LÓPEZ EN CLÍPER.
Juan López, leonés con infancia transcurrida en Barcelona, de padre comunista y abocado al nomadismo, creció como muchos españoles que fueron niños en los cuarenta: leyendo tebeos con el eco de la guerra al fondo. Tenía aptitudes para dibujar, y eso le llevó a un taller de delineación mecánica, si bien con su mayoría de edad recién estrenada encontró su vocación en el dibujo de ficción, concretamente en la animación. Yumbo nº 217. Compartiendo página con Ayné y Segura.
Se estrenó como dibujante en los Estudios Macián y luego probó suerte en los tebeos animado por el dibujante Jorge Giner, “Gin”, probando por primera vez a hacer historietas en la revista del sello Clíper titulada Yumbo. En varios números de 1957 de esta publicación infantil atisbamos las primeras obras de López, que así firmó algunas tiras protagonizadas por animales antropomorfos a partir del número 217, de junio de 1957: “Conejete”, “Zorrete”, “El oso López”, “El oso Hércules”, “Tofi”, “Don Gusans” más otros animalillos en historietas sin título propio de serie. Según nos confesaba su autor en 2010, realizó desapasionadamente aquellas historietas, sobre las que sufrió temprana censura pese a su ingenuidad: «(…) hasta me censuraron un par por mencionar al diablo o los ángeles... es que los curas metían cuchara hasta en eso».[1] López publicó historietas de este tipo, esporádicamente, hasta el número 240.
Yumbo nº 227. Tira en la que el autor se dibuja.
El estilo del dibujante en aquellos trabajos estaba en formación, y los referentes podrían ser tanto los dibujos animados de Disney como los Looney Tunes, en todo caso procedían del cartoon. Pero López demostró que entendía el medio y que mejoraba con cada tira, y el editor quiso darle una nueva oportunidad al proponerle que continuase una serie que por entonces dibujaba Jorge Gin, Miguelín y su perro Tizón, protagonizada por un niño mexicano y su perrito. López no aceptó el reto porque no le interesaba la historieta por entonces, sólo la animación, y las páginas que se publicaron de esta serie fueron resueltas por otros autores, como J. Granés. No obstante, el editor de Clíper insistió en que dibujase para sus tebeos y le ofreció un espacio en la revista Pinocho, del mismo sello.
En esta cabecera se hallaban trabajando autores como Martz-Schmidt, Ayné, Segura, García (Lorente), Ripoll G., Pérez Fajardo, Urda o Raf, excelentes firmas que pronto migrarían hacia Bruguera en algunos casos. Entre ellos, López destacó precisamente por mostrar un estilo limpio pero primitivo, que se situaba en la línea de lo que entonces dibujaban Segura y Raf para el mismo Pinocho, aunque su referente principal seguía siendo Jorge Gin, un modelo que de hecho le fue impuesto por el editor. Cabe aclarar que Jan no publicó una serie fija allí, solamente composiciones con múltiples personajes que compartían gags en torno a un eje común con el fin de acompañar el anuncio de un concurso que convocaba la revista entre sus lectores. Aparecieron una docena de este tipo de composiciones, firmadas por López en 1957 todas ellas, al menos en los números 17 a 25, y cuatro más en el Almanaque para 1958 de la revista, en este caso con el coro de personajes celebrando la Navidad.
No hemos hallado más historietas de Juan López publicadas en España entre 1958 y octubre de 1959, que fue cuando partió con su padre hacia la utopía castrista. Su obra cubana, construida durante los años sesenta, es merecedora de aplauso por su desarrollo plástico, siempre vinculado a modelos animados, es decir: con una línea modulada muy generosamente, volumétrica, y con un atractivo modo de componer las masas que en la historieta española raramente se veía por entonces, porque los editores españoles no entendían una página de historieta resuelta con viñetas grandes. Jan evolucionó no sólo como dibujante con un estilo libre, no reconducido, también como compositor y diseñador de las planas de sus obras, solamente supeditadas al formato de publicación o a la calidad del papel o el coloreado, que en Cuba no era bueno, pero siempre llamaba la atención con unos personajes encantadores equilibrando el “peso” del resto de los elementos dibujados en el encuadre.
Páginas de Pinocho firmadas como López de los números 17, 20, 23 (arriba), 24 (en color) y al Almanaque para 1958 (las dos finales). Se aprecia el estilo de dibujo heredado de Gin.
A su regreso, cuando Jan llega a España en 1969, se siente doblemente escéptico. Al escepticismo que siente hacia la revolución cubana, que a su juicio no fraguó como debía en una década, se sumaba el escepticismo por la edición de historieta en su patria, sabedor de la rigidez de miras de los editores. Entró a trabajar para Bruguera, la empresa más fuerte, de la mano de su amigo Miguel Pellicer, que dirigía allí el departamento de publicaciones infantiles, consistentes en cuentos ilustrados, troquelados, libros de cuentos, algunos con sencillas historietas, etc. Pellicer llevaba ya casi una década en la empresa[2] y confiaba enormemente en el potencial de Juan López como historietista. Guiado por Pellicer, Jan se movió en dos modalidades de trabajo distintas, sin desatender la calidad en ninguna de ellas, pero probablemente todos coincidimos en valorar artísticamente su trabajo en libros de cuentos de Bruguera por encima de sus historietas de ese tiempo. En los libros y cuadernos de cuentos podía trabajar sobre ilustraciones completas y mantener cierto dominio sobre los personajes, pero en los tebeos de Bruguera estaba condicionado por la asfixiante retícula de 6x3 viñetas, donde pocos alardes gráficos se podía permitir un dibujante, y además estaba supeditado a los guiones simplones de algún redactor o autor de la casa, creadores prolíficos devenidos en galeotes de la redacción.
EL PRIMER “JAN”. BRUGUERA Y UNISA
Un ejemplo de esa coerción en la realización de historietas fueron sus primeras realizaciones para los tebeos de Bruguera, concretamente en la segunda época de Din Dan en el arranque del año 1970, para la que Juan López dibujó las series Don Plácido y Don Viriato. La revista de historietas ofrecía la ración habitual de series acomodadas al estilo que complacía a su director editorial, Rafael González, dibujadas por F. Ibáñez, Nadal, Schmidt, Escobar, Segura, Enrich, Vázquez, etc., más alguna traducción de series francesas (Aquiles Talón o El demonio del Caribe, por ejemplo). Eran páginas apretadas, debido a las quince viñetas promedio que se exigían por historieta, pero fáciles de leer y de digerir, porque se resolvían con un chiste fácil o un equívoco. Allí no cabía experimentación formal, ni de fondo, siendo Vázquez el único que destacaba por ofrecer alguna composición levemente atrevida en su página de Anacleto.
El dibujante recién llegado de Cuba debutó en el número 107 de esta revista, fechado el 2 de marzo de 1970, con una historieta de la nueva serie Don Plácido que firmó “Juan José / 69”. Es decir, López comenzó a dibujar historietas para esta empresa al final de 1969 y firmó sus primeras obras como Juan José (también lo acreditan sus firmas en algunos cuentos ilustrados, que se mantuvieron en su reedición en Lluvia de estrellas). Años más tarde, Jan no recordaba haber empezado así en Bruguera, porque él quería dejar atrás la firma usada en Cuba[3], pero lo cierto es que aparecieron cinco historietas firmadas así, hasta el número 111 de Din Dan, de 30-III-1970. Debut del autor en Bruguera: Din Dan, II época, nº 107.
Abajo, la misma serie, Don Plácido, a todo color en el número 111 de Din Dan, II época.
Es importante detenerse en esta serie porque muestra a un autor que transformó su estilo siguiendo las exigencias del editor. Don Plácido es un señor de mediana edad, con alopecia y mostacho, que vive en un pisito y gasta algo de mala baba. En su primera historieta se ve que Juan José se ajusta a un guión de la casa pero despliega un estilo acorde con lo dibujado en Cuba, muy dinámico, sobre todo en una secuencia en la que huye de fantasmas. Toda esa gracia muere con la segunda y siguientes entregas, en las que la narrativa se somete a la pausada rutina urbana, con planos enteros enfocados a pie de suelo, con bocadillos enormes y farragosos, y con un castigo esperando en la última viñeta. Muy típico de la “escuela Bruguera”. Y absurdo, porque en la tercera historieta el guionista (presuntamente, Conti) lo convierte en un vaquero trasladando la serie al Lejano Oeste sin previo aviso (el mismo personaje se extraña en la primera viñeta), para volver a su entorno urbano habitual en el nº 110 sin explicación alguna. La historieta de Din Dan nº 111 es interesante porque llevó color y porque Juan José imprimió mucha movilidad en los personajes, pero las exigencias editoriales seguían asfixiando el talento del dibujante. La serie no fue rescatada, salvo por la historieta del nº 109, que apareció en 1982 en Mortadelo Especial nº127.
La primera firma de “Jan” impresa en un tebeo la vimos en la siguiente serie que dibujó, Don Viriato, que comenzó a aparecer en las páginas de Din Dan. Época II, desde el número 129 (3 de agosto de 1970). El Viriato que dibujaba allí Jan no era el terror romanorum lusitano sino un remedo del Cid, o sea, un caballero medieval de la Reconquista que luchaba contra los moros. Los argumentos eran flojos, basados en equívocos tontos y anécdotas ligeras, con lo que la parodia no alcanzaba a ridiculizar al volkgeist disfrazado de símbolo nacionalista con el que los políticos de Franco invistieron a esos guerreros del pasado. Fue publicado esporádicamente, siguiendo guiones ajenos, preso en la apretada retícula de seis por tres viñetas, habitualmente en bicolor, con esa torpe tonalidad granate que tanto nos disgustaba a algunos niños. A la falta de interés argumental Jan añadió algunas pinceladas de dinamismo, personajes secundarios simpáticos (los niños granujas) y poco más. Pese a todo, Jan sorteó algunas imposiciones, por ejemplo hubo guiones de otros autores ajenos a Bruguera (uno de Juan Padrón para el número 136), alteró la retícula y limó las esquinas de las viñetas (en el número 137). No pudo hacer mucha más virguería, y no llegaron a diez las historietas de esta serie aparecidas hasta el número 139[4]. Jan se hartó de las imposiciones y renunció a seguir haciendo historietas para Bruguera, aunque siguió trabajando en el departamento de publicaciones infantiles.
Páginas de Don Viriato publicadas en los números 134, 136 y 139 de Din Dan, II época.
Los siguientes cómics que Jan publicó aparecieron en Gaceta Junior, revista de Unisa. La editorial Universo Infantil, S. A., fundada en 1965, representaba por entonces la “moderna historieta”. Lo era porque se abría a modelos foráneos, concretamente franceses y belgas, donde la historieta había ascendido peldaños de aceptación y cuyas industrias de producción eran sanas y florecientes, sobre todo en el campo de las revistas de contenido variado que luego se recopilaba en álbumes. Tras poner en circulación la revista, Unisa abrió una línea de libros de historieta aventurera para jóvenes cuyo primer álbum español se quedó en único: Shambur, de Carrillo. Pese al fracaso, Gaceta Junior fue una de las revistas más importantes de la historia de la historieta española. Publicó muchas series franco-belgas, pero también abrió sus puertas a autores patrios, mostrando con ellos una consideración que no se tenía hacia los autores en Bruguera y permitiéndoles mayor libertad creativa. Jan trabajó poco para esta revista y cuando ya estaba avanzada y transformada, es decir, publicó a partir de febrero de 1970 en la retitulada Tintin Gaceta Junior, compartiendo páginas con autores amoldados a la industria como Cubero, Rafael Losada, Mingo, Carrillo, Perera, Chiqui y Asián u otros de estilo más personal, como Nin, Bernet Toledano, Jorge Buxadé, A. Buylla, Rojas, Madorell o Carlos (Giménez), aparte de los europeos y americanos allí traducidos. Su aparición en el número 70 no llamaba la atención porque fue el continuador de una serie creada por otro autor, ¡¡Abracadabraaaaaaaa!! El genio, del flojo pero cumplidor Mingo, rosario de hechizos de un geniecillo que trucaba mal por bien de manera cordial. A esta serie Jan le añadió algo de agitación, piernas de goma a los personajes, iconemas llamativos, expresividad en los gestos. En fin, la cinética constante del dibujo animado.
¡¡Abracadabraaaaaaaa!! El genio, en los números 71, 74 y 77 de Tintin Gaceta Junior.
Precisamente esto diferenciaba la obra de Jan de la de otros historietistas del humor del momento. Hubo una generación de autores españoles magníficos en los años treinta y cuarenta que tomaron gran parte de sus influencias estéticas de los dibujos animados, deleite de los niños y los jóvenes como medio nuevo en el primer tercio del siglo XX. Aquella fascinación por un universo lleno de ternuras y crueldades en el que los personajes parecían esponjas tentaculadas caló profundamente en los creadores de historieta españoles, y de ahí surgió el mágico hacer de autores como Moreno, Moro, Cifré, Escobar, los Blasco, Figueras, Nadal o Vázquez, que elaboraron una historieta magistral en los años cuarenta, trufada de espasmódicas criaturas en universos palpitantes. La evolución de la industria, es decir, la explotación hasta el grado máximo de los beneficios que podían producir esas obras, llevó a los editores a implantar unos estándares de realización, diagramación y hasta estilo que condujeron a los autores hacia una simplicidad eficiente. Es decir, se trataba de los mismos universos y personajes, pero más quietos y grávidos. Sus volúmenes se aplanaron, sus carreras eran directas, sus pies y narices se afilaron, los fondos se desdibujaron y las perspectivas se volvieron frontales. El lector ya no “volaba” en ese mundo, se había quedado parado ante un teatrillo gris de posguerra. El amor por los tebeos seguía surgiendo del aliciente de los estilos y de los gags, aunque éstos eran reiterados hasta la saciedad, en una pirueta constante de vuelta a la frustración a través del chasco. Los que salvaron la historieta española de los años cincuenta y sesenta, las décadas de mayor producción industrial, fueron los autores, con su esfuerzo por destacar artísticamente.
En esto que llegó Jan, que no había pasado bajo esa lima creativa y que venía de Cuba con un bagaje estético similar al de los historietistas españoles de veinte años atrás, ungido en la animación. Así, donde Mingo era meramente cumplidor, Jan inoculaba elasticidad (Gaceta Junior nº 70). Donde los demás no movían el foco, Jan incorporaba un picado (en el 71). Si antes el registro expresivo era mínimo, ahora Jan añadía lágrimas y carcajadas (72). ¡Hasta se atrevió el recién llegado a mofarse, en el número 74, de la segunda religión española: el fútbol! Todo ello sin palabras, por cierto. Y a partir del número 77, el autor se permitió más licencias, rompiendo la retícula de viñetas hasta ese momento inamovible, para dibujar contrapicados de vértigo o jugar con la verticalidad y los bocadillos icónicos hasta el cierre de la revista, en el número 81.
Las aventuras de este geniecillo no fueron lo único ni lo mejor de Jan en Gaceta Junior. Además, dibujó una simpática composición con viñetas y tiras sobre el tema “La margarita maldita” para el segundo extraordinario de la revista, todo un ejemplo de síntesis. Y también estrenó otras series, las tituladas: Los hermanos Rengifo, Dulce Edad Media y Sicodelic Hood. Los hermanos Rengifo apareció a partir del número 77 (2-IV-1970), y su gracia consistía en enfrentar los caracteres contrarios de dos hermanos, el desenfadado con el estricto, tratando sobre asuntos triviales (los tebeos, el cine, el ocio). Se trataba de argumentos sencillos pero bien resueltos, con una puesta en escena notable si la comparamos con la producción habitual en historietas de humor de Bruguera o Valenciana, por ejemplo. Al cierre de la revista también quedó truncada la publicación de más tiras de Dulce Edad Media, una serie que Jan inició en Gaceta Junior número 80 ironizando sobre las brutalidades que se practicaban en el medioevo, y que luego llevó al periódico La Vanguardia con el fin de publicarlas allí. Le publicaron dos en el diario (sin pagarle) y luego no le solicitaron más.
No fue su único intento en la prensa. Jan también publicó, durante 1970, en el Suplemento infantil del Diario de Barcelona, que estaba ligado a Unisa porque quien coordinó el suplemento y suministró parte de los materiales fue el mismo editor de Unisa, Antonio Martín[5]. En aquellas grandes páginas de periódico Jan pudo ubicar alguna historieta de la serie Los hermanos Rengifo (al menos en el número 12, de 4-VI-1970), y allí inició la serie Lucas el maldito, que había sido creada para ofrecerla en las páginas de Gaceta Junior pero debido al cierre de la revista terminó publicándose en este suplemento. Trata sobre un vagabundo, Lucas, que por azares del destino acaba implicado en un viaje espacial; el pobre tiene mala suerte y en cada una de sus acciones monta el lío. Se publicaron 16 historietas de este personaje, entre los números 22 y 37 del suplemento. Resultaba grato para el lector infantil, pero no excesivamente original; aun así, debe destacarse esta obra porque las historietas eran conclusivas al mismo tiempo que con ellas se iba hilvanando una historia larga, puesto que todas las entregas de Lucas el maldito estaban unidas argumentalmente, desde que Lucas es confundido con un extraterrestre hasta que se interna en el espacio sideral.
Queda por comentar una de las series de Gaceta Junior citadas, Sicodelic Hood, publicada a partir del número 75. Este Robin Hood paródico nada tenía de sicodélico, con el título sólo se aludía a un concepto de moda entonces, como el movimiento hippy, que había calado entre los jóvenes españoles, de ahí que en estos mismos tebeos leyéramos las historietas de Hippy Fardón, de Rojas, o las de un héroe como Dani Futuro, con sus trajes con chorreras y su apariencia de “chico yeyé”. El Hood de Jan era un Hood paródico sin más, aunque, a diferencia de los típicos personajes de humor, se trataba de un triunfador. Las innovaciones de Jan en esta serie fueron escasas y sutiles, pero interesantes: el aumento del nivel de sagacidad del protagonista, los recuadros redondeados o la limpia retícula 5x2, las atractivas fórmulas icónicas para indicar el paso del tiempo (un viejo con una guadaña) y la mofa a un religioso, Fray Tock, algo poco común en la historieta española.
Al término de la andadura de Gaceta Junior, la serie inspirada por el héroe medieval británico sería acogida en las páginas del tebeo Piñón, partiendo de una historieta protagonizada por el indignado rey aparecida en el número 31 (noviembre de 1971), en la que no se menciona el título de la serie. Luego se publicaron algunas estupendas páginas de Sicodelic Hood, a dos tintas, lo cual les restaba mérito, pero seguían estando por encima del resto de lo publicado en la revista, y fueron simpáticos los guiños lanzados por Jan a la cultura popular (como la invitación del monstruo de Frankenstein). A partir del número 35, otro Robin de los Bosques, el de Turk y DeGroot, desplazó al Hood de Jan.
JAN EN EL CUCO Y EN TRINCA
El gran estreno de Jan como “autor” se produjo en la revista Trinca, editada por Doncel, un ramal de la editora ligada al todavía superviviente Movimiento Nacional. Trinca supuso un gran esfuerzo por hacer una revista moderna y atractiva comparable a las triunfantes en Europa Pilote o Spirou, y en sus páginas concitaron a lo más granado de la historieta española. En el número 1 vemos a dibujantes habituales en otras revistas o suplementos, como Agulló, Arias, Flores, Cubero, Rojas (ambos, los dos, con series vistas en Gaceta Junior), pero también otros que estrenaban series sorprendentemente llamativas: Bernet Toledano (Los guerrilleros, inolvidable), Guinovart (Andrómeda), Arranz y sus adaptaciones, el “Manos” Kelly de Palacios, y el estilo pop de Calatayud. Al poco llegaría Chiqui, con su Oliver, y luego otros grandes autores, entre los que todos recordamos a De la Fuente y Haxtur. En el nº 6 (15-I-1971) entró Jan.
Páginas de El último vampiro publicadas en las números 6, 8 y 12 de Trinca.
La obra de Jan para Trinca consistió en otra parodia de otro personaje de la literatura, que se había infiltrado en la cultura popular según se desvanecía el escalofrío que producía en origen: Drácula. El último vampiro de Jan era un señor bajito y calvorota, que lucía bombín y colmillos, y acudía cada noche a saciar su sed de sangre… sin lograr más que hematomas. Jan jugó en esta serie con una diagramación distinta, sobre fondo negro (la reproducción era a todo color), y trabajó mucho el montaje analítico, algo en lo que se había especializado en esa época Carlos Giménez. Además, elaboró aquella serie en un estilo muy distanciado del habitual en España, trabajando mucho cada viñeta, con gran profundidad de campo en ocasiones, y dividiendo las páginas en dos “bandas” o bloques de viñetas (A y B), al uso francés. La narrativa era muy dinámica, como todo lo que pretendía hacer Jan y no le dejaban hacer en Bruguera, con mucha línea cinética, iconemas expresivos e ingravidez propia de los dibujos animados. Lamentablemente, Jan sólo produjo media docena de historietas de la serie, para los números 6, 8, 13, 16, 28 y 32 de Trinca. El vampiro no pudo hincarle el diente a nadie en toda su carrera hasta su último episodio (15-II-1972), en el que la víctima es un negro ebrio[6].
Don Juan Poca Cosa (Trinca nº 11) y El pirata Caracrimen (El Cuco nº 51).
La producción de Jan para Trinca no se limitó al desgraciado vampiro, también dibujó la serie Don Juan Poca Cosa. Maestro en hacer cartas y marinero de la carabela ‘Niña´, cuyos episodios se alternaron con los anteriores en los números 7, 9, 11, 14 y 31 de la revista. En este caso eran historietas en blanco y negro sobre un escribiente que se suma a la tripulación de la carabela comandada por Don Punzón. Poca Cosa fue otro alfeñique metepatas que protagonizaba argumentos sencillos, aunque el autor allí jugó con ideas no tan simples (el contrabando, el trazado de planos y cartas de navegación), y todo ello sin zarpar la nave del puerto, puesto que se hallaban a la espera de Colón, quien hizo su aparición en el último episodio… para su desgracia.
Otro ejemplo de que Jan ya hacía “historieta de autor” en 1971 fue una obra singular, El pirata Caracrimen, visto en el número 51 del suplemento periódico El Cuco el 9 de octubre de 1971. Éste era un suplemento semanal del diario Pueblo que venía sirviendo historietas de humor y de aventuras por entregas muy heterogéneas. Era un tebeo extraño, donde publicaban humoristas del estilo algo tosco de Iñaki, Gió, Zumel o Cubero, o con el anguloso de E. Pérez, Jaime Agulló o los dibujantes del estudio de Cruz Delgado, al mismo tiempo que servía historietas de aventuras resueltas con el afán retratista de los dibujantes Aguilar, Cascajo o Pizarro. La entrada de Jan en ese suplemento parecía forzada, su estilo no comulgaba con nada que se hubiera visto en la revista hasta entonces salvo alguna traducción de páginas sindicadas de Gordon Bess o de Walt Disney. El pirata creado para El Cuco mostraba un débito estético nulo con respecto a la llamada “escuela Bruguera” y un humor que recordaba mucho más a Jacovitti. Con seis grandes viñetas el autor Jan construía un relato fundamentado en el nonsense, en el que el gag final no era lo relevante, sino el modo de llegar a él, la construcción de la secuencia y la elección de cada encuadre, lo cual ponía en consonancia el autor con las formas de las viñetas. F. H. Cava, con sus guiones para la etapa anterior de El Cuco, se esforzó por sortear la rigidez estructural del medio en la serie Rosa la revoltosa, pero Jan le daba la vuelta a toda la estética de la publicación con sólo una historieta. Que fue la única que publicó bajo este título, según nos ha confirmado el propio Jan[7].
JAN EN STRONG
Jan había quedado hastiado de que los guionistas de Bruguera retocaran sus textos en las historietas de Don Viriato y por esa razón abandonó la idea de publicar historietas en los tebeos de la casa. Se ha dicho que la aparición de Don Talarico en Strong, revista del sello Argos, respondía a un traslado o mudanza de la idea de Don Viriato a otra publicación, lo cual ha desmentido el autor. Y es verdad que Viriato no es Talarico, es distinto personaje resuelto de forma muy diferente. El estilo de Jan, desde luego, encajaba mejor en el semanario juvenil dirigido por Ana Perramón Berenguer, sobre todo por su grafismo y acabados. Strong era un tebeo que trataba de reproducir el modelo de revista de historietas que había cosechado éxito en los países francófonos, y en sus páginas se daban cita obras de Peyo, Roba, Franquin, Jidéhem o Morris, sobre todo, con los que Jan podría encajar mejor (sobre todo con los dos primeros). En Strong aparecieron dos series del autor de nueva factura y claramente controladas por él como autor: Lucas y Silvio y Don Talarico. Don Talarico destacó en la portada del número 78 de Strong.
Don Talarico fue probablemente el trabajo más redondo de Jan durante este periodo, por su madurez y calidad general. Se ofreció la serie desde el número 66 de Strong, aparecido en enero de 1971. En ella, Talarico era un personaje recto y bravo, nada torpe y muy orgulloso, que sobre todo encendía la sonrisa de los lectores en su pulso de poder con los moros, con los que sus parlamentos alambicados de castellano antiguo podían volverse agotadores con tal de no dar el brazo a torcer. Era la representación gráfica ideal de un diálogo entre culturas que jamás tuvo lugar. Lo importante de la serie era que Jan trabajaba a gusto en ella, con sus propias ideas y soluciones narrativas; se afanó mucho sobre la escenografía, en las escenas con multitudes y con los diálogos entre personajes, a veces hilarantes mucho más allá del gag final. Además, esto último lo hacía con ánimo burlesco y rozando la sátira, pero jamás con cinismo, es decir, sin mofarse de los hombres de credo musulmán ni ponerlos por debajo de la moral cristiana. Ambos, moros y cristianos, eran igualmente torpes en la guerra en estas historietas, y lo que venía a demostrar el autor es que la pugna fue absurda, tonta incluso, y que cualquier guerra lleva a solución ninguna.
Historieta de Don Talarico publicada en el mismo número de Strong.
Avanzado el año 1971, en otoño o invierno, no lo sabemos con exactitud, Argos lanzó un álbum recopilatorio de las aventuras de Don Talarico[8]. Aunque Argos llegó a anunciar que saldrían más álbumes de este personaje, éste fue el único que llegó a ver la luz. Jan dibujó una obra más del reconquistador, la aventura larga titulada “El castillo encantado”, pero los originales de la misma se extraviaron al cerrar sus puertas la editorial Argos, según confesó Jan. Don Talarico fue recordado en la revista Bang! (nº 9, 1973), y el libro completo ha sido digna y recientemente reeditado por el sello Amaníaco (XI-2012).
Lucas y Silvio nacieron en Cuba, pero Jan no pudo recuperar ninguno de los originales de aquellas historietas, así que vivieron un nuevo debut en España, en obras de nueva factura para la revista Strong, concretamente en mayo de 1971, a la altura del número 82. En la primera historieta española de estos personajes, “Viaje a Plutón”, realizada en enero de aquel año, ya era evidente el dominio de la composición del autor, en la que bocadillos, onomatopeyas o recuadros quedaban al servicio de la narración, distorsionándose cuando era conveniente, eliminándose o superponiéndose si con ello se enfatizaba la decisión de un personaje. En el número 86 fue publicada otra entrega dibujada en el comienzo de 1971: “Viaje al planeta Jueves”, en la que los ganadores de la batalla guardaban cierta semejanza con los revolucionarios cubanos. Algo parecido se nos viene a la mente al revisar la historieta “El viaje del fuego sagrado”, en la que Silvio sofocaba un brote de tiranía de modo ejemplar. Resulta tentador trazar estos paralelismos en la España del fin del franquismo. Pero lo importante no eran los guiños argumentales, sino la ejecución gráfica. Con la historieta de esta serie “Viaje a la ciudad sumergida” Jan hizo evidente que nada tenía que envidiar a los autores de la escuela humorística española, pero tampoco de la aventurera, puesto que el dinamismo y expresividad comprimidos en las cuatro páginas del relato estaban al mismo nivel de las que por entonces ejecutaba Carlos Giménez, por ejemplo. En las historietas de dos páginas fue más comedido, naturalmente, pues la mayoría quedaban sujetas a resolver un gag simple, no obstante Jan incorporó cierta dosis de didáctica de la física en ellas.
Lucas y Silvio / Virgilio y Katakrak tal y como aparecieron en Strong nº 86 y Piñón nº 49.
En Strong solamente se publicaron tres historietas de Lucas y Silvio, concluyendo la serie en otras cabeceras y otro idioma a lo largo de los dos años siguientes. En la segunda época de Patufet aparecieron en catalán doce episodios, en los números 102, 109, 113, 119, 122, 126, 130, 138, 144, 154, 158 y 163, entre marzo de 1972 y mayo de 1973. Curiosamente, en el mismo año 1972, la serie fue rescatada (aunque “disfrazada”) en la revista Piñón, que editaba Magisterio Español. Hicieron su aparición en el número 35 de este tebeo bajo el nombre de Virgilio y Katakrak, con los rasgos de los personajes levemente cambiados en ese primer episodio: Virgilio luce un mostacho con las puntas abiertas en vez del bigote canoso de Lucas. Pero el autor no controló mucho sus modificaciones, porque en el número 39 de Piñón apareció una historieta de estos personajes “nuevos” si bien bajo el título de serie “Lucas y Silvio”, y en el 40 volvieron de nuevo Virgilio y Katakrak, pero ya con la misma apariencia habitual de Lucas y Silvio aunque mantuviesen los nuevos nombres. También les cambió Jan los títulos a las entregas: “La ciudad sumergida” apareció en Piñón nº 41, “El fuego sagrado de Tiran” se publicó en abril de 1974 en el nº 52, en el número 64 apareció “El misterio del planeta Jueves”, y así.
Las aventuras de esta extraña pareja de cosmonautas fueron recogidas en el libro Los maravillosos viajes de Lucas y Silvio, en octubre de 1973, el tercer álbum de la colección Maxi álbum de Euredit. En una de las páginas web de cachislamar.com, sitio de David Fraile, se encuentra el desglose de los contenidos. Algunos años más tarde, en 1992, las historietas de Lucas y Silvio fueron reeditadas por Ediciones B en la cabecera Super Zipi Zape (números 100 a 111). Todavía hoy sigue siendo un excelente tebeo para niños, pero es posible disfrutarlo a cualquier edad. Es una obra estupenda merecedora de reedición. Recopilación de Euredit en la colección Maxi álbum.
JAN EN CATALÁN
En el mes de diciembre de 1971, Jan publicó historietas en catalán en la revista L’Infantil, desde el número 124 de esta publicación dirigida a los niños, que combinaba las obras de historietistas locales (Coll, Rué, Subirats, Sayrach, Raf) con obras traducidas del francés (Roba, Aidans, Franquin, Uderzo). La aportación de Jan contrastaba fuertemente con los demás contenidos de la revista, debido a la explosión de colorido e imaginación de su serie, Tax i Taxi, otra creación para niños que compuso con talante “de autor”. Tax es un niño cosmonauta y Taxi su mascota, un gigantesco gusano de seda en apariencia, y ambos van de planeta en planeta resolviendo conflictos risueñamente. Las tres historietas que hemos visto de esta serie demuestran el desenfado de Jan por componer la página desafiando las tradiciones; de hecho, en la historia de presentación Tax interrumpe a Taxi porque se está zampando las viñetas de la historieta por la que transitan. En siguientes entregas, el autor evita los recuadros o formula viñetas trapezoidales, elipsoides o con formas irregulares. Todo para conferir a la historieta otro aire, una forma inédita que no abundaba en el cómic de su tiempo.
Tax i Taxi, la serie que Jan dibujó para L'Infantil.
También en catalán publicó Jan historietas en la segunda época de la revista infantil Patufet, una revista más modernizada que la titulada En Patufet, ahora con obras de García Lorente, Ivá, Toni, Perich, Alfons, Esparbé, entre otros grandes del humor y la sátira de Cataluña. Para esta cabecera rescató Jan personajes ya creados cambiándoles el nombre. El protagonista de la serie paródica medieval El cavaller Roderic no era otro que Don Talarico (se publicó una historieta en el número 159, de primeros de 1973, aunque la historieta llevó firma fechada en 1971). Tax i Taxi también fueron rescatados eventualmente. Y los que actuaban bajo el título de serie Ton i Met eran Lucas y Silvio. Lo más interesante de Patufet es poder acceder a una declaración de intenciones que Jan formulaba en la sección “Homes del Paufet d‘avui” (Hombres del Patufet de hoy) a la que fue invitado:
«Sempre he treballat preferentment per a la mainada; un tipus d´historieta que pugui ser simpática als joves i grans i tot. NO em crec humorista: em decanto més aviat a la narració, a explicar contes. La mica d´humor que he fet aquí al nostre país, “El último vampiro”, “Lucas el Maldito”, “Rengifo”, etc., era una novetat per a mi, duraren poc i mai no em va vagar de madurar-los. Detesto l´acudit en quadres com ara els d´en Bruguera, si bé en Vàzquez és un dels ídols de qui admiro “algunes” de les seves pàgines» (Patufet nº 122, agosto de 1972)[9].
Talarico y Lucas y Silvio en la versión catalana de Patufet.
Queda claro que Jan no tenía complejo alguno en trabajar para los chiquillos, y que intentaba hacer una historieta para todos los públicos en la que lo importante era el relato y no el chiste, por lo que no le interesa volver a las series que desarrolló brevemente en el pasado y mucho menos a la “fórmula Bruguera”, la cual siempre detestó.
Jan hizo una incursión más en la historieta en otra revista fuera de circuito, el anecdótico caso de Espolique. Esta publicación, impulsada por Isaac del Rivero de la Llana, trataba de hacer comulgar cinematografía con historieta al amor del certamen de cine infantil que se organizaba en esa esquina de España. Del Rivero bromeaba en el editorial del número 0 de Espolique (9-IX-1973) indicando que se trataba de la primera publicación dirigida a los niños que contenía un suplemento para adultos, el titulado Espuela. El catálogo / tebeo contuvo historietas de Carlos Giménez, Pili Blasco, J. Blasco, O. Cavandoli y varios asturianos. Si Jan publicó allí una historieta, “Candelita”, fue porque el invitado era Francisco Macián, realizador de la popular cinta animada El mago de los sueños y su primer jefe en Estudios Macián. Fueron dos simples páginas sin mayor trascendencia en las que se entreveraban dibujos de Jan con los de Macián. La obra sería reproducida casi veinte años después en la revista asturiana Tapón.
Mirando hoy hacia atrás, resulta tristemente curioso ver cómo un autor de talento palmario no conseguía establecerse de forma cómoda en la industria de la historieta española. Por un lado, las pequeñas editoras (Argos, Abadía de Montserrat, Magisterio Español) pagaban poco, como así ha confirmado el autor, y por el otro el gran monstruo editorial Bruguera explotaba a los autores sin sacar lo mejor de ellos como creadores. Jan había llegado a España con un estilo distinto pero muy atractivo, que no comulgaba con ninguna de las “escuelas” clásicas españolas y que no reproducía el modelo franco-belga, al que bastantes autores españoles se estaban queriendo acercar en estos años. Jan fue un historietista mal entendido y muy desaprovechado por entonces.
Las páginas de Jan publicadas en el número 0 de Espolique.
A LA SOMBRA DE BRUGUERA
«La exclusividad me la exigieron desde 1970 hasta la jubilación de Rafael González. (…) Editorial Bruguera exigía exclusividad a los dibujantes en la época de González, pero eso no me pasaba en ningún otro sitio. Yo tenía interés en aguantar en Bruguera porque era la que más volumen editorial tenía, daba mucho trabajo, y además esperaba que se modernizara un día... Por tres veces renuncié y me fui, pero solamente del Departamento de Historietas, dirigido por Rafael González. Pellicer dirigía el de infantiles y me proporcionaba trabajo de troquelados, ilustración de cuentos y también aquello de Heidi, Marco, etc. Lo que me permitía ir aguantando»[10].
En efecto, Jan no había dejado de trabajar para Bruguera entre los años 1970 y 1974, cuando estuvo coqueteando con vampiros, caballeros medievales, viajes siderales y superparodias. Para Bruguera siguió dibujando libros ilustrados, libros de cuentos, cuentos que podían entenderse como historietas, y oficiando como “negro” de otros autores. Los años 1971 y 1973 fueron de trabajo solapado de López para la empresa barcelonesa en colecciones con carácter didáctico (de 1972 era Arranca, pega y colorea. Cuadernos… para el desarrollo mental y artístico del niño) o que ofrecían simultáneamente texto e historieta para niños chicos, como Din-Dan –al lado de Picanyol-, Mis cuentos o Lluvia de estrellas, y otras reediciones de estos mismos materiales, remontados o retocados después. Su trabajo más anónimo y doloroso, suponemos, fue el que hizo para colecciones que dilataban la presencia de la estrella de la casa, F. Ibáñez: Ases del humor troquelados, de 1971, o Risa loca, de 1973. El estilo de Jan apenas si se aprecia en los cuadernos troquelados que Bruguera lanzó en el comienzo de la década para ofrecer los personajes de Ibáñez a un público de menor edad. Mortadelo y Filemón, Sacarino y Pepe Gotera y Otilio fueron los que corrieron aventuras en esta suerte de cuentos que podrían entenderse como historietas porque las viñetas funcionan con sentido historietístico si se sometían a un montaje diagramado. Risa loca, por su parte, imitaba el modelo de la popular colección Historias, con relato en página par e historieta en impar, a razón de dos viñetas por página. Aquí el protagonismo correspondía a Mortadelo y Filemón, que vivían situaciones distintas y en paralelo a las que corrían en las historietas, descritas en estos libros por Salvador Tort y Ramón Hervás, e interpretadas en imágenes por Juan López entre otros (fue acreditado con ese nombre). Jan no estaba en estas páginas. Había un eco lejano de su estilo, en alguna modulación de línea, en algún fondo más trabajado, pero fueron trabajos en esencia serviles, a la sombra de otro estilo que estaba forzado a imitar. El resultado fue bueno, naturalmente, limpio, grato para los más pequeños.
Por su eficacia, podría decirse que la obra de Jan de la primera mitad de los setenta era excelente si valoramos únicamente sus objetivos. Las series para Gaceta Junior, Trinca, Strong o L’infantil tenían una correcta resolución, de un modo distinto al que el lector estaba habituado, levemente transgresor pero agradable. Y sus trabajos en las colecciones de cuentos, que en realidad eran historietas desestructuradas, demuestran que Jan se movía como pez en el agua en el relato infantil. Resolvía con originalidad al mismo tiempo que con limpieza la puesta en escena de aquellos relatos, dibujados un millar de veces antes, confiriéndoles otra óptica, otra definición, y haciéndolos muy cercanos para los niños. Jan ha insistido varias veces en que él no es humorista, no resuelve gags, que es “cuentista”, le gusta narrar cuentos, relatos cortos, historietas. Y a esa declaración hay que añadir que es un enamorado de la función didáctica de esas historietas. Lo intuíamos al ver sus obras en Arranca, pega y colorea, pero quedó muy patente en sus muchas adaptaciones de cuentos y, sobre todo, cuando abordó la colección Cole-Cole junto con Francisco Pérez Navarro en 1975, un tebeo fantástico, hecho para y por los niños, magnífico instrumento pedagógico utilizando viñetas, al menos en sus primeros veinte números.
El primer Superlópez de Euredit.
En 1973, a petición de Antonio Martín, que en aquel momento trabajaba para la empresa Euredit, un esqueje de Ferma que puso al alcance del público español historietas publicadas en Alemania, Italia, Reino Unido y Estados Unidos, abriendo así un breve abanico de posibilidades nuevo para el cómic en España, Jan creó al personaje Superlópez. Uno de los intentos de Martín fue producir material español de calidad exportable, de lo cual fue ejemplo la colección Humor Siglo XX, que bajo el formato de libro apaisado sirvió obras de los excepcionales historietistas de entonces Figueras, Ventura y Nieto, Manel, Bernet Toledado y Jan. Casi todo eran parodias de personajes de la cultura popular proyectados a la celebridad por el cine: Tarzan, King Kong, Frankenstein, etc. A Jan le tocó Superman. Y nació la serie Superlópez, escrito así, todo junto. Un Superlópez que no debe confundirse con el que luego transitó aburrido por las páginas de Bruguera durante los setenta ni con el que renació, vivificado por su autor, en los ochenta. Este héroe paródico estaba algo ensimismado, condenado a sufrir un trance en dos o cuatro viñetas. Para el caso, Jan utilizó un trazo ágil, con sombreados creados con líneas sueltas que conferían al dibujo cierto carácter infantil. Es decir, usó el estilo que utilizaba por entonces en el dibujo de cuentos (o cuentos / tebeos) y no el que había desarrollado y depurado en sus personajes siderales (Lucas y Silvio, Tax i Taxi), mucho más limpio y sólido, acaso mucho más comercial. Lo cierto es que las tiras de Superlópez se leían con gusto entonces, pero aquel ejercicio paródico no trascendió en su momento, quedando como una más de las series a las que Jan se incorporaba pero no proseguía… hasta que la “compró” Bruguera, casa de la que Jan nunca se marchó del todo.
Otros personajes típicos de la “escuela Bruguera” que dibujó Jan fueron Doroteo y Felipe Gafe, ambos aparecidos en 1974 en la segunda época de Tio Vivo, una revista por entonces dedicada a publicar reediciones de material ya impreso propio (de Escobar, Peñarroya, Raf, Segura, F. Ibáñez, Vázquez, Estivill) o ajeno (por ejemplo, Dani Futuro se reeditaba por estas fechas en este tebeo), o personajes menores o de prueba, como los de Colomer, Pineda Bono o estos dos dibujados por Jan y escritos por Conti. El dibujante lo recuerda como una segunda oportunidad que le dio Bruguera para hacer historietas, en la que el reactivo fue Pellicer, González el catalizador y Conti el inhibidor:.
«Pellicer me propuso dibujar una primera página de historieta de cualquier tema, y le dijo a González que yo iba a publicar en otra editorial una serie y por eso Rafael González me hizo llamar. Le ofrecí la página de regalo como prueba de que iba a publicar en otro sitio, y volví a trabajar para él esta vez con Doroteo y Felipe Gafe... con guiones de Conti. Precisamente la primera vez que me fui de Bruguera era porque Conti me reescribía los guiones de Don Viriato y tiré la toalla. La segunda vez que me fui fue porque los guiones que me hacia Conti para Doroteo y Felipe Gafe eran cada vez más malos de solemnidad y me harté»[11]
Doroteo en los números 396, 400 y 413 de DDT (1975, 3ª época).
Lo eran. Ciertamente eran malos. Ambos respondían al modelo prototípico de personaje frustrado explotado por Bruguera hasta la saciedad. Doroteo fue el habitual personaje enclenque, calvo y miope, que sufría rechazos en sus continuos intentos de superación. Apareció sobre guiones de Pepe (Conti) en Tío Vivo a finales de 1974[12] y luego en DDT, en la llamada por el editor III época de la que fuera gran revista de historietas de los cincuenta, El DDT contra las penas. La serie Doroteo apareció en DDT a partir del número 396 (17/II/1975), de forma dispersa (números 400, 413, acaso alguno más). Fue dibujada siguiendo el clásico esquema impuesto por el director del departamento, el de cinco bandas de viñetas más un faldón para el título. Los guiones eran muy flojos, sin ritmo, resultando viñetas deslavazadas que contenían a personajes absortos encajados en una retícula pretendidamente cohesionada, pero sin fluidez. Jan confería algo de vida a los gomosos personajes, pero la simplicidad de la propuesta hacía imposible recordar las historietas una vez pasada la página. Eran guiones para salir del paso que obligaban a Jan a dibujar catorce o quince viñetas, con lo que los alardes compositivos o el virtuosismo gráfico que habíamos atisbado en obras suyas coetáneas quedaba aquí vedado. Hasta tal punto eran flojas estas historietas que muchos pensamos en su primera lectura que se trataba de obras realizadas entre 1970 y 1971, debido al grafismo de Jan, aparentemente primitivo. Pero no, era un grafismo aprisionado, constreñido.
Felipe Gafe en los números 712, 719 y 724 de Tío Vivo (1974-75, 2ª época).
Felipe Gafe era un tipo con tupé que provocaba desgracias por ser gafe y que por ello sufría toda suerte de reproches. La serie del gafe se publicó en Tío Vivo desde el número 712 (28-X-1974) hasta el 724 (20-I-1975), y luego saltó a las páginas de Sacarino (desde su número 1, de febrero de 1975, al 6, y luego en los números: 11, 12, 16, 19, 21 y 22), y lo vimos también en varios números extra de Sacarino, en Súper Sacarino y en cuatro de DDT III época, en algunos casos con color añadido. En total, treinta entregas y varias reimpresiones. Si hay que recordar algo de estas humildes historietas es el empeño de Jan por incorporar algún aliciente, como la profundidad de campo (por ejemplo, la de Tío Vivo nº 719). En las páginas de Sacarino se permitió algún alarde, como en la historieta de dos páginas de Sacarino nº 3, donde modificó la retícula y manipuló las calles para conferir a la aventura campestre algo de dinamismo. O la aparecida en Sacarino Extra de Verano, de 1975, donde encadenó gags a lo largo de cuatro páginas. Pero en todos los casos los argumentos iban dirigidos hacia un final bobo y no dejaban buen sabor de boca. Alguna de las historietas de Felipe Gafe fue rescatada por Bruguera, como ocurrió en el Mortadelo Especial nº 53, que rezaba en portada “Fumadores”, pero que en su interior fue monográfico sobre gafes.
Quien desplazó a Felipe Gafe de Tío Vivo fue su parodia de Superman. En enero de 1975, en el número 725 de Tío Vivo apareció una historieta titulada Súper López (así escrito), que si bien rescataba la parodia solicitada por Euredit para la colección Humor Siglo XX, ahora se ajustaba a los esquemas estilísticos y narrativos requeridos por Editorial Bruguera. Este “nuevo” personaje había pasado de sufrir todo tipo de atropellos como superhéroe a mostrarse totalmente derrotado: un hombre apocado, oficinista tiranizado y esposo sometido por una mujer obesa con rulos. Ejemplo perfecto de “personaje Bruguera”, y de hecho fue registrado como tal, como un personaje propiedad de Bruguera al poco de esa primera aparición en Tío Vivo. Súper López, dibujado en un estilo parecido a Doroteo o Felipe Gafe, sin alma, vivió infortunios en las páginas de esta revista durante el año 1975 y hasta la muerte de Franco, aproximadamente, como un ejemplo no voluntario de la decadencia de un modelo vital desprovisto de ideas, creatividad y anhelos. Tal filosofía editorial por parte de Bruguera la convirtió para la posteridad y en comparación de sus homólogas francesas o belgas en una fábrica de “malos lectores”, al decir del mismo Jan[13]. Con el tiempo, gracias a la vuelta de tuerca que Jan y Efepé, mano a mano, dieron al personaje superheroico, serían rescatadas estas historietas como ejemplo de una evolución que, en realidad, había sido una “involución” para los afanes autoriales de Jan. El primer Super López de Bruguera.
En el número 432 de DDT (28-X-1975) se anunció por primera vez el lanzamiento del tebeo para “niños despiertos” Cole-Cole, en el cual Jan estaría implicado hasta la médula (diez páginas por número), y el dibujante dejó atrás toda la actividad historietística sobre tipos frustrados para dedicarse a la instrucción didáctica, incluyéndose en esta pauta sus labores con colecciones para niños como Amapola (1975) o Carrusel (1976). Así fue durante el segundo lustro de los setenta, con alguna salvedad, como el proyecto junto a Efepé Nosotros, los catalanes o sus adaptaciones al cómic de ánimes. Luego se descubriría el Jan reconocido por todos como gran autor, una vez que se hubo jubilado el director Rafael González y tras el inicio de la esperanzadora década de los ochenta, que fue cuando el historietista planteó a Bruguera rescatar a los personajes Pulgarcito y Superlópez con idea de conferirles nuevo enfoque. De esta manera, inició otra trayectoria como historietista en su carrera, muy diferente de todo lo anterior, con la garantía de que el producto sería una gran obra por ser “historieta de autor”.
Notas: