JOHAN Y PIRLOUIT. LOS DESCUBRIDORES DE LOS PITUFOS
DAFNE RUIZ

Palabras clave / Keywords:
Historieta franco-belga/ French-Belgian Comics
JOHAN Y PIRLOUIT

LOS DESCUBRIDORES DE LOS PITUFOS

La serie Johan (luego más conocida como Johan y Pirlouit) fue la más importante de las desarrolladas por el autor Pierre Culliford, alias Peyo, hasta que llegaron los personajes llamados “schtroumpfs”. Los pitufos barrieron con la popularidad de Johan y mantuvieron ocupado a Peyo el resto de su vida, pero la serie de ambientación medieval ha seguido manteniendo su encanto y maestría todo este tiempo.

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En los inicios. Tira de Johan de 1947.

Relacionamos a continuación todos los álbumes con aventuras de estos personajes, con mención del año de su primera edición con este formato (previamente, las historietas habían sido ofrecidas por entregas en otras publicaciones periódicas). Todos los libros fueron editados por el sello Dupuis desde el número 1 al 13, del 14 en adelante fueron editados por Le Lombard. Las trece primeras aventuras fueron escritas y dibujadas por Peyo, las siguientes por otros autores que se indican tras el título:

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 Primer número del intégrale editado por Dupuis que recoge toda esta serie.  
1 Le Châtiment de Basenhau, 1954
2 Le Maître de Roucybeuf, 1954
3 Le Lutin du Bois aux Roches, 1956
4 La Pierre de lune, 1956
5 Le Serment des vikings, 1957
6 La Source des dieux, 1957
7 La Flèche noire, 1959
8 Le Sire de Montrésor, 1960
9 La Flûte à six schtroumpfs, 1960
10 La Guerre des sept fontaines, 1961
11 L'Anneau des Castellac, 1962
12 Le Pays maudit, 1964
13 Le Sortilège de Maltrochu, 1970
14 La Horde du corbeau, 1994 (Guión: Yvan Delporte - Dibujo: Alain Maury - Color: Studio Leonardo)
15 Les Troubadours de Roc-à-Pic, 1995 (Guión: Thierry Culliford, Yvan Delporte - Dibujo: Alain Maury - Color: Studio Leonardo)
16 La Nuit des sorciers, 1998 (Guión: Yvan Delporte - Dibujo: Alain Maury - Color: Nine)
17 La Rose des sables, 2001 (Guión: Luc Parthoens - Dibujo: Alain Maury - Color: Nine)

El presente texto no pretende dar un repaso a la serie, de lo cual ya contamos con una breve introducción en TEBEOSFERA, la escrita por David Caro bajo el título “Johan y Pirluit” para su publicación en Tebeosfera, nº 15 de la primera época. Aquí se trata exclusivamente de ahondar en los personajes principales de la serie, analizados en sus aspectos gráficos y psicológicos, y habiendo sigo escogidos solamente aquéllos que aparecen de forma continuada y experimentan una evolución marcada en la serie, que son: el protagonista principal JOHAN, su acompañante PIRLOUIT, la mascota de éste BIQUETTE, EL REY soberano, el mago HOMNIBUS, el héroe secundario EL CONDE DE TRÉVILLE, la DAME BARBE, EL SENESCAL del rey, LA VIEJA RACHEL que es una bruja, el ayudante del mago Homnibus OLIVIER, GUILLAUME y EL OSO MARTIN y su amo RIGOBERT.

  

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  Primera aparición de Johan en Spirou.

1. JOHAN

Es el más antiguo de los personajes de la serie. Apareció por primera vez el 11 de abril de 1946, con un aspecto completamente distinto al clásico: rostro ovoide con otro óvalo cerrado más pequeño por nariz, cabellos rubios y ondulados sin nada de flequillo y con unos bucles característicos en el extremo. La nariz estaba implantada algo más arriba de lo habitual, y los ojos eran pequeños. El resto del cuerpo imitaba el estilo cartoon, con miembros que parecían de goma y manos y pies desmesuradamente grandes.
Para crear a Johan, Peyo se fue basando en diversos modelos previos: por un lado el protagonista de la película Robin Hood, pero también El Príncipe Valiente (Foster). Psicológicamente, el personaje hereda mucho de Tintin; pero, según Dayez, la influencia decisiva sería la de Al Peclers, historietista olvidado hoy en día.


Peclers dibujaba en 1946 una serie medieval en el semanario liejés Wrill, titulada Las tribulaciones de Jehan Niguedouille. Esta serie tenía como protagonista a un joven aventurero y astuto, que guarda cierta semejanza con el Johan inicial... Y, muy posiblemente, Peyo tomó también el nombre “Johan” de aquel personaje, sencillamente cambiando una vocal. También copiaría otros detalles: cuando Johan debutó en Le Journal de Spirou sus historias pasaron a ser en color y, si bien en un primer momento lo veíamos luciendo un jubón amarillo, unas medias de color carne, cinturón negro y calzado blanco, más tarde Peyo vestiría a su protagonista igual que Jehan Niguedouille: cinturón y botas marrones, calzas de color rojo y jubón anaranjado. Igualmente, Johan vio cambiar el color de sus cabellos de rubios a negros, como los de Jehan. Su gorrito rojo característico también aparecería en la serie, pero no antes de 1954: Peyo se lo “regaló” a Pirlouit.

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Johan en 1954.

Johan, protagonista absoluto de la serie en sus primeros tiempos, es el personaje que más ha evolucionado. De sus rasgos de cartoon de las primeras historias pasó a humanizarse progresivamente... hasta que el dibujo de ciertas expresiones de la cara, gestos, etc., se hizo bastante realista. Luego, curiosamente, Peyo volvió a irlo simplificando para ajustarse al gusto de los lectores de Le Journal de Spirou: durante los años de oro de la revista, los protagonistas de las diversas series se homogeneizaron, primando lo caricaturesco sobre lo realista.

Ya en 1947, Peyo sustituyó el óvalo cerrado de la nariz de Johan por uno abierto y destacó la fosa nasal, tal como quedaría definitivamente. Lo dotó de un esbozo de flequillo y lo vistió con un jubón de mangas largas, una capa negra sujeta con un solo botón a la garganta y un sombrero, también negro, adornado con una pluma. Este sombrero resultó ser un estorbo: Johan tenía tendencia a perderlo durante las escenas de acción, así que Peyo lo hizo desaparecer definitivamente en 1953. Cuando la serie empezó a publicarse en colores, tanto el sombrero como la capa pasaron a ser de color azul.
El Johan de los primeros gags era, como ya hemos dicho, cómico y hasta torpe, siendo así que los golpes de humor venían dados por resbalones, caídas... En 1947, Johan aún se confesaba incapaz de manejar una espada y acudía a tomar lecciones. Ya para entonces se sabía que se trataba de un paje y que estaba al servicio del Señor de Hauvon (el futuro “Rey”), en cuyo castillo vivía y hacia el que demostraba una gran lealtad. Tímidamente y de forma algo histriónica, más bien ayudado por la casualidad o la buena suerte que por sus propias habilidades, realizaba sus primeras hazañas.

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Johan en 1956.

 

En 1951, ya en Le Soir, Johan cambiaba notablemente su apariencia: el perfil del rostro adquiría realismo (aparecieron los pómulos, la frente y la barbilla), la gestualidad se enriqueció, se respetaba el rigor anatómico (aunque sus proporciones se redujeron drásticamente, fenómeno que podría achacarse a lo reducido del formato de la casilla) y las manos y los pies alcanzaron dimensiones más creíbles. En cuanto al pelo, desaparecieron los bucles y adquirió su forma definitiva, mas aún sin los detalles característicos (el pico sobre la frente, el mechón ondulado, los tres cabellos que surgen de la coronilla). Era, en definitiva, un dibujo con notables mejoras: en esta época es cuando se dice que Johan “roza” el semi realismo. En cuanto a su personalidad, se fue eliminando paulatinamente lo chistoso para dar paso a lo heroico. Johan parecía ser un muchacho muy joven, así que sus hazañas no las realizaba por medio de la fuerza física, sino más bien de la astucia. Durante sus primeros relatos, Johan desempeñaba las más veces el rol de chico listo que descubre conspiraciones: esto en parte puede ser porque Peyo aún no era ducho en dibujar escenas de combate, por lo que prefería jugar con el elemento suspense. Otra de las características principales del joven paje, desde esta época, era el valor. Sin pensárselo dos veces, se camuflaba dentro de los dominios del enemigo, se disfrazaba, tenía ideas luminosas para desenmascarar a los traidores... Poseía, al parecer, una cualidad singular: al primer golpe de vista sabía si un sujeto era de fiar o no lo era... y el caso es que raras veces se equivocaba. «¡Ves espías por todas partes!», le reprochaba el Rey.

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Johan en 1957.

En 1952, y ya con los cabellos negros, Johan se convertía en asistente circunstancial del Conde de Tréville. Peyo se sentía capaz de intentar una escena de gran batalla, pero fue De Tréville quien la llevó a cabo, animado por un entusiasta Johan. Será la última vez que éste desempeñe un rol infantil, pues inmediatamente después, en 1953, lo vimos convertido en personaje independiente... Al parecer, Johan dio el estirón en un tiempo récord: El amo de Roucybeuf nos presentaba a un esbelto Johan completamente emancipado, con cinco cabezas y media de proporción (altura que menguaría en los últimos álbumes) y que poseía una enorme confianza en sí mismo. A sus diecisiete años se había convertido en un espadachín magistral, muy posiblemente aleccionado por el mismo De Tréville, en cuyo castillo había pasado un tiempo. De hecho, montaba por primera vez el que había sido caballo del Conde, un corcel blanco con manchas negras del que jamás se separaría ya… Un caballo muy parecido al de Johan, del cual no sabemos, por cierto, su nombre (Johan lo llama “mi viejo”, “mi bravo”), aparecía en 1950 en una historieta de Franquin, Los sombreros negros, montado por Spirou. A su lado, Fantasio cabalgaba sobre otro caballo, negro y careto… ¿Casualidad? ¿Homenaje? En todo caso, de la fiel montura de Johan hay poco que decir: es extraordinariamente veloz, no da muestras de la menor emoción y Johan siempre vuelve a recuperarla al final de cada aventura. No es sino un objeto, fuerte y útil pero sin pretensiones de personaje.

En El amo de Roucybeuf, y como en un homenaje a Robin Hood, Johan reunía a un grupo de valientes, a la cabeza de los cuales iba a socorrer a los villanos que precisaban protección: era la primera vez que actuaba lejos del Castillo, en una causa ajena a los intereses directos del Rey. Demostraba iniciativa, sagacidad, dotes de liderazgo... y una permanente inquietud por restablecer la justicia y ayudar a los que lo necesitan, que es tal vez su característica más acusada como personaje. En esta aventura dio muestras también de gran sentido del deber: se le invitó a quedarse en Roucybeuf, mas él declinó el ofrecimiento: «¡Estoy al servicio del Rey, y mi obligación es regresar!»

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Johan en 1957.

A estas alturas, podía decirse que Johan había terminado de adquirir todas las cualidades que hacen de él un héroe positivo: era valiente, leal, generoso, astuto, buen luchador… Sin embargo, hasta la llegada de Pirlouit a la serie no considera Peyo que ha culminado al personaje. Y es que todo héroe necesita un comparsa adecuado, con el que pueda contrastar para darse realce.

El encuentro de Johan con Pirlouit sigue el viejo y romántico esquema de antagonismo, lucha y reconciliación. Sin embargo, aunque Johan se apiada de Pirlouit y se propone ayudarlo, en un primer momento no es el sentimiento de amistad el que lo lleva a su rescate, sino tan sólo la necesidad de esclarecer un misterio: «¡Serían capaces de matarlo y yo no sabría jamás la verdad!»

Con el tiempo, Johan se iría humanizando. Si en sus primeros estadios daba a veces la impresión de ser un personaje algo duro (en El castigo de Basenhau no sólo ideó la tortura del trovador, sino que él mismo la llevó a cabo... ¡y hasta daba muestras de disfrutar con ello!), posteriormente su sensibilidad parece cambiar, a la vez que se va suavizando la agresividad en el cómic. Es Johan el que insiste siempre en la necesidad de un juicio justo hasta para los más malvados y que, siempre que puede, termina perdonando al culpable. Igualmente, su impulsividad se iría moderando un poco: Johan, en los últimos álbumes, reflexiona mucho más y se piensa las cosas dos veces antes de lanzarse a la acción. De todas maneras, su afición por la aventura no se verá jamás mermada, salvo en el opúsculo de Convard El bosque de los Unicornios; pero aquí es natural, pues se trata de un Johan de cabellos canos que lo único que desea es disfrutar por fin de su bien merecido retiro. No cabe duda de que Johan se muestra como el scout ideal: siempre deseoso de hacer el bien a los demás por dondequiera que va. Caballeroso y cortés con todos, sobre todo con los desfavorecidos («¡Debemos proteger a las mujeres y a los niños primero!»). Sobrio, modesto, honrado y, para decirlo en una palabra, el perfecto exponente de los valores tradicionales. Tal vez muestra a veces excesiva deferencia ante las clases dominantes (nobleza); en ese sentido, Pirlouit es mucho más iconoclasta y hasta se burla de su compañero por este motivo. Aunque es cierto que también en este aspecto Johan experimentó una evolución: Dayez sugiere que al trabajar Peyo con Delporte en los guiones (1959 en adelante), éste hace que los héroes se relajen un poco, se vuelvan más críticos. En los últimos álbumes, sobre todo en El País Maldito, Johan se impone al Rey con un exceso de confianza que en sus primeras historias hubiese resultado inimaginable.

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Johan en 1959.

Igual ocurre con la moral cristiana del personaje. En los primeros relatos, tanto por convicciones personales de su creador como por la censura imperante, Johan se mostraba como un católico ejemplar que ayunaba en Cuaresma, acudía puntualmente a la Misa del Gallo... En posteriores etapas, estas costumbres fueron desapareciendo. En La noche de los brujos, uno de sus adversarios es, precisamente, un sacerdote fanático que pretende llevar a Pirlouit y a Biquette a la hoguera. Pero... ¿todas las acciones que realiza el personaje son moralmente aceptables? No. Una de las principales preocupaciones de Peyo era el relativismo ético, lo cual se refleja continuamente en su obra. Por ejemplo, cuando hay que introducirse en un sitio prohibido, o desobedecer al Rey, o golpear a alguien por la espalda, Johan no duda en hacerlo (aunque procura justificar su conducta acto seguido), sabiéndose asistido siempre por una razón superior. En este sentido es una suerte para Johan el que Pirlouit lo acompañe, pues su poco escrupuloso compañero es el que suele desempeñar ese tipo de trabajo sucio, con lo que la imagen de héroe de Johan queda sin mancha (el didactismo propugnado por Le Journal de Spirou así lo exigía). En El anillo de los Castellac, por ejemplo, Johan reprocha a Pirlouit que recurra al soborno, pero no duda en beneficiarse de los frutos del mismo. Se ha dicho que, en el tándem Johan-Pirlouit, el primero es el representante de la razón, el equilibrio; que Johan es, en suma, el adulto del dúo, en tanto que Pirlouit venía a encarnar la locura y la perpetua infancia, «el niño que Peyo llevaba aún dentro» (Delporte, citado por Dayez en 2003). Aparentemente es así, dado que es siempre Johan el que da las órdenes, toma las decisiones, explica a Pirlouit las cosas que no entiende y hasta le hace objeto de severas regañinas. Sin embargo, para Dayez es Pirlouit el que demuestra ocasionalmente una rotunda sensatez, tratando de evitar que su compañero se meta en aventuras a veces descabelladas. Todo en Johan habla de mesura, responsabilidad, orden y disciplina; desde la meticulosidad con la que Peyo dibuja su habitación, siempre de igual manera álbum tras álbum, diáfana y limpia, hasta sus costumbres de lo más sanas para la época: madrugar, acostarse pronto, comer abundante fruta y verdura, no abusar del vino ni atiborrarse en los banquetes. Eso sin dejar atrás su talante servicial y trabajador; de hecho, Johan siempre está haciendo algo de utilidad, ya sea llevar un mensaje, escribir cartas, entrenarse con el arco, supervisar los trabajos del castillo. Johan es un personaje con muy pocos defectos y ningún vicio, por lo que parece. Si hemos de dar crédito a Pirlouit, sólo habría que reprocharle una cosa: «¡Siempre es él quien tiene que llevar la razón! ¡Es un buen muchacho, pero una verdadera cabeza de mula! ¡Jamás quiere reconocer que está equivocado!» Aunque este extremo no es del todo cierto, lo cierto es que en alguna ocasión culpa Johan a su compañero de un error que sólo a él mismo se le puede achacar (en El duende del Bosque de las Rocas, Johan se equivoca de puerta y se desahoga abroncando a Pirlouit). Y, al decir de algunos, tal vez también habría que censurarle el mostrarse demasiado serio, estirado y aburrido: la prueba está en las encuestas de popularidad, en las que Johan siempre va bastante por detrás de su pequeño compañero.

Es cierto que Johan es un personaje más bien serio, pero tiene su pequeña dosis de sentido del humor (si bien algo sarcástico en ocasiones: ironiza con facilidad sobre los fallos de Pirlouit). Se muestra también, alguna vez, poético y soñador («Recorrer los mares, desembarcar en costas desconocidas y, por la noche, dormirse acunado por el dulce oleaje...»). En cuanto a su capacidad para soportar la música de su compañero, era casi nula en La flecha negra, pero a partir del álbum número 13 parece que la cosa ya no le afecta demasiado: «A la larga, uno se acostumbra».

Para Peyo era muy importante recalcar una faceta de sus personajes: el sentido de fidelidad entre los amigos. En este aspecto, tampoco se le puede reprochar nada a Johan: una y otra vez expone noblemente su vida por salvar la de Pirlouit. Igualmente, aguanta con estoicismo y muy pocas quejas las calaveradas de su compañero. Historia tras historia, Pirlouit lo deja en ayunas tras zamparse él solo todas las provisiones, o bien lo hace objeto de continuas bromas, o lo despierta en plena noche con las más descabelladas excusas (en La flecha negra, por una vez, Johan pierde la paciencia y zurra de lo lindo a su compadre).

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Johan en 1970.

Aunque en las primeras aventuras prima el elemento realista sobre el fantástico y Johan se declara bastante racional (no cree en fantasmas, sortilegios, males de ojo...), manifestando lo que Groensteen considera «una incredulidad a priori más bien propia de un hombre del siglo XX» (1987), bien pronto las cosas dan un giro. Johan empieza a creer en todo eso forzado por la evidencia: se encuentra con un fantasma, es víctima de sortilegios y hechizos y hasta resulta que algunos de sus mejores amigos son, precisamente, brujos. En casa de Homnibus, durante su primer encuentro, Johan se interesa vivamente por los grimorios del encantador... y no duda en ponerse de parte de los magos buenos en La noche de los brujos, a pesar de que con ello desafía nada menos que a la autoridad religiosa del lugar. En todo caso, a Johan parece atraerle fuertemente todo lo desconocido: es un personaje dotado de curiosidad, inquisitivo y despierto y que, de nuevo al decir de Groensteen (1983), no necesita demasiados pretextos para abandonar el ámbito protector (si bien aburrido) del Castillo en busca de la aventura cada vez que se tercia. ¿Y las chicas? Aparentemente, para Johan, no existen en absoluto... salvo cuando hay que rescatarlas de algún peligro. Para él, decir que algo es “propio de mujeres” es tanto como decir que es una estupidez o una patraña («¡Ja, ja! ¡Todavía te crees todos esos cuentos de mujercillas!»). En Johan se adivina la misoginia de Peyo. Por otra parte, es cierto que la moral de la época y la censura católica belga restringían las cuestiones sexuales en todo tipo de publicaciones, sobre todo en las infantiles. Pero hasta a Pirlouit se le escapa alguna vez una tierna mirada ante la hermosura femenina, en tanto que su compañero permanece del todo frío. Recordemos la rígida educación jesuita de Peyo y su andadura con los scouts, donde le enseñaron a ver a la mujer como una auténtica fuente de pecado. Junto a la escuela de Peyo, en una calle llamada Le Marais (“El Pantano”), había un internado femenino. Los sacerdotes exhortaban continuamente a sus alumnos a no pasar por allí, amenazándolos con la perdición de su alma. En El País Maldito vemos a Johan debatirse en una angustiosa lucha, a punto de morir... hundido hasta el cuello, precisamente, en los cienos de un pantano. ¿Moralismo oculto? ¿Tal vez inconsciente? La verdad es que, a pesar de la variedad de peligros por los que ha ido pasando el héroe, nunca antes lo habíamos visto sudar tanto. Y tal vez no sea casualidad que el pantano adquiera, a lo largo de la serie, cierto carácter simbólico como lugar de perdición segura. Cierto que los álbumes más modernos tratan de normalizar un poco la cuestión: Johan admira, si bien con muy poco entusiasmo, la belleza de la princesa Aïcha. En algunos foros, no obstante, la orientación sexual de Johan sigue siendo objeto de polémica: el mismo Delporte ya bromeaba sobre ello, convirtiéndolo en Johanne y enviándolo a la cama con Pirlouit. Algunos internautas aportan comentarios sorprendentes sobre el particular: como muestra, el siguiente apunte encontrado en un foro norteamericano en febrero de 2005: «Johan es ese personaje de la serie “Smurfs” que tiene a su alcance una bella princesa que lo persigue todo el tiempo, pero él prefiere irse a corretear con el friki de Peewit [Pirlouit]. Lleva una espada (…) que es un fetiche que lo dice todo: no puede ser más fálico-sexy-gay». Tampoco será raro, en los sitios de chat gays franceses, encontrar los pseudos de “Johan” y de “Pirlouit”. De todas formas, no es probable que Peyo concibiese la homosexualidad de ninguno de sus héroes: al igual que hace Hergé con Tintin y Franquin con Spirou, Peyo se limita a mostrarnos en Johan a un modelo de chico con características de adolescente, y naturalmente casto, lo cual, en el momento en que estas series fueron creadas, era considerado lo más ejemplar (de hecho, los héroes buenos no se afeitan ni les crece vello alguno en el cuerpo, y por supuesto jamás se sugiere en su diseño la parte más viril de su anatomía).

Sea como sea, el caso es que Johan posee una reputación algo negativa con respecto a su trato a las mujeres. Su asociación con Pirlouit no le ayuda; pues, si Johan las ignora, Pirlouit más bien tiende a utilizarlas. Tal y como se ha leído en otro foro: «Si Peyo se ganó con “Los Pitufos” cierta fama de misógino, no serán precisamente Johan y Pirlouit los que le rehabiliten».

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Johan en 1995.

¿Qué es, exactamente, Johan?, se preguntan algunos. ¿Caballero, escudero, paje...? En este asunto, como en otros, Peyo guardaba un cierto misterio. En sus primeras aventuras, se decía claramente que Johan era el paje favorito del Rey. Más tarde, en El sortilegio de Maltrochu, él mismo se presentaba como escudero. Cuando se realizó la película de animación La flauta de los seis pitufos vimos a Johan combatiendo en un torneo, y Peyo afirmaba que «Johan es un caballero valeroso y sin temor». Pero en el libro de la misma película (escrito por Delporte) se leía: «Johan, el paje del Rey.» Las canciones que Henri Seroka dedicó al famoso dúo en los ochenta, tan pronto lo describían de una manera como de otra: «Johan, el escudero, parte a la batalla...», «Era un paje, y vivía en el Castillo». Para terminar de complicarlo todo, en los últimos álbumes (realizados por el equipo de Peyo tras su muerte) Johan se presenta una y otra vez como “paje del Rey”. Un poco mayorcito, ciertamente, para seguir desempeñando ese oficio, pero esto es lo que hay.

En cuanto a sus orígenes, no se sabe absolutamente nada de ellos. Se supone que se trata de un joven humilde al no tener título ni apellido, así como por un comentario sobre sus ropas que se hace en La piedra de luna; pero que, poco a poco y en virtud de sus hechos, irá ascendiendo de posición. Primero se limitará a servir al Rey en los banquetes, de pie tras su trono; luego se sienta a la mesa a comer junto a él. En una de sus primeras historias, el Rey lo nombra Jefe de los Mensajeros Reales y Johan se ufana muchísimo por ello. En La flecha negra es convocado a participar en una audiencia real con los nobles de la Corte. Por último, en El bosque de los Unicornios lo vemos convertido nada menos que en gobernante de todo el país: «Habiendo muerto nuestro viejo rey sin heredero, los pares me eligieron a mí para velar sobre el reino.» Como anécdota, cabe referir que en la primera edición alemana de sus aventuras, realizada por la editorial Kauka en la revista Fix und Foxi durante los años setenta, Johan deja de ser un simple criado al servicio del Rey para convertirse nada menos que en su propio hijo, el Príncipe Edelhart (Príncipe “Noble-duro”).

En cualquier caso, se trata de un muchacho fuerte y ágil, versado en diferentes artes de combate y que a la vez es instruido: sabe leer, escribir y jugar al ajedrez, posee amplios conocimientos de historia, de derecho, de medicina y de muchas otras cosas. Incluso es capaz de recitar de memoria la gesta de Roldán, o por lo menos lo intenta (El anillo de los Castellac). También parece conocer al dedillo todos y cada uno de los oficios de la plebe: el de cazador de lobos, el de carbonero... Eso sí: salvo en la portada de uno de sus discos, jamás lo hemos visto cantar. Cosa que resulta, por lo demás, lógica, si es que teme que Pirlouit se le una en coro.

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Johan en 1998.

En La flecha negra Johan adquiere, muy a su pesar, una última destreza: Pirlouit le enseña a tocar la cítara. En este álbum, Peyo descubre una faceta de Johan desconocida hasta entonces: es capaz de mostrarse malévolo y traicionero con su mejor amigo. Claro que hay que disculparlo, teniendo en cuenta lo enervante que puede resultar la música de Pirlouit. Además, pronto descubrirá Johan otra cosa: ¡él no está hecho para gastar bromas pesadas! Pues, tanto aquí como en Los mil escudos, cada vez que intenta jugársela a su compañero será él mismo el que salga malparado. Jean-Claude Denis ha afirmado que no es sino a partir de La fuente de los dioses que los caracteres de los personajes adquieren su verdadera dimensión. En todo caso, en esta historia descubrimos a un Johan más tierno, no sólo preocupado por el éxito de la misión de turno sino también por el estado físico o anímico de Pirlouit. Es en esta aventura también en donde Johan adquiere sus proporciones definitivas (cuatro cabezas y media), y en donde los detalles de cabello y rostro se fijarán. Con frecuencia se ha tachado a Johan de ser demasiado monofacético: un personaje de un solo registro completamente predecible y aburrido. Sin embargo, esto no es así en absoluto. Al humanizarse, Johan también tiene sus momentos de “antihéroe” en los que se desanima, se cae de su montura, se pasa de listo o mete estrepitosamente la pata. En una de sus primeras aventuras, Johan se emociona tanto al presenciar el tierno reencuentro entre el Rey Hauvon y su hija, que tiene que retirarse para ocultar las lágrimas («¡Puedo combatir sin dudarlo a todo un ejército, pero no me siento con el valor de asistir a una escena así de emotiva!»). En Sortilegios en el Castillo lo vemos terminar la aventura absolutamente enfurruñado, refugiado en lo alto de una viga como cualquier adolescente rebelde: «¡¡Pueden atacar el Castillo, saquearlo y prenderle fuego si quieren, yo no me muevo más!!»

Son estas pequeñas imperfecciones las que hacen que un personaje arquetípico se convierta en verosímil, y también en entrañable. Al fin y al cabo, los héroes demasiado impecables nunca han tenido mucha cabida en el corazón de su público.

 

 

 

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   Primera aparición de Pirlouit.

2. PIRLOUIT

Pirlouit, personaje al cual Peyo consideraba su predilecto de entre todos los que poblaban su imaginario (y que muchos consideran su verdadera obra maestra), no vio la luz hasta el 24 de junio de 1954, casi compartiendo fecha de aniversario con su creador. Y, como veremos más adelante, no será esto lo único que ambos compartan. Existen dos versiones diferentes sobre el origen de Pirlouit: según los más, se trataría de un auténtico spin-off, concebido como secundario de una sola aparición pero que pronto adquiere popularidad y se convierte en la estrella de la serie. En opinión de otros, Pirlouit no es sino un personaje sabia y meticulosamente planificado a fin de dar la réplica a Johan y destinado así al protagonismo desde un primer momento. En realidad, las dos teorías son en parte ciertas: ahora veremos por qué.

Peyo era consciente de que Johan necesitaba un compañero adecuado. Según Dayez, estuvo barajando la posibilidad de un villano gordo y bonachón, estilo Sancho Panza, o un barbudo musculoso como Little John. Nine Culliford recuerda: «Pierre me dijo que no podía ser un personaje que se arriesgara a eclipsar a Johan, en el plano físico. Entonces, había que encontrar a un personaje pequeño».
Peyo echó mano de sus recuerdos de cine y dibujó un ser que, al principio, se daba un cierto aire con los enanos de Blancanieves y los siete enanitos. En los esbozos iniciales Pirlouit usa un chaleco corto y sus proporciones son diferentes a las del resultado final: tres cabezas y media. El tupé era más discreto y la nariz más reducida. Desde un primer momento fue rubio, seguramente para contraponerlo mejor al moreno Johan. En este primer boceto, además, se adivina una de las características más destacadas del nuevo personaje: su mal genio.

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Pirlouit en 1954.

En 1952, Franquin había creado a un colérico enano para su aventura Los ladrones del marsupilami. Tal vez éste fue otro punto de referencia para Peyo, contando con los que él mismo había introducido ya en la serie: el trovador que desafina como un cosaco en El castigo de Basenhau, y el cómico y borrachín Bertrand de Roucybeuf . Pirlouit hereda también algo de estos dos, no hay duda. Sin olvidar, claro, a Wamba, el héroe-bufón de la novela Ivanhoe de W. Scott, tan querida por Peyo; o a Max, personaje cómico que aparece en la película Robin Hood (M. Curtiz) y que comparte con Pirlouit una serie de aspectos: es bajito y feo, viste de verde, se defiende a golpe de mazo y es tan fiel y valeroso como desvergonzado. Con el sistema de publicaciones de continuará de Dupuis, Peyo podía permitirse el lujo de poner a prueba a su personaje, a la vez que espiaba las reacciones del público semana tras semana. Si Pirlouit tenía éxito, lo haría permanecer en la serie tras aquella aventura. Si no, lo eliminaría o lo convertiría en un figurante más, y volvería a intentarlo con otro personaje distinto.

Pirlouit cosechó un éxito inmediato desde su primera aparición: el público enseguida se entusiasmó con él. Como Peyo, según su costumbre, dejaba en el aire una serie de cuestiones (su edad, su procedencia...), la redacción se vio invadida de cartas de simpatizantes. Peyo aclaró algunos enigmas y dejó otros sin respuesta. Aún hoy hay quien se pregunta si Pirlouit es un niño o un enano, y cuando se empezó a rodar el largometraje de Belvisión, la primera pregunta que se hizo a Peyo fue, precisamente, ésa:
«Y Pirlouit... ¿cómo habla?» Opina Dayez: «¿Y bien? ¿Enano o niño...? Desde su primera aparición, la ambivalencia de Pirlouit es patente. Al hilo de sus aventuras, aparecerá a veces claramente como un enano de más edad que Johan, que templa desde una distancia crítica los impulsos fogosos y tal vez ingenuos de su joven amigo; otras veces, dará la sensación al lector de no ser más que un muchachito, bromista e inmaduro» (2003).


En 1956, un lector suplica a Peyo que, de una vez, revele la edad del personaje. Peyo contesta con un dibujo en el cual se ve a Pirlouit recién nacido, luego con seis meses, un año, cinco años... y en su estado actual. ¡Los tres últimos son casi idénticos! «El misterio, afortunadamente, queda intacto...» (Dayez). Tampoco el tándem de guionistas Thierry Culliford / Delporte pudo resistirse a hurgar un poco en él, y en La noche de los brujos Pirlouit confiesa por fin su edad. Lástima que lo hace sacudido por un tremendo ataque de hipo, con lo cual no se le entiende absolutamente nada. Lo único que se puede asegurar al respecto es que, en 1998, Pirlouit superaba los cuarenta años.

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Pirlouit en 1956.


Nine tiene algo más que decir sobre Pirlouit: «Enseguida reconocí a Pierre en Pirlouit, el Pierre adolescente que adoraba gastar bromas». He aquí sin duda una de las claves del éxito del personaje: en él más que en ningún otro, Peyo puso por fin algo de sí mismo. De hecho, le cede sus propios rasgos de carácter y hasta algunos de sus recuerdos de infancia, como se verá en el comentario de cada álbum.

Se ha dicho de Pirlouit que es el que anima la serie con sus golpes de humor... Sin embargo, una de las claves de su éxito no es tanto que sea cómico como que sea versátil. Se trata, en efecto, de un personaje redondo, capaz de desempeñar una amplia serie de roles, desde los más humorísticos a los más trágicos, sin perder credibilidad. Y es también un personaje en continuo desarrollo; si bien Johan llega a un punto de parada en su evolución, Pirlouit sigue sorprendiendo y revelando nuevas facetas, a cual más inesperada. «¡Con él, todo es posible...!», decía el mismo Johan en La rosa de las arenas.

Físicamente, por el contrario, Pirlouit no cambia apenas a lo largo de la serie. Desde un primer momento Peyo lo viste de verde y rojo: a un ser que vive oculto en el bosque le conviene el color verde, y el sombrero y los calzones rojos son un claro homenaje a Peclers. Las variaciones serán mínimas: el borde de su chaleco desciende hasta que se convierte en faldilla de jubón, los cordones que cosían sus solapas cuelgan ahora en un lazo que acentúa el dinamismo de un personaje que rara vez deja de moverse, y la forma de su cabello también se modifica un poco: el desmesurado tupé, una de sus principales señas de identidad, se agranda y espesa paulatinamente a medida que avanza la serie, a la vez que su cabeza deviene más redonda y voluminosa con respecto al cuerpo. Igualmente crece su nariz, y va desapareciendo el rictus de las mejillas. Las piernas, gruesas y torcidas en un principio, se afinan y enderezan; los pies y manos se hacen más grandes y caricaturescos. La desproporción entre la longitud de los brazos y las piernas y entre el torso y el vientre, que en un primer momento le daban un cierto aspecto de simio, se hace menos acusada: esto se aprecia perfectamente comparando la portada de la primera edición de El duende del Bosque de las Rocas (1955) con la de la segunda (1969). El esquema de su cuerpo pasa de ser un rectángulo a un triángulo, con los hombros más estrechos y una proporción definitiva de casi tres cabezas (sin contar el tupé). Ya desde mediados de los sesenta, como dice Dayez, «Pirlouit se parece al Pitufo Bromista» (2003), adquiriendo un aspecto mucho más infantil y algo ñoño.

Psicológicamente, Pirlouit se impone en la serie desde un primer momento. Su entrada se ve envuelta en el misterio, un misterio que Johan habrá de desvelar. Enfrentados los dos, tiene lugar una reñida lucha que termina con la amistad de ambos. Tras apenas cuatro planchas y media sabemos ya casi todo sobre Pirlouit: es un ladronzuelo tunante, burlón, agresivo, muy pagado de sí mismo, tierno, lleno de energía... Su orgulloso grito de guerra es su propio nombre, sus cantos ponen en fuga a los conejos y adora a su fiel cabra Biquette. La cual, al contrario de lo que ocurre con la inexpresiva montura de Johan, posee una personalidad bien acusada, e incluso pasará a convertirse en uno de los personajes más célebres de la serie.

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Pirlouit en 1957.

Al igual que hizo con Johan, Peyo prefirió dejar en la oscuridad el pasado de su nuevo personaje. Lo único que sabemos de la vida de Pirlouit antes de su encuentro con Johan es lo que él mismo cuenta: «¡Iba de granja en granja, buscando trabajo, pero en todas partes las gentes se burlaban de mí y me echaban! Vagué mucho tiempo por los caminos, con el vientre vacío...» Esta declaración tan sencilla como conmovedora le conquistó inmediatamente las simpatías de todos. Y después de haber demostrado durante su primera aventura que era un personaje altamente seductor, capaz de hacer reír a carcajadas al público para, acto seguido, emocionarlo, Pirlouit ingresa por fin en la Corte. Su puesto allí es el de bufón del Rey. Sobre eso no hay la menor duda: él mismo se encarga de proclamarlo a voces en La flecha negra (en un momento más bien inoportuno, claro). Sin embargo, sólo lo vemos hacer reír al Rey en contadas ocasiones («Se le da mucho mejor irritar al viejo soberano que distraerlo, y es en su propio provecho que transforma el Castillo en terreno de juego», apuntaba Groensteen en 1987). A lo largo de la serie, Pirlouit pasa generalmente el tiempo en los caminos, cabalgando junto a Johan en calidad de fiel compañero de armas. Las más veces, muy a su pesar. En las primeras historias cortas, en cambio, vemos muchas veces a Pirlouit acompañando al Rey, sentado junto a él en un escabel o en un cojín en el suelo. Su puesto durante los banquetes se hallaba tras el trono, en una silla a su medida. Poco a poco, Pirlouit se fue desligando del Rey para convertirse en auxiliar de Johan, al que seguía a todas partes. También su tamaño dejó de ser objeto de continuos gags: en lugar de indignarse y protestar a cada instante porque no alcanzaba las ventanas o los escalones eran demasiado altos, Pirlouit fue aprendiendo a superar los obstáculos con absoluta naturalidad, saltando y encaramándose a los muebles.

Si bien en un primer momento desempeñaba un rol más bien pasivo, bien pronto empezó a ganar protagonismo; pero no fue hasta la historieta “Nochebuena”, en diciembre de 1956, que debutó como estrella en solitario. A la vez que se iba desarrollando su personalidad, fue abandonando las actitudes de comparsa y comenzó a sentarse junto a Johan en la mesa grande, a tener ideas que resolvían el problema de turno y a manifestar su exuberante carácter en medio de cualquier situación. De hecho, no tardó mucho Pirlouit en desplazar a Johan en su propia serie, tanto es así que se ha dicho que el nombre de la serie debería ser Pirlouit y Johan, y no al revés.
Pirlouit juega a menudo un doble papel, llevando hasta límites insospechados tanto su comicidad como su valentía. A pesar de la pequeñez de su cuerpo, es un luchador magistral y se jacta de ello. Pero si bien Johan es un campeón de la espada, Pirlouit prefiere hacer uso de otro tipo de armas: golpea al enemigo con martillos, mazas o cualquier otro objeto contundente, cuando no con su mismo cráneo. Su especialidad es esquivar al adversario con ágiles maniobras, trepar por su cuerpo, hacerle cosquillas... En varias ocasiones logra vencer sin dificultad a verdaderos gigantes, y de todas formas tampoco hay que preocuparse demasiado: ¡si la cosa se pone fea, allí está siempre Biquette para sacar al dúo de apuros! Cuando se trata de hacer una semblanza de Johan, bastan muy pocas palabras para retratarlo. Para describir a Pirlouit, en cambio, no es suficiente con un par de términos: no menos de diez o doce adjetivos distintos podrían colear tras el nombre del personaje, entre los cuales “perezoso”, “bromista”, “egocéntrico”, “glotón”, “torpe”, “borrachín”, “tramposo”, “cascarrabias”, “presumido”, “cobarde”... suelen ser los más comunes. El mismo Peyo, a pesar del cariño que profesaba al personaje, no dudó en describirlo como «un compendio de defectos masculinos» (en tanto que la primera Pitufita sería el compendio de los femeninos). Siendo como es Pirlouit un personaje destinado a resaltar por contraste los valores de Johan, es lógico que sea así. Sin embargo no son sólo negativos sus atributos: aunque muchas veces se muestra egoísta y malhumorado, Pirlouit da también muestras de una gran lealtad. Derrocha asimismo iniciativa y cierta astucia, con visos picarescos.

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Pirlouit en 1960.


Creemos que Dayez, y también Groensteen, dan en el clavo cuando afirman que lo que hace de Pirlouit un personaje interesante no es que sea valeroso o cobarde, torpe o astuto, serio o cómico... sino más bien que es completamente paradójico y, por ello, de reacciones inesperadas. Sólo el contradictorio Pirlouit podría marearse terriblemente al navegar con el océano en calma, y en cambio llenar la tripa en medio de una tempestad. O bien, a pesar del miedo cerval que le producen los brujos, obstinarse en participar en un aquelarre. En los momentos más críticos, en los que hasta Johan pierde las esperanzas, es Pirlouit el que se siente entonces alegre y optimista, e incluso se permite darle ánimos a su compañero.

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Pirlouit en 1970.

 

Otro de los aciertos de Peyo a la hora de configurar a Pirlouit es el de darle la vuelta a algunas situaciones clásicas, eso que Dayez llama inversión del arquetipo. Por ejemplo, Peyo tenía un excelente oído musical y había cosechado éxitos como cantante solista. Era casi inevitable que Pirlouit tuviese también algo que ver con la música; sólo que, al contrario que Peyo, su talento como trovador es nulo. Si hemos de creer a Johan, «no ha logrado nunca juntar dos notas sin dar la impresión de estar rayando un cristal con un sílex (...) Sólo él es capaz de, en algunas notas cuidadosamente escogidas, hacer cortarse una salsa, cuajarse la leche, estallar suntuosas vidrieras y precipitarse las aguas de las mujeres embarazadas (sic).» Lo cómico no es que Pirlouit cante mal, sino que él esté absolutamente convencido de ser un virtuoso. En lo que atañe a su música, Pirlouit se muestra extremadamente susceptible, tanto es así que ni Johan se atreve a confesarle lo mucho que desafina. Por supuesto que siempre habrá quien crea que Pirlouit, en esto, no hace sino copiar al bardo de la serie Astérix. Sin embargo es precisamente al revés... Será Assurancetourix, creado unos años después, el que deba a Pirlouit la mayor parte de sus características. En compensación tal vez, plagiará Peyo sin rubor a Cetautomatix, ese herrero galo que, cada vez que el bardo empieza a cantar, esgrime tras su espalda un grueso martillo: el dibujo con el que se cierra la edición de 1969 de El duende del Bosque de las Rocas así lo demuestra.

Pirlouit comienza a cantar en el tercer álbum pero no será hasta el séptimo (La flecha negra) que adquiera su primer instrumento, una enorme cítara. Johan trata por todos los medios de librarse de la tortura auditiva de las baladas de su compañero, el cual se obstina en ofrecérselas como muestra de amistad. Esta cómica persecución se convierte en una de las mejores páginas de toda la serie. Una secuela corta, Los mil escudos, nos revela cómo Pirlouit llega a conseguir un buen número de instrumentos más de forma inaudita. En el noveno álbum, La flauta de los seis pitufos, Pirlouit encuentra una flauta mágica que será la desencadenante de su más conocida aventura. En El anillo de los Castellac, por fin Pirlouit conoce a alguien a quien su música le gusta tanto como a él mismo... El último álbum dibujado por Peyo nos muestra a un Johan resignado, que incluso ha aprendido ya a sacar fruto de los berridos de su compañero: los usa para alejar al inoportuno Hugon. Tras la muerte de Peyo, Thierry Culliford y Delporte quisieron aprovechar al máximo la afición musical del personaje, proyectando el tema a un primer plano en casi todos sus nuevos álbumes: la mandora y el sacabuche serán los instrumentos favoritos de Pirlouit en esta etapa, con los cuales seguirá provocando desaguisados por todas partes. Hasta que por fin Convard se apiada de él y le concede el tan soñado virtuosismo... ya en el crepúsculo de su vida: Pirlouit, anciano y medio sordo aunque aún pletórico de energía, es por una vez el que se lanza de cabeza a la aventura, tras la cual habrá adquirido, por medios fabulosos, el preciado don. ¡Bien está lo que bien acaba!
Otra buena mina de golpes de humor se encuentra en el insaciable apetito de Pirlouit, que no duda en echarse dentro todo cuanto pilla de comestible y que muestra una cierta tendencia a arriesgar la vida por esta causa. Cuando Pirlouit enumera los platos de su almuerzo, puede llegar a ocupar media plancha. Peyo (gran comilón a su vez) seguramente encontraba especialmente divertidas las escenas de banquete pantagruélico, aunque a lo largo de la obra abundan también esas otras secuencias en las que, tras habérsele puesto a Pirlouit los dientes largos ante la perspectiva de un buen atracón, el personaje se queda sin comer por los más diversos motivos. Entre las golosinas predilectas de Pirlouit, claro, no podían faltar los petisús, aquellos añorados petisús de la infancia de su creador. Y, al igual que le ocurre con la comida, Pirlouit es un adicto al vino y al hidromiel, siendo memorables algunas de sus borracheras.

Aunque las aventuras de Johan y Pirlouit son completas, a Peyo le gustaba dar coherencia al carácter de los personajes por medio de running gags, no sólo a lo largo de un álbum sino de toda la serie. Un ejemplo está en el aposento de Pirlouit, en el que se van acumulando objetos procedentes de las anteriores aventuras, conformando así una especie de museo. En contraste con la habitación de Johan, por cierto, la de Pirlouit no hace más que remarcar su carácter infantil, absurdo y alocado: Pirlouit almacena trastos inútiles sin ton ni son, y jamás las cosas están igual en dos viñetas. El suelo aparece repleto de chucherías, zapatos desparejados... El relleno se sale del colchón, el mango de un hacha clavada de cualquier manera sobre un mueble le sirve para colgar el sombrero, un salchichón a medio comer pende de un clavo en la pared... Pero, si bien la recámara de Pirlouit es un absoluto caos, también puede decirse que ostenta mucha más personalidad que la de su compañero: en efecto, resulta imposible hacerse una idea de los gustos de Johan tan sólo echando un vistazo a su aposento, en cambio el de Pirlouit es un auténtico muestrario de sus múltiples pasatiempos y aficiones. Una paradoja: Pirlouit, que no sabe ahorrar, guarda sus escasas monedas bajo siete llaves, como si de un preciado tesoro se tratara. Cuando pide un adelanto de su sueldo, el Senescal le contesta: «¡Ya os hemos adelantado los sueldos de los próximos veintitrés años!» Por lo tanto, cada vez que necesita imperiosamente dinero (generalmente, para darse un nuevo capricho), Pirlouit opta por pedírselo a Johan... o sacárselo hábilmente al Rey mediante alguna treta: un apunte más sobre su carácter de eterno adolescente.

Precisamente, de adolescente es otra de las características de Pirlouit: su activa curiosidad lo mueve a interesarse por todo, a meter las narices en todas partes, pero cree erróneamente que con sólo un par de conocimientos superficiales ya puede considerarse docto en cualquier materia, sea la música, la alquimia, la cetrería o la lengua pitufa. Su ingenuidad y presunción en este sentido le acarrearán mil problemas, desde la ira del Rey hasta el riesgo de morir en la hoguera, por no hablar de todas las veces en que hará, estrepitosamente, el ridículo. Ni que decir tiene que, a pesar de la larga serie de fracasos en que se convierten todas sus iniciativas, su optimismo permanecerá inquebrantable y sus energías no disminuirán ni un ápice.
En ningún otro personaje de la serie se hace tan patente el relativismo moral de Peyo. Pirlouit, de conducta a veces censurable, se mueve continuamente en la frontera entre el bien y el mal. Thierry Groensteen lo llama el Pequeño Buen Diablo, poniendo de relieve algunos de sus atributos pretendidamente satánicos: la cabra negra, el bonete rojo, su afición por dar sustos y por la brujería y, sobre todo, el elemento trasgresor y caótico (casi dionisíaco), rompedor de todas las reglas y de toda lógica, que aporta a la serie: con Pirlouit, los halcones se vuelven vegetarianos, los perros hablan, las escobas vuelan, el hipnotizador cae hipnotizado, el enano tumba al gigante, la piedra filosofal transforma el oro en plomo, aparece un tesoro buscado con un mapa falso. Este rol, que Numa Sadoul (1971) califica de “electricidad revolucionaria” y que para Groensteen tendrá un peso decisivo en la ruptura de la claridad maniquea de la serie (en donde, hasta la llegada de Pirlouit, el bien era el Bien y el mal era el Mal, muy claramente diferenciados por convenciones gráficas, actitudes y hasta por los nombres de los personajes), es completamente innovador y contribuye a imprimir a la serie un ritmo o energía narrativa original, a proveer un surtido de matices de gris que, entre el blanco y el negro, no habían estado allí antes salvo en contadas excepciones como el personaje de la Vieja Rachel. Si Pirlouit se alinea decididamente en el bando de los “buenos”, es muy cierto que sus actuaciones son, en muchas ocasiones, criticables (su afición por el hurto, sus excesos con la comida y la bebida, su mal genio, su grosería, su costumbre de engañar al prójimo y de hacer trampas en el juego), y alguna que otra vez tendrá Peyo que justificarlas ante la editorial: los pecadillos de Pirlouit parecen cosa inocente hoy en día, pero en los años cincuenta la censura en el ámbito del cómic belga era extremadamente rigurosa, sobre todo si tenemos en cuenta que Le Journal de Spirou estaba dirigido, mayormente, a un público formado por escolares procedentes de instituciones católicas. Claro que hay que decir que a Peyo le divertía enormemente escribir este tipo de escenas. Por suerte allí estaba siempre Johan, preparado para dar la lección moral correspondiente. Gracias a Johan, que cerraba como un broche cada secuencia proporcionando así el elemento edificante que exigía Dupuis en todas sus historias, pudo Peyo cometer con Pirlouit algunas barrabasadas tremendas.

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Pirlouit en 1994.

Un buen ejemplo de este relativismo moral que antes mencionábamos está en la historieta corta “En el albergue del Ahorcado”: Pirlouit quiere comer, pero Johan le impide atiborrarse porque están en Cuaresma. Desvelado por el hambre, Pirlouit espera a que Johan se duerma y baja de puntillas a la cocina, y así descubre a unos bandidos que precisamente estaban a punto de subir a asaltarlos. Pirlouit despierta a Johan, ambos se defienden, los bandidos son arrestados y Pirlouit termina la aventura atracándose a escondidas. Como se ve, la lectura moral de esta historieta es bastante confusa, y no es el único caso en que ocurre así. «Johan se propone, al joven lector, como el modelo a seguir, el hermano mayor que siempre se pone de ejemplo (…). Pero es con Pirlouit con quien el niño se identifica espontáneamente. ¿Cómo no envidiar la energía y la invención de este niño turbulento, tan simpático que siempre se hace perdonar todas sus jugarretas?», se preguntaba Thierry Groensteen en 1987.

Para redimirse sin duda de las sospechas sobre lo irreverente de su carácter, Pirlouit suele dar muestras de una gran piedad religiosa: apela a los santos del Cielo siempre que cree necesitarlos y acude muy devotamente a la Misa del Gallo cada Navidad. Sin embargo eso no impide que siga cometiendo, uno tras otro, casi todos los pecados capitales. Y, así como Johan parece absolutamente inmune a las tentaciones del sexo débil, Pirlouit es en cambio mucho más humano en este sentido. Confiesa sin rubor su natural ardoroso, mira con avidez a las chicas bonitas que se cruzan en su camino, anhela casarse con una princesa (o, mejor, con varias) a toda costa y no duda en tratar de conquistar a Damoiselle Gwendoline; por supuesto, eso es antes de conocerla personalmente.
Pirlouit es también un tremendo perezoso, a quien seducen la vida fácil y el dormir todo lo que pueda: precisamente, otro de los “vicios” propios de Peyo, que éste no duda en confesar («Yo sería el Pitufo Perezoso si no tuviera que trabajar», diría en 1984). Un célebre y desatinado discurso de Pirlouit sobre el terrible drama de tener que levantarse cada día («¡Eso arruina por completo el placer de irse a acostar!») lo dice todo sobre este aspecto del personaje. Johan ha de despertarlo por la mañana, empleando medios más o menos contundentes. Todo esto no impide que otro de los running gags favoritos de Peyo sea el de Pirlouit por la noche, desvelado, que saca a Johan de su profundo sueño.

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Pirlouit en 1998.

«Volviendo a Pirlouit, uno podría imaginarse que, si alguien debe de sentirse oprimido entre los muros del Castillo, es este duende saltarín. ¡En absoluto! (…) Contra toda lógica, él aspira, si no a la tranquilidad (con la que también sueña un Haddock), por lo menos a la inmovilidad. (…) Sí, Pirlouit tiene el genio doméstico, y ésta no es la menor de las paradojas en esta serie de aventuras. Desde que nuestros héroes abandonan el Castillo, la energía de Pirlouit se disgrega en facetas y pierde su función motriz, y la iniciativa de la acción retorna a Johan. Es ahí cuando Pirlouit actúa como fuerza de freno» (Groensteen, 1983)


Efectivamente, es precisamente este anhelo de placidez y comodidad, más que la cobardía, lo que motiva que Pirlouit ponga mala cara ante la perspectiva de cualquier nueva aventura. Posiblemente éste sea uno de los tópicos más conocidos de la pareja: Johan se muere por entrar en acción, en tanto que Pirlouit trata de convencerlo por todos los medios de que no lo haga. No pocas veces, sus objeciones son del todo justas: «¡Todo eso ocurrió hace cien años!», «¡Tú no eres San Jorge!», «¡No vayas a romperte estúpidamente una pierna por un sombrero...!» Son asimismo famosas sus protestas, las broncas de órdago que suele echar a su compañero. En El juramento de los vikingos, sus improperios y amenazas, que no inmutan a Johan lo más mínimo, motivan en cambio su expulsión del drakkar. Sin embargo, Pirlouit es un personaje noble, un mal carácter con el corazón de oro; y a pesar de lo mucho que gruñe, igualmente herencia probable del capitán Haddock, rara vez ha dejado a Johan solo ante el peligro. Precisamente, las ocasiones en que más se resiste Pirlouit a participar son aquéllas en las que sus intervenciones posteriores resultan más destacadas. Peyo, maestro del suspense, se complacía también en dotar a estas escenas de un cierto dramatismo sentimental: Johan, que parte solo en una barquilla, se duele de la deslealtad de su compañero («¡Jamás creí que me abandonaría así! ¡Nunca había hecho eso!»), para venir a llevarse acto seguido un buen susto: Pirlouit, oculto bajo una manta detrás de él, lo conmina bruscamente a remar con más nervio.

Y por supuesto no hay que olvidar que, aunque sea un personaje aparentemente frívolo, Pirlouit tiene también sus pequeñas inquietudes caballerescas. Le cuesta un poco ponerse en marcha; pero, una vez en plena empresa, luchará por una causa justa como el que más.
Sólo entonces protagonizará sus grandes momentos de gloria, de lucimiento como héroe en solitario: el duelo de flautas con Torchesac, su lucha con el ogro velludo en el país de los Perezosos y la forma genial en que manipula los sentimientos del Guardián de la Fuente de los Dioses... sin olvidar la determinación con que prefiere arriesgarse a que lo ahorquen antes que entregar Montrésor en manos de los consejeros traidores, o incluso renunciar al Globo del Poder ante la amenaza de perder a Johan. Todo eso, sin menoscabo de la ternura y profunda humanidad del personaje que en “Los ángeles” mecía a un bebé, lloraba por el relato de la muerte de Aldéric en La rosa de las arenas, se derrite de emoción ante una escena romántica en cualquier momento y lugar.

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   Primera aparición de Biquette.

3. BIQUETTE

Biquette (“Chivita”) es la cabra de Pirlouit, que aparece a su lado ya en El duende del Bosque de las Rocas (1954). Es un animal fuerte, veloz, colérico, susceptible, rencoroso y muy apegado a su amo. Aunque su estatus de mascota y el hecho de ser un personaje mudo (Peyo nunca la hizo “hablar” como Milou) le hubiesen augurado un papel bastante secundario, en realidad Biquette tiene su pequeño pero selecto grupo de admiradores... Y de hecho, en algunas encuestas aparece ella como personaje favorito de la serie. La mejor descripción de Biquette la ha hecho, sin duda, el comentarista sueco Anthony Lindholm (desde 1997, en la página web Johan och Pellevin): «Gullan [Biquette] es la cabra de Pellevin [Pirlouit] (…) que tanto le sirve de montura como de arma de combate (…). Es realmente una cabra con muchas habilidades: no sólo es capaz de correr tan rápido como cualquier caballo con su jinete, sino incluso derribarlo. (…) Sin embargo, se irrita con facilidad, y cuando lo hace ni siquiera Pellevin escapa a su furia. Pellevin, que supuestamente es un campeón de la lucha, raras veces puede igualarla.»

El origen de Biquette es bastante claro: se trata de un recuerdo de infancia de Nine. «En casa de mis abuelos en el campo, había dos cabras, una blanca, Blanchette, y la otra castaña, Biquette. Yo le hablaba mucho a Pierre de estas cabras que yo paseaba por todas partes durante las vacaciones...» En efecto, Nine conserva aún una foto en la que aparece ella misma a la edad de tres años, a horcajadas sobre la auténtica Biquette, y que inspiró a Peyo la idea de dotar a Pirlouit de una montura similar. Biquette, en sus comienzos, nos recuerda ligeramente a algunos de los primeros cartoons de Walt Disney, sobre todo a Horace Horsecollar o a Clarabella Cow. Su color negro no se sabe si se debe a estos personajes o, como ya se dijo, al caballo de Fantasio en Los sombreros negros... Físicamente, Biquette también conoce una evolución: al principio era más grande, con el hocico abombado, la perilla negra, las patas muy largas y una cierta desproporción entre los cuartos traseros y los delanteros. Peyo, que reconocía su dificultad a la hora de dibujar animales, recuerda haber sentido una gran frustración ya que, por más que lo intentaba, no era capaz de plasmar a Biquette exactamente como la veía en su imaginación. Roba recuerda: «¡Tenía siempre unos problemas enormes con su cabra Biquette! Y creo que nunca llegó a hacerla tal como quería» (citado por Dayez en 2003). Será Franquin, como de costumbre, quien le ayude en estos intentos.

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Biquette en versión de Maury.

Feroz antagonista de Johan en su primera aventura, la cabra pronto se reconcilia con él y llega a cobrarle gran afecto. Su debilidad son las coles y no tolera el menor insulto, mucho menos las amenazas a su amo. En La guerra de las Siete Fuentes se enamora Biquette, pero su pretendiente / chivo es mantenido a raya por Pirlouit. En El sortilegio de Maltrochu, en cambio, es Biquette la que parece ver con malos ojos las atenciones que Geneviéve prodiga a su amo... Lo cierto es que, de no ser por Biquette, muchas aventuras no hubiesen llegado jamás a buen final. Incluso en El bosque de los Unicornios, Johan recupera el rastro de Pirlouit gracias a los excrementos de su cabra. Alguien tendría que pedir a Juillard una explicación sobre la extraña longevidad de las dos monturas de los héroes, por cierto.

De la mano de Alain Maury, Biquette conocerá un protagonismo especial: su gestualidad se enriquece, permanece más atenta a las conversaciones, incluso se ríe de las pifias de Pirlouit o se ofende cuando éste la acusa injustamente en La noche de los brujos. Su presencia en esta aventura es uno de los motivos de que tomen a Pirlouit por un ser satánico. Sólo hay que reprochar a Maury que, al igual que hace con el caballo de Johan, no respete los movimientos adecuados de las patas del animal cuando galopa, o que haya sustituido sus ubres por unas que más bien parecen de vaca.

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   Primera aparición del rey.

4. EL REY

Durante su trabajo como colorista en la C.B.A., Peyo ya había diseñado a un pequeño rey, personaje que no podía faltar en cualquier elenco medieval. Pero no es hasta el tercer gag de “Johan” en La Dernière Heure (12 de septiembre de 1946) que aparece un anciano calvo y de barba blanca, vestido con un manto orlado de armiño y una diminuta corona de tres puntas en la cabeza. Aún no se especifica que sea un rey, pero en esencia allí estaba el bosquejo, bastante completo, del futuro monarca de la serie. Durante todo el año siguiente, 1947, el nuevo personaje se hace fijo en las historietas de “Johan”. Las diferencias con el actual Rey son las siguientes: un cinturón y, a veces, grandes botones sobre el manto, cuyo armiño no es blanco sino que presenta unas características pintas. La cintura implantada demasiado baja, con desproporción notable entre torso y abdomen. En algunas historias adelgaza sensiblemente, en otras se engrosa su figura. La nariz es más pequeña y, como en todos los personajes de esta etapa, su aspecto de cartoon es bastante acusado.

A este personaje se le conoce como Señor de Hauvon. Tiene una hija, la princesa Isabelle, y también un hermano que gobierna otro feudo vecino. Más adelante, en 1952 (Le Soir), el Rey adquiere el que será su aspecto definitivo, con mínimas variaciones: aún luce manchas en el armiño y la forma de su cabeza es más redondeada que en el modelo posterior. Pequeña la nariz y un dibujo bastante realista, se le conoce ahora como “El buen rey Hauvon”, aunque nunca más se mencionará el nombre del país sobre el que reina.

En este mismo año, 1952, Dupuis empieza a publicar la serie: el Rey ya no tendrá nombre propio y tampoco ninguna hija, pero sí una linda y rubia sobrina llamada Anne. También se mencionan sus sobrinos y varios primos, entre ellos el príncipe Wladyslaw XXVII, que gobierna el reino imaginario de la Mazovie-Podlachie. No se le conocen esposa ni hijos. De hecho, a su muerte sin heredero será Johan quien asuma la dirección del reino por decisión de los pares.

Durante la etapa clásica de la serie, el Rey pierde su aspecto realista para caricaturizarse un poco. Le crece la nariz, su rostro adquiere forma de pera, las cejas se le pueblan y engorda sensiblemente. Igual evolución que sus rasgos parece seguir su carácter. El Rey de principios de la saga era más bien fuerte, enérgico y decidido: no duda, por ejemplo, en arrojar al mismo Johan al calabozo con vistas a aplicar una solución salomónica en un juicio. Sin embargo, poco a poco se irá reblandeciendo, acaramelándose un poco. Sobre todo a partir de El País Maldito, álbum en el que su participación fue muy criticada: Peyo sacrifica aquí a su personaje, convirtiéndolo en un viejo pusilánime, cargante y ridículo, a fin de lograr mayor comicidad. El Rey, en efecto, no se recupera de este papel y en álbumes posteriores repetirá el modelo: es incapaz de contener las lágrimas ante la actuación del falsario de Pirlouit, cuenta batallas interminables con las que todos bostezan y se embriaga estúpidamente en La horda del cuervo, poniendo su reino a disposición del enemigo. Se conoce que ha envejecido un poco desde las primeras historias: no volverá a repetir las gloriosas cabalgadas de El duende del Bosque de las Rocas o de El Señor de Montrésor, ni mucho menos las de su azarosa juventud en las Cruzadas, pues el lumbago se lo impide por completo. Se deja regañar dócilmente por Pirlouit, y hasta por Johan, en El País Maldito, aunque de vez en cuando aún saca el genio ante ambos, sobre todo cuando se menciona el tema de su edad.

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El rey en el último episodio dibujado por Peyo.

De todos modos, el Rey (“el Buen Viejo Rey”, como se le conoce normalmente) sigue siendo una figura decididamente positiva, paternal, bondadosa y amante de su pueblo («¡Quiero que mis gentes vivan en paz y seguridad!», «¡El lugar de un rey está a la cabeza de su tropa!...»). A lo largo de la serie desarrolla un evidente antagonismo con Pirlouit, con quien forma, en cierta manera, pareja cómica. Es precisamente el Rey la víctima de algunas de las meteduras de pata más memorables de su bufón, como en el caso de la corona convertida en plomo. El Senescal, en Los trovadores de Roc-á-Pic, hace a Pirlouit un comentario sugestivo: «Pero, vista la benevolencia que demuestra hacia vos el Señor Rey, benevolencia que por cierto no puedo comprender...» Pirlouit, por otra parte, critica continuamente los defectos del Rey, mas no duda en correr en su auxilio desde que lo sabe asediado por los bárbaros («¡Ah, cómo temo por ese pobre Rey...!»).

Con Johan, el Rey mantiene una relación algo más seria y adulta, casi de igual a igual, aunque a veces llega a indignarse también con él y a hacerle reproches. Pero, normalmente, le brinda toda su confianza. Eso a pesar de que también en alguna ocasión se ha permitido Johan desobedecerle y actuar a sus espaldas, como en el tercer episodio de la serie. De todas formas, lo normal entre ellos es aliarse para hacer causa común frente a la música de Pirlouit, un tópico general que se repite casi en cada álbum.

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   Primera aparición de Homnibus.

5. HOMNIBUS

El Encantador Homnibus apareció en La piedra de luna (1955) y es uno de los personajes más conocidos de la serie. En general, se relaciona su figura con la de los Pitufos, ya que en La flauta de los seis pitufos es él el que revela su existencia a Johan y a Pirlouit, enviándolos por medios mágicos al País Maldito. En álbumes posteriores, Homnibus seguirá jugando este rol de mediador entre los Pitufos y sus amigos humanos de diferentes maneras: la videncia, las cigüeñas mensajeras.

En toda serie medieval que se precie debe haber un sabio hechicero que, por medio de sus poderes y sus conocimientos, ayude al héroe a desempeñar su misión. Peyo, en cambio, invierte los papeles: será Homnibus el que reciba la ayuda de Johan y Pirlouit en su primera aventura juntos. Desde ese momento los tres se harán amigos, y se prestarán consejo y auxilio una y otra vez. El diseño de Homnibus es bastante convencional: alto y flaco, con una larga barba blanca y ropajes holgados de color azul. Tiene algo de Merlín, de Gandalf y de Panoramix. Sólo se echa de menos el sombrero picudo adornado con estrellas: en su lugar, Homnibus luce un gorrito ceñido. En las primeras historietas su altura era excepcional, lo cual hacía al personaje bastante difícil de encuadrar; posteriormente, se achatará un poco. Desaparece la orla de sus mangas y los cabellos sobre sus orejas se vuelven menos hirsutos, pero en esencia es un personaje que no cambia demasiado.

Si exceptuamos su primera aparición, en la que por haber recibido un golpe en la cabeza se mostraba sumamente colérico y variable, Homnibus es un personaje simpático, bienhechor y digno de respeto. Olivier mismo lo describe como «hombre dulce y pacífico». Su perfil es como el de la mayoría de los magos de las historias clásicas: vive en su propio mundo, recluido en una vieja mansión en Blanc-Caillou (“Pedrusco-Blanco”), algún punto entre las aldeas de Villers y Abelagot. Tiene su laboratorio de alquimia en lo alto de una ruinosa torre, y su vida transcurre apaciblemente entre fórmulas y grimorios. Domina todas las ciencias y artes mágicas; y salvo las visitas periódicas de Johan, Pirlouit y el Gran Pitufo (aparte de los consabidos aquelarres), no parece tener más contacto con el resto del mundo: es su fiel criado Olivier el que se encarga de abastecerlo de lo necesario, traerle noticias y realizar por él todo tipo de gestiones.

Parece ser, entre sus colegas brujos, un hombre con cierta ascendencia, ya que es él el encargado de custodiar uno de los tres elementos del Globo del Poder. Sin embargo no es ni mucho menos el mejor: debe recurrir al Gran Pitufo para encontrar el antídoto al sortilegio de Maltrochu. Y aunque ha amenazado alguna vez a Pirlouit con convertirlo en sapo, su magia no parece ser capaz de protegerlo de los fieros bárbaros que arrasan su morada: serán sus fieles amigos los que sean convocados en su ayuda. Igualmente, su magia no lo libra de la fatiga, la falta de concentración o la fiebre producida por un mal catarro. Parlotea sobre sus muchos achaques como un anciano cualquiera, si bien Convard lo dota de una extraordinaria longevidad: en El bosque de los Unicornios, Johan le atribuye unos ciento veinte años. Eso sí; en este libro, su mente ya no es ni mucho menos la que fue. Apenas reconoce a sus amigos, se olvida absolutamente de todo y pasa su tiempo experimentando con recetas de compota, o bien componiendo versos que, por lo menos para Johan, no tienen el menor sentido.

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   Primera aparición de Tréville.

6. EL CONDE DE TRÉVILLE

Este personaje, aunque muy popular entre algunos amantes de la serie, sólo ha figurado hasta el momento en tres episodios. Es también uno de los más antiguos. El Conde de Tréville aparece en El castigo de Basenhau (1952) como coprotagonista al lado de Johan: mientras el muchacho se encarga de espiar con astucia al enemigo, el Conde se luce en épicas batallas y en el torneo que abre la historia. Desde el primer momento se establece, entre Johan y él, una especial simpatía, que se conservará intacta en todos los episodios en los que coinciden. Al lado del adolescente Johan, el Conde es un adulto fuerte, valiente, generoso y seguro de sí mismo, una figura positiva y paternal: dado que Peyo perdió a su padre de forma prematura, tal vez no pudo evitar reflejar en este personaje algo de lo que de él recordaba. El dibujo del Conde en El castigo de Basenhau es aún defectuoso, y Peyo lo retocará en La piedra de luna (1955) afinando su cuello, dándole más elegancia a sus ropajes y dotándolo de una melena rubia en lugar de los cortos cabellos de la primera historia. Modifica, también, la excesiva prominencia de sus orejas y el ángulo acusado de la barbilla: en La flecha negra (1957) el Conde muestra un aspecto mucho más suave y redondeado, orientado ya hacia lo caricaturesco.

El veloz corcel con pintas que pertenecía al Conde en El castigo de Basenhau es el mismo que montará Johan a lo largo de toda la serie, posiblemente un regalo suyo. Ya en su primera aventura juntos, Johan lo admiraba profundamente como estrella de los torneos: su apodo era nada menos que “El Invencible”. Por su parte el Conde acoge las confidencias de Johan, a quien el Rey no quiere escuchar, y no puede menos que reconocer su admiración por él («¡Valeroso muchacho! ¿Volveremos a verlo de nuevo...?»). Más tarde, cuando lo sabe en peligro, corre en su rescate: este rol de protector de Johan lo desempeñará el Conde absolutamente en todas sus apariciones, incluso evitando que el impulsivo joven se lance de cabeza al río para salvar la vida de Boustroux.

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El conde en La flecha negra.


En La flecha negra, el Conde demuestra que también tiene sentido del humor, interaccionando socarronamente con Pirlouit a propósito de sus crisis de sonambulismo y la broma magistral que éste ha preparado para Johan y él al principio de la historia. Y, en correspondencia sin duda por todas las molestias que se tomaba el Conde cada vez que partía a rescatar a ambos, Johan y Pirlouit acuden fielmente a salvarle la vida a su vez, de nuevo en medio de la refriega de un torneo.

No volveremos a verlo más, salvo por una fugaz aparición en el Calendario de Navidad 1967 de Le Journal de Spirou, como parte integrante del séquito que, encabezado por Johan y Pirlouit, se dirige a la capilla del Castillo. Es una imagen interesante, pues nos muestra cuál hubiese sido la evolución gráfica del personaje en posteriores etapas: caricaturizado al máximo, con apenas tres cabezas de alto (en lugar de las cinco y media de su debut), miembros mucho más finos, manos y pies grandes y el torso reducido a su mínima expresión.

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   Primera aparición de Barbe.

7. DAME BARBE

Este personaje aparece por primera vez en 1957, en el relato La flecha negra. Aquí, su aspecto es completamente distinto del definitivo y su actuación se reduce a una sola viñeta. En 1957, Dame Barbe era menos huesuda y flaca, y su ropaje era de color negro. El sombrero alto y troncocónico, y una compleja toca que le cubría más el cuello. Su papel, desde el principio, sirve meramente para desaprobar todo lo que de grosero o escandaloso haya en el Castillo: en este caso, el Conde de Tréville en paños menores. Él mismo la describe bastante acertadamente como «una de las comadres más grandes del Castillo». No será hasta 1958, en La flauta de los seis pitufos, que Dame Barbe se propulse a la fama convirtiéndose en uno de los personajes más conocidos de la serie. Su personalidad desde este momento quedará del todo definida: «una solterona cascarrabias que mira a Pirlouit por encima del hombro», según su propio creador. Y es aquí cuando se fija su aspecto, adquiriendo las características que todos conocemos: el traje verde con ribetes negros, el aspecto general de palo de escoba, la exagerada prominencia de mentón y pómulos (la verruga en la mejilla no aparece más que en el filme de animación), el ceño eternamente fruncido y la mueca de desagrado. También su nariz, que en 1958 era corta y ganchuda, va creciendo y cambiando de forma: Alain Maury la alargará de forma ostentosa, buscando la mayor comicidad del personaje.

La Dame Barbe de 1958 mide cuatro cabezas. Al igual que el resto de personajes de la serie, disminuirá algo según pasan los años. Sus gags, salvo alguna excepción, son mayormente visuales: Dame Barbe habla más bien poco, y cuando lo hace es sólo para quejarse. Ridículamente digna, cursi y melindrosa, come a pequeños mordisquitos, estirando el dedo meñique y acudirá a la Misa del Gallo en 1967 con devotísima actitud. Puesto que es un personaje completamente plano, sin vueltas de carácter, sus gestos lo dicen todo: no es preciso añadir más.

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La señora Barbe en La flauta de los seis pitufos.


Su rol, parecido al del Senescal, es mayormente de oposición con Pirlouit, y sus momentos más celebrados son aquéllos en los que éste la hace bailar frenéticamente, muy en contra de sus deseos. Por supuesto, Dame Barbe se constituye en víctima ideal para sus travesuras, tanto de forma deliberada (La flauta de los seis pitufos) como accidental (El País Maldito). Sólo en una ocasión vemos cómo se dulcifica su gesto, en un relato corto publicado en 1964: aquí, Pirlouit ha hecho propósito de enmienda y se convierte, por un día, en el más amable y cortés de los caballeros, siendo premiadas sus zalamerías con una mirada amorosa de la vieja dama. Maury sacará gran partido de ella, considerándola una de las mejores bazas de la serie: en Los trovadores de Roc-à-Pic la vemos algo embriagada, un apunte interesante sobre el personaje... Y, por supuesto, su momento de mayor felicidad es cuando contempla la marcha de Pirlouit en La horda del cuervo.

De entre los personajes fijos de Peyo es una de las pocas mujeres. Representa a una moral anquilosada que choca continuamente con la mentalidad infantil, alegre e iconoclasta de Pirlouit, el cual se divierte bastante a costa de la vieja dama. El propio Peyo lo hace, cuando insiste en que sus pasos de danza en la película de Belvisión deben ponerla absolutamente en ridículo obligándola a levantarse la falda en una especie de can-can desmadejado. Por su parte, Henri Seroka tampoco pudo resistir la tentación de arremeter sin piedad contra ella: la canción que le dedica en su disco se llama, precisamente, “Con Dame Barbe en los talones”.

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   Primera aparición del senescal.

8. EL SENESCAL

El Senescal aparece en 1958, en el álbum La flauta de los seis pitufos. Anteriormente había dibujado Peyo a otros dos senescales distintos, uno en 1954 (El duende del Bosque de las Rocas), completamente calvo, y otro en 1956 (Sortilegios en el Castillo), anciano y barbudo esta vez.
El Senescal definitivo será gordo, medio calvo, de aspecto tal vez inspirado en la figura de Benjamin Franklin, vestido de negro y con un característico collar de placas en torno al cuello. Dio el salto a la fama el día que Pirlouit lo hizo bailar como un loco al son de su flauta... para indignarse después con él. Desde ese momento, su presencia en el Castillo Real es una constante: se supone que se trata de la figura de mayor autoridad después del monarca, intendente del Castillo y consejero de alto rango.
Al igual que ocurre con el resto del elenco de la serie, su aspecto se irá achatando y caricaturizando a lo largo de la misma: le crece algo la nariz, aunque en realidad jamás cambiará demasiado de apariencia. Peyo confirma su aprecio por la figura del Senescal: en El País Maldito es él quien abre la historia, a la cabeza de los dignatarios de palacio. Muestra su gran preocupación por la melancolía del Rey para, a continuación, echarle una buena bronca a Johan. Desde este momento su posición está bien clara: no es tan antagónica con respecto a los jóvenes héroes como la de Dame Barbe, pero sí que se sitúa del lado de la prudencia y dignidad de los adultos, los convencionalismos sociales, la autoridad y la sensatez.

El Senescal suele flanquear el trono o pasear al lado del Rey, comentando con él las cuestiones de gobierno y desaprobando cualquier novedad sospechosa de ser demasiado fantástica. Es él quien permanece a su lado en La horda del cuervo y quien torea a Pirlouit con cierta picaresca en Los trovadores de Roc-à-Pic a propósito de los escudos que éste le solicita. Su rol no es demasiado determinante, pero es uno de los que amueblan ya el decorado de la serie y sin duda que lo echaríamos mucho de menos si no estuviera. Convard respeta su figura (extremadamente longeva) en El bosque de los Unicornios y lo presenta jugando al ajedrez plácidamente con un ya anciano Johan o dando cabezadas junto al fuego, al arrullo de una canción de Pirlouit. Sin duda que ha terminado acercándose un poco a los dos camaradas de aventuras con el paso del tiempo.

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   Primera aparición de Rachel.

9. LA VIEJA RACHEL

Aunque sólo figura en tres álbumes (no contamos la mención que de ella hace Johan en El País Maldito), la figura de Rachel es una de las más interesantes de la serie. La vieja Rachel aparece por primera vez en 1953, en el segundo episodio de la saga. Es pues, con Johan, el Rey y De Tréville, uno de los personajes más antiguos. Su dibujo en un primer momento es inseguro, excesivamente alargado y algo impreciso, tal y como corresponde a la madurez del dibujante en ese momento; pero ya presenta todos los detalles característicos que identificarán al personaje: las ropas raídas de color negro, el acusado mentón, los aretes en las orejas y el moño mal recogido.

La verruga del mentón desaparece pronto, la cabeza adquiere otra forma más redondeada y su talla se reduce sensiblemente, de seis a cuatro cabezas. Las mangas de su traje se igualarán. Cuando Rachel hace su segunda aparición en 1959 (La guerra de las Siete Fuentes), es ya un personaje con la marca de la casa Dupuis, bastante diferente a lo que fue en sus orígenes. Pero, en cuestión de carácter espinoso, no parece haber cambiado en lo más mínimo.


Dayez, en 2003, le dedica sus buenos párrafos: «[En cuanto a] los personajes secundarios mejor trazados (...) pensamos también en la bruja Rachel, cuya reputación de cascarrabias esconde una verdadera generosidad... Con este personaje, Peyo ha mostrado una aptitud muy personal para darle la vuelta a los clichés más establecidos. A primera vista, la vieja Rachel (...) parece salida de un cuento maléfico, pero el dibujante se sirve (...) de esta imagen de Épinal para crear la sorpresa: Rachel es una bruja, cierto, pero usará sus poderes para salvar la vida del caballero Hugues, envenenado por sus enemigos. La aparición de Rachel no dura más que cinco planchas, mas esto será suficiente para imponer su silueta. Peyo no la olvidará, ya que la volverá a utilizar seis años más tarde».

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Rachel, entre los comensales.


Aunque Rachel es capaz de atemorizar hasta al impávido Johan, al final ambos se harán amigos y aliados. En la escena de banquete que cierra El amo de Roucybeuf puede vérsela claramente, así como entre la turba de hechiceros y magos de La noche de los brujos.

Rachel vive en el feudo de Roucybeuf, en donde tiene su cabaña oculta en el bosque. Proscrita en un primer momento y temida por todos, en cierta manera es “rehabilitada” por Johan. En compensación sin duda, ayudará a éste en su búsqueda de las Siete Fuentes, y logrará salvar a Pirlouit de un ataque de risa demencial. Entre Rachel y Pirlouit se establece, en muy pocas viñetas, una relación de cierto antagonismo: Pirlouit no sólo se bebe su Vino Maravilloso, sino que la hace bailar a traición con la flauta mágica... de la cual intentará incautarse una vez más.

Al igual que Homnibus, Rachel se relaciona amistosamente con los Pitufos: el Gran Pitufo la llama “la Buena Rachel” y hasta le ha prestado la flauta mágica. Heredera de los poderes de la vieja bruja Sara, desde un primer momento se sabe que Rachel tiene cierta afición a experimentar con fórmulas de licores, unos más peligrosos que otros. Por último, habría que imputarle también una gran dosis de despiste, si tenemos en cuenta el lío en el que mete al pobre Johan al confundir el vino de la risa con el del llanto, agravando así la tristeza del viejo Rey.

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  Primera aparición de Olivier.

10. OLIVIER 

Olivier es el fiel servidor del Encantador Homnibus, que igual realiza las faenas domésticas que se recorre medio mundo para encontrar el ingrediente de una poción. Su debut en la serie se remonta a 1955 (La piedra de luna), figurando ya desde la primera plancha. No volverá a repetir el papel destacado, casi de protagonista, que tuvo en esta historia: en álbumes posteriores su rol es exclusivamente secundario y con tintes cómicos, sobre todo en El sortilegio de Maltrochu. En su primera aparición, Olivier está diseñado como un personaje serio y dramático, de cinco cabezas de proporción. Apenas tiene detalles caricaturescos, salvo la pronunciada nariz con una gran fosa nasal. El cabello rojizo con corte característico de la época se mantendrá a lo largo de la serie, no así sus proporciones ni su aspecto: en La flauta de los seis pitufos mengua un poco, y se remarcarán tanto su condición de criado como su cobardía. En El País Maldito ha engordado sensiblemente, y sólo estará a cargo de un gag visual. En El sortilegio de Maltrochu de nuevo vuelve a adelgazar, sus proporciones pasan a ser de tres cabezas y media, sus rasgos se caricaturizan extraordinariamente y adquiere cierta prestancia como personaje cómico. La fosa nasal no se remarca tanto, y su cabeza se vuelve voluminosa.

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Olivier en El sortilegio de Maltrochu.  

Alain Maury volverá a alargar la figura de Olivier, a la vez que engrosa un poco más su nariz y lo dota de algún protagonismo en las historias en las que interviene. Se trata, por cierto, de uno de los primeros personajes de la saga que Maury aprendió a dibujar: Olivier es, junto con Homnibus, uno de los protagonistas humanos de El pitufo financiero. La prueba de fuego de Maury, antes de que Peyo se decidiera a poner en sus manos la tremenda responsabilidad de continuar por él su serie fetiche.

Psicológicamente, Olivier es un personaje bastante sencillo. Huye de los problemas como de la peste, es simpático con los Pitufos, siempre aparece con un paño de cocina entre las manos o un cesto lleno de viandas, de vuelta del mercado. A pesar de que Johan le salvó, en su día, la vida, no interacciona en absoluto con él salvo para pedirle auxilio en caso de apuro. Su presencia en la serie está ligada a la de su amo, Homnibus, al que acompaña fielmente incluso en El bosque de los Unicornios: imagen singular de un Olivier maduro que, ya superada su fase de criado, experimenta por su cuenta en el laboratorio de la torre, con sus lentes de pinza sobre la nariz y aparentemente despreocupado de los jugueteos frutales del senil Homnibus.

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   Primera aparición de Guillaume.

11. GUILLAUME

Guillaume es uno de los villanos más antiguos de la serie, y le cabe el honor de ser el único que ha intervenido dos veces. Debuta en el primer capítulo de “Johan” en su tramo en Dupuis (1952) y, como su segunda aparición tiene lugar apenas dos años más tarde, estilísticamente cambia más bien poco. Según parece, su recurrencia se debe al hecho de que Peyo concibió los primeros episodios más bien como una saga, en la que se daba mucho valor al elemento realista y los reencuentros entre sus héroes: Johan va creciendo, reaparece De Tréville, se mencionan personajes de anteriores aventuras. Pero este personaje de Guillaume resulta problemático, tanto desde el punto de vista gráfico como el psicológico.

Diseñado en un principio más flaco y con menos cabello, el principal problema de Guillaume es el de sus ojos, que mantiene cerrados todo el tiempo. Esto se hace a fin de recalcar su sordidez y sus malas intenciones, pero a la larga es limitador para el personaje: en una sola viñeta, Guillaume impresiona; ¡en dos o más, ya comienza a parecer ridículo! Por otra parte, su físico alargado resulta también muy difícil de animar. Desde el punto de vista del carácter, Guillaume resulta siniestro por su gran astucia, y sobre todo por el uso retorcido que hace de la misma, aliándose con amos malvados y poderosos, aunque siempre algo cortos de mollera, que quieren derrocar al Rey. En ciertos aspectos, la figura de Guillaume junto a su amo de turno recuerda, un poco, a la de un pájaro guía sobre la cabeza de su elefante, y de hecho el aspecto de Guillaume parece basado en el de un ave, con el sombrero picudo y la capa que se asemeja a un par de alas caídas. Al final, Peyo se cansa del personaje y lo elimina, haciéndolo encerrar en los calabozos del Rey. Lo que no quita para que, tal vez en un futuro, seamos testigos de una nueva aparición.

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Primera aparición de Martin y Rigobert.


12. EL OSO MARTIN Y RIGOBERT

Esta pareja protagoniza algunos gags muy celebrados en el álbum El País Maldito y, aunque pertenecen a una numerosa troupe de saltimbanquis, sólo ellos dieron el salto a la fama: en efecto, será raro volver a ver una escena de feria, de mercado o de banquete, en la que no aparezcan ambos hábilmente disimulados entre el gentío. Incluso en 1975, en el filme de animación, Peyo los hará actuar ante los villanos que celebran sus fiestas. Martin es un oso pardo gigantesco, amaestrado por el domador Rigobert pero con cierta tendencia a escaparse. En cuanto a su amo, es un hombre barbudo, pelirrojo y ataviado con ropas circenses de alegres colores.

A pesar del tiempo transcurrido desde el último álbum de Johan y Pirlouit dibujado por Peyo (más de veinte años), Alain Maury no olvida a la pareja y los recuperará justo en la primera viñeta de Los trovadores de Roc-à-Pic. Copia, asimismo, algunos otros personajes y detalles de anteriores aventuras: el funambulista, la cucaña... sin olvidar a esa misteriosa ancianita que se pasea por todas las historias con un cesto en el brazo y dirigiendo una fila de gansos con una rama. Igual que Peyo, Maury es consciente de la importancia de estos pequeños “guiños” al lector que, a la vez que promueven su complicidad, dotan a toda la saga de una mayor conexión: algo así como el hilo oculto de un collar que mantiene unidas las cuentas.

Creación de la ficha (2011): Dafne Ruiz. Edición de Manuel Barrero. · Datos e imágenes tomados de los álbumes originales o del catálogo Pierre Culliford, dit Peyo (Eleroy, 2011).
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
DAFNE RUIZ (2011): "Johan y Pirlouit. Los descubridores de los Pitufos", en Tebeosfera, segunda época , 8 (8-VIII-2011). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 15/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/johan_y_pirlouit._los_descubridores_de_los_pitufos.html