LAS DELIRANTES AVENTURAS DE STEVE POPS, AGENTE MUY ESPECIAL
ANGEL OLIVERA

LAS DELIRANTES AVENTURAS DE 
STEVE POPS, AGENTE MUY ESPECIAL

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 El primer tebeo lanzado por Oikos-Tau llevó esta portada. 
Los años sesenta supusieron el boom de los agentes secretos de ficción, como consecuencia del arrollador éxito de las películas de James Bond, protagonizadas por Sean Connery. Los emuladores de Ian Fleming y de su célebre criatura proliferaron como setas no sólo en el campo de la literatura y de sus correspondientes adaptaciones al cine, más o menos afortunadas (desde Matt Helm a El Liquidador, pasando por Flint y Tiger Mann), sino también en la televisión (donde Casino Royale, la primera novela de James Bond, había tenido su primera adaptación), con sucedáneos de segunda (como El Agente de CIPOL) y parodias descabelladas (el genial Superagente 86) y, claro está, en la historieta. Desde la propia adaptación de James Bond en las tiras inglesas, seguido muy de cerca por Modesty Blaise, a la serie belga Bruno Brazil y, rizando el rizo del humor más desbocado y surrealista, a nuestro Anacleto, agente secreto.

Uno de los personajes más curiosos e interesantes de toda aquella avalancha de personajes de ficción (y tan efímero como casi todos ellos, como suele pasar con todas las modas) fue una parodia directísima del Bond cinematográfico, y su fisonomía una caricatura del propio Sean Connery: Steve Pops, agente muy especial. Fue obra de Jacques Devos (1924-1990), prolífico dibujante y guionista belga, colaborador habitual de la revista Spirou desde 1962 hasta su muerte, donde creó infinidad de personajes, entre los que destacó Genial Oliver, su obra más conocida y extensa, que trataba de las andanzas de un sabihondo y habilidoso escolar (una pizquita repelente) inventor de innumerables artilugios entre clase y clase. En el terreno realista (es un decir), Devos aportó Chroniques d´Extraterrestres, una serie de historias cortas de ciencia ficción más o menos sugestivas. Mención aparte merece Victor Sebastopol, creada en 1962 con guiones de Devos y dibujos de Hubuc, sobre un ridículo agente secreto alemán y sus aventuras de principios del siglo XX, que viene a ser, al menos en la temática, una especie de antecesor de Steve Pops.
 
El personaje que nos ocupa no nació en las páginas de Spirou, al contrario que el resto de sus creaciones, ni siquiera fue publicado por Dupuis, su editor, sino por una de sus principales competidoras, la editorial francesa Casterman, y no en revista, sino directamente en álbum; en unos álbumes muy curiosos, porque tenían un tamaño más pequeño que el álbum tradicional, al estilo de los de Tintin que la misma Casterman publicaba (o como los de Alix, de Jacques Martin) y que hasta no hace muchos años ha sido el estándar de todo álbum europeo que se precie. Además, las páginas se dividían en tres tiras en vez de las cuatro canónicas, y las historias se componían de nada menos que de 70 páginas (en vez de las 62 de un Tintin o las 44 de un Astérix).
 
La portada del primer álbum y el título del mismo dejan ya establecido sin lugar a dudas de qué se trata y qué es lo que está parodiando: “Steve contra Doctor Yes, una aventura de Steve Pops, agente muy especial”, con el logotipo y el retrato del protagonista en la esquina superior izquierda, con el texto “Top Secret. H2O. Steve Pops”. H2O es, claro está, su código de agente, en vez de 007. Lo mismo ocurrirá con el segundo título, también de resonancia rotundamente bondiana, “Operación Relámpago”.

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 El enfoque del personaje, emulando al de Bond en el cine.

 

La historia del primer álbum arranca con una secuencia al más puro estilo de James Bond, con el personaje apareciendo y volviéndose contra un teleobjetivo, con la diferencia de que aquí Steve Pops se tapa la cara y sale corriendo hasta una barbería, pues aquí nos enteramos de la primera característica del héroe, que es la de que su barba le crece a una velocidad vertiginosa y a las pocas horas de afeitarse tiene un aspecto de lo más desaliñado, como le ocurre cuando está ya metido de lleno en la aventura de turno y lejos de la civilizada Gran Bretaña y de su barbero, quien asegura risueño en la primera página que es su mejor cliente. El hecho de que Steve sea por lo demás bastante velludo (como su modelo, Sean Connery), cosa bastante insólita en el tebeo francobelga, y más en el terreno humorístico, con pelos por todos lados, lo hace aún más chocante cuando aparece en paños menores o envuelto en una toalla. Porque Steve, al contrario que James Bond, no es nada apolíneo, sino más bien canijo. Su fisonomía es una caricatura, en feo, del 007 cinematográfico, con un pelo cortado al cepillo y una nariz grotesca con punta en forma de pelota de pimpón.

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 Un héroe al que le crece la barba, todo lo contrario de los héroes de ficción apolíneos.

 

Steve Pops, naturalmente, es agente del servicio secreto británico, escocés por más señas (incluso aparece con falda escocesa en alguna ocasión, como James Bond), y las primeras páginas son un completo repertorio de los consabidos tópicos de las historias de espías, con personajes persiguiéndose unos a otros, armas sofisticadas y ridículas, trajes que se vuelven del revés convirtiéndose en impermeables para poder introducirse con ellos en las cloacas, y accesos ocultos y estrambóticos a la sede de los servicios secretos (como los que luego aparecen en Mortadelo o en Anacleto). No faltan por supuesto los equivalentes de “M”, aquí un señor al que conocemos sólo como “El Jefe” y su correspondiente secretaria, una señora entrada en años muy poco parecida a Moneypenny.
 
Hasta aquí, la obra no destaca por nada en particular, todo se resuelve con un humor muy simplón, muy fácil, y con un dibujo sencillo, más bien mediocre, poco llamativo. Porque aclaremos una cosa: Jacques Devos no fue nunca un gran dibujante, sólo uno del montón, simplemente correcto, y la resolución gráfica de estas primeras páginas es rutinaria, incluso la caracterización del protagonista, aunque acertada, es muy elemental. Eso sí, Devos fue un buen profesional, un típico dibujante de la escuela francobelga y, como tal, se esforzó y, a despecho de sus limitaciones, dio todo lo que pudo de sí, y eso se nota a medida que avanza la historia. Como dijo el mítico Jijé (el autor de Jerry Spring, mentor y maestro de Franquin y Gir, entre otros) hace muchos años, el trabajo de un dibujante es un 10% de inspiración, y un 90% de transpiración. Jijé daba más importancia al oficio que al talento, y Steve Pops es una buena muestra de ello.
 

La cosa se anima varios enteros cuando “El Jefe” encarga a Pops su primera misión. De pronto, algo llama la atención del lector, con la historia dentro de la historia de los dos imaginarios países sudamericanos enfrentados (elemento recurrente de ficción, y especialmente de la historieta francesa desde Tintin a Michel Tanguy), en este caso separados el uno del otro por un “telón verde”, una infranqueable barrera de cactus gigantes hechos crecer por un fertilizante milagroso. En especial por el relato mítico de los dos dioses, uno pacífico y otro belicoso, que amparan a uno y otro pueblo, esta historia, gráfica y narrativamente, no tiene desperdicio. Como tampoco lo tiene el accidentado viaje de H2O a Sudamérica, y sus aventuras a ambos lados del “telón verde” para impedir que los belicosos soldados de Canaia (así se llama el país agresor, dirigido por el dictador de opereta de turno) consigan atravesar la barrera de cactus gigantes para invadir a sus vecinos, con la ayuda del siniestro Doctor Yes, un tío gordo en nada parecido físicamente al Dr. No de James Bond, pero, como él, mestizo, en su caso con una exótica mezcla de iroqués, japonés, árabe y canaco; y, también como él, dirigiendo un complejo industrial donde fabrica armas terroríficas.

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  Todo vale con tal de cumplir una misión.

 

La historia, mejor dibujada cuanto más avanza (da toda la impresión de que Devos se lo estaba pasando de miedo con este trabajo, y eso se traducía en una resolución gráfica más inspirada), roza el delirio cuando Pops se disfraza de cría de mono para que una mamá mona le confunda con su hijo y le lleve a cuestas hasta el otro lado del “telón verde”. Más aún cuando los soldados canaianos cruzan (o creen cruzar) la barrera con un vehículo provisto de motosierra y bombardean su propio campamento, creyendo que es el del enemigo, y casi machacando a su presidente, que cree a su vez que está siendo atacado por sus adversarios cuando él mismo acaba de dar la orden de ataque. Con el uso del fertilizante milagroso, Pops neutraliza los efectos del defoliante inventado por Yes, volviendo a hacer crecer el “telón verde” a medida que los canaianos lo cruzan, y el ejército entero acaba perdido sin remedio en el interior de la laberíntica barrera. Finalmente, capturado por Yes y conducido a su complejo industrial, lleno de sujetos enfundados en monos de ciencia ficción, y donde, como mandan los cánones del género y como le recuerda Pops a su contrincante, ahora le toca a él explicarle de pe a pa sus planes, acaba escapando tras una sesión de tortura con dulces y chocolate caliente (por los que H2O tiene delirio), y haciendo volar todo. El consiguiente cataclismo convierte toda la región en un nuevo “telón verde” que se traga al siniestro Doctor Yes y sus sicarios (los sujetos enfundados con monos salen en estampida igual que sus colegas en Doctor No, pisoteándole).

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  La confusión en el laberinto de cactus.

 

Hay que advertir que, siendo el tono de los tebeos francobelgas de la época, y el público al que iban dirigidos, muy distintos a los de las películas de James Bond, hay dos elementos básicos de éstas que no tienen su equivalente en Steve Pops, como son la violencia (salvo en su versión más light) y el sexo (como en todo tebeo francófono clásico que se precie, las mujeres ni aparecen, salvo señoras entradas en años y poco apetitosas y ¡una gheisa! que sale un momento chocando de cabeza con el héroe). Estábamos, no lo olvidemos, a mediados de los sesenta, y todavía no habían aparecido Natacha, de Walthery, ni aquel prodigio llamado Chihuahua Pearl en las páginas de Blueberry.
 
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  El segundo álbum de Oikos-Tau.

El segundo episodio arranca de nuevo en Londres, donde Pops, envidioso del Aston Martin lleno de artilugios fantásticos que facilitan a otro agente al que menciona como “Él” (forma poco sutil de referirse a James Bond, su modelo), convierte en un vehículo “especial” a su propio utilitario, pero desgraciadamente todo funciona al revés y acaba pegándosela en la carretera, en persecución de los villanos de turno que han robado unos microfilmes que hay que recuperar como sea. Microfilmes que terminan dentro de un pastel que presuntamente él devora, en una confitería llena de espías entre los que no es difícil reconocer a personajes tan diversos como Tintín, el Coronel Olrik, el Hombre Enmascarado, Elliot Ness y un largo etcétera (incluso un Gaston el Gafe de espaldas que uno no sabe qué hace allí). Secuestrado por los malosos, acabará metido en un avión y despertando en una isla japonesa (clara referencia a Sólo se vive dos veces, estrenada precisamente el año de publicación de ese álbum, 1967), en manos de nuevo del Doctor Yes, redivivo (el corto flashback contando cómo escapó del “telón verde” es antológico).
 
Mientras el siniestro doctor está empeñado en extraerle del estómago los dichosos microfilmes (que, por cierto, son de los planos de una máquina ¡que realmente nadie sabe para qué sirve!), Pops consigue escapar envuelto en una toalla y llegar hasta Tokio. Una vez allí, los británicos lo ingresan en un hospital para extraerle los microfilmes antes de que los digiera, por lo que al pobre, a pesar de estar hambriento, no le dejan probar bocado. Sin embargo, mientras lo tuvo en su poder, Yes le implantó en un empaste un receptor con el que, por medio de hipnosis, logra apoderarse de su voluntad y le obliga a salir del hospital para volver a la isla en una lancha robada.
 

Pero entretanto, Pops acaba recalando (más bien estrellándose) en una isla perdida donde un soldado japonés enloquecido (el clásico japonés perdido en una isla del Pacífico sin saber que la guerra ha terminado) lo encierra primero en un tanque y luego lo hipnotiza a su vez para convertirlo en kamikaze, haciendo que se monte, doblemente hipnotizado, en un caza suicida para estrellarlo contra Tokio. Con las llamas del despegue, el japonés y la isla saltan por los aires, y, tiroteado por unos cazas americanos, el avion de Pops, que es atraído por la señal del Doctor Yes, acaba estrellándose en su isla, que vuela igualmente por los aires (dos islas por el precio de una). Antes de eso, no obstante, el agente, repentinamente vuelto en sí, logra saltar de la cabina al mar.

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  Uno de los momentos álgidos de la serie.

 

Aún tiene tiempo, mientras cae, de lanzar un S.O.S. con la ropa que va soltando (una prenda pequeña, un punto; una prenda grande, una raya, y así), con lo que acaba siendo rescatado. De vuelta en casa (y sin que le dejen probar bocado pese a estar al borde de la inanición), termina siendo operado sólo para descubrir que ha pasado tanta hambre que ha digerido ya el dichoso microfilm.
 
Y aquí se acaba, prematura y bruscamente, la historia de Steve Pops. Se anunció un tercer álbum, Steve y los platillos volantes, incluso en la edición española (de la mítica editorial Oikos Tau, aparecida casi simultáneamente a la francesa), pero nunca vio la luz. Aunque parezca increíble, estaba ya enteramente dibujado, pero los originales desaparecieron de las propias oficinas de Casterman antes de haber sacado los fotolitos, sin que nunca jamás volviera a saberse de ellos. Una pena, y sólo explicable en una época en la que no existían los métodos reprográficos de hoy en día. Al parecer, Devos no fue capaz de volver a dibujar otra vez el álbum (sólo un dibujante puede darse cuenta cabal de la ingente cantidad de horas de trabajo que eso hubiera supuesto). En todo caso, está claro que Steve Pops no fue un gran éxito editorial y Casterman interrumpió su publicación. Nació al calor del boom generado por las películas de James Bond, un boom que, como pasa con todas las modas, no tardó en desinflarse, llevándose por delante a toda una serie de productos y subproductos demasiado coyunturales que no tenían entidad suficiente para sobrevivirlo.
 

Steve Pops, en mi modesta opinión, sí la tenía, y merecía mejor suerte de la que tuvo. De haber sido así, y haber continuado la serie, Devos sería hoy recordado por mucho más que el tradicional y simplón Genial Olivier, serie por la que se le recuerda, al menos en su ámbito. No deja de ser sintomático que Steve Pops no haya sido reeditado nunca, pese a estar ambos álbumes completamente descatalogados (aquí, en Francia y en Bélgica) y que sólo sea posible encontrar casualmente algún ejemplar en algún baratillo o librería de viejo. Pese a su modesto arranque, Jacques Devos echó toda la carne en el asador, como dibujante y como guionista; los dos álbumes se leen del tirón y son muy entretenidos, y los argumentos, más allá de la simple parodia y del chiste fácil, resultan imaginativos y delirantes. Secuencias como las de los cactus gigantes creciendo y engullendo ejércitos enteros, la del vuelo enloquecido de Steve Pops haciendo de kamikaze, o la pesadilla de éste, en la que embarca dentro de un pastel de crema gigantesco, semejante (salvo en el tamaño) al que se ha comido, son chispas de una imaginación febril tal que un mal pensado se cuestionaría qué había fumado el autor el día anterior, o si eran producto de una mala digestión, provocando con posterioridad auténticas pesadillas a algún que otro joven lector . También dio, progresivamente, lo mejor de sí mismo en el dibujo (ayudado por unos colores muy vivos y luminosos). Basta echar un vistazo a las espléndidas portadas, o a las escenas de combate aéreo del segundo álbum, que parecen salidas de Buck Danny.

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  Una pesadilla lisérgica, muy a tono con los tiempos.

 

Si uno lo piensa bien, no deja de ser éste un tebeo “raro”, inclasificable, con un grafismo bastante alejado del estilo de Franquin, por ejemplo, y otros compañeros de la revista Spirou, en el que se parodia una serie de películas dirigidas al público adulto desde un medio y una editorial en aquella época aún orientados esencialmente al público infantil y juvenil.
 
¿Lo mejor de todo? Posiblemente la cara de loco de Steve Pops, eufórico, sin afeitar y con los ojos en blanco al ponerse en la cabeza la cinta de kamikaze y subirse a la bomba volante japonesa, gritando “¡BANZAI!”. Muchos famosos personajes de tebeos tienen una secuencia antológica que resume lo que fueron sus historias. La de Steve Pops, H2O, agente muy especial, sin duda es ésta.
TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2010): Ángel Olivera. Con revisión de Javier Alcázar y Lombilla. · Datos e imágenes tomados de los tebeos españoles.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
ANGEL OLIVERA (2010): "Las delirantes aventuras de Steve Pops, agente muy especial", en Tebeosfera, segunda época , 6 (26-IX-2010). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 23/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/las_delirantes_aventuras_de_steve_pops_agente_muy_especial.html