LOS TEBEOS AUDIOVISUALES DE ESTHER GILI
ÁLEX ROMERO

Ayer mismo nos contaba Esther Gili (a todos los que seguimos Tebeosfera, claro) que el cómic es para ella algo puro, que hace solo cuando le apetece y para disfrutar.

Si es cierto, y a la vista de su personalísima trayectoria no tenemos motivos para creer lo contrario, cualquiera de sus historietas debería ser representativa de lo que quería hacer Esther Gili en aquel preciso momento.

A la espera de ese álbum totalmente a su gusto que no nos llega a prometer, cojamos, por ejemplo, estas dos historias de hace unos cuantos años.

Cubierta de los dos números de Monográficos Arruequen mencionados: "De camino" (izquierda) y "Matando el tiempo" (derecha).

¿Qué andaba buscando Gili por aquel entonces?

Tal vez sea casualidad, porque la selección ha sido estrictamente aleatoria, pero ya el primer vistazo superficial revela coincidencias interesantes, más allá del código genético del estilo de su autora.

Arranque de "100% Familia".

“100% Familia” arranca instalada en la normalidad cotidiana, con una estampa familiar sostenida en plano fijo a lo largo de tres viñetas de tamaño idéntico, que se rompe con un primer plano cuando Conchi (peluquera aficionada a los juegos de mesa, como sabremos después) anuncia a sus hijos que tiene buenas noticias.

A partir de ahí, y a vuelta de página, nos sumergimos en la televisión de forma casi literal, por medio de un doble zoom paralelo: el de la cámara del programa, que se aproxima a la sonrisa desencajada del presentador, y el de la propia historieta, que cierra el encuadre en torno a la pantalla del televisor.

Gili despliega todos los recursos con los que el realizador imprime movimiento a un espectáculo, el del programa concurso de preguntas y respuestas, esencialmente estático (y así ella se lo imprime a ese conjunto de imágenes yuxtapuestas y estáticas por definición que es su historieta). La panorámica que sobrevuela al público, las ráfagas cortas de primeros planos, el presentador superpuesto por encima de su propia viñeta, o apuntándonos con ambos índices a nosotros, espectadores de una pantalla de papel, mientras nos pregunta si estamos listos para el viaje.

Pero también se permite mostrarnos la trastienda del montaje, las cámaras que lo fabrican, los contraplanos de la ficción televisiva, como si su historieta fuera más real que aquella. Pese a todo, el efecto y su método no se anulan entre sí: como en Fraude de Welles, el ritmo se lleva por delante la distinción entre uno y otro hasta llegar a ese paroxismo, en la penúltima página, en el que una cartela gigantesca con la pregunta clave del concurso (“¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?”) congela el tiempo en el enigma.

Entramos en el espectáculo con un zoom...		... y salimos de él con un zoom inverso.

Con un doble zoom inverso al de la segunda página, salimos de la televisión dejando a Francisco (estadístico amante del fútbol) solo con sus dudas en patético plano medio dentro de un televisor que parece flotar en el vacío.

La recompensa, claro, está en la última viñeta, a toda página.

	Primera página de "Un cómic mudo".

Y si en “100% Familia” Gili daba órdenes desde la cabina del realizador televisivo, aquí las da altavoz mediante: los encuadres, la iluminación, incluso los filtros de la cámara (que seguramente nos escamotean las arrugas e imperfecciones del cutis de su protagonista en la encantadora viñeta sexta de la primera página) respetan escrupulosamente la ortodoxia del género en sucesiones de seis viñetas uniformes en su formato, aunque a veces se deje contaminar de expresionismo alemán cuando se trata de subir escarpadas escaleras de caracol o visitar las entrañas del reloj de la torre.

No parece casual que Gili haya puesto su talento al servicio de la creación audiovisual, dibujando storyboards o preciosistas antigüedades ficticias (¡otra vez tenemos que acordarnos de Fraude!) para películas como El laberinto del fauno o Alatriste.

La ortodoxa rejilla de seis viñetas...		... con toques de expresionismo alemán.

Se podría escribir largo y tendido sobre las bondades de su estilo (aunque caería en la tentación, tan poco imaginativa, de hablar de Sienkiewicz y McKean), sobre el tono luminoso y ajeno a toda ñoñería que impregna sus trabajos (¡qué fácil, y qué rancio, habría sido convertir “100% Familia” en la enésima parodia “subversiva” de los concursos pasados de rosca!). Sin embargo, lo que muestran estas dos historietas tempranas y realmente elegidas al azar, pese a que probablemente su autora hubiese preferido que nos entretuviéramos con algo más reciente, es una vocación de juego formal, de enriquecimiento del lenguaje, de búsqueda de nuevas formas para dar vida a esa sucesión de imágenes estáticas y yuxtapuestas a la que llamamos historieta.

Si dio con monedas de oro como estas cuando empezaba a tantear el terreno, imagínense los tesoros que desenterrará en la carrera que tiene por delante.