Parece que (casi) todos los mexicanos están rotundamente de acuerdo en dos puntos: el gobierno de turno es el principal enemigo público, y las historietas mexicanas son una porquería. Como me considero incapaz de rebatir el primer punto, voy a contribuir en la medida de lo posible a rebatir el segundo.
Cuando se me invitó desde Tebeosfera para escribir sobre el machismo en los cómics mexicanos me dije que naranjas de la china. La razón es que cualquiera que haya leído cómics clásicos mexicanos advertirá que éstos son machistas, efectivamente, pero no más que la mayor parte de los cómics de otras latitudes y culturas. Terminaba yo de leerme el volumen de Panini del Flash Gordon de Dan Barry y había visto cómo el bueno de Flash, bajo las órdenes del gran Harvey Kurtzman y perpetrado por Barry y su equipo, propinaba un puñetazo en la mandíbula a Dale Arden con objeto de calmar su histeria.[1] ¿Existe algo más machista que esto? ¿Tenemos que golpear a las chicas por-su-propio-bien cada vez que se les suelta la pinza o, como se diría en México, se les bota la canica? Intento recordar cuántas veces habré visto la misma escenita en, pongamos por caso, El Capitán Trueno, otro ejemplo de liberalidad e “igualdad” entre los sexos con frecuencia más citado con cariño que releído con rigor[2]. Y estamos hablando del libertario escritor Víctor Mora. Pues bien, los cómics mexicanos fueron y son machistas en la misma medida en que otros también lo fueron y son. No hay que remontarse mucho en el pasado para recordar que, en los años setenta, existían todavía en España y otros países cómics para chicos y para chicas; que, por lo general, el lector de la revista Lily no era el mismo que el de El Guerrero del Antifaz o El Jabato. Ruth Bernárdez publicó aquí mismo un formidable repaso a la historieta femenina en España.[3] El reciente revival de Esther, emblemática obra dibujada por Purita Campos, indica sospechosamente que no sólo impera en este éxito el factor nostalgia de la infancia irrecuperable, sino que existe también una añoranza de los dulces tiempos en que era menester de los varones sólo ser valientes y de las mujeres ser hermosas. Machismo universal.
Tin Tan y Tongolele. |
El mercado de la historieta mexicana está dominado por cierta clase de historietas de pequeño tamaño dirigidas a las clases más desfavorecidas de la sociedad. Muchos las llamamos “sensacionales”, porque la cabecera en varias ocasiones repite esta palabra, como en Sensacional de mercados, por ejemplo. Si descartamos las continuas reediciones que Vid ha realizado de Lágrimas y risas y amor y Memín Pinguín, obras ambas de Yolanda Vargas Dulché, la publicación más longeva del país es El libro semanal, que edita NIESA (Nueva Impresora y Editora, S.A. de C.V.) desde hace cincuenta y siete años. El libro semanal es una publicación “decente”. No en vano en la segunda de forros de El libro policiaco 1348 (también editada por NIESA) se publicita así esta colección: “Una revista que sí puede entrar en su hogar”. NIESA es una editorial pudibunda que publica también El libro policiaco y los westerns El libro vaquero y Frontera violenta.[5] En El libro policiaco 1339 y 1348 no hay erotismo ni sexo. Se trata de historietas rutinarias en escritura y dibujo. El libro vaquero es una publicación emblemática en México, pues lleva publicándose desde hace treinta años y rebasa los mil quinientos números. Tampoco en El libro vaquero o en Frontera violenta (de la misma editorial) hay erotismo acentuado, aunque en las atractivas portadas de Pegaso suele haber siempre una chica ligera de ropa. En realidad, ésta es la línea en que se mueven las publicaciones de NIESA, y en sus interiores sólo existe un poco de erotismo al viejo estilo de las antiguas publicaciones: chicas bonitas un poco más piernudas de lo habitual o con un escote más pronunciado. Casi 30 años separan a estas dos portadas de El libro vaquero.
Panorama mexicano de publicaciones eróticas. | ||
Luego están los otros cómics. Los eróticos y pornográficos. Los pelangochos. Pero el erotismo es una cosa y otra la pornografía[7]. La representación explícita de prácticas sexuales, así como de los cuerpos desnudos de hombres y mujeres, por lo general bien dotados ellos y ellas, puede parecer ofensiva para una gran parte de la población, aquella que repudia cierta clase de publicaciones que hoy saturan los kioscos del centro de cualquier ciudad. Estamos hablando de historietas de formato pequeño y cuadrado de 14x12 centímetros aproximadamente, con interiores a color y extensión variable entre cincuenta y noventa y tantas páginas (según la publicación). La crítica feminista aborrece estos cómics porque aparentemente denigran a la mujer al convertirla en objeto (este sector de la crítica no parece reparar, o no le importa, que el hombre también es convertido en objeto); los intelectuales las desprecian por la baja calidad de sus argumentos y dibujos; la Iglesia los detesta por razones obvias; las mismas editoriales que publican estos cómics se avergüenzan de hacerlo; finalmente, sus creativos, por lo general, los firman bajo seudónimos tan obvios como Príapo, El Ángel o San José Pecador . Nos referimos a cabeceras como Una cana al aire, El consolador anónimo, El sofá del placer (Kingy Ediciones); Cama caliente, Colegialas ardientes, Golosas del sexo (Grupo Editorial Estrella); Mercados y marchantas, Fantasías eróticas (Editora Contemporánea); Corridos perrones (Editorial Toukan); Almas perversas, La ley del revólver y Acá los maestros y sus chalanas (Editorial Mango); Soy naco, ¡y qué chido!, Beso negro, Caí en la tentación, Sangre caliente, Sabor a mí y Devórame otra vez (Editorial Moneros). Y existen más, muchas más. Se trata de historietas con ventas a menudo millonarias compradas masivamente por una población que, es necesario decirlo, los consume de manera compulsiva y culpable. Tampoco sus lectores ven en estos cómics mayor valor que el de responder a un estímulo primario. Para su público, no hay gran diferencia entre leer una de estas historietas o comer en un puesto de taquitos de a peso. Y cualquiera sabe que los puestos de taquitos de a peso están siempre muy concurridos. La obviedad de estas colecciones, sus desnudos y sexo explícito, parecen ofender cierto sentimiento pequeñoburgués, de la misma forma que en la película El lector (Stephen Daldry, 2008) el personaje de Hanna (Kate Winslet) se enfada cuando el joven Michael (David Kross) lee para ella El amante de Lady Chatterley, pero enseguida le pide que siga leyendo.
Toukan: un mismo editor para dos publicaciones bien diferentes. | |
Por último, parece que ni los mismos profesionales sienten respeto por este trabajo, pues muchos de ellos se amparan bajo seudónimos. Para colmo, el dibujante Rius, decano de la historieta en México y voz más que autorizada para juzgar al respecto, declaró hace unos años: “México ha ganado el bien merecido título de publicar los peores cómics del mundo. La historieta mexicana —imbécil, grosera, pretenciosa en el peor sentido— es un insulto al octavo arte. Con vistas a proteger la salud mental del pueblo de México, merece la guillotina y el pelotón de ejecución”[11]. Es el acabose. ¡Y el maestro Rius escribió esto en 1983!
[13] leemos: “Las historias aquí narradas son totalmente ficticias, por lo que no pretenden hacer apología de conductas ni proponer maneras de solucionar problemas y/o situaciones que se presenten en la vida cotidiana. OBRA POR ENCARGO”. Es decir, que la editorial o los artistas se presentan como pequeñas víctimas bajo la bota de un poder superior que les obliga a escribir, dibujar y editar estas historietas, no porque ellos quieran o les guste, sino porque se trata de un encargo. De esta forma, a veces se integran carteles a manera de disculpa, como en Colegialas ardientes 93 y Cama caliente 192[14], publicaciones que comparten el mismo equipo creativo y tienen un formato más pequeño. En ellas se insertan pequeñas leyendas como “Las actitudes y comportamientos de los hombres y mujeres aquí representados no son modelo a seguir”.[15] En ambas historietas los protagonistas son personajes que ejercen su derecho al sexo de manera libre y voluntaria, por lo que el cartel explicativo resulta innecesario. La primera es, además, una historia disparatada donde un grupo de amigos tienen relaciones sexuales mientras realizan acrobacias en un trapecio. Difícilmente podría uno imitar a tales atletas. En el fondo, lo único ofensivo para un lector inteligente es el carácter moralista de muchos relatos, que pasan a convertirse en una versión lépera (obscena) de El libro semanal. Al final existe una moraleja sobre los errores de los personajes aunque ésta no resulte muy explícita[16].
Portada del número 112 de Caí en la tentación, junto con dos páginas de la historieta "Mi hija es una depravada". | |
La promiscuidad en el seno familiar es abordada también eventualmente, y siempre, como es natural, con nefastas consecuencias. En “Mi hija es una depravada” (Caí en la tentación 112)[19] Juliana tiene una vida sexual muy intensa, pues su padre viaja mucho por el país y no puede controlarla. Encarga a sus padrinos que la vigilen, pero ella intenta (y casi consigue) seducir al padrino. Éste se lo cuenta a su padre, y él la interna en un convento. Cuatro años después está convencida de haber hallado su auténtica vocación como monja. En “Una cola muy tentadora” (Sabor a mí 115), Roberta seduce a Mariano, nuevo hombre de su madre, Regina, para vengar que ella abandonara a su padre, a quien tanto quería. Tras conseguirlo, se lo confiesa a su madre. Regina comprende a que ella le empujó el resentimiento de haber perdido a su padre. Se reconcilian, pero Roberta no podrá olvidar nunca a Mariano.
Un ejemplo extremo de este moralismo es “Ansias de fornicar” (Sabor a mí 103)[20], que tiene el buen hacer de Daniel Alvarado en los dibujos. Pablo y Teresa son amantes, pero Pablo es el sacerdote de su parroquia. A pesar del sexo tórrido y placentero entre ambos, el desenlace es moralista y vencen la hipocresía y la fe de ambos en Dios, a quien sienten haber ofendido con sus actos. La pornografía de la culpa es aquí más acentuada, pues las escenas sexuales son explícitas, y en algunas páginas, incluso, asistimos a ciertos ejercicios de ironía, como cuando vemos a Pablo y Teresa fornicar ante representaciones de Jesucristo o de los santos. Tal explosión de vitalidad, transgresión y juventud son, tras su consumación, redirigidas hacia la moral tradicional, la página viñeta final, donde Teresa reconoce que nunca podrá olvidar los momentos vividos. Todo esto incide en la vieja idea de que, al fin y al cabo, siempre habrá un momento para pecar porque siempre quedará la oportunidad del arrepentimiento. Hay ironía en la historieta por parte de los creadores. Como en el film de Truffaut recordado en el epígrafe, uno se pregunta: ¿es imposible hallar placer sin herir?
Pero el moralismo no sólo pretende advertir a los “pecadores”. También existe un moralismo didáctico cuyo mensaje dominante es el de no despreciar nunca a nadie por su apariencia, origen social o trabajo, pues todos merecemos amar y ser amados, y a veces, como en la vida, en estas historietas resulta que la felicidad (un recuerdo) no es algo que se tiene, sino algo que se ha perdido (Woody Allen dixit)[21]. En “Urgida de orgasmos” (Sabor a mí 119)[22], Elba es una mujer a quien le gustan mucho los hombres, pero todos eyaculan antes de que ella pueda alcanzar el placer máximo. Un día se reencuentra con Mateo, viejo compañero de la prepa (instituto de educación secundaria) a quien ella desdeña porque ha engordado mucho y se ha quedado calvo. Ante la insistencia de él, salen una noche y ella descubre que es un hombre desenvuelto y gran conversador. Cuando se acuestan juntos ella se enamora de sus grandes dotes de amante. Sin embargo, un día Mateo le confiesa que deben poner fin a su relación, pues está a punto de casarse con otra. Elba ya no podrá olvidar a aquel feo tan encantador.
Varias páginas del número 39 de El sofá del placer. |
En “Olvido mis penas con güilas de carretera” (Sangre caliente 75)[23], Álvaro es un camionero que, desengañado por la infidelidad de sus dos primeras esposas, decide no volver a enamorarse y recurrir sólo a prostitutas para satisfacer su libido. En una de ellas encuentra a la mujer ideal, Perla, de la cual se encariña, y ella de él, pero cuando Perla insiste en que la saque de prostituta y la tome por esposa él no se atreve, ya que piensa, equivocadamente: “Rayos, nada me gustaría más que hacerla mi vieja (…). ¡Pero qué estoy pensando! ¡Es una puta! Si las otras me salieron cabronas, ¿qué puedo esperar de ésta?” (pp. 52-53). Al final se separan, ella se casa con otro, se retira del negocio y, como dice el narrador: “Con un hombre a quien respetar, la morena se convirtió en una dama decente y bien portada” (p. 60), mientras que él, un “débil de corazón” (p. 61), se queda otra vez solo y lamentando profundamente su cobardía. Una nueva variante de este tema la hallamos en El sofá del placer 39.[24] Para “Azalia, vivir en una colonia proletaria era una verdadera tortura” y, como no quiere acostarse con los nacos que la pretenden, se consuela con películas porno y ejercita el placer solitario. Al fin descubre que Erasto, el técnico que la saca de apuros cuando se le estropea la tele, resulta ser un buen amante, por lo que la moraleja resulta ser positiva: “Azalia comprendió que las diferencias sociales no son importantes… siempre y cuando los cuerpos se entiendan bien” (pp. 59-60).
México es un país machista, qué duda cabe, pero el machismo está muy arraigado en otros países de Occidente. Se trata de una cuestión cultural que, como sabemos, viene de muy antiguo y hace que la lucha feminista sea necesaria. No se puede dejar que los hombres regresemos a viejos estadios primitivos. Las conquistas sociales que se lograron durante el siglo XX, la integración de la mujer en el mercado laboral y la no discriminación por raza o sexo, no pueden perderse. Pero lo grave es que siempre está a punto de perderse lo poco conseguido. De ahí que la igualdad sexual, como la democracia, sean ideales en perpetua construcción antes que realidades palpables. Son causas a través de las cuales se construye la lucha del ser humano contra los demonios que continuamente le amenazan desde dentro.
Como las mujeres son las madres, en México las madres son vistas, de manera consciente o no, como las depositarias por naturaleza de cierta autoridad anterior a la norma, las leyes y las costumbres. Las madres son como divinidades neolíticas a las que se debe reverenciar, pero también temer hasta cierto punto. Hay que recordar aquí el valor polivalente de las palabras madre y padre en el lenguaje popular mexicano. Si se dice que algo salió a toda madre, es que salió muy bien; si se dice que algo valió madre, es que salió muy mal; si se dice de alguien que tiene poca madre, es que se trata de un individuo despreciable por alguna razón; si es un valemadre, que es irresponsable; si algo está bien padre, es que está muy bien; pero si te metieron una madriza, es que te propinaron una paliza; mamacita quiere decir chica bonita; mamazota, mujer de cuerpo escultural. Podríamos citar más ejemplos, pero para muestra valen éstos. No voy a entrar ahora en el vocablo “la chingada” y todos sus usos donde predomina la dualidad activo/pasivo: ser bien chingón es ser un tipo formidable, pero si estás chingado quiere decir, literalmente, que estás jodido. Recomiendo, más bien, la lectura del clásico El laberinto de la soledad de Octavio Paz, donde analiza muy bien todas las implicaciones de “la chingada”. Todo esto remite un poco al mito hesiódico de la raza o edad de plata, que se distinguía de la edad de oro en que los hombres eran felices, pero… ¡ay, vivían dominados por las madres! Es decir, que mientras lo masculino es lo padre, lo alegre y lo irresponsable, el concepto de madre es más complejo y hasta contradictorio, pues no sólo abarca semánticamente todo aquello que es bueno, sino lo que es malo, en esa dualidad que encarna la mujer de placer/dolor: la mujer deseable y liberadora a través del sexo, pero también la mujer castradora y represiva, encarnada en la autoridad de la madre. Mujeres de armas tomar en la historieta mexicana.
Por lo general en estos cómics las mujeres reproducen ciertos estereotipos de mujer frondosa, con mucho pecho y caderas, nalgas rollizas, y en general, un pelín gordas siguiendo la estética que triunfaba en los años setenta y que los pornofumetti reflejaron una y otra vez, con el gran Leone Frollo a la cabeza (Blancanieves, Maghella…), pero también en España (recordemos las mujeres de Carrillo o las de Ambrós en la última época de ambos artistas). La crítica feminista argumentará que esta visión sesgada de la mujer, estereotipo al fin y al cabo, es denigrante para la misma, pero lo cierto es que hasta la fecha no parece existir una crítica machista de la visión que del hombre se tiene en estos cómics. Con independencia de físico, edad, condición social o raza, todos los varones que aparecen en estas historietas no sólo están muy bien dotados y tienen erecciones perfectas, sino que complacen a la fémina. Primero, y esto es repetitivo en estas historietas, el hombre debe complacer a su compañera con la lengua. Esto es casi sagrado, placentero para ella y delicioso para él, y a continuación, una vez cumplido con este “derecho de paso”, como el hombre y la mujer quieran gozar de mutuo acuerdo. No hay ninguna clase de denigración en la mujer ni en las prácticas sexuales que se muestran, y además, algunas de estas revistas siempre insisten en una idea: la mujer no debe ser violentada. Y es que, desgraciadamente, la violencia contra las mujeres es una de las lacras del México contemporáneo que revela la ausencia de una educación sexual adecuada. La falta de una ley federal del aborto que pueda proteger ante la posibilidad de un parto no deseado, la influencia de la Iglesia católica en la moralidad del país, y el magisterio de la cultura de la telenovela, además de otros factores que aquí no vienen a cuento (no somos sociólogos, al fin y al cabo), producen una incultura sexual destacable que afecta a todas las capas de la población. Estos cómics, paradójicamente, acaban por tener una función educativa, pues dictan patrones a seguir que no siempre son negativos. Mujeres "frondosas".
En “La nieta y su abuela… son mis queridas” (Beso negro 169)[25] tenemos a Eliseo Chimal, rico costeño de Acapulco, que se casa con Dolores, una fogosa cuarentona de muy buen ver. Un día llega a la familia Aurora, nieta de Dolores de una hija que murió en accidente con su marido. La ha mantenido en un internado, pero acaban de expulsarla por su carácter rebelde. Enfadados por una discusión hogareña en que Eliseo contraría a su esposa delante de Aurora, Dolores y Eliseo comienzan a distanciarse y sus relaciones se enfrían. Al final Eliseo acabará cediendo ante las insistentes insinuaciones de Aurora y la convierte en su amante ante todo el pueblo. Sin embargo, cincuenta años de diferencia acabarán por pasarle factura a Eliseo: “El viejo había tomado su viagra para aguantarle el paso a la candente jovencita. La edad y su cansado corazón no dieron para mucho” (p. 46). La conclusión de los autores es que bien está lo que bien acaba. Desaparecido Eliseo de un infarto, “Dolores y su nieta se reconciliaron y se repartieron la herencia de su compartido amante. Eso sí, Aurora se fue a quién sabe dónde, a gozar de su juventud y su riqueza, y Dolores fue asediada por jovencitos ávidos de dinero fácil” (pp. 47-48).
En El consolador anónimo 27[26], Paola no puede ser penetrada porque cierta maldición pesa sobre las mujeres de su familia: si pierden la virginidad antes de los veintiocho años, se les aparece el fantasma de su tatarabuela. Todo es una patraña inventada por su madre y su abuela para mantenerla virgen, pero Paola, vigilada siempre por su viejo tutor, se las ingenia para consolarse con Pastor y su dinámica lengua.
Como vemos, en estas historietas es la mujer el motor de toda la acción. Se trata de mujeres que saben lo que quieren, lo buscan y lo disfrutan, pero nunca llegan a ejemplificar a la Circe o mujer fatal, icono de la cultura del siglo XX que llega a nuestros días con buena salud, pues también es cierto que muchas de nuestras contemporáneas siguen viendo a estas mujeres, si no como modelo a imitar, sí al menos como ejemplo extremo de la mujer que sigue sus propios criterios aunque éstos violen las leyes y ostenten en muchos casos una moral cuestionable.
"Cocinera de sexo", historieta publicada en el número 570 de Almas perversas. |
También sucede en esta clase de historietas. Más allá del carácter moral de muchas de ellas, no encontramos razones para que pese la ignominia sobre estas publicaciones. El juicio de Rius sobre la “deleznable” historieta nacional es exagerado y anticuado. Muchas de estas revistas (las mejores, ciertamente) tienen por norma no tomarse en serio a sí mismas. Son revistas como Sensacional de mercados, Acá los maestros y sus chalanas, Pásele marchante (de a dos varos) o Luchas calientes y las gordas del ring. Son publicaciones satíricas cuyos protagonistas representan a la clase baja. Huyen del melodrama y se internan definitivamente en la comedia más loca, una comedia en la que sexo y picaresca juegan un papel predominante. Los nombres de los personajes tienen también muchas veces reminiscencias rurales: Arnulfo, Quirino, etc. El lenguaje, cuyos registros brotan del albur que se practica en el DF a pie de banqueta, requiere familiaridad con el español hablado en México. Uno lee pasajes como: “Zacarías era ñero de los meros buenos petateros, de los macizos y nunca de los hechizos”[29], o bien “El chalán le despepitó todo a su vieja y ambos decidieron retacharse a la capirucha para que resolviera su bronca”[30], Los juegos de palabras son continuos, pero a veces los textos están saturados por los mismos y crean un lenguaje incomprensible para quien no lo conoce. Muchos ejemplares ya juegan con estos dobles sentidos desde el título. El reflejo de la sociedad puede venir de la sátira de la vida costumbrista y de la crítica social a las instituciones. Revistas ligeras que no se toman en serio a sí mismas.
Con respecto a la vida costumbrista destaca la sátira de los padres preocupados por la virginidad de sus hijas. El número 5 de Soy naco ¡y qué chido![31] merece ser analizado por el grado de complejidad que a veces adquiere el mexicano del DF. Zacarías, un vendedor de la Lagunilla, tiene una hija despampanante y teme que su novio, Teodoro, “le rompa el cochinito” (la desvirgue). Cada vez que Teodoro acude a recogerla, Zacarías lo lleva al baño a punta de pistola y lo obliga a masturbarse tres veces seguidas, para que no le queden fuerzas con que entretener a su hija. A manera de venganza, y una vez casados los tortolitos, cuando Zacarías comienza a salir con la madre de Teodoro, éste le obliga a sufrir el mismo castigo.
Páginas del número 5 de Soy naco ¡y qué chido! |
La corrupción policiaca es protagonista de “¡Huya, huya que viene la patrulla!” (Pásele marchante 5)[32]. Los vendedores de un mercado deben enfrentarse a la corrupción del comandante Topillos (llamado “Tomandante”, por tomar a fuerzas lo que no es suyo y por ser bien tomador o borracho). Además, Topillos es un maníaco sexual que acosa a toda mujer que se pone ante sus ojos. Topillos se encapricha de la hija de un tendero, y la supervivencia del puesto en el mercado de este tendero depende de que la chica se quiera casar con él. Entre las páginas 21 y 22, el narrador nos informa de que “Anacleto Topillejos era un vago de barrio como hay muchos, muy bueno para los pleitos y muy transa[33] (…). Y precisamente, la necesidad lo hizo entrar a la policía”. En efecto, la desvergüenza de Topillos no es insólita, ni mucho menos, cuando reflexiona en las mismas páginas: “Aquí nada más hay de dos sopas. O me dedico a robar fuera de la ley, o lo hago con autorización oficial, esto es, con placa”. Hay sátira social, hay una profunda crítica a la falta de ética de muchos integrantes de las distintas policías, pero también hay unas gotas leves de erotismo (es el más antiguo de los cómics analizados, del 2 de octubre de 1992). El final feliz, con un ministerio público eficiente que acaba con la corrupción del “Tomandante” Topillos y libera a los vendedores de semejante lacra, ayuda a transmitir un mensaje positivo sobre cómo la policía también es capaz de limpiar la casa por dentro. No cabe duda de que tales purgas se dan muy a menudo, pero no es menos cierto que hay muchos “tomandantes Topillos” en potencia que ingresan en los cuerpos policiacos. Crítica social en "Huya, huya que viene la patrulla!"
Por último, dentro de esta vertiente de crítica a las instituciones quisiera destacar el Almas perversas 598[34], donde el objetivo son los políticos corruptos. Cuando Cornelio Ochoa gana la alcaldía, pronto se da cuenta de que Dolores, su esposa, es su principal enemiga, ya que ambos comparten la misma obsesión por el poder y por enriquecerse ilícitamente. Por lo demás, se llevan muy bien, y durante sus sesiones de sexo se insultan y se agreden. Dolores contrata como nueva secretaria a Olga, con quien Ochoa comienza a mantener relaciones. Esta Olga es una espía de su esposa, a quien revela que su marido está aceptando un soborno para la venta de unas tierras comunales. Los comuneros protestan, y Ochoa da orden a la policía de disparar contra ellos. Cuando Dolores toma partido por los campesinos (no por justicia, sino para exigir la destitución de su marido y convertirse en alcaldesa), Ochoa ordena que su esposa sea asesinada. La historia acaba con un fuego cruzado entre los sicarios de Ochoa y los campesinos que guardan las espaldas de Dolores. Del tiroteo sólo sobrevive Ochoa, que va a dar con sus huesos en la cárcel.
La historieta proporciona un retrato muy fiel de cómo contemplan los mexicanos a sus gobernantes: individuos incultos, corruptos, asesinos, ladrones, lascivos… Capaces de matarse entre ellos por codicia, capaces de matar a todo el mundo. Se trata de un retrato exagerado, pero no improbable. La caracterización gráfica de Ochoa como cierto político muy conocido del partido que gobernó durante setenta años hace pensar que la historieta, a pesar de su carácter inverosímil, está mucho más cerca de la realidad de cuanto sería deseable. Comoquiera que sea, el retrato robot de la clase gobernante está hecho, y la lectura de la historieta arroja paralelismos con escándalos políticos del México reciente. Cuatro páginas del número 598 de Almas perversas.
Entre la crítica social y la pornografía de la culpa quedan algunas historietas que abordan la extrema diferencia de clases en México. Dos de ellos hablan de mujeres prohibidas con las que más vale no meterse. “Me tiré a la hija de un narco” (Beso negro 157)[35] tiene interés porque aborda, aunque de manera tangencial, los vínculos entre narcotráfico y música. La hija de un importante narcotraficante se encapricha del famoso cantante Carlos Kali, con quien mantiene un encuentro sexual en el hotel. Cuando se entera de que la chica es hija de “a quien todo México conoce”, él la rechaza y comienza a rehuirla. Pero Dayana le amenaza con hacérselo saber a su padre. Una noche, en un concierto, Kali descubre a Dayana y a su padre entre el público, y después del concierto ambos le esperan a la salida. Desesperado, el cantante huye, y el mánager se enfrenta al capo de la droga. Falsa alarma. El narcotraficante sólo quería un autógrafo del cantante para su hija. Para Carlos, sin embargo, ya es tarde, pues se ahorca por temor de caer en manos de los narcos y ser torturado hasta la muerte. Este curso y desenlace de tragedia griega (hasta parece seguir en ciertos lineamientos el Hipólito, de Eurípides) hace destacar el papel de dioses modernos que tienen los capos del narcotráfico en México. El lamentable historial, además, de estrellas de la canción asesinados por ajustes de cuentas con el narcotráfico convierte a este pequeño librito en un triste reflejo de una realidad lacerante del país.
Cubierta y páginas interiores de Beso negro número 157. |
El sexo es una necesidad tan grande como la del alimento, pero cierto pensamiento puritano (desde gobiernos e iglesias) y una mentalidad que sólo es capaz de concebir el arte desde criterios de aristocracia aristotélica que responde a valores sacrosantos de un canon secular (entre profesores e intelectuales) hacen que estas historietas no tengan quien las defienda públicamente. El pueblo llano de México sigue teniendo pasión por los cómics, que se identifica con contracultura, con sabiduría popular, con desprecio a ciertas instituciones. El rechazo de intelectuales y gobernantes refrenda este aprecio por las historietas. ¿Son peores estas publicaciones que los pornofumetti de los setenta y ochenta? No necesariamente. ¿Son acaso peores que las hoy tan reverenciadas biblias de Tijuana? No. Antes al contrario, cumplen con ese contenido contracultural que aquellas publicaciones también tuvieron. Son arte a la contra. Y para bien o para mal, están educando al pueblo allá donde no llega la educación oficial castrada por los prejuicios religiosos, morales o académicos de los mismos responsables de siempre.
Notas.-