Viñeta de apertura de la serie, con una sociedad entre decimonónica y futurista en la que los militares ostentan el poder.
En 1983, el radical Alfonsín ganó las elecciones convocadas por un desgastado Bignone, venciendo al peronismo por primera vez en la historia de Argentina. Los militares golpistas fueron juzgados y condenados, pero en el país aún latía algo de miedo en los primeros ochenta. Es entonces cuando nace Husmeante, una serie ideada por Carlos Trillo para una de las revistas más perturbadoras de la época, Don, publicación cuyo atractivo principal era mostrar desnudas a ciertas celebridades nacionales, aparte de secciones escritas y de historietas, claro, y que dirigía Oscar Steimberg según recuerda Trillo. Esta serie de ciencia ficción que sintonizaba con el género negro, entonces, fue un verdadero atrevimiento. Eran historietas escritas con un distanciamiento evidente de la actualidad, por cuanto los acontecimientos tenían lugar en un futuro antiutópico, pero estaban claramente imbricadas con la realidad social argentina, con el conflicto que se vivía en el país.
En primer lugar por la pesadumbre y el desencanto que emana de estas viñetas. El husmeante protagonista es un trasunto de detective privado, con el rostro de Bogart descompuesto por la apatía, que trabaja como mercenario para el mejor postor. Vive en un mundo de conflictos donde nunca le falta trabajo: es testigo e intercede en disputas laborales, huelgas y rebeldía de la clase trabajadora contra sus jefes; descubre conflictos entre la clase baja, la media y la alta de la extraña sociedad en que habita; llega a mostrar peleas entre dirigentes políticos. Y por supuesto batallas entre los humanos y los mutantes, seres deformes que ocupan los puestos más bajos de esta sociedad.
La primera historieta de la serie es la más implicada con los problemas de la Argentina real, sometida por el poder militar y plagada por obreros descontentos.
Trillo ha creado aquí a un personaje absolutamente derrotado, a quien nada le importa (“siempre lo mismo” es su frase predilecta) y poco le asombra (“ufa”, suele apostillar). Tanto le da contribuir al orden social como permitir que triunfe la malevolencia mientras reciba su pago y pueda satisfacer sus necesidades fisiológicas. Hay más de los argentinos de aquel terrible lustro de finales de los setenta en la figura de este detective de alquiler que en los mutantes obreros que aparecen al fondo de las viñetas.
La serie “El husmeante” consistió en nueve historietas que comenzaron a publicarse en Don y terminaron ofreciéndose en la revista Fierro. Las historietas, todas dibujadas por Mandrafina son:
“Siempre lo mismo”. El detective es contratado por un consejero político para buscar a una mujer; el consejero resulta ser un mutante que oculta su raza y que abusa de la mujer. Husmeante no hace nada por impedirlo mientras de fondo suena la revuelta obrera.
Los monstruos de estas historietas son los obreros, la población trabajadora de una Argentina posible.
“El cantor de Frock”. Un hombre contrata al husmeante para emascular a un cantante mutante que mantiene relaciones sexuales con su hermana. El hermano, al recibirla, la viola ante el husmeante, quien no hace nada para salvarla.
El problema de la identificación con lo ajeno. Los iconos de lo exterior descabeza la identidad interior.
“Cria mutantes y…”. El husmeante es contratado para proteger la vida de un viejo militar que quiere sobrevivir sustentado en prótesis. El detective es testigo de cómo su joven esposa se beneficia de su herencia tras asesinarlo un mutante. Un claro homenaje al registro chandleriano del género negro.
Una sociedad podrida que, cuando el autor la representa, aparece con la arquitectura limpia de los cuentos.
“¡Ah, el amor!”. Husmeante relata un caso en el que una mutante le contrata para matar a su marido y él actúa cargándole el muerto a ella. Aparte de por el sexo, las mujeres no le interesan a este detective.
“El gran premio”. Es contratado para proteger a una mutante con partes humanas, pero él pacta con un médico para entregarla a cambio de un alargamiento de pene.
Dos de los ejes icónicos de estas historietas son, por una parte la comparación sarcástica que Trillo establece entre el actor Humphrey Bogart, encarnado en el papel de detective de los clásicos de la novela policíaca, y por la otra la presencia del cuerpo desnudo de la mujer, en las antípodas de la belleza tanto con respecto al protagonista como con respecto a los más ricos de esta sociedad futura (los moralmente repugnantes poderosos) y también los más pobres (los físicamente deformes mutantes). El elemento conductor de todas las historias es la absoluta vileza del personaje central, el husmeante, que no sólo nos muestra una sociedad corrompida y oscura, es que contribuye a ese clima de corrupción con total indiferencia. No le importa matar a los inocentes mientras le paguen, acabar con ancianos mientras pueda follar o faltar a su palabra si puede sacar beneficio.
Un tipo apático pero también amoral, aparte y alejado de cualquier regla o humanismo posible.
Para ser una serie humorística y con pinceladas “picantes” es uno de los retratos más demoledores de una sociedad.
EL DIBUJANTE DE LOS HOMBRES DEMOLIDOS.
El trabajo de Mandrafina aquí es sobresaliente. Dibuja un guión de novela negra con un estilo característico, propio, alejado de aquella serie policiaca que había hecho con Robin Wood, Savarese, o de su obra con Saccomano, El condenado, en las que aún trabajaba con las muletas del clasicismo en busca del rostro duro y vivo de los personajes. El abandono de los rasgos clásicos por unos más descriptivos y dramáticos lo logra Mandrafina mientras trabaja sobre Los misterios de Ulises Boedo, dibujada entre 1981 y 1982, serie en la que la sociedad de luces y sombras argentina es reflejada directamente, con alusiones a los desaparecidos y con un acercamiento realista al malestar de un mundo a la deriva.
Dominio del encuadre y personajes perfectamente definidos, aunque con concesiones al erotismo a veces a destiempo.
En Husmeante los personajes están hechos con un barro especial que sólo moldea este dibujante, y la expresividad que consigue es, por lo tanto, única. El trazo de Mandrafina se ha convertido a partir de aquí en claramente identificable, pasando a ser uno de esos autores con un estilo característico. Subyace en las escenificaciones de Mandrafina un fuerte trabajo de documentación, que en su plasmación guarda ciertas concordancias con las fórmulas escogidas por nuestro Carlos Giménez o nuestro Alfonso Font, por citar dos ejemplos.
Los estilemas inconfundibles de Mandrafina, con algunas concordancias con los de autores europeos coetáneos.
Cuando Mandrafina aborda la serie Piñón fijo, a finales de 1983 y después de Husmeante, ya muestra un estilo singular, con una obra que le acerca todavía más a las alegorías con las que comulgará su trabajo en años siguientes, las de esos mundos fabulísticos pero decadentes tan queridos por su amigo Enrique Breccia, con quien abordará las también estimables series Metro carguero y Espartaco. Metro carguero, obra de 1984, parecía continuar la estructura de Husmeante, pues se describe un mundo subterráneo a cubierto de los mutantes que se hallan en la superficie donde cada viaje del conductor de los vagones de metro introduce al lector en una aventura alegórica. Espartaco fue un guión de Ferrari, de 1987 ya, en el que Mandrafina pone tintas sobre el dibujo de Breccia para reconstruir un mundo en el que la violencia y el horror no dejan de ser manifestaciones del terror más absurdo: el que provocan los hombres con ansia de poder.
Viñetas de Metro carguero, historieta en la que también asoman los representantes del horror.
Husmeante fue una de las series de historietas en las que Mandrafina muestra su madurez como narrador, la cual ha mantenido durante los años noventa y hasta hoy, que sigue contribuyendo al medio aportando viñetas cargadas de negros pero brillantes en su resolución. Lo interesante de ella es que, pese a ser creada en un clima aún crispado por el miedo y contener alusiones al erotismo por exigencia de la revista que las encargó, la obra sirvió para emitir mensajes de repulsa ante una sociedad aterrorizada aún y todavía en descomposición que luego pudieron ser interpretados de otro modo (como obra de mero escapismo, como ciencia ficción posmoderna) por otros públicos, como los españoles o los franceses.
Trillo y Mandrafina demostraron que un buen guión sumado a un buen dibujo, y todo al servicio de una narración orquestada con personajes bien armados, es para siempre.