Conocí a Fernando Fernández hará unos veinte años, un tiempo que según como se mire no es nada o es mucho. Fue a través de las ondas, en un programa de radio que se llamaba Tebeos, Comics y otras Historietas con el que me estrené en escribir y hablar en medios periodísticos sobre las cosas del mundo de las viñetas. Ocurrió en una de las primeras emisiones, cuando exhibíamos más voluntarismo y cariño por la historieta que oficio, cuando él, reconocido como profesional pero desconocido en lo personal, nos llamó para animarnos en nuestra labor. Ese pequeño pero significativo gesto y posteriores contactos nos descubrieron a un oyente tan comprensivo como reflexivo, como manifestaría después en su columna de opinión de la revista Zona 84, además de un autor comprometido con su trabajo y al mismo tiempo distanciado de los oropeles con los que muchos buscaban adornarse al calor del que luego fue fallido "boom" del cómic. Y no es ninguna fruslería esto último, porque denotaba una característica clave de su trabajo como creador: la autoexigencia. Una actitud surgida de la unión de la sensatez con el interés por el aprendizaje de la comunicación gráfica y que se complementaba con el disfrute como creador del placer de dibujar, de componer imágenes, de transmitir sensaciones visuales.
Página con la característica composición de Fernando
La fragilidad del montaje aquel que vivimos en los inicios de los ochenta, más comercial que industrial y desprovisto de los cimientos de una sólida cultura popular y de una educación visual, provocó más tarde su hundimiento y con él perdimos muchos autores, entre ellos a Fernando. Parece que ahora, aunque seguimos sin tener capacidad de desarrollar una producción propia, por lo menos sí podemos recuperar a una parte importante de aquellos creadores y sus obras. Algo es algo, aunque sólo sirva para recuperar una parte de aquel entusiasmo y para recomponer la historia de este medio tan olvidadizo tanto de sus errores como de sus virtudes y tan dado a levantar modas como a sustituirlas sin realizar la criba entre lo que puede perdurar y lo que es accesorio en ellas. Reeditar Drácula contribuye, por otra parte, sin duda, a evidenciar el sentido de la pluralidad del medio y alejar esa empobrecedora tesis de que la historieta es cine con medios muy baratos. Y debe valer también para recordar el aporte que con las narraciones cortas publicadas para la editorial norteamericana Warren, Zora y los Hibernautas, La Leyenda de las Cuatro Sombras, El Hombre de Cuba y este Drácula, entre otras obras, Fernando Fernández realizó a la historieta española: una forma de concebir la expresión gráfica que asumía mucho de lo aportado en ese terreno en los años sesenta y que debe formar parte del acervo del medio.
La escena cumbre del vampirismo
En el conjunto de la creación historietística de Fernando, la ilustración y la pintura tienen un gran peso específico, que se evidencia en la importancia y en el acierto dados al encuadre, a la composición de las viñetas, al estudio de los volúmenes y al equilibrio gráfico que tienen especialmente las páginas que son concebidas como una unidad plástica, lo que hace que sus originales se conviertan en un espectáculo para la vista. Aunque su fama se asocie más a las obras en color, en el blanco y negro su trazo elegante, seguro, no se pierde en la viñeta, sabe hasta dónde debe ir, qué espacio debe delimitar y cuál abrir, de la misma forma que la mancha ocupa su espacio narrativo con la fuerza, delicadeza y precisión que exige el mensaje a transmitir. Porque en Fernando el grafismo, aun el más barroco, no es gratuito, no es pura exhibición de recursos o trucos gráficos, es un signo utilizado para comunicar una sensación, una emoción o un sentimiento recreado. Así, en esta versión del Drácula de Bram Stoker se puede admirar el trabajo del óleo del pintor que dibuja, que impacta con el uso de los colores; pero esa maestría no sería más que un ejercicio de estilo más o menos remarcable y perdurable si no fuera, como así es, el vehículo para trasmitir con suficiente intensidad la carga de romanticismo que para el autor contienen tanto la figura y la relación de los protagonistas como el interior dramático de la narración.