DE CÓMO APRENDIMOS A REMAR EN BAÑADERA |
Es difícil señalar cuándo comenzó todo. Porque nada, nunca, arranca de cero. Supongo. Pero si tuviera que elegir un instante, hacer un corte temporal completamente caprichoso, me gustaría pararme en algún momento del 2000. Porque fue un lindo año, con todo ese bullicio inútil que se había generado alrededor del (en vano) temido Y2K; y planeábamos un montón de sueños que la realidad se encargaría de dinamitar (al menos a algunos argentinos) en diciembre del 2001, con una crisis pasmosa que se lo comió todo, incluyendo vidas, ahorros y proyectos. En verdad, nos tocaba pagar la factura de la fiesta menemista que habíamos protagonizado como sociedad, aunque a la hora de meter la mano en el bolsillo para correr con los gastos, quienes la habían generado y quienes más se habían beneficiado con ella no estaban en el restaurante. Como siempre.
Pero volvamos al 2000; y a aquellas charlas que mantenía con Hernán Ostuni (más que mi amigo, mi hermano), cortadito en mano y acodados en el mostrador de una comiquería porteña que yo regenteaba junto con otros socios y amigos. Comiquería a la que pomposamente denominaba “trabajo”, como si hablar de historietas, leer historietas y buscar historietas en otros países del mundo pudiera ser calificado de esa manera. ¿Qué quedaría, entonces, para el hombreado de bolsas en el puerto, no? Hernán, inquieto como nunca, acababa de conformar un colectivo de trabajo, un espacio de investigación histórica sobre la historieta, junto con Andrés Ferreiro, Mario Formosa y Norberto Rodríguez van Rousselt, tres muchachos más que respetados en el mundillo comiquero local. No sólo por la portación de canas, sino (sobre todo) por su condición de coleccionistas reputados, enciclopedias andantes en todo aquello que tuviera que ver con viñetas, sus autores y sus modos de producción y comercialización.
La Bañadera del Cómic. Así denominaron al emprendimiento que, de entrada, se abocó a un proyecto faraónico que el ímpetu y la energía de los bañaderos hacía ver como un simple paseo por el parque, una bella tarde soleada de verano. A grandes rasgos, se trataba de una Biblioteca Temática sobre la Historia de la Historieta Argentina, cuyas primeras entregas estarían nada más y nada menos que dedicadas a dos iconos del noveno arte local: Patoruzú y Héctor Germán Oesterheld. Al de Patoruzú contribuí retocando y actualizando un viejo artículo que habíamos escrito con Hernán para nuestro fanzine Akfak. Y al de Oesterheld, poniendo la oreja y prestando algunas revistas que hacían falta. No voy a abundar mucho más. El libro de Patoruzú salió antes de la crisis. El de HGO, dividido en dos tomos organizados en primera y tercera personas, después de la hecatombe. En el medio, los bañaderos tuvieron la enorme gentileza de invitarme a unirme al club, cosa que acepté de inmediato.
Los tres números de la Biblioteca Tamática de la Historieta Argentina: arriba, Patoruzú (nº 1) y abajo Oesterheld en primera persona (nº 2) y Oesterheld en tercera persona (nº 3). | |
Ahora me es más fácil seguir, porque el texto ya no depende del cuándo sino del cómo. Y el cómo emergió naturalmente de un intercambio de mails. “¿Por qué no hacemos una revista?”, recuerdo que le escribí a los bañaderos en medio de una virtual conversación en dónde nos preguntábamos cómo llenar de contenidos a la página web de La Bañadera del Cómic (www.labanacomic.com.ar), ya que hasta el momento funcionaba sólo como soporte cuasi publicitario para el libro de Patoruzú. Estamos hablando de, más o menos, marzo-abril del 2004. Y se ve que rápidamente nos pusimos de acuerdo en qué revista queríamos hacer, porque el primer número de Sonaste Maneco estuvo colgado en la red de redes a mediados de julio de ese año.
Portada de Sonaste Maneco nº 1. |
Porque nosotros entendemos que cuando hablamos de historietas hablamos, esencialmente, de Cultura. Y de cultura en el sentido más amplio y profundo del término. Hablamos de historia, de arte (o artes), de política, de ideología, de teorías y prácticas, de costumbres; y de todo aquello que queda entremedio y funciona como lazo de unión. En una palabra: de identidad. O mejor aún, de identidades. Estoy convencido de que el periodismo es una manera de mirar el mundo. Una manera crítica de mirar el mundo y de intentar entablar algún tipo de diálogo con los debates que, en este mismo momento, cruzan las sociedades. Para emitir nuestras opiniones en torno a esos debates, elegimos pararnos en el rincón de la antes llamada cultura de masas. Desde allí, y con esa perspectiva, más el bagaje que cargamos como mochila, realizamos ese recorte de la realidad que fue Sonaste Maneco.
Un recorte de la realidad que privilegió aquello que acontecía en la Argentina, visto, leído y entendido desde una Argentina inserta en América Latina primero, y en el mundo después. Porque entendemos que la cultura nacional también se nutre de las experiencias supranacionales, siempre y cuando se trate de experiencias respetuosas de las diferencias, enfrentadas al modelo único que busca desalojar lo propio para universalizar lo que naturalmente nos es foráneo.
Para entender esos procesos, la información se convirtió en nuestra materia prima, nuestra principal herramienta. Aquella que circulaba libremente, aquella que conseguimos, aquella que nos enviaron, aquella que generamos nosotros mismos, todas fueron más que bienvenidas. Y a todas les dimos el mismo tratamiento riguroso, aunque más de una vez nos haya tocado tragarnos algún que otro sapo. Porque de eso también se trata el periodismo. De sociabilizar ideas, logros, conocimientos. De ponderar acciones y sucesos de acuerdo a un parámetro tan arbitrario como personal, nuestra escala de valores.
Por suerte para quienes hicimos el Maneco, como le llamamos cariñosamente, muchos compartieron esa escala de valores. Profesionales del medio como Carlos Trillo, Eduardo Ferro, Oscar Grillo, Sergio Langer, Lucas Varela, Ray Collins, Gerardo Canelo, Javier Doeyo, Esteban Podeti, J. J. Rovella, Alejandro Aguado, Ariel Avilez de Seinegalt, Andrés Accorsi, Mariano Chinelli, César Carrizo y la UNHIL, Roy Thomas, Jim Shooter, Mark Evanier, Humberto Ramos, Juan Padrón, El Delga, Edgar Vasques, Hervi, José Palomo, Jaime Huerta, Mauricio García C. y los hacedores de Ergocomics, Roberto Goiriz, Dario Mogno, Raquel Orzuj, Cristian Díaz el TEC, Juan Carlos Silva, Javier Mora Bordel, Manuel Barrero y la gente de Tebeosfera, Álvaro Pons y La Cárcel de Papel, el Museo de la Caricatura Severo Vaccaro, Melina Gatto y los amigos de la Fondazione Franco Fossatti, los sitios web UBC Fumetti (Italia), Newsarama, Latino Review (EE UU), Comicvia (España), Universo HQ, Bigorna (Brasil) y Supercomics (hoy Artes 9, México), la escritora Giovanna Rivero Santa Cruz; y publicaciones que no guardan relación con el mundo de los cómics, como las revistas Foreign Policy (España) e História Viva (Brasil), los diarios The Arizona Republic (EE UU) y Los Andes (Argentina), así como la editorial alemana Taschen, entre muchos otros, fueron sumamente generosos al permitirnos republicar algunos de sus trabajos.
Emprendedor por naturaleza, Hernán encontró en esa pertenencia latinoamericana del Maneco la posibilidad de concretar uno de los sueños que viene acariciando desde que lo conozco (hace más de treinta años); y que fue metiendo en cada uno de los proyectos que lo tuvo como protagonista: echar luz específica sobre el corpus documental historietístico de nuestra Patria Grande. Pero no de cualquier manera, sino prestando ojos y oídos a las anécdotas, los datos, el análisis contextualizado del devenir historietístico de América Latina. Estando atento a las ligazones mantenidas con el resto del mundo y privilegiando las voces protagonistas de los hechos.
Así, a fines de 2007 alumbró la colección temática La Historia de la Historieta Latinoamericana, serie de cuatro volúmenes (más uno que quedó inédito) exploratorios de las raíces comunes que la Argentina comparte con Cuba, Chile, el Uruguay, Bolivia, Colombia, Paraguay, Perú, Venezuela, el Brasil y México. Relaciones que supieron fructificar de diferentes maneras, influyendo en el habla coloquial, en la predilección de géneros, en el consumo de los formatos y en su incidencia sobre las poblaciones. La idea fue, siempre, rescatar aquellos colores locales y hacerlos circular, libremente, entre nosotros y hacia fuera. Por eso habló de historietas, de quadrinhos o gibis, de comiquitas, de monitos o pepines, de dibujitos, de muñequitos, rescatando las voces populares que se venían utilizando desde mucho antes de que el vocablo comic apareciera intentando homologar las prácticas y las ideologías de un medio de comunicación cuyo máximo valor está puesto en la diversidad. Una tarea que hoy se potencia en experiencias editoriales regionales y políticas de apoyo mutuo en festivales y convenciones, pero que cuando estos libros empezaron la movida estaban más cerca de una expresión de deseos que de una realidad concreta.
Como proyecto editorial, esa temporada 2007-2009 fue, tal vez, la más rica que nos tocó transitar, porque aprendimos a caminar con nuestros compañeros de ruta, disfrutando del tiempo (y el trabajo y las ganas) invertido hasta el momento. Al igual que en el Maneco, las páginas de La Historia de la Historieta Latinoamericana se abrieron para rescatar ensayos diseminados en otros medios, papers académicos y artículos originales, firmados y compartidos por Dario Mogno, Cristian Díaz el TEC, Vicente Plaza, Joaquín Cuevas, Jorge Siles, Andrés Colmán Gutiérrez, Roberto Goiriz, Fernando Franco, Edixon Rodríguez, Waldomiro Vergueiro, Rubén Eduardo Soto Díaz y el propio Ostuni. La obra, ambiciosa y comunitaria, fruto del esfuerzo (y el trabajo y las ganas) de profesionales de todo el continente, contó también con una edición serializada dentro de la prestigiosa y pionera Revista Latinoamericana de Estudios de la Historieta, abriendo aún más su radio de emisión y alcance.
Para mayo de 2009, cuando asumimos la imposibilidad de seguir adelante con un Maneco mínimamente regular, tarea que se nos había hecho demasiado cuesta arriba por (re)cargas laborales varias, nuevas paternidades y otras yerbas, dimos el salto de la revista online al blog. Durante tres intensos años, La Bitácora de Maneco (http://labitacorademaneco.blogspot.com.ar) intentó repetir la pauta periodística del Sonaste Maneco, replicando sus secciones de información, divulgación, servicio de novedades, entrevistas y algún que otro etcétera. No lo hicimos mal (creo), pero el tiempo que siempre nos faltó se nos hizo más escaso todavía. ¿Resultado? Una drástica reducción de la tipología de los contenidos en febrero de 2012, quedándonos prioritariamente con el ejercicio profesional de la crítica (revistas, libros, cine, DVD) y la explotación de un formato de minientrevistas que, realmente, nos ha dado mucho gusto y muchas satisfacciones: El Cuestionario Maneco, nuestra atrevida versión del histórico Cuestionario Proust.
El cotidiano día a día actual nos encuentra concentrados en el blog. Y en un montón de ideas, algunas nuevas y otras recurrentes, que nos persiguen y nos asaltan cada vez que nos sentamos alrededor de una mesa, cortadito en mano (o pantagruélico asado en la parrilla amiga), dando forma ideal a proyectos que esperamos bajar a la realidad. Libros, revistas, programas de radio, actividades varias. Y, por supuesto, la edición del último tomo de La Historia de la Historieta Latinoamericana y una nueva versión del Sonaste Maneco, ¿por qué no?
Tiempo nos sigue faltando, pero ganas nos sobran. Y la Bañadera espera estacionada en la puerta, con el motor encendido.
Por gentileza de sus autores y editores, se ofrecen a continuación los cuatro números íntegros de la colección La historieta latinoamericana, en formato digital PDF: