CÓMICS Y PATOLOGÍAS. AUTOBIOGRAFÍA ENFERMA
PACO MARTOS

Resumen / Abstract:
La enfermedad como asunto principal en cómics autobiográficos y algunos modos de presentación. / Disease as a major fact in autobiographical comics and some display modes.
Notas:
Adaptación para Tebeosfera número 12 de la ponencia 'Autobiografía enferma', presentada en el I Congreso Internacional sobre Cómic y Novela Gráfica celebrado en el Instituto Franklin de la Universidad de Alcalá de Henares en noviembre de 2011.

CÓMICS Y PATOLOGÍAS. AUTOBIOGRAFÍA ENFERMA
 

CONFESIONES

La creación autobiográfica tiene entre sus motivaciones la búsqueda del conocimiento interior, la confirmación de una identidad y la pretensión de catarsis al compartir y hacer público lo propio. La autobiografía tiene su germen europeo reconocido en los trece libros que integran las Confesiones de San Agustín (siglo IV d. C.), y aunque existió como forma en la antigüedad grecolatina (Meditaciones de Marco Aurelio) y en la Edad Media, periodo en el que se prodigaron las hagiografías y biografías, fue durante el Renacimiento y especialmente en las ciudades italianas donde la autobiografía se estableció como género, en un momento en el que la mentalidad burguesa comenzaba a ver en el individuo al impulsor de la actividad comercial y cultural. La autobiografía no consiguió desarrollarse hasta que la idea de individuo prevaleció sobre la de comunidad. Una comunidad representada en las sociedades clásicas por el hombre público, el héroe colectivo, como sucedía en el ámbito griego clásico; una comunidad constituida por hombres sujetos al capricho de los dioses, al poder de la naturaleza o a la tradición mitológica. Con el advenimiento del cristianismo, el interés por conocer se dirigió hacia el interior de la persona, hacia su capacidad de entrega ascética, que tiene como finalidad la identificación con el símbolo y, por último, la salvación.

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Las Confesiones de San Agustín. El “Hombre de Vitruvio” de Leonardo da Vinci.

Fue durante el siglo XV, cuando con la nueva noción de individuo, sobre todo en las ciudades gobernadas por el comercio, el hombre pareció despertar del ensueño mítico para incorporarse a la historia. El Renacimiento occidental fue clave para la transición del pensamiento simbólico hacia un interés creciente por la figura humana y por el concepto de individualidad. Hay una imagen que recoge a la perfección este interés, el famoso dibujo acompañado de notas anatómicas de Leonardo da Vinci, el “Hombre de Vitruvio”, que fue realizado alrededor del año 1487 en uno de sus diarios y representa una figura masculina desnuda en dos posiciones sobreimpresas de brazos y piernas e inscrita en un círculo y un cuadrado. Se trata de un estudio de las proporciones del cuerpo humano, realizado a partir de los textos de arquitectura de Vitruvio, arquitecto de la antigua Roma, del cual el dibujo toma su nombre. También se conoce como el canon de las proporciones humanas, que tanto interesaría después a Durero y otros muchos artistas.

Son destacables también de este periodo las autobiografías de soldados españoles, que, junto con las crónicas de los conquistadores del Nuevo Mundo, crean un interesante perfil del hombre y de la sociedad española del Renacimiento y el Barroco.

Las aportaciones más significativas al género autobiográfico llegarían siglos después y las hallamos en otras confesiones, Les Confessions (1770), de Jean-Jacques Rousseau, que al comienzo del libro primero expone:

«Emprendo una obra de la que no hay ejemplo y que no tendrá imitadores. Quiero mostrar a mis semejantes un hombre en toda la verdad de la naturaleza, y ese hombre seré yo.
Sólo yo. Conozco mis sentimientos y conozco a los hombres.
No soy como ninguno de cuantos he visto, y me atrevo a creer que no soy como ninguno de cuantos existen. Si no soy mejor, a lo menos soy distinto de ellos».

Con estas Confesiones tuvo su inicio y adquirió su forma distinguida el relato autobiográfico, resultando reforzadas dos de sus condiciones: la sinceridad (desviada ya del tipo de confesión hacia Dios como lo fue en el caso de san Agustín) y el individualismo, la afirmación y recreación del yo frente a los lectores. Es interesante para nuestra exposición recordar que la última de sus obras autobiográficas, Las ensoñaciones del paseante solitario (Les Rêveries du promeneur solitaire, 1778), fue escrita por Rousseau en un estado enfermizo y ya cercano a la muerte. La obra de Rousseau, que es considerado uno de los precursores del movimiento romántico, sirvió como modelo para muchas de las autobiografías firmadas en el siglo XIX.

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Dos ediciones francesas de Les Confessions (1770) y Les Rêveries du promeneur solitaire (1778), de Rousseau.

Según el filosofo alemán Georges Gusdorf, fue en 1789 cuando se usó por vez primera el neologismo culto autobiographic (atribuido a Schegel), basado en tres lexemas de origen griego: autos (uno mismo), bios (vida) y grafé (escritura), donde ya quedaban esbozados los componentes fundamentales del género: “auto escritura de la vida”. En España aún tardaría casi un siglo en ser utilizado el término “autobiografía” para referirse a una obra de creación literaria. Emilia Pardo Bazán, como subtítulo a Pascual López, escribe: Autobiografía de un estudiante de medicina, en 1879.

Esto pone de manifiesto el carácter moderno de este género, que se hace aún más patente en el caso del cómic, donde la temática autobiográfica como eje de una narración aparece en el siglo XX, ante el desconcierto espiritual, y junto al espíritu contestatario e inconformista de algunos autores ante unas determinadas causas políticas, económicas y sociales.

 

EL CÓMIC AUTOBIOGRÁFICO

Otras confesiones, Las confesiones de R. Crumb, aparecidas en 1968 y publicadas en España en 1978, son buen ejemplo de ese espíritu crítico. Su autor, el historietista norteamericano Robert Crumb, ha utilizado en gran parte de su obra la forma autorreferencial. Esta opción de narrar gráficamente la vida propia no comenzaría a ser convenientemente aprovechada hasta pasada la primera mitad del siglo XX, cuando surge la necesidad de afirmación del yo frente a los demás, lo que provoca un yo diferenciado, distinto sobre todo, de aquellos que habían promovido y participado en las recientes guerras mundiales o en Vietnam. Un yo enfrentado al de aquellos que habían implantado la censura (el caso de la Comics Code Authority en Estados Unidos o de la censura del régimen dictatorial franquista en  España), provocada por el miedo al atentado moral que podrían suponer para ciertos educadores y tecnócratas religiosos algunas publicaciones de cómics, dirigidas en su mayoría al público infantil o juvenil.

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Portadilla y página interior de Las confesiones de R. Crumb (1978). American Splendor nº 1 (1976).

En ese contexto es donde el autor de cómic siente la necesidad de mostrar su yo como referente e indagar en el yo íntimo, a la vez que lo hace público y lo comparte, reconstruyéndose a sí mismo en ese acto. El autor pretende comunicar un mensaje con voz propia, en primera persona, pero con un yo utilizado como instrumento agitador de una conciencia reprimida, no se trata de presentar al lector un mero ejercicio memorístico, pretende su implicación moral y emocional.

Los cómics autobiográficos publicados desde las últimas décadas de los años sesenta han configurado un amplio conjunto de obras íntimas y sinceras de autores que reconocen sus vidas en su expresión artística mediante la narrativa gráfica.

De nuevo Robert Crumb, esta vez en asociación con el guionista Harvey Pekar, un narrador de lo cotidiano, un individuo de espíritu depresivo, publica una serie de cómics bajo el título de American Splendor (1976), en los que se describe bajo una mirada muy personal la vida de la clase media norteamericana en Cleveland.

En España, sobre todo desde la segunda mitad de los años setenta, también encontramos formas autobiográficas en páginas firmadas por autores como Enric Sió (Minins), Luis García (Chicharras) y con más relevancia en las historietas de Carlos Giménez, autor que narró en viñetas los recuerdos de su infancia y adolescencia en Paracuellos durante 1976 y 1977, después en Barrio en 1978, a la que siguieron Los profesionales en 1981 y su epílogo: Rambla arriba, rambla abajo, de 1985.

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"Minins", de Enric Sió. "Chicharras", de Luis García. Paracuellos, de Carlos Giménez.

Desde entonces, son muchos los autores que han utilizado el cómic como medio de expresión de sus vivencias, de sus sentimientos más íntimos y de su percepción del entorno en el que se desarrollan como individuos. Por supuesto, es obligado citar a Will Eisner y su obra La vida en viñetas, así como recordar que el punto de inflexión que elevó al cómic de género autobiográfico a la altura de otros ya reconocidos (fantasía, género negro, superheroico, etc.), y que además le otorgó un peso específico en la historia del cómic, fue el premio Pulitzer otorgado en 1992 a Maus. Relato de un superviviente, un cómic donde, a grandes rasgos, Art Spiegelman narra la difícil relación con su padre y las experiencias de éste durante la II Guerra Mundial.

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Portada de Maus (1992). La vida en viñetas (1991).

En nuestro actual siglo, la importante presencia editorial que han adquirido los cómics de género autobiográfico ha generado neologismos como “autobiocómic”, para intentar definir los cómics cuyo eje temático principal es el propio autor. Esta necesidad de señalar un nuevo género intenta también facilitar la incorporación de lectores no habituales de historieta.

Por otra parte, también es significativo el interés que en la última década han mostrado los autores más jóvenes por este género, desafiando la falta de perspectiva que requiere la autobiografía, con un relato construido en presente, a modo de work in progress. Por todo esto, el cómic autobiográfico ha recibido una atención especial por parte de divulgadores y de reconocidos medios de comunicación.

Sin procurar que sea exhaustiva, sí es conveniente al menos recordar una relación de cómics autobiográficos que, aunque con algunas licencias a veces, se amoldan a los requisitos del género, es decir, configuran un relato sin ficción sobre la vida del autor y protagonista, que se desarrolla mediante estructuras narrativas que no están obligadas a atender un orden cronológico, con una voz propia que la distingue de la biografía y con un lenguaje distinto al de los memoriales. Un inventario que, si decidimos ampliar con interés, nos ayudará a considerar la importancia del conjunto.

Para este recorrido reducido, teniendo en cuenta su año de publicación en España, podemos partir de 2001, con Diario de un álbum, de Dupuy y Berberian; en 2002 Mis circunstancias, de Lewis Trondheim; llegar a 2004 con Blankets, de Craig Thompson; seguir en 2006 con varios autores reunidos en el título AutobioGraphix; en 2007 Persépolis, de Marjane Satrapi; conocer en 2008 el Diario de Fabrice Neaud, o una autobiografía de Ramón Boldú, Bohemio pero abstemio, reeditada en 2009, y terminar en 2011, con Mi organismo en obras, de Fermín Solís.

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Portada de la edición española de las obras biográficas mencionadas.
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AUTOBIOGRAFÍA ENFERMA. LA ENFERMEDAD CREATIVA

Algunos de esos cómics autobiográficos señalados en el ampliable recorrido seleccionado ya incluyen episodios enfermizos, es decir, fragmentos de la narración que están dedicados a la experiencia del autor durante alguna enfermedad.

La enfermedad asociada a la creación artística ha sido profusamente estudiada y documentada. Sigmund Freud probó que la cualidad esencial del genio es la de liberar síntomas conturbadores; el artista es un exhibicionista, un enfermo. Toda autobiografía contiene algo de dualidad esquizofrénica, ya que el autor es consciente de la fractura que existe entre el yo que lo vivió y el yo que lo narra en ese momento.

Dentro de ese amplio y reciente corpus de cómics autobiográficos podemos acotar un grupo de obras que, por su temática específica, requiere una atención especial y permite un estudio diferenciado: la autobiografía enferma. Un conjunto de tebeos compuesto por las obras autobiográficas en las que la enfermedad que padece el autor no supone sólo el relato aislado de un episodio enfermizo, sino que se convierte en la temática principal. De nuevo, Harvey Pekar nos sirve de ejemplo con su obra Our Cancer Year (Four Walls Eight Windows, 1994), donde en colaboración con su mujer, Joyce Brabner, describe su vida tras diagnosticársele un linfoma. En Píldoras azules (Astiberri, 2004), su autor, Frederik Peeters, narra su historia de amor con Cati, que es seropositiva, como también lo es el hijo que ella tiene de una relación anterior. El lector se convierte en testigo directo de la evolución de ese amor desde que Cati le confiesa su enfermedad. El síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida) es una enfermedad en la que algunos han querido ver el carácter de castigo divino, como el de las antiguas plagas (peste, cólera) o  el de algunas enfermedades de transmisión sexual (sífilis).

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Our Cancer Year (1994). Píldoras azules (2004).

Si expandimos la acotación propuesta anteriormente, podemos incluir en este grupo los cómics en los que el autor narra la enfermedad de alguien muy cercano a él (sus padres, sus hermanos, su pareja, sus hijos), personas que por haber fallecido, por su edad (corta o avanzada) o por causa de la propia enfermedad, se vieron imposibilitadas para reconstruirse desde sus propios recuerdos.

En Mi madre era una mujer hermosa (Glénat, 2007), su autora, Karlie de Villiers, narra cómo un proceso canceroso acaba con la vida de su madre. El relato describe además la vida en Sudáfrica durante los años ochenta, la infancia de la autora y la desintegración de su familia, paralela al comienzo de desintegración del apartheid. Con la inclusión de dibujos a modo de fotografías, cartas y otros elementos privados se subraya la veracidad de lo narrado. Se trata de un cómic autobiográfico que se acerca al memorialismo, reflejando la forma de vida de una niña en la sociedad de la época. Destaca el singular uso que hace la autora del color, acercándonos más a la cándida infancia que al astuto y oscuro mundo de los adultos.

Cancer Vixen (Ediciones B, 2007) es el relato real de cómo su autora, Marisa Acocella, abordó su lucha contra el cáncer. Lo expuso mediante una historieta en la cual su protagonista, de 43 años, la propia Marisa, se enfrenta al descubrimiento de un cáncer de mama, tres semanas antes de su casamiento. Una parte del dinero recaudado con este cómic estaba destinada al Comprehensive Cancer Center de Nueva York. Las donaciones y colaboraciones de los autores con asociaciones y centros médicos especializados son frecuentes en publicaciones con esta temática.

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Mi madre era una mujer hermosa (2007). Cancer Vixen (2007). Alicia en un mundo real (2010).

Alicia en un mundo real (Norma, 2010) está escrita por Isabel Franc y dibujada por Susanna Martín. La guionista muestra mediante los dibujos de Susanna su particular y difícil vivencia, esto es, afrontar el cáncer de mama, con lo que ello conlleva: localización del tumor, cirugía, tratamientos de quimioterapia y radioterapia; y sus consecuencias anímicas y personales. Desarrollando el cómic de una manera desenfadada y sin tecnicismos médicos, las autoras logran acercar y aclarar no sólo el trauma por la extirpación de un pecho, sino la posterior incorporación de la enferma a la realidad laboral, social y sexual.

El cómic de género autobiográfico y con temática en torno a la enfermedad está asociado a un gran espíritu de lucha y superación por parte de su autor. Un autor por el que estamos obligados a interesarnos, ya que nos ha invitado a su espacio propio, reservado, a su territorio íntimo; donde, a su vez, él está descubriendo un interior desconocido que recrea en el cómic con los trazos marcados por la memoria.

(A veces, utilizamos la expresión: “lo recuerdo como si lo estuviera viendo”, porque muchos de nuestros recuerdos se guardan en forma de imágenes, no es extraño entonces que el cómic sea un medio propicio para su expresión).

Jeffrey Brown es un autor de cómic estadounidense que acostumbra a firmar obras con marcado tratamiento autobiográfico. En Pequeñas cosas (La Cúpula, 2008) ya anunciaba los síntomas de su enfermedad, que se convirtió en parte importante del contenido de Piltrafilla (La Cúpula, 2009). En ella, el autor describe cómo afecta a su vida el padecimiento de la enfermedad de Crohn. Una enfermedad relacionada con factores de tipo genético y que se incluye dentro del grupo de las enfermedades inflamatorias intestinales.

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Piltrafilla (2009). Stitches (2010).

Por su parte, David Small nos emociona con Stitches. Una infancia muda (Mondadori, 2010). Se trata del relato de su infancia, amenazada siempre por alguna enfermedad señalada por su padre, que era médico. Comienza así el deambular del autor y protagonista por diversos centros hospitalarios, hasta ser operado de un tumor en la garganta, por lo que quedaría mudo (de ahí el subtítulo de la obra). El tratamiento gráfico parece heredar algo de sus trabajos de ilustración para literatura infantil, aunque su narración de la enfermedad es áspera y desalentadora: incomprensión familiar, aislamiento, angustia, etc. Una obra que no posee la frescura de exposición que exige la autobiografía. Porque, además de veraz, un cómic autobiográfico ha de ser (si se pretende obra artística) entretenido.

Hasta aquí, los cómics autobiográficos referidos han tratado enfermedades fisiológicas, pero un amplio grupo de obras muy interesantes se agrupan en torno a las enfermedades neurológicas.

María y yo (Astiberri, 2007), de Miguel Gallardo, y Una posibilidad entre mil (Sinsentido, 2009), de Cristina Durán y Miguel A. Giner, tienen en la enfermedad de tipo neurológico, autismo y parálisis cerebral respectivamente, el eje de sus historias. Coinciden también en que son las hijas de los autores quienes las padecen y, por tanto, sus principales protagonistas.

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María y yo (2007). Una posibilidad entre mil (2009).

Tanto Gallardo como Durán y Giner, además de la acertada forma del relato, planteado en el primer caso como un divertido diario de viajes y como un relato que expone el desarrollo diacrónico de la enfermedad en el segundo, han escogido unas características gráficas que, con registros muy diferentes, consiguen alejar sus historias de cualquier consideración plañidera.

En Una posibilidad entre mil volvemos a encontrarnos con una autobiografía narrada por dos autores, posibilidad que solamente algunos medios como el cómic permiten exponer con participación conjunta, lo cual enriquece el relato. También sus autores, desde la publicación de ambos libros, además de participar en numerosos congresos y mesas de debate, han colaborado con numerosos centros y asociaciones de ámbito terapéutico.

Miguel Fuster presentaba una obra muy especial en 2010, Miguel. 15 años en la calle (Glénat, 2010), con la que conocimos, mediante un dibujo nervioso y de trazo duro, los estragos que provoca el alcoholismo, una adicción que pertenece al cuadro de enfermedades físicas y psicoemocionales.

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Miguel. 15 años en la calle (2010) y su continuación Miguel. Llorarás donde nadie te vea (2011)..

En Epiléptico, la ascensión del gran mal (Sinsentido, 2009) de David B, la epilepsia que sufre el hermano del autor hace que su vida se vea perseguida por el temor de que le alcance a él también; hay momentos en la obra en los que el autor y a la vez protagonista se cree también enfermo. Nos interesa, por una parte, señalar el carácter marginal de la enfermedad cuando supone una carencia de salud mental. El enfermo se aparta a veces de los demás, se autoexcluye y encuentra en la plasmación de su vida cierto alivio, cierta catarsis; otras veces es evitado, apartado. La autobiografía ha de leerse, en este sentido, como un género transversal en el que el yo obtiene y entrega sus manifestaciones artísticas en el contexto de la sociedad y el tiempo en el que vive el individuo. A lo largo de la historia ha sido muy importante la expresión de  las repercusiones sociales y culturales de algunas enfermedades expresadas por los mismos autores afectados. La epilepsia, por ejemplo, fue considerada una enfermedad divina en la antigüedad, y en francés antiguo haut mal era un término asociado más a la magia que a la medicina.

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Portada de Epiléptico (2009). Descripción de un ataque epiléptico. Baile de médicos.

Élodie Durand narra en El paréntesis (Sinsentido, 2011) su lucha contra un tumor cerebral y la epilepsia. «Es la historia de una joven cuya vida cambia radicalmente cuando cae en una terrible enfermedad. Podría decir que es una obra muy íntima sobre la pérdida y reconquista de la memoria, recuerdos muy duros pero llenos de vida», precisa Durand en el Diario de Noticias de Navarra (4-IX-2011). El autor enfermo garantiza el pacto de veracidad (el pacto contractual, que indicaba Philippe Lejeune) con su público, porque ha quedado libre de cortapisas morales. En la subjetividad de sus páginas encuentra un efecto catártico y terapéutico que no podría alcanzar sin presentarse con desnuda sinceridad ante el lector. A este respecto Manuel Barrero aportaba una clave importante: “La historieta es un medio que permite al autor representarse enfermo, no sólo recordarse o relatarse. En el cine es posible si el afectado sigue enfermo, pero en historieta siempre puede, y además se representa con los estigmas o cargas que el autor quiere plasmar mediante el dibujo, lo que dota de un valor añadido a la biografía que el relato escrito no puede mostrar mediante la mera descripción”.

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El paréntesis (2011). Recreación de la enfermedad.

La autora, que sufrió durante siete años epilepsia y un tumor cerebral, ha compuesto en primera persona su obra, en la que los recuerdos tienen que ser recuperados incluso con ayuda de familiares y amigos debido a las lagunas creadas por la enfermedad. Se trata de una obra de cómic en blanco y negro, con recreaciones de la propia enfermedad como una entidad antropomórfica, como una sombra negra con un tumor en forma de lunar blanco en su cabeza.

El paréntesis es una obra que reúne todas las condiciones para ser ejemplo de paradigma del cómic autobiográfico con la enfermedad como núcleo temático, porque podemos identificar claramente a la autora con el personaje, porque el relato sigue un orden cronológico y porque pretende (esta vez en sentido literal) la recuperación de su memoria. También porque el relato transmite veracidad y porque existe en la autora suficiente motivación como para llegar a compartir su intimidad. Por último, cabe señalar que lo que en su momento tuvo de terapéutico la realización de la historieta puede proyectarse a modo de tratamiento para el lector.

 

DIAGNÓSTICO (a modo de conclusión)

Los cómics de género autobiográfico publicados en España durante la última década han configurado un amplio conjunto de obras íntimas y suponemos que sinceras en el que, por su temática específica, podríamos entender como una modalidad diferenciada la autobiografía enferma.

Obviamente, si un autor enfermo da testimonio de su patología y el pulso principal del relato lo marcan sus afecciones, que se describen como características esenciales del narrador, entonces podemos hablar de “autobiografía enferma”.

Por otra parte, la enfermedad recuerda al lector la fragilidad del ser humano. La autobiografía que narra un proceso de lucha y esfuerzo contra alguna dolencia está muy cercana al interés del lector, y en este caso la identificación es inmediata; naturalmente, para que esto ocurra, la labor narrativa y gráfica también es decisiva.

En general, el cómic de género autobiográfico se caracteriza por una expresión artística figurativa, ya que trata de identificar al autor con su presencia física en la vida, con su realidad. Sin embargo, cuando en la autobiografía se reconstruye una enfermedad mental o neuronal, es fácil encontrar la inclusión de referencias oníricas o surrealistas expresadas gráficamente con formas abstractas, minimalistas, expresionistas, etc. (la epilepsia representada por un dragón negro por David B sirve de ejemplo), con las que se pretende proyectar en el lector esos estados de conciencia dispersos y ajenos a la realidad. La elección gráfica es, en todo caso, decisiva para acercarnos o alejarnos de la historia.

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El dragón negro de David B.

El cómic autobiográfico permite la expresión de la incertidumbre y los temores ante una enfermedad de forma sincera y gráfica, proporcionando al autor una forma de terapia que puede compartir con sus lectores. La historieta facilita esa comunicación porque posibilita cualquier necesidad expresiva del autor, desde el susurro de la confidencia a la expresión enfática del dolor que ha sufrido, ofreciéndole además la posibilidad de reelaborar su imagen y alejarse de lo figurativo para poder expresar lo relativo al subconsciente.

Por tratarse de relatos de carácter dramático, muchos autores han optado por la utilización del blanco y negro como forma de expresión de sus “autobiografías enfermas”, un término acuñado aquí que podría definir un subgénero autobiográfico.

Quizá desde la enfermedad, la autobiografía, la memoria gráfica, se proyecte como la última defensa ante la muerte.

Creación de la ficha (2014): Paco Martos. Edición de Félix López. Revisión de Manuel Barrero, Javier Alcázar y Alejandro Capelo.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
PACO MARTOS (2014): "Cómics y patologías. Autobiografía enferma", en Tebeosfera, segunda época , 12 (28-I-2014). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/comics_y_patologias._autobiografia_enferma.html