HOMENAJE A LA CODORNIZ EN EL OCTOGÉSIMO ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO
LOMBILLA

Title:
Tribute to La Codorniz on the eightieth anniversary of its birth
Resumen / Abstract:
Homenaje a la publicación satírica La Codorniz para celebrar el octogésimo aniversario de su nacimiento, haciendo un recorrido por su primer número y su posterior evolución con el talante de Mihura y el tono de Tono. / Tribute to the satirical publication La Codorniz, to celebrate the eightieth anniversary of its birth. Form the first issue to the last, with the spirit of Mihura and the tone of Tono.
Palabras clave / Keywords:
La Codorniz, Tono, Mihura, Prensa satírica/ La Codorniz, Tono, Mihura, Satirical press

¡CÓMO PASA EL TIEMPO, DEMONIO! O BUSCANDO A DON JERÓNIMO

(Quest muy tontita como sentido homenaje a La Codorniz en el octogésimo aniversario de su nacimiento)

Hoy por la mañana he cumplido sesenta y dos años,
y ahora, por la tarde, tengo ya sesenta y cuatro.
¡Cómo pasa el tiempo, demonio!...

MIGUEL MIHURA, Mis memorias

 

1941: UNA ODISEA DEL ESPACIO HUMORÍSTICO

(A manera de prólogo pretenciosamente simbólico)

El lugar es inhóspito, huele a cerrado y sacristía. Una débil luz crepuscular perfila levemente el contorno de las cosas. El suelo está lleno de huesos, quijadas de burro principalmente. Es un paisaje de posguerra. De pronto comienza a oírse la fanfarria inicial de Así habló Zaratustra, de Richard Strauss. Un grupo de seres antropomorfos que estaban aburridamente dormidos se despierta. El intenso poema sinfónico parece anunciar un hecho sorprendente. Algo que antes no estaba aquí acaba de aparecer. Es un objeto desconocido, muy raro, un rectángulo de papel de 26 centímetros de ancho por 35 de alto impreso en rojo y negro que inmediatamente llama la atención de los individuos aletargados. Todos se acercan al extraño monolito. Unos lo tocan con recelo; otros, los más deseosos de cambiar el aire viciado de este lugar, aplauden y dan saltos de alegría riendo como simios sin saber aún muy bien por qué. El monolito muestra una figura que parece ser una mujer con sombrero de copa y pecho de gallina rodeada de niños y pájaros que le dice a un trapecio con nariz, sombrero, barba y bastón: «¡Caramba, don Jerónimo! Está usted muy cambiado». El trapecio barbado dice: «Es que yo no soy don Jerónimo». La gallina ensombrerada remata entonces la conversación afirmando: «¡Pues más a mi favor!». Corona la escena una enigmática leyenda: La Codorniz. El sol termina de salir alumbrándolo todo con una luz muy brillante, nueva. Es 8 de junio de 1941 y acaba de amanecer en España.

 
Portada del primer número de La Codorniz, de 8 de junio de 1941.


EL MONOLITO PROPIAMENTE DICHO

(Algo así como un segundo prólogo. O prólogo bis, que tanto da)

En el ángulo superior derecho del dibujo hay una uve inclinada con melena que parece querer representar un árbol. Delante del árbol hay un rectángulo levemente ladeado con rayas transversales. Aunque resulta difícil pensar que ahí alguien pueda sentarse cómodamente, sin duda este paralelogramo cubista es un banco.  Más allá del dudoso árbol de tronco bífido la escena adolece de una flagrante ausencia de vida vegetal. A pesar de ello, de forma tan sorprendente como efectiva, la sola presencia del árbol y el banquito inclinado nos convence de que estamos en un parque. Aunque también pudiera ocurrir, por qué no, que toda la escena se esté desarrollando dentro de un saloncito burgués estilo isabelino. 

Árbol y banco.

A la izquierda del árbol, casi en el centro de la parte superior de la viñeta, aparece un sol resplandeciente. Están tan cercanas las dos figuras, árbol y sol, que uno de los rayitos del segundo roza la copa del primero. No obstante la evidencia gráfica, pese a no ver más que lo que vemos, el aire poético que impregna la escena es tan sugestivo que lleva a pensar en que acaso lo que está haciendo el sol no sea rozar la copa sino jugar a hacer cosquillas con su rayito a algún pájaro juguetón que anda escondido entre las altas ramas.

Sol.

A la izquierda del sol, algo más abajo del ángulo superior izquierdo, se encuentra la fotografía de una camioneta que convierte el dibujo en un original collage. La camioneta lleva un cartel de publicidad escrito en inglés con letras mayúsculas que dice: NEW ZEALAND BUTTER. Esta circunstancia, la de estar el cartel escrito en otro idioma, dota al dibujo de un ambiente la mar de moderno y cosmopolita. Uno de los rayos del sol también está rozando este vehículo. Y a pesar de lo tentador que resulta pensar en la traviesa posibilidad de que el sol haga cosquillas al repartidor del untoso, nutritivo y oceánico producto lácteo, no se debe olvidar el año en que esta escena ocurre y que algunos juegos pueden resultar ciertamente peligrosos. Que el sol juguetee con un pajarillo no sólo es admisible, sino que emociona incluso a las almas más adustas; pero que ande cosquilleando a un recio camionero, por muy anglófono que sea, es algo que atenta contra los más elementales preceptos de la moral.

Camioneta.

Bajando en dirección contraria al recorrido normal de las manecillas de un reloj cualquiera hay dos pequeños seres de un solo ojo. Pese a esta particularidad ocular, por el contexto se entiende que no son seres mitológicos devoradores de hombres sino simplemente unos niños, posiblemente un niño y una niña, pero eso tampoco importa demasiado. De lo que no hay duda es de que son dos candorosas criaturitas, no hay más que verlas para darse cuenta de eso, a las que han vestido con unos preciosos trajecitos de lunares que es que da gloria verlas. Sus cabezas son como balones de rugby sobre los cuales llevan sendas boinas que les dan un aire tiernamente francés. A su lado, a la derecha, se encuentra la señora de la que se ha hablado en el prólogo. La señora lleva sombrero de copa y pecho de gallina, esto ya se ha dicho; no se ha dicho, sin embargo, que tiene una nariz muy recta y muy larga; tan larga, que se podría decir que es una nariz superlativa, sayón y hasta escriba. Lo importante de esta nariz es que indica las coordenadas exactas de la disposición espacial de la cara de esta señora; o sea, que deja claro que está de perfil y no de frente, por lo que se comprende que, a diferencia de los dos tiernos infantes que la acompañan, que carecen los pobrecillos de prominencia nasal, esta mujer en el lado contrario de su cara debe de tener otro ojo como el que se ve en el lado mostrado. Esta diferencia facial bien pudiera hacer pensar que esta señora no es la madre de los niños sino su niñera o, más propiamente, si se atiende a la exuberancia pectoral, su ama de leche. En cualquier caso, unas simples naricillas infantiles, o la ausencia de éstas, mejor dicho, no debe suscitar juicios precipitados en cuanto a la relación de esta señora con los dos pequeños que la acompañan, pues bien pudiera ser que en eso de no tener narices hubieran salido a su padre, en caso de que esta señora sea realmente su madre; o, si finalmente fuera como se ha dicho su niñera o su ama de leche, a su padre y a su madre...

 

               
  Niños.       Señora.       Hombre.  

Así pues, sin que acabemos de saber de forma fidedigna qué relación une a estos personajes, continuamos el recorrido mirando ahora a la derecha de esta señora o, más concretamente, a la derecha de su nariz, que está señalando, cual reloj de sol mal encarado, al trapecio con nariz, sombrero, barba y bastón que ya conocemos. Este trapecio resulta ser un señor muy serio que también tiene una nariz muy grande. Las dos narices están muy juntas; tan juntas, que prácticamente están tocándose con sus puntitas como si practicaran una suerte de esgrima de narices. Aparte de la evidente analogía deportiva, este acercamiento sin duda también puede provocar en las mentes más propensas a la lubricidad cierta sospecha de sicalipsis encubierta. Pero, como amén del aire poético que se apuntaba antes este dibujo tiene también un dulce aire infantil, y además debemos seguir recordando que el año en curso es 1941, lejos de ver connotaciones sexuales en este acariciador acercamiento quizá resulte más conveniente observar que este hombre y esta mujer lo que hacen es jugar como si fueran niños a darse castos besos esquimales mientras dicen eso que ya se ha dicho antes y que ahora, en la línea siguiente, se repite:

—¡Caramba, don Jerónimo! Está usted muy cambiado.

—Es que yo no soy don Jerónimo.

—¡Pues más a mi favor!

Debajo de estos dos simpáticos personajes hay dos pajarillos que vienen a apuntalar la idea de que esto ocurre en un parque lleno de árboles, sol, mantequilla y niños de un solo ojo que da gloria verlos y no en un odioso salón burgués con tapetitos de encaje cubriéndolo todo. Y debajo del pajarillo que está debajo del hombre, justo en el ángulo inferior derecho de la imagen, aparece la palabra Tono, firma inequívoca del gran humorista Antonio de Lara, demiurgo creador de este parque de ensueño con el que el día 8 de junio de 1941 quedó inaugurado un nuevo mundo: el mundo de La Codorniz, esa revista de humor que, como dirá Antonio Mingote algunos años más tarde, fue una de las causas de la conversión de millones de fanáticos, intransigentes y violentos españoles en los civilizados europeos que, más o menos, somos hoy.

Pajarillos y firma.


¿QUIÉN DEMONIOS ES DON JERÓNIMO?

(La quest en cuestión, que ya iba siendo hora)

Tiene España, como nación y potestad secular, una tradición inalterable: el servicio de Dios mediante el servicio activo a su Iglesia, en cuantas empresas temporales llevó a cabo en el mundo. Esa tradición se afirmó en los últimos tiempos. El Movimiento Nacional se ha llamado Cruzada, y Cruzada fue, pues por la Cruz dio sus más generosas batallas en el mismo instante en que iba a desencadenarse sobre Europa la ofensiva materialista y atea, perfectamente preparada, con ímpetu que no tuvo jamás. El Movimiento Nacional recibió de la Iglesia sus mejores directrices espirituales, pero él dio a la Iglesia la sangre de sus soldados. El altar de la Patria y el altar de Dios fueron una misma ara para el sacrificio de nuestra juventud. El Movimiento rescató la Iglesia y la libró de sus opresores….

 

         
  Portada de ABC, de Madrid, 8 de junio de 1941. A la derecha, página 3 del diario, de donde se ha extraído el texto que discurre sobre estas imágenes.  

 

El día 8 de junio de 1941 los quioscos españoles se convirtieron en corrales donde dos aves se disputaban la atención de los lectores. Por un lado, la paloma del Espíritu Santo bendecía desde las portadas de los periódicos la firma solemne del acuerdo entre España y la Santa Sede, que había tenido lugar el día antes en Madrid, donde mecidos por el dulce eco de una prosa campanuda llena de patrias, batallas, cruzadas y sangre de valientes soldados, usando como tinta quizá esa misma sangre, el excelentísimo señor don Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores y “cuñadísimo”, y el nuncio de Su Santidad, rubricaban su concordato. Por otro lado, otra ave menos teológica pero más gallinácea, una inofensiva codorniz, mostrando una portada tan genial como absurda presentaba en sociedad sus recién nacidas plumas. Y como el cacareo de esta codorniz neonata llamaba muchísimo la atención y además el parque de su portada exhalaba unas fragancias deliciosamente refrescantes, la paloma de las portadas vecinas sintió curiosidad y, como si fuera un personaje de La rosa púrpura del Cairo, atravesó la cuarta pared de la portada del ABC para irse a volar un ratito a la portada vecina de La Codorniz. Y es que ella, aunque integrante de la Santísima Trinidad, antes que nada era paloma y, claro, de igual forma que las cabras siempre tiran al monte, las palomas tiran a los parques. Así es que, nos lo creamos o no, el mismísimo Espíritu Santo en persona (concretamente en Tercera Persona), se puso a volar por entre aquella uve con ínfulas arbóreas, zureó al pajarillo escondido al que el sol hacía cosquillas, untó luego mantequilla de Nueva Zelanda a unas miguitas de pan que estaban junto al banco cubista y las picoteó con voracidad propia de alguien que es uno y trino, y revoloteó más tarde entre la señora exclamativa, los niños cíclopes y el señor de las barbas que no era don Jerónimo. Y estaba la paloma del Espíritu Santo volando tan ricamente, cuando oyó nombrar a ese inexistente don Jerónimo. Inquietóse entonces muchísimo porque sospechaba que ahí había gato encerrado o, mejor dicho, don Jerónimo escondido. La paloma del Espíritu Santo sabía que hay seres a los que se nombra mucho, aunque nunca nadie los ve, verbigracia ella misma, y no se fiaba un pelo. Así es que, por deformación profesional se acordó del catecismo y comenzó a lanzar preguntas como una paloma loca:

«¿Quién es don Jerónimo?».

«¿Dónde está don Jerónimo?».

«¿Hay un solo don Jerónimo?».

«¿Cuántas personas hay en don Jerónimo…?».

Después, inquieta porque la echaran de menos en la portada de su periódico, la paloma fuese y no hubo nada… Bueno, sí, hubo que de pronto esas dudas calaron en un señor muy antipático con bigote que se había acercado al quiosco para comprar el ABC. Así es que, como en un Pentecostés quiosquero y castizo, la dichosa paloma insufló en el ánimo de aquel antipático señor no sólo las dudas que acabamos de leer sino también otras tan antipáticas como él mismo, pues nada más ver la revista frunció el ceño, frunció el bigote, frunció las corvas y el periné y comenzó él también a lanzar interrogantes como paloma loca:

«¿Por qué busca esta señora a don Jerónimo?».

«¿De qué lo conoce?».

«¿Es acaso su antiguo señorito que la dejó embarazada?».

«¿Son los niños realmente de esta señora o los ha raptado para pedir un rescate a su padre, que es don Jerónimo?».

«¿Qué quiere decir esa señora cuando dice que más a su favor?».

«¿En qué se beneficia ella de que ese señor no sea don Jerónimo?».

«¿No será que están hablando en clave?».

«¿Y en qué clave lo hacen?».

«¿Será en clave de fa?».

«¿Y quién es ese señor que se parece a don Jerónimo?».

«¿Es don Jerónimo disfrazado?».

«¿Por qué se esconde?».

«¿Acaso ha matado este señor a don Jerónimo y lo ha enterrado debajo del árbol del parque?».

«¿Acaso ha sido don Jerónimo quien ha matado a ese señor y se ha disfrazado de él para que no se note su falta?».

«¿Es acaso don Jerónimo un ladrón de bancos y trata de ocultarse tras una barba postiza y un bastón también postizo porque acaba de dar un golpe y estaba a punto de huir en la camioneta de la mantequilla donde su cómplice lo esperaba con el motor en marcha?».

«¿Hay un solo banco en el dibujo porque este ladrón disfrazado ha robado los demás?».

«¿Y por qué ha dejado aquel banco cubista?».

«¿Es ese banco también su cómplice en el robo?».

«¿Y esos pájaros que aparecen debajo no serán pájaros de cuenta integrantes de la banda de don Jerónimo que están en el parque para robarles sus bocadillos a los paseantes…?».

Además de estas preguntas tan tontas, este antipatiquísimo señor estuvo lanzando acusaciones contra la bonita portada de Tono bastante desagradables. Que si esta portada era una indecencia; que si estaba claro que en ese dibujo había una clara crítica a la Patria; que a ver si don Jerónimo no era más que una representación del invicto Caudillo al que los facinerosos de la revista pretendían vilipendiar con jueguecitos de metáforas vulgares y simbolismos extraños y sobre todo muy masónicos… Y, mostrando una clarividencia realmente sorprendente, el antipático señor del bigote decía también que él, además de todas las cosas que ya había dicho que intuía en el dibujo, en ese mezclar la mantequilla de Nueva Zelanda con niños afrancesados veía además una clarísima y muy cochina referencia a la todavía no filmada película El último tango en París. Y no contento con estas retorcidas suspicacias, pensando que para desvelar todos los misterios era fundamental encontrar a don Jerónimo, al muy carpetovetónico no se le ocurrió otra cosa que saltar dentro de la portada de La Codorniz, como antes había hecho el Espíritu Santo, para investigar por su cuenta. Así, una vez dentro, con maneras de detective comenzó a preguntar disimuladamente a cada personaje:

—Oiga, ¿usted es don Jerónimo, por casualidad? —le preguntó al pajarillo que había debajo de la firma de Tono.

—No, señor —pió el pajarillo.

—Bueno, pues muchas gracias y usted perdone —le dijo el hombre porque, aunque era antipático, carpetovetónico y muy tonto, el señor ese también era muy educado, las cosas como son.

—Oiga, ¿usted es don Jerónimo, por casualidad? —preguntó al hombre de la barba.

—No, señor —dijo él.

—Bueno, pues muchas gracias y usted perdone.

—Oiga, ¿usted es don Jerónimo, por casualidad? —preguntó a la señora del sombrero.

—No, señor —dijo ella.

—Bueno, pues muchas gracias y usted perdone.

—Oigan, ¿alguno de ustedes es don Jerónimo, por casualidad? —preguntó a los niños de un solo ojo.

—No, señor —dijeron ambos ojos.

—Bueno, pues muchas gracias y ustedes perdonen.

Y cuando ya iba el tío pesao a preguntar si era don Jerónimo al árbol con forma de uve, de detrás de su tronco salió un grito bastante desgarrador:

—¡¡Alto ahí, pollo!! —gritó el grito.

Y siguiendo al grito de detrás de ese tronco saltaron un gracioso hombre pequeñito y otro hombre también gracioso pero muy alto y muy fuerte y con ojos pequeñitos de niño. Quiénes eran estos dos hombres se contará en el siguiente capítulo, apartado, sección, o lo que sea, junto a otros acontecimientos que verá el que los leyere, si los lee con atención, o los oirá el que los escuchare leer.

 

Portada de La Vanguardia, 8 de junio de 1941.


DONDE POR FIN SALEN MIHURA Y TONO

(O falsas charlas con esos de La Codorniz)

Pues estos dos hombres eran Miguel Mihura Santos, fundador y director de La Codorniz, y Antonio de Lara Gavilán, Tono, creador como ya hemos dicho de esta portada, que habían venido a limpiarla un poco barriendo el parque y barriendo también a los niños de un solo ojo para que todo estuviera bien limpito cuando algún desocupado lector comprara la revista. Y estaban sacándole brillo al árbol cuando oyeron al hombre ese y, claro, no pudieron aguantarse y se fueron hacia él para echarlo de la portada porque lo estaba dejando todo perdido de tonterías, que son unas cosas muy sucias que dejan después unas manchas muy difíciles de quitar. Salieron pues los dos de detrás del árbol para enfrentarse a él cara a cara. Mihura iba fumándose un cigarrillo y Tono iba fumándose una mosca porque a él, como al niño de su Diario de un niño tonto que no publicará hasta dentro de unos años, siempre le habían gustado muchísimo las moscas.    

—¡Alto ahí, pollo! —repitió Mihura encarándose con el antipático señor mientras daba una chupada a su cigarrillo.

—¡Basta ya de tantas bobadas! —dijo Tono dando una chupada a su mosca.

Mihura.

El señor antipático se quedó lógicamente muy cortado y no tuvo más remedio que sacar un huevo frito del bolsillo de su chaqueta y empezar a comérselo.

—Hay qué ver qué perra ha cogido usted con don Jerónimo, ¡caramba!… —dijo Mihura mientras seguía fumándose su cigarrillo.

—Eso digo yo —dijo Tono abriendo tanto la boca que la mosca se le escapó y él tuvo entonces que salir corriendo detrás de ella para cogerla.

Tono.

Así, don Miguel Mihura, el padre de La Codorniz, se quedó fumando solo frente al señor antipático en actitud duelista, como en una bonita película del Oeste.

—¿Pero qué le ha hecho a usted don Jerónimo, capullito de alhelí? —preguntó Mihura con tono paternal a la vez que le daba al señor, por ver si se tranquilizaba, un tierno beso en medio de su calva, pues, como no podía ser de otra forma, el antipático señor además de todo también era calvo perdido—. ¿No le da vergüenza ir por ahí metiéndose en portadas ajenas sin haberse limpiado siquiera los zapatos en el felpudo de la entrada? Aquí no hay nada extraño, rosa de pitiminí, aquí lo único que hay es un nuevo periódico sin malicia, lleno de fantasía, de imaginación y de grandes mentiras… ¿Qué secretos puede tener esta bonita y original portada que ha hecho mi amigo Tono para esta hija mía recién nacida que es La Codorniz…?

―¡Ja! —dijo el antipático y calvo señor—. ¡Ja! ―repitió con mucho retintín—. Eso de que esta portada es original se lo va a contar usted a su tía, señor mío.

―¿Cómo dice? —preguntó Mihura dejando de fumar.

―¿Cómo dice? —preguntó Tono dejando de correr persiguiendo a su mosca.

―¿Cómo dice? —preguntó la mosca dejando de mosquear.

—Digo que eso de que esta portada es original es una mentira así de gorda porque yo recuerdo un chiste idéntico de Tono en 1927, en el diario El Sol,  en el que alguien decía: «¡Caramba, señor Rodríguez! Está usted muy cambiado. Parece usted otro». Y el otro contestaba: «¡Caballero! Soy otro. Soy el señor Regúlez».

—Ah, bueno, pero eso no es malo, hombre… A nosotros una de las cosas que más nos gusta es refreír. ¡Vivan los refritos! ¿Quiere que le refría ese huevo que se está comiendo, carita de nardo…? ¡Tralarí, tralará! —dijo Mihura mientras sacaba un lápiz y comenzaba a dibujar un bonito caballo blanco en la calva del antipático señor.

—A mí lo que de verdad me gusta es no hacer nada —dijo Tono bostezando y yéndose hacia el árbol para acostarse bajo su sombra a dormir la siesta.

—Ya, ya —dijo el antipático señor haciendo contorsiones para intentar ver el dibujo que Mihura le había hecho en la calva—. Lo que pasa aquí es que ustedes son unos bohemios que quieren vivir del cuento y en vez de ponerse a trabajar para levantar España juegan a dibujar y escribir tonterías y a intranquilizarnos a todos hablando de ese don Jerónimo que no aparece por ningún lado. ¿Por qué se esconde don Jerónimo? Sólo los asesinos y los monederos falsos se esconden. Pero deben saber que no se van a salir con la suya porque yo pienso desenmascararlos. ¡Ni esta portada es original, ni esto que ustedes presentan hoy es un humor nuevo ni nada de nada…! —gritó, de forma tan espantosa que Mihura, del susto, saltó sobre el caballo blanco que acababa de dibujar—. ¡Aquí lo que hace falta es más seriedad! —gritó de nuevo moviendo tanto la cabeza que Mihura no tuvo más remedio que picar al caballo blanco para que saltara de aquella calva tan movible—. Aquí se están diciendo muchas cosas, pero nadie se atreve a confesar cuál es la verdad de ese don Jerónimo tan escamante. Además no se está hablando nada verdaderamente importante sobre esta revista: quién es, de dónde viene, adónde va, si es rubia o morena o pelirroja… Tampoco se están dando datos de esos muy documentados que tan bien quedan en los artículos; ni se están poniendo subrayados y frases en bastardilla con intención pedagógica; ni se están exponiendo argumentos sesudos; ni lúcidas reflexiones; ni proposiciones razonables o alguna mínima tesis con cierto interés llena de planteamientos profundos y citas eruditas de señores muy serios de largas barbas con varios trienios en alguna real academia…

Viñetas de Tono aparecidas en El Sol, de 20 de agosto de 1927.

El antipático señor hizo una pausa con cierto prurito dramático para mojar en su huevo frito las pocas miguitas de pan que el Espíritu Santo había dejado. Cuando terminó de comer regoldó los gases provocados por el huevo y, una vez satisfecho, continuó regoldando su antipática censura.

 —Aquí lo que pasa es que se están diciendo muchos disparates sin poner notas a pie de página (a pie derecho, naturalmente), y sin poner tampoco notas a codo de página, que son sin duda las más importantes… Aquí, señores, lo que pasa es que se está hablando mucho en “codorniz”. ¡Y eso es una ordinariez inaceptable!

Tras oír este despropósito, espoleó Mihura al caballo blanco y, loco Quijote, se lanzó al galope contra el antipático señor con la determinación de soltarle varios tralarís y algunos tralarás argumentales para defender a La Codorniz, flor de la fermosura humorística que tan vilmente estaba siendo atacada, y todos los circundantes (menos Tono, que roncaba junto a su mosca a la sombra de su árbol) estaban temerosos de lo que había de suceder: la mujer, el hombre, los niños, el sol, el conductor de la camioneta, los pajarillos, el árbol, el banco cubista… Pero está el daño de todo esto en que, en este punto y término, con fatuos alardes cervantinos, el autor de este artículo deja pendiente esta quijotesca batalla para hacer una interrupción aburridamente seria con la que contentar al antipático señor y a los lectores con ínfulas academicistas.

 

INTERRUPCIÓN ABURRIDAMENTE SERIA CON LA QUE CONTENTAR AL ANTIPÁTICO SEÑOR Y A LOS LECTORES CON ÍNFULAS ACADEMICISTAS

En una antología de los tres primeros años de La Codorniz publicada en 1978 por la editorial Arnau, encontramos un prólogo firmado por Chumy Chúmez en el que habla precisamente de esa falta de originalidad del “humor codornicesco” que tanto preocupa al antipático señor de los capítulos precedentes. Esa falta de originalidad, es decir, esa negación de que el “humor nuevo” de La Codorniz hubiese nacido por generación espontánea en 1941, también le sirve para desactivar la vinculación que algunos han establecido de forma torticera entre la Dictadura y la revista.

Y dice Chumy:

Repasar los primeros números de La Codorniz aún produce asombro. Nadie se explica que algo parecido pudiera suceder en una España llena de escombros humeantes. Todo, forma y contenido, está vivo aún, y eso sirve para que algunas gentes, eruditos por supuesto, aprovechen el talento de Tono y Mihura para confundir insidiosamente a los jóvenes haciéndolos creer que las dictaduras son fecundas y generosas en el humor. Eso es un embuste premeditado o una estupidez nacida de la ignorancia. A mí cada vez que me dicen eso del humor y las dictaduras se me pone la carne de codorniz.

La Codorniz no fue un hermoso producto de ninguna dictadura porque aunque parezca una herejía lo que voy a decir, nunca existió un humor codornicesco.

Todos, absolutamente todos los que hicieron aquel sorprendente humor, hacía muchos años que venían fabricando ese llamado humor “codornicesco”, orgullo de la posguerra. El humor de La Codorniz no era nuevo. Era sencillamente el mismo humor que en avanzadilla hacían algunos genios antes de que estallase nuestra famosa “cruzada nacional". No olvidemos que Miguel Mihura escribió su Tres sombreros de copa hacia el año 1927, siglo más o menos; que Tono ya publicaba sus dibujos y su loco humor en los años veinte cuando era un elegante dandy en el París de aquellos años, y que Ramón Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, Fernando Perdiguero, López Rubio y un largo etcétera que no recuerdo ahora porque tengo jaqueca, eran ya conocidos y consagrados antes de la citada Cruzada Nacional y que muchos de ellos, los llamados nacionales, continuaron publicando en La Ametralladora, revista que acabó por dar a luz a La Codorniz años más tarde.

Y el propio Mihura lo confirma en un artículo titulado Periodismo de humor que encontramos en sus obras completas publicadas en 2004 por la editorial Cátedra:

Desde 1920, o quizá antes, cuando los del grupo de La Codorniz éramos muy jóvenes y no nos habíamos asomado aún al extranjero, y de Italia sólo sabíamos que producía tenores, los colaboradores de La Codorniz publicábamos ya muchísimas cosas en diarios y revistas, y nuestros trabajos tenían, aproximadamente, el mismo estilo que tienen ahora. Es más, los humoristas (que somos más bien indolentes), a la menor ocasión que se nos presentaba, publicábamos “refritos”, y yo he publicado en La Codorniz muchos chistes y artículos que ya había publicado hace quince años en Gutiérrez y Muchas Gracias. Y mis compañeros hacían igual. Y no obstante, los lectores han creído siempre que estos artículos y estos chistes habían sido especialmente hechos para esta “modernísima” revista de humor nuevo.

Lo que ocurrió es que todos nosotros estábamos desperdigados por revistas y diarios, haciendo cosas aisladas, que así no tenían fuerza ni eficacia, y el día que fundé La Codorniz y reuní a las cuatro o cinco personas que dibujábamos y escribíamos con el mismo estilo, se descubrió el humor “codornicesco” y el género empezó a tener importancia. Esto es: cuando un señor canta una romanza mientras se afeita; cuando una señorita canta un aria en una cachupinada; cuando una señora lanza “pizzicatos” mientras se hace las manos, no ocurre nada. Pero cuando se reúnen todos los que cantan en un mismo local y se visten con túnicas, pasa algo importante: la ópera.

Como cualquier ópera, esa ópera bufa que fue La Codorniz de Mihura gustó a unos y fue pateada por otros. Según Antonio Mingote en el prólogo que hace a la antología de La Codorniz publicada en 1998 por EDAF,

la revista entusiasmó a muchos de los jóvenes que salíamos de la sangrienta confrontación deseando olvidarla e indignó a innumerables vetustos personajes que no entendían, y si entendían no toleraban, la burla inmisericorde de costumbres, lenguajes y actitudes, modos que sus abuelos habían considerado correctos y respetables y que ellos se disponían a conservar devota y tenazmente por los siglos de los siglos. Con su poético pero no inofensivo surrealismo burlón, La Codorniz se convirtió rápidamente en referencia para una juventud que empezó a copiar sus modos hablando “en codorniz” y también aprendió a distinguir lo poético de lo cursi, lo importante de lo solemne, lo inteligente de lo ampuloso, lo serio de lo aburrido y la carne del pescado.

La Codorniz nº 2, con portada de Herreros, que incorpora a un señor en un bolsillo.

La Codorniz nació el 8 de junio de 1941 y murió el 11 de diciembre de 1978. Casi cuarenta años de vida con algunas interrupciones debidas a secuestros editoriales o suspensiones. Como despidiéndose con un chiste de humor negro, el último número de La Codorniz, el de la semana comprendida entre el 11 y el 17 de diciembre de 1978, resultó ser el 1898, número de infausto recuerdo en España. Como el año, que supuso el fin del imperio español, el último número de la revista también significó un desastre: el de la caída de todo un imperio humorístico.

Durante su larga vida, que rebasó con creces la esperanza de vida de las revistas de humor, La Codorniz tuvo cuatro etapas bien diferenciadas. La primera y para muchos la más importante a pesar de su corta duración, fue la de Miguel Mihura, fundador de la revista que dirigió de 1941 a 1944. En tan sólo tres años Mihura impuso el llamado “humor codornicesco”. Esa primera Codorniz, la que Tono, Mihura, Herreros y Álvaro de Laiglesia fraguaban en bares de la Puerta del Sol, debajo de la redacción de la revista, representa la época más coherente y unitaria. Como indican los profesores Melquiades Prieto y Julián Moreiro en la antología de 1998 de EDAF, en esta etapa

los textos participan siempre de ese humor ingenuo y vanguardista que sigue de cerca los postulados de Ramón Gómez de la Serna y que ofrece una visión insólita e ilógica de la realidad; los dibujos tienen el trazo de un patrón común, cuya referencia ideal no difiere de las colaboraciones literarias: significan la materialización gráfica de la misma idea ingeniosa que puede cristalizar en un relato o en un artículo.

Miguel Mihura comenzó a colaborar en la prensa muy joven. Ya a los diecisiete años publicó su primer artículo en el diario La Voz. Pasó después por numerosas revistas, como Buen Humor, que dirigía Pedro Antonio Villahermosa (Sileno), donde coincidió con buena parte de los humoristas que conformaron eso que Pedro Laín Entralgo y José López Rubio llamaron “La otra generación del 27”: Jardiel Poncela, Edgar Neville, los hermanos José y Francisco López Rubio, Jacinto Miquelarena, Antonio Robles, Tono… Más tarde llegó Muchas Gracias, fundada por el escritor Artemio Precioso y dirigida por el dibujante Demetrio. Luego vendría Gutiérrez, la revista fundada por Ricardo García López, más conocido por su seudónimo K-Hito, y, finalmente, La Ametralladora, la revista que Mihura dirigió en San Sebastián durante la guerra. Pero en este frondoso árbol genealógico de La Codorniz lleno de divertidas hojas de papel hay una rama más gruesa en la que destaca Gutiérrez, la revista en la que Mihura reconoce que se hizo como escritor y dibujante y donde aprendió de K-Hito lo que luego puso en práctica en La Ametralladora y más tarde en La Codorniz:

Aprendí a trabajar como capitán de un equipo; a reunir a mis colaboradores, casi diariamente, y a darles instrucciones y consignas que se ponían en práctica sobre la marcha; aprendí a orientarles y a dirigirles, y a no esperar que llegue por correo esa colaboración fija que se pide por carta, y que se mete siempre en la misma columna de la misma página, con la misma cabecera dibujada, y que dice, por ejemplo: “Quisicosas”.

Desde el principio Mihura supo que quería hacer algo distinto a La Ametralladora, una revista que fuera un símbolo de la paz. Por eso, frente a La Ametralladora, que es un símbolo de guerra, a la nueva publicación le puso el nombre de La Codorniz que es el pájaro más inocente de todos. Sus intenciones estaban muy claras:

La Codorniz no se apoyará nunca en la actualidad, ni en la realidad, será un periódico lleno de fantasía, de imaginación, de grandes mentiras, sin malicia. No nos divertiremos de las desgracias ajenas. No nos burlaremos del caído ni halagaremos al que está en las alturas. La Codorniz será como una pieza musical, como una canción, como un disco de música de baile, que se escucha para pasar el rato y nunca para aprender álgebra y trigonometría. El que quiera aprender matemáticas o ganar unas oposiciones en Hacienda no debe leer La Codorniz, porque no le resultará eficaz.

Con un jovencísimo Álvaro de Laiglesia como redactor jefe y un equipo formado entre otros por Enrique Herreros, Tono, Edgar Neville, José López Rubio, Wenceslao Fernández Flórez, Conchita Montes o Picó, La Codorniz inició su brillante vuelo. En la tercera página del primer número se publicó un pequeño faldón de tono humorístico con el que Mihura lanzaba un guiño a los lectores de La Ametralladora pero en el que sospechamos también una cierta intención de distanciarse de su antecesora, una especie de sutil e irónica declaración de intenciones: «La Codorniz saluda a sus antiguos amigos, los lectores de La Ametralladora, y a los que no leyeron La Ametralladora y leen ahora La Codorniz, y a los que se nieguen a leer La Codorniz y se negaron a leer La Ametralladora, y a sus queridos colegas de Prensa, y a usted».

Saludo en la página 3 del primer número de la revista.

En la antología ya citada de EDAF, cuentan Melquiades Prieto y Julián Moreiro que al poco tiempo de estar la revista en la calle, cuando los lectores se fueron familiarizando con los diálogos tontos, las exageraciones, los disparates, las parodias de situaciones comunes, las inconveniencias expresadas rudamente, la jerga de sus colaboradores, las peregrinas interpretaciones de la realidad, etc.; cuando los dibujos de Tono y Mihura se asemejaban hasta confundirse en un primer vistazo, cuando los muñecos de Herreros habían llenado todos los bolsillos de otros personajes; cuando las fotografías de “los señores Feliú” se hicieron familiares, o ya eran cientos los lectores que participaban en los concursos o resolvían con pasión los pasatiempos…, se empezó a hablar de humor “codornicesco”; es decir, la búsqueda de la ruptura de los esquemas lógicos, de las frases hechas y de cualquier convencionalismo verbal. El tópico es sustituido por la invención ingeniosa, poética, que busca un lector inteligente, gustoso de las sorpresas y hallazgos paradójicos. Un intento por desterrar lo convencionalmente correcto…

En los tres años que Mihura estuvo al frente de su criatura, La Codorniz mantuvo el talante amable con el que se había creado. La “inocencia y buena intención” impregnaba los textos de sus colaboradores literarios (Tono, Miquelarena, Fernández Flórez, Neville, el admirado Ramón, el director Mihura, etc.); los chistes de Herreros y de Tono, las chicas de Picó y los monos del propio Mihura eran de un infantilismo tal que sólo tendrían parangón en los colores primarios de Miró...; los montajes fotográficos, desenfadados y divertidos, nunca fueron hirientes. Los autores extranjeros seleccionados, italianos en especial, siempre encajaron y ahondaron en el espíritu mihuresco.

Pero antes de todo estaba la magistral portada de Tono con la que La Codorniz se dio a conocer. A esa portada y a su autor se les podría aplicar aquello que Máximo San Juan dejó escrito sobre Tres sombreros de copa de Mihura. Decía Máximo que en esa obra la inspiración es el raro milagro de quien no se propuso hacer nada del otro mundo y le salió un merendero del Olimpo… Que Tono no se propuso hacer nada del otro mundo en la primera portada de La Codorniz lo evidencia la página 4 del diario El Sol de 20 de agosto de 1927 que muestra esa viñeta del señor Rodríguez y el señor Regúlez de la que de forma tan impertinente como inverosímil se acordaba el antipático señor de antes. Este dato lo hemos podido ver en la estupenda biografía de Tono que la editorial Renacimiento publicó en 2019: Tono, un humorista de la vanguardia, firmada por la doctora en Historia Gema Fernández Hoya y los investigadores Felipe Cabrerizo y Santiago Aguilar. Y quizá sea cierto que Tono no quería hacer nada del otro mundo y por eso recurrió al refrito; sin embargo, si no un merendero del Olimpo, al final sí que le salió algo parecido a un chiringuito del Valhalla.

La Codorniz nº 3, con portada de Picó.


De Tono decía José López Rubio que era como un extraterrestre caído del cielo. Y, ciertamente, esa portada es tan absurdamente sencilla y perfecta, que acaso sea la obra de un marciano. Tal vez don Jerónimo no sea más que uno de esos productos marcianos que cada cierto tiempo nos visitan para hacernos la vida terrestre mejor. Quizá, si al antipático señor le diera por buscar a don Jerónimo en Marte, quién sabe si no lo encontraría allí jugando tan feliz con sus colegas Godot y la cantante calva, esos elípticos personajes tan absurdos, geniales y marcianos como él…

En 1943 Mihura estrena su obra escrita en colaboración con Tono Ni rico ni pobre sino todo lo contrario. Según Melquiades Prieto y Julián Moreiro, en un ambiente de rendida admiración por los escritores ingeniosos de La Codorniz, el éxito fue apoteósico. Sin embargo, en la revista Mihura ya no está bien:

Por los primeros meses de 1944, Mihura se ve obligado a llenar él solo más de la mitad de las páginas de la revista: desde la portada hasta las cartas dirigidas a Tono para provocarle divertidas respuestas y enzarzarlo en graciosas polémicas. Así las cosas, en Mihura crece la indolencia, y en un gesto a la altura de la revista de humor de mayor éxito, ventas y prestigio, decide conceder a sus lectores unas vacaciones primaverales de tres semanas. El parón se alargó hasta el 4 de junio, y en su vuelta a los quioscos ya no la dirigía él.

Mihura había vendido la revista al conde de Godó, y al frente del nuevo proyecto fue nombrado director Álvaro de Laiglesia. Tenía veintidós años.  Esta segunda etapa de la revista fue la más larga: de 1944 a 1977. Con Álvaro de Laiglesia La Codorniz se consolida, crece y en 1951 aparece por primera vez el lema que la identificará ya para siempre: La revista más audaz para el lector más inteligente. También dará desde el principio un giro a la revista abandonando el humor orteguianamente deshumanizado de Mihura para hacer una revista más prosaica, más pegada a la realidad criticando todo lo criticable dentro de los estrechos márgenes de la censura. Este cambio propició un duelo epistolar entre Mihura y Álvaro de Laiglesia, digno del Siglo de Oro, en el que cada cual defendía su propia concepción del humor. En esta larga época se incorporarán a la revista humoristas fundamentales en la historia del humor en España como Mingote, Chumy Chúmez, Gila o Goñi. Llegó a ser tan conocida y a tener tanto predicamento entre los lectores, que la imaginación popular no paraba de inventarle ingeniosidades como la mítica e inexistente revista en la que en la portada se ve a un tren entrando en un túnel que sale en la contraportada mientras que las páginas interiores estarían todas negras para semejar el interior del túnel. O alguna otra más arriesgada, como cuenta el mismo Álvaro de Laiglesia en su libro La Codorniz sin jaula, que consistía en la emisión de un boletín meteorológico que decía: «Reina un fresco general procedente de Galicia».

En 1951, al cumplir la revista diez años de vida, Álvaro de Laiglesia lanzó una encuesta entre los académicos para saber la opinión que tenían sobre La Codorniz. La respuesta de José María Pemán fue muy esclarecedora: «La Codorniz es la cantidad de humor que cabe en España sin meterse con la política».

Portada del nº 1.114 de la revista, del año 1963.

La aparición de otras revistas, sobre todo Hermano Lobo, creada por Chumy Chúmez en 1972, amenaza la supervivencia de La Codorniz. Finalmente, cinco años después, en marzo de 1977, un cansado Álvaro de Laiglesia abandona la revista.

La tercera etapa de La Codorniz, dirigida por Miguel Ángel Flores y Manuel Summers, sólo dura hasta enero de 1978. Y la cuarta y última será, como dicen con acierto los profesores Prieto y Moreiro, «el vuelo postrero de La Codorniz». Dirigida por Fermín Vílchez pero animada por Máximo San Juan y el periodista Carlos Luis Álvarez (Cándido), la revista cambiará su formato apostando por el modelo francés del semanario Le Canard enchainé. Y aunque incluye grandes firmas como Mingote, OPS, Máximo, Martínmorales, Vázquez de Sola, El Cubri, Manuel Vicent o Raúl del Pozo, sólo unos meses después, el 11 de diciembre de 1978, agotado su tesoro, de asuntos falta enmudeció la lira…

Portada del último número, el 1.898.

 

DONDE SE  CONCLUYE Y DA FIN A LA ESTUPENDA BATALLA QUE EL ANTIPÁTICO SEÑOR Y EL SIMPÁTICO MIHURA TUVIERON

Habíamos dejado a Mihura galopando en su caballo blanco hacia el antipático señor con la determinación de soltarle varios tralarís y algunos tralarás argumentales para defender a La Codorniz. Así, cuando llegó a donde aquél estaba, paró el caballo, bajóse, miró de hito en hito al antipático señor, dijo «tralarí, tralará…» y se dispuso a hablar, bien oiréis lo que diría:

―Yo quiero que sepa que he fundado La Codorniz para tener una actitud sonriente ante la vida; para quitarle importancia a las cosas; para tomarle el pelo a la gente que ve la vida demasiado en serio; para acabar con los cascarrabias; para que nos riamos del tópico y del lugar común; para inventar un mundo nuevo, irreal y fantástico y hacer que la gente olvide el mundo incómodo y desagradable en que vivimos. Para decir a nuestros lectores que no se preocupen de que el mundo esté hecho un asco. Vamos a olvidarlo y a procurar no enredarlo más. Y aquí, reunidos, mientras la gente discute y se mata, nosotros, en un mundo aparte, vamos a hablar de las mariposas, de las ranas, de los gitanos, de la luna y de las hormigas. Y nos vamos a reír de los señores serios y barbudos que siempre están dando la lata...

En ese momento, Tono se despertó y, para que el antipático señor no interrumpiera a Mihura, se lo metió en el bolsillo de su chaqueta como si fuera uno de esos personajes tan graciosos que dibujará en La Codorniz Enrique Herreros. Y como esos señores con barbas muy pequeñitos que asoman siempre su cabecita barbuda por los bolsillos en los que están metidos, el antipático señor no tuvo más remedio que seguir escuchando las cosas que le decía Mihura asomado al bolsillo de Tono.

—Esos señores como usted, amigo mío, tan honorables y tan pesados y tan feos y tan graves y ceñudos y tan todo, son de esos que discuten todo el rato sobre el invento de la bocina entregándose ferozmente a estas terribles discusiones para atormentarse día y noche. Esos señores como usted son de los que por las mañanas se levantan a las seis y cuarto para desayunar a las seis y media un huevo frito con pan… Porque usted es, ya es hora de que lo sepa, uno de esos españoles acostumbrados a leer revistas humorísticas que hablan de cosas sensatas, actuales, que siempre andan buscándoles los pies al gato; revistas en las que todo tiene un doble sentido, una mala idea y una innoble intención… ¡Usted es un estereotipo! Hala.

El antipático señor quería decir algo, pero Tono entonces se puso a saltar y él no pudo ya hacer otra cosa más que agarrarse al bolsillo para no caerse. Así que no le quedó más remedio que seguir escuchando la reprensión de Mihura.

—¿De verdad quiere usted saber quién es don Jerónimo? Don Jerónimo es usted. Sí, porque La Codorniz, como los buenos libros, leerá a sus lectores, de forma que será como un espejo donde cada cual se refleje para ver con claridad su interior. El bueno y el limpio al leer La Codorniz no podrán sino ver bondad y limpieza. Pero el malo y el sucio nunca verán otra cosa que maldad y suciedad. Para mí, que soy el padre de La Codorniz, y para Tono, que es el padre de don Jerónimo, don Jerónimo representa lo mejor de nosotros mismos. Don Jerónimo es el humor, caballero, lo más limpio de intenciones, como escribió nuestro querido padre y maestro mágico Ramón en su libro Ismos. El humor es un capricho, un lujo, una pluma de perdiz que se pone uno en el sombrero; un modo de pasar el tiempo. El humor verdadero no se propone enseñar o corregir, porque no es ésta su misión. Lo único que pretende el humor es que, por un instante, nos salgamos de nosotros mismos, nos marchemos de puntillas a unos veinte metros y demos una vuelta a nuestro alrededor contemplándonos por un lado y por otro, por detrás y por delante, como ante los tres espejos de una sastrería, y descubramos nuevos rasgos y perfiles que no nos conocíamos. El humor es verle la trampa a todo, darse cuenta de por dónde cojean las cosas; comprender que todo tiene un revés, que todas las cosas pueden ser de otra manera, sin querer por ello que dejen de ser tal como son, porque esto es pecado y pedantería. El humorismo es el juego más inofensivo, lo mejor para pasar las tardes. Es como un sueño inverosímil que al fin se ve realizado…

En ese momento llegó un posible lector, dijo: «¡Ay qué risa, tía Felisa!», y se puso a ojear la revista. Muy contentos con la posibilidad de que la comprara, Mihura y Tono, que estaban muy cansados de limpiar la portada y, sobre todo, estaban muy cansados de aguantar al antipático señor, le dieron un beso a la señora del sombrero, le dieron un beso al señor del bastón, le dieron un beso a los niños de un solo ojo, le dieron un beso a los pajarillos, al árbol, al banquito, al sol, al repartidor de la mantequilla de Nueva Zelanda y se fueron a celebrar el nacimiento de La Codorniz montados en el bonito caballo blanco dibujado por Mihura. El antipático señor, que de pronto se sintió muy cómodo en el confortable bolsillo de Tono, se arrellanó en él para pensar en todas las cosas que le había dicho Mihura. Y, de pronto, sin saber por qué, una tímida sonrisilla, quizá por primera vez en su vida, asomó a su boca. Entonces, cuando los tres salieron de la portada, la señora dibujada por Tono, muy ufana, con maneras de primera actriz, para atraer la atención del ojeador de la revista comenzó su discurso:

—¡Caramba, don Jerónimo! Está usted muy cambiado…

Agradecimiento: 

A Fernando García Garreta, coleccionista especializado en las revistas de humor del siglo XX y fundador del Museo de Humor de Beas de Segura, por mostrarme el "incunable" número 1 de La Codorniz.

TEBEOAFINES
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Creación de la ficha (2021): Manuel Barrero
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
LOMBILLA (2021): "Homenaje a La Codorniz en el octogésimo aniversario de su nacimiento", en Tebeosfera, tercera época, 16 (7-VI-2021). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/homenaje_a_la_codorniz_en_el_octogesimo_aniversario_de_su_nacimiento.html