JALI |
Quizás no sea correcto incluir a Jali (José Ángel Labari, Pamplona, 1977) dentro de un listado de “jóvenes autores”. El calendario marca su juventud, pero la trayectoria de este autor supera ya los tres lustros desde que comenzara a publicar en fanzines de breve vida en su ciudad natal (Detritus Tremens, 1995) o, ya en su etapa de estudiante de Bellas Artes en Barcelona, en publicaciones de cierta ambición como Mala Impresión (Mega Multimedia, 1997), formando equipo con Ricardo Peregrina y Valentín Ponsa (bajo el nombre de Los muñecos de Fimosis). Escarceos iniciales con la historieta que, desde el género humorístico con personajes como El profesor Pérez Pucio, marcaban referencias comunes y habituales de los jóvenes de la época con la omnipresente sombra de Jan y Francisco Ibáñez, pero entre las que también se encontraban ya influencias que se decidirían después como seminales de un estilo tan particular como reconocible, como pueda ser la de Tim Burton en la serie Necrópolis (publicada como monografía por Amaníaco en 1999).
De izquierda a derecha, historieta de Jali para Detritus Tremens, parodia de Star Wars conjuntamente con Ricardo Peregrina para Mala Impresión y una página de "Necrópolis". |
Inicios habituales en una década marcada por la práctica desaparición de la industria autóctona de la historieta, sumida en una espiral autodestructiva tras la burbuja del boom de las revistas de cómic adulto de los años ochenta que dejó las librerías invadidas por las franquicias llegadas de los EE UU y Japón. Una situación crítica que, junto a las evidentes facilidades de trabajo y económicas que ofrecían los nuevos sistemas digitales de edición y la red de librerías especializadas nacida durante los primeros noventa, favoreció la creación de canales alternativos de creación y distribución donde Jali encontró un lugar propio a partir del año 1999 gracias a la editorial Amaníaco, que publica Billete de ida al Espacio, cuadernillo apaisado de apenas una treintena de páginas que establece un claro punto de inflexión en la trayectoria del joven creador. El humor como vehículo creativo deja paso a nuevas inquietudes que tienen más que ver con el origen de la imaginación infantil en una historia en la que se pueden rastrear desde elementos de fascinación puramente verniana a reflexiones sobre la capacidad infantil de sorpresa y embeleso por la aventura mágica. Una historieta en la que, además, muestra ya un registro gráfico personal que se nutre tanto del trazo de vigorosa fuerza de Javier Olivares como de la revisión edulcorada que el director Tim Burton hace de la atmósfera perversa del ilustrador Edward Gorey. Pese a su todavía bisoñez creativa, Jali sorprende por una puesta en escena de propuestas sólidas y coherentes que se configuran como germen de una argumentación recurrente que se articulará en el resto de su obra como un discurso único y personal que no abandonará.
Billete de ida al espacio, el punto de inflexión. |
Apenas un año después certificaría la consistencia de su elección personal con Igor Mortis (Undercómic, 2000), donde la figura clásica del malvado personaje cabezón y bajito, tan frecuente como manida dentro de la iconografía del cómic de humor, adquiere una nueva perspectiva al introducirse dentro de una fusión de conceptos en la que ya se consolidan las claves de lo que será la apuesta argumental de Jali en el resto de sus obras: la exploración de los miedos atávicos, de esos miedos que nacen ya desde la infancia y que serán parte de la personalidad del adulto de una forma tan basal como aparentemente olvidada. El niño pasará a ser protagonista de sus obras, que se narran desde la perspectiva infantil a través de la opción del cuento clásico, de ese cuento moral para niños que en manos de Jali sustituye la moraleja final por reflexiones lanzadas directamente hacia un lector adulto y que tendrán su máximo exponente en sus dos obras siguientes: El Niño Miope y el Sr. Turretrato / El niño miope y el Gorro Mágico (D2ble D2sis, 2002) y A Berta le atormenta la tormenta (D2ble D2sis, 2003). En la primera, el autor navarro da una vuelta de tuerca en ese entronque con el cuento clásico inventando una tradición literaria en la que enclavar su obra a través del ficticio escritor de cuentos infantiles Mikael Cönrad, supuesto creador del personaje del niño miope en una serie de libros publicados durante el siglo XIX, enmarcándose en el momento de mayor efervescencia de una nueva concepción de la literatura infantil y juvenil, en la evolución que pasa de Andersen a James Barrie o Lewis Carroll, pero practicando una temática y aproximación que no sería habitual en este género hasta un siglo después, con la aparición de autores como Maurice Sendak, Road Dhal o el Dr. Seuss. El cuento pierde la función didáctica tradicional para convertirse en una reflexión sobre la imaginación infantil a medio camino entre la reivindicación nostálgica y la subversión de los problemas del adulto a través de la visión inocente del niño. Si en El niño miope, el personaje del Sr. Turretrato se convierte en el alter ego de cualquier adulto (a través de esa maravillosa metáfora que es el recuerdo indeleble del dicho infantil “con un seis y un cuatro, hago la cara de tu retrato”) en busca de sus raíces infantiles siguiendo la cita de Barrie que encabeza Igor Mortis, en A Berta le atormenta la tormenta los miedos infantiles toman definitivamente el protagonismo para expresar la soledad del niño ante su imaginación desatada. Los truenos, los rayos y las sombras que se mueven en la oscuridad son miedos que el niño vive en el aislamiento de la incomprensión del adulto, de unos padres que muchas veces inducen más espanto por su falta de empatía que los miedos imaginados. A través de personajes como el mayordomo, Jali conecta de nuevo con obras anteriores como Igor Mortis, creando tanto una línea argumental definida como un universo personal ya plenamente construido e inconfundible, que se proyectará también en el personaje de Malaria, creado para la revista TOS (Astiberri, 2004), en el que explora la crueldad de la imaginación infantil quizás de una posición más tópica, excesivamente relacionada con las creaciones de Burton, pero que quedará completamente confirmada cuando retome el personaje del Niño Miope para la revista Humo. El niño miope, en su versión para D2ble D2sis y en la siguiente para Astiberri.
Una motivación que abandonará parcialmente en su salto a la narración larga con Pl.xi.gls (Astiberri, 2004), en tanto en cuanto su exploración de los miedos crece, pasando de la infancia a la adolescencia para tratar el desasosiego y la inquietud del primer amor. De ese amor todavía preadolescente, de una sexualidad que apenas comienza a insinuarse, que es trasladado al universo de Jali desde el juego simbólico total, en una arriesgada apuesta que obliga al lector a la continua reflexión a partir de un torrente de ideas metafóricas protagonizadas por objetos que toman vida, desde un yogur caducado a una nevera. El amor, el sentimiento más humano por antonomasia, forma parte ahora de un imaginario de objetos inanimados, en un juego de contrastes en el que los objetos cotidianos lanzan interpretaciones emocionales al lector, que las asumirá como propias en obligada reflexión íntima. En el fondo, Pl.xi.gls no se aparta del camino anterior de Jali, al contrario, consolida totalmente su discurso haciéndolo crecer y madurar, logrando que su obra adquiera una dimensión vital, convirtiéndose en un ente vivo que nace y crece a la manera humana, pasando de una etapa infantil en la que la imaginación recompone la realidad a una de adolescente donde el mundo imaginado comienza a caer en la primera trampa del mundo real, el amor. Un trayecto que tendrá lógica evolución en El último gran viaje de Olivier Duveau (Astiberri, 2009): la búsqueda del amor se convierte en el gran motor vital. Una bella fábula donde Jali también consigue entroncar con una tradición literaria a través de la presencia velada de Saint-Exupéry y de un romanticismo a medio camino del pesimismo de Goethe y del intimismo de Bécquer, en un ejercicio de coherencia total con todo su universo, pero también con ese camino que lleva practicando desde hace ya tres lustros. Cinco años después de su anterior obra larga, Jali demuestra haber desarrollado un lenguaje propio de profunda lírica gráfica, que le separa de la narrativa del cuento para adentrarse en una concepción más próxima al equivalente gráfico de la prosa poética, creando una gramática propia que perfecciona la propuesta que ya ejecutara en la colectiva Tapa Roja (Sinsentido, 2004), articulando el dibujo a modo de versos donde lo visual toma las veces de la palabra y la palabra se convierte en elemento iconográfico.
Página de Pl.xi.gls, a la izquierda. Una viñeta de una historieta publicada en Calle20, bajo estas línea. A la derecha: página de su obra publicada en 2009, El último viaje de Olivier Duveau.
|
La obra de Jali es un caso tan aislado como sorprendente dentro de la actual producción nacional, una aproximación a la función de la imaginación que se resiste a cualquier adscripción a moda, corriente, tendencia o generación, estableciéndose como un oasis tan personal como imposible de calificar y, a la par, hermoso y sugerente.