LA GUERRA DE LOS ANTARTES: UNA FABULACIÓN PREVIA A TIEMPOS TRÁGICOS
1. La ciencia-ficción al servicio de la historia de Sudamérica
La guerra de los Antartes podría ser considerada “la obra maldita” de Oesterheld, por la densidad de lo narrado en ella, por las vicisitudes por las que eventualmente pasó y por los avatares que empañaron la vida de su autor en los tristes años sucesivos. La segunda versión, objeto de nuestro análisis, empezada en 1974 e interrumpida el mismo año cuando el periódico en el que era publicada fue brutalmente obligado a cerrar, es un reflejo del flujo de ideas que bullían en la mente del guionista argentino, unas ideas en las que predominaba el pesimismo sobre el futuro de su país y continente, por mucho que haya atisbos esperanzadores en la serie. Sin embargo, aunque al lado de otros hitos de su producción, como El eternauta, Mort Cinder o Sherlock Time, pueda parecer un trabajo menor, es necesario reivindicarla como lo que realmente es, una muestra de las inquietudes de un creador abocado a un destino trágico, dramáticamente intuido en sus páginas.
La guerra de los Antartes conoció dos versiones[1], lógicamente similares en cuanto a concepto, pero radicalmente diferentes en cuanto a resolución final. La primera fue publicada en la revista 2001 en 1970[2], y fue dibujada por León Napo, que, por lo visto en las únicas imágenes que hemos podido consultar[3] aportó un trazo grueso, muy definido, y un diseño “futurista”, aparte de algunos cambios en los personajes, (p.ej., el diferente nombre dado al presidente argentino). Poco más podemos decir sobre esta primera versión, aparte de que quedó inconclusa.
La segunda versión, que nos ocupa, fue publicada en el diario Noticias en 1974, a razón de dos tiras diarias, desde el 22 de febrero hasta el 3 de agosto, cuando “la policía irrumpió con violencia en la redacción”[4]. Como ya hemos mencionado, se mantiene la idea original, a saber: unos extraterrestres llegan a la Tierra y se establecen en principio en la Antártida, aniquilando a todos aquellos que les atacan. Cuando la invasión se hace pública, los invasores convocan a todos los gobiernos del mundo y les plantean la paz a cambio de que se les entregue Sudamérica. Lo que sigue es la resistencia por parte de un grupo de rebeldes... El nuevo artista, Gustavo Trigo, aporta un dibujo más realista y claramente funcional, que aleja la historia de la ciencia ficción y la sitúa en la crónica social y política.
La razón para esta nueva orientación de la obra puede estar en los acontecimientos políticos que vivió el continente entre los años que separan las dos versiones: la vuelta al poder de Perón en 1973, con la esperanza de una vuelta de un régimen populista a Argentina que se vería frustrada por las divisiones dentro del peronismo; la progresiva violencia de extrema derecha que seguiría a la muerte del presidente, durante el mandato de su viuda, Isabel Perón, terrorismo al que respondería la lucha armada del movimiento montonero, con el que Oesterheld se acabaría identificando. Finalmente, el golpe de estado y consiguiente instauración de la sangrienta dictadura chilena de Pinochet en 1973. Tales acontecimientos aparecen reflejados de una u otra manera en esta Guerra de los Antartes.
Por otro lado, el relato se estructura en partes bien definidas: en primer lugar, tenemos la llegada de los invasores y la primera respuesta terrestre. En segundo, la reacción de los gobiernos del planeta. La historia pasaría en la siguiente fase al nivel del individuo, con la reacción de los habitantes de Buenos Aires ante la decisión de sus dirigentes y la consiguiente represalia por parte de los invasores. En la etapa en la que la obra fue interrumpida, se desarrollaba la formación de un núcleo de resistencia.
La reedición consultada divide La guerra de los Antartes en ocho capítulos, de los que los tres primeros se centrarían en el primer apartado mencionado. Oesterheld, como hizo en El eternauta – trabajo con el cual el que nos ocupa tiene, como veremos, muchos puntos en común – empieza contando la historia en un momento muy avanzado de la misma, presentándonos a nuestro primer narrador omnisciente, un piloto apodado “el Coya”, que reflexiona sobre lo acaecido hasta entonces ante un paraje urbano desolado. Ahí comienza un largo flash-back que desgrana el relato lentamente pero sin pausa alguna.
Dcha. |
Una diferencia fundamental con respecto a El Eternauta es que el guionista tiene prisa por contar la historia y no se detiene en caracterizar a su protagonista o su entorno, si descartamos la breve alusión a su familia presente en la carta que les escribe. El resto de los personajes, con la excepción de los biólogos Lina y Marcos, que merecerán nuestra atención algo más abajo, son absolutamente planos, y solo contribuyen a enfatizar el ambiente militar de la narración. Esta falta de caracterización hace que este comienzo carezca de la intensidad dramática de su gran obra, pero al mismo tiempo goza de una gran vitalidad.
Del mismo modo, el misterio del que se parte es resuelto velozmente. Si en El Eternauta el enigma de la “nevada asesina” y la identidad de los invasores no es desvelado hasta muy avanzada la historia, en La guerra de los Antartes interesa identificar pronto al enemigo. Así, tras descubrir la arrasada base polar y los esqueletos calcinados de sus ocupantes, pronto aparece la causa de la destrucción. Estamos ante un enemigo cruel, que ataca sin mediar provocación y cuya arma más potente supone la desintegración y desaparición absoluta de sus victimas. Poco después de la publicación de esta obra, en el mundo real Argentina asistiría a otro tipo de desapariciones...
Dura alegoría de algo que nunca tenía que haber sucedido. |
En este ambiente de guerra, donde los militares responden a la agresión con otra agresión, los biólogos Lina y Marcos son el contrapunto pacifista. Las acciones de estos dos personajes, que representarían el lado más humanitario del hombre, son respondidas inmisericordemente por los invasores. Aquí sí hay un claro contrapunto dramático, producto del pesimismo que impregna el relato. Oesterheld parece decirnos que no hay negociación ni diálogo posible cuando el enemigo no se atiene a razones. Sólo queda el enfrentamiento.
3. La guerra se hace global: el sacrificio
Tras unas páginas en las que en un ambiente de pesadilla se describe el primer contacto visual con los antartes, se pasa al capítulo IV, donde el Coya solo aparece como un narrador que se basa en lo que cuenta la televisión. A través este recurso, asistimos a como los invasores destruyen toda una gran ciudad de los Estados Unidos y a la capitulación terrestre. El pesimismo sigue impregnando esta parte de la historia. Es cierto que, sin ser precisamente una utopía, el mundo futuro que se nos presenta es un mejor que el real, con todos los gobiernos trabajando conjuntamente, gobernantes juiciosos como los argentinos, países como Zaire que basan su pujanza en la ciencia... Sin embargo, este orden mundial se vendrá abajo mediante la más humillante de las capitulaciones.
Con ironía, con amargura, Oesterheld personifica en la traición occidental el abandono de Argentina a su terrible destino. |
Incorpora Oesterheld a la historia ahora un leit-motiv que se repetirá de forma machacona a lo largo del relato. El lema es “cordura terrestre, magnanimidad antarte”, y refleja de manera brutal el modus operandi de cualquier dictadura. Evidentemente, para el opresor, “cordura” supone el plegarse por completo a sus exigencias. Unas exigencias que pasan en primer lugar por la entrega de Sudamérica, a lo que el resto del mundo accede con alegría. No es difícil ver el paralelismo con la pasividad con la que las llamadas democracias asistieron al derrocamiento de los gobiernos legítimos de Argentina y Chile... incluso la colaboración de Estados Unidos con los pinochetistas se ve reflejada en la colaboración del mismo país con los antartes... Como representantes del imperialismo total para el guionista, éste no duda en presentarles como un grupo sin escrúpulos, capaces incluso de aniquilar toda oposición terrestre al invasor. Una aniquilación que el resto del mundo ignorará porque la censura de los medios de comunicación lo impide. El autor argentino presenta un panorama desolador que, repetimos, no es más que una imagen de lo acaecido en Sudamérica...
El golpe de estado del general Pinochet en Chile influyó poderosamente en La guerra de los antartes. |
Se cuenta que Oesterheld estaba ilusionado ante el retorno de Perón al poder, pues ello le habría dado esperanzas de un gobierno populista. Tal esperanza aparece en La guerra de los Antartes a través del gobierno de Andrada y sus consejeros. El peligro de involución presente en los militares y la extrema derecha en su país y los invasores en esta obra se ve contrarrestado por la confianza depositada en los dirigentes. El padre del Coya, que le ha relevado como narrador, dice en un momento, “Los consejeros lucharon tanto por el pueblo y nos salvaron de tantas... pero ¿nos salvarán de ésta?”[8]. Son unos gobernantes que no dudan en consultar a su pueblo reunido en manifestación, pergeñando un cuadro ciertamente utópico.
La historia pasa ahora del nivel político al nivel social. El protagonismo pasa a Mateo Torres y su familia, indudablemente un trasunto de la familia del autor. Éste se detiene ahora más en la caracterización, sabedor de que el auténtico drama está por comenzar y de que el lector debe lamentar todas y cada una de las muertes y desapariciones que se avecinan. Aunque hemos cambiado de narrador, éste mantiene la misma función. “Conoce” todos los hechos, los pensamientos de los personajes, comenta y opina sobre los mismos... Nuestra implicación como lectores es total en este momento. Hemos ido pasando de la frialdad inicial a involucrarnos plenamente en la situación descrita. Oesterheld, un extraordinario cronista de acción y aventuras, como decía Carlos Trillo, confirma también sus dotes de manipulador de sentimientos y emociones.
El pueblo argentino, la sociedad civil, decide enfrentarse a los poderes que la oprimen: los antartes de... Videla. |
Las escenas que transcurren en la Plaza de Mayo son una buena muestra. El guionista pasa de los comentarios individuales de cada personaje a la reacción unánime de la masa con agilidad. Y el momento de reacción provocado por la llegada del invasor que viene a hacer formal la rendición es vibrante y vertiginoso, haciendo que vivamos la tragedia en toda su crudeza. Este capítulo termina con un cliffhanger pleno de emoción donde el consejero Andrada anima a sus compatriotas a la rebelión y dispone el escenario para el inconcluso cuarto acto.
5. Resistencia, desapariciones y traiciones
La última parte de La Guerra de los Antartes se centra en la rebelión de los argentinos y consiguiente represión por parte de los invasores. Aquí la historia se politiza y se hace cruelmente real. Los malos tiempos que se aproximaban para Argentina son expuestos con previsión de futurólogo por Oesterheld. Es posible que la realidad del vecino Chile estuviera tristemente presente en la mente del guionista. La cuestión es que asistimos a despiadados ataques contra manifestantes, desapariciones (Mateo Torres pierde a sus dos hijas[9] y amigos entre el tumulto), torturas...
Tras el breve atisbo de esperanza apuntado en el capítulo anterior, el pesimismo se hace latente, acrecentado además por el nervioso pero descarnado y eficaz trazo realista de Gustavo Trigo, que además se adapta perfectamente al formato de dos tiras y es capaz de ofrecernos en tan reducido espacio un montaje vivo, fiel reflejo del frenesí de lo contado.
La lección de historia continua: igual que Pinochet preparó a conciencia su golpe en Chile, se nos cuenta como los Antartes “sabían perfectamente donde golpear”[10]. Un personaje como el Favelli de El Eternauta habría sido eliminado en la obra que nos ocupa antes de empezar la resistencia. Una resistencia que se empieza a organizar con la incorporación de nuevos personajes como el “Chinche”[11] y, sobre todo, la vuelta del “Coya”. El relato aquí se vuelve cotidiano, la descripción de la angustiosa lucha de los insurgentes contra las maquinaciones del opresor...
... Y al final, cuando el relato es interrumpido, los rebeldes se enfrentan a la posible traición de uno de ellos... ¿Pretendía el guionista reflejar algo habitual en la lucha en la que estaba involucrado o no deja de ser un recurso narrativo con el que introducir tensión en la historia? Puede que haya algo de ambas cosas...
La última tira de esta inconclusa historia, donde aparece la traición de uno de los suyos. |
La Guerra de los Antartes es el canto del cisne de Oesterheld, una obra comprometida con su tiempo y de una calidad más que contrastada. No está a la altura de sus grandes momentos, pero sería injusto relegarla como un trabajo secundario, ni por su acabado, ni por las pretensiones que implicaba. Es un canto a la libertad y a lucha por mantenerla y recuperarla. Es posible que en algún momento caiga en el panfletarismo y el maniqueísmo, pero por encima de todo se mantiene una historia subyugante y el talento de un guionista que llegó a la historieta casi por casualidad y que, si son ciertos los rumores[12], poco antes de “desaparecer” dio prueba de un amor a la dignidad de su profesión fuera de toda duda.
[1] La información factual sobre esta serie proviene fundamentalmente de la introducción a la edición argentina de 1998: Oesterheld, Hector Germán y Trigo, Gustavo: La Guerra de los Antartes. Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1998.
[2] Santis, Pablo de: Sudamérica para los Antartes, en Oesterheld, Hector Germán y Trigo, Gustavo: op.cit., págs. 9-10
[4] Santis, Pablo de, op. cit.
[5] Trillo, Carlos: Héctor G. Oesterheld, un escritor de aventuras, en Toutain, Josep y Coma, Javier (ed.) Historia de los cómics, Toutain Editor, Barcelona 1982, pp. 637-644.
[6] Curiosamente, en El Eternauta el primer organizador de la resistencia será un hombre culto, el profesor Favelli. El hecho de pasar la antorcha a un militar en Antartes dice mucho de la situación que vive el país en esos años.
[7] Oesterheld, Hector Germán y Trigo, Gustavo: op.cit., pág. 15.
[8] Oesterheld, Hector Germán y Trigo, Gustavo: op.cit., pág. 72.
[9] Triste anticipo de las posteriores desapariciones de las hijas, yernos y nieto de Oesterheld durante los tres años siguientes.
[10] Oesterheld, Hector Germán y Trigo, Gustavo: op.cit., pág. 9.
[11] Aunque el apelativo es normal, es curioso resaltar como el “Chinche” se dirige siempre a Mateo como “viejo”... “El viejo” es el sobrenombre con el que los montoneros se referían al propio Oesterheld...
[12] Al parecer, existen testimonios de que los militares habrían ofrecido la salvación al guionista si hacía una historieta en su favor.