LA AVENTURA MUSEÍSTICA DEL TEBEO
MUSEU DEL CÒMIC DE SANT CUGAT
El día 13 de junio de 2019 tuvo lugar la inauguración del Museu del Còmic ubicado en la localidad barcelonesa de Sant Cugat del Vallès. Esta instalación, impulsada con capital privado por Francisco Baena y José Luis Villanueva, se ubica en la plaza Pep Ventura de Sant Cugat.
Dos momentos de la inauguración. A la izquerda, Paco Baena. A la derecha, varios de los asistentes. |
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La inauguración contó con la asistencia de diferentes agentes culturales: editores, libreros, periodistas, teóricos del medio, y dibujantes, además de las autoridades locales. La presentación del acto corrió a cargo del propio Paco Baena, Vicent Sanchis y la alcaldesa de Sant Cugat, Carmela Fortuny, que cerró el acto. Los asistentes pudieron recorrer ese día los 500 metros cuadrados del edificio, dividido en tres plantas, entre centenares de publicaciones y originales que muestran la evolución del medio a través un recorrido histórico de más de 135 años.
Fotografías de las salas más importantes de esta entidad. La disposición de los originales enmarcados sobre las paredes es acorde con los tebeos que se exhiben en las vitrinas colocadas bajo ellos. |
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El primer museo del cómic en España
El tiempo transcurrido desde la aparición de las primeras viñetas concatenadas en nuestro país se vislumbra hoy como una inmensa galaxia, un espacio colmado por miles de obras y personajes que configuran un conglomerado tan excelso como complejo de abarcar en su totalidad entre cuatro paredes. El cómic cumple ya más de 150 años desde sus primeras luces, y el Museu del Cómic de Sant Cugat trata de exponer, valorar y ordenar todo ese magma narrativo en sus diferentes expresiones y soportes. Allí se encuentran cientos de autores, cada uno con su visión personal narrativa, Y su don hechizante capaz de crear vastos y perturbadores mundos a través de la viñeta. Entre ellos, el realismo atiborrado de ímpetu de Manuel Gago; la maestría y estilización de Emilio Freixas; el genio desbordante y desternillante de Francisco Ibáñez; la brillantez y elegancia de Jesús Blasco; el brío narrativo y la humanización de los personajes de Ambrós, etc. Nombres que han quedado como ejemplo de la ilustre cosecha de dibujantes de nuestros tebeos. Antes que ellos, estuvieron genios como Apeles Mestres, Mecachis, Atiza, Xaudaró, López Rubio, Méndez Álvarez, Mihura, Opisso, etc. Y, después de ellos, los no menos luminosos Carlos Giménez, Hernández Palacios, José Ortiz, Jordi Bernet, Pepe González, José María Beà, Luis Bermejo y un largo etcétera.
Uno de los muchos preciados originales de historietas que se exhibe en el museu. En este caso, dibujo original para el número 1 de El Espadachín de Hierro, obra de Manuel Gago. |
El Museu del Còmic i la Il·lustració de Sant Cugat es el primero en abrir sus puertas en nuestro territorio. Ubicado en un edificio de mitad del siglo XIX, que acaba de ser remodelado para dar cabida a este centro expositivo de la viñeta, del dibujo y la ilustración, presenta un recorrido por la historia de los tebeos y sus protagonistas, y por las diferentes etapas del medio y la evolución de su lenguaje. Todo ello a través de centenares de cabeceras aparecidas en el periodo 1865-2000, 135 años de narrativa gráfica que han hecho del cómic un arte mayor.
La mascota del museo: Cucufato Pi, de Cifré. | Fachada del museo. | ||||||
Los visitantes al Museo podrán disfrutar de más de mil obras seleccionadas, organizadas en apartados con un énfasis histórico: Revistas Satíricas, Semanarios, Publicaciones confesionales, Tebeos de Aventuras, Femeninos, Novela Gráfica, etc., manteniendo siempre un orden segmentado y cíclico, un recorrido con especial incidencia en obra original, planchas y dibujos (portadas y páginas interiores) acompañada de las publicaciones impresas correspondientes. Una lectura dual que permitirá observar al detalle el trabajo original de los autores expuestos. La selección de cabeceras facilitará al visitante una lectura precisa sobre el origen y evolución del medio, sus diferentes etapas, los formatos y targets, los creadores más destacados –y otros que no lo fueron tanto–, las corrientes y hábitos sectoriales, etc. El recorrido incluye también una amplia muestra de objetos y artículos promocionales utilizados por el medio en su expansión comercial, en las secciones: Encartes, Cromos, Carteles, Recortables, Dioramas, Grabados originales y Publicidad.
Un ejemplo de material original que se exhibe en el museo: no solo el tebeo, también las planchas grabadas en metal que se utilizaban para hacer los tirajes en imprenta. |
Misión, Visión y valores del Museo
Los objetivos de esta nueva institución se concretan en estos puntos según sus fundadores:
· Recuperar y preservar el patrimonio que en la actualidad representa el arte del cómic. El estudio, promoción e investigación de un legado artístico que se remonta a 150 años atrás.
· Poner en valor este medio de expresión, de indiscutible importancia cultural, artística, social e histórica. Mostrar su evolución a través del tiempo, y recopilar y archivar documentalmente para su estudio todo el material posible relacionado directa o indirectamente con el medio.
· Generar un espacio de memoria con un especial objetivo: la recuperación, restauración, catalogación, y conservación de la obra original de sus autores y de las publicaciones y editoriales que contribuyeron a su difusión.
· Debatir mediante encuentros, charlas y conferencias dicho fenómeno cultural, su complejidad, y sus dimensiones económicas, técnicas, sociológicas e ideológicas.
· Producir exposiciones periódicas que nos permitirán acercarnos a innumerables aspectos del arte del cómic: autores más destacados, personajes, géneros, tendencias gráficas, editoriales y escuelas, etc.
· En definitiva, contribuir desde el Museo al reconocimiento de cuantos hicieron y siguen haciendo posible esta industria: dibujantes y guionistas, editoriales y prensa, cabeceras y personajes, etc. Sin olvidar a los coleccionistas y a los autores pioneros, verdaderos promotores de este arte contemporáneo.
Dos carteles promocionales del museo. |
Recorrido por el Museo
El visitante del Museo del Còmic hallará ordenados los materiales expuestos siguiendo una lógica diacrónica, la cual va comentada con cartelones ubicados antes de cada muestrario o vitrina. Estos son los bloques informativos que pueden leerse en la instalación:
1864-1900. LA PREHISTORIA
Herederos de la prensa satírica político-social y de la caricatura, los semanarios españoles basados en mayor o menor medida en la narrativa gráfica, iniciaron su andadura hacia finales del siglo XIX. Por entonces la historieta no había mostrado aún sus posibilidades expresivas, y cualquier asomo de narración basada en el dibujo no iba más allá de lo testimonial dentro del entramado de contenidos del que hicieron gala las publicaciones de la segunda mitad del siglo XIX.
Una de las primeras publicaciones basadas completamente en esta narrativa fue Historietas Ilustradas, de Wilhelm Busch, publicada en Barcelona por C. Verdaguer en 1881. En realidad, más que de una revista o semanario, se trató de una publicación monográfica que recopilaba en unos cuadernos un gran número de creaciones del legendario dibujante, pintor y poeta alemán. El primer autor autóctono en seguir la senda de Busch fue el inolvidable y polifacético Apeles Mestres, con un bellísimo libro de historias gráficas titulado Cuentos Vivos (1882). Sin duda, fue la primera gran aportación para el desarrollo de la narrativa gráfica en nuestro país.
Poco después, en 1884, hizo su aparición La Caricatura, que fue definida por sus editores como “semanario humorístico ilustrado por nuestros primeros dibujantes”, con Mecachis como principal hacedor. En este caso, primaba el dibujo, llegando incluso a proponer a sus lectores una historieta de continuará a doble página. Tampoco podemos olvidar –como pueden observar los visitantes del Museo– una publicación aparecida casi una veintena de años atrás, en 1864, de parecido nombre, En Caricatura, que ya insinuaba la tendencia. Habría que esperar hasta 1898 para ver de nuevo un avance en el medio, gracias a una publicación diseñada enteramente en códigos de expresión gráfica, con predominio de historietas: The Monigoty,un tebeo en toda su expresión, dirigido al lector adulto y tutelado por dos de los grandes nombres del dibujo y la ilustración en esos años: Joaquín Xaudaró y Francisco Navarrete.
No es fácil trazar la frontera nítida entre lo que fue la prensa satírica y aquellas publicaciones que podríamos designar como antesala del tebeo. Fueron muchas las publicaciones del siglo XIX (y alguna incluso anterior) que pueden considerarse eslabones en la evolución hacia los semanarios humorísticos y de aventuras, algunas incluso dirigidas a los niños. Fueron centenares de cabeceras que, en mayor o menor medida, contribuyeron al desarrollo de la prensa infantil y a su posterior metamorfosis con la viñeta como contenido esencial.
Muestras del arranque de la exposición. |
1898-1920. EL LENTO DESPERTAR DE UNA INDUSTRIA
Hacia finales del siglo XIX la historieta –así es ya definida por los propios autores– extiende sus raíces por multitud de publicaciones, pero lo hace de forma modesta, como si aún le faltara el hervor definitivo para mostrar del todo sus posibilidades futuras. No son pocos los autores acreditados que se sirven por entonces de ella, en especial Apeles Mestres y Eduardo Sáez «Mecachis», sin duda los dos grandes artífices de la expansión definitiva del medio. También gozaron de protagonismo firmas como las de José Luis Pellicer, Ramón Cilla, José Cuchy, Melitón González, Joaquín Xaudaró, Atiza, Pedro de Rojas, etc. Este último utilizó en 1896 por vez primera el bocadillo de manera inequívoca en el semanario Barcelona Cómica con un relato titulado “El ciclista impaciente”. En su mayoría son creaciones que satirizan la actualidad política y social, con el chiste historiado —narrado en varias viñetas— como única ambición expresiva, además de la derivada de la personalidad del autor.
El concepto monos o monigotes aplicado a la sátira gráfica y a la historieta parecía que adquiría fuerza entre el público lector, como queda justificado en el nombre de la siguiente publicación importante: Monos (1904-1908), editada por el periódico El Liberal, en la que se dieron cita creadores de la talla de Méndez Álvarez, Donaz, Karikato (Cesáreo del Villa), y Xaudaró, entre otros muchos. Posicionado como “semanario Humorístico Ilustrado por los más eminentes caricaturistas de todo el mundo”, Monos apuesta por un humor refrescante y de amplio segmento lector, con contenidos —al menos en su inicio— que auguraban el devenir tebeístico. Atrás ha quedado buena parte de la sátira política y social, ahora la viñeta parece adentrarse en nuevos códigos narrativos: simplista e intrascendente, pero desencorsetada y solaz. De ahí en adelante, irán sumándose cabeceras, con mayor o menor fortuna, hasta llegar al legendario TBO (1917), pasando por sorprendentes incitativas, como las que representaron La Buena Sombra (1905) y Mamarrachos (1906), sin olvidar novedosos productos de editoriales como Heras y Mercurio.
La aparición de TBO propició la edición de una de las primeras colecciones de cuadernos de aventuras, Gráfica TBO, con Ricard Opisso en modo estelar en muchas de sus portadas. Pero el alumbramiento más extraordinario en esos años fue Dominguín (1915), el mayor hito sin duda del tebeo autóctono durante décadas. Fue una revista de historietas, a todo color, sorprendentemente visionaria: Llaverías, Lola Anglada, Opisso, Junceda, Brunet, Urda, etc., tuvo un repertorio de autores impensable para un medio que por entonces aún no gozaba de alto reconocimiento. Dominguín representó un antes y un después en el devenir de nuestros tebeos, y José Espoy fue su editor.
Tebeos de los años diez y veinte del siglo XX, expuestos en sus vitrinas. |
AÑOS VEINTE. AUGE DEL SEMANARIO DE HISTORIETAS
La llegada de la dictadura en 1923 influye notoriamente en el panorama editorial, hecho que resulta más evidente en las publicaciones de corte satírico. Las limitaciones que la censura provoca favorecen la aparición de nuevas cabeceras que orientarán su contenido hacia discursos gráficos de menor trascendencia. Al mismo tiempo, suponen una evolución del lenguaje hacia parámetros de mayor frescura y divertimento con el humor como bandera sin mayores pretensiones. La historieta ganaba mercado y ampliaba su oferta. Salvo alguna excepción, las didascalias (textos al pie) seguían siendo habituales en la mayoría de publicaciones. El bocadillo o globo estaba aún por ofrecer todas sus posibilidades narrativas.
Fueron muchos los acontecimientos destacables de la década, como la aparición del primer tebeo para niñas (BB), de la mano del editor Buigas. Pero ninguno de la trascendencia de Pulgarcito (1921), la primera publicación de las muchas que, en adelante, acometería la editorial El Gato Negro. Esta apuesta decidida por la historieta —de la que más tarde sería rebautizada como Editorial Bruguera—, se vio reflejada en una enorme bocanada de cabeceras que inundó de tebeos la década:Aleluyas de Pulgarcito, Crispín, Colorín, La Alegría Infantil, Sigronet (equivalente a Pulgarcito en catalán), Totó, La Pandilla, Tom Mix, etc.
Otro animador importante de la década fue la Editorial Marco. De nuevo, una editora barcelonesa jugaba la carta de los tebeos con un par de diferencias respecto a El Gato Negro. De un lado, el contenido de sus publicaciones era de procedencia foránea, aunque poco a poco iría incorporando un ramillete de dibujantes de primer nivel. De otro, su marcada orientación cinéfila e infantil, como prueban las siguientes cabeceras: Baby, La Risa Infantil, Chiquitín, Periquito, Rin Tin Tin, etc.
Mientras Barcelona reinaba en el segmento infantil, algunos editores madrileños trataron de posicionarse en un escalón de consumo alternativo de pretendida evolución. Así, Saturnino Calleja, en un alarde de osadía editora, puso en el mercado Pinocho, dirigida por Salvador Bartolozzi. A pesar de que la apuesta por la historieta fue algo tibia, Pinocho proponía firmas de reconocido prestigio, como las de K-Hito, López Rubio, Barradas, Robledano y Penagos. Además de Pinocho, Calleja propuso al lector una publicación sorprendente para la época: Chiribitas, “semanario para alegres y aburridos”, según rezaba su cabecera. Estaba compuesto, en su mayoría, por material de la prensa dominical americana de esos años, algo inaudito hasta el momento.
Otras publicaciones importantes de la década fueron Muchas Gracias, Gutiérrez y Macaco, todas ellas dentro de una audaz corriente humorística de revolucionaria estética.
Muestras de los años treinta del siglo XX. |
AÑOS TREINTA. LA DÉCADA PRODIGIOSA Y EL DRAMA DE LA GUERRA
Hasta 1930, el testamento artístico, salvo excepciones, apenas había representado algo más que un meritoriaje en la evolución de la historieta, instalada en la mayor parte de sus cabeceras en el segmento infantil. Los años 30 parecían iniciar ese mismo camino. Y de hecho así fue, al menos en los dos grandes sellos, El Gato Negro y Marco, que seguían publicando, a sabiendas de estar en una senda que cuanto menos les garantizaba pocos sobresaltos. Esa alquimia de contenidos bufonescos, con algún que otro intento de mayor ambición expresiva, incluso de trazo realista, siguió su expansión por los primeros años de la década con productos como Bobín, Pichi, Jeromín, Rataplán, K.K.O., Boy, o Don Tito, ente otras.
El gran salto cualitativo llegó de la mano de Pocholo (1931). La evolución que había empezado en las publicaciones madrileñas se confirmó en esta publicación con unas páginas modernas que alternaban las didascalias y el globo. Poco a poco, se fueron deshaciendo de las primeras hasta desembocar en creaciones de gran factura que poco tenían que envidiar a los mejores cartoonists norteamericanos, tanto en la parcela del humor como en el código realista. Fueron trabajos, muchos de ellos, que hoy forman parte de la antología del tebeo autóctono con Ricard Opisso, Arturo Moreno, Cabrero Arnal, Jaime Tomás, Riera Rojas, Emili Freixas, Xirinius (Jaime Juez), etc.
El otro gran acontecimiento fue la irrupción del sello Hispano Americana, que entró de lleno en el espacio de la viñeta a través de la empresa italiana Lotario Vecchi Editore, con revistas como Aventurero, Tim Tyler y Yumbo, en las que presentó —junto a Editorial Molino— a lo más representativo del cómic estadounidense. La llegada de Flash Gordon, Mandrake, The Phantom, y compañía sería transcendental en el devenir de nuestros tebeos, con Alex Raymond como el gran referente.
La guerra cortó de cuajo la esplendorosa trayectoria del sector. Salvo algunos casos, que siempre los hay, incluso en los momentos más dañinos. La diáspora de autores, el cierre de editoriales, o la colectivización de otras, oscureció la industria del tebeo de pronto. Sólo la audacia y la visión extraordinaria de una mujer, Consuelo Gil, que contó con el beneplácito del mando rebelde, pudo arrojar luz al medio con una cabecera que hoy es recordada como una de las más importantes de la historia del tebeo español: Chicos (1938). Si bien en un principio Chicos contó sólo con historietistas que por una u otra razón habían quedado en zona nacional —Castanys, Mercè Llimona y otros artistas menores—, una vez concluida la guerra, se incorporarían autores de la talla de Emili Freixas, Jesús Blasco, Arturo Moreno, Iranzo, Emili Boix, etc., lo que permitió que la revista levantara definitivamente el vuelo y alcanzara records de ventas y popularidad, con Cuto, creación de Jesús Blasco, como personaje estelar.
Tebeos publicados durante el conflicto bélico en el que se sumió España entre 1936 y 1939. |
EN TIEMPOS DE GUERRA
La Guerra Civil tuvo consecuencias demoledoras para el sector. A partir de agosto de 1936, fueron colectivizadas todas las empresas industriales ubicadas en la zona republicana. En la zona nacional, los recursos y proyectos quedaron sujetos al férreo control del ejército rebelde. Las empresas bajo el manto de la República siguieron con su actividad, pese a ser requisadas o vigiladas. Algunas editoriales catalanas cesaron su actividad o fueron entregadas a sus trabajadores, al huir sus propietarios hacia la zona nacional por razones políticas, religiosas, etc.
Caso paradigmático fue el de Molino, que publicaba exitosamente la revista Mickey. Sus dueños emigraron a Argentina, dejando en manos de los operarios su edición hasta finalizada la contienda. Las editoras más importantes tuvieron algo más de suerte: el desconocimiento de ese entramado industrial y comercial por parte de los sindicatos obligó a éstos a devolverlas a sus legítimos dueños.
Sin embargo, los editores se quedaron a medio gas por los efectos colaterales del conflicto. Ni siquiera lograron expandirse, debido a una situación precaria y mínima de supervivencia, especialmente con la falta de papel, tinta y repuestos gráficos, y tampoco pudieron disponer de la mayoría de autores, que estaban en el frente.
Mientras en la República Pulgarcito y La Alegría Infantil hacían sutiles referencias al conflicto —con historietas satíricas y blandas— y Pocholo se arrogaba una defensa apasionada de los combatientes mediante el episodio “El Pueblo en Armas”, en el lado contrario se crearon dos publicaciones netamente propagandísticas y panfletarias, como fueron Flechas —de los tradicionalistas— y Pelayos —de los falangistas—. Las dos publicaciones unirían recursos, dando lugar a una nueva publicación titulada Flechas y Pelayos, que acabó extendiéndose hasta varios años después de la contienda.
De la noche a la mañana, el brillante camino iniciado quedó cortado en seco. La situación general que impuso la guerra provocó una parálisis creativa que iría más allá del conflicto.
Tebeos publicados en el difícil periodo de entrada en la posguerra. |
AÑOS CUARENTA. EL RENACER DE UNA INDUSTRIA
La Guerra Civil provocó una catarsis obligatoria en muchas de las editoriales, de manera que en su resurrección posbélica se presentaron en el mercado con renovadas ideas, o lo que es lo mismo, con una nueva concepción del producto, al menos en un porcentaje alto del global de la producción. A ese producto masivo se le dio en llamar cuaderno o cuadernillo. El género aventurero se convirtió en la fuente principal de argumentos, sin olvidar el humorístico, el infantil y los llamados cuentos de hadas.
La prensa infantil, entre otras, sufrió una serie de prohibiciones que acabó enloqueciendo a editores y lectores: ni los primeros podían publicar cabecera alguna de aparición periódica, ni los segundos distinguir y seguir puntualmente a sus personajes favoritos.
Como si alguien hubiese tocado diana, el sector de la historieta se puso en pie de manera unánime. Todo ello con la dificultad añadida de una carencia de papel que llegó incluso al racionamiento. Tanto las editoriales ya experimentadas en el terreno de la viñeta, como las de nuevo cuño, iniciaron su cruzada particular contra el aburrimiento de los más y menos pequeños inundando de cuadernos las fachadas de los quioscos.
Editoriales ya experimentadas, como Hispano Americana, Marco, SGEL fueron de las primeras en reaccionar; también Bruguera, que acababa de estrenar nuevo nombre suprimiendo el anterior de El Gato Negro, prohibido por el franquismo. Otras, como Valenciana y Guerri, que hasta el momento se habían curtido en la novela y/o folletín, cambiaron sus conceptos de edición y también se sumaron a la movida tebeística. Pero quizás lo más llamativo fue la aparición asombrosa –por la cantidad– de nuevos sellos, algunos de los cuales se mantendrían largo tiempo en el sector para gloria de éste: Cliper, Grafidea, Ameller, Proa, Rialto, Marisal, etc., y poco más tarde Tesoro (1944), Tritón (1944), Toray (1945), Fantasio (1945), Bergis (1945) Ricart (1947), Hércules (1947), entre otros.Era el reflejo de la irrupción años atrás de los personajes del cómic americano, que habían revolucionado el mercado con revistas como Yumbo, Aventurero , Mickey y Tim Tyler.
Originales expuestos en el Museu del Còmic, del periodo considerado por muchos "la edad de oro" del tebeo en España. |
Los pretéritos semanarios evolucionaron hacia nuevos formatos y contenidos, dando lugar a revistas históricas como Jaimito, Pulgarcito, El Coyote o Florita, por poner algunos de los ejemplos de mayor éxito, en especial el de la cabecera de Editorial Bruguera, cuya mezcla de humor corrosivo y denuncia social constituiría uno de los ejemplos más sublimes del tebeo español. El cuento popular y de hadas también se mostró con fuerza, gracias, sobre todo, a las aportaciones de varias editoras barcelonesas, entre las que destacaron Cliper, Ameller, Marco y Toray, esta última con su celebérrima Azucena.
Otro aspecto significativo de la década fue la gran cantidad de autores poco experimentados que buscaron gloria y sustento en la viñeta. Aunque sólo unos cuantos elegidos llegaron para quedarse, entre ellos Manuel Gago, Miguel Ambrosio (Ambrós), Guillermo Sánchez Boix (Boixcar), Miguel Ripoll, Alfons Figueras, Eugenio Giner, Guillen Cifré, García Iranzo, Ángel Pardo, Josep Coll, Emilio Giralt Ferrando, Pedro Alférez, José Laffond, Luis Bermejo, o Miguel Quesada, entre otros de una lista interminable.
AÑOS CINCUENTA. LA EDAD DE ORO
Si los años 40 representaron el renacer del tebeo y una expansión progresiva, la década de los 50 constituyó la etapa de mayor esplendor productor, la edad de oro de nuestros tebeos, la consolidación de decenas de editoriales y dibujantes. Y la aparición de nuevas empresas editoras y de centenares de cabeceras, que, unidas a las que ya venían siendo habituales en los quioscos desde la década anterior formaron un magma de dimensiones colosales. Por primera vez el cine empezaba a contemplar al quiosco como una competencia seria. Eran tantas las publicaciones basadas en la viñeta y tantos los héroes de papel, que no había hogar sin tebeos en el que habitara un niño. En muchos casos eran incluso los propios padres quienes recurrían a ellos buscando la diversión familiar, especialmente con revistas de amplio target lector, tipo El Coyote, TBO, Pulgarcito, Jaimito o La Risa.
En 1951 se crea el Ministerio de Información y Turismo, que a través de la Delegación General de Prensa decide conceder el permiso de edición periódica a todas las cabeceras que se venían editando de forma regular y, por tanto, a todas las que estaban por llegar. La vorágine editora fue imparable durante la mayor parte de la década, una afluencia tan masiva que sigue sorprendiendo que pudieran convivir con éxito tal cantidad de publicaciones. Entre las más representativas figuran títulos comoHazañas Bélicas (1950), Magos de la Risa (1950),Inspector Dan (1951), Aventuras del FBI (1951),Pacho Dinamita (1951), El DDT (1951), El Cachorro (1951), Yumbo (1953), Diego Valor (1954), Pumby (1955), Pantera Negra y Pequeño Pantera Negra (1956), y El Capitán Trueno (1956).
Tebeos emblemáticos de los años cincuenta. |
El tebeo aventurero —protagonizado por abnegados héroes justicieros, la mayor parte de las veces con el rostro cubierto— fue el de mayor aceptación popular. Siempre dentro de escenarios de lo más exóticos e ignotos, y en todo tipo de géneros: medieval, policial, ciencia ficción, capa y espada, y western, entre otros. En un plano productivo algo inferior, se situaron los tebeos de hadas y los de corte humorístico, aunque tanto en una parcela como en otra hubo varias colecciones que alcanzaron alta longevidad.
La mayor diferencia entre esta década, y la anterior, fue básicamente cualitativa. Mientras que en los 40, con la depresión posbélica y la desbandada de autores, las editoriales experimentaron, por lo general, con dibujantes de poca experiencia y peor futuro, en los 50 el mercado exigía mayor valor cualitativo. A la exigencia de esos años, debemos gran parte de lo que somos hoy en el ámbito del cómic. Autores como Ibáñez, Ortiz, Bermejo, Palacios, Quesada, o Raf sembraron sus primeras cosechas en ese periodo.
Pasada la primera mitad de la década el mercado empezó a emitir señales de saturación. Las fórmulas se repetían una y otra vez, en busca de éxitos pretéritos que ya no eran recibidos de igual manera. Con todo, a ese final de década debemos personajes como El Jabato, Apache, El Capitán Hispania o Piel de lobo, además de una cosecha de revistas que siguen presentes en el recuerdo: Tio Vivo, Can Can o Sissí. También las féminas recibieron alborozadas un cambio de rumbo en los tebeos de niñas, más adulto y con la música como elemento esencial, como fue el caso de Claro de Luna, todo un acontecimiento que lo encumbraría a categoría icónica.
Dos de los grandes triunfadores de los años sesenta en España fueron series como Capitán Trueno y casi toda la producción de F. Ibáñez, de los cuales vemos aquí dos originales. |
AÑOS SESENTA. FIN DE LA AVENTURA Y NUEVOS HORIZONTES
Mientras publicaciones como TBO, Pulgarcito y El DDT seguían triunfando, los cuadernillos empezaron a tener serios competidores y problemas irreversibles. La Ley Fraga (1965) arrasó con todos los tebeos aventureros dirigidos al lector infantil y juvenil, especialmente los de capa y espada. Ello provocó que muchos dibujantes y guionistas buscaran cobijo en las agencias de representación, más generosas en emolumentos.
El tebeo intentó mantenerse a flote disfrazado de novela gráfica, un intento renovador que, salvo excepciones, aportó poco valor añadido. La mayor parte de ellas sin referencia autoral —provenían en su mayoría del mercado exterior—, con escaso valor gráfico y menos aún literario. Con todo, se prolongaron en el tiempo hasta finales de los años 70, veinte largos años que nos obligan a reconocer hoy su importancia evolucionista.
Los cuadernillos daban los últimos coletazos hasta que desaparecieron casi por completo, una decadencia a la que parecían resistirse ciertas publicaciones. En el lado femenino, le ocurrió a títulos comoMary Noticias, Gardenia Azul, Blanca, Golondrina, etc. En el aventurero, a El Cosaco Verde, Espíritu de la Selva, Olimán, Hazañas Bélicas (Serie Roja), Pequeño Pantera Negra y alguno más. En el apartado humorístico, le sucedió a Can Can, Din Dan, El Campeón(de las Historietas), Tele Color, Mortadelo, Super Pumby y TBO (Extra), entre otros, segmento que quizá fue el último en rendirse.
Géneros habituales en los años sesenta: la aventura de fantasía, el bélico y el wéstern. |
Pero, quizá, el hecho más relevante de la década fue la aparición de Cavall Fort (1961), revista que recuperaba para el sector la lengua catalana, tantos años prohibida. Al éxito de esta primera gran revista (historietas, ilustraciones, didactismo y esparcimiento) se une dos años más tarde L’infantil, rebautizada poco tiempo después con el añadido de Tretzevents.
El mayor protagonismo de la década fue para Ediciones Toray, al menos en la parcela de la novela gráfica, gracias a su buen hacer productor, con una cuidada selección de portadistas, dibujantes y guionistas. Destacan en esa línea las colecciones de aventuras Hazañas Bélicas, Hazañas del Oeste, Relatos de Guerra, Sioux y Brigada Secreta. Mención especial merece la obra Charlie Brown (Peanuts) en este mismo formato, con una inteligente edición en la puesta de largo del personaje. Y con aires europeos, rompiendo moldes, surgen Strong, Gaceta Junior y Gran Pulgarcito, todas con una cuidada estética.
Finalmente, cabe destacar la irrupción de Vértice, en 1964, empresa editora que pudo ser la gran protagonista de la década, al presentar por primera vez en el Estado a los más cualificados superhéroes USA de Marvel:Los 4 Fantásticos, El Capitán América, El Hombre de Hierro, Dan Defensor (traducción de Daredevil) y Spiderman, todos ellos en formato novela dráfica, lo que condicionó enormemente su edición final.
Ejemplos de la nueva hornada de tebeos que llegaron con los años setenta. |
MÁS ALLÁ DE 1970
El cuadernillo ya es pasado, y atrás han quedado un sinfín de cabeceras. Más de una pasará a la posteridad, y los semanarios clásicos que han resistido hasta la década de 1970, desaparecerán en la siguiente. Son los casos de TBO, Pulgarcito, EL DDT y algún personaje que ha sobrevivido al final del cuaderno estándar de la posguerra, como Roberto Alcázar y Pedrín. Algún título ha dejado un poso cultural en el apartado artístico y literario difícil de igualar. Pero, antes de que todo esto ocurra, nuevas revistas de humor y aventuras nacen de forma arrolladora. Son los casos deJoyas Literarias Juveniles, Olé, Zipi y Zape y Lily. La novela gráfica inicia su última etapa y se encamina hacia el ocaso.
En 1970 hace su aparición la revista Trinca, que representará un punto de inflexión y esperanza para el sector. El ejemplo de Trinca provoca también la aparición de nuevos editores, la mayoría ya con una visión renovadora del medio. Al tiempo, se van a imponer los estándares europeos, incluso en los formatos. Estas nuevas revistas, de buenas hechuras cualitativas y con autores de renombre, muchos de ellos foráneos, se ven incapaces de conseguir el beneplácito de los lectores. Algunas aguantan con tiradas de pura supervivencia, perdidas entre el conglomerado de imágenes que invade el mercado, hasta que terminan por sucumbir. La reiteración de contenidos y la falta de personajes reconocibles que facilitaran su coleccionismo, fueron tal vez las principales causas de su corto alcance comercial.
La aparición de la revista Totem (1977) representa definitivamente la ruptura de la viñeta con su etapa anterior. Se abre un nuevo ciclo lector, que ha crecido y dejado atrás a sus héroes de infancia y que ahora, quizá, reclama formas de mayor enjundia narrativa, incluso artística. A esta aparición exitosa de Totem le siguen de inmediato múltiples clones que no dudan en utilizar idénticos ingredientes formales y de contenido. Dentro de esa reforma del mercado, hay que destacar la decisiva aportación de dos editoriales revolucionarias para el medio: Toutain y Norma, con cabeceras como 1984, Creepy, Cimoc, Comix Internacional, Cairo, Zona 84, etc., que durante varias décadas incorporarán autores de trascendencia internacional, además de lanzar al estrellato a multitud de nuevas firmas autóctonas.
Originales expuestos de obras de autores españoles editadas en España durante los años ochenta y posteriores (debajo se aprecia alguna obra hecha directamente para el mercado estadounidense). |
Y entre los decenios 1980 y 1990, se produce una dualidad discordante. Por un lado, se editan obras foráneas de gran prestigio, caso de Little Nemo, Watchmen y V de Vendetta. Por otro, irrumpen con fuerza los llamados manga, el cómic japonés, con Heidi y Mazinguer Z, entre otros. El mercado se ve sorprendido por una avalancha de personajes y cabeceras de vuelo corto y estética menor, salvo contadas excepciones: Akira, Gon y, sobretodo, Bola de Drac (Dragón Ball), que acabará consolidando una tendencia de largo alcance.Y como caso curioso en los anales de la historieta del país, surge el llamado cómic en catalán que, desde finales de la década, con Breu Historia de Catalunya, Tirant lo Blanc , Temps d’Espases, Tallaferro, por nombrar algunos títulos, atraviesa tanto dentro de las publicaciones periódicas en lengua vernácula como en formato de álbum, su época de mayor brillantez.