MAESE ESPADA. UN TEBEO HISTÓRICO
Los aventureros con espada siempre han disfrutado de un mimo especial por parte de los artistas de cómic, tal vez porque su arma nos retrotrae a tiempos más salvajes en los que la guerra, no obstante, era mucho más civilizada. Y es que quien lucha con espada lo hace mirando a los ojos a su enemigo, dependiendo solamente de su habilidad, astucia y de la fortaleza que, al menos en las viñetas, otorgan las causas justas.
La historia del cómic ha dado innumerables ejemplos de escritores y artistas que han llevado este tipo de aventuras a nuevas cotas de emoción, épica y belleza visual. Ahí tenemos como ejemplos a Hal Foster con su Príncipe Valiente, al sin par Capitán Trueno que firmara Victor Mora, a Roy Thomas recuperando a un cruzado modero llamado Caballero Negro, por no hablar de los trazos impecables de un Conan dibujado por genios como Smith, Buscema y Kane…
Sin embargo, cuando confeccionamos nuestra lista de espadachines, a casi todos se nos olvida citar a Maese Espada, unas veces porque se nos pasa su evidente valor, otras porque directamente no conocemos ni la obra ni al artista. Y es que Adolfo Usero, que es un dibujante excepcional, con un dominio envidiable de la figura humana y una tremenda capacidad para construir escenarios y mover por ellos a sus personajes, ha sido hasta hace poco un auténtico desconocido entre los aficionados a la historieta. Posiblemente esto se deba, como bien señala Antonio Martín en su prólogo para la edición de Glénat de esta serie (que recuperaba los episodios publicados en Rambla desde 1982 y la cerraba sacndo a la luz los que habían quedado inéditos entonces), a que el veterano dibujante no ha desarrollado una obra propia como sí hicieron contemporáneos suyos como Carlos Giménez, contentándose con dar vida (con gran maestría, eso sí) a los mediocres guiones que las agencias le enviaban.
Leer Maese Espada resulta, por lo tanto, un placer doble. Es leer una excelente historia de aventuras, pero también es descubrir una perla escondida, un Usero que nos demuestra que tiene mucho que contarnos, y además lo hace muy bien. Estas son, a mi parecer, las cinco claves de este magnífico relato:
1) La trama que se nos dibuja es simple, pero al mismo tiempo permite infinidad de giros, cada cual más trepidante que el anterior. La historia comienza en las últimas décadas del siglo XV, con un joven culto llamado Martín Monforte que presencia el asesinato del contador real y judío converso Samuel Aben Ezra a manos de su ayudante, el ambicioso y despiadado Fabián. Antes de pasar a mejor vida, el moribundo pide a nuestro héroe que encuentre a su hija, Sara, y la ponga a salvo. A partir de ese momento las aventuras se suceden: Martín huirá de la justicia y acabará en el sitiado Reino de Granada, donde recibirá el sobrenombre de Maese Espada; dejará tras de sí un amor imposible y luchará por recuperar a la hermosa Sara y a otras damiselas en apuros, batirá sus armas con corruptos funcionarios reales y terribles inquisidores, pero siempre a favor de la justicia.
2) Los personajes beben de dos fuentes, en primer lugar de la literatura de caballería, de donde surgen las tramas de jóvenes necesitadas de rescate y ese afán de Maese Espada de luchar por la justicia y las causas nobles; pero también hay una clara inspiración en el cómic de aventuras. Ahora bien, esta obra nada tiene que ver con Conan ni su legión de imitadores, por aquellos años (principios de los 80) tan de moda, sino más bien con el Capitán Trueno, teniendo a su lado incluso un fortachón algo pasado de rosca, el granadino Caín, tremendo luchador que no tiene medida a la hora de beber. También posee un puñado de amores eternos, entre los que destacan la princesa nazarí Yasmina y la propia hija del difunto Samuel. La ausencia de un personaje cómico y juvenil posiblemente nada tenga que ver con un descuido del autor, sino por un cambio en las modas de la época, por lo que Usero supuso muy acertadamente que ni los lectores se identificarían con un personaje juvenil, ni era preciso un secundario cómico.
3) El contexto histórico, pues el autor no se limita a situar las aventuras en un pasado inventado, sino que recrea con gran habilidad un mundo que brilla ante el Renacimiento (encarnado en Maese Espada, humanista por mentalidad y educación) pero que sigue poblado por las sombras de la superstición y la intolerancia (la corrupción, el fanatismo inquisitorial, el odio hacia los judíos, etc.). Los autos de fe, la aparición de los Reyes Católicos, la reproducción de los ropajes e incluso una forma de hablar arcaica y al mismo tiempo fácil de entender para el lector se conjugan, creando una auténtica novela histórica que bien podría emplearse en la enseñanza. Incluso cuando aparecen elementos mágicos, Usero juega a confundirnos y deja abierta la puerta para las ilusiones y el hipnotismo, una maniobra que ya usara Foster de manera magistral en su Príncipe Valiente.
4) El dibujo hermoso y vivo que llena las viñetas, pero que no sólo reconstruye el pasado a modo de cuadro, sino que también le da forma y movimiento. Los escenarios de Usero se convierten en parte más de la trama, y sus decorados pueden considerarse auténticos secundarios, pues tienen su utilidad en todo momento. También las expresiones de los personajes, sus gestos, las escenas de combate… todo se une para crear unas viñetas de enorme belleza que te incitan a repasar cada página una vez terminada la lectura.
5) Por último, una narración excelente que hiela la sangre. Momentos como el ajusticiamiento del carcelero que había violado a una doncella poseen una fuerza tremenda y, sin necesidad de mostrar sangre ni vísceras, son una auténtica catarsis para el lector, que rápidamente se introduce en la piel del personaje y comparte su ira, su miedo y sus ansias de justicia.
Así, al dominio de los pinceles y de la técnica narrativa que da el haber dedicado toda una vida al oficio de la ilustración, hemos de sumar su conocimiento de los clásicos. Un conocimiento que no le lleva a repetir viejas fórmulas, cosa que sería muy fácil e incluso quedaría bien debido a su maestría con el lápiz, sino todo lo contrario, le lleva a rescatar aquello que lo debió cautivar en su juventud (el héroe espadachín, el forzudo bonachón, los villanos malvados y las novias hermosas e idílicas), pero contado no para el lector de los años 50 o 60, sino para el de los años 80.
Y es que en aquellas décadas la sociedad había cambiado, y los cómics también. El pasado medieval, manipulado a su antojo por la dictadura que acababa de terminar, ya no podía observaba complacientemente como un lugar brillante y ejemplar, sino como una época cruel e intolerante que no podíamos permitir que se repitiera. Un pasado remoto no muy lejano al pasado reciente, un lugar donde los débiles y los que no se amoldaban al sistema sufrían la cárcel, la tortura y la represión, con el beneplácito de las instituciones políticas y religiosas. Un pasado donde los hombres justos tenían que luchar por su vida, porque la mezquindad y la mediocridad reinaban por doquier. Y es que bien mirado, Usero no sólo contó una historia adulta cargada de aventura, sino que nos legó a un héroe cuyos deseos de justicia y libertad podíamos y podemos entender, porque en el fondo eran los mismos que sentía el lector de aquellos años 80 y, posiblemente, también los del lector actual.