FIERRO: EL REGRESO
1. EL MITO
Los argentinos, o en realidad, los idiotas, así, en general, sin distinción de razas ni nacionalidades, tenemos una bochornosa tendencia a la memoria selectiva. Recordamos pedacitos de realidades, detalles, momentos aislados y nos convencemos de estar recordándolo todo. Vivimos autoengañados en una especie de sinécdoque histórica, donde 15 minutos son una semana y una semana es un año.
Eso explica el mito de Fierro. Durante los 14 años en los que Fierro no salió (1992-2006) y no teníamos más remedio que recordar los tiempos en los que sí salía (1984-1992), construimos un mito en base a nuestra infalible memoria selectiva. Fierro era… los 25 ó 30 primeros números de Fierro, esa etapa mítica y maravillosa, en la que muchísimos factores (muy complejos como para analizarlos de modo pormenorizado en este artículo) se conjugaron y nos regalaron a los lectores algo más de dos años de una revista casi perfecta. Y eso es lo que elegimos recordar cuando se terminó Fierro. Todo lo que vino después, esa Fierroerrática y mutante, esa Fierro que se vuelca hacia la experimentación con resultados a veces grandiosos y a veces estrepitosos, esa Fierro que coquetea con el under, esa Fierro que alrededor del n°70 encuentra otra fórmula viable, pero que alrededor del n°90 se vuelve a empantanar, esa Fierro que llega al n°100 poco menos que arrastrándose y pidiéndole la hora al réferi, no figura en ningún sitio. No es lo que nos gusta, no es lo que nos enorgullece y, por lo tanto, no es lo que elegimos recordar.
Lo cual es, además de muy injusto, muy peligroso. Injusto, porque eso sucedió: los n°s 30 al 100 de Fierro se publicaron, existen, yo juro haberlos leído y hasta tenerlos en mi casa. Y tienen muchas historietas excelentes, y muchas apenas dignas y muchas que le habrían hecho un favor al Noveno Arte de haber permanecido inéditas.
Y peligroso, porque ahora que Fierro regresó (como complemento del diario Página/12, a partir de Noviembre de 2006) le exigimos que compita no con la Fierro de 1992 -que sería su antecedente más inmediato- y ni siquiera con el promedio de los 100 números de la etapa clásica. Le exigimos que compita con el Mito, con la Fierro que permaneció en el recuerdo de los fans, inmaculada e inalcanzable, eternamente sentada en el trono de Lo Mejor que le Sucedió a la Historieta Argentina de Oesterheld en Adelante.
¿Cómo se explica este afán por parte de los lectores de medir a esta nueva Fierro con la mítica Fierro del ’84-86? No se explica. O por lo menos yo no tengo idea de cómo explicarlo. Tal vez el hecho de que tanto la Fierro Mítica como la Fierro actual tengan a Juan Sasturain como cabeza visible estimule en cierta forma la odiosa comparación. Pero es un Sasturain distinto, con otra agenda, otros intereses, otro equipo que lo respalda y, por supuesto, un par de décadas más de experiencia acumulada. La propuesta es claramente otra, la coyuntura también y si hay algo que se mantiene constante será en todo caso el compromiso de Sasturain con la historieta argentina de calidad.
2. EL ÉXITO
Pero hay algo incluso más inexplicable que el incesante contraste entre esta versión de Fierro y la que publicaba Ediciones de la Urraca: el éxito. Créase o no, la etapa actual de Fierro es un suceso editorial, con ventas que superan los 15.000 ejemplares mensuales. El n°1 tuvo varias reediciones y los espacios de publicidad en la revista son sumamente costosos. Esto es poco menos que un milagro.
Que Fierro encontrara un lugar en el mercado editorial de 1984 era… casi una obviedad. Era la época de las grandes antologías de historietas para adultos y ya llevábamos un par de años de invasión del kiosco argentino por parte de revistas muy similares, como Zona 84, Cimoc, Totem, El Víbora, o Metal Hurlant. Era un producto nuevo, es cierto, pero que a muchos ya nos resultaba familiar (de hecho, ya habíamos leído todas las historietas de Pratt, Moebius, Muñoz y Altuna en estas revistas importadas). Las posibilidades de un fracaso eran exiguas y lo peor que podía llegar a suceder era que Fierro tuviera que morigerar un poquito su propuesta para ir a buscar lectores a las prósperas llanuras de Editorial Columba, o de la revista Skorpio.
Ahora bien, que Fierro lograra el impacto que logró en el mercado editorial de 2006, en un país que llevaba diez años sin antologías de historieta de ningún tipo (exceptuando alguna efímera revista dedicada al porno), en un país donde la historieta para adultos llevaba más de diez años refugiada en el under, donde la industria editorial recién llevaba un par de años de recuperación tras la crisis más devastadora de nuestra historia, eso sí que no se lo esperaba nadie. Sinceramente, apostar por un revival de Fierro en esta coyuntura requería de un coraje digno de las grandes epopeyas.
No son pocas las reuniones de colegas del medio en las que se barajan proyectos de nuevas antologías para adultos que puedan darle cabida a las decenas de excelentes profesionales argentinos que aún no encontraron su lugar en las páginas de Fierro. En todas se repite la misma pregunta: “¿Cómo sostiene Fierro ese nivel de ventas número tras número?”. Yo soy de los que creen que no se le puede buscar una explicación racional a un fenómeno mágico. Hoy, Fierro es una especie de menhir que flota a dos metros del piso. Un monolito cuasi-sagrado, sobreviviente de una época pretérita, cuya prosperidad desafía todas las leyes de la física y la lógica. Habría que realizar una pesquisa en los bolsillos de Sasturain. Tal vez tenga escondida una gema ancestral, réplica exacta y fulgurante de aquella que labraran a fuego y metal los Humanoides Asociados allá por 1975.
3. LA FÓRMULA
Pero ahora hagamos de cuenta que Fierro no es un mito, ni un espejismo, ni un milagro, sino eso que no existe más en ningún lugar del mundo: una antología de historietas para adultos. Si la analizamos desde esa óptica, ¿qué se ve?
Lo primero que llama la atención es la extensión. La mayoría de estas revistas tenían (cuando existían, claro) no menos de 80 páginas. Fierro tiene apenas 64 y ese dato es fundamental. En primer lugar, porque esa cantidad de páginas no deja espacio para las secciones de texto, un rasgo importante en muchas antologías de los ’80 y fundamental en la Fierro clásica. En segundo lugar, porque requiere de una gran cantidad de historietas cortas, de no más de 6 páginas, un formato en el que trabajan (y se sienten cómodos) muy pocos de los autores consagrados, habituados al álbum de 46 páginas para Francia, el comic-book de 22 páginas para EEUU, o los episodios de 14 páginas para los contenittore italianos. La historia corta es un formato en el que se los ve mucho más sueltos a los autores que vienen de los fanzines, o de lo que en la etapa anterior de Fierro se conocía como el Subtemento Oxido. En tercer lugar, las 64 páginas fuerzan a una rotación permanente de colaboradores. Con la excepción de aquellos cuyas obras se serializan mediante el “continuará” (no suele haber más de dos historietas con “continuará” en cada número), todos los demás autores aparecen a lo sumo cada dos meses y a veces el paréntesis entre una y otra colaboración puede ser aún más extenso.
O sea que tenemos literales decenas de historietistas para cubrir apenas 64 páginas de historieta por mes, muchas historietas autoconclusivas y breves, y apenas un puñado de series, fragmentadas por episodios cerrados o por el –a mi juicio perimido- recurso del “continuará”. Ah, y espacios exiguos y marginales (el dorso de un póster, por ejemplo) para los textos. Con este esquema táctico, Fierro sale a la cancha el segundo sábado de cada mes. Pero, ¿y los jugadores?
4. EL ELENCO
Los jugadores están divididos, a grosso modo, en tres grupos, a saber:
El Grupo Histórico. Está integrado en su mayoría por autores de 45 años o más, que prácticamente se esfumaron de la faz de la Tierra (o por lo menos, de la percepción de los lectores de historietas) en el preciso instante en que Fierro dejó de publicarse en 1992 y desde entonces, fueron poquísimas las ocasiones en que vimos historietas suyas. A este grupo pertenecen Carlos Nine, Muñoz y Sampayo, Horacio Altuna, Juan Giménez, Tati, el Marinero Turco, Patricia Breccia, El Tomi, Max Cachimba (único miembro de este grupo menor de 40 años), Marcelo Birmajer, María Alcobre, Chichoni, Alfredo Flores y Juan Carlos Quattordio. Los lectores más jóvenes suelen tener serios problemas para identificarse con varios de estos autores, a los que señalan despectivamente como “los amigos de Sasturain”.
El Grupo Moderno. Está integrado en su mayoría por autores menores de 40 años, que dieron sus primeros pasos en el mundo de la historieta después del cierre de Fierro, y que lograron abrirse camino y labrarse una cierta reputación en los difíciles años ’90 y principios de esta década. A este grupo pertenecen Gustavo Sala, Liniers, Lucas Varela, Pablo Túnica, Lucas Nine, Juan Sáenz Valiente, Diego Parés, Juan Bobillo, Jok, Salvador Sanz, Diego Agrimbau, Fernando Calvi, Ignacio Minaverry y Cristian Mallea, entre otros.
Un tercer grupo, mucho menos numeroso, se podría formar con aquellos autores que, luego del fin de la etapa clásica de Fierro, lograron mantener una cierta presencia en el mercado editorial argentino, ya sea en otras antologías tradicionales (Skorpio, Puertitas), en los diarios, o en proyectos más pequeños, o más basados en la autogestión. A este mini-grupo pertenecen Carlos Trillo, Enrique Breccia, Cacho Mandrafina, Rep, Esteban Podetti, Pablo Fayó y El Niño Rodríguez. Cabe aclarar que los cuatro primeros se habían alejado de la primera versión de Fierro mucho antes de que ésta llegara a su fin.
Afuera de esta división quedan tres autores de extensa trayectoria, pero que nunca habían formado parte del staff de Fierro: Oscar Zárate, Oscar Grillo y Copi, fallecido hace ya 20 años.
De esta radiografía (muy escueta, por cierto) se pueden extraer algunos datos interesantes. Uno, la fidelidad de Sasturain y de una porción del público para con los autores que hicieron grande a la Fierro de los ’80. Dos, el criterio amplísimo a la hora de convocar a nuevos autores. Tres, la decisión de no intentar imponer a autores de cero trayectoria previa (como se hiciera en los ’80 con De Santis y Cachimba), sino de hurgar entre todos esos proyectos más o menos marginales surgidos de 1994 en adelante (El Lápiz Japonés, La Productora, Catzole, la sección de historietas de la revista teórica Comiqueando, Suélteme, etc., etc. para rescatar de ahí a autores ya fogueados y capaces de rendir en un contexto de alto perfil.
Datos todos estos que no servirían para absolutamente nada si a la hora de decidir la inclusión o no de tal o cual historieta o de tal o cual autor, se descuidara lo más importante, que sigue siendo aún hoy la calidad de las propias historietas.
5. EL ESTILO
El regreso de Fierro, de nuevo con Sasturain como director y con una larga lista de autores de la etapa clásica recuperados para esta nueva versión sugieren, por lo menos a primera vista, una especie de continuidad con la Fierro de Ediciones de la Urraca. tr.viplviv.com Pero ¿esto es así?
Varios de los elementos ya enumerados me llevan a afirmar que no, que estamos ante un producto distinto, que conserva apenas el nombre y un cierto espíritu, pero que no se plantea en absoluto clonar a la etapa anterior.
Mencionamos las historias más breves, la escasez de series extensas con “continuará”, la desaparición de las secciones de texto, la decisión de no imponer a autores 100% nuevos… Listamos también a decenas de dibujantes y guionistas surgidos después del cierre de la etapa anterior y vimos cómo entre todos esos autores no hay ninguno extranjero, mientras que en la versión clásica abundaban (o por lo menos no escaseaban) los Moebius, Manara, Pratt, Serpieri, Altan, Torres, Crumb y un extenso etcétera.
Y el último viraje importante que me parece que cabe destacar es el del subtítulo. De “Historietas para Sobrevivientes” (los españoles identificaréis esa frase con El Víbora, pero aquí la impuso Fierro), pasamos a un sencillo y a la vez categórico “La Historieta Argentina”, un subtítulo en el que me permito leer la consigna clarísima de ofrecer –dentro de lo que es la producción local- un abanico lo más amplio posible de estéticas y temáticas, mucho más abarcativo que el de los ’80, que giraba excesivamente en torno a la ciencia-ficción, un género casi totalmente ausente del cóctel temático de la Fierro actual.
Sin un énfasis excesivo en “lo argentino”, ni una sobredosis de historietas centradas en la historia o en la realidad actual de nuestro país, esta versión de Fierro destila argentinidad por todas partes, tal vez porque –a diferencia de las antologías para adultos de los ’80- no son muchas las historietas pensadas para ser colocadas en el mercado europeo, sino que en un amplio porcentaje se trata de trabajos gestados ad hoc, con el lector de Fierro como primer y principal destinatario.
Y aquí estamos, sobreviviendo una vez más. En 1984 veníamos del horror de la dictadura y en 2006 salíamos de la hecatombe económica más funesta de nuestra historia. En ambos casos, a la salida del túnel, nos estaba esperando una revista de historietas osada, moderna, compleja y vital, que en los ’80 era moda, en los ’90 fue mito, y hoy es un éxito inexplicable, pero no por eso menos real. Uno de esos raros lujos que nos damos los argentinos…
Andrés Accorsi