Boselli y Colombo idearon la serie en 1993, durante la redacción del Manual del Vampirólogo para el tercer almanaque del miedo de Dylan Dog. Para entonces llevaban un tiempo trabajando para Sergio Bonelli Editore, donde habían escrito diversos álbumes de series como Zagor, Mr. No o Nick Raider. En 1995, cuando la guerra de Bosnia se encontraba en su fase más dramática, decidieron que ese entorno convulso sería el marco adecuado para que Dampyr viera la luz. Majo comenzó a dibujar el primer número en verano de 1995 y lo acabó en 1997; el segundo no fue concluido hasta 1999. El primer número, titulado Il figlio del diavolo, vio la luz en abril de 2000[1].
En lugar de las terroríficas (pero al fin y al cabo, conocidas ya y, por lo tanto, tranquilizadoras) historias tradicionales, desde el Drácula de Bram Stoker hasta las novelas de Anne Rice, en las que elegantes vampiros duermen en ataúdes forrados con terciopelo rojo y son asustados por ajos, cruces y estacas, Boselli y Colombo nos presentan a unos vampiros que se ríen de tal ingenuidad. Unos vampiros escondidos en un mundo tan real y angustioso como ellos mismos. Es, queridos lectores, el mismo mundo en que vivimos nosotros, con su dureza y su violencia[2].
En efecto, la violencia y dureza del mundo contemporáneo será el gran escenario de Dampyr, una serie que inicia su andadura durante la guerra de los Balcanes (1991-2001). El título de la serie alude a la naturaleza de su protagonista, Harlan Draka, un extraño individuo cuyo medio siglo de vida no se refleja en sus aparentes treinta años que vaga por los Balcanes haciéndose pasar por supuesto Némesis de vampiros hasta descubrir que su verdadera naturaleza es la de un “dampyr”: el hijo de vampiro y de madre mortal. A partir de la muerte de su amigo y casi hermano Yuri, que es atacado por una manada de vampiros comandados por el voraz Gorka, su vida se convertirá en un incesante vagabundeo por el mundo luchando contra toda clase de vampiros y “maestros de la noche” (vampiros de origen alienígena, entre los que se cuenta el propio padre de Harlan). En la primera historia, que transcurre en la aldea de Yorvolak, comienza el despertar de Harlan Draka y su combate contra los seres de la oscuridad, pero también confluyen los otros protagonistas de esta saga: en primer lugar, su leal amigo, el gigante y rudo Emil Kurjak, antiguo ingeniero que ha hecho de la guerra y de la muerte su vocación después de que las bombas mataran a su esposa y a su hijo y le convirtiesen, como él mismo llega a afirmar, en “un carnicero sediento de venganza”
El trío protagonista. Dampyr, 21. Dibujo, Majo. Harlan y Tesla. Dibujo, Majo. Dampyr, 2. Fantasías árabes. Dampyr, 23. Dibujo, Genzianella. La barbarie de la guerra. Dampyr, 2. Dibujo, Majo.
Nace un dampyr. Dampyr, 1. Dibujo, Majo. | Nocturno gótico. Dampyr, 9. Dibujo, Majo. | Praga expresionista. Dibujo, Rossi. | Narcotráfico y vampirismo con ecos de Traffic. Dampyr, 24. Dibujo, Genzianella. |
3. Una serie plena de evocaciones literarias.
El gran mérito de la serie Dampyr consiste, al igual que en otros títulos representativos de la factoría Bonelli, en la frescura y honestidad con que asumen sus homenajes y referencias de partida. La genialidad de Dampyr, como la de Dylan Dog o Tex, reside en que a sus creadores no les importa que podamos reconocer sus influencias y referentes. Se consideran unos creadores anclados en la tradición del cómic y de la cultura popular del siglo XX y la revisitan a menudo para usar de ella cuando más les interesa. A este respecto, es denotativo que la apariencia de Harlan Draka esté inspirada sin ningún pudor en la de Ralph Fiennes para la película Días extraños (Kathryn Bigelow, 1995), pero también en otros seres condenados y nocturnos[5] conocidos por un gran número de lectores. También la apariencia de Dylan Dog se inspiraba en la del actor Rupert Everett, y sobre ese modelo, reconocible para muchos, fueron introduciendo variaciones de estilo sobre la marcha de la serie. Esta costumbre de trabajar sobre actores y fotografías, tan antigua como el mismo cómic (recordemos no sólo el primer Blueberry, inspirado en Jean-Paul Belmondo, sino al mismo Tarzán de Harold Foster, basado en Elmo Lincoln), puede parecer hoy poco “artística” u “original”, pero el éxito de las series Bonelli depende en buena medida de que sus artífices trabajan sobre un enorme caudal de cultura popular que homenajean por medio de préstamos de todo tipo. Desde este punto de vista, los creadores literarios de la serie Dampyr se sienten más próximos a la concepción del poeta antiguo, que no tenía más interés en ser original que por mostrarse respetuoso con una tradición heredada sobre la cual introducía sugestivas variaciones personales. Es por esto comprensible que una serie como Dampyr se haya convertido rápidamente en un éxito en su país de origen, porque cuenta con un público receptor que saborea los continuos homenajes y guiños al género de terror que recorren la saga. Dampyr es metaficción de máxima calidad, una serie de ficción sobre la ficción de los vampiros donde casi ninguno de los elementos que la integran son originales en sí mismos, sino originales en su nueva combinación, que es la de Boselli y Colombo para un público del siglo XXI que quiere una nueva visión de los mitos del vampirismo adaptados a nuestros tiempos.
Merece la pena insistir en que Boselli y Colombo tienen una gran biblioteca a la que recurren sin vacilar y que les sirve como permanente fuente de inspiración. Estamos ante una serie enormemente literaria, no sólo por sus referentes temáticos o porque tal es el estilo de la mayor parte de los cómics de la factoría Bonelli (historias de casi cien páginas con viñetas pequeñas que a veces duran dos y tres números y las parangonan más con la novela que con el cómic convencional), sino porque son muchas veces los libros del pasado, que evocan y recrean con minuciosidad, aquellos motores o detonantes de la historia. ¿Cuántos de los miles de lectores de Dampyr conocen con la misma familiaridad las sagas nórdicas de Snorri Sturlusson que dan forma al excelente díptico compuesto por Bajo el volcán y La caverna del troll?[8] En este aspecto, la serie Dampyr es una notable heredera de la última etapa de la obra de Hugo Pratt, aquella representada por la Fábula de Venecia (1977) donde Corto Maltés se dejaba envolver en fantasías simbolistas y librescas llenas de evocaciones de culturas remotas y personajes históricos. Aquella etapa, que muchos reprocharon a Pratt por hacerle olvidar el más genuino espíritu de la aventura en favor de cierta autocomplacencia intelectual (algunos dirían que intelectualoide), es también una referencia fundamental en Dampyr, como también lo es en otro contexto Martin Mystère, pero en este caso existe siempre un evidente balance en que lo que debe primar es sobre todo el espíritu de aventura, lo que no es obstáculo para que, dentro del generoso margen de extensión que tienen los tebeos Bonelli, a veces Harlan y otros personajes (sobre todo Caleb Lost, pero no únicamente) se explayen en evocaciones literarias y culturales que brotan dentro de las pequeñas viñetas como manantiales de herejía en estos tiempos en que muchos lectores se congratulan con la poca letra y con cierta clase de cómics predominantemente visuales.
Portadas de Dampyr, 1 y 101, Dampyr albo speciale, 0 y 100 anni di fumetto italiano: Todas las portadas de la colección han sido dibujadas hasta hoy por Enea Riboldi. |
Dampyr es una gran serie que se mantiene como referencia fundamental del tebeo fantástico de nuestros días a pesar de sus naturales vaivenes artísticos como serie comercial de aparición mensual. Es, sin embargo, mucho lo que ofrece a cambio de tan poco como su precio de portada en Italia. Sus dibujantes suelen ser profesionales excelentes que a veces bordean lo magistral (me decanto por Majo, Rossi, Dotti y Genzianella) y sus argumentos y guiones brillantes y llenos de diálogos a veces sorprendentes o conmovedores. Sin embargo, no nos equivoquemos, esto para muchos no es “arte”, simplemente el refrito de cien bibliotecas de unos autores empecinados en alucinarnos con su cultura. Quizá quienes erróneamente disfrutamos tanto con este estilo de viñetas pequeñas y acciones más pausadas con diálogos más ricos y oxigenados deberíamos pagar mucho más por cómics de muchas menos páginas donde se nos cuenta mucho menos a pesar de la tapa dura y la validación cultural del cómic como objeto más próximo al libro de arte que a la literatura.