LA CANCION DE LOS GUSANOS HÉROES DE LA DESDICHA |
“Los dioses dan desgracias a los hombres para que tengan algo que cantar”.
La Odisea según Borges
EL HÉROE TRÁGICO
Una figura capital de la cultura occidental es la del héroe, espejo en el que mirarse y modelo a través del cual conocer el entorno y comprender el mundo. Los arquetipos heroicos han perdurado y han mutado a lo largo del tiempo hasta cuajar en la narración más portentosa, la novela, que entre los siglos XVI y XIX fue transformando muchos de sus personajes para llevarlos por el camino de la fatalidad, lo cual no dejaba de ser otro modo de servir enseñanzas. Hallamos un gran atractivo en los personajes que no iban cortados según un patrón, híbridos de varios tipos o arquetipos, con deformidad física o moral, pues nos permitían reconstruir al verdadero hombre, con sus ideales y aspiraciones pero también con sus bajezas y probables destinos.
Obviamente, esos antihéroes ya estaban en la cultura: lacerados por el destino estaban los personajes de Sófocles, Shakespeare nos mostraba al hombre en toda su precariedad, y Cervantes compuso genialmente al héroe fracasado en 1605. Todo lo que nos habita estaba ya, pues, larvado en la tragedia griega y en la novela picaresca, pero experimentó gran desarrollo en la novela decimonónica y cristalizó definitivamente en la narrativa del siglo XX, la literaria, la gráfica y la audiovisual, sobre todo a partir de que la historia impusiese su magisterio de terror y guerra para dejar claros los límites de nuestra depravación moral, la iniquidad a que conduce el ejercicio de poder y la ruindad del ser humano. Y parece que hoy más que nunca el héroe se inclina hacia lo trágico; es decir, muchas ficciones actuales siguen usando el relato lineal del héroe arquetípico, pero el que más nos atrae es el protagonista derrotado, consciente de su culpa, perturbado por la anagnórisis, transeúnte por un paisaje derruido y plagado de cadáveres.
Este último modelo es el que desarrollan los autores granadinos Álex Romero y López Rubiño en su obra La canción de los gusanos. No hallamos en este tebeo héroes órficos que vuelven de la muerte, lo que encontramos en sus páginas son personajes que viven en un mundo yerto y que creen que pueden huir de donde no hay escapatoria posible, pues su mundo es el verdadero infierno. Son héroes de la desdicha.
UNA PEQUEÑA NOVELA GRÁFICA
La obra que nos ocupa ha sido editada a modo de libro por Norma Editorial en junio de 2010 con un formato que responde al de “novela gráfica” tal y como se entiende hoy (24 x 17 cm., más de 100 páginas, encuadernado en cartoné) si bien la obra parece haber sido concebida para un formato de álbum a la francesa, de 30 x 21 cm., a juzgar por lo apretado de los textos, más legibles en el fragmento publicado en la revista Dos veces breve.
El vaticinio del fantasma, en la edición del catálogo del Injuve de 2005. |
La historieta había sido avanzada en 2005, ya que el arranque de la misma apareció publicado en el catálogo Cómic e ilustración 2005 de Injuve, con menos carga icónica y una pátina de color azul sobre las viñetas. López Rubiño eliminó el color y retocó y desaseó gran parte de las viñetas para llegar a la obra que se publicó cinco años más tarde, cosiendo y recosiendo hasta llegar al producto final. Así pues, la historia que nos cuentan los autores de La canción de los gusanos parece que fue creada ensamblando piezas, no en vano se divide en dos actos y un epílogo y dentro de los actos hay secuencias episódicas que parecen haber sido concebidas por separado del resto. Es una suerte de “monstruo” narrativo construido con fragmentos y se podría entender como un cadáver exquisito si trazamos un símil a la inversa, dado que es un relato plagado de cadáveres, si bien esta obra nada tiene que ver con los surrealistas. ¿O sí?
Forzado parece, pero si uno de los derivados del surrealismo, la greguería, brotaba de la suma de humor más metáfora, ¿qué surge de la suma de horror más metáfora o, mejor aún, de humor más horror más metáfora? Surge este libro. Una historia de soldados y fantasmas introducida como una tragedia shakespeariana. Se ambienta en un contexto surreal –entiéndase el término en su acepción popular–, y los personajes se nos aparecen en un escenario sucio que varía en el espacio pero no en la forma y que goza de algunos toques cómicos en el arranque. El planteamiento es sugestivo, pero suena a conocido: un fantasma se les aparece a dos soldados y les vaticina su destino, que uno huirá presa del miedo, acobardado; que el otro sobrevivirá al ataque inminente y se convertirá en héroe, tras lo cual dará muerte al cobarde. Todo esto articulado con un espeluznante humor, pues el fantasma bromea con su condición de espectro y hace un remedo de Hamlet mostrándose terriblemente sarcástico.
Cada personaje camina hacia su destino, Thomas es tomado por héroe y Empson huye a través de un infierno tragicómico. |
Este ejercicio de metanarración va más allá de este personaje que se reconoce como tal fantasma. De hecho, el vaticinio que les comunica genera la paradoja de que transforma las intenciones de los personajes que lo han recibido, puesto que en lo sucesivo actúan con el vaticinio siempre guiando sus pasos cada uno por diferente camino hacia la perdición. Sin duda, los granadinos eran los autores ideales para este difícil ejercicio narrativo. El guionista Romero es un hombre al que fascinan por igual la sociología y el mentalismo, por ello conoce bien las sendas que ha ido tomando el hombre y lo fácil que resulta engañarnos concibiendo la realidad que necesitamos y no la que realmente vivimos. López Rubiño, por su parte, es uno de esos humoristas gráficos que articulan sus sátiras con la inanidad del hombre como eje, ¿y quién mejor que él para tejer un tapiz sobre la muerte con las hebras del humor?
Los personajes protagonistas, Vernon Thomas, el héroe, y David Empson, el cobarde, siguen sus caminos como superviviente y como desertor respectivamente. Cada uno de ellos va topándose con cadáveres que les comentan su situación, se ríen de sus esfuerzos y conducen sus actos también, pues el vaticinio inicial se va desdibujando en la historia a cada viñeta salvo para los dos protagonistas, ciegos ante la realidad circundante. Todo transcurre en un campo de batalla de 1918, con el suelo cuajado de alemanes y británicos muertos y con sus cuerpos cuajados de gusanos. La canción de los gusanos es un festival de la muerte en un mundo lleno de muertos andantes, pero que se sitúa a mucha distancia de los festivales de la muerte de moda, los protagonizados por el zombi moderno, ese que sirve para ofender la inteligencia y afirmarse en la intolerancia. Aquí no hay celebraciones, aquí sólo veremos la trágica carnadura del cadáver.
Los estilemas que utiliza López Rubiño confieren a la obra una atmósfera entre fantasmal y pútrida. |
BAUDELAIRE EN LA CHÁCENA
En cada escena vivida por cada uno de los personajes por separado se va incrementando el valor poético pero terrible de la historia. Los autores van sumando imágenes audaces para acentuar el clima decadente y corrupto, que termina por parecer hermoso y a la vez patético, como ocurre con el abrazo que confunde en la muerte al alemán y al desertor, o como ocurre con la reveladora y desasosegante conversación del héroe con su novia. Parecen cómicos los personajes dibujados por López Rubiño, con sus cuencas amplias de pupila minúscula, pero por ello resultan más inquietantes. El dibujante da con la clave estilística dibujando este tipo de rostros, que son rictus más bien y que aproximan a los personajes vivos a los cadavéricos, pues todos los personajes del libro son cadáveres en realidad. Su estilo ligado al humor gráfico no desposee a la obra de valor, Rubiño se ha documentado, y eso se atisba en las arquitecturas, en los escombros, en algunas composiciones con muertos, todas de fotografías de la I Guerra Mundial o bien trasvasadas (al más puro estilo Baudelaire) desde composiciones pictóricas, como las de Goya.
Doble página compuesta en uve cuyas viñetas denotan la documentación usada por los autores. |
La referencia a Baudelaire y al decadentismo romántico no es casual. La cita de apertura de la historieta, la ambientación romántica de las páginas 28 y 29, las alusiones al amor deseado, el alcohol y las rosas… toda esa sensación de condenación, entronca con la reflexión que se hace sobre la muerte como algo bello, es decir, la muerte es terrible, pero el acto de morir puede ser hermoso. En la página 31, el fantasma que sigue al cobarde comenta ante una cabeza seccionada: “Un filántropo ha extirpado de un tajo la amargura de este hombre”. ¿No es esto una broma surrealista sobre la estética de la muerte? En 1918 no sería extraño oír esta reflexión de boca de un soldado. El romanticismo languidecía y medraba una nueva Europa llena de atrocidades, la de los totalitarismos, en la que la humanidad perdió definitivamente su rumbo.
CADA ORFEO CON SU EURÍDICE
La sensación de que los personajes caminan por un paisaje tártaro es constante en este tebeo. Tanto el cobarde como el héroe. El considerado heroico va dando pasos en ese descenso ad inferos. Primero asume que es héroe por conveniencia y que en realidad no es más que un derrotado con fortuna. Luego se percata de que en tiempos de guerra no queda lugar para la caballerosidad o el honor, sólo para decisiones oportunas con individuos sin cara (la ocultación del rostro de las mujeres en las viñetas contribuye a esta idea, o acaso subraya la apuntada antes: que no cabe otra belleza que la de la muerte). El desertor Empson encuentra a su Eurídice en un episodio impagable en el que se conjuga el humor con lo tremendo. El niño alemán que encuentra en su deambular parece contribuir al juego, o a una suerte de chanza tragicómica, con su diálogo en el que parece invitar al británico a acabar con su vida: “¿Tú mata en mi casa?” Claro que el niño está trastornado y esa conversación precede al horrible descubrimiento de lo que preserva entre sus manos, ante lo cual huye despavorido Empson dando una muestra más de cobardía, pues deja al pequeño desamparado y hambriento.
Las mujeres, sin rostro, permiten que Thomas conozca la verdadera cara de la realidad, una sin honor ni orgullo. |
Al comienzo del Acto II del libro ya no queda lugar para la esperanza. El heroico Thomas sigue corrompiéndose en su descenso hacia lo abyecto: en otro episodio terrible en el que unos soldados someten a una mujer alemana él descubre que ya nada le inspira clemencia, y eso le impide ver la realidad que él ha jurado defender y que, de hecho, le fue vaticinada. La mariposa que sobrevuela los cadáveres es un elemento de contraste para que nos percatemos de que ya no hay vuelta atrás. Como la del lepidóptero, la belleza presunta de la alemana violada es un atisbo último de lo hermoso en un mundo en ruinas, o de la ruina interior de los hombres que ya son incapaces de distinguir el bien del mal.
La humanidad como reservorio de toda atrocidad, capaz de mostrar ante la siempre bella naturaleza el más espantoso de los escenarios. |
Romero y Rubiño describen a estos hombres condenados como seres amorales, en efecto. Rubiño acierta a dibujarlos con carne majada, sobre fondos raspeados, a veces indefinidos mediante una trama manual (que puede recordar a la suciedad de Lloyd o a la crudeza de Tardi, tanto da) conducente a generar un clima abstruso, ideal para escenificar la desesperación en la guerra (aunque más cerca de Jean-Pierre Jeunet o Ernst Lubitsch que de Peter Weir o Stanley Kubrick por trazar una comparativa cinematográfica).
Empson se redime “descendiendo” a los infiernos para aplacar su sentimiento de culpa. |
Es en este momento en el que la trama da un vuelco y el héroe y el cobarde intercambian sus papeles. Empson, sometido por la culpa, regresa a buscar al niño hambriento como Orfeo descendió a buscar a su Eurídice, sólo que Empson ya vive en el infierno… Thomas, por su parte, trastornado por completo, termina convertido en un asesino que es incapaz de reconocer su culpa. Y aquí discurre el clímax del tebeo, en un conjunto de páginas de excelente composición, de ritmo magnífico (desde la página 80 en adelante, pero sobre todo la 92), que hacen de esta obra una pieza mayúscula de la historieta, bien urdida, narrada y dibujada, que será la gran ausente en todo concurso a mejor obra que se precie de tener equidad y buen criterio. En las páginas 94 y 95, finalmente, vemos al hombre transformarse en bestia ante la proximidad de la muerte en una serie de actos que regocijarían a Eurípides o a Esquilo si les diera por leer tebeos.
La diagramación y composición de las páginas climáticas constituyen un prodigio narrativo. |
Lo sorprendente es la capacidad de los autores para construir un final complejo y sujeto a interpretación. Puesto que parece ser que Thomas, finalmente, ayudó a la mujer secuestrada. Puesto que parece intuirse que el cobarde finalmente se convierte en héroe… ¿Pero qué héroe? A esta confusión contribuye el conjunto de páginas que van de la 99 a la 102, cuyas escenas hubiera sido preferible desarrollar en dos o tres páginas más para así mostrar con más claridad cómo la bella mariposa aletea ingrávida hacia el cráneo horadado por la bala marcada. También el final del libro propone nuevas reflexiones, pues da una vuelta de tuerca a la tragedia para mostrarnos a una mujer caída en desgracia meramente por adulterio, simplemente por eso, y para echar un vistazo a su hijo, también condenado. ¿Por qué ese final tan desalentador? ¿Por qué esta delicada crueldad?
Parece claro que sólo los gusanos saben cómo terminan todas las historias.
En las páginas finales vemos la cara de una mujer… que declara que la adúltera no merece que la miren a la cara. |