaudita, tanto que atrapó y se sobrepuso a su creador, como poco tiempo después reconocía Sánchez de Palacios destacándolo entre lo mejor del humorismo gráfico español: «Muchas veces se duda si es Oselito dominado por el dibujante, o éste por Oselito. Se hallan, yo creo, tan compenetrados, que son esclavos de sus propios gustos» (1935: 168). La popularidad del personaje fue incrementándose de tal modo que en los primeros años veinte Martínez de León ya era un artista famoso en la capital hispalense y era reconocido por la calle con el nombre de su creación. Mas no fue el dibujo humorístico lo único en lo que ocupó su tiempo el artista, también ilustraba libros (como Quien no vio a Sevilla, Fábulas y Niños, Por las aguas del río) y otros textos bucólicos o poemarios, y siguió ejercitando la pintura taurina, con tal maestría que logró estar a la altura de los más destacados autores impresionistas de su época: Ruano Llopis, Roberto Domínguez y Antonio Casero. De hecho, si en algo tuvo éxito comercial verdaderamente Martínez de León fue vendiendo cuadros sobre corridas y rejoneo, que sobre todo le pedían desde Madrid. En la entrevista que le practicó el célebre periodista sevillano Galerín en 1922 para El Liberal, relató que ya entonces había recibido encargos de El Debate, El Sol, El Heraldo, La Semana Gráfica, Blanco y Negro y de la revista Mundial, invitaciones llegadas todas de la capital de España, y que contemplaba la posibilidad de trasladar su estudio a Madrid en el transcurso de 1922 (Rodríguez Aguilar, 2000: 589).
En efecto, en las últimas semanas de 1921 fue reclamado el dibujante por el director del diario madrileño El Sol para una colaboración fija y bien remunerada. El Sol fue un periódico de ideología liberal y regeneracionista, que mostró gran simpatía por el socialismo y los nacionalismos catalán y vasco en su arranque. Su director, Nicolás Martínez de Urgoiti, supo ver la importancia que para las ventas tenía el apartado gráfico y el humor y mimó a sus dibujantes, sobre todo a Bagaría (firma representativa de la sátira ejercida por el diario, muy popular entonces por su serie Dibujos de almohadón), pero también a otros autores como Martínez de León. En El Sol comenzó el sevillano a publicar historietas de cuatro, cinco o media docena de viñetas cada una, sin recuadrar y con un dibujo muy suelto. No llevaban bocadillos, solo textos al pie, y estaban ambientadas en la Sevilla típica de las ferias y de las romerías, protagonizadas por característicos tipos relacionados con el flamenco o el toreo, o aderezadas con la picaresca y la gracia andaluzas que se tenían por “típicas” en toda España y que mucho apreciaban los madrileños por entonces. Tanto que los directores del periódico decidieron recopilar las tiras más comentadas en un álbum. De ahí surgió el volumen Historietas Sevillanas, encuadernado en cartoné a la italiana. El sello editor fue Biblioteca Giralda, madrileño pero interesado por la cultura sevillana dado que por entonces había publicado ya las obras de Benito Mas y Prat La Tierra de María Santísima y La redoma de Homúnculus, ambas con dibujos del coriano. El libro de Martínez de León, que reunía treinta y nueve historietas en total, fue uno de los primeros en su especie de nuestra tebeografía.
Esta obra dejaba clara la estatura creativa de su autor, quien mostraba ya una narrativa gráfica madura (pese a no incorporar globos de texto en sus historietas), elaborando un producto muy arraigado en su tierra y cultura natales, que hacía gala de cierto vanguardismo en el uso del lenguaje (transcribía fonéticamente el habla propia de Sevilla) y que no escatimó ironía a la hora de retratar las penurias del pueblo llano andaluz, ya que algunas historietas se mofaban de la miseria y el hambre que se padecía en el Sur.
El sevillano siguió cosechando éxito con su humor y su pintura. Fue uno de los primeros dibujantes españoles de humor que tuvieron una calle dedicada (en su pueblo natal) cuando solamente llevaba diez años de andadura profesional. En 1927 trabajó con Bradley y Mihura, pintó para la Agrupación de Periodistas Sevillanos, expuso en la sala Heraldo de Madrid y fue elegido para acudir a Nueva York en representación de la Unión de Dibujantes. Desde 1928 dibujó para la revista Al pie de la Giralda, para el periódico La Nación y para las ediciones promocionales de la Exposición Iberoamericana que se celebraría en Sevilla en 1929. Su personaje Oselito también vio bastante acrecentada su popularidad por entonces. Apareció en una colección de relojes de pulsera puestos a la venta en la conocida tienda de Sierpes El Cronómetro[2] y fue elegido como mascota para embellecer el fuselaje del avión bautizado con el nombre “Jesús del Gran Poder”, junto a una rociera y otro personaje creado por Juan Lafita (La Unión, 22-V-1928). Su “mono” se había hecho tan popular que en 1929 se editó en Sevilla una publicación humorística titulada así, Oselito, si bien Martínez de León no participó en ella en modo alguno.
El padre de Oselito se sentía enormemente atraído por los temas populares andaluces antes que por los andalucistas. Así parece ser a la vista de su dedicación durante el año 1930: puso imágenes a El libro que robó un niño (y otros cuentos), obra de Agustín Veguilla; ilustró colecciones de postales sobre la Feria de Sevilla y sobre temas taurinos, cajas de fósforos (a veces con chistes gráficos), talonarios de bodegueros y también una colección de postales que se ordenaban formando una historieta. En 1931 ilustró el libro de Rodríguez Mateo Campezinos, poemario escrito en “andalú”.
En Madrid, Martínez de León no estuvo desocupado. Continuó pintando cuadros taurinos sin pausa y también ilustración e historieta. Dejó de dibujar tan a menudo para los periódicos sevillanos en los que venía colaborando desde la década anterior y comenzó a participar más asiduamente con Abc y su revista asociada Blanco y Negro. En El Sol publicó durante 1930 por entregas (en tiras de cinco viñetas) la serie Los amigos del toro o la parte sana de la afición, que al año siguiente recopilaría a modo de libro el sello C. I. A. P. con el subtítulo Reglamento Taurino en XXX capítulos. Esta obra consistía en un cuerpo normativo guasón sobre las suertes del toreo que el autor desarrolló con Oselito como narrador, y que terminó obteniendo excelentes críticas en la prensa. Según pudimos leer en El Liberal, la popularidad de Oselito llegó a tal punto que un productor se sintió interesado en acometer un proyecto de animación basado en el personaje y en sus gracias ambientadas en el campo andaluz[3]. El dibujante comenzó a desarrollar este proyecto en su natal Coria del Río a lo largo de varias semanas de la primavera de 1932, pero lo abandonó tras encontrar serias dificultades técnicas para acometerlo (Canterla, 1988: 5). Abordaría otro propósito similar aquel mismo año con el dibujante K-Hito, el peculiar cortometraje cinematográfico El toro Briján, que contaba las peripecias de un pequeño y vivaracho toro, pero quedó igualmente inacabado (Solís, 1989: 58).
Postales que, en conjunto, formaban una historieta. En este caso, la titulada "El reparto", en la que se reflexiona sobre el comunismo. |
La ideología de Oselito
Martínez de León mantuvo sus vínculos con la prensa sevillana durante los años veinte y treinta sin importarle el sesgo ideológico: con El Liberal, cuya filosofía editorial estaba claramente comprometida con el republicanismo y la izquierda liberal de su tiempo; con La Unión, el periódico carlista más importante de Andalucía; con el diario católico El Correo de Andalucía, al menos entre 1926 y 1935, y con otras revistas de diferente signo. Destinó también dibujos a publicaciones locales despejadas de mensaje político, como Feria y velada, Sevilla automovilista y Oromana, al mismo tiempo que siguió colaborando en una sección titulada “Maestros de la historieta” que se publicó en El Sol, por entonces liberal, junto a autores como Apa, Robledano y otros.
Fue alrededor de 1926, cosechada suficiente relevancia pública, cuando se tiene constancia de que Martínez de León se relacionaba con intelectuales y eruditos en ciertos ambientes de Triana, lugares frecuentados por hombres de marcadas convicciones republicanas con los que coincidió cuando fue fundado el Centro Popular e Instructivo en Triana. Es sabido que en aquel lugar se manifestaban intereses diametralmente opuestos a los del Gobierno de José Antonio Primo de Rivera y también contrarios a la Iglesia católica (Canterla, 1988: 4). Además, según Carvajal Japón, Martínez de León ya simpatizaba en aquellos días con los postulados liberales de Martínez Barrios, quien sería dirigente del partido local Unión Republicana. Aparte, resultan reveladores algunos de sus dibujos de 1928, así como una de las ilustraciones publicitarias que hizo para promocionar la novela de José Mas Blasco Ibáñez y la jauría, editada por Alejandro Pueyo en Madrid en 1928: una de las imágenes, de corte expresionista, la titulada “Hampa y miseria”, mostraba a un hombre muerto sobre cuyo cadáver se proyecta la sombra de dos guardias civiles.
Andrés Martínez de León siguió ilustrando libros y comenzó a dibujar también en La Voz, diario vespertino hermanado con El Sol pero dirigido a las clases populares; es más, tras la proclamación de la II República se alineó con el republicanismo moderado hasta adscribirse con el azañismo. La convicción ideológica del dibujante navegaba pareja a la de los diarios en los que se acomodó. Esta clave queda refrendada por su relación con Blas Infante, notario establecido en Coria del Río en 1930, republicano que fue pionero del nacionalismo andaluz y ferviente defensor de los derechos de los jornaleros. Según afirmaba Canterla (1988: 4), compartieron el dibujante y el andalucista muchas tardes, hasta el punto de que algunas lenguas propagaron por Coria del Río la leyenda de que fue Martínez de León quien diseñó el escudo que habría de convertirse con el tiempo en el símbolo de Andalucía. Es verdad que guarda semejanza el boceto original de Hércules flanqueado por leones de la bandera con el estilo de Martínez de León, además de que José Franco Alfaro rememoró para la revista coriana Feria que se había entrevistado con Martínez de León en 1976 y que él le dijo: «(...) yo fui el primero que dibujó el escudo de Andalucía, siguiendo las instrucciones que me iba dando don Blas» (Franco, 1978: s. p.). Entra dentro de lo posible esta atribución, porque Martínez de León también fue el autor de la ilustración para la cubierta de La Verdad sobre el complot de Tablada y el estado libre de Andalucía (Publicaciones de la Junta Liberalista de Andalucía, Sevilla, 1931).
La vinculación del coriano con el brote de andalucismo de los primeros años treinta parece demostrada. Martínez de León compartía el ideal que inflamaba el pecho de los fundadores del andalucismo, el obrerismo como fuerza constructora del espíritu renovador de la región; además, según ha comentado Vela Nieto (1985: 22), en los dos años siguientes Martínez de León reforzó aún más su amistad con Infante y a continuación la trabó con el poeta ultraísta Pedro Garfias, un concienciado comunista. También con el periodista y concejal López Macías y con Rodríguez Mateo, ya que ilustró su poemario Campezinos, escrito con zeta de “andalú”, un libro que era crítico con los explotadores, con la clase militar y con el clero, un canto a la naturaleza que no ocultó una firme declaración de intenciones de corte socialista.
Su adhesión ideológica era evidente a la vista de su actividad creativa desplegada a partir del año 1931. Tras la promulgación de la II República, se fue apartando de manera paulatina de El Sol, el diario que le había llevado a Madrid, debido a la simpatía hacia los fascismos que fue desarrollando el rotativo por la intervención de José Félix de Lequerica, segundo accionista de El Sol entre 1931 y 1932 (cf. Checa Godoy, 1989: 216). Al mismo tiempo, el coriano se acercó al Abc madrileño, más defensor del republicanismo que su homólogo sevillano; es más, su firma desapareció del Abc de Sevilla por entonces, donde le sucedería su imitador Vicente Flores.
Entre los juegos de tarjetas postales que ilustró a partir del año 1933, algunas podían ordenarse formando una historieta con sus imágenes, y algunas trataron sobre la venida del socialismo, sobre la represión de las fuerzas del orden público o sobre las privaciones que sufría el pueblo llano durante el período primorriverista. Por ejemplo, el juego de tarjetas “¡Sólo para hombres!” aludía a los espectáculos de corte lejanamente erótico que habían estado prohibidos por Primo de Rivera. En “El comunismo” dos hombres comentaban el fracaso de los diputados comunistas en las urnas sevillanas con cierta aflicción. “El reparto” mostraba a una pareja de campesinos (con la Giralda presente muy al fondo) charlando sobre la utopía del comunismo. Las reflexiones de Martínez de León sobre la idoneidad del comunismo como impulsor del reparto económico y de propiedad entre los españoles no quedaba del todo patente, por cuanto ironizaba de continuo sobre la promesa de “trabajo para todos”, algo que ponía en estampida a los sevillanitos de sus viñetas.
Anuncio de la próxima sección protagonizada por Oselito en La Voz. Anuncio tomado del ejemplar del 6-X-1935. | |||
Oselito en Rusia
Entre 1933 y 1935, el dibujante continuó con sus habituales encargos: juegos de tarjetas postales, que coloreaba a mano; ilustración de poemarios, como Canciones de la escuela, Romances del río o Coplas (obra de su hermano Manuel); pinturas, que expuso en el Círculo Mercantil de Sevilla y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid; viñetas e historietas para revistas de cierta importancia, como Crónica o Estampa, revista en la que ilustró la biografía por entregas Juan Belmonte, matador de toros; su vida y sus hazañas, escrita por Manuel Chaves Nogales e ilustrada por Martínez de León con un tono trágico sin duda contagiado por Lorca. Esta biografía del afamado torero fue ofrecida entre junio y diciembre de 1935, pero no la terminó de dibujar el autor sevillano, la concluyó el ilustrador Bartolozzi, posiblemente porque Martínez de León dejó el trabajo para emprender un proyecto que le llevaría a la URSS.
Lo haría de la mano de Oselito, personaje que seguía siendo muy popular y que aparecía desde el año 1933 en las páginas de La Voz, sin dejar de vivir experiencias en Andalucía ni de emitir sus mensajes con habla andaluza, algo que al parecer seguía regocijando a los madrileños. Protagonizaba sus propias historias en tiras o aparecía como cicerone de otras, como la serie taurina ilustrada Novillos en Madrid. En años siguientes, sobre todo durante 1935, Martínez de León intensificó la temática futbolística en sus tiras, pero sin restar protagonismo a las ocurrencias de Oselito, puesto que en los números de diciembre de aquel año se anunciaba todos los días un nuevo proyecto del autor realmente interesante: el periódico había enviado a Martínez de León a Rusia para comprobar el triunfo del comunismo en vísperas del XVIII aniversario de la llamada revolución bolchevique, que en el calendario juliano había tenido lugar el 8 de noviembre de 1917. La proximidad de esta nueva serie del de Coria fue anunciada a bombo y platillo en el diario (con montajes fotográficos del recibimiento del personaje en la Estación del Norte incluso) en la primera semana de enero de 1936, iniciando las entregas del relato el 13 de enero de 1936 en portada. El formato que adoptó fue de reportaje ilustrado, con aproximadamente dos columnas de texto cada día, trufadas con tres o cuatro imágenes desprovistas, según su autor, de propaganda. Se mostró preocupado por aclarar este particular, ya que en la primera entrega describe su intención así: «[contar] solamente lo que vea, sin coló político de ninguna clase».
Justo con la entrega de la serie en la que se narra el retorno de Oselito a España, en La Voz de 7 de marzo de 1936, fue anunciada la recopilación de la serie en libro, editado por el sello Pueyo bajo el título Oselito en Rusia. El libro tuvo muy buena acogida, fue bien vendido y gozó de una reedición tras el estallido de la guerra, en esta ocasión difundida en pro de Socorro Rojo Internacional.
En verdad, Oselito en Rusia es antes un libro de viajes que una publicación de humor gráfico, por más que las imágenes que llevó no estaban exentas de humorismo (y algunas funcionan como chistes gráficos independientes). Pero la importancia de este lanzamiento radicaba más en su gruesa presencia, poco habitual en su momento para una crónica humorística ilustrada, y por el hecho de que un editor se arriesgase a publicarlo escrito con la parla andaluza de que hacía gala Oselito. Martínez de León demostró que escribiendo emulaba el salero asociado a su plumilla, porque el retrato de la nueva realidad soviética resulta ágil y fresco, con concesiones al bucolismo y a la crudeza, pero muy chispeante. Además, el relato siempre se mueve fuera del marco ideológico que tanto tiznaba la opinión y la ficción de los españoles en este momento de su historia. Oselito se muestra irónico y guasón, adoptando distancia política, demostrando más asombro que afecto ante lo que ve, y si se adivina posicionamiento, no llega a ser tendencioso. A la postre, eso sí, Martínez de León se muestra satisfecho con la nueva y llamativa sociedad rusa y abraza el régimen estalinista con sinceridad, identificándolo como paradigma de la libertad y la concordia.
Martínez de León, que raramente había hecho pública su ideología hasta este momento, se dice (a través de Oselito) simpatizante y conocedor de las revoluciones populares en la segunda entrega de esta serie, en el capítulo “Sevilla la roja” (La Voz, 14 de enero de 1936). Allí recordaba sus primeras impresiones sobre el espíritu revolucionario del campesinado sevillano y los obreros trianeros, aunque lo hacía en tono de broma:
Fué Sevilla, en su época de disturbio y disgusto la que que dió la curtura que tengo de las revolusione. Por la rendija der barcón, o agasapao entre las maseta de mi azotea, fui viendo casos y cosas que, si no hisieron de mí un buen revolusionario, sí me permiten hoy pasá por un afisionao aventajao.
[...] Ni dentro ni fuera se explicaban er fenómeno; pero er fenómeno estaba allí. "Er tó pa tó" le llamaban la gente der campo ar comunismo. ("todo para todo", quería desí.) [...] Fué una época de fiebre. Mis paisanos, puestos a hasé er cambio, dieron raya —ya que no contaban con la crú— a los mismísimos comunistas rusos. Querían er comunismo libertario. Yo, entonse, sugestionao por el ambiente, organisé "er partío comunista de isquierda a rajatabla", en donde no cabíamos más que er presidente —que era yo— y un secretario. No se admitían adhesiones. [...] La siudá fué quedando tranquila, adormilá, luego de exponerse demasiao con su Exposición y de destrosarse con sus revolusiones. Dejaron de asomarse por las azoteas sevillanas las boca de las ametralladoras, y vorvieron los claveles... (pág. 3).
No obstante, el autor sigue reticente a ser etiquetado como comunista, escudándose tras el carisma de su personaje, que comenta a sus lectores en la entrega XXXIV (14 de febrero de 1936): «¿Oselito borchevique? No, hijo, Oselito e... OSELITO», todo ello bajo una viñeta en la que comenta irónico los montones de libros y documentos que critican con opiniones dispares el régimen estalinista. En el capítulo LII, cuando Oselito se despide de sus amigos soviéticos para regresar a su patria, en uno de sus primeros encuentros con un español tiene lugar este diálogo:
—¿Viene usté de muy lejo?
—De Rusia.
—¿De Rusia? ¡Hombre! ¡Eso es interesante! ¿Y qué? ¿Qué le parese a usté aquello?
—¡Pichs! —le dije indiferente, sin queré sortá prenda—. Lo que yo he visto está bien.
—Pero ¿lo han dejao a usté anda libre por toas parte?
—Sí, señó. Completamente libre.
—¡Pero si aquella gente se mueren de hambre!
—Con un pasté de los que yo he visto come en los entreactos de los teatros rusos tiene usté pa tres días.
—¿Qué está usté disiendo, cristiano? ¡En Rusia mueren to los día sentenares de mujeres y niños de hambre o fusilao! ¿Qué me va a contá usté a mí de Rusia?
—Tiene usté rasón. ¿Qué le voy a contá de Rusia si acabo de vení de allí? (La Voz, 7-III-1936, pág. 2).
Martínez de León tenía conocimiento de la campaña anticomunista que se había desarrollado en contra del régimen estalinista porque ya iban amontonándose los informes sobre las primeras consecuencias de la llamada Revolución de Octubre: el “terror rojo” aplicado en el siguiente lustro tras la revolución, la pérdida de los territorios occidentales, la guerra civil y la hambruna que le siguió, la represión sistemática de los contrarios al régimen en las purgas y, en fin, el antirrevisionismo de Stalin, que pivotaba en torno al personalismo del dirigente único, siguiendo un modelo similar al autócrata de los zares pero desprovisto de la faceta religiosa. El entusiasmo que despertó la revolución de los soviets se había mitigado a partir de 1921, por las noticias sobre la guerra intestina desatada en Rusia, y no resucitaría el interés por la revolución hasta el año 1931, cuando el PSOE se radicalizó en torno a la idea de convertir a Largo Caballero en un líder similar a Lenin (Avilés Farré, 2000: 15). A España apenas habían llegado ecos de las consecuencias de la aplicación de la colectivización forzosa de 1928-1932 (que supondría 150.000 muertos inmediatos y tres millones de campesinos hambrientos, según sabemos hoy), pero en 1934 la industrialización arrancó por fin y los propagandistas soviéticos lo difundieron a los cuatro vientos con singular eficacia, puesto que dominaban todos los medios de comunicación masivos[4]. Gracias al aparato de censura de la Glavit, bajo Lenin, y el control de la opinión por miedo a la Yezhovshchina, ordenada por Stalin, ya no hubo modo de saber el grado de represión que se ejerció con fiereza desde 1934, sobre todo tras el asesinato del líder político Kirov en Leningrado, que realimentó la paranoia, azuzada a su vez por los vientos de guerra que auguraba el auge de los fascismos en Europa. Stalin siguió aplicando el terror con saña, según nos cuentan los historiadores, pero los españoles desconocían en los años treinta las cifras que hoy se barajan sobre las terroríficas purgas producto de las campañas de represión llevadas a cabo sobre todo entre 1936 y 1937. En 1938, tras haber fusilado a 700.000 personas, se rebajó el terror orquestado por la NKVD (acrónimo de Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), pero Stalin continuaría descabezando funcionarios y militares hasta 1941. Esto último, los casi cuarenta mil fusilamientos de oficiales llevados a cabo los años finales de la década de los treinta, dejaría su ejército a merced de Alemania en la II Guerra Mundial, paradójicamente[5].
Los trabajos de aproximación histórica respecto a la realidad cruenta de aquella revolución experimentaron un enorme auge tras la “desestalinización” propiciada por la Perestroika, sobre todo a partir de 1992. Claro que nadie hizo un análisis imparcial entonces, debido al acuerdo común (no pactado pero evidente) de deslegitimar el régimen soviético. Y entonces llegaron los cientos de miles de muertos de Solzhenitsyn o Roy Medvédev. La “batalla por las cifras” entre historiadores como Viktor Zemskov, que limita a cuatro millones de personas los fusilados por Stalin[6], y Solzhenitsyn, que sostiene que la represión alcanzó a 110 millones de personas, aún continua. Tampoco nadie sabía en tiempos de Martínez de León que quienes auparon a Lenin hasta posiciones de liderazgo fueron alemanes con fines estratégicos y políticos interesados por alentar una revolución popular en Moscú[7], y pocos son los que conocen que la verdadera revolución rusa fue iniciada por mujeres trabajadoras de Petrogrado (luego Leningrado, hoy San Petersburgo) el día 8 de marzo de 1917, el Día de la Mujer Trabajadora (fue el 23 de febrero según el calendario gregoriano), arrastrando a otros trabajadores y a masas campesinas a protestas multitudinarias que lograron la abdicación del zar. El Gobierno Provisional resultado de esa revolución, liderado por el endeble y poco avispado Alexandr Kérenski, mantuvo la posición existente de enfrentamiento bélico contra la Triple Alianza en la I Guerra Mundial, lo que aumentó el descontento del pueblo. Y tampoco se sabía en 1935 que la Revolución de Octubre pudo no haber estallado de no haber intervenido el Gobierno de Kérenski dos diarios bolcheviques con intención de suprimirlos el día antes (Wade, 2017: 233). Luego, cabe aclarar que la madrugada del 25 de octubre (7 de noviembre en su calendario) lo que tuvo lugar fue una sublevación contra el Gobierno Provisional sin heroísmos y sin resistencia, gracias a la astucia de León Trotski, pero no sucedió la heroica gesta rodada luego por Serguéi Eisenstein. Y no podemos olvidar que la guerra civil de 1919 a 1921 sirvió casualmente a Lenin para recuperar los territorios cedidos a Alemania en la mesa de Brest en 1918. Ni, finalmente, que la Nueva Política Económica (o NEP) impuesta en 1921 sería seguida en 1928 por una industrialización masiva que permitiría la recuperación de la economía de la URSS al ritmo capitalista. Toda una perversión del punto de partida…
José Saborido daba en la clave hace una década al afirmar que el derrumbe de las experiencias del socialismo real que llegaron con el fin de la Guerra Fría llevaron a la opinión pública hacia posiciones condenatorias o al menos dispuestas a dejar atrás el halo romántico que había impedido contemplar los crímenes del comunismo con objetividad. A trabajos de revisión de la bullente vida de los soviéticos como los de E. Acton, V. Brovkin, B. E. Clements, R. W. Davies, R. Service, E. Traverso, entre otros, se refiere Saborido (2003: 1.094-1.095). Los investigadores posmodernistas han contribuido a establecer una revisión equilibrada dentro de esa guerra estadística sobre los muertos, con varios apuntes importantes, como por ejemplo que las revoluciones allí vividas no fueron solamente las impulsadas por la desesperación de los obreros y la astucia política de los bolcheviques, también tuvieron gran peso los discursos articulados para conformar un lenguaje convincente, un relato que generó esperanza y arrastró a las masas hacia un proyecto común[8]. Recientemente se ha demostrado que la visión de un hecho histórico, la que tiene la gente común y también gran parte de los investigadores, depende del clima de opinión y la base de conocimientos más extendidos a lo largo de cierto periodo. Como si sufriesen “oleadas de opinión” que afectan al rigor investigador. Así, recientemente se ha demostrado que en los años noventa aún se creía que la situación de los trabajadores fue un factor determinante para el estallido de la Revolución Rusa mientras que tuvo mucho menos peso la propia debilidad del Gobierno Provisional ante el pueblo y frente a sus conspiradores enemigos, mientras que hoy, en 2017, ambas percepciones van parejas y tienen similar credibilidad (Koval, 2017: 18).
Oselito entre trincheras
La Revolución rusa tuvo un efecto salvífico en las tres décadas siguientes, alcanzando los años cincuenta. Abrió una ventana al optimismo para todo el mundo, tanto el oriental como el occidental, por lo que significaba de promesa de mudar un régimen de servidumbre por otro de libertades que hasta entonces se había intuido siempre como utópico. La liberación del último bastión de la nobleza, de las ataduras de la religión, incluso la relajación moral de las costumbres, ya parecía posible. Martínez de León y muchos de los españoles con ideología de izquierdas concibieron esa posibilidad teórica sin saber que los postulados ideales marxistas y el crudo realismo estalinista estaban separados por un abismo de tiranía. Es cierto que el libro de 1935 Oselito en Rusia no fue un panfleto político, pero en sus páginas Martínez de León cantaba alabanzas de los soviéticos dejando entrever solo algunas fallas del régimen estalinista. Luego, con el estallido de la Guerra Civil, tomó partido claramente por el bando republicano, codeándose con el comunismo. El dibujante de Coria no emitía consignas directas, eso sí, basando su humor en la naturalidad de su personaje Oselito, aquí identificado como miliciano pero sin uniforme. Por ejemplo, en una de sus tiras (La Voz, 28-VII-1936) Oselito cambia la firma de “Las derechas” por la firma “El Pueblo” en una pintada hecha por los sublevados en un muro que reza: «CONTRA LA REVOLUCIÓN Y SUS CÓMPLICES». En otra tira para el mismo diario (24-IX-1936) Oselito anima a un amigo de raza calé a ir «¡Ar frente!» jugando antes con la neutralidad del gitano que con el deseo de desdeñar a los militares fascistas: el gitano opta por ir a luchar exclusivamente cuando supo por boca de Oselito en qué bando luchaba la Guardia Civil...
Tras concluir el reportaje aventurero de Oselito en tierras soviéticas, Martínez de León siguió entregando su tira humorística al periódico La Voz con la frecuencia acostumbrada durante 1936, al mismo tiempo que colaboraba con otras empresas y cabeceras (por ejemplo, Abc, Ahora o La Libertad). Tras el estallido de la Guerra Civil, la serie protagonizada por Oselito adquirió el título de Oselito, miliciano, en un gesto claro de querer sumarse a la población civil dispuesta a rechazar la sublevación militar. No obstante, su personaje siguió siendo el mismo descarado viandante de fortuna, vago, pesetero, hedonista y simpático, y continuó ejercitando el humor costumbrista habitual, sin tocar ni armas ni asuntos políticos, con la salvedad de alguna arenga (tira de 24 de septiembre citada) o alguna declaración de principios (tira de 23-X-1936). La labor del dibujante en el diario fue espaciándose, y en 1937 apenas publicó en este diario, dejando las labores de sátira al otro gran humorista de La Voz: Echea. Fue llamativa la publicación de una columna del autor en febrero de 1937 en la que mataba simbólicamente a su personaje. Llevó por título “Muerte temprana de Oselito” (La Voz, 14-II-1937), un texto surrealista en el que Martínez de León declara su muerte, acaso agobiado por el curso de la guerra.
Como sabemos, Oselito no murió. El autor sevillano lo rescató para la prensa de trinchera después de trasladarse a Jaén con su familia y alistarse para actuar durante la guerra como dibujante y redactor de los aparatos de propaganda republicanos por Andalucía, Extremadura y Valencia. Colaboró principalmente en los periódicos de trinchera Frente Sur, editado por el Comité Provincial de Jaén del Partido Comunista de España, y Frente Rojo, portavoz valenciano del Comité Central del PCE. En Frente Sur aparecieron tiras de Oselito exhibiendo el mismo tipo de humor, nada arisco ni belicoso, en bastantes casos. Mientras el autor que firmaba Alberto en el mismo periódico hacía dibujos en los que los milicianos avanzaban con sus armas pisando las figuras que representaban a la Iglesia, el Capital y el Ejército, Oselito, por el contrario, protagonizaba tiras humorísticas ambientadas en la Andalucía del sol y la picaresca. Por ejemplo: en “Cosas de locos”, tira publicada con ese título en Frente Sur el día 15 de abril de 1937, un chiflado ve a Oselito encaramado a una escalera para pintar una fachada y le dice que él se lleva la escalera y que se agarre a la brocha, con el consiguiente trompazo.
Con el recrudecimiento de la guerra tras la toma de Málaga, las Jornadas de Mayo y la batalla de Guadalajara, Martínez de León dio un viraje en su modo habitual de conducirse con el humor. Se volvió más crítico y más directo, lo cual puso de manifiesto en tiras en las que satirizaba a Franco y a sus aliados y también en textos periodísticos, desde los que denunció la aniquilación de España que pretendían los militares sublevados. Él fue el autor de una columna publicada en Frente Sur, con el título “Oselito en el Frente Sur” y bajo el seudónimo Oselito, que así rezaba:
Ellos se paresen a los perros de Maquedano, Maquedano es un popular sombrerero de Sevilla —ahora que nadie lleva sombrero; puede hasérsele la propaganda grati—, cuya muestra en calle Sierpes está representá por unos perros que clavaos sus dientes en un sombrero de la casa, tiran furiosamente de él cada uno pa un lao. Con este carté queda demostrada la fortalesa del fieltro y a mí me vienen como anillo ar deo porque rearmente así veo yo las trifurcas de enfrente. Un perro asemeja a un alemán tirando pa Alemania; otro un italiano tirando pa Italia; er de más allá un portugué jalando pa su tierra, y el sombrero España a punto de dividirse en jirones (20-V-1937).
A partir de entonces realizó dibujos propagandísticos para hojas volanderas y carteles antifascistas, ilustró el portafolio impreso con motivo del II Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas 12 Dibujos (Ediciones Solidaridad, Madrid, 1937) e ilustró libros de poesía con proclamas antifascistas, como Héroes del Sur, de Pedro Garfias (Nuestro Pueblo, Madrid / Barcelona, 1938). Todo lo último lo produjo en Valencia, ciudad a la que fue siendo empujado por el avance de las tropas de Franco al lado de Garfias y otros autores, entre ellos Miguel Hernández o Luis Cernuda (Soria Medina, 1992: 131-132). En sus últimas colaboraciones para Frente Rojo, Martínez de León reveló una abierta saña contra los rebeldes, algo inédito hasta entonces en su producción. Se vieron tiras suyas allí protagonizadas por Oselito, Franco, Mussolini y otros elementos implicados en la contienda, hasta bien entrado el año 1938 según hemos podido saber por Díaz-Plaja (1980). Martínez de León vería bastantes de esas tiras recogidas en un libro, Oselito, extranjero en su tierra, editado pobremente en Levante y anunciado como una compilación de «Las mejores historietas de guerra hechas hasta hoy» (La Libertad, 18-X-1938).
El autor sevillano regresó al Madrid ocupado tras ser tomada Valencia en 1939. Un acto temerario teniendo en cuenta el tratamiento que había hecho de la figura de Franco en Héroes del Sur, en 12 dibujos o en Frente Rojo. Los nacionales le estaban esperando en su domicilio madrileño y fue ingresado en prisión a finales de 1939. Gracias a la actuación de su abogado, Ramón Revuelta, así como la movilización de intelectuales y también del conocido falangista Sancho Dávila y Fernández de Celis (quien fuera organizador de Falange Española en Sevilla), se logró una demora en la sentencia (prevista de muerte), que lo mantuvo en prisión dos años. Finalmente, la sentencia inicial fue modificada por una condena de treinta años y un día de internamiento en prisión, que se hizo firme en 1942. En 1945, con ocasión de un indulto concedido por Navidad a los condenados por delitos sin sangre, Martínez de León salió de prisión.
Tras pasar los años cuarenta alejado del humorismo (siguió trabajando en sus pinturas, en cartelería y dibujo de barajas), Martínez de León volvería al humor en los años cincuenta. Se reeditó Los amigos del toro, y el de Coria volvió a hacer humor satírico desde 1955 en el suplemento humorístico del diario España, de Tánger, que coordinaba Antonio Mingote bajo el título Don José. Allí se codeó con los grandes nombres del humorismo de posguerra y se atrevió a satirizar a las fuerzas del orden en su serie, titulada Humor andaluz, que mantuvo casi sin interrupción hasta el número 67. Luego, su labor humorística se centró en los temas deportivo y taurino, destinando tiras para Abc en los años cincuenta y sesenta, aunque cada vez con menos frecuencia, incrementando en cambio su labor como ilustrador y pintor de lances taurinos y escenas feriantes en publicaciones como Ferias de España y Sevilla íntima, o revistas como Novedades, Fiesta y El Ruedo
Oselito quedó ligado al imaginario popular, pero no como un detractor del fascismo o un defensor a ultranza del comunismo, sino como un catalizador de la alegría que emanaba del costumbrismo, de los toros o del fútbol. Su regreso en 1958 como presentador de la historia del equipo Real Betis Balompié con motivo del quincuagésimo aniversario del club fue muy bien acogida por el público. Fue tras este encargo cuando Martínez de León dejó de dibujar viñetas. Había comenzado con Oselito y con el mismo personaje murió su labor humorística, si exceptuamos algunos dibujos cómicos posteriores aparecidos en España Semanal y alguna otra publicación local sevillana. Andrés Martínez de León falleció en Madrid en mayo de 1978.
En los miles de viñetas que nos legó Andrés Martínez de León hallamos un completo ofertorio de momentos y rincones sevillanos, un catálogo de las gracias andaluzas, un manifiesto apego por las costumbres populares, un abrazo de las promesas comunistas, un fiero rechazo a la implantación de los fascismos, una denuncia solapada de las insuficiencias e injusticias de la posguerra y, por último, una celebración de los toros y el fútbol como reductos para la evasión de un pueblo subordinado por la dictadura. Su visión de la revolución bolchevique que llevó a la fundación del régimen estalinista en la URSS fue amable y distanciada, por más que él mismo se personó en el país soviético y recorrió sus ciudades y conoció sus carencias. La ideología inflamada de los años previos a la Guerra Civil y la escasa información que manejaban los españoles en aquel momento contribuyeron a construir un relato ilusionante de la sociedad comunista consecuencia de la Revolución de Octubre, que sirvió para entretener a la población española de 1936 en un momento de máxima tensión política en España, así como para alimentar su ilusión en un mañana más libre y más justo.
BIBLIOGRAFÍA
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[1] Extraído de “Un ‘self made man’ que triunfó en su tierra. El padre de ‘Oselito’, Andrés Martínez de León, expone en Madrid y habla sobre su infancia”, artículo de J. Durán Suárez en Abc de Sevilla, 4-II-1968.
[2] Según relataba E. Sanchís en “El Cronómetro, de la generación de la cuerda a la del cuarzo”, en Abc de Sevilla, 27-X-1986.
[3] Este proyecto se comenta en los artículos “En la C. I. A. P. Semana Martínez de León” y “Martínez de León a Madrid”, El Liberal, 8-V-1932.
[4] Sobre la eficacia de la maquinaria propagandística soviética y la ingeniería social orientada a la persuasión de las masas nacionales y de los medios internacionales léanse libros como: Creando la realidad, de M. Antonia Paz y Julio Montero (Ariel, 1999); los de Peter Kenez The Birth of the Propaganda State y Cinema and Soviet Society (de 1985 y 1992, respectivamente, no traducidos al español), o el excelente análisis de Frank Westerman Ingenieros del alma (Siruela, 2005).
[5] Sobre la represión de los bolcheviques leninistas por parte de Stalin, consúltese: Comunistas contra Stalin: masacre de una generación, de Pierre Broué (Sepha, 2008). Para obtener una panorámica general con perspectiva historiográfica firmemente convencida del “terror rojo”, son recomendables: el clásico texto que expone un brutal balance de mortandad de Alexandr Solzhenitsin Archipiélago Gulag, 1918-1956 (primera edición de 1974, con edición revisada en 1980; la más actual es la de Tusquets, de 2015); el docto tratado de Richard Pipes La Revolución Rusa (Debate, 1990, con reedición reciente, en 2016); el prolijo análisis de la revolución desde un punto de vista económico en el tomo tercero de Los enemigos del comercio, de Antonio Escohotado (Espasa Calpe, 2016), entre otros muchos posibles de consultar.
[6] Su libro de 2014 Сталин и народ. Почему не было восстания (Stalin y la gente. ¿Por qué no hubo insurrección?) aún no ha sido traducido al español.
[7] Sobre el germen de la revolución y las ayudas de los Estados europeos a Lenin es imprescindible leer el trabajo de Catherine Merridale El tren de Lenin (Crítica, 2017).
[8] Esta reflexión, que ha sido ampliamente documentada durante el final de siglo, tiene un referente en la obra de Svetlana Aleksiévich, por ejemplo en El fin del “Homo sovieticus” (Acantilado, 2017). Otros textos que apuntan la necesidad de este credo revolucionario hoy son: El siglo de la revolución, de Josep Fontana (Crítica, 2017), aunque se fía de fuentes abiertamente anticomunistas; El gran miedo, de James Harris (Crítica, 2017), que lima la responsabilidad de Stalin en las purgas, al igual que hizo Sheila Fitzpatrick trazando una mirada más crítica hacia la maquinaria política soviética de entreguerras con El equipo de Stalin (Crítica, 2016), y por supuesto es muy recomendable, por su tratamiento sociológico del tema, el libro de Rex A. Wade 1917. La Revolución Rusa (La Esfera, 2017). También están los que proponen un análisis mesurado y equilibrado del estalinismo, entre lo positivo y lo negativo, como Lewis Siegelbaum y Andrei Sokolov hacen en su libro Stalinism as a Way of Life, de 2000. Y, finalmente, están los libros de los apologetas de la Unión Soviética, como Grover Furr (su libro Kruschev mintió fue traducido en 1970 por Vadell pero es difícil de encontrar hoy), o de Stalin, como Domenico Losurdo (su libro Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra fue editado por El Viejo Topo en 2011).