LOS RESCOLDOS DE LAS LEYENDAS |
Recobrar las historietas perdidas es una función obligatoria para nuestros editores, hoy más que nunca. Precisamente ahora que tanto hiere la industria, que es cuando todos pretenden huir hacia delante porque el rescate de la obra pasada “obstaculiza” a la obra nueva. Es errónea esta afirmación: una cultura que no valora a sus clásicos nunca podrá sostener lo nuevo, porque terminará sin asideros.
La Leyenda de las Cuatro Sombras es un rescate de un cómic del pasado. Se trata de una nueva edición de una serie antigua pero inédita en formato de libro hasta ahora en España. Como tal serie y con el mismo título fue ofrecida por entregas en revistas de historietas en su momento, allá por la mitad de los años ochenta. Gozó de relativo éxito en España dado que sus autores eran muy queridos por la afición, y de algo más en Italia y en Alemania, siendo éste el único país donde obtuvo una edición con formato libro (Im Zauberland der Schatten. Die macht der schwarzen umhänge, Beta: Comic-Art, 1987). Fue en su día una obra importante por varias razones añadidas. Primero, fue la última obra de larga extensión de Fernando Fernández, historietista y pintor que a partir de ahí se dedicó a producciones más breves o a la pintura; ergo, estamos ante su obra más madura, más allá de Zora, más allá de Drácula. Segundo: fue una de las series elegidas para el lanzamiento de Zona 84, y con ello reimpulsar la revista de historietas en España; así, dicho en sentido general, porque aquello no fue sólo la renovación de un título, se deseaba reconquistar un mercado a la mengua.
Pero es que además se trata de una historia interesante, digna de rescate.
LA SOMBRA DE BAUM
La Leyenda de las Cuatro Sombras es una fábula resuelta en viñetas que se adapta perfectamente a la moda de la llamada “historieta adulta”, que en España causó sensación en la década de los ochenta. Aquello fue un eufemismo, claro está, como eufemístico fue el barbarismo boom para designar un periodo industrial no de crecimiento y expansión, sino de efervescencia seguida por el desmoronamiento. Esta Leyenda de Carlos Trillo y Fernando Fernández tiene la estructura y se desarrolla como un cuento infantil, pero transcurre en ambientes tenebrosos y muestra las dosis justas de desnudez femenina que demandaba la población lectora de cómics de entonces. No por ello deja de ser un cuento maravilloso y sobre este esquema debe articularse su análisis como relato. Estamos en un mundo alternativo, retenido en la fantasía medieval recurrente de los cuentos de hadas. Sus protagonistas han sido extraídos de la tradición oral que luego fue plasmada en la fabulística: el Rey, el Juglar, los Guerreros, las Brujas, etc. Y sus dones y carencias son reflejo de las aflicciones humanas con la Muerte en último término, esperando. O eso parece. Porque la interpretación de los relatos básicos suele provocar discusión: que si arrastran leyendas de la antigüedad, que si son el reflejo de mitos, que si ya simbolizan el inconsciente colectivo, que si transportan significados más íntimos (algún tipo de complejo), etc. Esto no nos debe importar, lo relevante es que estas visiones fantásticas siguen operando como preservadoras de la conciencia del mundo real.
Por lo que se refiere a este relato de Cartos Trillo, excelentemente puesto en imágenes por Fernando Fernández, volvemos a paladear el misterio que se concita con cada cuento: ¿qué buscan los personajes; o bien, de qué carecen? ¿Qué simboliza cada ritual y cada objeto maravilloso que hallan en sus viajes? El reto para el lector se plantea desde el arranque, y ya resuenan desde las primeras páginas los ecos de los grandes ideales humanos: la libertad, vencer a la muerte, reafirmar la condición humana en esa necesidad constante que tenemos de conferir sentido al mundo. Ideas que, en el fondo, laten en todos los relatos. En esta obra, además, observamos un parecido sorprendente con un cuento clásico muy conocido por todos, el de Lyman Frank Baum The Wonderful Wizard of Oz. O la versión depurada que nos ha llegado de los 14 libros que él escribió (si bien hay decenas): una joven es transportada a un mundo fantástico en el que se enfrenta al mal mientras busca la esperanza en compañía de tres individuos con taras. Uno de ellos, un hombre león, perdió el valor; el sentimiento le falta al hombre de lata; el conocimiento, o el cerebro, a un espantapájaros. Los tres personajes de este libro carecen de cosas parecidas: un Rey busca la valentía que le permita recuperar su mando, un sacerdote anhela recobrar el sentimiento de fe para reconquistar a Dios, un bardo quiere que vuelvan las musas, la inspiración que le permita hacer poemas.
Obviamente, ni Trillo nos lleva por el camino de las baldosas amarillas, ni Fernández traza horizontes donde cascabelean los arco iris, por más que la “Dorothy” de este tebeo también anhela volver a casa. Esto es un tebeo de fantasía y horror más cercano a Dante y a Borges que al escritor estadounidense.
EL TIEMPO DE LAS HISTORIAS
Trillo parte de un argumento aparentemente sencillo, pero él y Fernández construyen otra historia, más densa, mucho más turbia, y que además invita a la reflexión. Por ejemplo, el corifeo de las brujas, tan shakesperiano él, no es un mero proemio, pues ellas y la novicia hechicera a la que van instruyendo en segundo plano participan de un modo significativo en la trama. El conductor del grupo, conocido como “el que corroe”, es una figura francamente inquietante, una suerte de ángel caído que busca tres dones perdidos no sabemos cuándo y que los usará no sabemos para qué. Y los otros personajes, “sombras” de lo que fueron, se enfrentan a sus temores y a sí mismos planteando al lector dudas sobre las que merece la pena detenerse: ¿Por qué se pierde la ilusión? Y… ¿para qué rechazar el autoengaño si nos hace felices?
Lo mejor de La Leyenda de las Cuatro Sombras es su capacidad para suscitar interrogantes. Es un cómic asequible pero con mayor densidad que las historietas coetáneas de su tiempo pese a que en su día pasó ligeramente desapercibido. Ya no duele reconocer como cierto, al hablar de aquellos cómics, lo que afirmaba el desaparecido Salvador Vázquez de Parga en aquellas mismas páginas de Zona 84: que el “cómic adulto” español de los primeros ochenta consistía en historietas infantiles eventualmente visitadas por mujeres desnudas. Brillante generalización que podría aplicarse a muchas de las series que devoraba el lector español de cómics de la década de la movida, obras que no conviene citar aquí por decoro. Fue como si Trillo y Fernández actuaran en sentido contrario al abordar este trabajo: muchos escribían un guión presuntamente maduro -pero elemental- que disfrazaban con la adultez del sexo y la violencia, pero estos dos autores, al contrario que la mayoría, iniciaron un aparente cuento infantil, visitado eventualmente por chicas desnudas, para narrar una historieta dirigida a los adultos. O a los cultos, que es el adjetivo que debería utilizarse.
Acertaron con el tono. Busque el lector lo que simboliza la obturación de los genitales, pregúntese por el dormido a la entrada de la ciudad, por el significado de “el que corroe”, o por la épica fingida o la preservación de la cruz de fuego... En esta historia hay algo más que dibujos preciosista o el eje argumental que la vertebra, hay ensambladas más metáforas de las habituales en los cómics “de Toutain”. Y además se puede efectuar una lectura contextual, es decir, un análisis de este relato dibujado en un marco de creación –también editorial y cultural- en el que las grandes historias veían temblar sus cimientos. Todo lo que la modernidad había renovado y reconstruido, se diluía lentamente en el légamo que hemos llamado mercado durante los años finales del siglo XX, el mismo mercado que hoy ha sometido hasta a los ideales y a los mitos.
La Leyenda de las Cuatro Sombras es, pues, una historia clásica, pero densa y cargada de significados cuyo abrupto final obedece precisamente a su calidad de obra de encargo que esperaba una continuación que nunca llegaría por “imposición de mercado”.
LA LUZ EN LAS SOMBRAS
Atinaron, los autores, también en la forma. Fernando Fernández, el creador gráfico de esta historia, recalaba en este guión de Trillo tras una trayectoria jalonada de éxitos plásticos. Es decir, la obra de Fernando6 (que así firmaba) no se detuvo en la epatante Zora y los hibernautas, ni alcanzó su clímax pictórico en Drácula. Fue esta serie, La Leyenda de las Cuatro Sombras, la que nos deja ver al Fernando Fernández más prometedor, un autor de historietas amigo del decorativismo pero capaz de enhebrar cuerpos con atmósferas de manera admirable cuando es embridado por un guión preciso que le obliga a reconducir el relato. Y aquí lo hace. Fernando parece ofrecer un equilibrio cromático chocante: los rosas para narrar la caída del rey, los rojos que rodean al poeta sin musa, los verdes testigos de la pérdida de fe del sacerdote, y todas las paletas funcionan narrativamente. Hay viñetas resueltas con acuarela que recuerdan lo mejor de cierta historieta argentina mayúscula o que anticipan historietas metafóricas futuras que serían muy loadas por cierta crítica. Fernández desdibuja cuando lo exigen los nexos narrativos, fragmenta las figuras para generar tensión, mete en liza los violetas para imprimir ritmo. Todo ello en una obra, no lo olvidemos, en la que la anatomía y la gestualidad también están muy cuidadas.
Además, la paleta de Fernández es la más cruda de toda su carrera. Esto no es el mundo multicolor de Zora ni el igualmente policromado de Oz. Fernández nos introduce en un infierno asfixiante y angustioso, opaca los paisajes y genera la atmósfera opresiva que exige el guión, garantizando el suspense y la angustia. El dibujante ilumina con color cuando debe, desencaja rostros en su debido momento, labra viñetas detalladas si es menester y resuelve otras con un borrón de acuarela cuando la duda persigue al dibujo; se olvida del lápiz directo, salvo excepciones, y cuida la simetría de las páginas; vela por los silencios que le exige Trillo y busca equilibrios de los entornos con las figuras. Dibuja y narra.
Estamos ante una obra que se perdió en la noche del boom y que hoy se reedita a lo grande y flamante, reconquistando la luminosidad que en su día mitigó el papel mate sobre el que se imprimió. Recuperamos al último Fernández, probablemente el mejor y el más seguro. Recobramos otra obra del gran Trillo, uno de los mejores guionistas mundiales en vida, el eterno narrador de la desventura humana y de la búsqueda de sentido. Y obtenemos una historia de los tiempos en los que se había perdido el interés por contar fábulas para comenzar a narrar futilidades. Una buena historia.