ESPARTACO
UN FANTASMA RECORRE EL MUNDO
«Vivimos en un siglo de revoluciones abortadas.»
Arthur Koestler, Espartaco: la rebelión de los gladiadores.
«Cuando un hombre libre muere, pierde el placer de vivir; el esclavo, el sufrimiento. La muerte es la única liberación para el esclavo. Por eso no la teme. Por eso, venceremos.»
Espartaco (Kirk Douglas), en Espartaco (Stanley Kubrick, 1960).
«¡No voy en busca de gloria! Voy en busca de Espartaco y estoy decidido a capturarle. Sin embargo, esta campaña no es sólo para acabar con Espartaco, sino también con la leyenda de Espartaco».
Craso (Laurence Olivier) en Espartaco (Stanley Kubrick, 1960).
«Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo.»
Karl Marx y Friedrich Engels.
Karl Marx. |
¿Espartaco comunista? Será lo primero que se pregunte quien se asome a este número de Tebeosfera dedicado a la revolución rusa de 1917. Por supuesto que no, pero, ¿cómo ha sido visto Espartaco por los comunistas? ¿Por qué la izquierda del siglo XX hizo de Espartaco un símbolo precursor de sus causas? ¿Existe alguna analogía entre el éxito televisivo Espartaco y el movimiento Occupy Wall Street? ¿Qué tiene que ver Espartaco con nosotros, y cómo fue visto en tebeos de distintas nacionalidades? Karl Marx lo evocaba como «el mejor compañero que la antigüedad podía ofrecer (...): gran general, carácter noble, verdadero representante del antiguo proletariado».[1] Espartaco había sido un referente para los ideólogos del comunismo, representaba al luchador de una causa legítima sin poder para sustentarla. El novelista Arthur Koestler, de quien hablaremos más adelante, lo explicita claramente en sus memorias: «El Partido Comunista alemán había surgido de un grupo revolucionario llamado Spartakus-Bund, la Liga Espartaquista, fundado en 1917 por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, de modo que el nombre de Espartaco era una palabra familiar entre los comunistas» (2011: 504). Sin embargo, el mismo Koestler no sabía muy bien quién había sido aquel Espartaco tan renombrado y tuvo que escribir una novela para averiguarlo. Hasta entonces, había sido una especie de fantasma. Todavía lo es para nosotros.
De forma semejante, emprenderemos un repaso por lo que sabemos del Espartaco histórico atendiendo a las fuentes antiguas.
1. El Espartaco histórico
Roma en el siglo II. Al fondo el Colisseum y abajo el Circo Maximo. |
La revolución espartaquista no fue la única revuelta servil de la historia de Roma, pero sí la más importante y la que más resonancias dejó para la historia de la humanidad. Procedemos a sintetizar por motivos de espacio.[2] Aclaración importante: todas las fechas son antes de Cristo:
1) En Setia, en el año 199, los cartagineses supervivientes del ejército de Aníbal y sus esclavos fueron vendidos como parte del botín. Los cabecillas urdieron un plan para escapar y convencieron a sus esclavos para que les ayudasen a cambio de la libertad. El plan era lanzarse contra el pueblo por sorpresa durante un combate de gladiadores, pero dos esclavos revelaron el plan al pretor de Roma que se dirigió a Setia con dos mil hombres. Si bien todos los rebeldes fueron ajusticiados, antes causaron terror en la región, y los dos esclavos delatores obtuvieron la libertad y una recompensa. Ésta fue la primera revuelta servil, a la que siguieron en orden cronológico la de 196 en Etruria y la de 186 en Apulia[3].
2) Las dos guerras sicilianas: la revuelta de Euno entre 135 y 132, y la segunda revuelta siciliana de 104. Según el historiador español José Manuel Roldán, la revuelta fue causada por la existencia de un tipo de economía agrícola basado en el latifundio explotado por una numerosa mano de obra servil sobreexplotada y vejada hasta límites insufribles incluso para un grado de esclavitud (Roldán, op.cit. 388).
Conocemos la revuelta de Euno principalmente por Diodoro tomando sus datos de Posidonio, pero también podemos mencionar el clásico Historia romana, de Apiano, y el importante libro de Wiedemann[4]. La exposición de la vida de Euno está llena de elementos novelescos: Euno era el esclavo favorito de un tal Antígenes, un hombre de crueldad desmedida. Este Euno pretendía tener poderes paranormales que, al predecir a los esclavos el triunfo de su causa, le condujeron a convertirse en su líder[5]. Además de esto, Euno describía sueños en los que hablaba con los dioses, e incluso escupía fuego por la boca por medio de un truco escénico atestiguado por Floro (siglo II d.C.)[6]. Tras la revuelta servil, con todos sus excesos revanchistas sin faltar ni uno, Euno se convirtió en rey de la turba y ésta aumentó con la anexión de otros esclavos de la isla y bandidos de toda clase. Como efecto imitativo, surgieron revueltas de menor importancia en Italia y Grecia a las que se unieron no pocos representantes del pueblo llano y libre resentido contra los terratenientes.
Pollice Verso por Jean-Leon Gerome. |
Euno se rebautizó Antíoco, introdujo los principios y símbolos de la monarquía helenística, elevó a su mujer a la categoría de reina, aumentó su ejército a veinte mil hombres y pretendió crear un reino independiente en Sicilia. Este aspecto de la naturaleza política de Euno, así como de sus ambiciones quiméricas, resulta importante. Al final el gobernador romano Publio Rupilio sitió a los esclavos en la ciudad de Tauromentio en 132, y éstos sucumbieron al hambre hasta el punto de llegar al canibalismo. Huido de Tauromentio, Euno se refugió en una cueva hasta que los hombres de Rupilio le hallaron y fue encerrado en una mazmorra de Murgantia, donde enloqueció y murió devorado por gusanos. Roldán (op.cit., pp. 389-390) llega a tres conclusiones sobre las causas del fracaso de la revuelta servil de Euno y, en cierto modo, de todas las demás: a) Las revueltas serviles tuvieron una penosa carencia de ideología propia; b) en ningún momento pasó por la cabeza de los rebeldes subvertir la realidad ni la abolición de la esclavitud más allá de la propia; c) carecían de un modelo propio de organización, por lo que se acabó por recurrir a la que ofrecía la monarquía helenística, con todos sus vicios.
3) En cuanto a la revuelta servil de 104, fue tan importante como la de Euno, aunque menos pintoresca: no había ningún mago que expulsara fuego por la boca, pero sí miles de esclavos que saquearon, violaron, mataron y coronaron a falsos reyes.
Es, pues, tiempo de que nos concentremos en el legendario Espartaco y, con él, en la última de las revueltas serviles representativas y la más importante. Un resumen de los acontecimientos de la revuelta espartaquista sería éste:
Fuga de Espartaco por Luis Pogliagli. Bajo estas líneas: muerte de Espartaco, por Hermann Vogel. | |||
1) En el verano del 73, los gladiadores del ludus o escuela de Léntulo Batiato en Capua se rebelaron contra su amo por causa de los malos tratos que recibían[7].
2) Si bien en circunstancias normales los gladiadores sólo se hubieran rebelado y matado a Batiato, Espartaco debió de ser un hombre lleno de energía y astucia, carisma en definitiva, pero no una mente brillante. Sin negarle inteligencia a Espartaco, bien es verdad que los historiadores le niegan al personaje cualidades de ideólogo. Sin embargo, en Plutarco hallamos rasgos de mago: «Antes de que lo vendieran como esclavo dormía con serpientes enrolladas alrededor del cuello; que la esclava a quien llama su esposa es una especie de profetisa que entra en trance y habla con Baco»[8]. Queda asentado claramente por el propio Plutarco el paralelismo entre Espartaco y Euno.
3) La revuelta comenzó sólo con setenta hombres porque uno de ellos cometió traición y reveló el plan, pero al salir de la ciudad toparon con un carro que se dirigía a la escuela de Batiato con armas y lo asaltaron. También esto lo leemos en Plutarco, aunque el griego afirma que los carros con armas se dirigían a otra ciudad. En ambos casos se dice que los gladiadores abandonaron la escuela apenas armados con instrumentos de cocina.
4) Tras la debacle del ejército enviado por Roma al mando de Claudio Glaber, los espartaquistas ascienden ya en número a siete mil, una horda conformada por esclavos y ciudadanos pobres. También estos datos se hallan en Plutarco, que además desarrolla el fracaso del pretor Clodio al enfrentarse al ejército comandado por el tracio.
5) Los dos lugartenientes de Espartaco cuyo nombre ha conservado la historia eran Crixo y Enomao, con quienes riñó y se repartió el poder de acuerdo con los testimonios, y que son mencionados en varias fuentes[9].
6) En la primera etapa de la rebelión de los esclavos, Espartaco y sus hombres se refugiaron durante un tiempo «en la parte superior de las faldas del Vesubio», según lo transmitido por las fuentes[10].
Para ese momento, la sublevación de Espartaco estaba en boca de todos. En el Foro se contaban historias aterradoras: que el sur de Italia sufre bajo la sombra de Espartaco; que ha instalado su refugio de invierno en las montañas de Turio, después de aterrorizar durante todo el verano a la población del este del Vesubio; que ha destruido cultivos y quemado villas y casas de labor. Se habla de pueblos enteros cuyos ciudadanos fueron derrotados y quemados vivos por esclavos que luego se comían la carne de sus antiguos amos. En Lucania, cuando Espartaco intentaba llegar a Turio, pasaron a cuchillo a una familia noble y a todos sus invitados. Violaron a las mujeres y decapitaron a los hombres delante de sus hijos. El terror inunda Roma: al ponerse el sol los romanos rechazaban las invitaciones a los banquetes y vaciaban las calles. Echaban la llave a la puerta de la alcoba para impedir la entrada incluso de sus esclavos más fieles y sufrían pesadillas que los despertaban empapados en sudor. El caos había vuelto a desatarse en el mundo romano y esta vez llevaba el nombre de Espartaco.
7) Estas acciones no tuvieron una respuesta a la altura por parte del ejército romano. Espartaco parecía invencible. Sus seguidores vencían a todas las tropas enviadas en su contra e incluso humillaron a dos cónsules romanos obligándoles a huir, Gelio y Létulo, que también fueron derrotados amargamente por Espartaco como antes lo habían sido los pretores Claudio, Varinio y Cosinio en acciones bien documentadas por Plutarco en su Vida de Craso, que también recuerda que el Senado dudó sobre cuál sería la próxima acción, la cual debía ser triunfal, y las legiones confiadas a alguien con experiencia y talento. Es aquí donde surge la confrontación entre los dos grandes generales del momento, Craso y Pompeyo, que se volverían enemigos mortales,
8) Al final Craso llega a la región de la Crátera para reclutar soldados, muchos de ellos veteranos que estuvieron a sus órdenes en las guerras civiles, y espera que el Senado le permita enfrentarse al tracio con su propio ejército, a pesar de que tal poder sólo es atribuible a cónsules y pretores, pero éstos ya han fracasado en el intento. Craso fue nombrado comandante para mantener a Espartaco ocupado mientras enviaban órdenes a Pompeyo de regresar de Hispania con sus legiones veteranas. Espartaco pretendía llegar a través de Lucania hasta el mar y, una vez allí, por medio de unos barcos piratas que tenía apalabrados, alcanzar Sicilia y llegar con su ejército hasta algún lugar de Asia Menor. Sin embargo, también Plutarco cuenta que los piratas se echaron atrás. Finalmente, entre la espada de Craso y la pared de Pompeyo, Espartaco muere en combate, aunque será Pompeyo quien se lleve la gloria[11] por haber masacrado al último batallón de esclavos supervivientes —cerca de cinco mil—. Pompeyo comentó jactancioso: «Craso ha vencido el mal; yo lo he arrancado de raíz»[12].
Los seis mil espartaquistas crucificados a lo largo de la Vía Apia representan una de las imágenes del mundo antiguo que de forma más indeleble han quedado grabadas en la memoria de quienes han leído sobre ello o, más aún, la han visto recreada en el romántico final de la película de Kubrick. No es una bella estampa, pero su efectividad invita a que los novelistas y creadores de arte recurran a su evocación.
Como conclusión debemos dejar bien claro que algunos autores modernos, a pesar de sentir cierta comprensible admiración por el tracio, no ofrecen en sus novelas una imagen idealizada del mismo, ya demasiado mediatizada por autores como Arthur Koestler, Howard Fast, o Dalton Trumbo, que siembran en las mentes la semilla de un Espartaco idealista, pionero de todas las revueltas armadas que buscan el cambio social; otros autores, sin embargo, ven al personaje de manera más realista, y creen que la fascinación romántica y novelizada del tracio hoy sería poco creíble. Antes bien, queda en evidencia que ni la revuelta espartaquista encajó nunca con el deseo consciente de una revolución social, ni el fenómeno desproporcionado de su ingente ejército hizo posible una mejor organización del mismo, por no hablar de la mala comunicación y pésima cohesión que las fuentes parecen mostrarnos entre Espartaco y sus dos lugartenientes, Crixus y Enomao. Tarde o temprano, y aquí es donde más énfasis ponen los novelistas, tenía que acabar siendo presa de ávidos buitres como Craso o Pompeyo que esperaban ese momento de debacle para medrar en sus intereses personales por obtener el poder absoluto en Roma.
En definitiva, la revuelta de Espartaco se dio en un contexto agrícola donde la explotación de esclavos hasta límites inhumanos fue la yesca que pudo encender este fuego de incalculables proporciones. Encontró en Espartaco un insólito cabecilla con dotes de general y dos lugartenientes carismáticos y eficaces, pero duros de carácter y de lealtad esquiva, Crixus y Enomaos. Aunque aquellos esclavos explotados no quisieran más que librarse de sus amos, en vez de librarse del esclavismo, es cierto que aquel sistema de producción agrícola por esclavos acabó siendo reemplazado con el tiempo por el arriendo de parcelas a trabajadores libres o colonos, el llamado colonato, que diluyó en parte el riesgo de nuevas revueltas masivas y, en líneas generales, se convirtió en el modelo agrario latifundista de los siguientes siglos (Roldán, Blázquez, Del Castillo, 1995: 316-319).
2. Espartaco, de la literatura al cine
Espartaco por Foyatier. |
Espartaco es la obra más famosa del escultor y pintor francés Denis Foyatier (1793-1863). Esculpida en la romana Villa Medici en 1830, desde 1877 se levanta en el museo parisino del Louvre. Esta magnífica estatua de mármol, un verdadero prodigio de fuerza y contención a partes iguales, llama hoy nuestra atención porque tiene un sorprendente parecido con el actor Kirk Douglas, quien no nacería hasta 1916 en Ámsterdam, Nueva York, e interpretó a este personaje en 1960; esa misma escultura la vemos en los créditos inciales del film. No cabe duda de que Espartaco, como antes el pintor Vincent Van Gogh,[13] despertó el interés de Kirk Douglas al hallar en él una cierta semejanza física que incentivaba el narcisismo del propio actor. En ambos casos la semejanza fue más allá de lo físico: el intérprete se identificó con aquellas personalidades aguerridas y Douglas consiguió importantes y laureadas interpretaciones que todavía nos conmueven.
La historia de Espartaco, como la caída de Troya, el peregrinar de Ulises o la debacle de Pompeya, es una de las historias que cada cierto tiempo deben volver a ser contadas. Cada generación exige su Ilíada, su Odisea, su Pompeya y su Espartaco. Esto quiere decir que encierran algo de grandioso y de eterno que va más allá de modas o reverencias históricas. Hemos perdido la primera versión fílmica de la vida de Espartaco, de 1909; la segunda llegó en 1913, dirigida por Giovanni Enrico Vidali y protagonizada por Mario Guaita Ausonia; aunque incompleta, es un film de gladiadores que contiene una buena escena de combate con un león en el Circo Máximo.[14] La tercera, de 1914, interpretada por Anthony Novelli, tampoco sobrevivió. Estas tres versiones italianas de la edad silente se encuentran ligeramente basadas en el celebrado novelón Spartaco de Raffaello Giovagnoli, publicado en 1874, que resucitó para la modernidad al gladiador tracio. Otras versiones fílmicas fueron Spartaco (Riccardo Freda, 1953) (distribuida en inglés como Sins of Rome, disponible en YouTube) y el péplum The Slave (Sergio Corbucci, 1962), protagonizado por el hercúleo Steve Reeves y también distribuida como The Son of Spartacus; retoma la leyenda espartaquista donde la dejaron Kubrick y Douglas: en la semilla libertaria que supone la existencia de un supuesto hijo de Espartaco (Solomon, 2001: 56). Como vemos, salvo el hiato entre 1914 y 1953 (que dejó un hueco generacional en los años 30), Espartaco ha estado presente en el cine y la televisión durante casi todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI.
Portada del libro Espartaco de Giovagnoli. En el centro: retrato de giovanoli en uno de sus libros. A la derecha: el Espartaco de Ricardo Fredda. |
Si estos Espartacos de péplum estaban influidos por la visión romántica tardía de la novela de Giovagnoli, tanto el gran Espartaco de Stanley Kubrick como la serie de televisión producida por la cadena Starz en 2011 se hallan influidos por dos novelas que vendrán a llenar el hueco generacional dejado por el cine entre los años 30 y 50. Me refiero, por un lado, a la novela de Arthur Koestler (1905-1983) Espartaco, la rebelión de los gladiadores y a la mítica Espartaco de Howard Fast, autores de izquierdas vinculados con el comunismo idealista que luego renegaron del comunismo real. Aunque Espartaco no podía ser considerado como un antecedente del comunismo, sí lo fue de todos aquellos que luchaban por su libertad, y muchos comunistas quisieron verlo como luchador del proletariado, desde el propio Karl Marx.
Arthur Koestler, intelectual judío de origen húngaro y nacionalizado británico, acabó de redactar Los gladiadores en 1938, después de haber tenido una vida andariega más propia de una novela de aventuras. Convencido de las virtudes de la Unión Soviética, en 1931 se afilió al Partido Comunista Alemán, al cual renunciaría poco antes de concluir aquella novela, después de haber conocido la Unión Soviética de Stalin y, entre otras muchas andanzas, haber sido apresado por el bando franquista en la Guerra Civil española y salvarse del fusilamiento. Quizá su amargura por aquel comunismo romántico que él encarnó más que nadie le empujara a escribir, en las primeras páginas de Los gladiadores: «Vivimos en un siglo de revoluciones abortadas» (1994: 6).
A. Koestler. Debajo: edición de bolsillo de The Gladiators. |
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Escribió su novela sobre Espartaco a partir de las fuentes históricas, como una manera de seguir una senda interior de liberación. Espartaco no le haría precisamente más comunista, sino mucho menos:
Me llevó cuatro años acabar, me embarqué en un monumental trabajo de investigación, me dio una nueva visión de la historia y fue mi primera novela en ser publicada. (...) Así pues, escribir Espartaco, la rebelión de los gladiadores se convirtió en una especie de carrera de obstáculos. Cuando terminé el libro, en el verano de 1938, ya había roto con el partido, y los diálogos políticos de la novela me parecen ahora un cuaderno de bitácora que refleja los progresos de mi peregrinación hacia la libertad interior (2011: 504).
Al año siguiente Koestler publicaría su novela más conocida, El cero y el infinito, obra antisoviética de profunda influencia en Europa. Ejemplifica el desengaño del sueño comunista.
También Howard Fast (1914-2003) era de ascendencia judía (como también lo es Kirk Douglas). Este torrencial novelista y dramaturgo publicó su primera novela, escrita en ratos muertos mientras viajaba por Estados Unidos, a la edad de dieciocho años: Two Valleys (1933). Le seguirían otros títulos que harían de Fast un autor tempranamente consagrado, y además con gancho popular. En 1944 se unió al Partido Comunista de Estados Unidos y por esta razón el Comité de Actividades Anti-americanas lo convocó a declarar para denunciar a sus compañeros. Hollywood se llenó de chivatos, como evocó Orson Welles mejor que nadie y recuerda Douglas en su reciente libro ¡Yo soy Espartaco!: «Unos amigos no delataban a otros para salvar la vida, sino para salvar sus piscinas». Ante su negativa a ejercer de chivato, Fast fue encarcelado en 1950 por desacato al Congreso. Durante los tres meses de cárcel escribió Espartaco, como evoca Kirk Douglas en su citado libro:
Empezó a cumplir condena el 7 de junio de 1950. Era un lugar difícil, pero había biblioteca. Y, según escribió posteriormente en sus memorias, Being Red, Fast la utilizaba: […] “Allí en la cárcel empecé a pensar en Espartaco, el esclavo […] Leía cualquier retazo y hebra de información que encontrara en aquella pequeña biblioteca carcelaria. Leí todo lo que allí había sobre Roma, poquísimo […] Me topé con la historia de Espartaco; y me convencí de que había una forma de contarla que, al menos, se aproximaría a la verdad” (2014: 55).
Howard Fast. Bajo él, portada de la edición paperback de su conocida novela. | ||
Terminado el libro, nadie se atrevió a publicarlo hasta que el propio Fast fundó la editorial Blue Heron Press para que la novela viera la luz. El éxito fulminante hizo vender cuarenta mil copias, que se convertirían en millones tras el periodo de terror impulsado por el deleznable senador McCarthy. Sin embargo, durante años Fast continuó en la lista negra y se vio forzado a publicar novelas bajo seudónimo. Aunque en 1953 fue condecorado con el premio Stalin de la Paz, pronto Howard Fast conoció los horrores del estalinismo y, en un nuevo acto de integridad ideológica que le honra, renunció al Partido Comunista y se distanció por completo de aquella ideología sin renegar a sus ideas libertarias. A pesar de este gesto, Fast duró en la lista negra de la industria editorial durante mucho tiempo más. Diez años después de la publicación de Espartaco, Kirk Douglas tuvo la brillante idea de convertirla en película protagonizada por él.
Issur Danielovitch Demsky, mundialmente conocido como Kirk Douglas, ha tenido una de las vidas más intensas y envidiables que imaginarse puedan. A sus cien años recién cumplidos, Douglas es un mito viviente del cine clásico de Hollywood y uno de sus miembros más representativos como actor y productor. Es, además, autor de varios libros de memorias y reflexiones personales, entre los que destacan El hijo del trapero (The Ragman's Son, 1988) y ¡Yo soy Espartaco! (I Am Spartacus!: Making a Film, Breaking the Blacklist, 2012). Precisamente con este último título sorprendió hace poco al mundo, que lo creía jubilado y quizá un poco gagá. Lo cierto es que con 95 años de edad, Douglas volvió a ver por primera vez en medio siglo su film Espartaco (firmado por Stanley Kubrick) y emprendió un trabajo de investigación en sus archivos personales para reconstruir qué significó para él producir y protagonizar aquella película y qué aportó con la misma a la historia de la industria.
Kirk Douglas, sobre su libro Yo soy Espartaco. | ||
¡Yo soy Espartaco! es casi todo autobombo, pero también resulta un libro muy ameno que se lee con gran gusto, como también me resultó muy placentero hace años El hijo del trapero. Kirk Douglas siempre tuvo como intérprete un nervio y vigor fuera de lo común, un temperamento y un carisma singulares que lo emparentaban con una fuerza de la naturaleza, y mucho de eso tiene precisamente el estilo que usa para evocar acontecimientos y personajes de su vida. En realidad, ¡Yo soy Espartaco! no contiene grandes revelaciones, pero amplía la información contenida en El hijo del trapero sobre esa cinta,[15] y sobre todo, permite a un muy longevo Kirk Douglas arrepentirse de la arrogancia con que trató en ocasiones a Stanley Kubrick, cineasta brillante donde los haya que en Espartaco se limitó, con escasa pasión, a seguir las órdenes del productor Douglas, reservar su musa personal para mejores empresas y cumplir con el contrato intentando enfrentarse lo menos posible con la estrella. En el libro no quedan muy claras las razones reales por las que despidió a Anthony Mann de la dirección, cineasta hoy considerado entre los grandes. A Douglas le molestó que se lo impusiera la productora Universal, y lo desdeñaba todo el tiempo por ser director de wésterns y melodramas; según Douglas, Espartaco se le fue de las manos y Mann permitía que Peter Ustinov dirigiera sus propias escenas y aceptaba sus sugerencias. Al fin tomó una decisión que el propio Douglas evoca citando de pasada a cierto empresario devenido cinco años después en Imperator Mundi y grotesca reencarnación de Marco Licinio Craso, el multimillonario romano que derrotó a Espartaco y terminó con el sueño de nuevas rebeliones serviles.
—Está bien, Kirk… —empezó diciendo Muhl.
—¿Qué quieres que haga, Ed? Hubo unos instantes de silencio.
—Tienes que despedirlo.
Ahora era yo quien guardaba silencio. Sabía que tenía razón, pero nunca me ha gustado despedir a nadie. No soy ningún Donald Trump, no me produce ningún placer. Y Tony me caía bien. Era un tipo auténticamente decente que había acabado con el agua al cuello. Eso no era un delito capital pero, al parecer, se esperaba que yo se lo cortara. (Douglas, 1988: 383).
Arriba, afiche de la película Spartacus. Debajo, foto de Kubrik en el rodaje. | |||
Mucho menos claro queda por qué reemplazó al eficiente Anthony Mann por Stanley Kubrick como si no lo conociera de nada, cuando ya habían colaborado en la magnífica Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957) y Douglas debía de saber muy bien que trabajaría con un director tan idiosincrático y genial como raro y maniático. En realidad, Kirk Douglas escribió este libro porque se siente orgulloso de haber sido el productor que dio fin a las listas negras de Hollywood, en las que figuraban tanto Howard Fast como Dalton Trumbo, quien acabó escribiendo el guión ante la manifiesta incompetencia de Fast (eso dice Douglas) para escribir guiones de cine, algo típico de los grandes novelista, según el actor: «Los buenos escritores destacan por lo mal guionistas que son. Scott Fitzgerald, Theodore Dreiser, Sinclair Lewis…, ninguno consiguió dominar la técnica». Al fin, por primera vez en muchos años, los nombres de Fast y Trumbo aparecieron en una pantalla de cine.
Cuando ya era de todos conocido que Trumbo firmaba el guión, diversos sectores de la extrema derecha de Estados Unidos emprendieron un boicot contra la película, y esto atemorizó a la productora Universal, que tanto dinero había invertido en esta costosa producción. Fue así como, poco a poco, Universal fue podando ideológicamente todo el film, hasta convertir al Gran Espartaco en el Pequeño Espartaco, como evoca Kirk Douglas, aunque esto no impidió al fin el éxito mundial de la película, pues era la cinta que los pueblos deseaban ver:
A Universal le preocupaba mucho más ahora el mensaje político de la película. La inmensa mayoría de los cortes que ordenaron hacer tenían por intención minimizar la significación histórica de Espartaco. Sus retorcidos razonamientos consistían en que si parecía siquiera que este esclavo rebelde había tenido alguna posibilidad de derrocar al Imperio Romano, los críticos anti-comunistas dirían que todo formaba parte del mensaje oculto de Trumbo, concebido para promover la revolución en Estados Unidos. No es broma. El «Gran Espartaco», el guerrero que combatía por el principio fundamental de que todo hombre debía ser libre para determinar su propio destino —el mismo principio, dicho sea de paso, sobre el que se fundó Estados Unidos— quedaba reducido, en el mejor de los casos, a un «Espartaco Mediano». Si bien todavía se le mostraba como algo más que un simple esclavo fugitivo preocupado únicamente por su propia seguridad, toda indicación de que pudiera haber encabezado una revolución victoriosa quedó suprimida de la película. Sus numerosas victorias sobre las legiones romanas fueron cortadas. Gran parte del metraje adicional que habíamos rodado en España para representar esas primeras victorias fue eliminado. Hasta el simple recurso de mostrar las batallas en un mapa sirviéndose de un narrador que relatara las victorias militares de Espartaco fue considerado inaceptable por el estudio. Solo se permitió que quedara en la película la batalla definitiva, en la que Espartaco es derrotado por Craso.
¡Yo soy Espartaco! tiene algo de obra escrita a destiempo y no encierra a estas alturas la revelación de grandes secretos; pero no deja de ser encantador que Kirk Douglas, a sus noventa y cinco años de edad, quisiera volver a vestir el traje de Espartaco para reivindicarse como el hombre que acabó con la esclavitud de los escritores malditos de Hollwyood.
Como todos sabemos, Espartaco se convirtió en un éxito mundial de crítica y público, y aquí es donde entran los tebeos.
3. Espartacos para América y España
Si alguien está cualificado para hablar de Espartaco en el cómic mundial, ¡seguro que ese no soy yo! Es imposible saber cuántos Espartacos habrá por ahí, bien con su nombre o con otro (El Jabato de Víctor Mora y Darnís fue un Espartaco ibero sin aspiraciones revolucionarias, un justiciero que perdió la espada ofrecida por el destino). Sin embargo, siempre quise abordar cómo los cómics habían recreado al gladiador tracio y para qué, cómo adaptaron la leyenda de su rebelión contra la esclavitud, y esta es la razón de este estudio con los Espartacos que buenamente he podido encontrar. No son muchos, pero tampoco son tan escaso número.
3.1. El Espartaco mexicano
Portada de la segunda edición de "La rebelión de Espartaco" en la colección Epopeya. |
El primero de todos los Espartacos que he podido localizar es el número 8 de la entrañable colección mexicana Epopeya, de Ediciones Recreativas (más tarde Editorial Novaro), La rebelión de Espartaco, publicado el 1 de enero de 1959 y reeditado dentro de la misma colección como número 166 el 20 de febrero de 1971, cuando los cómics de Novaro ya llegaban a toda América Latina. Según los créditos de la segunda de forros, la adaptación literaria (guión) corrió a cargo de Javier Peñaloza, la realización artística recayó en Delia Larios y la portada en Jesús Raúl Alexander. En la reedición de 1971 ya no se da crédito a estos artistas, que fueron habituales en la primera época de las series culturales de Ediciones Recreativas/Novaro, como en el caso de la artista Delia Larios, quien pasa por ser la primera historietista del tebeo mexicano y se había fogueado durante los años 50 en la editorial de José G. Cruz, principalmente en series como Adelita y las guerrillas.[16] La primera constante que advertimos en este Espartaco mexicano es que se saltan la biografía del gladiador tracio e inventan otra más adecuada para los fines románticos de la editorial, cuyo mayor interés consiste en subrayar el heroísmo del rebelde en su lucha contra la esclavitud. En general, la colección Epopeya se caracterizó por rendir culto a los lugares comunes e incidir en una visión idealizada de los personajes y temas históricos que abordaba, una visión edulcorada y amable de los mismos, constante en las llamadas “colecciones educativas” de Ediciones Recreativas / Novaro.
En la edición de 1958 tenemos en la segunda de forros un texto informativo titulado “Circo y gladiadores” lleno de lugares comunes e imprecisiones ideológicas y culturales mezcladas con impresiones de brocha gorda: «Se sabe que el circo romano era un espectáculo bárbaro, donde las fieras hambrientas devoraban a los cristianos sentenciados a muerte ante un público que festejaba aquellas horrendas ejecuciones». Y más adelante, el redactor nos informa de que «tal fue el caso de Espartaco, cuya habilidad como gladiador asombró al mundo antiguo». Lo primero que llama la atención es el parecido de este Espartaco con el actor Kirk Douglas, cuando el film de Kubrick todavía no se había estrenado (según IMDB el estreno de la película se realizó en Nueva York el 6 de octubre de 1960, y en México el 30 de mayo de 1962). Sin embargo, el rodaje duró cerca de tres años envuelto en polémicas, y es más que seguro que la campaña promocional de la película empezara mucho antes, permitiendo la filtración de distintas fotos de actores y escenas que pudieron servir de inspiración a Delia Larios y su equipo. Tampoco es descartable que la novela de Howard Fast sirviera de base argumental para este cómic, pues algunas situaciones son parecidas a las de la película: el combate entre amigos, casi hermanos, entre Espartaco y Draba (Woody Strode), o entre Espartaco y Antoninus (Tony Curtis), aparece más o menos reflejado en las primeras páginas del tebeo en el combate entre Espartaco y Manlio. Entre los espectadores del anfiteatro (y no circo, como insiste una y otra vez la historieta) se encuentra la bella Clisterna, hija del rico comerciante Fidonio de Capua, que ofrece al ganador el premio de un beso con el deseo de que Manlio lo reciba, como así será, pues según Espartaco resulta ser el verdadero vencedor: a pesar de tener un hombro dislocado, Manlio siguió luchando. El sadismo de Cneo Léntulo empuja a Espartaco a la rebelión, y esta historia se enhebra con la línea argumental de una obsesionada Clisterna que enloquece de deseo por Manlio. Así, Espartaco huye con cincuenta gladiadores mientras Clisterna visita el ludus y consigue conversar con Manlio, quien también la ama. Tras asaltar el almacén de Fidonio y apropiarse de armas, los esclavos se refugian en las laderas del Vesubio y son asediados por las legiones que dirige Claudio Glaber, a quien vencen. Por donde pasa, Espartaco libera a todos los esclavos, que se unen a sus filas. Clisterna, disfrazada de muchacho, consigue infiltrarse entre las filas de gladiadores y llegar a Manlio, con quien huye a Sicilia para casarse tras sobrevivir a la debacle del ejército de esclavos.
Clisterna y la pasión por los gladiadores. | Fuga de Espartaco. |
Como vemos, en La rebelión de Espartaco, Manlio y Clisterna funcionan como “héroes medios” según la definición de Georg Lukács en La novela histórica (1955), testigos de la gesta heroica de Espartaco, quien antes de morir arenga a sus tropas: «Es preferible morir peleando por la libertad que seguir de espectáculo al capricho de los degenerados romanos». Al final, las legiones de Craso masacran al ejército rebelde sin que veamos crucifixiones, ni historia de amor del tracio, ni hijo de Espartaco, aunque el final de la historieta nos presenta a Manlio como una especie de hijo putativo del gladiador: «Hoy hemos fracasado, pero algún día será un hecho la abolición de la esclavitud» (viñeta final, p. 32).
El guión de La rebelión de Espartaco está al servicio de una lectura inocente de la historia del tracio, donde se carga desde una óptica pre-cristiana contra el sadismo inherente en los romanos (el Imperio, se le llama una y otra vez con inexactitud, cuando todavía era República) y la certeza de que vendrá, algún día, el fin de la esclavitud. Espartaco es presentado como gran general e ideólogo, un precursor de las causas sociales del siglo XX, un remoto antecedente del socialismo. Contribuye a esta idealización la dulzura del dibujo de Delia Larios, artista eficiente, pulcra y esmerada, que presta sobre todo atención a la anatomía masculina y evoca en algunas viñetas a Harold Foster en Tarzán y Príncipe Valiente. Desde el punto de vista histórico, el tebeo presenta numerosos problemas, inconsistencias y anacronismos históricos y mentales donde el menos descabellado es la pasión de Clisterna por Manlio, ya que, como bien atestigua la historia, las calenturientas mentes de algunas matronas romanas veían en los gladiadores a sus rock-stars de la época.
Páginas de la versión mexicana de Espartaco. Se ve al héroe triunfante sobre Roma y, en las viñetas de la derecha, una reminiscencia de la película de Stanley Kubrik. |
En España, Editorial Valenciana publicó en 1963 un Almanaque Espartaco el Gladiador que nunca se vinculó con ninguna colección regular y presentaba una historieta de Espartaco, un musculoso justiciero romano inspirado en los héroes péplum. La breve historieta, escrita por Amorós y dibujada por Ibáñez, así como el álbum completo, parecen haber pasado sin pena ni gloria.
3.2. Espartaco, de Claudio Tinoco
Número primero de la colección Espartaco, dibujada por Claudio Tinoco. |
En 1964 la editorial Galaor publicó, con fecha de 23 de diciembre, el primero de los 26 números que duraría la serie Espartaco, seguidora de la película de Kubrick y con un joven Espartaco claramente inspirado tanto en la escultura de Foyatier como en el actor Kirk Douglas, con su célebre hoyuelo en la barbilla incluido, como es fácil ver por la imagen de portada. En los cuadernos interiores el retrato de Espartaco como el actor norteamericano sería un poco más disperso, pero siempre le acompañaría el célebre hoyuelo convertido en seña de identidad y homenaje al actor. Dibujada por Claudio Tinoco (1920-1993) y sin créditos de guionista, Espartaco goza de cierto prestigio entre los coleccionistas de tebeos clásicos españoles por el trazo sólido y vigoroso, lleno de garra y atractivo, de este dibujante, «autor de obras sin suerte, pero personales» (Cuadrado, 1997: 748). Tinoco es uno de esos olvidados de la historieta española, cuyo nombre sólo aflora como uno de los artistas eventuales, recordados con poco cariño y menos comprensión, por los irredentos seguidores de El Capitán Trueno, entre cuya nómina de dibujantes figuró sin alcanzar el nivel y prestigio del trío de grandes formado por Ambrós, Ángel Pardo y Fuentes Man. Como en el caso de otro ilustre ninguneado por las mismas razones, el murciano Martínez Osete, artista más que eficiente y decoroso (recordemos con cariño su faceta humorística, y la serie de aventuras romanas Simba-Kan), pasaron por la magna saga de aventuras como a escondidas, ejecutando algunas aventuras poco, mal o nada recordadas. Sin embargo, en Espartaco Tinoco demostró ser un artista más que eficiente, entregado con cariño y profesionalidad a su obra hasta que impositivos editoriales le forzaron a acelerar la muñeca para cancelar la serie de prisa y corriendo (aun a sabiendas de que la historia de Espartaco tiene un desenlace bien conocido de todos, la batalla final de Silarus resuelta ¡en tres viñetas! es como para lamentarse).
En la miniserie de Tinoco, los autores vuelven a reinterpretar a su gusto la biografía de Espartaco antes de su revuelta. En este caso, Espartaco cuenta dieciocho años de edad y es hijo del rey tracio Lámaco, un hombre justo y virtuoso en una sociedad de apariencia medieval que gobierna Tracia junto con otros reyes piadosos más parecidos a señores feudales que a príncipes macedonios de carácter oriental. Espartaco, marcado por un impulsivo deseo de conocer mundo y vivir aventuras, sueña todo el tiempo con unirse a las legiones romanas y no cejará en su empeño hasta conseguirlo. En estos primeros cuadernos, algunos verdaderamente atractivos como el número 3, donde describe la vida en la legión, el gran enemigo común será Mitriades, basado en Mitrídates, rey del Ponto, que durante unos años trajo de cabeza a la República Romana.
Páginas de Espartaco: la batalla contra Mitríades. | Recreación de a pompa romana. | El foro romano según Tinoco. |
Entre los cuadernos 9 y 10 tenemos una elipsis temporal: siete años más tarde, el joven Espartaco ya es un joven adulto y decurión del ejército romano. El Senado toma la decisión de invadir Tracia, y Espartaco resuelve desertar y poner sus conocimientos al servicio de su patria. Al cabo de unos cuadernos, Espartaco cae durante una emboscada y se le perdona la vida por sus servicios prestados a Roma en el pasado, pero a cambio, pierde la libertad y se le envía como esclavo a las minas de azufre de Panonia. En este punto la colección enlaza con el principio de la película de Kubrick y se convierte en ilustración de la misma. Ni que decir tiene que aquí la serie pierde originalidad e interés y emprende una deriva rutinaria donde el dibujo, antes firme y vigoroso, se desbarata en líneas apresuradas y al final se vuelve desgalichado. En segunda mitad aparecen Batiato (aquí, Baciato), Graco, Craso y Antoninus siguiendo más o menos los modelos de los actores en la película; la amada de Espartaco, Varinia (Jean Simmons en el film) llega en el cuaderno 21 como una germana rubia con trenzas, pero en el cuaderno 22 aparece sin trenzas, se ha teñido el cabello de negro y recuerda un poco más a la actriz.
La serie tuvo un gran afán divulgador de la civilización romana: encontramos largos textos explicativos, de naturaleza moralista, donde el narrador interpela con frecuencia al lector y rompe el ilusionismo del relato para impartirnos diversas lecciones sobre historia y sociedad romana; sin embargo, descuida a veces la historicidad en los detalles, como por ejemplo cuando olvida que la época es la República de Roma y el Emperador felicita a Baciato por su gladiador (cuadernillo 19, p. 5), aparece un sorprendente saco de patatas en el cuadernillo 24, p. 8, o Baciato llama a Varinia “contubernal” de Espartaco en vez de “concubina” en 26, 5.
Lucha gladiatoria por Tinoco. | Espartaco pierde la libertad. | Las minas de esclavos. |
Otro aspecto a destacar, dentro de lo ideológico, es que Espartaco se desmarca de los mensajes religiosos que plagaban otras series (en el cuadernillo 18, p. 8 se encomienda a los dioses, no a ninguna divinidad singular como el Dios bíblico), pero la ideología es claramente pre-cristiana, pues se arrodilla y reza, arrodillamiento que no resultaba común en el mundo greco-latino salvo para dirigirse a los dioses del Hades. Este Espartaco apela a un espíritu libertario universal donde, tras subrayar la crueldad e injusticia de una sociedad esclavista como la romana, los esclavos luchan por su libertad sin entrar en mayores detalles acerca de qué puede significar ser libre en las sociedades modernas (o, incluso, en la España franquista de la época) y qué modernas formas de esclavitud podían existir en el contexto nacional y universal de la época, aquellos años 60 tan profusos en revueltas ideológicas. El Espartaco de Tinoco pasa de puntillas sobre todo esto, incidiendo sólo en criticar a Roma como maquinaria de autoritarismo nacionalista avasallador. Desde este punto de vista, como también haría El Jabato años antes, el Espartaco de Tinoco apuesta por un mensaje muy evangélico, el cual, tomado en su sentido estricto, es siempre revolucionario. Este diálogo entre el vehículo de puro entretenimiento para aprovechar el tirón del Espartaco de Kubrick, su aliento divulgativo y su libertarismo naíf serían los rasgos más destacados de una obra estimable, que en la mayoría de cuadernos logra destacar sobre la media, el dibujo de Tinoco y su equipo tiene momentos de gran fuerza y expresividad. Su apresurada cancelación (que hubiera dado para una secuela, pues en las viñetas finales aparece el legendario hijo de Espartaco) debió de dejar a los lectores de la época con un amargo sabor de boca. No por la muerte de Espartaco, que ya llevaba muerto bastantes siglos, sino por la muerte de una colección que hubiera podido vivir más. En 1968 gozó de una nueva edición, 48 páginas en seis denominadas “novelas gráficas para adultos” con las viñetas remontadas y nuevas portadas a cargo de Joaquín Blázquez.
Ideología libertaria de Espartaco. | Fuerza y sencillez en el dibujo de Tinoco. | Hijo de Espartaco, colofón de la serie. |
4. El hijo de Espartaco
Más allá de estos Espartacos ternuristas e ingenuos, condicionados por las estrecheces ideológicas de su tiempo y marcados sobre todo por aprovechar el tirón de la película de Kubrick, el personaje del gladiador tracio fue recreado en otros cómics más adultos como en el álbum número 12 de la magnífica serie de Jacques Martin, Alix, bajo el título precisamente de El hijo de Espartaco (1974).
La saga de Alix, obra maestra de Jacques Martin (1921-2010), se inauguró en las páginas de la revista Tintín, donde se publicó la primera aventura entre 1948 y 1949, Alix el intrépido. Martin, nacido francés, marchó a Bélgica y se convirtió en colaborador de Hergé, con quien trabajaría en álbumes como Tintín en el Tíbet o Stock de coque. Es, por ello mismo, uno de los puntales de la línea clara en su vertiente más realista. Aunque Martin se prodigó con otros personajes como Lefranc, continuó frente a Alix hasta ceder la saga a Rafael Morales cuando debió abandonar la mesa de dibujo por problemas de vista. Tras su muerte, concepto y personajes han sido retomados por otros artistas hasta llegar a nuestros días, tanto en la serie general como en otras derivadas: Los viajes de Alix o Alix Senator.
Tebeo de J. Martin citado dentro de la serie Alix. |
Las aventuras de Alix inician en 53 a.C., en la época marcada en Roma por el primer Triunvirato, constituido por Julio César, Cneo Pompeyo Magno y Marco Licinio Craso, “malo” oficial de la gesta de Espartaco. El Primer Triunvirato fue una alianza no oficial de aquellos tres ambiciosos hombres por poner bajo su mando el poder sobre toda Roma y las provincias, entre las cuales se hallaba la Galia, nación que cobrará mucha importancia en la serie Alix por razones obvias de carácter nacionalista. Este primer Triunvirato se sostuvo de un hilillo mientras vivió Marco Licinio Craso, el hombre más rico de Roma y plutócrata que venció a Espartaco. A Cneo Pompeyo se le llamaba Magno porque hasta la fecha había brillado como un general imbatible, y el pueblo que lo adoraba lo comparaba con Alejandro el Grande. Sin embargo, tras la muerte de Craso en una fallida incursión contra los partos, las débiles razones que César y Pompeyo tenían para no odiarse se esfumaron tras el fallecimiento de Julia, la hija de César casada con Pompeyo. A partir de entonces, el mundo no fue lo bastante grande para dar cabida a los dos, y Julio César y Pompeyo condujeron al orbe romano a una guerra civil.
Esta es la trepidante época de la historia en la que transcurren las aventuras de Alix, donde Julio César brilla como el gran amigo, protector y aliado, y tras su asesinato y una nueva guerra civil, su sobrino Octaviano y vencedor en la contienda detentará el poder en solitario frente a un Senado débil y condescendiente hasta ser nombrado princeps y al fin imperator. Alix será un gran aliado de Octaviano, a quien el mundo conocerá como emperador Augusto, en la serie Alix Senator.
El hijo de Espartaco retoma la romántica idea de que Espartaco dejó un hijo. En la película de Kubrick, el rebelde tracio alcanza a verlo entre los brazos de Varinia antes de morir, y lo mismo sucede en el Espartaco de Tinoco. En este álbum de Alix ese hijo ya ha alcanzado la adolescencia.
Primero llama la atención el cambio de tono frente a las versiones anteriores: Espartáculo, (Spartaculus: pequeño Espartaco; el diminutivo latino extendía la raíz con el sufijo –ulus, a, um), ya no es hijo de la dulce Varinia con rostro de Jean Simmons, sino de una mujer afectada por un febril deseo de poder: Maia, la hija de la profetisa Cinthia, una nigromante que practicaba la magia y se envolvía en misterio (p. 23), quien sobrevivió con su bebé a la batalla final de Espartaco en Silarus. En este aspecto sigue el detalle consignado por Plutarco sobre la esposa de Espartaco. Tampoco el mundo romano de Alix, incluso bendecido por el toque de línea clara de Hergé, es el mundo romano de cartón piedra de las versiones anteriores, moralizante y precristiano, sino que la brutalidad, la suciedad, la violencia y la lujuria afloran en sus páginas avaladas por una documentación histórica avasalladora al servicio del genial pincel de Martin y de su equipo, cuyas viñetas se llenan de ecos de prerrafaelitas y neorrenacentistas como Cesare Macari. Así, el mundo romano es descrito y dibujado con todo su esplendor civilizatorio, pero también con toda su miseria humana. Livión Spura, prefecto de Larius, quien recibe bajo su techo a Espartáculo y a Alix, goza el bañarse con niños desnudos cuando hace mucho calor, “pececitos” o “delfines” que le gastan bromitas bajo el agua (el mismo rasgo de personalidad viciosa conocemos por Suetonio del emperador Tiberio, en quien con toda seguridad se inspira Martin).
El hijo de Espartaco y su madre. | Recreación histórica del foro romano. | Realismo en Jacques Martín. |
El cómic se abre con una deslumbrante escena de orgía (más o menos pudorosa, no olvidemos que el álbum se publicó en 1974) en casa del senador Gaius Curión, adonde llega un soldado de parte de Cneo Pompeyo para pedirle que lo acompañe a Roma, pues debe convocar al Senado al amanecer. ¿La razón? Ha llegado a la Urbs un supuesto hijo de Espartaco. Más allá del idealismo del sueño espartaquista, el tebeo de Martin se sumerge en las intrigas políticas por las que Roma teme al recién descubierto hijo de Espartaco: la progenie del mártir volverá a levantar a las masas de esclavos contra el statu quo senatorial y ecuestre que constituye la clase gobernante romana, y al intentar atajar nuevas hordas de esclavos insumisos, los ejércitos volverán al frente y de la guerra sólo saldrá un vencedor: Julio César. Tal es el miedo de Cneo Pompeyo, no tanto la paz y tranquilidad de la nación romana. El Senado pone precio a la cabeza de Espartáculo. Alix y sus amigos toman partido por el joven y su madre, la hechicera o striga llamada Maia, quien tiene perfecta noción del miedo político y social que su hijo puede movilizar, y piensa aprovecharlo no tanto para el bien de los pobres y esclavos de Roma, sino en su propio beneficio.
Influencia del arte de Cesare Maccari en Martin. | Perversiones de un prefecto romano. | Madre vende a hijo de Espartaco. |
Sin idealizaciones, el relato de Martin al evocar la gesta de Espartaco se ciñe a los datos históricos, sin olvidar cierto matiz hipnotizante subrayado por Plutarco: «Era atlético, tenía gestos lentos y precisos, hablaba poco… Pero su mirada hechizaba y demostró ser un gran estratega» (p. 20). Maia seduce a Espartaco mientras su ejército lo aclama Emperador y funda la ciudad de los esclavos: La Ciudad Ideal, más bien un campamento o castra donde, subraya Martin con ironía, «¡soprendentemente no faltaban patíbulos!» (p. 23) y Maia se hacía tratar por todos como reina oriental. La crucifixión de los esclavos es presentada con una belleza trágica que honra a los caídos, pero resulta bien claro que Jacques Martin no quiere creer la fábula aleccionadora de Howard Fast, Dalton Trumbo y Kirk Douglas, sino que intenta ver más allá de los hechos narrados por Plutarco para indagar en una dimensión heroica del gladiador tracio, pero también humana, patética y contradictoria… Al final, Maia acepta en casa de Spura la elevada recompensa que Roma ofrece por Espartáculo y vende a su propio hijo por el oro, su único interés, y afronta a éste con una recriminación, indiferente a sus lágrimas: «¿Preferirías ser asesinado y arrojado a los perros? ¡Sé realista!» (p. 40).
Al final, a punto de cruzar la frontera y ante la libertad, Maia muere envenenada sin revelar a Espartáculo si ella es en verdad su madre y si él es el verdadero hijo de Espartaco. Jacques Martin deja planteado el enigma, porque también Espartaco fue un enigma y Martin quiere que su hijo también lo sea, y la historia de Grecia y Roma rebosa de enigmas que nunca tendrán solución. Si lo que más nos fascina aún hoy de Roma era aquella mezcla de civilización avanzada y profunda barbarie, Jacques Martin fue un modélico y audaz narrador de la Roma antigua en los cómics, un artista adelantado a su tiempo.
5. Dos Espartacos de Ricardo Ferrari
Espartaco de Ferrari y Mulko. |
Ricardo Ferrari (1957) es uno de los grandes escritores de la historieta argentina. Pertenece a esa larga tradición que ha dado grandes narradores para las viñetas como Héctor Germán Oesterheld, Robin Wood o Ray Collins. Ferrari alternaba sus estudios universitarios en Biología como ayudante del infatigable Robin Wood, de manera que no es de extrañar que la primera parte de su obra trasmine el estilo deliciosamente campanudo y poetizante del paraguayo radicado en Argentina, pilar de su historieta y uno de los grandes escritores de la historia del medio.
Vinculado, como Robin Wood, con la emblemática editorial Columba, Ferrari ha escrito varias series sobre mundo antiguo, como Cleopatra, Sansón o Escipiones, y yo destacaría la magnífica versión de los personajes y hechos homéricos en la magnífica serie Troya, donde colaboró con el dibujante Sergio Mulko, y donde Ferrari se aparta de la rutinaria (y casi siempre decepcionante) traslación de un clásico literario al cómic para crear un verdadero mundo propio lleno de respeto a la mitología griega, al espíritu de las obras de Homero y, al mismo tiempo, pletórico de originalidad y de creación propia. Ferrari y Mulko también abordaron las leyenda del gladiador tracio en la brevísima serie Espartaco, publicada en distintas cabeceras de la revista D´Artagnan,[17] de la editorial Columba entre 1987 y 1988, en historieta de extensión variable, entre 11 y 14 páginas, donde la primera funcionaba como portadilla, al estilo de las historias de Spirit de Will Eisner.
En cuanto a Sergio Mulko (1946), es un dibujante notable, de trazo fuerte y veloz, sintético y vibrante, influido por el estilo moderno de Neal Adams, John Buscema y otros grandes de la década de los años 70.[18] La modernidad de su estilo supo adaptarse a los vertiginosos ritmos de producción con un trabajo a veces elaborado y poético, pero sobre todo rápido y visceral, que dotó a sus series (algunas escritas por Ferrari) de una singular belleza nerviosa.
En la primera aventura Ferrari y Mulko se ciñen a los datos históricos con leves pinceladas de color narrativo: los legionarios romanos entran en el pueblo del niño Espartaco, matan a los varones del Consejo de gobierno y toman a los demás hombres y mujeres como esclavos. Espartaco es vendido a Léntulo Batiato, a quien Ferrari y Mulko presentan como una versión degenerada de Peter Ustinov en la cinta de Kubrick. La compañera de esclavitud de Espartaco (en latín conserva, por más que el término hoy nos pueda hacer reír), su compañera de lecho (concubina) es Livila, una mujer de contornos macizos y heroicos (característica de las bellas damas de Mulko), a quien Léntulo entregó a Espartaco. En escasas páginas, Ferrari y Mulko nos cuentan los orígenes de Espartaco y la rebelión de éste contra Léntulo, la historieta introduce la rivalidad mortal entre él y Craso (de nuevo, bajo la influencia del Laurence Olivier en la película de 1960) y Espartaco derrota a los ejércitos romanos de Claudio Glaber. Un prodigio de síntesis que permite a Ferrari y a Mulko dar fe de la primera parte de la historia real para luego centrarse, como hicieron en la excelente Troya, en recrear un universo minimalista casi fantasmagórico lleno de símbolos y alegorías muy marcados por un género de moda en la época: la fantasía heroica. El segundo relato, “En nombre de los hombres libres” lo hubiera podido protagonizar Conan u otro bárbaro guerrero con un guionista propenso a devaneos filosóficos: es una fábula poética, una hermosa justificación de la lucha por la libertad aun a costa de obtener la muerte y la condena más allá de la misma muerte: el olvido y la ignominia que pesa sobre los vencidos después de muertos, herederos de la estirpe de Prometeo que, por robar el fuego a los dioses, obtienen la condena divina. Ferrari advierte en la primera viñeta de “En nombre de los hombres libres”: «No creas esta historia. La gente la cuenta desde tiempo inmemorial, y extrañamente cada generación se ha abstenido de quitar o poner nada a su contenido. Ha pasado de edad en edad sin transformarse, cuidadosamente dada de mano en mano como una amadísima bandera de guerra que aguarda el momento de la revancha. Pero no la creas. Es falsa. Tiene que ser falsa». En este relato existe un enorme simbolismo poético y revolucionario, Espartaco es elevado a los altares del mito, con todos sus valores filosóficos, y la lección final parece asentar que la lucha de Espartaco es la lucha perpetua, aquella que se cuenta una y otra vez sin cambiar los elementos que intervienen en el combate de la libertad del bien contra la tiranía del mal.
Tres primeras páginas de los episodios 5, 6, y 7 de Espartaco. |
Acompañado siempre del galo Crixus y Enomaus (aquí, Cenomaus), que cada comic presentan a su manera, casi siempre como figurantes sin relieve (no es el caso de Crixus en la cuarta historia de la serie que nos ocupa), Espartaco pasa, tras el asesinato del galo, de los sueños de paz al deseo de venganza contra Roma: “El tiempo de la ira ha comenzado”, son las palabras finales que dan título a esta historia. La siguiente nos trae, por fin, la presencia de Craso, parangonado ya desde el título con el Mal ontológico, el Mal universal: “Crassus y el Mal”; escribe Ferrari: «Un aura de perversidad lo envuelve como un manto» (p. 21). Craso sabe que los gladiadores son, hasta entonces, invencibles, porque no luchan por el oro, sino por su vida (p. 17), lo cual recuerda cierta afirmación del Espartaco de Kubrick: «Cuando un hombre libre muere, pierde el placer de vivir; el esclavo, el sufrimiento. La muerte es la única liberación para el esclavo. Por eso no la teme. Por eso, venceremos». De ahí que el Espartaco de Ferrari y Mulko sea un libertario que lucha por el bien universal (en sentido ontológico, frente a ese Mal que encarna Craso): «Estamos hartos de este mundo que nos habéis dado. Y vamos a cambiarlo». Hay ecos en estas palabras de las revoluciones de mayo de 1968, de la rebelión generacional de quienes heredan un mundo descompuesto. Mumio, lugarteniente de Craso, es vencido en la batalla y muchos legionarios huyen del contingente de esclavos, y es aquí donde los autores vuelven a mencionar el acto de castigo por el que Craso pasó a la historia militar: poner en práctica el famoso “diezmo”, práctica militar ya entonces caída en desuso y con la cual el plutócrata quiso dar ejemplo a sus tropas, a todas las tropas, a la historia de la humanidad: tras la derrota, uno de cada diez soldados, elegidos al azar, son decapitados como castigo para todos. En la historia final, Cenomaus evoca veinte años después el origen de la revuelta (que en la realidad duró dos años, no veinte) y da fe de la aparición de Pompeyo en la historia para completar el exterminio de esclavos iniciado por Craso, plutócrata a quien Ferrari presenta, una vez más, como un hombre pragmático: «El hombre que venza a Espartaco y a su gente será el futuro amo del Imperio». Al final, sólo el narrador, Cenomaus, queda vivo y es perdonado por un filosófico Pompeyo harto de ver sangre, sin poder localizar el cadáver del gladiador tracio.
Hay una progresión en el personaje de Espartaco, desde al primer libertario que no quiere ser general, hasta el pacifista que no quiere batallar, como vemos cuando lamenta en sus hombres la misma crueldad de sus antiguos amos, aquel que funda una ciudad de paz hasta que comprueba que no habrá paz hasta vencer a Roma, y se vuelve a poner frente a los ejércitos, primero contra Craso y al fin contra Pompeyo, hasta la muerte. En las páginas finales de la serie, Espartaco ya parece una encarnación del Che Guevara bajo ciertos ángulos.
A tan corta serie, apenas nada en comparación con el torrencial número de episodios de los Nippur, Gilgamesh o Dago, merece la pena darle una oportunidad y guardarla con cariño en nuestra sección de la tebeoteca de comics libertarios.
Tres momentos de "La vuelta", de Mandrafina y E. Breccia. |
Por último, el mismo Ferrari escribió una versión “alternativa” del mito de Espartaco para Europa. Se trata de la obra La vuelta, dibujada por Mandrafina y Enrique Breccia, publicada en 1990 en la revista Skorpio, de la que el propio Mandrafina guarda grato recuerdo en lo que respecta a su colaboración con Breccia:
Es una historia que utiliza la máquina del tiempo: viajes a futuros inciertos en los que se inmiscuye el pasado. El personaje central es un profesor aventurero, una especie de loco inventor que busca a Espartaco con su máquina estrafalaria para que resuelva los problemas del mundo. (...) Fue enriquecedor porque ambos nos involucramos y pudimos cotejar nuestras ideas antes de llevarlas al papel. Es algo muy diferente a tener un compañero con el que se comparte un lugar y da una opinión poco comprometida, ya que no se trata de su propio trabajo (Cáceres, 2013).
La vuelta es una historieta de 48 páginas dividida en seis capítulos publicados en la revista argentina Skorpio entre junio y diciembre de 1990 (aunque las dos primeras entregas están firmadas por Mandrafina en 1987). Un tebeo de ciencia ficción, una distopía en que este científico del futuro compra todavía niño a Espartaco en las minas del mundo romano. Sustraído a su época propia y educado por el científico, asistimos a la conversión del niño Espartaco en adolescente, primero trabajando en un burdel, y luego como joven adulto obligado a servir como gladiador en un espectáculo televisivo de los Estudios de la Red Imperial de Video, de la que nadie ha escapado. Condenado a no poder comprar alimentos, asalta tiendas para conseguir comida y armas llamado a la revuelta contra un estado totalitarista, ubicado en un futuro post-apocalíptico que ofrece gran libertad a guionista y dibujantes para dar rienda suelta a su imaginación.
Ricardo Ferrari en La vuelta ya no ejerce el estilo Columba de historietas, sino que prescinde de cartuchos de texto y permite que los personajes expresen su psicología por medio de sus diálogos y de las detalladas pinceladas de los dibujantes. Por fin Espartaco ya no tiene el rostro de Foyotier, ni el de Kirk Douglas, ni tampoco la influencia de la fantasía heroica en la historieta Espartaco para Columba. Quizá para que no queden dudas del trabajo desmitificador del propio Ferrari sobre un personaje que antes elevaba a los altares, ahora el Espartaco de Ferrari, Mandrafina y Breccia tiene la cara del icónico presentador de la revista Mad: Alfred E. Neuman. Al final, este Espartaco gladiador del futuro vence sobre sus enemigos en un combate contra un clon de sí mismo. Ferrari ironiza al final con la idea de que la historia no se repite, como él mismo quiso subrayar en su primera versión del gladiador tracio, sino que en circunstancias distintas, protagonistas y antagonistas semejantes no están predeterminados a una causa perdida, pues las causas perdidas de antaño pueden volverse los triunfos del mañana. Con esta distopía protagonizada por un Espartaco triunfante, Ferrari, Mandrafina y Breccia dejan una puerta entornada para la esperanza.
Espartaco, sangre y arena, versión en cómic. |
6. Espartaco contra Wall Street
Hoy lamentan muchos que los tebeos de toda la vida, aquellos superhéroes Marvel y DC, se hayan convertido en tristes apéndices o remedos de sus exitosas versiones cinematográficas. Muchos jóvenes de mundo conocen a los X-Men por las películas, pero no por haber disfrutado los clásicos firmados por Stan Lee, Chris Claremont, Jack Kirby o John Byrne. Lo mismo podríamos decir de Batman o Wonder Woman. Tal sucedió también con la breve serie de historietas inspirada en la exitosa serie de televisión Espartaco. Lo cierto es que los cuatro número de la serie de cómics Spartacus: Blood and Sand, pequeñas historias inspiradas en situaciones y personajes de la serie de la cadena Starz, son aprovechamientos muy discretos del tirón que tuvo la primera temporada. Los cuatro números[19] inciden en el lenguaje “adulto”, en la exhibición de cuerpos desnudos en busca de cierto onanismo adolescente, y abundancia de una violencia sanguinolenta que en la serie hace reír por exagerada, inverosímil y cirquera, pero que en el cómic no puede extraer el mismo grado de aprovechamiento del medio, por más que las nuevas técnicas digitales de dibujo y de impresión busquen alguna clase de efecto tridimensional que, como las entrañables pero risibles gafitas para leer tebeos 3-D de antes, sólo pueden conmovernos por su ingenuidad.
Lo cierto es que nuestro Espartaco del siglo XXI vino de la cadena televisiva Starz bajo el título de Espartaco: sangre y arena. Estrenada en 2010, se alargó por dos temporadas más (Spartacus: Vengeance, 2012; y Spartacus: War of the Damned, 2013) y tuvo una precuela (Gods of the Arena, 2011). Producida por Steven S. DeKnight, se convirtió en un éxito mundial por su hábil combinación de historia antigua, recreación hiperrealista del mundo romano, combate, guerra y drama. Su elevada violencia, tan extrema que a veces se aproximaba a los dibujos animados, así como su lenguaje explícito, la temperatura elevada de sus escenas sexuales la encumbraron mundialmente como un show con millones de seguidores.
Espartaco, blood and sand, serie de cómics inspirada en la serie de televisión. |
Espartaco debió sobrevivir a la mayor tragedia imaginable en el show bussiness: que el protagonista de una serie de éxito mundial enferme de cáncer y muera tras la primera temporada. Por desgracia, el primer Espartaco de la serie, Andy Whitfield, falleció en 2011 tras ser tratado de un cáncer en la sangre (linfoma no Hodgkin) que no pudo superar. Mientras la productora aguardaba las buenas noticias de una recuperación que nunca llegó, rodaron la precuela Spartacus: Gods of the Arena sin Whitfield, donde se narran los acontecimientos previos a la llegada del gladiador tracio al ludus de Léntulo Batiato. Tras la muerte de Whitfield, la productora reemprendió el argumento abandonado al final de la primera temporada (que terminaba con la revuelta en el ludus de Batiato) y el inicio de la revuelta espartaquista. El nuevo Espartaco, Liam McIntyre, supo estar a la altura del alto precedente dejado por Whitfield, quien demostró, como anteriormente lo había hecho Christopher Reeve al volverse supermán de la vida real, ser un auténtico Espartaco en su lucha contra la esclavitud mayor de la vida humana.
Me confieso entre los fans y seguidores de este Espartaco que, como todos los demás, tenía muy poco de Historia y sí mucho de cuento. La revuelta en el ludus de Batiato es lo único documentable históricamente de las horas de la primera temporada, y tanto la precuela como las dos temporadas sucesivas recrearon con genio el mundo romano tomándose algunas libertades (por más que esto pueda molestar al sindicato de actores de Hollywood: no había superpoblación de afrolatinos en la Roma del siglo I a.C. como vemos en las escenas de masas o entre el público de los anfiteatros durante los combates gladiatorios). El trabajo de los actores es magnífico, no sólo por Whitfield y McIntyre, que compusieron sendos Espartacos románticos y atormentados, sino por la excelente interpretación de John Hannah como Batiato, la gloriosa recuperación de Lucy Lawles (años ha, famosa por la serie Xena) como su esposa Lucrecia y la magnífica caracterización psicológica de Crixus (Mannu Bennett) y Oenomaus (Peter Mensah), hasta ahora eternos segundones en el ciclo aventurero de Espartaco en cine y tebeos. En la serie Espartaco, llena de efectos digitales y de combates al ralentí como en 300 (Zack Snyder, 2007) tuvimos una fantasía histórica de romanos con mucha intriga y testosterona que con frecuencia renegaba del realismo para fluir por los campos libres y exuberantes del deseo humano.
Para quienes no creen en las coincidencias, debe ser dicho que el éxito de la serie de televisión coincidió con el movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos, una movilización surgida de una clase media cada vez más empobrecida contra el sistema capitalista y financiero. Lo mismo que Breaking Bad puede ser vista como una fábula moral sobre las carencias sanitarias de Estados Unidos, una especie de defensa del hoy en peligro Obamacare, la serie de televisión Espartaco: sangre y arena, con sus secuelas y precuela, vino a reflejar el desprecio de parte de la sociedad por las consecuencias terroríficas, que hoy todavía no concluyen, de la crisis económica iniciada en 2008, precarización o desaparición de empleos, el enriquecimiento sin final de la clase más rica (el 1% de la población), el empobrecimiento de las clases medias y la desesperación de los sectores más deprimidos; y en definitiva, lo que Noam Chomsky ha bautizado como “el fin del sueño americano”: la certeza, a partir de análisis muy razonados, de que la nueva generación que hoy empieza a vivir con veinte años tendrá menos oportunidades de crecimiento económico que sus padres. El movimiento Occupy Wall Street comenzó el 17 de septiembre de 2011 bajo la inspiración del español 15M, también llamado movimiento “de los indignados”, y pronto tuvo distintas réplicas en el resto de Estados Unidos y en todo el mundo. De nuevo cedemos la palabra al actor Kirk Douglas en las páginas iniciales de ¡Yo soy Espartaco! (publicado, no lo olvidemos, en 2012):
Un espíritu revolucionario recorre el planeta. ¿Es contagioso? Nos sorprende ver en ciudades estadounidenses a multitudes sin dirigente alguno concentradas, expresándose al unísono y poniendo en cuestión una estructura de poder que parece inexpugnable. Eso es lo que hizo Espartaco. Y decenas de millares de hombres unieron su voz a la suya. Juntos, todos eran Espartaco.
La serie televisiva Espartaco, con sus aventuras de esclavos de un pasado remoto, fue capaz de expresar la angustia de aquellos días por medio de la ficción, de la reinvención de la Historia, para demostrar que algunos rasgos humanos nunca cambian, que algunas injusticias son eternas y regresan de manera cíclica, que la esclavitud no necesita de cadenas para existir, que la libertad y la independencia son quimeras de los pueblos y los individuos, que plutócratas como Marco Licinio Craso desembarcan en la política cuando la descomposición de las repúblicas es notoria y en la debilidad del sistema ellos pueden, mientras alardean de servir a la patria y al bien común, continuar con su avaricia y enriquecimiento voraz.
7. Conclusiones
Cuando el personaje histórico muere, por más real que haya sido, se convierte en carácter de ficción. Aunque los documentos históricos permanezcan para seguir mostrando la verdad tal cual fue, el personaje histórico es asimilado siempre por las masas a través de la ficción. No en vano, todo recuerdo es ficción. Por medio de novelas, películas, series de televisión, cómics, los personajes históricos son deglutidos y transformados a partir de una determinada y particular forma de ver la vida y de tomar partido por ella misma y sus personajes. Ninguna obra de arte es carente de ideología, y la manera de ordenar y presentar los documentos históricos resulta vital para entender la ideología que subyace bajo ella.
En el caso de un personaje como Espartaco, tan legendario e histórico a partes iguales, todo en él resulta ser ideología, más allá de los pocos datos y hechos concretos que hemos presentado al principio de este artículo. Para los romanos, Espartaco era un monstruo, porque vino a enfrentarse a una sociedad esclavista cuando la esclavitud se hallaba tan normalizada que parecía ser una extensión de las propias leyes de la naturaleza. Adquirir esclavos no resultaba muy costoso: hasta el romano más pobre podía permitirse poseer al menos uno. Las circunstancias de la revuelta de Espartaco no hay que verlas tanto desde nuestra apreciación de los derechos humanos como teniendo en cuenta las circunstancias en que la rebelión se dio en un contexto en que la esclavitud era normal y nadie parecía cuestionarlo. Como ya vimos en la parte histórica, las grandes revueltas serviles terminaron cuando se pasó de un sistema de explotación de pequeñas parcelas por esclavos a otro de arrendamiento a colonos libres por parte de terratenientes y dueños de latifundios. En este cambio paulatino se cimentaría la futura relación amo/siervo de la Edad Media.
Espartaco en el episodio de Ferrari y Mulko "Rebelión contra dioses y hombres". |
Partiendo de la película de Kubrick, hemos visto a través de una selección de cómics (un mexicano, otro español, una bande desinée, dos argentinos y algunos comic books) que cada época ha enarbolado su bandera espartaquista en nombre de la igualdad entre los seres humanos, el fin de la servidumbre y la lucha por un mundo más fraterno y mejor. Desde las modernas reinterpretaciones del siglo XIX y la naciente sociedad industrial a los primeros comunistas, que lo erigieron en símbolo y antepasado de su causa hasta que se prestó a tantos abusos y tantas formas de esclavitud, real o virtual. Comunistas como Koestler o Fast vieron en Espartaco un hermano ideológico del pasado, y los dos, curiosamente, abandonaron el comunismo cuando vieron que Espartaco tenía una dimensión moral mayor que la sórdida realidad del comunismo estalinista. Kirk Douglas lo recuperó como abanderado de las causas justas para lanzar un caramelo envenenado a la extrema derecha de su nación, macarthista y envilecida, y sentó un precedente al burlar las listas negras. Desde entonces, la bella fabulación de Dalton Trumbo y Douglas se proyectó como una luz sobre el mundo occidental, y los cómics cayeron bajo su influencia. Más o menos todos han seguido esta estela, la de confiar en el relato de un Espartaco de ideología revolucionaria, aunque esto quizá no sea más que una hermosa leyenda. Como el fantasma del comunismo que, según Karl Marx, recorría Europa, también el fantasma de Espartaco recorre el mundo. A unos se les aparece y a otros no, unos creen verlo y otros le convocan, unos creen en él y otros lo desmienten: es un fenómeno óptico, dicen; o bien: un rayo de luna. De este parecer resulta Jacques Martin, como hemos visto en El hijo de Espartaco, mientras que los demás prefieren seguir la estela del retrato idealista y legendario.
¿Fue Espartaco un idealista o no? ¿Se comportó como un gran hombre que da la vida por una noble causa? Los hechos históricos parecen negar ideología a Espartaco, pero la imaginación humana prefiere reinterpretar los testimonios de una forma distinta. Es célebre la filosófica conclusión de la película El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962): «Esto es el Oeste. Y cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda». Si el Espartaco real fue un Pequeño o Gran Espartaco es algo que interesará a los historiadores, sin duda, pero esa discusión ya se encuentra agotada por infértil. En cambio, a los estudiosos de la fabulación humana lo que nos interesa es el funcionamiento y los fines de la fabulación. Desde este punto de vista, la construcción del fantasma de Espartaco como personaje romántico e idealista parece consolidada con el tiempo y llega hasta el día de hoy.
BIBLIOGRAFÍA
AVILEZ, A.: “Reportaje a Sergio Mulko”, en http://blancasmurallas.com.ar/Reportajes/mulko.html
CÁCERES, G.: “Un cacho de cultura. Entrevista a Mandrafina”, en el blog La Duendes, en http://laduendes.blogspot.mx/2013/04/entrevista-mandrafina.html
CUADRADO, J. (1997): Diccionario de uso de la historieta española. Compañía Literaria. Madrid.
DOUGLAS, K. (1988): El hijo del trapero. Ediciones B. Barcelona, 1988.
_________, (2014) ¡Yo soy Espartaco! Capitán Swing. Madrid.
KOESTLER, A. (1994): Espartaco, la rebelión de los gladiadores. Salvat Editores. Barcelona.
_________, (2011): Memorias. Flecha en el azul y La escritura invisible. Editorial Lumen. Barcelona.
ROLDÁN HERVÁS, J. M. (1987):Roma I. La República Romana. Cátedra. Madrid (2ª ed.).
_________, (1995): y José María Blázquez, Arcadio Del Castillo, Historia de Roma II. El Imperio Romano. Cátedra. Madrid (2ª ed.).
SOLOMON, J. (2001): The Ancient World in the Cinema. Yale University Press. New Haven.
DE LA TORRE, I. (2004): “Ricardo Ferrari: elegía del hombre común”, en Tebeosfera, 1ª época: https://www.tebeosfera.com/1/Documento/Articulo/Recuperados/Ricardo/Ferrari.htm
WOODS, A. (2009): “Espartaco: un verdadero representante del proletariado de la Antigüedad”. Consultable en https://www.marxist.com/espartaco-representante-proletariado-antigueedad.htm
Obras empleadas:
MARTIN, J. (1982): El hijo de Espartaco (Alix, nº 12). Norma Editorial. Barcelona.
PEÑALOZA, J. Y D. LARIOS (1959): La rebelión de Espartaco, en Epopeya, 8. Ediciones Recreativas. México (1 de enero de 1959).
FERRARI, R. y SERGIO MULKO (1987-1988): Espartaco, 1-6, en D'artagnan. Buenos Aires.
FERRARI, R. y MANDRAFINA Y E. BRECCIA (1990): La vuelta. Revista Skorpio. Buenos Aires.
TINOCO, C. (1964): Espartaco 1-26. Editorial Galaor. Barcelona.
VV AA (2009-2010): Spartacus: Blood and Sand, 1-4: Upon the Sands of Vengeance, por Steven S. DeKnight y Adam Archer; Shadows of the Jackal, por Jimmy Palmiotti y Dexter Soy; The Beast of Carthage, por Todd y Aaron Helbing, Jon Bosco y Guilherme Balbi; The Shadow of Death, por Miranda Kwok y Allan Jefferson. DDP (Devil's Due Publishing).
[1] Alan Woods, en “Espartaco: un verdadero representante del proletariado de la Antigüedad” lo cita a partir de una carta a Engels fechada el 27 de febrero de 1861, donde recoge que Marx leía sobre Espartaco en las Guerras Civiles, de Apiano: Marx y Engels. Obras Completas. Vol. 41. p. 265, en la edición inglesa. Consultable en
https://www.marxist.com/espartaco-representante-proletariado-antigueedad.htm
[2] Para esta parte histórica nos hemos servido de José Manuel Roldán Hervás, Historia de Roma I. La República Romana. Cátedra. Madrid, 1987 (2ª ed.).
[3] Para una cronología comprensiva de las guerras serviles, nos servimos de Roldán, op.cit., pp. 388-391, y 515-519 para la guerra espartaquista. Este autor explica en op.cit. 388 que estas revueltas fueron, no sólo una consecuencia de la crisis socioeconómica del estado romano, sino también uno de sus aspectos característicos.
[4] Es de gran valor la Vida de Craso de Plutarco, para Espartaco; para la esclavitud en general, Thomas Wiedemann, Greek and Roman Slavery (London, 1988. Routledge).
[5] No queda claro si Euno fue el origen de la revuelta o si su liderazgo se dio más tarde. En las Periocas de Livio (LVI, p. 68), se dice claramente que sí fue su causante; por contra, en Amiano Marcelino (Rerum Gestarum Libri XIV, xi, 33) sólo queda claro el liderazgo del sirio.
[6] Epitoma de Tito Livio II, p. 125.
[7] En la película de Kubrick es nada menos que el propio Marco Licinio Craso, quien se convertiría en Némesis de Espartaco, quien gracias a la imaginación del guionista comienza la revuelta por empeñarse en complacer a dos doncellas caprichosas que desean contemplar un combate a muerte entre los gladiadores de la escuela.
[8] Este pasaje sobre su mujer está tomado del relato de Plutarco, Craso VIII, 3.
[9] Floro, Epit. II, p. 127; L. Ampelio, Liber Memorialis, XLV, I; Eutropio, Brev. VI, vii, 2; Plutarco alude a ellos sin mencionarlos por su nombre.
[10] Veleyo Patérculo, Historiae Romanae II, xxx, 5.
[11] Y también lo atestiguan Plutarco, Craso XI, y Plinio el Viejo, Historia Naturalis XIV, 125.
[12] Citado por Roldán, op.cit. p. 518.
[13] En El loco del pelo rojo (Lust for Life, Vincente Minnelli, 1956).
[14] Disponible en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=3PhWK6JMmz8
[15] Douglas dedica el capítulo 26 a contar todo lo relacionado con el rodaje de Espartaco, pp. 367-405.
[16] Sobre esta importante serie, véase mi artículo publicado en Tebeosfera, “A mal gato, mala rata: Mujeres machas en Adelita y las guerrillas, de José G. Cruz”, en https://www.tebeosfera.com/documentos/mujeres_machas_en_adelita_y_las_guerrillas.html
[17] Los capítulos de la serie y su orden de publicación en revistas fueron: “Viene Espartaco”, en D’artagnan Súper Anual 23 (08-X-1987); “En nombre de los hombres libres”, en D’artagnan Color Súper Álbum 80 (22-X-1987); “La serpiente”, en D’artagnan Todo Color 82 (05-XI-1987); “Tiempo de ira”, en D’artagnan” Todo Color 83 (03-XII-1987);“Crassus y el Mal”, en D’artagnan Color Súper Álbum 82 (17-XII-1987); “Los lados del muro”, en D’artagnan Todo Color 84 (31-XII-1987); y “Espartaco”, en D’artagnan Anuario 2 (14-I-1988).
[18] Mulko se ha definido como sigue: «En realidad soy bocetista, es decir, puedo esbozar una historieta en muy poco tiempo (bien o mal), pero me cuesta mucho concluirla, y hay problemas técnicos que son difíciles de resolver si uno no tiene gran vocación por el detalle fino» (Avilez, 2013).
[19] La miniserie constó de las siguientes entregas: Upon the Sands of Vengeance; Shadows of the Jackal; The Beast of Carthage y The Shadow of Death. Para créditos autorales, ver VV.AA, Spartacus: Blood and Sand.