EL SUEÑO APOCALÍPTICO DE JUAN BUSCAMARES
En un único tomo estructurado en cuatro capítulos:El Agua, El Aire, La Tierra y El Fuego, se compila la obra Juan Buscamares, del autor chileno Félix Vega, realizada entre los años 1996 y 2003. Esta edición de Planeta lanzada en febrero de 2018 en cartoné y con 216 páginas fusiona los contenidos de las ediciones de Norma Editorial en libretos separados, a los que suma un prólogo que prepara al lector para un pequeño viaje al misticismo inca, y una serie de ilustraciones, bocetos y descartes que muestran la habilidad artística del autor.
La aventura en un mundo posapocalíptico en el que predominan la escasez de agua y la ausencia de mares abre la obra. La sinopsis de este libro realizada por la propia editorial nos entrega a una aventura en un planeta Tierra sin agua: «Los océanos están secos. En un mundo asolado por tempestades, soldados, bandidos y fanáticos religiosos, Juan recorre el antiguo fondo del mar en su camión, buscando agua e intentando descifrar su propia historia […]». Sin embargo, el lector encontrará pronto elementos mágicos, místicos y surreales que le harán ver que el desarrollo de la historia se encuadra en otros parámetros diferentes a los de la acción por la acción, y que puede entenderla en clave onírica o poética.
De manera imperceptible, el minucioso e ilustrado dibujo de la primera parte de la obra se va liberando de su rigor y composición académica a lo largo del resto de capítulos hasta encontrarnos con un trazo suelto y una composición más relajada hacia el final de Buscamares. El autor ejerce así de instrumento para la historia, adaptando su dibujo, la narración y la viñeta a cada episodio. Como muestra, en el capítulo final, en el que se descubre la identidad de Juan Buscamares y en el que se alcanza el místico desenlace, nos encontramos tanto con la narración clásica del cómic, como con la sucesión de viñetas o ilustraciones sin texto, cada uno de estos recursos sirviendo a un propósito narrativo claro y otorgando al lector un camino para conocer el punto de partida y permitirle interpretar, ¿soñar?, el final.
Nos encontramos en el desarrollo de la historia con referencias por doquier a otros autores de la literatura, el cine y la historieta. Desde el evidente paralelismo estético entre Mad Max 2 (George Miller, 1981) y el capítulo El Agua, a otras similitudes con el film de Federico Fellini E la nave va; desde Altuna a los Breccia y Oesterheld de El Eternauta; es indudable la influencia de Milo Manara en la imagen de Aleluya y en el erotismo que transmite, en las apariciones de El Principito; los personajes de extraña anatomía mutante, creadores de complejos ingenios mecánicos, podrían ser personajes del universo de Moebius; y hasta referencias, pretendidas a la mencionada obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry, y mucho más veladas a la novela Lituma en los Andes, de Vargas Llosa.
El filósofo Aristóteles añadió a los cuatro elementos que componen nuestro mundo (agua, aire, tierra y fuego) un quinto elemento, la quintaesencia o éter, la materia de la que están hechas las estrellas, la materia de lo que esté hecho lo incorruptible. Si bien Juan Buscamares se divide en estos cuatro elementos de la materia, también hay algo que los une, y esa quintaesencia, la que uno espera encontrar y reconocer, se debe leer en clave inca. Félix Vega es un autor chileno, se preguntará por tanto el lector por qué se hace referencia a la cultura inca y no a la mapuche; la respuesta es simple, los referentes mitológicos de nuestra cultura europea provienen en su mayor parte de los mitos grecolatinos, mientras que en la América andina estos mitos remiten a la civilización inca. Y la ausencia de equivalencias exactas entre unos mitos y otros nos produce, a los que carecemos de la cultura necesaria para conectar en una primera lectura con el sentido de la historia, la necesidad de leer y releer la historia de Buscamares, el viajero, y entenderla para emocionarnos.
Juan Buscamares , la obra de Félix Vega, puede leerse de muchas maneras y cada lector es soberano para decidir cómo lo hace. Una propuesta es leerla como una aventura y como tal la obra funciona hasta el cuarto capítulo, que en este caso y, como he leído en otras críticas del libro, estaría de más. Otra propuesta integradora, entre las muchas posibles, es leerla con perspectiva poética, aunque la adecuada lectura de la poesía no sea un ejercicio fácil.
Yo me encontré con la suerte de que Tebeosfera dedicara su número a la historieta chilena en el mes de septiembre, justo 45 años después del golpe de Estado ejecutado por los militares, y de que el despótico y despiadado escuadrón de la muerte que aparece en el primer capítulo me pareciera una metáfora de aquel ejército despiadado y cruel que apagó muchas voces. Me encontré, además, inmerso en un proyecto de adaptación al inexorable cambio climático, e identifiqué la sucesión de sequías y diluvios de la obra con un probable destino de nuestro planeta. Y, por azar, acompañé la lectura de este libro con una emisión de Radio 3 sobre los grandes poetas chilenos del siglo XX que me proporcionó una mirada distinta a la que estaba teniendo sobre esta obra de Félix Vega. Y así pude entenderla como un pequeño sueño o un pequeño poema, como uno de esos «mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón» de los que hablaba otro poeta.
