HUMOR ENCÉFALOKRAHNIANO. LOS DRAMAGRAMAS DE FERNANDO KRAHN
Todas las formas de lucha
«¡Mmmmmmmmmmmmmmmmm mmmmmh!». Así: un largo «Mmmh», con la boca cerrada. Todo el país, al mismo tiempo. «Mmmmh» contra el gobierno. ¡Hasta que caiga! ¿Quién podría soportar ese rumor sostenido? ¿A quién podrían encarcelar, si cualquiera puede hacer «mmmh», disimuladamente, mientras lee el diario, mira el paisaje, anda en bus, pone cara de no estar haciendo mmmh? ¿Qué más pacifista, más económico, más transversal? ¿Qué menos riesgoso? ¿Qué más efectivo? Era cosa de ponerse de acuerdo y con un largo, ciudadano y afinado
«Mmmmh» ¡caía la dictadura! Fue parte de una conversación alucinante con Fernando Krahn, en 1984, cuando –hastiados– hablábamos sobre «todas las formas de lucha». Fernando proponía ésta: botar al dictador con un insoportable y colectivo «mmmh». Con humor y sin palabras, como en sus dibujos. Hay silencio en la diversidad de su obra y elocuencia en su entretenida conversación.
En política, Krahn no ha sido una persona neutral ni un ciudadano indiferente. Tampoco ha resultado indemne de los coletazos históricos. Sin embargo, la contingencia no es materia de sus dibujos. Menos la chilena, por opción estética y porque ha desarrollado toda su carrera principalmente en el extranjero. Tal vez por ello sus dibujos siempre han tenido una posibilidad de lectura universal. La poeticidad de su trabajo trasciende la contingencia. Publicando en semanarios, captura y registra más la atmósfera que la noticia. Prefiere dejarnos una metáfora sugerente a facilitarnos la lectura con un mensaje literal.
Reconociendo en su trabajo la ausencia intencionada de la controversia coyuntural, Krahn posee una sorprendente intuición política/poética. Tal vez la sensibilidad de época o la atmósfera que rodea su creación, influyen en su discurso fantástico que también es una opinión meditada. Mal que mal, el artista vive en la historia. Pienso en tres «Dramagramas» hechos durante el gobierno del Dr. Allende y publicados en la revista Ercilla, que ilustran poéticamente y con humor lo que estaba pasando en diversos niveles de la sociedad chilena de entonces.
En el primero, hay una fiesta de disfraces. Un señor se prueba ante el espejo su máscara de Hitler. Se pasea con su disfraz entre los invitados. Celebra destapando una botella de champán. Despide, con el brazo en alto, a los invitados en la puerta de su casa. Luego, sentado en su cama,se saca la máscara... y bajo ella está su cara real, que es igual a la cara de Hitler que lucía con su máscara. (El fascismo no era chacota).
En la segunda historieta, de agosto de 1973, un rey juega ajedrez con otro rey. Lo que pasa en el tablero va pasando en el reino. Si se pierde una torre, se incendia la torre del castillo. Finalmente hay jaque mate al rey... y ese rey debe morir en la guillotina. (En la guerra gana el que puede destruir más).
En el tercer ejemplo, vemos a un hombre con autoridad, pero andrajoso, escribiendo un papel. Le pasa el escrito a un ayudante, que mete el papel en una botella y la lanza por los aires. En el último cuadro, vemos que el mensaje en la botella flota en el mar y que todo lo anterior ha estado sucediendo en una isla, donde el jefe que manda el mensaje es un confinado (como lo estuvieron los ministros del Presidente Allende en la Isla Dawson). Lo curioso es que este dibujo, publicado en enero de 1974, Fernando Krahn lo dejó hecho antes del golpe.
Indudablemente, cada uno de estos «Dramagramas» son autónomos de las anécdotas que ofreció la historia en esos días; y hoy se pueden seguir leyendo en cualquier parte del mundo, con diferentes interpretaciones. Y se publican en colores. Pero es pertinente buscar y encontrar en ellos la reflexión o la sensibilidad que contenían en su momento de creación y primera publicación. Tal vez, a pesar del autor: la intuición poética es misteriosa y la obra dice más cosas de las que nuestra razón quisiera decir.
Fue irresistible compartir esta lectura de los «Dramagramas» de un momento crítico. Puede ser un hallazgo a destiempo que, obviamente, no restringe el valor de cada una de esas pequeñas obras, que siguen sugiriendo en la medida que están abiertas y la intención humorística de Fernando Krahn se nutre de la precariedad humana. Que es universal y de todos los tiempos.
Sus personajes son débiles e inseguros y el autor vive con ellos los caminos o salidas que se van presentando en el acto de creación. La inquietante realidad puede ser aún más inquietante, luego de someterse a la risueña sordidez de su mirada. La realidad, que es tragicómica, no tiene límites. Toda situación, por cotidiana o absurda que sea, puede tener otra vuelta de tuerca y reinventarse con un giro inesperado. Krahn la mira de frente,amable, hasta que se le ocurre una salida inesperada. A la vuelta de la esquina siempre hay una incógnita que nos arrebata la seguridad que creíamos ya adquirida. Todo puede ser peor... o mejor. Somos débiles –pobrecitos mortales– y Krahn lo dibuja y lo recuerda en el espejo.
Cada personaje, por grande que sea, puede ser microscópico. Siempre hay alguien o algo más grande: Zeus lanzando rayos es insignificante al lado del dios que le puede pasar o quitar los rayos que lanza. Después de derrotar al inmenso Goliat, el pequeño David es derrotado por alguien que es mucho más chico que él. Un dictador todopoderoso cabe en la punta de un índice que lo puede aplastar en la línea del propio recuadro del dibujo. Un matapiojos–una libélula gigante–nos puede estar mirando a través de un microscopio. En fin: nadie sabe realmente donde está ni quién lo está mirando.
Nació en Santiago de Chile, en el barrio Recoleta, cerca del Cerro Blanco. En 1935. Hijo de un abogado alemán, que escribía óperas bufas, organizaba circos y dibujaba caricaturas. Fernando escuchaba sus cuentos y los ilustraba, sin palabras. Su madre era cantante de ópera, y siempre tuvo una complicidad incondicional con los proyectos de su hijo.
Comenzó estudios de leyes, pero optó más tarde por estudiar pintura y escenografía en la Universidad de Chile. Antes de titularse ya había participado en el montaje de una obra junto a Víctor Jara y Alejandro Sieveking, «Parecido a la felicidad», en 1959. Luego, con la escenografía de «El rinoceronte» de Ionesco gana un premio en la Bienal de París. Es la década del sesenta. Se dedica también a la fotografía. De esa etapa son los notables retratos de Violeta Parra que rescatara Antonio Larrea[1]. Viajó a Brasil como retratista, llevando en su equipaje una carpeta de dibujos. Los presentó en una revista que se los aceptó, pero el dibujante estimó insuficiente lo que pagaban. Con ironía, el editor le dijo que entonces se los llevara a otra parte: al Esquire de Nueva York, por ejemplo (como quien le dice que los exponga en el Louvre). ¿Por qué no?, se dijo Krahn y partió –sacrificios de su madre mediante– a Estados Unidos.
Llegó sin una cita, sin lobby, solo con la seguridad de que sus dibujos podían ser publicados en esa importante revista. Resultó. Era 1962. Luego publica en la revista Horizon, en The New Yorker. «Cuando hojeamos estas y otras publicaciones yanquis –escribe en Ercilla el crítico y dibujante Antonio Romera–, nos llama la atención y nos deja un poco perplejos la colocación que ellas les dan a los trabajos de nuestro compatriota y la jerarquía, la belleza y la intensidad artística que alcanzan en el cotejo con los más destacados colaboradores»[2]. Fernando Krahn nació al dibujo profesional triunfando en el extranjero. La misma revista Esquire opinaba que él era «la mejor exportación de Chile».
La familia se instaló en Sitges, Cataluña. En 1994 murió su esposa, María de la Luz Uribe Arce.
«El dibujante es mímico, es cómico y es plástico»
Desde que inició su carrera en Nueva York su pareja inseparable fue María de la Luz, con quien tuvo tres hijos. María de la Luz fue ensayista y traductora, además de narradora y poeta. Con Fernando Krahn también fue su compañera de trabajo. Coautora de muchas obras. ¿Cómo no recordar a Doña Piñones?
«Estera y esteritas para contar peritas,
estera y esterones para contar perones.
Esta era una vez una viejecita
llamada María del Carmen Piñones…»
(Mis hijas –y ahora mi nieta– se la saben de memoria).
Unos treinta libros para niñosy niñas hicieron juntos. María de la Luz escribía; Fernando ilustraba. Entre otros, obtuvieron el Premio Apel les Mestres,el de mayor prestigio para la literatura infantil. Y tomaban contacto con sus lectores, acercando el libro a las personas. En diversas ciudades y pequeños pueblos de España desarrollaron actividades de promoción de la lectura en colegios. Tenían montado un programa bien entretenido, con lecturas y dibujos, que lo pudieron compartir también con la colonia chilena que vivía en Suecia, invitados por la Biblioteca Nacional de Estocolmo. Era una forma de mantener cierta identidad cultural de los exiliados latinoamericanos.
Los «Dramagramas» de Fernando Krahn, tan retorcidos para algunos, son bien recibidos por los niños. Algunos los coleccionan, como esos cientos de fans que lo siguen y lo recortan de La Vanguardia de Barcelona, donde colabora principalmente. Desde ahí, hace llegar sus dibujos a Suiza, Alemania, Francia, Italia, España... ¿A Chile? Marinero en tierra, da gusto escucharlo cuando pasa por su país. Siempre está de paso. Siempre tiene algo que contar y que mostrar. Lamentablemente no ha tenido un espacio permanente para que sus compatriotas puedan compartir sus nuevos «Dramagramas», sus dibujos animados, sus libros para niños, sus ilustraciones de divulgación científica, sus cronologías y zoomorfos. Para compartir el humor con inteligencia y el drama con bondad.
[1] En: Antonio Larrea y Jorge Montealegre: «Rostros y rastros de un canto», Ediciones Nunatak, Santiago de Chile, 1997.
[2] Antonio Romera: «El humor negro de Fernando Krahn», Ercilla, noviembre de 1971.
[3] Fernando Krahn en: PatriciaStambuk: «Chilenos for export. Relatos de vida», Editorial Argua, Chile, 2005.