LOS TRAZOS SALVAJES DE RICARDO FUENTEALBA
MARCO ESPERIDIÓN

Title:
The wild strokes of Ricardo Fuentealba
Resumen / Abstract:
Autor fundamental de la historieta contracultural de fines de los años ochenta, la obra de Ricardo Fuentealba, de gran carga simbólica, expresiva y plástica, vuelve a circular por las librerías chilenas. Su libro Fuentealba 1973, en el que relata dolorosos episodios del golpe militar, demuestra la vigencia y fuerza de su trabajo. / Fundamental author of the underground comic book of the late 80s, the work of Ricardo Fuentealba, of great symbolic, expressive and plastic charge, returns to circulate in Chilean bookstores. His book Fuentealba 1973, in which he recounts painful episodes of the coup d'État, demonstrates the validity and strength of his work.
Palabras clave / Keywords:
Ricardo Fuentealba, Historieta chilena, Experimentación, Contracultura, Dictadura militar en Chile/ Ricardo Fuentealba, Chilean Comics, Experimentation, Counterculture, Dictadura militar en Chile

LOS TRAZOS SALVAJES DE RICARDO FUENTEALBA

 

¿Por qué referirnos a la obra de Ricardo Fuentealba Rivera con este título? Pues porque de una u otra forma se trata sobre cómo se realiza o se llega a desarrollar una producción artística, en este caso particular de cómic o narración gráfica. Tal como en la novela Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, en que se describe el constante deambular de aspirantes a poetas que no cuentan con un espacio en el que mostrar su talento y la forma en que uno de sus integrantes es víctima del extravío, quien a pesar de tener el talento y el empuje necesario, tuvo que lidiar con la desafección de las sociedades latinoamericanas por la creación, la cultura y por sobre todo con el arte; Fuentealba lidia con ese lugar común de nuestras sociedades y con otro más horrible, las dictaduras.

Precisamente, la dictadura militar chilena es el eje principal de su más reciente libro Fuentealba 1973, publicado por Pehuén Editores, donde recrea a través de una serie de poderosos relatos gráficos la opresión y violencia de una época brutal. Con formación pictórica y autor reconocido principalmente por su trabajo en publicaciones contraculturales de fines de los años ochenta, en el último tiempo su obra está siendo nuevamente puesta en circulación gracias a libros como El conde de Matucana (Tajamar Ediciones, 2016), recopilación de uno de sus más emblemáticos personajes.

En el libro Fuentealba 1973 nos demuestra su madurez, aquella forma de realización gráfica en que siempre destacó y que convirtió en su marca personal. Su trabajo con los soportes, en este caso el papel, que cual mortaja es intervenida con “salvajes trazos”; así es, “salvajes”, pero no desmañados ni improvisados, denotan el largo proceso de trabajo, virtuosismo y conocimiento de la materialidad milenaria de la tinta china (entre otros sustratos). La puesta en escena de la página contribuye a crear ese efecto claustrofóbico del tiempo narrado, aludido, rememorado; esas manchas que cierran toda posibilidad a la doble lectura y que se mezclan desde la materialidad sutil de las aguadas hasta la filigrana del trazo y el achurado urgente.

Ricardo Fuentealba, para quienes no lo sepan, fue un chico brillante de esos que aterran a sus padres. No existe quien no sienta incertidumbre respecto al futuro de sus vástagos; sensación que se acrecienta cuando el niño demuestra poseer talento y hace gala de sus condiciones. Rebelde, huyó de casa a corta edad y realizó otras proezas de la misma índole siempre manteniendo su actitud de eterno buscador e inquieto permanente a quien le perturba la molicie y lenidad del estado de las cosas u status quo en el que le toca vivir. De este modo intenta dar cauce a su talento como realizador visual, para lo que estudia con connotados artistas de las bellas artes de nuestro país, donde se dota de un vasto repertorio artístico.

Durante la década de los años sesenta del siglo XX se desempeña como artista comercial en las áreas de diseño y dibujo publicitario, lo que le permite solventarse económicamente para iniciar una familia, asunto que no le impedirá participar en talleres y tertulias en las cuales, ya sea por filiación o reprobación, el gran tema es la revolución cubana, tópico imperante en Latinoamérica desde fines de los cincuenta que produjo una constante sensación de inquietud en Chile.

Chile había sido desde principios del siglo XX una república medianamente democrática donde triunfó el único frente popular del mundo que no terminó ahogado en sangre como los de España y Francia, cuestión que posibilitó la inclusión de diversos sectores sociales. Fuentealba, en este sentido, fue un baby boomer producto de más de veinte años de “progresismo”, los cuales no estuvieron exentos de momentos de histeria anticomunista. Es así que con la confianza en que el “centenario sistema republicano” continuaría funcionando, participa del proceso que llevará al surgimiento del “hombre nuevo” colaborando en la creación del sindicato de la empresa de publicidad en que trabajaba, asumiendo un papel directivo. Este y muchos otros procesos llevaron a la Unidad Popular, liderada por Salvador Allende, a alcanzar el poder. Más tarde se sumarán al movimiento sindical de unificación por rubro de la hasta entonces ex Empresa Editorial Zig-Zag, la cual posteriormente se convertiría en la nueva empresa editorial nacional Quimantú [1] .

Conviene aclarar en este punto que Fuentealba no es un individuo que se deje llevar por el fervor político. Muy por el contrario, se caracteriza por poseer una actitud más bien tranquila y reposada, pero siempre con claras convicciones sobre “el estado de los asuntos públicos”.

Otra forma de referirnos a Fuentealba es describiéndolo mediante sus imágenes o tópicos. Por ejemplo, hasta aquella época habíamos estado viviendo como lo planteaba Robot, un título de historietas de la editorial Zig-Zag. Esta publicación de ciencia ficción reflexionaba sobre el futuro a través de metáforas y alegorías con finales usualmente sombríos y en otras ocasiones con un moderado optimismo. Posteriormente, en 1973, todo esto saltó por los aires. Después del golpe militar llegó el reino del siniestro Dr. Mortis, una popular publicación de historietas con narraciones de horror que no dejaban fuera el morbo con explícitas escenas de desmembramientos e incluían una entidad siniestra que procuraba dominar el mundo y arrastrarlo hacia una época lóbrega, sin escape.

Durante las casi dos décadas que duró la dictadura, el país se transformó en un lugar tenebroso, en especial para aquellos cuyo trabajo y obra consistía en expresarse. A esto se suma el repertorio clásico de las dictaduras: ejecuciones sumarias, persecución, prohibiciones y todo tipo de vejámenes a la población. Fuentealba fue arrojado a la cesantía permanente, durante dos décadas solo contó con trabajos ocasionales, desprovisto de toda seguridad social formal. Además de la persecución física estaba la política. En esta modalidad circulaban listas con los nombres de las personas que no debían ser contratadas bajo ninguna circunstancia o de lo contrario los empleadores deberían atenerse a las consecuencias. A lo anterior se debe agregar el “negacionismo impuesto”; esto consistía en negar todo aporte realizado socialmente, aquello era la muerte en vida, pues estaba totalmente prohibido referirse a ese pasado de desorden en cualquier circunstancia, y además estaba ese sutil lenguaje castrense para referirse a quienes no compartían su ideario: antipatriotas, auquénidos metamorfoseados, traidores, vendepatrias, humanoides, etc.

Como expresión de lo anterior y del proceso de “ostracismo” al que fue sometido, sumado además al carácter obsesivo propio de todo realizador visual, Fuentealba se encierra en sí mismo, convirtiendo, a través de un vigoroso proceso de registro, sus experiencias en temas que representan el clima de severa represión existente. En 1983, después de superar la cesantía crónica, la persecución, el ostracismo y el desprecio, reorganiza su vida encontrando en los Talleres 619 [2] , un espacio donde la vida y la cultura resistían, un lugar donde todos aquellos a los que les estaba prohibido manifestarse podían juntarse a intercambiar experiencias y propuestas: la dictadura no duraría para siempre. Los talleres fueron una forma de encarar y resistir las prohibiciones y la intervención militar en las universidades e institutos; lugar donde debían, por su naturaleza y especificidad, desarrollarse actividades como estas; por lo que frente a aquella imposibilidad es que en estos espacios alternativos se manifiesta la creatividad por entonces prohibida. La pregunta es entonces ¿por qué la creación bulle en estos lugares alternativos? Es porque la creatividad, en vez de asumir un prolongado stand by o esperar tiempos mejores, simplemente se manifiesta; porque la pulsión por crear, por modificar, no puede ser manipulada al antojo del “poder de turno”, cada generación reclama su momento y su espacio, por lo que el tiempo vital no puede ser alterado por el interés político. Es en este sentido que Fuentealba converge con las generaciones que en aquel 1983 sienten que su momento ha llegado. En su caso particular pertenece a una generación que fue pisoteada, que había sido pospuesta, avasallada e ignorada, pero atiende al llamado interno, a ese impulso que no puede refrenarse, y se une a “las fieras”, jóvenes llenos de entusiasmo y con el coraje para luchar por el tiempo que les pertenece. Es por esto el título dado a estas líneas, los trazos de los jóvenes realizadores gráficos, así como también sus argumentos, son “salvajes”. No podía ser de otra forma.

Entre 1983 y 1990, los jóvenes, los creadores, llevaron a cabo una auténtica rebelión contra el sistema que sojuzgaba al país; esto fue el resultado de lo expresado anteriormente, al menos en el tema que toca a este libro que reseñamos. El surgimiento o convergencia entre los narradores gráficos, tanto dentro como fuera del país, dio paso a un cambio de contexto, que daría fin a una época en la cual la producción y la realización eran adocenadas y acomodaticias, relegando el género al papel de un entretenimiento sucedáneo o de “sustitución de importaciones”.

Jodorowsky brillaba en el firmamento de la narración gráfica, su momento había llegado, las industrias nacionales sustituidoras de producción dejaban de existir abriendo el futuro de estas realizaciones a todo tipo de incógnitas. Así fue como surgieron señeras publicaciones de impresión limitada [3] , dadas las condiciones económicas imperantes. Publicaciones desde las que se realizaron valiosas propuestas, donde a autores como Fuentealba se les permitió articular un discurso creativo extendiendo el abánico de tópicos o temas hasta el infinito, democratizando y otorgándole variedad al espacio de la narración gráfica. Por otro lado, también es cierto que posteriormente todo fue desechado: la creación, las ansias por difundir lo realizado y la pulsión por expandir las posibilidades creativas, llevarían a una nueva y vastísima “terra incógnita” difícilmente cartografiable. Chile parecía un colofón surgido de los textos del recientemente fallecido Alvin Toffler y su trabajo más reconocido, El shock del futuro: por fin el presente y el futuro convergían, y Fuentealba, con sus trazos salvajes, se convertía en uno de sus destacados realizadores. Una fuerza que en nada ha mermado durante las últimas décadas y que vuelve a demostrar en su más reciente libro.

 

NOTAS


[1] A comienzos de la década de los años setenta, Editorial Zig-Zag, la más importante empresa del rubro del país en aquel momento, enfrentó un conflicto con sus trabajadores. Hacia diciembre de aquel año, los trabajadores de la empresa acordaron un paro de actividades con el objetivo de que esta fuera integrada al área social de empresas del Estado. El 12 de febrero de 1971 se firmó el acta de compra de todos los activos de la editorial Zig-Zag por parte del Gobierno de la Unidad Popular. Ese día comenzó la historia de la Editora Nacional Quimantú. SIC, Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile, Editora Nacional Quimantú, 2016.

[2] Los Talleres 619, número del edificio ubicado en calle Monjitas en Santiago de Chile, albergaron una serie de actividades donde destacaron numerosos talleres impartidos por artistas. La modalidad de impartir talleres los eximía de tener que estar sometidos administrativamente y directamente a los dictados del Gobierno militar y era una forma de hacer frente a la cesantía de muchos artistas y creadores que estaban “prohibidos” de ejercer en instituciones de educación. El pintor y dibujante René Poblete Urquieta abrió este espacio en 1983, a su retorno a Chile. El lugar funcionó por aproximadamente veinte años. Fuente: artista visual y docente Rene Poblete Urquieta.

[3] Publicaciones autogestionadas, no pertenecientes a conglomerados de medios o de otro tipo, la cantidad de ejemplares impresos variaba entre 200 y 5.000 unidades, que por lo general no pasaban del segundo número. Aparecían cuando había dinero para imprimir otro número, otras recibían ayuda de ONGs o directamente eran proyectos de estas. Algunos títulos fueron La Castaña, Ariete, Sudaca + Turbio, Gnomon, Beso Negro, Matucana, Ácido, Trauko, Bandido, Kritika, Canelo de Nos, Enfoque, Noreste, Pájaro de Cuentas, El Catalejo, La Peste , etc.

Creación de la ficha (2018): Félix López
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Marco Esperidión (2018): "Los trazos salvajes de Ricardo Fuentealba", en Tebeosfera, tercera época, 8 (23-IX-2018). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/los_trazos_salvajes_de_ricardo_fuentealba.html