ENCUENTRO CON EDEL RODRÍGUEZ, AUTOR DE GUSANO : UNA ODISEA CUBANO-AMERICANA
Durante su visita a París, el autor de Gusano : Una odisea cubano-americana (Worm : a cuban-american odyssey) compartió sus reflexiones sobre su primer álbum y sobre su isla natal, cuyo futuro es tan incierto como imprevisible. Ilustrador mundialmente conocido por sus ilustraciones incendiarias contra el trumpismo para el Times y Der Spiegel, relata en su cómic su infancia en Cuba durante los años del Quinquenio Gris (la “década negra” de 1970), su exilio por el puerto de Mariel y su carrera como dibujante de prensa. Nos habla también de sus preocupaciones por una América consumida por la seducción de un totalitarismo demasiado similar al que vivió en su país natal...
La Cafeoteca de París, spot privilegiado de intelectualidad latinoamericana en la ciudad de las luces, es el escenario de este encuentro entre dos cubanos, exiliados de un país que lo tenía todo para ser el paraíso en la tierra –o al menos, eso creyeron ver los primeros españoles cuando llegaron–, pero cuyo presente se asemeja más a un siniestro rompecabezas chino cuando intentamos revisar su historia reciente y, más aún, su futuro...
Foto de Sylvie Chabroux. |
Jorge Sánchez: ¿Por qué contar tu historia? ¿Qué te motivó a contarla? ¿Y porque justamente en el formato de la historieta?
Edel Rodríguez: Bueno, en parte para marcar una historia como ocurrió el Mariel, ya que es una historia que no es muy contada y que muchas veces he conocido a cubanos que no saben nada de lo que fue.
Y por otra, una razón muy importante era también para tener un lugar en donde mi familia estuviese junta, porque ya algunos han muerto o se han mudado muy lejos. Mariel fue como una explosión en la familia y la historia me permitió comprender lo que yo viví como niño, un gran evento que no fue una decisión mía, sino de mis padres. Hoy en día, soy cubano americano y a veces más americano, aún así necesitaba entender por qué y qué ocurrió, haciendo preguntas a mi padre.
Por otra parte, el porqué de hacer la novela gráfica, es porque para mí tiene mucho más impacto cuando se ven estas imágenes, imágenes que yo siempre tenía en mi mente y que logran conectar con gente que no quieren leer libros o no leen libros. A varios miembros de mi familia, no les interesa ese formato, pero una novela gráfica tiene más impacto que abrir un libro lleno de letras. Eso les anima a releer y revisitar varios pasajes con más detenimiento.
J.S.: Muchos lectores conocen tu trabajo, conocen tus afiches y un poco tu historia, pero ¿cómo se hace una historieta? O sea, ¿empiezas con el lápiz, con la tinta o vas directo a la tableta?
E.R.: Pues mira, yo creo que eso fue lo más difícil. Yo empecé a dibujarlo en el 2012. Yo dibujé esto, una letra (W) en un papel y después le hice un dibujito así, con la idea de lo que aparecería en la portada. Eso fue hace dos años y fue como que ¿y ahora qué hago? Por aquél entonces eran imágenes que yo empecé a dibujar en bocetos de lo que fue el Mariel, lo que fue el campo, lo que eran los perros, y un gran bote. Memorias tenía, pero ¿Cómo llevarlo a otro lado? ¿Cómo decir esto? Y así por años lo tenía todo en páginas sueltas, tiras, apuntes… ¡Hasta que me doy cuenta de que tengo que hacer entrevistas!
Entrevisté entonces a mi papá y a mi mamá, y cuando lo tuve todo junto comprendí que iba a ser un libro. Lo puse todo en dibujos y me puse a escribir. Lo escribí así por un año más, conectando todas estas historias, todos esos cuentos.
Si bien había leído muchos cómics, me decía que para mí historia no era lo más apropiado. El cómic tiene sus fórmulas, su forma de decir y yo no querría hacer eso, yo debía transmitir mucha información y los detalles aquí son tan importantes que no quería algo superficial. También quería algunas páginas que se abrieran así completas, como en una revista. Tenía una idea visual de lo que quería hacer a mi manera. Y entonces busqué una forma, un formato que trabajara para mí y la PC, que permitiera al lector de meterse 15 minutos o 20 minutos leyendo una página. Eso es lo que yo quiero de un libro.
Fue con esa idea que hice el primer capítulo y me encajó bien para mí. Con ello tuve el formato deseado. Luego vino la idea de los capítulos divididos por enmarcaciones inspiradas de las cajas de tabaco.
La inspiración vino de la caja de tabaco en mi casa, como en la de muchos cubanos, en donde se guardan fotos y memorias, que es lo que yo querría lograr. Por lo que a cada capítulo se convirtió en una caja de tabaco con cuentos y recuerdos, que el lector abría.
J.S.: Cuando uno lee tu libro, como latinoamericano, se nota una preferencia por el muralismo mexicano, en las siluetas, las expresiones, etc. lo que nos lleva al tema de las influencias, que tu como cubano, tuviste presente… Antonia Eiriz por ejemplo, una pintora expresionista cubana, se me hace bastante cercana a tu trabajo.
E.R.: Esto es algo interesante, a veces a mí me dicen: ”oye, te pareces a este o a tal otro”. Yo me acuerdo cuando yo estaba pintando un gallo y alguien me dijo “¡Oh Portocarrero, el maestro de pintura!”, y yo respondí “¿Quién es Portocarrero?”. En mi caso, yo me crie en Cuba hasta los ocho años, en un pueblo de los años sesenta en las afueras de La Habana, que no era nada, no había ninguna biblioteca, no había arte. Y de ahí yo me fui y entré en los Estados Unidos. Mis primeras grandes referencias entonces eran Dalí y Goya en especial, por su serie “Los Caprichos”.
Eventualmente en mi pintura fui revisitando artistas españoles como El Greco y mexicanos como Diego Rivera, Orozco y Frida Kahlo. Los pintores cubanos que yo conocí después, cuando empecé en la universidad, eran los contemporáneos, como Los carpinteros o Ana Mendieta.
J.S.: O sea, Elpidio Valdés[1] para nada en esta historia.
E.R.: (Risas) No.
J.G.: Hay una viñeta donde te representas de niño con una enfermedad, parece salida de un cuadro de Siqueiros, en donde estás como prisionero, retorcido por el dolor de una enfermedad. En tu libro, este es uno de los temas más destacados, el sufrimiento. Ya sea el dolor físico, el dolor moral o la angustia…
E.R.: Sí, en efecto. Yo no soy el primer cubano que tiene dolor y la pintura española entera también está poblada de dolores. En mi caso (la historia de un niño), lo que me impactó, lo que contó fueron los dolores, los dolores físicos. Como cuando alguien me tiró una piedra de río en la cabeza. El dolor, y en el caso de esa viñeta, tiene muchas conexiones en el libro y con respecto al título[2] (gusano), como el que me atacó cuando niño en el pie. Y que luego se mutó en el dolor de la separación, de tener que dejar a mis abuelos cuando yo tenía ocho años. A mí no me dijeron nada porque mi padre lo preparaba a escondidas. No podían decírmelo, puesto que lo podía decir en la escuela o a mis amiguitos. Hasta que un día de pronto llega el ejército a mi casa. Nos dicen “¿A ustedes se quieren irse del país?” Vi entonces a mi abuela llorar, mi abuelo llorando… Todo eso fue muy impactante. Por eso mi libro es, en parte, una colección de momentos así, impactantes de la memoria visual que yo tengo de mi vida y lo quería compartir no solamente para mí, sino para todos los cubanos.
Es importante entender, o hacer entender, lo es un migrante, pues cuando un inmigrante se va de su país, toda su historia viene con él. Lo que me molesta hoy en día, cuando hablamos de migrantes, no se hace como si fueran personas, sino como números, no como “llegaron 1500 personas”, sino “Hay mil inmigrantes en la frontera”, o “en el bote habían 58” Y nunca te dicen el nombre de esas personas. Nunca entrevistan a nadie que esté muy contento. “Te fuiste y entonces, ¿qué dejaste allá?". Yo quería escribir un libro en el que se entienda que el emigrante lo deja todo atrás. Trump no le da ninguna importancia a eso y habla del inmigrante como que “vienen a robar esto, quieren esto y quieren aquello” Y nadie se pregunta todo lo que han dejado atrás…
J.S.: Hablando justamente de cosas que no te gustan, me da la impresión al leer tu libro de que no te gustan las multitudes, los molotes…
E.R.: Mira, es un tema interesante. Porque cuando ves la página en donde triunfa la revolución y la comparas con la del ataque al Capitolio por los partisanos del fascista, es una imagen casi de copia exacta del tema.
Y en ese sentido, el libro funciona como una trampa para pájaros como las hacemos en Cuba, con un palito que se cierra cuando entra. Si tú llegas aquí, al principio, te dices “el libro es contra los comunistas” y le sigues la corriente, hasta que llegas aquí (páginas finales) y te dices “¡aquí pasó lo mismo al revés!”. O sea, que empiezas con una crítica de los comunistas y terminas con una hacia los fascistas. Cuando yo empecé a hacer esta página, en 2019 (la del triunfo de la revolución) sucedió a los pocos meses el ataque del 6 de enero, y yo dije “coño, mira lo que tenemos aquí” y entonces fui para atrás y le cambié el título del capítulo por “Revolución”. Hay conexiones entre la extrema izquierda y la extrema derecha y el mundo, la mayoría, estamos más en el centro y no tienen nada que ver con esto. Digamos que están viviendo su vida aparte. Y querría llegar a esto, a que el lector llegue al final y vea en qué acaba esto, para que vuelva a leer para atrás el libro.
Para mí, esos son los mejores libros como los de Mike Ford, uno de mis favoritos. Eso fue lo que traté de hacer con el libro.
J.S.: Otro tema que permea todo este libro, es el miedo dentro de Cuba, fuera de Cuba, en las conversaciones y los gestos de los personajes. Uno tiene la impresión a veces de ver marionetas que se articulan haciendo gestos militares, oficiales, y por detrás, el miedo en subtexto de todo…
E.R.: Yo me crié en el miedo. Desde mis seis o siete años tengo recuerdos de ver a mi familia disfrutando de un puerco asado y de pronto el “Shhhh” y la espera en tensión. Eso capta tu atención. Cuando era niño, en mi casa, mi abuela me decía: “¡Cállate mijo!”, porque alguien estaba cerca y yo pensaba “¿Qué pasa? ¿Por qué me tengo que callar?”. Y cuando empecé a visitar Cuba, me reencontraba con amistades y luego de un rato me llamaban aparte, donde nadie podía vernos y entonces se echaban a llorar por algo que no podían decirle a nadie más. La vigilancia, el miedo, la inseguridad… Tanto miedo acumulado se desbordaba en lágrimas y luego salíamos del cuarto como si nada hubiera pasado. Eso para mí es muy peligroso y es algo que, en países como Francia y España, la gente lo conoce, no se lo pueden imaginar.
Para mí era algo similar, hasta que, como lo menciono en el libro, me pasó en los Estados Unidos. Yo estaba en la escuela de mi hija, hablando de mi trabajo y de mis afiches criticando Trump, contra lo que yo considero fascismo. Y luego de la presentación y me vino una de las madres y me dijo en voz baja “oye, me gusta mucho lo que estás haciendo, ¡sigue así!”, y le respondí "¿y porque me estás hablando así en susurro?”, y ella me respondió “porque tengo miedo de que haya un fan de Trump y nos oiga. No quiero que eso afecte a mi niño en la escuela”. Eso para mí fue como si estuviéramos en Cuba.
La experiencia me molestó mucho y me hizo decidir de que aquí, en los Estados Unidos, tiene que existir alguien que grite bien alto, con fuerza para que la gente reaccione. Yo he visto a muchos usar mis imágenes en protestas, en blogs, en eventos, aunque yo no soy mucho de salir a la calle. Soy más un activista del internet, dando imágenes a la gente para que no tengan ese miedo, porque como dijiste, no me gustan los grupos de gente. Yo nunca he ido a una protesta. Todo eso me recuerda mucho a Cuba, a la turba, que llegaba a mi casa, a gritar y a tirar huevos. A mí no me gusta que la gente se grite. Quiero que la gente se comunique de manera que puedan hablar y comunicar, con un cafecito de por medio.
J.G.: En un capítulo de la novela The Brief Wonderful Life of Oscar Wao, de Junot Diaz, dos personajes, dos dominicanos de New York, tienen una disputa sobre su pasado hasta que uno de ellos grita en desesperación total “¡Todos somos Trujillo!”. Esa frase, esa sentencia tan dura, es, en parte, un problema compartido entre los cubanos que han exportado la cultura de la dictadura. De no respetar la diversidad de opiniones y de reprimir, si es necesario, la divergencia. Una suerte de continuación del fascismo cubano que había iniciado en los años veinte y treinta bajo Machado[3], y que aún tiene su espacio en Miami[4]…
E.R.: Sí, así es. A menudo se dice que aquel que estaba en Cuba dándole golpes a su pueblo, está al otro año en Miami, en Calle ocho, apoyando al bando contrario, dando golpes a quien sea que le critique. Es lo más difícil del mundo. A mí me gustaría hacer que cada uno que tenga su opinión pueda decir: “Vamos, para acá, hay una cajita, metemos un papelito y votamos. Si tú ganaste y quieres ser comunistas, ok, ahora tienes dos años, para hacer lo que tú quieras y si tu proyecto no sirve, volvemos a la cajita y ya está, pasamos a lo siguiente”. Sería lo ideal para Cuba como para los Estados Unidos. El problema es cuando entra en juego un grupo de gente, como en Cuba, que no deja que exista esa cajita o que solo aprueba la cajita que le sirve a él.
J.S.: El crítico de arte cubano, Rufo Caballero, decía que el arte crea la historia para los pueblos jóvenes, en parte porque los pueblos jóvenes tienen la manía de construir y destruir catedrales constantemente y cuando no hay una historia de la patria fija en cemento, pues el arte viene y “crea” esa historia. Y en ese sentido, yo creo que tu libro contribuye justamente a construir una parte de esa historia del país, en especial de aquella época tan compleja del Quinquenio gris[5]…
E.R.: Creo que sí, porque este libro “está entero”, es una obra que no existe en otro medio y es una historia que no se ha dicho de Cuba, que sigue negada. Yo lo escribí, en parte, para los que no la conocen, porque a menudo, los que se fueron a Cuba no cuentan su historia, porque no quieren vivirla de nuevo. Y eso es muy duro, muy difícil. Hay muchos cubanos que llegan a Miami y dicen “nunca más vamos a hablar de eso”. Y yo lo que quería contar eran cosas que yo vi y que la gente me dijo. Y las puse en el libro a pesar de que me dijeron que no me dejarían entrar en Cuba, pues para mí era una empresa necesaria, para que otros puedan entender, pues Cuba nunca se va a arreglar si seguimos en esta guerrita de mentiras. Sin gente que diga verdades, que las explique, no vamos a salir del ciclo de tragedias que se repiten todavía.
J.S.: Boris Pasternak en El doctor Zhivago decía que el gran mérito de la revolución y de Lenin era aplastar la verdad con la palabra, con el discurso… Y bueno, es algo que hemos vivido con la Revolución Cubana, pero también con todos estos grandes movimientos recientes, de grandes discursos, grandes fuerzas de masas que dan esa impresión, de borrar lo que sucedió hasta que mucho tiempo después tenemos un libro, una película que aparece y trae a la luz…
E.R.: Sí, sigue siendo el caso. Y es lo que pasa con los cubanos, que no tenemos muchas de esas luces. Hay muchos cubanos que tienen miedo a hablar porque tienen familia en la isla y se retienen. Por suerte no es mi caso, así que no tengo ese miedo. La verdad es más importante que todo y ese es el problema de Cuba, que no la hemos documentado y divulgado suficientemente.
J.S.: Una última pregunta. Jorge Domínguez, investigador cubano, antiguo director de relaciones internacionales de Harvard, decía que la democracia y Cuba son como las dos paralelas que se van a tocar en el infinito. ¿A ti esa frase que te dice?
E.R.: Bueno, desde aquí es difícil encontrar la esperanza, aunque quisiera encontrarla para el pueblo de Cuba, porque, por un lado, tenemos lo que está allá y por el otro lado tenemos lo que está allá en Miami, qué tú sabes… Son dos grupos de gente que no saben comunicar y que son un poquito fuertes, a veces salvajes. Es difícil cuando tú sabes quienes son tu gente, y que esa gente deberá sentarse a hablar. Tener democracia no va a ser fácil, lo sabemos, y por eso, lo de ver esas paralelas y unirse... Yo creo que no va a pasar en mi vida. Vamos a ver, esperemos...
NOTAS
[1] Gran figura icónica de la historieta y de la animación cubana. Suerte de Mortadelo y Filemón cubano, creado por Juan Padrón en los años setenta.
[2] “Gusano/s” fue también el insulto que el Partido Comunista de Cuba atribuyó a los “disidentes” durante décadas.
[3] Gerardo Machado, dictador cubano de 1925 a 1933, fuertemente influido por las dictaduras y el militarismo europeo de la época.
[4] Como la milicia de los Proud Boys, muy implicada en el intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2020 y en numerosos actos de terrorismo, fundada y dirigida por cubanos de Miami.
[5] Periodo de gran ortodoxia y paranoia generalizada en Cuba, tras el fracaso de los grandes planes económicos del gobierno durante “La ofensiva revolucionaria” de 1968, que eliminó toda forma de empresa privada, y luego de la “Zafra de los 10 millones” de 1970, proyecto directamente inspirado en el “Gran Salto Adelante”, que el gobierno chino había promovido como un éxito absoluto en el bloque socialista y que el gobierno cubano intentó replicar batiendo el récord de producción de azúcar, con la faraónica suma de 10 millones de toneladas, que nunca alcanzado.