LOS COMICS DE LA II GUERRA MUNDIAL
UN ESTUDIO PRECISO SOBRE TIMELY COMICS
El último año, si contamos a partir de octubre de 2009, ha sido pródigo en textos teóricos sobre viñetas en nuestro país. Han aparecido libros de actas, libros sobre los cuadernos de aventuras, sobre novelas gráficas, sobre superhéroes y sobre autores de superhéroes, libros sobre editoriales centenarias, libros sobre la censura en los cómics, libros que forman parte de volúmenes antológicos, libros sobre filosofía y superpoderes, recopilaciones de columnas periodísticas sobre cómics, manuales de divulgación y didácticos sobre cómo dibujar cómics…
Uno de estos libros es el de José Joaquín Rodríguez Moreno que lleva como título completo Los cómics de la Segunda Guerra Mundial. Producción y mensaje en la Editorial Timely (1939-1945), un texto editado por el servicio de publicaciones de la Universidad de Cádiz. La importancia de este trabajo no reside únicamente en el tema tratado, interesante ya desde el planteamiento, ni por el hecho de que sea un libro publicado por una universidad, cosa poco común en España (aunque esto tampoco valide los contenidos de un ensayo). Se subraya su importancia por la calidad del trabajo de investigación que ha concluido en este libro. Uno de esos libros con gráficas y estadísticas.
Estamos ante un ensayo científico, ya que este libro es la publicación de un trabajo de investigación (antes, tesina), con el que su autor logró el diploma de estudios avanzados universitarios desde el Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte tras sus estudios desarrollados en la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz. Por lo tanto, el texto se ajusta a un modelo de discurso que podría no ser grato para el aficionado habituado a leer sobre el cómic. Y así es, en efecto, se trata de un libro con índice ordenado, sin divagaciones ni digresiones, preciso en la exposición, con profusión de notas al pie, constantes llamadas a la bibliografía final y con gráficas estadísticas. Sin embargo, los detractores de este tipo de estudios se van a llevar un chasco: el libro es más ameno que la mayoría de los textos divulgativos que han visto la luz en España durante el último año. Está repleto de información, documentación contrastada e imágenes, en color, que no son meros adornos en la página sino que forman parte necesaria de los argumentos que expone el autor; o sea, es un libro entretenido pese a su densidad.
Los cómics de la Segunda Guerra Mundial es un trabajo sobre el periodo prebélico y bélico que se vivió en las editoriales estadounidenses de pulps y cómics, precisamente cuando triunfan los superhéroes, esa mitología del siglo XX. Rodríguez Moreno se adentra en este periodo tras una sintética contextualización histórica, más una discusión aclaratoria sobre la importancia de los pulps y los cómics en la prensa de la época, para luego hablar con detalle del modelo de producción de los comic books, algo sobre lo que habitualmente pasan de puntillas los teóricos de los tebeos de superhéroes. Luego, el autor se centra en la editorial Timely, una de las más emblemáticas del periodo, para describirnos su nacimiento y auge, su plantilla, los tipos de cómics que se hacían en ella, las finanzas de la empresa y, finalmente, los mensajes emitidos a través de las historietas que publicaron, con un repaso a diferentes tipologías características (héroes, villanos, orientales, mujeres, jóvenes y negros).
La lectura de las 216 páginas es rápida y resulta grata, pero el libro se acaba y quedan varias preguntas sin responder atronando en la cabeza. Hay alguna concesión innecesaria (la descripción del tejido sociolaboral norteamericano es muy correcta, pero la atención depositada en la integración de la mujer en la sociedad en las páginas 22-23 no es relevante para este estudio, como se demuestra en las conclusiones), hallamos alguna expresión que rechina, como las resultantes de usar la palabra “ocio” asociada a lo industrial (p. 37; poner en valor la industria del entretenimiento, el concepto más extendido para denominar esta industria, no significa hacerla extensiva a todo tipo de ocio, algo de lo que ya le habíamos discutido a Rodríguez Moreno antes) y algún apoyo que cabría discutir. En este último caso nos referimos a la propuesta de Gubern sobre que el cine sonoro aumentó la necesidad de adaptarse a los gustos del gran público porque éste demandaba estructuras más literarias, similares a las novelas (p. 47), cuando pudiera haber sido al contrario. ¿Cómo puede eso saberse hoy? ¿Y cómo lo sabía Gubern entonces?
El apartado bibliográfico es amplio, nutrido por muchos materiales accesibles en Internet a los que de otro modo no se hubiera podido tener acceso. Para llegar tan lejos en el tiempo, casi un siglo ya, es inevitable basar afirmaciones y establecer hipótesis desde la entrevista o a partir de cartas. Método intachable frente al cual, no obstante, siempre hay que estar en guardia, pues los entrevistados no se acuerdan de todo, o se acuerdan mejor de lo que les interesa, o reproducen frases hechas o exageraciones. En la página 55 aparece esta cita de Feiffer sobre la fugacidad de los empleos en las editoriales de entonces: «Estaba en una oficina esta semana y en otra a la siguiente», lo cual, tomado a pies juntillas, señalaría una precariedad del empleo tal que hubiera imposibilitado la estabilidad de los trabajos editoriales y la existencia de toda la industria. No obstante, Rodríguez Moreno sabe contrastar las fuentes y con la conjunción de textos, recuerdos y declaraciones consigue describir cómo se trabajaba en aquel entonces en una editorial de cómics.
Los pulps, en la base de la producción para el entretenimiento del siglo XX. |
En la parte en la que el autor repasa el origen de los superhéroes y sus primeros cómics resultan interesantes algunas ideas, como la del superhéroe visto como “colonizador huérfano”, pero aquí profundiza poco en el origen del concepto fundador del superhéroe (p. 67 ss.) sin citar a P. Wylie ni a E.C. Segar, pioneros en la creación de supertipos en literatura y en cómic años antes del nacimiento de Superman en los fanzines. Hay otro tema que se queda flotando en el aire: la vinculación entre el concepto de “superpoder” y el espíritu prebélico de los estadounidenses, si es que de algún mudo pudo haberla y podría hoy detectarse. Y también se echa en falta una ojeada más atenta a los personajes de los pulps que precedieron a los personajes de los primeros comic books, sobre todo a los héroes enmascarados y a los superhéroes, puesto que fueron muy abundantes; una introducción levemente más larga nos hubiera permitido conocer mejor el surgimiento de este panteón de poderosos huérfanos colonizadores.
El apartado en el que el autor revisa la estructura y el funcionamiento comercial de las editoriales de los años cuarenta es magnífico; desde ahora, referencia inexcusable para otros investigadores. Eso sí, hubiera sido interesante haber enriquecido la exposición con una comparación entre consumo de comic books y el de cine o revistas pulps en el mismo intervalo de tiempo, aunque supongo que el acceso a estos datos es complicado y si no conocemos las tiradas de los tebeos –o de los pulps– difícilmente podría hacerse. Parece que nunca sabremos si los cómics le “robaron” parte del público a los pulps, ni conoceremos qué estrategias de distribución pensaron los editores entonces, porque al fin y al cabo pulps y cómics eran creados por las mismas empresas. Y estaría bien haber profundizado algo más en la competencia del cine con ambos medios. Con todo, y pese a las dudas que surgen es ésta la parte mejor desarrollada del libro, puesto que se percibe que el autor se ha afanado en ella. Resulta fascinante conocer hoy cómo se trabajaba en aquellos talleres llenos de dibujantes, la división del esfuerzo, la producción en serie, cómo se conservaban los empleos o qué picardías inventaban los autores para ganarse un sobresueldo.
En el estudio de los temas y géneros barajados en estos tebeos se observa alguna arbitrariedad aunque poco importante a los efectos prácticos (los cómics de funny animals y los cómics para chicas también podían mostrar aventuras superheroicas) y consideramos que hubiera sido deseable una prospección mayor sobre el hecho de ser judío a la hora de encargar a los dibujantes la realización de cómics contra los nazis. Así como hubiera sido de agradecer otra hipótesis aparte de la comúnmente aceptada de que “acabada la guerra, cesó el gusto por los superhéroes”, cuando lo que se deduce de la lectura del libro es, primero, que el editor sustituto de Lee en Timely durante los años del auge de los funny animals fue un hombre apasionado por este tipo de personajes (Vincent Fago) y por lo tanto no resulta extraño que potenciase esa línea editorial. Y, segundo, que surgieron nuevos tebeos para un nuevo público, como los de teenagers, pero no queda claro si sólo fue a raíz del final de la guerra. Obviamente, es tema para otro libro.
Resulta fascinante asimismo el estudio que hace el autor de la tipología y acciones de los héroes en general, y también el análisis de las figuras representativas y su simbología, que deja unas brasas aún encendidas sobre un tema apasionante que sin embargo no se introduce: ¿la inicial simpatía de muchos americanos por los totalitarismos europeos antes de la inminencia de la guerra tuvo algo que ver con el surgimiento del género de los superhéroes?
Un análisis interesante de los tipos, géneros y razas.
Paradójicamente, lo que produce insatisfacción en este libro es lo más loable de la labor de Rodríguez Moreno: su capacidad de síntesis. Su forma de contenerlo todo en el mínimo espacio situando pistas estratégicas que ponen al interesado en guardia. Por ejemplo, he aquí algunas curiosidades que afloran: ¿Por qué la empresa Dell tuvo ese papel de importancia? ¿Por qué no aparecían apenas los indios nativos americanos en estos cómics, o elementos de la mitología local, el western (que sí estaba presente en el cine y los pulps)? ¿Cómo es que M. Coyne pudo ser contable de Timely y propietario de MLJ al mismo tiempo si eran empresas competidoras?
Al respecto de estas dudas, interrogamos al autor y nos dijo:
«Lo de Dell, pues no sé muy bien qué decirte. Bueno, sí sé: era una editorial muy grande antes de dedicarse a los cómics, y esa infraestructura le dio cierta independencia y libertad, y una capacidad para obtener derechos como los de Disney o, ya en los cincuenta, negarse a poner el sello del CCA en sus productos (lo que no quiere decir que no fueran correctos, simplemente no les daba la gana pasar por el aro).
En general, Dell era un ejemplo a seguir, fueron de los primeros que emplearon shops y, como ya te decía, pusieron de moda géneros que anteriormente sólo estaban en prensa y cine, como los funny animals. Luego, ya en los cincuenta, se fastidió un poco porque perdieron interés por los cómics (sabes que la crisis de los cincuenta les hizo bastante daño a todas las editoriales) y se centraron solamente en las licencias televisivas y cinematográficas. No obstante, no he estudiado a la editorial en profundidad, por lo que tampoco te puedo decir si la buena impresión que daba era por sus pagas, su calidad (que era muy buena, eso sin duda), su distribución, o quizá otra cosa.
(…)
Lo de los indios tiene una explicación muy sencilla: si te fijas, los indios no son personajes principales (salvo en casos muy contados) sino secundarios de las aventuras de vaqueros. Por lo tanto, hasta que los cómics de vaqueros no se pusieran de moda, los indios no aparecerían con frecuencia. Acabada la guerra, otros temas ganarían peso en los comic books.
El uso propagandístico de los cómics queda demostrado en la selección de publicidad. |
(…)
Veo que el caso de Coyne te resulta curioso. Lo cierto es que hay dos historias sobre contables "traicioneros". Una ocurrió en National Comics y otra en Timely. La primera la he oído de terceros y el contable era Vincent A. Fox, pero no puedo saber hasta qué punto es fiable; la segunda, la de Coyne, la cuenta Joe Simon en un libro que es bastante fiable en las partes que he podido contrastar.
La historia debió de ser como sigue: a finales de los años treinta todas las editoriales de cómics eran nuevas, algunas más que otras, pero indudablemente todas nuevas. La inexperiencia de los propietarios, como bien sabes, hizo que gente como Eisner creara los shops, auténticos talleres que funcionaban como cadenas de montaje, que vendían el cómic listo para mandar a la imprenta y distribuir. La cosa es que cuando los contables vieron las primeras cifras de ventas (Fox pudo ver la evolución de ventas de Action Comics) decidieron invertir ellos mismos en el mundo del cómic, pero con pequeños capitales y dependiendo de shops (en el caso de Fox, justamente el shop de Eisner).
Por lo que se refiere a Fox la historia parece creíble: siempre fue una empresa pequeña. En el caso de MLJ la historia también puede ser cierta, puesto que MLJ aparece un poco después que Timely, es mucho más pequeña (el primer cómic que sacaron mezclaba páginas a color con otras en blanco, rojo y negro, señal de que apenas tenían dinero) y además, cuando dieron con un héroe popular, The Shield, Timely les copió la idea e hizo Captain America (lo cual explicaría el interés de Coyne por enfadar a Simon y Kirby con Goodman). Es de suponer que cuando la aventura editorial fue a mejor y los beneficios permitieron a los editores vivir de los cómics, éstos abandonaron sus anteriores trabajos como contables.
¿Eso no es falta de ética? Totalmente, pero al menos en los treinta y cuarenta la industria del cómic funcionaba a golpe de falta de ética, como demostró Goodman al estafar a Simon y Kirby, Fox al plagiar cuanto superhéroe podía o National Comics al no querer pagar derechos por Superboy a Siegel y Shuster. Los empresarios siempre serán empresarios...
Lo de Timely lo puedes leer en Comic Book Makers, de Joe & Jim Simon. El librito no tiene mucho interés cuando el autor habla de oídas, porque cuenta cosas que ya hemos leído en mil y una entrevistas, pero sí es curioso cuando habla de sus propias experiencias. Lo de Victor Fox lo leí en esta web, aunque Gerard Jones (que me parece un investigador bastante mediocre, y además fue criticado por la hermana de uno de los creadores de Superman por hacer un retrato bastante tópico e irreal de Siegel y Shuster) no encontró referencia a dicha vinculación entre Fox y National en su libro Men of Tomorrow: Geeks, Gangsters, and the Birth of the Comic Book.»
No eran ideas expuestas a capricho, eran hipótesis esbozadas sobre la base de un conocimiento previo. Esto es lo importante a la hora de investigar sobre historieta: partir de unas bases, conocer antes de exponer. Y esto refuerza nuestro planteamiento crítico: este libro se queda corto. Los trabajos de investigación universitaria se exigen así, con un número de páginas limitado, y de ahí la síntesis resultante. Pese a estas limitaciones, estamos ante un libro que podría servir de modelo para futuros investigadores: aporta justo lo que se necesita saber sobre los cómics de Timely, partiendo de un trabajo metodológicamente correcto, que se ordena de forma adecuada y que aporta conclusiones sólidas.
Más libros así, documentados, bien escritos, aunque sean sintéticos, es lo que hace falta. Para divagar siempre hay tiempo. Y papel.