DENTRO DEL LABERINTO CON MAZZITELLI Y ALCATENA
Travesía por el laberinto es una obra escrita por Eduardo Mazzitelli y dibujada por Enrique Alcatena. Travesía por el laberinto no es la única colaboración de estos creadores, de su unión han nacido relatos como Acero Líquido, Metallum Terra, Pesadillas, o, más recientemente, Nuggu y los cuatro. Travesía por el laberinto es una obra de84 páginas en blanco y negro, dividida en 12 estancias de 14 páginas cada una. Travesía por el laberinto fue publicada en el año 1991 dentro de la revista argentina Skorpio. Travesía por el laberinto es un apasionante recorrido por el proceso creativo, y una envolvente reflexión sobre la condición humana. La búsqueda de la Felicidad, el Equilibrio o la Identidad, conviven con la Ira, la Falsedad o la Locura.
Cubierta de Alcatena para Super Skorpio 146, en el que se desarrollaba la serie El Mundo Subterráneo
CUENTOS PARA NOCHES TORMENTOSAS
Nos encontramos ante una novela gráfica que aúna como pocas su valía literaria y artística. Aun ahora, me resulta difícil decidir qué parte pone el cascabel a la otra. Pues si las ideas, reflexiones y situaciones creadas por Mazzitelli son fascinantes, la plasmación gráfica de Alcatena resulta cautivadora. Hasta el punto de que texto y dibujos combinan perfectamente en la realidad de la historieta, pero uno podría hacerlo perfectamente en el mundo literario, y el otro en el universo de la ilustración. Ambos autores, logran que sus improntas recorran juntas el laberinto creativo sin que una busque dejar atrás a la otra.
Shakespeare, Cervantes o Borges, se dan la mano con Dalí, El Bosco o Courvert.
Su planteamiento inicial no es innovador: Un poeta sin inspiración es arrastrado por el Oberon creado por Shakespeare al Laberinto fundamental, donde confluyen los ríos del tiempo, la realidad y la ficción para regar la fértil imaginación de los creadores.
Ya Hugo Pratt en su Sueño de una mañana de invierno, presentaba a Oberon, junto a otros personajes shakesperianos pidiendo ayuda a Corto Maltés para que los defendiera de la Alemania akaiserada de La Primera Guerra Mundial. Neil Gaiman y Charles Vess, en su relato para The Sandman: A Midsummer Night's Dream, lucían a la compañía de teatro del bardo representando la obra homónima frente a una audiencia compuesta por los personajes que la protagonizan.
¿Plagio? ¿Copia? ¿Imitación?... No, simplemente Arte en vida que baila la música del azar. No en vano las musas que nadan en las aguas del Parnaso bañan con su sonrisa a todo creador que se zambulle en ellas. ¿O acaso no es el mismo concepto de obsesión amorosa el que sufre Otelo por Desdémona, que el que encanta a Quijote por Dulcinea? ¿Se copiaron Shakespeare y Cervantes, o simplemente tomaron la misma bifurcación en el laberinto creativo? Además, si El Bardo se inspiró en un relato de Cinthio… ¿en quién se inspiró El Manco?
No importa, la inspiración está en la vida. El arte es vivir o soñar que vives, o, como pone Mazzitelli en boca de uno de sus personajes: «¿Acaso vas a escribir sobre la vida si no vives?»
DIARIO DE LA TRAVESÍA
El álbum contiene algo más que un vagabundeo ingenioso por el enredo de la inspiración, reflexiona sobre constantes humanas, y es un relato de aventuras con monstruos, princesas o piratas. Así mismo, como todo viaje, el recorrido por esta obra conlleva un componente iniciático, al igual que Percival —su protagonista— respirar el polvo de sus veredas nos llevará a paladear de manera diferente el aire de la realidad.
Mazzitelli se nos confirma como un auténtico maestro de pista circense. Su guión hilvana con el hilo de la narración sólida, elementos y personajes provenientes de otros mundos, pero que adoptan nueva forma en el suyo siendo fieles a su origen.
El Quijote —presentado en la segunda entrega de la obra— reniega de su código de caballería. Hastiado de ser llamado loco por meramente ver la realidad, decide integrarse en la cerrazón del resto. Veremos a Sancho y Rocinante figurar entre las cosas que el hidalgo dejó en el olvido, en una epatante viñeta dibujada por Alcatena. Finalmente, el manchego tras yacer con campesina carnosa, volverá a enloquecer: volverá a ver la realidad.
En el relato El rostro del demonio, asistimos a una revisitación de Moby Dick y la leyenda de El holandés errante, donde el descomunal cetáceo y los dos obsesivos justicieros / vengadores mantienen una batalla eterna, infinita —al igual que el laberinto donde viven— identificable, nuevamente, con el combate entre Cordura y Locura, o ¿el Bien? —tradicionalmente asociado al color blanco de la ballena— y ¿el Mal? —confederado a los capitanes obscuros—.
Quizás el personaje más rico, por su condición enigmática, ambivalente y tramposa —cercano a la figura de un creador respecto a su obra— sea el de Reynard, Rey de los Zorros, a quien le gusta juntarse con las personas. Esta creación antropomórfica aparecía en numerosas fábulas medievales junto a un poeta que narraba vivencias humanas transmutadas a animales. Reynard no sólo encarnaría al Artista, en su condición de conocedor de lo que espera más allá de las puertas a cruzar, o por introducir en el transcurso de la narración recursos inesperados. Si no que se muestra como gran conocedor de las variables humanas a lo largo del viaje por un laberinto irreal, en el que al igual que en la vida, siempre estamos en movimiento.
¿Quién es más feliz, un espantapájaros —tranquilo, inmutable, estático— o un “Rufus el osado” en perpetua lucha por la felicidad?
Mazzitelli se despliega muy crítico con nuestro comportamiento: matamos a lo que envidiamos; nuestra cobardía nos impide desarrollar nuestros potenciales; el miedo, la policía o el profesorado son fuerzas represoras, y a la vez títeres en manos del Sistema.
Puede que el Hombre sea sólo un borracho que bebe de una botella vacía; un cobarde que prefiere soñar con las cosas que nunca fueron, a afrontar su realidad.
Tal vez yo confunda lo contado por el guionista, con lo imaginado por mí. Quizás, tú lector, veas algo diferente a lo que he encontrado. Esa es la grandeza del relato de Mazzitelli, una vez que te adentras en él, tu viaje difiere del anterior.
EL ROSTRO DEL DEMONIO
Una vez más, Alcatena da muestras de su excelencia creativa. Sus lápices cobran una fuerza en blanco y negro, que el color y el entintado ajeno desvirtúan.
Se revela diestro para dar forma a cualquier cosa, real o irreal, de transmitir toda sensación, impresionista o expresionista, de reproducir con realismo cualquier figura, o fantasear con delirio cualquier forma. Lo mismo envuelve sus viñetas en un recuadro marcado —que refuerza lo narrado, o alberga un desarrollo complementario— que las deja relacionarse libremente en sus páginas. Alterna composiciones con guiños surrealistas (los barcos con ojos y pie frontal de El rostro del demonio) con disposiciones herederas de los códices medievales (véase el tercer episodio, Historias).
Su trazo alterna en una misma hoja del firme lápiz costumbrista, a la suavidad del pincel onírico. La realidad que ve el Quijote carece de límites, está libre de fronteras; mientras aquella en la que se fuerza a vivir integrado está firmemente delimitada y entintada.
Pese a lo desproporcionado de alguna de las situaciones, su composición es siempre adecuada. Pese a mostrar a lo personajes en continuo movimiento, éstos siempre aparecen en posturas cambiantes, no transmitiendo ninguna sensación de monotonía. Y todo ello sin incluir ninguna imagen cinética ajena a la de la propia figura.
Alcatena se muestra perfecto en el encuadre, lo que se aprecia perfectamente en las numerosas escenas que alternan movimientos ascendentes con descendentes por las escaleras que atajan el Laberinto.
Pese a su dominio de la técnica, su trazo no resulta frío, ni su composición abigarrada a pesar de su composición detallada. Sus creaciones desprenden humanidad, da lo mismo que hablemos de duendes que buscan recuperar el Arco Iris, que de mascarones de proa que relatan sus singladuras. Es tal la carga emotiva que transmiten sus dibujos, que nos es imposible no compadecer a la mujer que se niega a salir de su jaula —esperando al príncipe idealizado que la rescate— o no compartir la vitalidad de un Quijote reincidente en el pecado de disfrutar de la vida.
Quizás, como aseguran los autores, haya que ser un loco para buscar la Felicidad. Entonces sólo puedo concluir admitiendo mi locura, pues la lectura de Dentro del laberinto me ha acercado al delirio del placer ante lo narrado.
Cuidad vuestra estabilidad mental, obras como ésta, donde se afirma que hay más de un camino para llegar a la Verdad, son desaconsejables en estos tiempos de pensamiento único disfrazados de falsa progresía solidaria. No leáis, no penséis. Manteneros alejados de El laberinto de las ideas. Demonizad al diferente, al que osa a criticar lo que vosotros ni os planteáis. No leáis la obra de Mazzitelli y Alcatena, quizás os haga daros cuenta de que vale más deambular solo por laberintos, que caminar en círculos por la nada abarrotada de seres vacíos.