JAN: TINTA CHINA, MOJITOS Y DAIQUIRÍES
Conocí a Juan en 1962, cuando él era animador / diseñador en el Departamento de Animación Especial del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, creado en 1959), que ocupaba una casona tipo chalé en un señor barrio de lujo a orillas del río Almendares. La casona había sido el primer laboratorio cubano para película a color de 16 mm, Cuban Color.
Allí también funcionaba el primer estudio de animación de marionetas que se hizo en la isla, un salón con tres cámaras de animación (Bell & Howell, Parvo y una enorme Mitchell rescatada de los restos de un avión de EE UU) y una batería de dibujantes, ilustradores, coloristas y pintores que venían de las desaparecidas agencias de publicidad. Profesionales conocidos en los medios, como José Martínez, Modesto García y René Ávila.
Yo iba todos los días a trabajar allí como aprendiz, sin salario (no tenía edad laboral), pintando acetatos y ayudando a los animadores y camarógrafos. Pretendía aprender el oficio de animador, y para un aficionado fanático al dibujo era un privilegio ver a los artistas usar tintas, aerógrafos, pantógrafos, scratch-board, hi-art y otros materiales desconocidos para los profanos. En aquel departamento se hacían las cabeceras, títulos y créditos de noticieros, documentales y largometrajes. Lo que más me gustaba eran las notas animadas para la serie Enciclopedia Popular.
Año 1969, Cuba: Juan López "bendice" a Padrón ante su inminente viaje a la U.R.S.S. |
Juan hacía un fragmento para una de ellas sobre la turba agrícola. Animaba un cocodrilo que moría y luego se desintegraba en el lecho de un río. Le hice intermedios, pero no le gustaron y me sacó del proyecto. Luego fui su asistente para notas del Noticiero ICAIC. Recuerdo sólo una donde me usó de modelo para caricaturizar a los niños de papá que se las arreglaban para ser siempre los primeros en las colas para comprar alimentos. Yo le hacía pasillos de Rock’n Roll y él me “animaba” en el papel (luego el Gobierno sacó una libreta de racionamiento, que pusimos al final del corto).
En aquella época había tiendas de arte privadas y comprábamos allí pinceles, guache… materiales que se iban terminando, pues se empezaba a sentir el bloqueo de EE UU. Las pinturas vencidas [1] no pegaban en el acetato o se soldaban al papel protector y se volvían un chicle. Recuerdo que Juan era muy hábil para buscar soluciones: mezclarlas con goma arábiga o cola blanca, o mandaba a batirlas con talco en una licuadora. Cuando se terminaron las buenas cartulinas americanas, las inventaba combinando planchas de varios materiales. Nos llegaba una tinta de un país desconocido, que no era muy buena, y lográbamos mejorarla… o no. Muchos caricaturistas se cambiaron a pintura guache negra para hacer sus trabajos. Usábamos negativo vencido de varios años, forzando la exposición y el revelado. Las cosas salían, pero costaba.
Era un momento de exaltación popular, y todo se creaba nuevo: el cine, la animación, la historieta, el Instituto del Libro, la Academia de Ciencias, el Instituto Superior de Arte, el Ballet de Cuba...
Juan era entusiasta de la Revolución y se hizo miliciano. Muchos españoles, que eran republicanos, se integraron enseguida. Los milicianos cubanos marchaban entonando las canciones de la guerra civil española. Muchos cubanos y españoles habían sido combatientes de la República y enseñaban el manejo de las armas. Usaban boinas negras. Aparecían en televisión (todos los días a las 12 a.m. en CMQ TV) para mostrar el uso de granadas, minas y otros aditamentos para la defensa, con acento español. Muchos dirigían órganos de la prensa, la radio y programas de la televisión.
En esa época, la mayoría de la gente apoyaba con entusiasmo las medidas de la Revolución y se sentían beneficiados por la Reforma Agraria, la Reforma Urbana, etc. Recién habíamos pasado la invasión por Bahía de Cochinos, la Crisis de Octubre (de los misiles), la lucha contra bandidos y otros dramáticos enfrentamientos con la contrarrevolución. Se dice fácil.
Los vecinos del Norte, que cuando la tiranía de Batista no dijeron ni ji, ahora encontraban que todo lo que hacíamos era malísimo y que merecíamos lo peor. El Mundo Libre contra el Telón de Acero (nosotros éramos la Isla Cautiva y los tiranos, Papa Doc Duvalier, Trujillo, Somoza, Stroessner, Salazar, Franco… eran del Mundo Libre).
Original de una página de "Lucas y Silvio" publicada en el Suplemento Mella. |
Cuando los milicianos pasaban cursos de entrenamiento, les cambiaban la boina negra por otra verde olivo. Pero Juan, siendo sordo, no calificaba para eso. Así que, como la mayoría de los milicianos, quedó de centinela. Tenía una pistola Savage (que yo le envidiaba); y como era un tipo apuesto y bien parecido, lucía volao haciendo guardia obrera con Mauser. En el ICAIC había otros milicianos, fanáticos a las armas antiguas, que portaban revólveres Colt Peacemaker y rifles Winchester. Parecían una peli de Tom Mix.
En 1963 volví a mi ciudad, Cárdenas, a 130 kilómetros de La Habana, para seguir el bachillerato, y Juan se fue a los estudios de animación de la televisión. A mitad de año me llamó para una plaza de animador y a partir de entonces trabajábamos en equipo para la televisión, la revista Mella, el periódico Hoy y el semanario Pionero. En Hoy hacíamos viñetas y tiras para el suplemento dominical.
Juan fue uno de los profesionales de la publicidad mejor pagados y era recibido con mucho respeto por el resto de los dibujantes. Su primera historieta en Mella, “Lucas y Silvio”, dejó boquiabierto a todo el equipo de la revista y los coloristas se peleaban por trabajar las páginas (el personaje de Silvio era la caricatura del cantautor Silvio Rodríguez, uno de los dibujantes de Mella).
En Cuba, antes de 1959, apenas se publicaban historietas, salvo algunos temas costumbristas, tiras políticas, etc. Había una de vaqueros, dibujada por Alfredo Calvo: “El jinete Materva y su ayudante Salutaris” (eran los nombres de dos refrescos). El bloqueo de EE UU esfumó las historietas americans del mercado. Fue el momento para que apareciera la historieta cubana (y sin competencia), pero salvo Virgilio Martínez, Ubaldo Ceballos, Heriberto Maza y Roberto Alfonso, todos los demás éramos aficionados. La revista estaba llena de dibujantes adolescentes.
Juan era uno de los grandes. Fue maestro de muchos buenos historietistas. Dibujó páginas basadas en escritores clásicos, recreó textos de Jules Verne, de H. G. Wells y de varios escritores soviéticos de ciencia ficción.
Algo de "Chaparrito" (creación de Jan de 1963) está en "Elpidio Valdés" (obra de Juan Padrón iniciada en 1970). |
Creó “Chaparrito”, sobre la revolución mexicana y los hombres de Zapata (pienso que algo de “Chaparrito” está en “Elpidio Valdés”). Cambió el estilo narrativo de “Supertiñosa”, la historieta central de la revista. Juan experimentaba con el diseño y la colocación de los globos, el espacio entre viñetas, el diseño total de la página, con la tipografía de los ruidos, los efectos visuales… y muchos lo copiábamos lo mejor que podíamos. Firmó “Juan José”, “Juanjosé” y creo que también “Janjosé”...
Juan era incansable y se metía a estudiar y desarrollar los procesos de impresión. Sufría el desencaje de un color como una cosa personal. Quería mejorar el colorido de la revista, las fotografías. Se colaba en el laboratorio y se hizo un excelente fotógrafo en poco tiempo. Hizo una maqueta de cartón de la nave espacial de “Lucas y Silvio” para dibujarla desde cualquier ángulo, cosa que imitamos después muchos dibujantes para nuestros trabajos. Juan se hacía unos archivos espectaculares.
Portada del número 97 de Pionero con el inicio de una historieta de "El duendecillo". |
Lo veíamos como a un dios.
También me guió durante muchos años.
Era como mi hermano mayor. Así que se puso a enseñarme con mucha pasión y rigor a dibujar mejor, a componer y a entintar. Le daban ataques de apoplejía con mis letras [2] (en Cuba todos hacen sus propias letras) y con las poses de mis personajes. A base de romperme originales o pintarrajearlos por encima, fue logrando que me superara.
Me daba libros con autores españoles como Conti, Peñarroya, Vázquez… que me influyeron muchísimo. Luego descubrí con él a Franquin y a otros dibujantes de Spirou. Yo tenía influencias de los dibujantes de EE UU, que era lo único que veíamos en Cuba (salvo las historietas bélicas de Boixcar), y Juan me mostró los dibujos de los europeos. Otro mundo distinto a la bobería de los superhéroes. Cuando pasé el SMO (servicio militar obligatorio), donde ganaba sólo $7 [3], Juan me invitaba a comer perros calientes y helados los días de pase. Cobraba mis colaboraciones y me guardaba el dinero, como en los bancos.
Se fue a trabajar a Pionero y se hizo muy popular dibujando El duendecillo, con guiones de Froilán Escobar. Innovó la manera de hacer la selección de colores en rotograbado de la revista y logró un color adicional. Juan tuvo la oportunidad de recorrer la isla haciendo fotos y se volvió fanático a los mangos.
Portada de Din Don nº 11 (Ediciones en Colores, II-1967). Clic en la imagen para acceder a una historieta completa de Juan José publicada en este número |
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Cuanto terminé el SMO, trabajé en el semanario humorístico El Sable y Juan y yo coincidimos en el mismo edificio del diario Juventud Rebelde, frente por frente al Capitolio. Era una época relajada y alegre. Se había creado Ediciones en Colores: un conjunto de revistas… ¡de historietas! Enseguida colaboramos en muchas de ellas, como Din Don, Muñequitos, Fantásticos, Aventuras… Nos pagaban por hacer lo que nos gustaba y con los temas que escogíamos nosotros mismos. Los reyes del mambo.
Le decíamos a Juan:
–Gallego, vamos a tomar algo.
–No soy gallego, soy catalán.
–¡Ah, no joda, gallego, tú ere gallego bien!
–¡Soy catalaaaánn!
–Gallego, síguenos que hay cerveza en Lafayette.
–¡Qué no soy gallego, soy catalaaaaán, %&$·”!!
Hasta que, ya por cansancio:
–Gallego, vamos al Lazo de Oro…
–Venga, vamos…
Después del trabajo salíamos con otros dibujantes por los bares de La Habana Vieja. Íbamos a tomar cerveza y a roer horribles perros calientes al Sloopy Joe’s, a comer entremeses a La Bodeguita del Medio o al Floridita. En esa época no había turistas y era fácil llegar allí a zamparse una langosta.
El maestro Luis Lorenzo nos enseñó dónde adquirir los exquisitos y casi extintos bistecs Canciller y a conseguir buen vino para preparar el mortífero Lorenzo Special, una bebida que tomábamos a escondidas en el periódico.
Comentábamos con pasión la serie de Burroughs sobre John Carter de Marte, comparándola con la entonces nueva literatura de ciencia ficción soviética: Cors Serpentis, Hoity Toity, La nebulosa de Andrómeda… Como investigación profesional, íbamos en manada al cine a ver las primeras películas de samuráis (Kurosawa y otros) que inundaron los cines habaneros, a las proyecciones de filmes soviéticos y de la RDA en 70 mm, a ver Cinerama Soviético, que eran producciones gigantescas: filmes de guerra, ciencia ficción, de batallas medievales colosales… algo novedoso. Los cubanos empezamos a ver cine español, francés, italiano, japonés, polaco, húngaro, búlgaro, checoslovaco, albanés, chino, coreano, mongol… Nos encontrábamos para disfrutar de los grandes maestros en la Cinemateca de Cuba… Vimos el inigualable Circo Soviético. Nuevas emociones por todas partes.
Durante unos meses, al amanecer, íbamos a trabajar al Cordón de La Habana (una zona alrededor de la capital donde se sembró café). Chapeábamos yerba mala o preparábamos posturas de café toda la mañana, y después del almuerzo, Juan y yo nos íbamos de regreso a la ciudad, a realizar animados sobre historia de Cuba. No nos aburríamos.
Pero a Juan se le fue complicando la vida.
Se fue de la casa de su familia, con su esposa. Tuvo que vivir en casa de un amigo. Mucho tiempo después le resolvieron un pequeño cuarto en Frenmar, una vieja posada del Vedado. Una mierda de cuarto donde estaba la cama, la mesa de dibujo, la cuna... Así vivía el mejor historietista de Cuba.
Yo lo veía como una situación horrible para él… y que, además, tenía el hándicap de ser sordo. Encima de eso, llegó una etapa conocida como la Ofensiva Revolucionaria. Se intervinieron todos los pequeños negocios privados que quedaban (sastrerías, barberías, carritos de comidas…). Todo eso deprimió la economía con gran rapidez y dejó vacíos los escaparates y las vidrieras. La Revolución quería terminar con los estímulos materiales a los trabajadores e incrementar los estímulos morales. Se eliminaron las propinas… Entonces, a los dibujantes nos pidieron renunciar a los pagos de los trabajos que hacíamos para otras publicaciones y aceptar un pago promedio igualitario.
Adaptación humorística del relato de Jules Verne. |
Yo, que ganaba unos $680 al mes, me quedaría en $350. Juan, que ganaba muchísimo más, quedó en lo mismo que yo. Era un momento muy malo, pues empezaban a faltar los materiales de dibujo, la ropa, todo… Y resolver las cosas de la vida cotidiana, ahora con menos dinero, era un señor problema.
Recuerdo que, con todo eso, Juan se llegó a poner muy tenso y a repetir un tic nervioso con la cabeza (no le llegaba un medicamento de España). La calidad de la impresión había bajado muchísimo en todo el país en general. Juan empezó a decirme que estaba harto del trabajo. Para ponerse retos –decía– dibujaba los cuadros de la página sin tener el guión y luego se obligaba a meterlo en aquellos espacios. O entintaba toda la página poniéndola de cabeza, a ver cómo quedaba. O hacía solamente el texto en negro y el resto de la página en medios tonos y color. Dibujaba directamente sobre el acetato del rotograbado… Fumaba el doble.
Y, presionado por su familia, que deseaba regresar a España, decidió comunicar, en Pionero, su decisión de marcharse. Enseguida le dicen que no lo haga, que le van a dar una casona, que tendrá círculo infantil tocao para sus hijos, bla bla blá. A buena hora mangos verdes
En aquella época, los que abandonaban el país debían aguardar la salida trabajando unos meses en el campo, pero a Juan, debido a su valioso trabajo en Pionero, no lo mandaron (también –pienso yo– con la esperanza de que cambiara de idea).
Debía estar en su cuartico esperando un inventario de los bienes que dejaba: vajillas, muebles, efectos electrodomésticos… (una cosa que se inventó para que los ricos no pudieran sacar sus vajillas de oro y plata, sus sillas Luis XV… pero que ahora se seguía haciendo con la gente más humilde).
Los amigos íbamos a tomar ron con él y a oír lo que había aprendido encerrado allí, leyendo montones de libros y enciclopedias. Me regaló su mesa de dibujo (diseñada por él y que aún tengo), muchos libros y viejas revistas Spirou.
Dibujo dedicado a Jan realizado por Padrón expresamente para este artículo. |
El último día que lo vi fue pocas horas antes de irme a Leningrado. Nos abrazamos y nos reímos sin saber que pasarían más de veinticinco años antes de volver a vernos las barbas. Durante ese tiempo nos escribíamos, y siempre tenía que hacer un informe sobre Juan a los amigos y a las mulatonas coloristas que lo adoraban. Todos me preguntaban sin falta por el gallego Juan José. Porque estuvo con nosotros en las buenas y en las malas. Siempre bueno, fiel amigo, un tipo chévere y bacán. Nuestro hermano.
Una vez, un imbécil dijo que Juan era gusano [4], y los amigos del Maestro le gritamos:
–Juan no es cubano, comemiedda… ¡Es cataaalánn!
Notas:
[1] Caducadas
[2] Rotulación
[3] Era muy poco dinero: una entrada al cine costaba $1.
[4] Término despectivo usado para referirse a los disidentes cubanos.