BENOIT BRISEFER. UNA OBRA GENIAL DE PEYO
DAFNE RUIZ

BENOÎT BRISEFER
UNA OBRA GENIAL DE PEYO

Benoît Brisefer fue una de las cuatro series mayores de Peyo, junto con Johan y Pirlouit, Poussy y Los Pitufos, y la última en idearse y ponerse en funcionamiento. Eso no le ha impedido ser una de las más populares hasta el día de hoy, en que siguen dibujándose y editándose álbumes nuevos. Pueden contarse trece títulos en su haber, por lo menos hasta la fecha de elaboración de este estudio en 2006; sin duda, el hecho de que en esta serie hayan intervenido un buen número de magníficos artistas gráficos como Will, Walthéry, Albert Blesteau o Pascal Garray (y no sólo como asistentes o entintadores auxiliares), ha contribuido mucho a su éxito. En nuestro país, las primeras aventuras de Benoît Brisefer han sido publicadas en varias ocasiones, variando el nombre del protagonista según la casa editorial encargada de la publicación: “Benito Sansón” (Sepp-Mundis y Argos Juvenil), “Valentín Acero” (Casals), “Pachín” (Bruguera), etc.

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Primeros diseños del personaje, de 1960. 
Al contrario que el resto de sus otras series, Peyo concibe ésta con la idea de dejarla en manos de otros dibujantes; si al principio es él quien anima los personajes principales, otros serán los que se encarguen del decorado. Algunos, como Will, trabajan en su propia casa, lo que evita la supervisión constante de Peyo sobre el trabajo diario: Peyo se limita a esbozar lo que quiere y a irlo a recoger después, proporcionando así al artista un enorme margen de independencia sobre su obra (lo cual se detecta de forma inmediata al hojear un relato de Benoît Brisefer). Y sorprendentemente, a partir de la primera aparición en libro de Los doce trabajos de Benoît Brisefer, dichos artistas serán autorizados por Peyo a firmar junto con él, práctica ésta que Peyo desaprobaba al considerar que su nombre ya funcionaba como una especie de “marca”. Si bien Peyo inicia esta serie con cierta desgana, pronto se entusiasma con el personaje y desea entregarse más a él, pero no tiene apenas tiempo que dedicarle: Los Pitufos, con su tremenda secuela de pedidos publicitarios, absorben todo su tiempo y sus energías. Con el tiempo, Peyo delegará por completo en Walthéry para que se ocupe de Benoît Brisefer; hoy en día es Pascal Garray quien firma la parte gráfica de los nuevos álbumes.

Pero, ¿cómo vino a aparecer Benoît en la galería de personajes de Peyo? La cosa fue así: a principios del año 1960, Charles Dupuis había pedido a Peyo que traspasase a Le Journal de Spirou la serie Poussy, que continuaba apareciendo en Le Soir. A fin de no dejar al periódico desprovisto, Peyo decide reemplazar al gato por otro personaje. Con la ayuda de Franquin, inventa a un niñito muy dulce, educado y gentil, pero dotado de una fuerza hercúlea que no siempre puede controlar. Una vez más, Peyo se divierte invirtiendo los clichés. A este niño se le bautiza en un primer momento como “François Lebaucu”, luego pasará a llamarse Benoît Brisefer. También se esboza desde el principio lo que será su eterno punto débil, esto es, el resfriado que lo deja sin fuerzas igual que la kryptonita hace con Superman. En palabras del propio Peyo:

«Lo que me molestaba de Superman era la ausencia de sorpresa: se refugiaba en una cabina telefónica, se ponía su traje y, hop, se volvía muy fuerte, y ningún obstáculo podía detenerle ya. ¡Siempre se sabía que iba a ganar, ya que era Superman! Cuando imaginé a Benoît, pensé rápido en dotarle de un talón de Aquiles: cuando se resfría, pierde toda su fuerza. A partir de ahí, el lector está siempre temeroso de que Benoît se resfríe» (Peyo, citado por Dayez en 2003).

De hecho, esta vulnerabilidad de Benoît será explotada como un gag en alguna historia: los malandrines de El fetiche, sabedores de la tara, tratan a toda costa de provocarle un catarro al niño y el humor brota de la variedad de medios que emplean para ello. También se complace Peyo en sugerir las explicaciones más imaginativas para justificar el resfriado de turno: la humedad de una mazmorra, la brisa marina, una mojadura accidental, etc.

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El talón de Aquiles del personaje es el resfrío.

Aunque Benoît Brisefer fue creado para Le Soir, nunca llegará a debutar en este diario: Charles Dupuis, al oír hablar a un entusiasmado Franquin sobre el nuevo personaje, telefonea inmediatamente a Peyo: «¡Deja a Poussy, es a ese Benoît al que quiero!».

Una vez establecido el punto de partida, la serie arranca con la ayuda de Will, que desde un primer momento viene a hacer los decorados. Will es un magnífico dibujante de escenarios, que se deleita dibujando edificios modernos y paisajes urbanos muy detallados, fuentes adornadas con esculturas y coches de último modelo. Peyo no tiene tiempo ni deseos de encargarse él mismo de esta tarea, pero en un primer momento dibuja alguna viñeta completa, aunque nunca llegará a constar en la publicación definitiva. Y es que el autor se reserva con gusto para Johan y Pirlouit y los decorados contemporáneos no lo motivan precisamente a coger el lápiz.

Los textos de Benoît Brisefer se rotulan siempre en mayúsculas, utilizándose igualmente las mayúsculas en cursiva para el contenido de las cartelas. Y, también contrariamente a Johan y Pirlouit, vemos que Benoît Brisefer, aparte de los sucesivos cambios de dibujante y de la inclusión progresiva de personajes secundarios que se irán quedando en la serie, como el señor Dussiflard o Serge Vladlavodka, apenas sufre variaciones. En el plano físico, Peyo ha creado a su protagonista en un momento en que su estilo de dibujo era ya muy concreto y cerrado, por no decir opresivo («Peyo había puesto a punto su dibujo, que es fantástico, pero no podía salir de allí», nos cuenta Roba, citado por Dayez en 2003), motivo por el cual Benoît no evoluciona gráficamente: acaso Peyo no podría hacerlo distinto de un álbum a otro... ¡aunque quisiera! El entorno de Benoît se va enriqueciendo con nuevos amigos, pero básicamente su personalidad tampoco sufre cambios: se le ha creado, desde un primer momento, con unas características bien acusadas que admiten pocas variaciones.

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Página de una edición británica, en la que se anuncia la fortaleza del personaje (y se rotula mecánicamente). 
De hecho, se ha llegado a criticar esta serie por que el desarrollo de cada capítulo es bastante previsible: sabemos a priori, antes de abrir el álbum de turno, que Benoît será presentado al lector con la cantinela de rigor: «Es fuerte... MUY FUERTE... ¡¡¡TERRIBLEMENTE FUERTE!!!». A continuación, Benoît hará algún destrozo involuntario y se sentirá mal por ello. Sabemos también que Benoît usará su fuerza para salir de los líos en los que se ve metido, pero que nunca conseguirá expresarse con propiedad para comunicar su secreto a la gente. En un momento puntual de la historia, Benoît pillará un resfriado, con lo que perderá su poder y se convertirá automáticamente en un niño como los demás... De hecho, si hay algún suspense en los relatos de Benoît Brisefer, el mismo consiste en saber cuándo se resfriará, por qué y de qué modo logrará luego curarse y terminar de solucionar el problema. Este resfriado es un instrumento necesario a fin de que el guionista pueda extender la acción: sin él, Benoît no tendría la menor dificultad en acabar con los “malos” en el mismo momento en que se presentan. Thierry Groensteen, al comparar las historias de Benoît con las de Superman y otros personajes afines, recalca que este elemento de aleatoriedad dota a la serie del primero de un mayor suspense:

«El mayor defecto de los famosos superhéroes americanos es no poder encontrar adversarios a su medida, ya que son, por definición, poco menos que invencibles. En los álbumes de Benoît Brisefer, el resfriado es la condición necesaria para que pueda desarrollarse una intriga. Introduce un retraso en la solución del problema, suspende el desenlace, permitiendo que diversas peripecias ocupen el espacio dilatorio así liberado.» (Groensteen, 1983).

Las aventuras de Benoît son, básicamente, thrillers detectivescos protagonizados por niños, en la línea de las peripecias de Sophie, Genial Oliver… Y podemos decir que existe también un cierto paralelismo entre las aventuras de Benoît y las de Isabelle, futura protagonista infantil de las historietas de Will. El mismo no consiste sólo en el parentesco de ciertos escenarios (parques llenos de arriates, estanques y monumentos, en donde juegan los niños; calles adoquinadas, tiendecitas con su toldo y su escaparate a rebosar, rincones típicos de una ciudad provinciana francesa de los años sesenta / setenta con cierto aire de intemporalidad), sino en el tema de fondo que acecha y da unidad a las historias sin manifestarse jamás de forma expresa: el de la eterna alienación de sus protagonistas.

En efecto, tanto Benoît como la pequeña Isabelle viven en un mundo lógico, ordenado y dirigido por los adultos, pero en donde ambos tienen acceso a un nivel muy particular, como una especie de realidad paralela de la que sólo ellos pueden disfrutar (o sufrir). Benoît se ve continuamente abocado a encuentros con mafiosos de los bajos fondos, matones, ladrones y embaucadores de todo tipo. Isabelle, de la mano de su tío Hermès, convive con la mayor naturalidad con brujas, duendes, genios y hadas. La diferencia más patente entre ellos posiblemente sea que, así como Benoît no busca voluntariamente este tipo de aventuras, Isabelle parece hallarse muy a gusto en el mundo mágico. La gran semejanza entre ambos es el hecho de su incomunicación: Benoît (sobre todo, en los primeros álbumes) trata de mantener desesperadamente el secreto de su fuerza, pero incluso aunque trate de compartirlo alguna vez con alguien, jamás lo conseguirá. Isabelle, por otra parte, se desvive por abrir los ojos de su pragmática tía Ursule, la cual, aunque esté rodeada por los prodigios más inusitados, no es capaz de darse cuenta de ello, limitándose a dar algún consejo del tipo de “ponte la bufanda, que la noche es fresca y te vas a resfriar”. En ocasiones resulta algo patética la frustración y la impotencia de ambos niños por abrir canales de comunicación con sus mayores, tarea fallida en todas las ocasiones. En este aspecto, Benoît también enlaza directamente con personajes como Yakari (Derib), Calvin (Watterson), Barnaby (Johnson) o nuestro Pulgarcito (Jan).

Thierry Groensteen ha trazado también la comparación entre dos personajes de Peyo pertenecientes a series distintas, Benoît Brisefer y Pirlouit: ambos se parecen por su pequeñez y su pelo rubio, pero la semejanza se detiene ahí.

«Es interesante notar que sus personalidades respectivas son (...) diametralmente opuestas. Pirlouit es turbulento, taimado, sinvergüenza y embustero, mientras que Benoît es estudioso, ingenuo, educado y honesto. El primero disimula un natural prudente, por no decir cobarde (...) bajo sus aires de gallito. El segundo evita en lo posible el hacer alarde de su fuerza sobrehumana, no deseando más que ser un niño como los demás. El uno no para hasta que no prueba su superioridad sobre los dominios más variados (...), el otro busca fundirse en el anonimato. Este tema de la normalidad y del destaque atraviesa toda la obra de Peyo» (Groensteen, 1983).

Nada extraño, puesto que ya hemos visto que a Peyo le obsesionó durante toda su vida la necesidad de “llegar”, de “conseguirlo” y sentirse respetado y reconocido por los demás («¿Tienes complejos de inferioridad?», le preguntará Johan a Pirlouit en “La piedra de luna”). Si Pirlouit es en esto, como en tantas otras cosas, el “otro yo” de Peyo, bien podría decirse que Benoît es en cambio todo lo contrario, su “anti-yo”, o tal vez muy posiblemente reflejo de aquel Peyo desconcertado ante la repentina popularidad y que se sentía, si bien satisfecho del éxito de su obra, algo acobardado y fuera de lugar. «Yo soy, en realidad, un prisionero del éxito de Los Pitufos», llegó a decir en alguna ocasión. Al igual que Benoît, que se siente prisionero de sus poderes hasta el extremo de desear más de una vez acabar con ellos («¡Lo mejor sería que me pusiera en una corriente de aire y coger así un buen catarro!»), seguro que Peyo añoró en ocasiones el poder llevar una vida normal, ser alguien “como los demás” y tener ocasión de dedicarse a su familia y a sus pasatiempos favoritos sin los agobios del éxito: no hay que olvidar que el personaje de Benoît fue creado, precisamente, en este punto álgido de su carrera.

Lo cierto es que a lo largo de toda la serie de Benoît Brisefer podemos encontrar, después de mucha acción, decorados fabulosos y una galería de personajes inolvidables como Madame Adolphine o el señor Choesels, también un cierto regusto amargo: el héroe rara vez termina su aventura de forma exultante. Es cierto que vence a los malhechores, desbarata todos sus planes y consigue que los metan en prisión, pero para él la satisfacción de la victoria es un sentimiento estrictamente privado: generalmente, las últimas viñetas consisten en Benoît tratando de explicar lo que en realidad ha pasado a los adultos que le rodean, que lo escuchan como quien oye llover y con una irritante condescendencia cargada de paternalismo («-Escuche, señor Dussiflard, lo que pasa es que yo soy MUY FUERTE... -¡Pues claro, Benoît, y si comes mucho algún día lo serás más!»). En Los Taxis Rojos, Peyo parece recrearse insistiendo en este matiz: en la penúltima página, si nos detenemos a examinar todos los textos del periódico de la última viñeta (tal vez debamos echar mano de una lente de aumento), podemos leer: «...declararon que habían sido atacados por un niñito dotado de una fuerza extraordinaria y que destrozó sus coches. Evidentemente, nadie se cree esta historia rocambolesca y parece más bien que los malhechores se han inventado todo esto...». Una buena fuente de humor en todas las historias está en el hecho de que, precisamente, si bien Benoît tiene que actuar a veces al descubierto, jamás los adultos “buenos” lo verán en acción, y esto por los más diversos motivos: tienen los ojos vendados, se han dado la vuelta, están desmayados, etc. Sólo los “malos” insisten una y otra vez en la historia del niñito de fuerza prodigiosa, sin que nadie les dé nunca el menor crédito. En el quinto álbum, por fin parece que se va a hacer justicia con Benoît y que éste recibirá las felicitaciones de sus semejantes: Benoît por una vez no oculta su fuerza, sino que la exhibe para tratar de ayudar al dueño de un circo en apuros. Pero, claro, al actuar Benoît precisamente en un circo, el veredicto popular es unánime: extraordinario, sí, pero… «¡¡¡ES UN TRUCO!!!».

No resulta extraño que el público infantil de Le Journal de Spirou, en donde aparecen las primeras historias de Benoît antes de ser reeditadas EN LIBRO, pronto simpaticen con el nuevo personaje: la alienación que experimenta todo niño frente al mundo de los adultos, con sus normas y su organización para ellos incomprensible, son compartidas tanto por los lectores como por Benoît. Sus peripecias, a los ojos de los adultos, sólo son efecto de un simple derroche de fantasía, que hace al niño exagerar y deformar la realidad cotidiana. Los niños pronto se identificarán con Benoît. Es más, el propio Peyo confiesa su perplejidad cuando se entera de que las andanzas del pequeño Benoît, al contrario que las de Johan y Pirlouit, son seguidas de forma mayoritaria por las niñas: «Me pregunté por qué, y creo que este niñito solitario, cuya fuerza se vuelve a veces contra él, toca a lo mejor una fibra maternal. ¡Mientras que Johan y Pirlouit son simplemente chicos que corren aventuras!» (Peyo, citado por Dayez en 2003). Y que, muy al contrario que Benoît, siempre acaban sus historias de forma triunfal, con parabienes y regalos, podemos añadir nosotros.

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Bella cubierta grabada de la edición de Rombaldi. 
LAS AVENTURAS DE BENOÎT


Las aventuras de Benoît Brisefer son, al igual que las de las otras series de Peyo, publicadas inicialmente por entregas semanales en Le Journal de Spirou: en la banda de título que acompaña cada entrega sólo constará el nombre de Peyo. En cambio, en las publicaciones EN LIBRO, podemos apreciar en portada y en la página de título el nombre de todos los colaboradores, que fueron muchos: los mismos se detallarán más adelante, en la ficha de cada álbum.

En vida de Peyo, se dibujaron siete historias de Benoît Brisefer que fueron editadas por Éditions Dupuis: Los Taxis Rojos, Madame Adolphine, Los doce trabajos de Benoît Brisefer, Tío Placide, El Circo Bodoni, Lady d’Olphine y El fetiche. En los años ochenta, más concretamente en 1988, las siete primeras aventuras de Benoît son publicadas de nuevo por Éditions Rombaldi en dos lujosos tomos recopilatorios, que conforman los números IX y X de la colección Peyo, l’Integrale. Más adelante, en la década de los noventa, serán Éditions du Lombard los encargados de revivir al pequeño héroe, que estaba en letargo desde hacía mucho tiempo, y de lanzar un buen número de nuevas historias: Golpe de película, La isla de la desunión, La Ruta del Sur, El secreto de Eglantine, Chocolatinas y trampas y John-John. Al igual que ocurre con las otras series de Peyo retomadas por Le Lombard, los nuevos relatos de Benoît Brisefer no ven su publicación previa por entregas, sino que son editados al completo desde un primer momento en libro (en este caso el nombre de los autores figura en la página de portada, consignándose en cubiertas sólo el nombre de “Peyo” a guisa de marca). Igualmente, algunas de las aventuras de Benoît son retomadas por otros editores, como Presses Pocket Éditeur y Dargaud, que lanzan algunas historias sueltas en formato de bolsillo, o la más reciente edición de Panini que reúne varias aventuras (Los Taxis Rojos, Madame Adolphine y La Ruta del Sur) en el volumen 22 de la serie Le Monde de la BD, un volumen recopilatorio de 188 páginas que salió en marzo de 2004 y que sólo podía adquirirse con la compra del periódico La Dernière Heure.

Aparte de sus historias largas, que en un principio constaban de 60 páginas cada una (aunque luego se fue reduciendo paulatinamente este formato hasta llegar al actual de 44 páginas), pueden contarse también algunos relatos cortos de Benoît Brisefer: una historieta navideña de ocho páginas, coguionizada por Delporte y dibujada por Blesteau, que se publicó en el número 2.017 de Le Journal de Spirou bajo el título “Nada de alegría para Navidad” (9-XII-1976), y también una parodia de dos páginas dibujada por Walthéry y guionizada por Delporte con el título de “Bébert Brisenoix” ( “Boina Rompenueces” en la traducción más aproximada). Aquí el pequeño Benoît, dibujado exactamente igual al modelo original, se obstina en demostrar su fuerza ante un hombre de negocios algo dudosos y su secretaria. En esta ocasión, Benoît atrapa su resfriado justo en el momento en que está levantando la torre Eiffel... con lo que el final es más bien siniestro: Benoît muere aplastado por el monumento, en medio de grandes salpicaduras de sangre. En esta parodia, a pesar de su brevedad (a cuatro bandas de dos viñetas cada una, esto es, sólo dieciséis viñetas), se ponen en escena la mayor parte de los tópicos de la serie: la habitual presentación del protagonista en las cartelas, la furia del guardia... pero ingeniosamente invertidos: Benoît se complace destrozando casas y coches, e incluso se intercala un guiño pícaro bastante adulto mediante una elipsis en la que se sugiere que Benoît, entre otras proezas, le ha hecho también “su pequeña demostración” a la despampanante secretaria: bajo la cartela que reza «Algunas horas más tarde...», la chica muestra una expresión más que extasiada. Esta historieta corta se publicó en la sección “Carte Blanche” de Le Journal de Spirou número 1.854 (25-X-1973), y apareció también en Schtroumpf, les cahiers de la bande dessinée número 54, año 1983, reproducida en blanco y negro. Aparte de otros diseños aislados (publicidad, portadas…), en el número 2.346 de Le Journal de Spirou aparecido el 31-III-1983 puede encontrarse también un gag sobre el héroe, realizado por Closter.

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  Portada de Spirou conmemorando el 50 aniversario de la serie.
Al igual que Los Pitufos, Benoît Brisefer fue protagonista, en 1978, de una miniserie para la empresa Benco. Se trata de relatos cortos en donde el personaje publicita el producto (gránulos solubles para chocolatear la leche), y que sólo aparecen en la versión en francés de Le Journal de Spirou (desde el número 2.084 al 2.095). Estas páginas publicitarias también aparecerán, en el mismo año, en la revista Vaillant y Pif, en los números 471, 472, 475, 477, 478, 479 y 481.

En 1966, Benoît Brisefer protagonizaba asimismo una serie de gags publicitarios en el semanario Tintin, distribuidos de la siguiente manera:

Nº 11/66: “Antoine: Cómo Benoît Brisefer vence al gang de Paolo-el-Tatuado”.

Nº 13/66: “Antoine: Cómo Benoît Brisefer atrapa un Caravelle en vuelo”.

Nº 17/66: “Antoine: Cómo Benoît Brisefer ayuda a un músico”.

Nº 19/66: “Antoine: Cómo Benoît Brisefer aplasta un cilindro compresor”.

Nº 21/66: “Antoine: Cómo Benoît Brisefer gana la carrera”.

En 1978, este mismo semanario publicará la miniserie “Benoît Brisefer y Benco” entre sus números 132-143.

Como se puede apreciar, la expansión de Benoît Brisefer es notable. En cambio, Peyo no verá cumplido su deseo de realizar dibujos animados sobre este personaje: «[La aventura de la animación] me encantaría recomenzarla con un álbum de Benoît Brisefer. Acabo de releer alguno de estos álbumes (...) y he descubierto algunas cosas que podrían convenir al dibujo animado. Y, mientras releía, me sorprendí riéndome de mis propios gags...» Esto decía Peyo, a mediados de los años setenta, tras la conclusión del largometraje La flauta de los seis pitufos (citado por Dayez en 2003).

Por último, decir que Benoît Brisefer también protagonizará un cameo en una aventura de Spirou, Tora Torapa, dibujada por Fournier: recordemos que la costumbre de introducir a unos personajes en las historias de otros es una constante en Dupuis, que publicita así sus distintas series a la vez que promueve la complicidad de los lectores.

BENOÎT BRISEFER: CRONOLOGÍA

Claves.- HC: Historieta corta. HL: Historieta larga. El número de páginas se indica entre paréntesis. Sólo se consigna la fecha de la primera publicación, y no se contabilizan los diseños de cubiertas, anuncios o gags cortos. 

  • 15-XII-1960 al 28-IX-1961: Benoît Brisefer. HL (60). Le Journal de Spirou, Dupuis. Nota: en su posterior publicación EN LIBRO, esta historia pasará a llamarse Les Taxis Rouges.
  • 17-I-1963 al 12-IX-1963: Madame Adolphine. HL (60). Le Journal de Spirou, Dupuis.
  • 1966: Serie de páginas publicitarias Antoine et Benoît Brisefer. Tintin, Éditions du Lombard.
  • 31-III-1966 al 11-V-1967: Les douze travaux de Benoît Brisefer. HL (60). Le Journal de Spirou, Dupuis.
  • 1-II-1968 al 22-VIII-1968: Tonton Placide. HL (60). Le Journal de Spirou, Dupuis.
  • 6-XI-1969 al 21-V-1970: Le Cirque Bodoni. HL (60). Le Journal de Spirou, Dupuis.
  • 23-III-1972 al 7-IX-1972: Lady d’Olphine. HL (52). Le Journal de Spirou, Dupuis.
  • 25-X-1973: “Bébert Brisenoix (parodia). HC (2). Le Journal de Spirou, Dupuis.
  • 9-XII-1976: Pas de joie pour Noël”. HC (8). Le Journal de Spirou, Dupuis.
  • 23-III-1978 al 8-VI-1978: Benoît et Benco”. HC (12?). Le Journal de Spirou. Dupuis.
  • 15-VI-1978 al 14-IX-1978: Le fetiche. HL (44). Le Journal de Spirou, Dupuis.
  • XI-1993: Hold-up sur pellicule. HL (44). Éditions du Lombard.
  • I-1995: L’île de la désunion. HL (44). Éditions du Lombard.
  • I-1997: La Route du Sud. HL (44). Éditions du Lombard.
  • VI-1999: Le secret d’Eglantine. HL (44). Éditions du Lombard.
  • VIII-2002: Chocolats et coups fourrés. HL (44). Éditions du Lombard.
  • XI-2004: John-John. HL (44). Éditions du Lombard.

AMBIENTACIÓN Y ESCENARIO

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Página en la que se ve el gran trabajo en el acabado de los escenarios. 
Benoît Brisefer s una serie eminentemente de acción. Al ser un relato contemporáneo van a aparecer en ella numerosos objetos y escenarios de la realidad que le son familiares al lector, ya sea por medio de películas o por el contacto directo con ellos: automóviles, interiores de aeropuertos, aviones, rascacielos, robots… Es preciso, pues, esmerarse especialmente en el retrato fiel de estos objetos y estos lugares… el mismo Peyo reconocía que, después de tantos años dibujando los escenarios medievales de Johan y Pirlouit y de Los Pitufos, a veces tenía dificultades a la hora de esbozar cosas tan sencillas y cotidianas como un sillón o un teléfono.

Y, sin embargo, como hemos comentado ya, en la serie Benoît Brisefer se da una novedad con respecto a las otras obras de Peyo, y es que aquí los ambientes están muchísimo más cuidados, con grandes dosis de detallismo.

Esto se debe, por un lado, a la especialización de los artistas que intervienen en cada episodio (ya no es Peyo el único en trabajar en cada historia, sino que hay un rotulista, un encargado de animar a los personajes, en determinadas épocas un artista se encarga exclusivamente de los escenarios, un entintador…). Y, claro, una Edad Media bucólica o un poblado de duendes azules se puede crear (más que recrear) de la fantasía, pero los escenarios con inmuebles modernos, semáforos, helicópteros… precisan de una gran dosis de documentación a fin de que no se produzcan anacronismos o errores fácilmente detectables.

Así, resulta que muchos de los edificios o lugares representados en la serie, como el penal o la estación de trenes, están fielmente basados en copias de rincones reales de Bélgica. En otros casos, como a la hora de crear los escenarios del circo, los dibujantes se desplazan a lugares reales para documentarse lo más fielmente posible, o bien visitan museos dedicados específicamente a aquello que desean representar. Por ejemplo, el tranvía que aparece en El Circo Bodoni proviene de unos bocetos tomados en un museo dedicado a los medios de transporte. Como explica el mismo Thierry Martens (bajo el seudónimo de M. Archive),

“Un montón de carpetas contienen el esqueleto de las futuras páginas: una escalera mecánica de unos grandes almacenes, (…), un boceto de plazoleta provincial, un taxi… (…) ¡Una serie no se improvisa!” (Le Journal de Spirou, 23 de abril de 1970).

Por otra parte, los artistas que se encargan de esta serie, como Will, Garray o Walthéry, son verdaderos virtuosos del dibujo, del retrato más realista de los ambientes. Pueden darse, entre ellos, ciertas diferencias: el lápiz de Will parece mucho más suelto que, por ejemplo, el de Garray, que imita fielmente el estilo claro y cerrado de Peyo mientras que Will se explaya diseñando decorados abigarrados y árboles de fantasía. Algunos, como Walthéry, superan técnicamente a Peyo en cuanto a dibujo, composición, retrato… aunque todos coinciden en reconocer que, en el plano del guión, del arte de contar historias, el “maestro” no tenía rival.

El pequeño Benoît fue creado a principios de los años sesenta, y sus primeras historias reflejan escenarios, objetos, atuendos, costumbres y paisajes de la Bélgica de esta época, por ejemplo la camioneta de carbón que recorre de vez en cuando las calles en las primeras historias. Luego, hay que pensar que el pequeño ha recorrido un largo camino en el tiempo (su última historia data de 2004), y lógicamente algunos elementos han de evolucionar. En su última aventura, vemos a Benoît jugar a videojuegos o ver películas en DVD, y también los modelos de coches, aviones, las farolas, las señales de tráfico, la estética de los edificios y de la ropa… ha variado por completo. Asimismo veremos los cambios en las costumbres, sobre todo reflejados en los personajes secundarios que pasean por las calles: los vestidos de los jóvenes con la estética “hippy”, la sustitución de los largos abrigos de las señoras por minifaldas, las parejas de enamorados que, a medida que avanza la serie en el tiempo, se animan a abrazarse y a besarse en público, las estatuas de los parques y los personajes de los cuadros, que se van desnudando progresivamente… En Peyo, esta evolución de las costumbres dentro de la serie sólo se produce en este caso, y como mucho en la serie Poussy (más bien en los episodios dibujados por De Gieter). También, en cierta manera, se rastrea el fenómeno en los últimos episodios de Los Pitufos (como en “El Pitufo Reportero”).

Sin embargo, hay un núcleo central en la serie Benoît Brisefer, una especie de reducto simbólico-sentimental, que no cambiará jamás: en parte está conformado por la estética uniforme de Benoît con sus pantalones cortos, sus zapatos de piel, sus calcetines blancos, su chaqueta… Hoy en día los niños ya no visten habitualmente de esta manera, las chaquetitas y los mocasines de cuero han sido reemplazados por zapatillas de deporte (preferentemente, de marca), cómodas camisetas, vaqueros y chándal. Bien, este cambio de look lo acusarán todos los niños que aparecen en la serie… excepto Benoît, que permanece exactamente igual a como aparecía en su primera viñeta en 1960. En esto, Benoît ha resultado ser muchísimo más conservador que, por ejemplo, Spirou con su traje de botones, que aunque no ha llegado a abandonar del todo, sí que ha modernizado en parte, por ejemplo sustituyendo la chaquetilla de cuello rígido por una más moderna cazadora. También los juguetes de Benoît parecen más bien los de un niño de épocas pretéritas: en 1997, en una viñeta de La Ruta del Sur, vemos una panorámica de su cuarto de juegos con el típico osito de peluche, la pelota de colorines, los muñecos / pitufo, una cartera de cuero con una sola asa… Sin embargo, cuando Benoît visita a John-John (2004), ya no vemos tantos juguetes de ese tipo en el cuarto de este último, sino casi en exclusiva aparatos electrónicos. Pese a lo cual, Benoît parece divertirse mucho en su compañía…

Este reducto del pasado, esta pincelada de inocencia y de nostalgia, puede apreciarse también en el cuidado con que se preserva, de álbum EN LIBRO, la imagen provinciana de Vivejoie-la-Grande. Se trata de una pequeña ciudad en la campiña situada en un país que se identifica con Bélgica o Francia… Por cierto, ¿vive Benoît en una geografía real, o inventada? Sobre este tema nos pronunciaremos más adelante.

Por ahora, centrémonos en la observación de la pequeña ciudad, que en cada nuevo capítulo parece tomar más y más cuerpo: algunos de sus elementos, como el parque Jules-Petit, el viejo taxi de Dussiflard o la estación, permanecen inalterables. La primera viñeta de cada relato, en general de grandes dimensiones, le está dedicada a esta ciudad, a descubrir con gran detallismo cada uno de sus rincones (la plazoleta, la escuela) o sus costumbres (la mañana del domingo a la salida de la iglesia, el mercadillo de los miércoles, la feria…) con un evidente empeño, tanto de conseguir que el lector paladee una sensación de realidad, de veracidad y prolongación en el tiempo, como de evocar un sentimiento hogareño.

En efecto, es imposible que, después de tantos y tantos paseos por la ciudad, de reencontrar una y otra vez rincones y caras conocidas (la portera de Vladlavodka, el callejón en donde éste tiene su taller, la bombonería…), uno no consiga encontrarse en terreno familiar. Por otra parte, si bien el mundo “de fuera” parece vivir constantes cambios y verse abocado a la vorágine y las presiones de la vida moderna (“la gran ciudad”), en Vivejoie-la-Grande estos cambios serán minimizados, todo tiene aquí un ritmo y un sabor más lento. Y, en los casos en que trata de imponerse este ritmo frenético dentro de la villa, el intento no podrá menos que fracasar, como ocurre por ejemplo en el episodio titulado Los Taxis Rojos, y la pequeña ciudad provinciana volverá a su calmada cotidianeidad. Un ambiente campechano, de bonhomía, en donde todos los vecinos se conocen y se saludan, en donde un solo taxi se basta para cubrir las necesidades de toda la población y en donde la figura de referencia del benefactor Jules-Petit parece abarcarlo todo, dándole su nombre a casi todas las instituciones y lugares de importancia (escuela, parque, etc.) y prestando a la villa ese sabor rancio, casi feudal, de los pequeños poblados de antaño.

En palabras de Thierry Groensteen (1983):

“Desde su nacimiento, al principio de los años sesenta, el universo de Benoît Brisefer parecía ya en desuso. Algo posterior a “Modeste y Pompon”, no retiene nada de esta famosa estética “de diseño” en la cual se inscribía, con Franquin, el mito de la modernidad. Para este último, ser moderno era, sobre todo, “ser capaz de moverse rápidamente” (…). Por contraste, el grafismo de Peyo, redondo, calmado y fino, manifiesta claramente la diferencia fundamental que separa estos dos temperamentos artísticos. De un lado, el frenesí y la angustia; del otro, el reposo y el gozo de vivir. ¿Podemos imaginarnos a Benoît Brisefer viviendo en una ciudad como Modeste o como Gaston Lagaffe? No, claro. Sus aventuras florecen en la provincia, una provincia inconsciente y tranquila como de Imágenes de Epinal. Y si Vivejoie-la-Grande presenta alguna analogía superficial con Champignac, la lectura de los relatos prueba suficientemente que Franquin no podía impedir la introducción de una efervescencia (…) en el seno de un pueblo naturalmente abocado a una existencia apacible. La aldea de Vivejoie-la-Grande, con su plaza Jules-Petit, sus comerciantes afables y el taxi de M. Dussiflard (…) simboliza un ideal de vida comunitaria próximo a la utopía. Bajo su apariencia de realismo, no se distingue demasiado, en realidad, del pueblo de los Pitufos. Esta discreta irrealidad (…) permite integrar todos los anacronismos, ya que la noción misma de anacronismo no tiene pertinencia en un universo que parece escapar a las leyes del tiempo”.

Por otra parte, está el tema de lo real y lo irreal. Y es que aquí, al igual que ocurría en Johan y Pirlouit, podemos encontrar una sabrosa mezcla de elementos verídicos e inventados: se nombran países que existen realmente, como Portugal o las Islas Galápagos, pero también hay una especie de pudor, de cuidado, a la hora de establecer topónimos.

Cuando Benoît acude a la capital, el nombre de la misma se elude cuidadosamente, remarcándose de paso la condición campesina de Benoît, que se sorprende del tráfico y el bullicio del nuevo entorno, “la gran ciudad” (un bullicio, dicho sea de paso, que a nosotros nos parece hoy en día bastante irrisorio). Sabemos que, si avanzamos hacia el sur y cruzamos la frontera del país de Benoît, nos encontraremos en un entorno muy parecido al español, con idénticos paisajes y un idioma similar, pero con topónimos inventados (la ciudad de “Florentina”). Igualmente, los topónimos usados en el país de Benoît son ficticios, con ligeras resonancias que nos remiten a lugares reales (el principado de Monte San Sone, inspirado en Montecarlo) pero con un constante tono de ambigüedad y muchos juegos de palabras: la plaza de “Santa Péndula”, que evoca a Santa Gúdula; el pueblo de Mangetout (“Cómetelo-todo”), la calle Fer à Cheval (“Hierro de Caballo”, en lugar de “Caballo de Hierro”), etc. En este coqueteo entre lo real y lo ficticio, entre la geografía ideal y la geografía verdadera, reside gran parte de la gracia de las aventuras de Benoît. Por ejemplo, cuando Lady d’Olphine hace recuento de las ganancias de sus atracos, menciona “la Banca de Londres y el Banco Suizo”, evidentemente trocando los términos (“El Banco de Londres y la Banca Suiza” hubiese sido más apropiado).

Al igual que ocurría en las aventuras de Johan y Pirlouit, aquí se cuida muchísimo la creación del entorno del personaje, la constitución, para él, de un universo creíble y coherente. Por eso, los lugares que han aparecido alguna vez en alguna historia suelen repetirse (Mangetout, Monte San Sone…), así como las personas, conservándose los “recuerdos” de los sucesos anteriores, conformando así una historia que se prolonga en el tiempo. Por ejemplo, las sucesivas apariciones de los Bodoni EN LIBROes posteriores al quinto evidencian, siempre desde la trastienda, que en efecto la familia de artistas circenses sigue prosperando cada día más: por ejemplo, en el sexto álbum se ve casi de pasada al señor Bodoni, que acude como espectador a un teatro muy distinguido. Otro interesante comentario de Thierry Groensteen (1983) nos lo dice todo a este respecto: refiriéndose a la recurrencia de personajes, y sobre todo a la forma en la que las historias o las apariciones de unos complementan a las de otros, formando una especie de cuadro global, él asevera: “Hay, guardando las proporciones, un lado “La vida, modo de empleo” en la pintura de esta galería de individuos (…). Además, el motivo del puzzle servía de emblema a la obra maestra de Perec, y es también una especie de puzzle lo que aquí se presenta, a través de nueve fragmentos de un acta de propiedad”.

Él se refiere, claro, al episodio llamado Los doce trabajos de Benoît Brisefer, que es donde mejor se aprecia este sentido de la construcción y reconstrucción a través de los encuentros, la interacción y la vida de los distintos personajes secundarios. En la vida real, no solemos apreciar las cosas de una forma lineal, sino que vamos construyendo nuestras historias, lo que sabemos los unos de los otros, mediante pequeños fragmentos de información que nos llegan de forma discontinua. Esta sensación de verosimilitud en la obra de Benoît viene dada, en gran parte, porque en ella se imita a la realidad creando los ambientes de esta manera. Por ejemplo, tomemos el personaje de Dussiflard, que aparece en el primer capítulo. No se nos dice desde el principio todo lo que deseamos saber de él, como podría ocurrir en una novela, sino que el lector irá averiguando a lo largo de los distintos episodios de la serie los elementos que necesita… Dussiflard se encuentra con un viejo compañero de batalla, luego nos encontramos con este compañero en otra historia, éste nos da más datos sobre él, etc. La impresión, a la larga, es la de un gigantesco mosaico, grande y complicado pero completamente coherente.

Y por último, hay que remarcar que en Benoît Brisefer se da un elemento relativamente nuevo en las obras de Peyo: la intertextualidad, las constantes referencias a la cultura moderna dentro de una historieta. Esto era imposible en series como Johan y Pirlouit (en Los Pitufos sí ocurrirá, pero no de una forma tan explícita). Por ejemplo, muchas de las aventuras de Benoît están basadas en películas reales como las de la saga de James Bond, se mencionan algunos hechos históricos (Chnik: “¡Esto es un nuevo Sarajevo!”), situaciones contemporáneas (especulación de terrenos, tráfico de drogas, descubrimientos en el campo de la cibernética, monopolio…), lugares (“¡El Monte San Sone ya no será un Chicago!”), personajes y artistas de moda (Brigitte Bardot), marcas convenientemente disimuladas (“Beba Saint Zano”), publicaciones (La Guía Michelin, así como una multitud de nombres de revistas y periódicos)… Como ya hemos comentado, la creación del mismo personaje de Benoît es una especie de guiño picaresco a otro personaje mucho más antiguo, Superman, héroe cuyas andanzas ya seguía Peyo de niño en las publicaciones importadas desde Norteamérica antes de la guerra:

“Valentín Acero [Benoît Brisefer], desde lo alto de una chimenea de Villalegre, observa cómo la paz y la tranquilidad han vuelto de nuevo a la población (…). Con algo de imaginación su gesto nos recuerda a Superman erguido sobre el edificio más enorme de Metrópolis vigilando para que nadie haga ninguna barbaridad.” (Carlos Prats, 1988).

Y, por supuesto, se hace un extenso recorrido por los personajes y publicaciones infantiles de la época: Los Pitufos, Le Journal de Spirou, Johan y Pirlouit, Spirou, Lucky Luke, Sophie… Los reclamos publicitarios de este tipo, que habían estado casi ausentes en Peyo hasta la fecha, decoran casi incansablemente los fondos de la serie Benoît Brisefer, al igual que ya lo hacía en otras series de la casa.

LOS PERSONAJES

Se recogen aquí sólo los personajes que hacen su aparición en más de un álbum de la serie y que experimentan alguna evolución. Hay que destacar que, al contrario que ocurre con la serie Johan y Pirlouit, en donde no es frecuente ver repetirse en exceso a los personajes secundarios, en Benoît Brisefer los autores se complacen en incluir caras conocidas hasta la saciedad, incluso sin motivo alguno de guión.

1.     BENOÎT BRISEFER
2.     JULES DUSSIFLARD
3.     EL COMISARIO DE POLICÍA DE VIVEJOIE-LA-GRANDE.
4.     MADAME ADOLPHINE
5.     LADY D’OLPHINE
6.     TÍO PLACIDE
7.     SERGE VLADLAVODKA
8.     EL GUARDIAN DEL PARQUE “JULES-PETIT”
9.     JOSEPH DELBOUILLE
10.      EL SEÑOR BODONI Y FAMILIA
11.      LA PORTERA DE SERGE VLADLAVODKA. 


1.     BENOÎT BRISEFER.

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 Brisefer.  
Benoît Brisefer es un niño rubio, protagonista absoluto de la serie que lleva su nombre. Fue creado a principios de 1960, habiendo estado Franquin a cargo de sus primeros croquis: posteriormente sería dibujado por Peyo, Walthéry, Blesteau y Pascal Garray, guionizando sus peripecias Peyo, Gos, Delporte, Blesteau, Garray, Jannin y Thierry Culliford. A pesar de los consecutivos cambios de dibujante, el grafismo de Benoît no acusa evolución alguna, permaneciendo desde el principio hasta el final exactamente con los mismos detalles, proporciones y características, y resumiendo en su diseño los principios de economía, claridad y eficacia que todos conocemos como el marchamo original de las obras de Peyo.

No sabemos la edad de Benoît, pero todo apunta hacia los nueve o diez años. Cuando Peyo lo crea, teniendo en mente la imagen de Superman (un Superman, por supuesto, totalmente reinventado), lo viste inmediatamente con los colores de éste: rojo, azul y blanco. En efecto, haga el tiempo que haga y visite los escenarios que visite, Benoît nunca se cambiará de ropa, luciendo una chaqueta roja, una camisa blanca, un pantalón corto de color negro, una enorme boina también negra y una bufanda azul, tanto en invierno como en verano: muy posiblemente, en previsión de esos peligrosos constipados que tanto le cuestan.

Benoît vive en la pequeña ciudad provinciana de Vivejoie-la-Grande, en una casa burguesa con su jardín, suntuosos muebles... y, sorprendentemente, sin padres o adultos que lo cuiden. Su hogar siempre está impecablemente arreglado, pero parece ser el mismo Benoît el que se ocupa de las labores domésticas: cada vez que organiza algún estropicio en casa, es él quien tiene que barrer los despojos. También lo vemos hacer los deberes sin supervisión, gestionar su tiempo de forma increíblemente racional (a las seis ha de volver a casa, como si hubiera allí alguien a quien tuviera que rendir cuentas), autocensurarse, mandarse a la cama él mismo... Esta característica del personaje, que recuerda en cierto modo a la serie “Peanuts” de Charles Schulz (en donde jamás se vio a un adulto), contribuye a aumentar la sensación de soledad que transmite Benoît. Es más: por lo menos, en la serie de Schulz, los niños aluden a los adultos, les escriben cartas y les vemos hablarles como si estuviesen fuera de campo... en suma, sus padres, maestros y abuelos “existen”. Pero Benoît jamás se ha referido a sus parientes, con la única excepción de su tío Placide, al que sí acompaña alguna vez en vacaciones. No es sino hasta el séptimo capítulo de la serie que se introduce la figura de una casera, la señora Minou, que acude al domicilio de Benoît cada día a realizar las tareas domésticas. Por otra parte, el universo de Benoît acusa contradicciones tales como que el niño se preocupa por pequeños accidentes domésticos o por llegar tarde a casa, como si alguien lo fuese a castigar, pero en cambio no duda en irse solo de viaje a lejanísimos lugares sin que jamás se haya tenido noticia de que tuviera que pedir permiso a nadie. En casa de Benoît, aparentemente, también viven otras personas (es una amplia casa de dos pisos, pero Benoît juega y realiza los deberes en la buhardilla, con lo que se da a entender que las otras estancias están reservadas a usos más adultos). De todas formas, no hay que dar demasiada importancia a esto, ya que se trata de una convención de cierto tipo de historietas, la de la alienación del héroe infantil que vive una falsa independencia… En esa época, muchas veces, las aventuras del héroe infantil primaban sobre el detalle de sus relaciones familiares u otros detalles más afectivos.

El apellido original de Benoît, “Lebaucu”, era un juego de palabras por “Le Beaucoup”, presumiblemente, y también su apellido actual tiene un sentido jocoso: Brisefer evoca a brise-fer, o sea, “rompe-hierro”.

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 El talón de Aquiles de Brisefer.

Como todos sabemos, Benoît posee una característica singular: una fuerza sobrehumana que tanto le servirá para salir de los problemas como para crearse otros nuevos. En efecto, Benoît desea con todas sus fuerzas ser aceptado por el resto de la comunidad, especialmente los niños: éstos lo rechazan porque, al no ser siempre consciente de su fuerza, Benoît suele producir muchos destrozos: rompe involuntariamente los juguetes, hace estallar los balones al patearlos... Desde el punto de vista visual, también hay que destacar que Benoît parece ligeramente distinto al resto de los niños: por un lado está su extraña boina, elemento incongruente en el tiempo en que transcurren sus aventuras (según Thierry Groensteen, esta boina sería otro símbolo de la intemporalidad, al igual que la anacrónica aldea de Benoît lo es en relación con la cultura moderna que la envuelve), y por otro lado los niños de las historietas de Benoît se comportan de forma espontánea y atolondrada, caminan a saltos o con carreras, llevan el pelo alborotado, gesticulan, gritan... en suma, son niños. Benoît, en cambio, con su atildada forma de caminar, su ropa siempre impecable y su esmerada educación, parece más un adulto en miniatura que un verdadero niño. Los rasgos que lo identifican como tal son su debilidad por las chocolatinas (siempre con avellanas), su costumbre de succionarse el pulgar mientras duerme, sus ganas de ir al circo y a la feria o sus juegos en el parque Jules-Petit.

En cambio, Benoît no parece tener el menor problema en alternar con los adultos que le rodean: vecinos, porteras, tenderos, paseantes... Por todas partes se le conoce, se le saluda y se le trata con consideración. Esto es, siempre y cuando Benoît esté realizando alguna acción infantil normal y cotidiana, como volver de la escuela o ir a comprar chocolatinas. En cambio, podemos apreciar que, en los momentos de mayor tensión en la historia, los mismos adultos que antes trataban a Benoît con la mayor de las afabilidades parecen ponerse un poco en su contra: hemos llegado al punto en el que un niño deja de ser encantador y decorativo para convertirse en un incordio que nos interrumpe, nos corta el paso y trata de explicar algo ininteligible.

Y es que otra de las características principales de Benoît es la siguiente: al igual que Pirlouit, que trabuca a veces las palabras y produce un discurso incomprensible en los momentos más álgidos, Benoît tampoco logrará jamás hacerse entender: sus confusas explicaciones a los adultos consisten en tomar ideas dispersas de aquí y de allá y ensartarlas en una retahíla a cual más disparatada. Pero a diferencia de Pirlouit, en quien tal comportamiento se limita a constituir un chiste ocasional, Benoît hará gala del mismo en casi todos sus álbumes... Como muestra, este diálogo extraído de Los doce trabajos de Benoît Brisefer:

Benoît: Los bandidos querían robarle su pedazo de papel del emir, y...

Comandante: ¿El emir? ¿Qué emir?

Benoît: ¡El que venía a escuchar a la orquesta! Y soltaron los tigres y los elefantes porque Vercheval, que era uno de los amigos del señor Dussiflard, pero que ahora ya no lo es, ¡quiere quedarse con el petróleo para él solo! Y ellos también han saboteado el avión después del incendio del teatro, pero yo salvé a todo el mundo, porque yo soy muy fuerte, y cuando el barco...

Cartela: “Tres horas más tarde...”

Comandante (exhausto): Si lo he comprendido bien, han robado un yate del fondo de una mina de carbón que se encontraba en la caja fuerte de un banco, en donde había un bombero millonario que interpretaba a Cyrano de Bergerac...

Benoît: ¡Pero no! ¡Cyrano de Bergerac es el incendio!

 «La incomunicabilidad de Benoît se agudiza por el estilo mismo de su discurso: cuando intenta contar sus problemas o explicar el complot del cual ha sido testigo, lo hace con palabras de niño, repletas de atajos lógicos para él, pero incomprensibles para los adultos. Es en este diálogo de sordos, en esta confrontación permanente entre un universo infantil o irracional (...) y el mundo cartesiano de los adultos, en donde reside toda la gracia de las aventuras de Benoît Brisefer.» (Dayez, 2003).

A medida que avanza la serie, no obstante, y sobre todo en los capítulos editados por Le Lombard, Benoît parece progresar algo en su relación con el resto de los niños: en El secreto de Eglantine y John-John, lo vemos alternar y jugar con ellos, incluso ostentando cierta popularidad. Esta evolución de Benoît en su universo recuerda a la del pollito Calimero (Pagot) en el suyo, una actualización sin duda con tintes muy compasivos por parte de los continuadores de ambos héroes.

Por otra parte, Benoît es un dechado de moralidad, que siempre tiene en los labios un refrán del tipo “Quien mal anda, mal acaba”. No cabe duda de que, de todos los personajes de Peyo, éste es el más correcto y educado con diferencia, dejando atrás hasta a Johan, que ya es decir. En todo caso, Benoît muy bien podría medirse con Petit François, y el humor de ciertos pasajes de sus historias es bastante similar... Y, si Petit François suele justificar sus acciones aludiendo a la autoridad de “El Viejo Lobo” (o sea, el jefe de los jóvenes scouts), Benoît también tiene siempre en la boca el nombre de su maestra de la escuela, Madame Tapotrin. Ésta debe de ser para él una influencia más que respetable, ya que Benoît a menudo riñe a los malhechores a los que se enfrenta con la cantinela: «¡Eso que usted hace está muy mal! ¡¡¡Y es la maestra quien lo ha dicho!!!». Peyo crea un jugoso humor por medio de vistosas escenas muy dramáticas en las que Benoît, mientras destroza un tanque a patadas o pliega un coche repleto de matones con sus manos, utiliza una jerga netamente infantil gritando fuera de sí: «¡Es usted un ladrón, como François, que siempre nos roba las canicas en el colegio!”, “Y, ¿qué diría usted si le quitaran su dinero, eh?», o bien «¡Ya no podrá usted disparar más con este tanque malo!». No se olvide que es el estilo propio de Peyo, el crear humor por medio de un contraste fuertemente marcado. A este fin, valdrá recordar otra viñeta memorable sacada de Madame Adolphine, en donde Benoît, de forma correctísima, quitándose la boina y con una encantadora sonrisa, interpela a todo el que se encuentra: «Perdone usted, señor... ¿Podría preguntarle algo? ¿Dónde puedo encontrar los sitios de mala calaña, los bajos fondos, los cafés en donde se reúnen los bribones y los rateros?» Tanto en esta secuencia como en otra muy parecida, en donde Benoît intenta que sus amigos lo acompañen al circo para ayudar a la familia Bodoni, Peyo ofrece también al lector un guiño cómplice: los que al cabo terminan sacando al pobre Benoît de apuros no son los niños educados o la “gente de bien”, sino los golfillos de aspecto dudoso: aquí, asoma de nuevo el tema del relativismo moral en Peyo, que ya habíamos comentado con anterioridad.

El candor y la ingenuidad de Benoît en algunos momentos son conmovedores... y contrastan fuertemente con otras escenas en las que el personaje razona con madura frialdad para desentrañar los más oscuros planes de los facinerosos con los que se las tiene que ver. Benoît no sólo es fuerte, sino que es bastante astuto y saca conclusiones con rapidez y eficacia, aparte de haber ideado algunas tretas ingeniosas para defenderse o para hacer que los villanos caigan en la trampa (como la estrategia de las maletas vacías en Tío Placide).

La fuerza sobrehumana de Benoît no sabemos de dónde le viene (él nunca lo ha mencionado… aunque en El secreto de Eglantine se roza audazmente el tema de su origen, naturalmente de forma muy ambigua). Tal vez Benoît tampoco lo sepa, pues en el primer álbum, Los Taxis Rojos, lo vemos decir: «Cuando me resfrío pierdo mi fuerza... No sé por qué me pasa eso». En esto difiere sensiblemente de Obélix, cuya fuerza colosal está perfectamente explicada en cada álbum («Se cayó en la marmita cuando era pequeño»). A causa de esta fuerza, con la cual puede arrastrar coches, traspasar muros de piedra y desarraigar árboles, Benoît disfruta también de otros poderes: es capaz de correr como un bólido, dar saltos prodigiosos que lo elevan sobre los tejados de las casas, desbrozar bosques enteros de un solo soplido y recorrer grandes distancias sin cansarse.

Sin duda es una suerte que Benoît haya puesto tales habilidades al servicio del bien y la justicia, desde un primer momento, y no de la corrupción. Cierto que más de una vez tendrá también sus tentaciones, las cuales terminará venciendo siempre: «¡Con la de niños malos que hay en el mundo, tenía que tocarme ser la mala conciencia de Benoît Brisefer!», se queja su diablillo personal después de haber perdido, como siempre, la batalla (“La discusión de Benoît con su mala conciencia, ya evocada, no puede sino recordar a ciertas escenas análogas en las Aventuras de Tintin y Milou”, comenta Thierry Groensteen en 1983). El carácter dulce, modesto y sensible del protagonista siempre se impondrá sobre todo lo demás: «No encontraréis en toda Vivejoie-la-Grande un niño tan gentil como Benoît Brisefer... amante de las flores y de los animales... simpático y servicial... estudioso... educadísimo...» etc., etc. Y, si bien no sabemos absolutamente nada del pasado de Benoît, sí que nos avanza el héroe algo sobre lo que será su futuro: cuando sea mayor quiere ser guardaespaldas, como su admirado tío Placide.

2.     JULES DUSSIFLARD.

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 Dussiflard, luchando por quitarse la gorra de la cabeza. 
Jules Dussiflard es un viejo amigo de Benoît, de profesión taxista. Es vecino de Vivejoie-la-Grande, como nuestro héroe, y vive en una casa de la calle de la Grosse Pompe en compañía de la señora Pluche, su casera. Gracias a su recurrencia en casi todas las historias, conocemos muchos detalles sobre su vida, como su participación en la II Guerra Mundial, su pertenencia a la “Vivejoie Jazz-Band”, su afición por el automovilismo o bien su amistad de juventud con el hijo de un emir árabe.

El señor Dussiflard, personaje que, según Groensteen, estaría emparentado con el “Strapontin” de Berck y Goscinny (y que gráficamente recuerda muchísimo al personaje de “el servidor” en “La guerra de las Siete Fuentes”), aparece ya en el primer capítulo de la serie, con una destacada participación, y será también protagonista de muchas escenas importantes EN LIBROes posteriores, sobre todo en Los doce trabajos de Benoît Brisefer. Su taxi, el único taxi en toda la villa al parecer, es un viejo automóvil de color azul y adornos anaranjados, aunque en cierta ocasión se produce un error en la serie y vemos su taxi pintado de color amarillo… para volver a azul algunas páginas más tarde.

Si bien muy cercano a Benoît (es el primer adulto que establece una relación casi paternal con él, aunque luego serán Madame Adolphine, el tío Placide y el señor Bodoni los encargados de continuarla), Jules Dussiflard pertenece netamente a la esfera del mundo adulto, y no creerá las historias de Benoît a pesar de haber formado parte de casi todas ellas: en esto, Dussiflard está psicológicamente emparentado con tía Ursule (Will) o la pequeña Arc-du-Ciel (Derib), que no cesa de repetir a Yakari que, en su opinión, él es “un tremendo soñador”. Como personaje, Dussiflard ofrece cierto interés: en unos momentos cede a la tentación de la vida cómoda, la cobardía o la pereza, en otros se muestra arrojado, enérgico o casi heroico. Tiene fallos de carácter muy humanos (por ejemplo, se aturrulla durante su visita a Poilonez para quejarse, en el primer álbum… debilidad la suya que no se atreve a confesar a Benoît), pero también es un compañero de aventuras en quien se puede confiar (Los doce trabajos de Benoît Brisefer, La Ruta del Sur…). Y, aunque está en el origen de muchas de las aventuras del pequeño héroe de la boina, no puede decirse que parezca especialmente interesado en compartirlas. De hecho, a menudo los sucesos más inauditos suceden a su lado sin que él se aperciba de nada en absoluto.

Un último apunte con respecto a Dussiflard se refiere al hecho curioso de que, a pesar de haberse convertido en millonario al final del tercer capítulo (Los doce trabajos de Benoît Brisefer), no por eso abandona su profesión de taxista ni su sempiterna gorra de visera. Debido a la escrupulosidad con que se respetan los datos y el pasado histórico en esta serie, no parece tratarse de un despiste de los guionistas, sino más bien de una concesión al argumento: el personaje de Dussiflard posiblemente daba más juego como taxista que como millonario… El único capricho que parece concederse el buen señor es el de interrumpir su trabajo siempre que quiere, por ejemplo para participar en un rally con su mecánico y amigo. Decididamente, los apuros económicos del primer capítulo ya quedan muy lejos de él…

3.      EL COMISARIO DE POLICÍA DE VIVEJOIE-LA-GRANDE.

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 El bonachón comisario. 
Como Jules Dussiflard, el Comisario de Vivejoie-la-Grande aparece ya en el primer capítulo, y será protagonista de sucesivas apariciones en casi todos los álbumes. Es una figura con bastante de cliché: su misión es la de oponerse al mundo de Benoît y representar, de forma extrema, el pragmatismo y la incredulidad de los adultos. En cierto modo, el suyo también es un rol típico en las novelas detectivescas, el de policía “formal” y estrecho de miras que se opone al héroe de turno, en un principio reticente a sus iniciativas y sugerencias pero teniendo que claudicar más tarde ante la evidencia de que, también en este caso, el joven detective aficionado tenía razón (como el “Lestrade” de El joven Sherlock Holmes). En las aventuras de Benoît, sin embargo, tal claudicación no tendrá nunca lugar de forma completa: el Comisario terminará metiendo en la cárcel a los bribones, pero nunca sabrá que ha sido Benoît la causa de su detención. Incluso en los casos en que Benoît actúa en descubierto, o quiere contarle sus peripecias, él permanecerá anclado en su incredulidad, convencido de que las historias que farfulla Benoît son sólo un derroche de fantasía. Estas escenas se convertirán en tópico recurrente, esperado por el lector, y como dice el mismo Benoît: “¡Siempre es lo mismo con los comisarios de policía, nunca quieren creer a los niños!”.

Por otra parte, con el Comisario se presenta una sabrosa caricatura del mundo de los adultos. Por ejemplo en esa escena en la que arremete contra la lectura de historietas, parafraseando sin duda las indignadas quejas que padres y educadores solían levantar en la época, culpando a aquéllas del pernicioso exceso de fantasía infantil… para encerrarse acto seguido en su despacho a leer ávidamente Le Journal de Spirou. En cualquier caso, se sugiere una cierta doble moral por su parte, así como un exceso de formalidad y didactismo, siempre antipático para los niños.

4.     MADAME ADOLPHINE.

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 Adolphine, ¿mujer o robot aquí?

Madame Adolphine (entendiéndose aquí el personaje global, el binomio anciana/robot) es un personaje que podríamos calificar de gran hallazgo. Aparece ya en el segundo capítulo de la serie, que lleva su nombre, y su presencia se hará constante de forma que protagonizará nada menos que otras dos aventuras, Lady d’Olphine y Golpe de película, interviniendo también aunque de forma mucho menos destacada en El secreto de Eglantine. Y, que se sepa, es el único personaje de la serie que, habiendo nacido como secundario de una sola aparición, tuvo el honor de ser reclamado por el público de la revista para su retorno, al igual que en su día ocurriera con Pirlouit y con los Pitufos.

Madame Adolphine es una dulce anciana, prototipo de abuelita cariñosa, que vive en Vivejoie-la-Grande. Va vestida según la moda de una época muy rancia, con abrigo negro y sombrero de alas, que no cambiará por más que pase el tiempo (aunque en los últimos álbumes, y en las escenas que tienen lugar en el interior de su casa, se la ve con toquilla y un vestido en colores suaves que alivia un poco el diseño algo pesado y oscuro de la dama). Su tiempo transcurre entre paseos por el parque, en donde ofrece caramelos a los niños, da limosna a los mendigos… y su tranquila vida hogareña, dedicada a las labores caseras y al cuidado de sus plantas.

Pero ¿qué hace un personaje apacible como éste en una serie de acción como la de Benoît Brisefer? Los méritos de su permanente presencia no son tanto suyos como de un científico vecino de la villa, que se ha inspirado en el físico de la anciana para construir un robot idéntico a ella. Así que el humor nace en este caso, no del propio carácter del personaje Adolphine, sino de la constante confusión entre ella y su réplica, así como de las hilarantes inversiones de situación tan típicas en Peyo y a las que la anciana se ve sometida muy a su pesar: se la toma por una delincuente, se la interroga, se la envía a un penal, es tratada como el peor de los rateros de los bajos fondos… Especialmente sabrosas son las escenas del álbum Golpe de película en donde debe fingir el atraco a un banco, y la pobre señora no sabe actuar más que con una exquisita educación: “¿Sería usted tan amable de darme todo el dinero que hay en la caja fuerte…?”. Eso sin mencionar que Madame Adolphine encuentra inconcebible realizar el atraco a mano armada sin esperar su turno en la fila ante la ventanilla de la caja.

En todo caso, si hay un rasgo del carácter de Adolphine que resulte cómico por sí mismo, éste es el de su candor y de su filosófica paciencia (todo lo cual se pone de manifiesto, especialmente, durante la genial escena del interrogatorio en comisaría en su primer álbum).

En un principio, hay que señalar que el nombre de Adolphine se daba por igual a ambos personajes, la dulce ancianita y su copia, el malvado robot. Benoît las distingue llamándolas, sencillamente, “la buena” y “la mala”, o bien “la buena” y “el robot”. Más adelante, se impone el uso de un nombre distinto para designar a cada una, dado que esta repetida ambigüedad, sabrosa como gag, también creaba ciertos problemas para la comprensión de la historia. A partir del sexto capítulo, y ya en adelante, el robot copia de Madame Adolphine pasará a llamarse Lady d’Olphine, nombre que conservará también EN LIBROes posteriores.

5.     LADY D’OLPHINE

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 Adolphine y Olphine. 
He aquí sin duda, como antes se decía, a uno de los personajes mejor logrados de la serie, y que compite en protagonismo con el mismo Benoît.

Lady d’Olphine es un robot creado por el científico Vladlavodka, que se ha basado en un modelo real: el de la anciana Adolphine, vecina de Vivejoie-la-Grande. El mismo Vladlavodka explica las razones de esta elección: los robots renquean un poco al caminar, y también lo hacen las ancianas… Además, los largos faldones de su ropa eran perfectos para disimular los mecanismos.

Todo hubiese ido muy bien de no ser porque, tras un fallo de sus circuitos, el robot se vuelve malvado. Desde ese momento, toda su obsesión será entregarse al pillaje, en cualquiera de sus variantes, a fin de convertirse en “capo” de una banda de malhechores, cuanto más grande mejor. Así, vemos que las fechorías de d’Olphine crecen en magnitud, desde los primeros atracos a mano armada hasta la complicadísima organización mafiosa con la que controla el principado de Monte San Sone, y que se extiende, al parecer, al resto del mundo. Es en este momento, ya en el segundo álbum, en donde cambia su nombre, de Adolphine a Lady d’Olphine, mucho más internacional en su resonancia, y también parte su atuendo: la anciana sustituye su anticuado sombrero por un modelo mucho más actual, y ostenta también un abrigo y un bolso de pieles, costosas joyas…

Por supuesto, las actuaciones de d’Olphine son un gag en sí mismas, pues nada más cómico que ver a este personaje con aspecto de dulce ancianita desenvolverse en medio de la canalla más hampona, profiriendo expresiones soeces y desplazándose a la carrera. La relación de Benoît con d’Olphine es también compleja, pues por épocas se tratan como inveterados enemigos y por épocas podría calificárseles incluso de amigos. No son raros los pactos entre ambos, posponiendo la hostilidad mutua hasta la resolución del problema de turno, e incluso las escenas de simpatía. Cuesta entender por qué, por ejemplo, en Lady d’Olphine, el reencuentro entre ambos es tan amistoso, casi conmovedor, sobre todo teniendo en cuenta que el desenlace del segundo capítulo mostraba al pequeño héroe a la caza del robot por enésima vez. Pero incluso los primos Vladlavodka están al tanto de la especial simpatía que el robot parece sentir por el niño, y se lo llevan a Monte San Sone para que trate de convencerlo de que vuelva al buen camino…

Los lectores de la serie adoran al personaje del robot, es un hecho. Y es que, aunque de naturaleza malvada, d’Olphine es un ser dinámico y atractivo, que despliega recursos insospechados, casi invencible… y que sólo tiene un talón de Aquiles, que es el de sus descargas periódicas. En efecto, cuando ha pasado un cierto tiempo o ha realizado un sobreesfuerzo, el robot pierde energía y cae en una especie de letargo… Pero pronto descubrirá cómo recargar él mismo sus baterías, introduciendo dos dedos en el enchufe más próximo o incluso conectándose a la batería de un coche.

El caso es que d’Olphine es un enemigo duro de pelar para Benoît, y a cual más escurridizo… Por varias veces ha sido encerrada, desconectada y hasta desmontada, sin que eso consiga detenerla. Su última aparición, en Golpe de película, augura sin embargo un final más que definitivo: el robot, después de una tremenda escalada de crueldad y malevolencia, termina su peripecia cayendo al mar desde un acantilado, con lo que se da por supuesto que, de esta aventura, sí que no saldrá ya más…

Aunque nunca se sabe.

6. TÍO PLACIDE

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 Placide, un gran tipo.

El tío Placide, llamado Tonton Placide en su versión original (o sea, “tiíto Placide”), es el único pariente que se le conoce a Benoît. Hace su debut en el cuarto episodio de la serie, que lleva su nombre, y también aparecerá en el que hasta ahora es el último publicado, John-John, también de forma casi estelar.

Placide es un fornido policía que trabaja para el S.A.P.P.E.T. (Servicio Auxiliar de Protección de Personalidades Extranjeras en el Territorio), un juego de siglas humorístico (“S.O.C.C.A.V.A.D.O.”) que a nosotros, lectores españoles, nos recuerda a aquél de la mortadeliana T.I.A. (“Técnicos de Investigación Aeroterráquea”) en constante pugna con la organización rival, la A.B.U.E.L.A. (“Agentes Bélicos Ultramarinos Especialistas en Líos Aberrantes”).

El personaje de Placide es de los pocos que están basados en una persona real, por lo menos en la primera parte de la serie (ya en la segunda, puede rastrearse a seres de carne y hueso en muchas otras creaciones). Se trata de un trasunto del cuñado del dibujante Walthéry, igualmente policía, y como se comenta en el estudio del capítulo cuarto, los parajes campestres de su región es muy probable que estén inspirados también en los alrededores del pueblo de Cheratte, de donde Walthéry y familia eran oriundos.

Tío Placide es un personaje amable, simpático, protector y positivo, posiblemente uno de los pocos adultos a quienes no se pone en ridículo a lo largo de la serie. Las peripecias en las que interviene están cortadas por un cierto patrón James Bond, muy popular en la época, y Placide hará gala de una gran disciplina como policía, de los resultados de un riguroso entrenamiento y de un gran despliegue de técnicas y medios para salir al paso de los problemas. Cuando Benoît se maravilla de que su tío sepa hacer tantas cosas, incluso pilotar una avioneta, él le contesta con naturalidad: “¡Pues claro, un policía tiene que saber de todo!”

También es una novedad en Placide la forma que tiene de tratar a Benoît, sin ápice de paternalismo mal entendido (como Dussiflard o el Comisario). Por supuesto que cuida de su sobrino, de quien desconoce sus poderes, preparándole la comida y preocupándose por que se vaya temprano a la cama, pero no duda en detenerse a contestar a sus preguntas, darle todo tipo de explicaciones de los asuntos “de adultos”, llevarlo consigo en sus misiones y tratarlo, en fin, con un poco más de consideración que el resto de los convecinos de Vivejoie-la-Grande.

No resulta extraño que Benoît vea en él a un auténtico héroe (aun cuando, en la mayor parte de las ocasiones, tenga que echarle una manita a fin de que la aventura de turno termine bien), un modelo a seguir; y así resulta que Benoît, cuando le preguntan sobre sus planes de futuro, no duda en contestar con firmeza: “¡Yo quiero ser un buen guardaespaldas, como mi tiíto Placide!”

7. SERGE VLADLAVODKA

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 Vladlavodka y su mostacho. 
Serge Vladlavodka es un científico, vecino de Vivejoie-la-Grande. Físicamente, parece haber heredado algo del vendedor de instrumentos musicales de La flauta de los seis pitufos, con su cabello ensortijado y su bigote: diseñado en primer lugar por Peyo, en el año 1963, su físico es suave y redondeado, y permanecerá igual con el tiempo incluso en franca contraposición con su primo Melchior, de diseño mucho más estilizado y realista (dibujado por Walthéry en 1972). Vive en una casa (18, Rue de Fer à Cheval) de un barrio marginal, en donde se dedica principalmente al diseño, construcción y reparación de autómatas. En un principio sus trabajos poseen una factura humilde (robots de reclamo para empresas comerciales), más tarde su fama parece crecer y hasta es requerido para diseñar los ingenios mecánicos de una película de superdetectives que va a rodarse en el Puerto de Lacalanque (La isla de la desunión). Al igual que otros personajes de la serie, Vladlavodka permanecerá en la misma como un personaje fijo, participando en varios relatos de forma destacada.

Su mayor mérito consiste, sobre todo, en haber creado al robot “Adolphine-Lady d’Olphine”, por lo demás el carácter de Vladlavodka se nos antoja un tanto anodino, sobre todo en su primer relato, en donde es causa y origen de todo el embrollo pero se muestra remiso a participar en su resolución, dejándole toda la iniciativa al pequeño Benoît. Más adelante, en el sexto capítulo, cuando le toca recibir a su estrambótico primo en su casa, sí parece desplegar un poco más de carácter, imponiéndose a Melchior en todas las circunstancias. Y llegará al punto de ser, en el último capítulo en que interviene, el que resuelve la situación final mediante dos ingeniosas estratagemas, poniendo fuera de combate a tres ejércitos y consiguiendo sacar a sus compañeros de la isla de Plata Costa al convertir en hidroavión una vieja avioneta militar.

8. EL GUARDIAN DEL PARQUE “JULES-PETIT”

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 El guardián.

Este bigotudo personaje, que bien podría ser un precursor del personaje de “el Sargento” en la película La flauta de los seis pitufos (1975), aparece en la serie desde sus primeros tiempos y se queda ya en ella de forma definitiva, aunque sus papeles siempre serán muy esporádicos. Alineado psicológicamente junto con el Comisario de Policía, su rol se reduce a regañar a los niños, especialmente al pequeño Benoît, cada vez que los ve rebasar los límites de lo establecido por la ley, la compleja cantidad de normas que regulan la vida del parque Jules-Petit (está prohibido pisar el césped, jugar con el agua del estanque, hacer ruido, etc.). El suyo, como el del Comisario, parece ser un rol con cliché. No obstante, no todo son desventajas para Benoît cuando se encuentra con este furibundo personaje, ya que gracias a él consigue librarse de sus perseguidores en el álbum Los Taxis Rojos.

9. JOSEPH DELBOUILLE

Como el Tío Placide, este personaje está directamente inspirado en una persona real, incluso compartiendo con ella su nombre de pila. Se trata de la afectuosa caricatura de Joseph Gillain, “Jijé”, amigo y compañero de trabajo de Peyo y Franquin y “maestro espiritual” de Will. Esta caricatura tan directa de un compañero, hecho insólito en la producción de Peyo, permanece como algo aislado.

Joseph es un antiguo compañero de ejército de Dussiflard, con el que comparte también otras vivencias de juventud: igual que el viejo taxista, pertenecía a la “Vivejoie Jazz-Band” y fue obsequiado asimismo con una parte de la polémica escritura de propiedad de unos terrenos en un lejano emirato árabe. Joseph Delbouille trabaja como cocinero en la marina mercante, lo cual le permite auxiliar a Dussiflard y Benoît durante su embarque forzoso hacia las Islas Galápagos. Es un personaje que se hace entrañable, valiente y capaz de arriesgarse por ayudar a sus amigos. Aparecerá en dos ocasiones a lo largo de la serie.

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La familia Bodoni desfilando por la ciudad.

10. EL SEÑOR BODONI Y FAMILIA

El Señor Bodoni es, de todos los personajes adultos “buenos” de la serie, el único que llega a conocer verdaderamente la fuerza de Benoît. Hace su primera aparición en 1969, en el episodio titulado El Circo Bodoni, en donde juega un papel muy principal, y a partir de aquí lo veremos aparecer esporádicamente en otros álbumes. Sin proponérselo, juega un papel destacado en el séptimo álbum, ya que es él quien desvela a Démonia el secreto de la fuerza de Benoît, ignorante de que la taimada dama se propone aprovecharse de estas confidencias para utilizar al niño con fines malvados.

El Señor Bodoni es un padre de familia dueño de un pequeño circo ruinoso, al que trata de hacer salir adelante. Su suerte cambia el día en que conoce a Benoît, o, mejor dicho, el día en que su hijita Mona lo conoce. Benoît simpatiza con la niña y con el resto de la familia (formada por el Señor Bodoni, de quien no conoceremos nunca el nombre de pila, por la Señora Bodoni, igualmente sin identificar, y por sus hijos Pietro y Mona), y tratando de ayudarles a sacar el circo de la quiebra es que se anima a revelar al mundo su propia fuerza, incluso exhibiéndola en un espectáculo.

Vemos, al hilo de las aventuras de Benoît, cómo el circo va, efectivamente, prosperando, pese a lo cual el Señor Bodoni continuará mostrando su carácter campechano y cordial (y en exceso confiado) ante todo el que se le acerca.

Dentro de la familia de Bodoni, el miembro más destacado es Mona, una pequeña equilibrista aproximadamente de la edad de Benoît, de la cual el niño parece prendarse a primera vista. Este personaje de niña pequeña encantadora, diseñada por Walthéry, es un tanto atípico en las historietas de Peyo, pero es realmente el motor que pone en marcha todo el desarrollo de la historia.

11. LA PORTERA DE SERGE VLADLAVODKA

Y, para terminar, un apunte anecdótico. Sólo los personajes que aparecen más de una vez, “que evolucionan”, son tratados en esta sección, y éste es un personaje que, realmente, parece evolucionar. En el primer álbum en que aparecía, Madame Adolphine y siguientes, se limitaba a ser la típica portera chismosa, siempre de cotilleo con las vecinas y agarrada a su escoba, pero en La isla de la desunión la vemos quitarse por fin el delantal, con toda la dignidad del mundo, para asistir a un curso de Meditación Trascendental.

LOS ÁLBUMES

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LOS TAXIS ROJOS

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: Les Taxis Rouges

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE ORDEN: 1

AUTOR/ES: Peyo (guión y dibujo de los personajes), Will (decorados) y Nine (color).

FIRMA: Peyo, para la publicación en revista; Peyo y Will para el álbum, en portada y página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions Dupuis en Le Journal de Spirou, una página y media semanal desde el 15-XII-60 hasta el 28-IX-61 (números 1.183-1.224), salvo en los números 1.183-1.205 (dos páginas) y 1.211 (una página). Color. Dibujos publicitarios en los números 1.181 y 1.182. Dibujos de portada en los números 1.209, 1.216 y 1.223.

PRIMERA PUBLICACIÓN EN LIBRO: Por Éditions Dupuis en 1962. Color.

OTRAS EDICIONES: Por Éditions Dupuis en 1966 (colección “Gag de Poche”, número 50, en formato de bolsillo). Por Éditions Rombaldi, en la colección “Intégrale Peyo”, volumen 9 (1988). Por Éditions Dargaud en la colección “Pocket BD”, con 126 páginas y formato de bolsillo, en 1990 (ISBN: 2-266-03659-9). Por Éditions du Lombard en 1997, “Édition en OR”, ISBN: 2-205-04712-4. Por Éditions du Lombard en 1999, ISBN: 2-80361-288-7. Por “Panini-Comics” en marzo de 2004, en el número 22 de la colección Le Monde de la BD.

PÁGINAS: 60 (numeradas, por medias páginas, del 0 al 54: 0, 1A, 1B, 1C, 2A, 2B, 2C... A partir de la página 32, la numeración es ya normal.)

ISBN: 2-8001-0025-7. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: Jules Dussiflard.

MALVADOS: Poilonez y sus sicarios: Tino, Max, Jojo y compañía.

SECUNDARIOS DESTACABLES: Arsène Duval, Joseph, el comisario de policía de Vivejoie-la-Grande, el guardián del parque Jules-Petit.

LOCALIZACIONES: En la ciudad de Vivejoie-la Grande: parque Jules-Petit, casas de Benoît y de Madame Pluche, edificio de la compañía de los Taxis Rojos. Sótano de una mansión en el campo. Un carguero en alta mar. Una isla desierta. Parajes de Portugal, España y Francia.

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Benoît Brisefer es un niño que posee una fuerza prodigiosa, y que es muy amigo del taxista Jules Dussiflard. Un día, éste sufre un sabotaje por parte de un chofer de la nueva compañía Taxis Rojos. Al ir a quejarse a su director, Poilonez, Dussiflard descubre accidentalmente un complot y es secuestrado por Poilonez y sus hombres, que lo encierran en un sótano.

Benoît se deja atrapar también para encontrar a Dussiflard, pero se resfría y ambos prisioneros son enviados hacia las Islas Galápagos. Gracias a Joseph, un viejo amigo de Dussiflard que éste encuentra en el carguero, logran huir en una lancha. Llegan a una isla habitada por el estrafalario Arsène Duval, y Dussiflard decide quedarse. Benoît parte solo en la lancha y, recuperada su fuerza, hace una larga ruta hasta llegar a Vivejoie-la-Grande justo el día en que Poilonez y los suyos habían planeado saquearla.

Poilonez finge un ataque radiactivo para que los habitantes abandonen la ciudad, pero Benoît se le enfrenta y acaba con los Taxis Rojos. Acabada la peripecia, y una vez todos los maleantes en prisión, Benoît y Dussiflard se reúnen.

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Originales para una página de este libro.

COMENTARIO: Sin duda que los lectores habituales de Peyo que comenzaron esta aventura en las páginas de Le Journal de Spirou quedarían bastante sorprendidos con el cambio radical en el estilo, en comparación con las aventuras del resto de sus personajes. Por supuesto, Peyo había dibujado historias de ambiente contemporáneo con anterioridad, pero no con tal exuberancia... El diseño de los árboles, por ejemplo, con sus copas como burbujas redondas a través de las cuales se ve el ramaje, o los mil y un detalles y adornos en las fachadas de las casas, el cuadro del gallo en la pared del despacho de Poilonez, los muebles... Y es que en la banda de título de esta primera publicación en revista no consta aún que no es Peyo el único dibujante, sino que los decorados están realizados por Will. En las últimas ediciones EN LIBRO ya se verá corregida esta omisión, a todas luces injusta. Por cierto, que a partir de ahora habrá que prestar atención al diseño del título de cada aventura, en la banda de título de la primera página, ya que se inaugura aquí un nuevo grafismo consistente en rellenar las (hasta ahora) sobrias letras negras del título con todo tipo de motivos florales, margaritas muy del gusto de los años sesenta, hojas, tallos entrelazados… Este diseño se repetirá en otros álbumes posteriores.

En la segunda página (1B, según la numeración) hay una viñeta cuádruple que muestra el momento en que Benoît levanta un enorme armario, y es éste el verdadero protagonista de la escena: las columnas labradas en la madera, el detallismo de la vajilla que está a punto de caer de sus estantes, incluso el jarrón con cardos colocado encima... no tienen nada que ver con el grafismo habitual en las historias de Peyo. En la puerta del armario se ve un grabado que representa a una especie de monje cubierto de pies a cabeza con una generosa túnica con capucha. Sin embargo, en los bocetos originales de Will, los grabados de las puertas eran completamente distintos: en la de la izquierda, un sátiro desnudo con pies de cabra que toca la flauta (¿tal vez un antepasado del Tío Hermès?), y en la puerta de la derecha, una dama cretense con falda de amplio vuelo y los senos descubiertos. Por supuesto, este diseño es aún demasiado atrevido para la época: cuando realice su serie “Isabelle”, Will prodigará los desnudos, tanto masculinos como femeninos, pero no aquí.

«Formado por Jijé, Will lo tiene todo para complacer a Peyo: dibuja simple y claro, y está dotado de un excelente sentido del decorado. Ya ha prestado ayuda a Franquin para imaginar la arquitectura modernista de la ciudad donde se desarrolla el episodio de Spirou titulado Los Piratas del Silencio...» (Dayez, 2003). Resulta interesante constatar que, aparte del decorador (que no los decorados, que aquí son bastante distintos), esta aventura de Benoît comparte con “Los piratas del silencio” algunas cosas más: el complot que Poilonez trama para evacuar toda una ciudad y saquear a gusto sus edificios más importantes, con una banda de malhechores eficazmente distribuidos; el detalle de la nube de gas, la escena final del saqueo... o incluso detalles menores como el diseño de la telefonista en ambas aventuras o el cuidado con que el jefe de la banda planifica la posición de sus hombres. Por otra parte, en esta aventura de Benoît se hará un homenaje a Jijé, que seguro que complació muchísimo a Will: se trata, en efecto, de una pequeña sorpresa en la página 34 (28B). Peyo, tan poco dado a caricaturizar a sus amigos (al contrario que Franquin), introduce a Joseph Gillain, “Jijé”, en la persona de Joseph, el cocinero del barco: un simpático ex compañero del ejército de Dussiflard y que, a la postre, será quien ayude a huir a los protagonistas. Este personaje hará alguna aparición más en el futuro, como veremos más adelante...

A pesar del gran protagonismo que los dibujos de Will tienen en esta historia, un repaso atento a los personajes y a las situaciones nos demostrará que es Peyo quien está, al fin, a cargo de la obra: el grafismo de los protagonistas es inconfundible, y nos remite directamente a “La guerra de las Siete Fuentes” en personajes como Dussiflard, Arsène Duval o el amenazante capitán del carguero. Lo mismo podemos decir del estilo de algunos chistes y secuencias, como la que ocupa toda la página 38 (marcada como “32”): Dussiflard y Benoît, náufragos en una lancha, piden ayuda a un crucero turístico que pasa junto a ellos, y Peyo se complace dibujando una galería de personajes a cual más diverso, con su característico ingenio para los chistes mudos: las señoras que cotillean, el niño que llora, el señor indiferente que no se digna ni a abrir los ojos, los caballeros ingleses con su flema y, sobre todo, el turista enloquecido que no para de fotografiar todo cuanto pilla.

También merece especial mención la cómica escena de la persecución nocturna por el parque, que ocupa cinco páginas y en las que se esboza un personaje de futuro éxito en la serie: el guardián del parque Jules-Petit, con su mal genio y su eterna cantinela: «¡Está prohibido pisar el césped! ¡Está prohibido bañarse en el estanque...!» Será inevitablemente remedado en la parodia que Delporte y Walthéry harán de la serie, años más tarde: «¿No saben que está prohibido lanzar coches? ¿No saben que está prohibido romper las casas?» También encontramos un reflejo de él en el iracundo sargento bigotudo que, en la película La flauta de los seis pitufos, se empeña en meter en el calabozo a Pirlouit «por alterar el orden público».

Otro buen chiste es el protagonizado por Arsène Duval, alto ejecutivo que ha tenido la desgracia (o, según él, la inmensa suerte) de naufragar en una isla desierta, y que llena nada menos que ocho viñetas con una retahíla de negaciones cargadas de regocijo: «¡Nada de fábricas! ¡Nada de teléfonos! ¡Nada de suegras! ¡Nada de impuestos...!», y un largo etcétera. El buen señor, que ha encontrado un auténtico paraíso de paz en la tierra, libre por fin de preocupaciones materiales, no puede menos que recordarnos una vez más los agobios de Peyo como hombre de negocios: seguro que éste se divirtió a gusto desahogándose en el diseño de este personaje encantado con su “liberación”. Es también, por supuesto, una crítica enérgica a la civilización de la tecnología, con todos sus adelantos que proporcionan comodidad, sí, pero también infinitas tensiones: como ya se dijo, una segunda lectura de esta serie nos habla del eterno conflicto entre modernidad y tradicionalismo, y de hecho las primeras páginas tienen por tema la alienación del artesano (Dussiflard), con sus medios “de toda la vida” (el viejo taxi) que no puede hacer frente a la competencia de los nuevos Taxis Rojos, coches último modelo y dotados de todos los adelantos como emisoras de radio y teléfonos, una potente empresa con gasolinera propia y decenas de eficientes empleados. Como dice el entusiasmado niño de la tercera página (5B): «¡No tienen nada que ver con el cacharro del viejo Dussiflard» A lo que Benoît, apesadumbrado, contesta con el pensamiento: «¡Es verdad! ¡Pobre hombre, se va a arruinar!». Peyo no duda en ponerse de parte, claro, del tradicional artesano: será Benoît quien lo ayude a defenderse de los ataques del competidor fuerte, que quiere echarlo del mercado usando todos los medios posibles aunque sean sucios. Esta crítica feroz de los abusos del sistema capitalista, del monopolio de las grandes empresas sobre los pequeños productores, no es única aquí; Peyo la retomará años más tarde en “El Pitufo Financiero”. Las últimas páginas, con Benoît causando un estropicio en la flota ultramoderna de los Taxis Rojos, son una verdadera revancha simbólica, así como un merecido castigo a las afrentas del principio de la historia: Benoît apisona salvajemente uno de los coches saltando sobre él, mientras su chofer trata de pedir auxilio con el ya inútil radioteléfono. A pesar de los muchos caminos, atajos y desviaciones de cada historia, a Peyo le gusta dejar bien cerrados todos sus bucles argumentales.

Habíamos dicho que los protagonistas encuentran una isla desierta, remanso de paz que representa la mayor de las tentaciones... Dussiflard anuncia su intención de quedarse allí para siempre. «¡Pero no podemos dejar que ese bandido se salga con la suya!», protesta Benoît. «¡Ése es el trabajo de la policía!», responde Dussiflard. Pero, claro, las cosas no pueden ser tan fáciles para un héroe como Benoît: él sabe que el deber está por delante de todo, y emprende en solitario el regreso a la lucha. Una vez más, Peyo moraliza eficientemente desde sus páginas...

Y, ya para terminar, llamar la atención sobre el hecho de que en esta aventura se da, por primera vez en Peyo, una costumbre muy extendida en las historietas publicadas por Dupuis: la de promocionar productos de la casa haciendo que los personajes de las diferentes series los lean dentro de sus propias historias. Lógicamente, Peyo no ha podido hacer eso hasta ahora, debido a la ambientación medieval de sus series anteriores (aunque sí que llegó a dibujar, para la contraportada de algún álbum, a Johan y a Pirlouit leyendo tebeos), mas de ahora en adelante se va a desquitar con creces. En la página 19 (“13C”), el Comisario de Policía se encierra a cal y canto en su despacho para leer Le Journal de Spirou.


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MADAME ADOLPHINE

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: MADAME ADOLPHINE

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE ORDEN: 2

AUTOR/ES: Peyo (guión y dibujos), Will (decorados), Nine (color), Roba (dibujos).

FIRMA: Peyo, para la revista y la primera edición EN LIBRO. Peyo y Will para ediciones siguientes EN LIBRO, en portada y página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions Dupuis en Le Journal de Spirou, dos páginas semanales desde el 17-I-1963 hasta el 12-IX-1963 (números 1.292-1.326), salvo en los números 1.310-1.319 (una página). Diseños publicitarios en los números 1.290 y 1.291. Color. Portadas en los números 1.292, 1.308 y 1.318.

PRIMERA EDICIÓN EN LIBRO: Por Éditions Dupuis en 1965, cartoné. Color.

OTRAS EDICIONES: Por Éditions Dupuis en la colección “Gag de Poche”, núm. 43 (1966), formato de bolsillo. Por Éditions Rombaldi, col. “Intégrale Peyo”, vol. 9 (1988). Por Éditions Dargaud, col. “Pocket BD”, formato de bolsillo con 126 páginas (1990), ISBN: 2-266-03589-4. Por Panini-Comics en marzo de 2004, col. Le Monde de la BD núm. 22.

PÁGINAS: 60

ISBN.: 2-8001-0026-5. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: Madame Adolphine, señor Vladlavodka.

MALVADOS: Madame Adolphine (robot) y el resto de su banda: Juju, Leon, etc.

SECUNDARIOS DESTACABLES: El Comisario, Dussiflard, el guardián del parque Jules-Petit, el carcelero.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: parque Jules-Petit, casa de Benoît, casa de Vladlavodka, comisaría, prisión. En la capital: calles, bistró “Chez Juju”, club “Le Perroquet Bleu”, Casa de la Moneda, estación ferroviaria.

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Benoît Brisefer conoce a una encantadora anciana llamada Madame Adolphine, pero ignora que en realidad se trata de un robot construido por el científico Vladlavodka. Por otra parte, la verdadera Madame Adolphine, de la cual el robot es una copia, se pasea inocentemente por la ciudad.

A causa de un cortocircuito, la falsa Madame Adolphine se vuelve perversa, se escapa y atraca el banco de Vivejoie-la-Grande. Luego huye a la capital y reúne a una banda de bribones a la cabeza de la cual organiza numerosos robos. Mientras tanto, la verdadera Madame Adolphine es detenida y encerrada en prisión. Benoît sabe que ella es inocente, pero como el comisario no le hace caso, se introduce él mismo en la cárcel y huye con la anciana, dejándola escondida en el taller de Vladlavodka.

Benoît se desplaza hasta la capital y busca a la falsa Madame Adolphine, consiguiendo dar con ella y con su banda. Engañado por el robot, presencia lo que él cree una inocente labor de limpieza en la Casa de la Moneda, y que en realidad es un robo a gran escala. Madame Adolphine lo envía de vuelta a Vivejoie-la-Grande en tren, pero Benoît se escapa y regresa en su busca: devuelve la furgoneta con el dinero robado y se enfrenta a la banda. Cuando llega el robot, un resfriado impide a Benoît defenderse y es encerrado en el sótano. Consigue engañar a Juju para que le traiga medicamentos, y logra curarse justo en el momento en que Madame Adolphine va a terminar con él.

Por fin, se aclara todo y el comisario ve reunidas a ambas ancianas, la verdadera y la falsa. Vladlavodka se lleva al robot para neutralizarlo. O... ¿se tratará, más bien, de la verdadera Adolphine?  

COMENTARIO: Como si estuviese ya escrito que este episodio tendría, con el tiempo, una segunda parte, Peyo deja el final del relato abierto en una forma bastante poco habitual en él. La última viñeta muestra al robot cometiendo un nuevo atraco, mientras el coche de Vladlavodka y Benoît se dirige hacia allí a toda velocidad. Sí, pero eso no quiere decir que, forzosamente, pudieran capturar por fin a la más que escurridiza anciana... ¡Lady d’Olphine nos dará la razón unos años más tarde!

El episodio Madame Adolphine conoce un gran éxito, tanto por la perfección y justeza del guión (plagado, sin duda muy al gusto de Peyo, de situaciones ambiguas así como de chistes magníficos) como por lo acertado del nuevo personaje, que le disputa claramente el protagonismo a Benoît. Una vez más, Peyo demuestra su maestría creando escenas de contraste: por un lado, Madame Adolphine se muestra afabilísima, paseando por el parque como todas las ancianitas del mundo, invitando a Benoît a un refresco, dando limosna a los pobres... Por otro lado, se comporta como una vieja malévola que emplea un lenguaje poco apropiado, repleto de insultos y expresiones amenazadoras: «¡Amarradme a estos tíos!», «¿Nos piramos?», etc. Sólo la gestualidad y las actitudes permitirán distinguir a la buena de la mala: en este aspecto, el tratamiento gráfico de Madame Adolphine se asemeja muchísimo al de Gargamel a lo largo de la historieta “Pitufo verde y verde pitufo”.

La verdadera Madame Adolphine, si bien es cierto que no protagoniza el relato, tiene también una actuación destacada en buena parte de la historia, sobre todo durante la escena del interrogatorio en comisaría en la última viñeta de la página 25: una escena magistral que parece sacada del cine negro, en donde una cohorte de inspectores de policía agotados deslumbran a Madame Adolphine con una potente luz, bajo verdaderas nubes de humo de tabaco, haciéndole todo tipo de preguntas. Pero, tras horas y horas de durísimo interrogatorio, la anciana se limita, como siempre, a ofrecer caramelos a todos los que la rodean. («-¿Qué hizo usted ayer? -Sopa de coles...»). Igualmente cómica, por lo conmovedora, es aquella otra escena en la que Madame Adolphine cree que la han detenido por cruzar la calle con el semáforo en rojo, y se confiesa culpable entre grandes muestras de contricción; más tarde, cuando Benoît acuda a sacarla de la cárcel, ella se resistirá porque “eso no está bien”.

Thierry Groensteen (1983) considera que el segundo episodio es el mejor de todos los realizados en la primera etapa de la serie, y que eso se debe sobre todo al personaje de Madame Adolphine. «El aspecto inofensivo y enternecedor de la anciana presenta un contraste muy regocijante con su lenguaje de argot y su comportamiento de gangster. En la obra de Peyo, la humanidad se divide en dos clanes antagonistas y netamente separados: el de los buenos y el de los malos. Ni siquiera los robots escapan a esta alternativa: basta que se inviertan dos circuitos para que basculen de un campo al otro». Asimismo, esa idea de la dualidad profundamente marcada, que es tan habitual en Peyo, la encontramos incluso en el protagonista: «Hay dos Benoît Brisefer, un poco como hay dos Madame Adolphine...» (Groensteen, 1983). Por un lado, está el inocente niñito que juega y va a la escuela, y al que todos acusan de ser un mentiroso o, cuando menos, un soñador: recordemos su interacción con la niña en las primeras páginas de esta historia... a veces se detecta algo de ensañamiento por parte del guionista, que se obstina en hacer quedar mal a su personaje utilizando todos los medios posibles. Por otro lado tenemos al héroe que hace grandes estragos en las filas de los malvados mientras grita fuera de sí. Hay un Benoît inocente, que se deja engañar con facilidad (es el que preside toda la secuencia del robo a la Casa de la Moneda y el viaje en tren), y otro artero y astuto que se vale de todos los medios para salirse con la suya: ahí tenemos por ejemplo a ese Benoît que engaña a Juju, contándole una serie de embustes para que le traiga medicinas con que curar su catarro: un Benoît bastante soprendente, todo sea dicho, ya que ese tipo de actuaciones le cuadran más a personajes esencialmente pícaros, como Pirlouit. Una vez más, y nunca insistiremos lo suficiente, aquí el truco del éxito está en una consumada astucia en el juego de inversiones de cliché, que en este episodio parece multiplicarse hasta el infinito... no sólo hay una anciana verdadera y otra falsa, sino que, dentro de esta última, ¡también se da la dualidad! Y, como dice Dayez, aparte de reconocer la evidente superioridad del guión de este episodio con respecto al del primero, «Vuelve a encontrarse en Madame Adolphine la propensión de Peyo a invertir los clichés: tras un Superman infantil, se divierte aquí haciendo hablar a una simpática anciana como un vulgar granuja. En muchos aspectos, Adolphine prefigura uno de los personajes de Goscinny para la serie Lucky Luke: Ma Dalton, madre amante -y cómplice- de los cuatro célebres bandidos.» (Dayez, 2003).

Pero las ambigüedades del guión, que crean un acertado clima de suspense, no se dan tan sólo en el comportamiento de Madame Adolphine. Al principio de la historia tiene lugar una secuencia magistral en la que Benoît, cada vez más desconcertado, asiste al comportamiento extrañísimo de un médico y de un desconocido llamado Vladlavodka, que se lleva a una supuesta anciana enferma a hombros, le golpea la cabeza con una puerta y la arroja brutalmente al maletero de su coche. Estos hechos, junto con otras incógnitas puntuales (la negativa a beber de Madame Adolphine, su falta de pulso), resultan finalmente explicados al conocerse que la dama es un robot.

A destacar, en la secuencia de la detención de la anciana (página 27), que en comisaría hay un cartel en donde aparece la caricatura de Yvan Delporte. Bajo su foto, la leyenda: «Se busca a Yvan el Loco. Recompensa: 50.000 francos.» Es la primera vez que el redactor jefe de Le Journal de Spirou aparece así retratado en la serie sí... pero en modo alguno será la última. Por otra parte, esta fama de “loco” se la había él ganado a pulso entre sus compañeros, debido a sus estrambóticas ideas y actuaciones... y todo hace pensar que disfrutaba no poco con ello.

Dussiflard hace aquí su segunda aparición, tanto de forma esbozada en la primera viñeta, como en la secuencia del robo del taxi y la denuncia en comisaría. Ya hemos hablado del encorsetamiento gráfico de Peyo, y de la recurrencia de algunos personajes y detalles: ¿reconocen al mendigo que aparece en dos viñetas de la serie? Pues sí, se trata del pequeño Baufort de la barba blanca, o por lo menos un lejano descendiente bastante directo (aunque en esta ocasión, la forma de su barba recuerda más a la del Rey o la del Gran Pitufo). En las últimas páginas, cuando las dos Adolphines salen de comisaría y una golpea a la otra... ¿no nos recuerda eso a cierta serie de gags en “La guerra de las Siete Fuentes” y “El País Maldito”, en donde Pirlouit, Monulf y otros personajes la emprendían unos con otros a puñetazos de idéntica manera? (sólo se echa de menos la onomatopeya, “¡BING!”)... También el guardián calvo de la prisión, que protagoniza uno de los gags recurrentes más geniales de esta aventura, podría tener perfecta cabida en “La guerra de las Siete Fuentes”. Por cierto, que la prisión de Vivejoie-la-Grande está directamente copiada, como otros escenarios ciudadanos, de la realidad de Bruselas: se trata, al parecer, de la prisión de Saint-Gilles.

En este episodio, tenemos el placer de conocer por fin el aspecto del famoso Jules Petit, el tan cacareado benefactor de Vivejoie-la-Grande: Benoît utiliza su busto para reparar un banco roto en la sexta página. Y una vez más se impone la caricatura... el rostro del ilustre benefactor lo expresa todo menos bondad de corazón: se trata de un viejo adusto, amargado y con expresión de gran furor. En esta secuencia, nos vienen a la mente ligeros ecos de “Champignac-en-Cambrousse” (la ciudad provinciana inventada por Franquin), con su enérgico alcalde siempre empeñado en que le levanten un monumento. Una vez más, de forma velada, Peyo arremete contra la moral de la “gente de bien”: la última viñeta de la quinta página, en donde Adolphine es criticada por los muy dignos paseantes del parque («¡A su edad!», «¡Qué tiempos!», etc.), son una pincelada más del autor en este sentido, muy bien dirigida a conectar con los sentimientos del joven público de la revista.

En cambio, el perfil de Vladlavodka nos parece, tal vez por necesidades del guión, más bien flojo y poco convincente: para haber tenido un papel tan destacado en la historia, permanece demasiado al margen, dejándole toda la iniciativa a Benoît. Sus globos en la página 17 también son abrumadores, cargados de explicaciones que, por lo menos hoy en día, resultan algo innecesarias (Peyo, tal vez sintiéndose obligado a instruir al lector, parece haber devorado todos los manuales sobre cibernética que pudo hallar en el mercado). Su lección magistral sobre las “tortugas” de Grey Walter puede disculparse, teniendo en cuenta que servirá para crear un buen gag algo más adelante (Benoît, al comisario: «La cibernética sirve para que las tortugas puedan enchufarse solas a las tomas de corriente...»), aparte de anticipar lo que constituirá una fuente de tensión añadida a lo largo del relato: la nueva capacidad del robot Adolphine para recargar por sí solo sus baterías. En un principio, parecía que las “descargas” de Madame Adolphine iban a jugar la misma función que el resfriado de Benoît, provocando la vulnerabilidad del personaje en los momentos más inconvenientes, pero pronto se superará esta incertidumbre. Aunque hay que notar que también Benoît realiza un avance en este sentido: en el primer capítulo, su actitud ante el catarro era el sentarse a esperar pasivamente que se curase solo, en este episodio ya Benoît procede a tomar cartas en el asunto y procurarse un remedio (aunque la escena en la que Benoît se bebe de golpe todos los frascos de medicamento, esperando que “alguno de ellos funcione”, resulta más bien poco ejemplar y hasta peligrosa para los jóvenes lectores).

Mención aparte merecen los miembros de la banda de Adolphine: constituyen, por sí solos, una especie de personaje colectivo, con bastante protagonismo en la historia y con diálogos tan jugosos como el que sigue. La situación es la siguiente: dos policías custodian un camión lleno de dinero, y los sicarios de Adolphine, disfrazados de policías (después de una deliciosa escena en la que por error se vestían respectivamente de payaso, ratón, vikingo y bailarina), entran en escena.

Gang: Tenemos órdenes de llevarnos el camión.

Policía: ¡Pero no os conocemos!

Gang: Claro, porque somos de la Policía Secreta.

Policía: Entonces, ¿por qué lleváis uniforme?

Gang: ¡Ssst! ¡Es un truco! Así, nadie pensará que somos de la Policía Secreta.

El único personaje ambivalente en el grupo de Adolphine es el barman Juju, que aunque coopera con los malvados siente compasión por Benoît, y será recompensado con un beso por éste justo antes de la pelea final.  

A propósito del diseño de los componentes de la banda, que puede parecer algo alejado del estilo habitual de Peyo (sobre todo, en el caso del bribón de la nariz rota), hay que referir la siguiente anécdota, contada por Roba: «Pasamos una noche en blanco, juntos en su casa, para terminar las páginas. Como él [Peyo] estaba bloqueado y no conseguía salir del apuro, yo dibujé a los gangsters que encubren el juego en el bistró antes de la reunión con Madame Adolphine. Y en páginas posteriores, es él quien los retoma...» (Roba, citado por Dayez en 2003). En un primer momento no estaba prevista la intervención de Roba en esta historia: fue Peyo, agobiado como siempre con los plazos de entrega, quien lo llama en su ayuda en el último momento. Pero no sólo queda la cosa en unas pocas viñetas, pues Roba será también el autor de los tres dibujos de portada, alusivos a Madame Adolphine, que aparecerán en distintos números del semanario.  


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LOS DOCE TRABAJOS DE BENOÎT BRISEFER

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL:

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚM. DE EPISODIO: 3

AUTOR/ES: Peyo y Delporte (guión), Walthéry (dibujos), Nine (color).

FIRMA: Peyo, en la primera publicación en revista. Peyo, Delporte y Walthéry, en las publicaciones EN LIBRO, en la página de título. Peyo y Walthéry en la portada del álbum.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions Dupuis en Le Journal de Spirou, una página semanal desde el 31-III-1966 hasta el 11-V-1967 (números 1.459-1.517), salvo en el número 1.459 (dos páginas). Portada del número 1.463. Color.

PRIMERA EDICIÓN EN LIBRO: Por Éditions Dupuis en 1968, EN LIBRO cartoné. Color.

OTRAS EDICIONES: Por Éditions Rombaldi, col. “Intégrale Peyo”, vol. 9 (1988), color. Por Éditions Dargaud en formato de bolsillo, 123 páginas (1989), ISBN: 2-266-003254-2.

PÁGINAS: 60

ISBN: 2-8001-0027-3. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: Jules Dussiflard, el señor Vercheval.

MALVADOS: Director de la “Big Petroleum Company”, su espía y sus sicarios. Kebk-Bish, traidor y espía asiático.

SECUNDARIOS DESTACABLES: El emir Hidibnn-ed-Ghrinouitch y los miembros de “Le Vivejoie Jazz-Band”: Lorgelet, Piccolo, Tronchu, Van Overdekassulenbosch, Joseph Delbouille, Lahuchette y el Vizconde Saint-Amand du Riflaud.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: feria, casa de Dussiflard en la Rue de la Grosse Pompe, Banco Lorgelet, parque Jules-Petit, edificio de la “Big Petroleum Company”. Un circo en las afueras, una mina de carbón, un teatro en Escandinavia, un puerto en el Norte de África, diferentes enclaves de Indonesia, la jungla tropical.

SINOPSIS: Durante un día de feria con Benoît, Dussiflard se encuentra con un viejo amigo, el periodista Vercheval. Ambos, junto a otros siete amigos, habían formado parte de una banda de jazz muchos años atrás. En cierta ocasión, la banda había sacado de apuros a un joven emir árabe, el cual les había dado a cada uno de sus miembros la novena parte de la escritura de propiedad de un terreno. Vercheval anuncia a Dussiflard que son ricos, dado que en ese terreno se ha encontrado petróleo: de lo que se trata ahora es de localizar al resto de la banda y reconstruir la escritura. Dussiflard regresa a casa a recoger su pedazo de papel, pero es asaltado. Benoît impide que los atacantes se lleven el trozo de papel.

Comienza la búsqueda de los miembros de la banda, los cuales desempeñan ahora distintos oficios... y algunos en muy remotos rincones del planeta. Cada vez que Dussiflard y Benoît encuentran a uno, los misteriosos atacantes ya han actuado con antelación. Benoît salva la vida de todos los amigos de Dussiflard, pero no puede impedir que sus pedazos de escritura sean robados; todo apunta a que es Vercheval el culpable. Dussiflard y Benoît deben desplazarse a sitios tan lejanos como Escandinavia, China, la jungla... y arrostrar aventuras muy peligrosas, tales como la caída de su avión o el ser confundidos con unos espías que habían robado un microfilm.

Al final, regresan a Vivejoie-la-Grande, y todos los amigos se reúnen en el parque Jules-Petit para tender una trampa a su misterioso atacante, usando el trozo de escritura de Dussiflard como cebo. Vercheval aparece, pero no como autor de la serie de atentados, sino como una víctima más. El verdadero instigador era el director general de la “Big Petroleum Company”... el cual es descubierto por Benoît, que destroza su edificio y le hace confesar. Los nueve amigos celebran el fin de la aventura con una actuación de la vieja banda.

COMENTARIO: En este episodio de Benoît Brisefer, enteramente dibujado por Walthéry, podemos encontrar una gran fidelidad gráfica al estilo de Peyo en el diseño de los personajes, si bien a veces se delata la mano ajena en, por ejemplo, la cabeza de Benoît en las primeras páginas, o el aspecto general de Dussiflard (cabeza en relación con hombros y torso: Walthéry suele hacer a sus personajes con unas proporciones diferentes a las de Peyo. Tampoco hay que olvidar que ha pasado bastante tiempo desde el fin del segundo episodio...). Un detalle típico en Walthéry, que no en Peyo: la barba que crece en las mejillas de Vercheval durante su largo encierro.

Otro notable fichaje es el de Yvan Delporte como co-guionista, lo cual se detecta casi imperceptiblemente en detalles como el desenlace de la historia: Benoît toca la trompeta de Dussiflard y destroza todos los cristales de la ciudad. Bien, este tipo de gags en Benoît Brisefer no son nada nuevos, pero sí sorprenden un poco las expresiones, ligeramente más maliciosas de lo habitual, en los globos de los habitantes. Por ejemplo, la sarta de palabrotas que provienen de la catedral (y sólo de ella), o el diálogo entre el dueño del edificio con la fachada de espejos y el propietario del almacén de cristales.

Igualmente, sin duda hay que achacar a Delporte la exuberancia de los nombres de algunos de los personajes, que resultan casi impronunciables, así como algún que otro gag muy inteligentemente basado en un juego de palabras: Benoît, que quiere detener la caída de la avioneta en la que viaja Dussiflard, corre por el campo con los brazos extendidos, arrolla a un labriego que va en su tractor y hace a ambos dar una vuelta de campana en el aire. «¡Perdone, señor, es que tengo que coger un avión!», será su excusa en esta escena impagable.

También es Delporte, como ya lo ha sido antes y volverá a serlo en el futuro, el protagonista en efigie de algún que otro gag: en esta ocasión podemos encontrarlo en la página 50, nada menos que en la fila de mendigos que acuden a la casa de beneficencia, aguardando pacientemente por su plato de “sopa popular”. En esta aventura, también volvemos a encontrarnos con la caricatura de Jijé en el personaje de Joseph Delbouille, que tendrá un papel bastante destacado: es uno de los viejos compañeros de “Le Vivejoie Jazz-Band”. El personaje, al que Dussiflard rememora («¿Te acuerdas, Benoît? ¡Era el cocinero de aquel barco que...!»), da lugar a una cierta sensación de continuidad en el tiempo. Resulta curioso que el personaje de Dussiflard, que no es propiamente dicho el protagonista de estas aventuras, vaya tomando mucho más “cuerpo” que Benoît, que sí lo es: éste parece carecer por completo de pasado, y ni siquiera sabemos el nombre de la calle en donde vive. En cambio, de Dussiflard vamos reconstruyendo toda una vida llena de recuerdos, experiencias y viejos amigos (el ejército, la guerra, la banda de jazz...).

Los diseños de fondos y ambientes en general han cambiado un poco: ahora no es Will quien los dibuja, sino Walthéry, que a sus veinte años está a punto de dejar atrás su etapa de discípulo. Por ejemplo, podemos ver edificios de estilo internacional, con toda la fachada revestida de espejos que reflejan el perfil de las casas del otro lado de la calle, un elemento hasta ahora bien poco habitual en Vivejoie-la-Grande. Igualmente, todos los ambientes, vehículos, máquinas... están retratados con una precisión y un detallismo impecables. «La originalidad de Los doce trabajos de Benoît Brisefer viene de su puesta en situación: cada colega de Dussiflard se desenvuelve en un universo profesional diferente, los autores aprovechan para hacer pasearse al lector sucesivamente por el mundo de la banca, del circo, de las minas, del teatro, de la marina... Cada decorado permite a Benoît Brisefer realizar una nueva hazaña» (Dayez, 2003). Además, hay que remarcar que en esta historia se da preferencia a mostrar, no las partes más vistosas y conocidas, “públicas”, de cada profesión (el escenario del teatro, la pista del circo, la sala de espera del banco con sus ventanillas), sino las zonas más humildes, prosaicas y ocultas: sótanos, almacenes, despachos auxiliares... es como si los autores de este álbum se hubiesen complacido en hacernos entrar “por la puerta de atrás” en cada negocio. Por ejemplo, en la visita de Benoît al circo no franquearemos la puerta de la carpa: el escenario principal de la hazaña es el humilde interior del carromato de un domador, con su cocina portátil de gas y sus cortinillas en las ventanas. Esto es, un poco, como “romper las convenciones”. A veces, da la impresión de que las profesiones más atractivas y excitantes, en su mayoría, son en realidad tremendamente aburridas vistas desde dentro (lo que se refleja aquí son sólo las tareas más rutinarias: la limpieza del banco una vez cerradas sus puertas, las rondas del conserje, la contabilidad de las empresas, el trabajo callado y enojoso de los empleados...). Y no cabe duda de que esta perspectiva requirió de un tremendo trabajo de documentación, tanto gráfica como teórica: había que ambientar convenientemente el interior del despacho del ingeniero de una mina, las celdas de seguridad de un banco, los camerinos y bastidores de un teatro... Se trata de un verdadero ejercicio de virtuosismo.

¿Por qué fue Walthéry el elegido para ocuparse íntegramente de esta serie, y no Will, que ya había participado en dos episodios? La razón está, por una parte, en que Will estaba muy ocupado con “Tif y Tondu”, serie que acababa de retomar, y por otra que a Peyo le resulta más práctico que Benoît Brisefer sea dibujada en su propio estudio, en lugar de estarse desplazando él continuamente a casa de Will en La Hulpe para llevar y recoger las páginas. «Will tuvo un momento de decepción, pero comprendía los argumentos de Peyo y todo se arregló...» (Walthéry, citado por Dayez en 2003).

Y sigue Dayez: «Aunque el título hace referencia a la mitología griega, el guión hace más bien referencia a las novelas policíacas de los años treinta. (...) El argumento recuerda a los Diez Negritos de Agatha Christie, o más bien a El último de los seis, de Stanislas-André Steeman.». Podríamos relacionarlo también con ciertas aventuras clásicas del tipo “Las cuatro plumas”, “Las cinco semillas de naranja” de Conan Doyle y, mucho más recientemente, “El secreto de la pirámide” (“Young Sherlock Holmes”), por Alan Arnold: el argumento básico es el del reencuentro de una serie de antiguos camaradas, actualmente desperdigados por el mundo, que comparten un secreto del pasado y un misterio.

En la primera página, cuando Benoît se pasea por la feria, nos llegan ecos de “Los ladrones del marsupilami” y “El Super Quick”, de Franquin. También hay, como de costumbre, alusiones a otras series en los pitufos dibujados en la caseta de feria de la página 5, o en el comentario de Benoît durante la peripecia de la locomotora: «¡Es como en las aventuras de Tintin!» (curiosa mención, dicho sea de paso, ¡que alude a la competencia...! ¿Cómo es que Dupuis la dejó pasar?). La página 40 es, sin duda, la mejor del álbum, tanto en grafismo como en acción, y fue elegida muy justamente como motivo de la portada. Y, como anécdora, Walthéry refiere: «Estaba dibujando la cubierta del álbum, con esa locomotora lanzada a toda marcha sobre Benoît. Era Peyo el que elegía el tema de cada portada, buscando la escena más destacada de la historia. Hacía eso muy bien. Y Peyo me dijo: “Es necesario que pongas tu nombre, por lo menos, ¡fuiste tú quien dibujó todo el álbum!” Eso era algo que, generalmente, no proponía...» (citado por Dayez en 2003).

Igualmente, podemos encontrar aquí una serie de gags muy típicos en Peyo, y que hemos visto con anterioridad (o que veremos en el futuro) en otras aventuras. Por ejemplo: la secuencia en la que Dussiflard quiere entrevistarse con el banquero Lorgelet y éste no se digna mostrarse, recuerda furiosamente a aquella otra en la que Torchesac (La flauta de los seis pitufos) echa el anzuelo al alcalde de Chatonoy para que lo reciba («¡Lástima! ¡Le traía cien escudos!»). En este caso, el comentario de Dussiflard es: «¡Quiero abrir una cuenta millonaria en este banco, y nadie me atiende!». Naturalmente, como en el caso anterior, Lorgelet no tardará en dejarse ver...

Igualmente, el sueño atormentado de Benoît en la selva recuerda vagamente a aquella pesadilla de Pirlouit en “El País Maldito”, en donde, al sentirse mojado por la lluvia, Pirlouit soñaba que Homnibus lo quería ahogar. En esta actualización, Benoît sueña que es atado con una soga por un diabólico Vercheval, cuando en realidad es una boa constrictor la que lo está atenazando. Otro gag de este álbum aparecerá también años más tarde en “La horda del cuervo”: el banquero acaba de ser atacado, y Benoît grita: «¡Es necesario un pequeño reconstituyente para Lorgelet!». En la viñeta siguiente, la cartela reza: «Algunos pequeños reconstituyentes después...», mientras todos los personajes, incluidos el conserje y la señora de la limpieza (y excepción hecha, claro, de Benoît), están medio ebrios de coñac. En “La horda del cuervo”, serán Pirlouit y el campesino al que éste ayuda, en la página 6, los que protagonicen una escena similar y con casi idéntico texto.

En este episodio hay otros gags dignos de mención, como el comentario del atónito astronauta que recoge la pelota de golf lanzada por Benoît: «¡Aló, Miami, he descubierto un curioso meteorito blanco y redondo! ¡Y no me creerán si les digo a qué se parece!». Algunos otros chistes, más bien secundarios (forman parte sesgada de la acción principal) no dejan de ser algo lamentables, como cuando el Vizconde Saint-Amand, que se ha convertido en un mendigo, no puede evitarlo y echa mano a las colillas de los ceniceros... ¡incluso ahora que sabe que es millonario! También destacaríamos ciertos comentarios puntuales de Benoît que tienen por misión poner en un primer plano su (a pesar de todo) incólume inocencia, y que en este caso sirven de excusa a una crítica social bastante ácida y adulta en donde se rastrea la huella de Delporte. Por ejemplo, el diálogo que tiene lugar en el tren que lleva a los protagonistas hacia el interior de Indonesia:

Benoît: «¡Es muy raro! ¡Nuestro vagón está vacío, y los otros van atestados!»

Dussiflard: «Es que nosotros estamos en primera clase, y los indígenas son demasiado pobres para poder permitirse ese lujo»

Lo que llama la atención aquí es la expresión de auténtica indiferencia, y naturalidad, de Dussiflard: las cosas son así porque son así, y punto.

Como de costumbre, parte del humor está causado por la contradicción del carácter de Benoît, ingenuo hasta casi la caricatura, con sus actuaciones posteriores. Por ejemplo, en la escena en la que van a visitar al actor sueco Van Overdekassulenbosch (alias Boudingart) en su camerino, mientras éste se caracteriza como Cyrano de Bergerac: horas más tarde, cuando la representación ha terminado y Benoît y Dussiflard salen del teatro, el niño aún está angustiado porque cree que Cyrano, realmente, ha muerto («¡Pero no, es una actuación!», le tranquiliza Dussiflard). Y es que Benoît, a pesar de todo, sigue siendo un chiquillo que se chupa el pulgar mientras duerme (una novedad con respecto al primer álbum). Igualmente, se remarca su exacerbado pacifismo: en la feria, cuando otro niño le propone ir a ver a los boxeadores, Benoît se niega porque “no le gusta la gente que pega”; mientras hace estragos de todo un pelotón de fusilamiento y destroza sus armas, Benoît grita «¡Odio las ametralladoras!»...

Hay que destacar que ciertas escenas de esta historia, transcurridas en Indochina, recuerdan ligeramene a la historieta de Franquin “El prisionero de Buda”, sobre todo en la parte de la captura de Dussiflard y Benoît por los soldados asiáticos y su posterior interrogatorio, tan delirante como de costumbre.

Por último, y dada la complejidad del guión de este tercer episodio de Benoît Brisefer que impide desarrollarlo por entero en la sinopsis, ofrecemos un pequeño croquis de cada una de sus partes (o “trabajos”), que se puede completar, de forma anecdótica, con la parodia realizada por Walthéry y Delporte en 1973 («Y es así que termina el decimotercer trabajo de Bébert Brisenoix. Fin»).

1. Primer trabajo: abrir la caja fuerte y salvar al banquero Lorgelet.
2. Capturar a las fieras de Piccolo, el domador de circo, y meterlas en sus jaulas.
3. Abrir un pasadizo en la mina del ingeniero Tronchu.
4. Apagar el incendio del teatro en donde actúa Van Overdekassulenbosch-Boudingart.
5. Recoger un avión que cae en picado, y en donde viajan Dussiflard y un piloto.
6. Remolcar a nado un yate en donde iba secuestrado el cocinero Joseph Delbouille.
7. Detener una locomotora a toda máquina, sólo con sus manos.
8. Arrancar un árbol para impedir el fusilamiento del explorador Lahuchette.
9. Tumbar a un batallón de soldados asiáticos y destrozar su armamento.
10. Salvar al Vizconde Saint-Amand du Riflaud, ahora convertido en mendigo, de caer al vacío.
11. Destrozar a patadas el rascacielos de la “Big Petroleum Company”.
12. Romper todos los cristales, escaparates y vidrieras de Vivejoie-la-Grande con un solo de trompeta.

   

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TÍO PLACIDE

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: Tonton Placide

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚM DE CAPÍTULO: 4

AUTOR/ES: Peyo (guión), Gos (guión), Walthéry (dibujos) y Nine (color).

FIRMA: Peyo y Walthéry en la portada del álbum. Peyo y Gos en la página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions Dupuis en Le Journal de Spirou, dos páginas semanales desde el 1-II-1968 hasta el 22-VIII-1968 (números 1.555-1.584). Color. Dos portadas, en los números 1.555 y 1.562.

PRIMERA PUBLICACIÓN EN LIBRO: Por Éditions Dupuis en 1969, cartoné. Color.

OTRAS EDICIONES: Por Éditions Rombaldi en 1988 (col. “Intégrale Peyo”, tomo 10), color. Por Presses Pocket Éditeur en la col. “Pocket BD”, formato bolsillo con 122 páginas (1990), ISBN: 2-266-03662-9.

PÁGINAS: 60

ISBN: 2-8001-0028-X. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: Tío Placide, el señor Chnik.

MALVADOS: El “patrón” de la banda de gangsters, y todos sus miembros: Juliette, Raphaël, Max, la señorita Fraquini, Linette, Fredo, Albert, Jojo, Antoine...

SECUNDARIOS DESTACABLES: La patrona del albergue “El Gobio de Plata”, el señor De Mesmaeker, el Coronel Bralon.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: calles, salón de actos de la escuela. En el campo: casa del tío Placide. Banco. Sede de la banda de gangsters, en una sala de fiestas. Aeropuerto. Un tren. Diversas carreteras, caminos, paisajes campestres, vías ferroviarias... Un albergue en Rizou-la-Jolie. Principado de Fürengrootsbadenstein.

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Benoît se va al campo a pasar las vacaciones con su tío Placide, de profesión guardaespaldas. Placide tiene que escoltar al intratable Karl Franz Chnik, ministro de finanzas del Principado de Fürengrootsbadenstein, que regresa a su país con una maleta llena de clichés para imprimir moneda. Pero el patrón de una numerosa banda de gangsters ha previsto una serie de estratagemas y de ingeniosos dispositivos mecánicos para robar la maleta, astutamente repartidos a lo largo de la ruta que Placide y Chnik deben seguir. Los asaltos fracasarán, uno tras otro, dado que el pequeño Benoît acompaña a su tío...

El primer intento tiene lugar en la misma sede del banco: una falsa señora de la limpieza duerme a Placide y compañía con un gas y escapa con la maleta en una aspiradora que en realidad es un artefacto volador. Pero Benoît, accidentalmente, la hace caer y recupera la maleta. Cuando regresa al banco, nadie cree su historia... Comienza entonces para los tres viajeros (Placide, Benoît y Chnik) un largo y accidentado trayecto en el cual emplearán todo tipo de medios de transporte: coche, todoterreno, tren, avioneta... Casi a término de su viaje, los tres tienen que pasar la noche en un albergue rural, en donde se produce un ataque masivo: todos los miembros de la banda acuden a la vez y organizan un tiroteo. Benoît ayuda a Placide a enfrentarse a los gangsters, que pierden la batalla y son encerrados en prisión.

La última escaramuza tiene lugar cuando Benoît, Placide y Chnik son transportados por un conductor borracho; en esta ocasión es el patrón en persona quien actúa, usando una avioneta. Pero Benoît lo reduce, llega la policía y se lleva detenidos a los dos últimos miembros de la banda.

A bordo de la avioneta, Placide y compañía cruzan la frontera, y Chnik se pone tan insoportable que lo arrojan en paracaídas. Por fin de vacaciones, Benoît desea demostrar a Placide que él es en verdad muy fuerte, pero pilla un resfriado y tiene que dejarlo estar.

COMENTARIO: Una vez más, como ocurrió con el episodio precedente, el guión de esta nueva aventura de Benoît Brisefer es completamente lineal: consiste en una sucesión de asaltos por parte del enemigo, con lo cual es muy difícil hacer una sinopsis detallada. En cierto modo, podríamos compararlo con epopeyas clásicas del tipo de “La Odisea” o “Los Argonautas”, en las que de entrada se plantea un viaje, unos héroes con una misión y un enemigo que tratará a toda costa de sabotear ese viaje. Y, en cierto modo, este planteamiento es el mismo que el del sexto capítulo de Johan y Pirlouit: viaje con dificultades a cada paso, y victoria final.

Aquí la vistosidad viene, sobre todo, de los diferentes y muy imaginativos medios usados para los ataques (artefactos increíbles como la aspiradora volante o el zapato transmisor, avionetas, helicópteros, coches deportivos, camiones...), así como de los continuos gags, todos ellos sabrosos y muy bien repartidos a lo largo de la historia, y sin los cuales tal vez este guión pecaría a veces de ser algo monótono, si bien plagado de acción y, como de costumbre, excelentemente ambientado por el dibujante Walthéry. El cual introduce sus personajes con físico caricaturesco, sus impresionantes modelos femeninos (en la secuencia del aeropuerto, cuesta no imaginarse a Natacha apareciendo por cualquier esquina), así como sus cuidadísimos diseños de máquinas, vehículos y ambientación de interiores. Walthéry, mucho más que Peyo, es dado a copiar del natural, tanto paisajes y objetos como personas, y muchos de los tipos que él incluye en sus historias son caricaturas de amigos y compañeros de trabajo.

De hecho, el mismo personaje de Tío Placide (tal vez sería más adecuado decir “Tiíto Placide”, ya que el término tonton es un término muy familiar), está inspirado en un pariente del dibujante, su propio cuñado Jules, que era policía. Y hay que suponer que los bucólicos entornos naturales de la casa de Placide, sólo un par de páginas pero muy cuidadas, están igualmente inspirados en Cheratte, la región natal de Walthéry que él añoraba al igual que Benoît parece añorar la casa de su tío (se regocija al volver a ver el columpio, quiere pescar y cazar mariposas...). A veces, Peyo, bromeando, llamaba a Walthéry “el campesino”, y, según éste, “…me hacía preguntas sobre mi vida en Cheratte… era un tipo que sabía hablar con la gente” (Walthéry, citado por Dayez en 2003).

Placide, con su imponente físico, es un retrato de un policía real, con sus costumbres disciplinadas e higiénicas y su gran autodominio. Es un personaje que parece tener muchas posibilidades de caricatura, pero resulta sorprendentemente bien parado a lo largo de la historia: no se le ridiculiza en absoluto como era de esperar (salvo en algún gag ocasional, como el del saco de arena) y protagoniza escenas destacadas, como la actuación en el aeropuerto y la lucha final a tiros en el albergue, en las cuales se gana una reputación de héroe. En el binomio gorila-niñito con poderes sobrehumanos, normalmente podrían tener lugar una serie de chistes que rebajen al primero hasta convertirlo en bufón de la historia, pero esto no ocurre con Placide, muy posiblemente debido a que Walthéry sentía afecto por el modelo real; y de hecho este personaje, que aparece aquí por primera vez, parece tener mucho cuerpo. Incluso da su nombre al relato.

Placide evoca a otro personaje de Franquin, el secundario Longplaying (“El Prisionero de Buda”), tanto en su físico como en su costumbre de hacer ejercicios matinales, que no interrumpe por nada del mundo. Otros protagonistas de este episodio que nos remiten a personajes de otras series pueden ser el patrón de la banda de gangsters, que gráficamente recuerda un poco a tío Hermès (Will). Es auténticamente un diseño Peyo, y bien podría tener cabida en alguna historia de Johan y Pirlouit: incluso se asemeja a alguno de sus malvados, como Courtecorne. Mademoiselle Fraquini, la azafata traidora, tiene algo de Natacha (Walthéry es un maestro en el arte de dibujar cuerpos femeninos perfectos con uniforme impecable), y el insufrible Chnik preludia a otro personaje que aparecerá en el quinto álbum de Benoît Brisefer, el extorsionador Ange Retors, tanto en su físico como en su forma de vestir, con ese curioso sombrero negro de alas. El mismo recuerda a un sombrero judío, así como el resto de su atuendo, y esta idea traerá algunos problemas a Peyo, como veremos más adelante en el comentario del quinto álbum. Por otra parte, su cargo de ministro de finanzas y su racanería (protesta por haber tenido que comprar dos maletas “para luego tirarlas”, sin tener en cuenta que esta estratagema de Benoît ha supuesto nada menos que la salvación de los valiosos clichés) podrían formar parte de una asociación de ideas... En esta historia se detecta algo de antigermanismo de fondo: el nombre de pila alemán de Chnik y el del principado en donde vive, unido a su actitud siempre elitista y desdeñosa, es muy significativa, y hacia el final de la historia queda patente la opinión del autor con respecto al personaje: Chnik es arrojado de la avioneta en paracaídas, y el conductor borracho apunta que el principado de Fürengrootsbadenstein es un país “de chalados”. Muy posiblemente, los recuerdos colectivos sobre la ocupación alemana de Bruselas en la II Guerra Mundial hayan tenido que algo que ver con esta hostilidad.

Otros personajes que aparecen aquí tendrán luego continuidad en futuros personajes parecidos, como una idea interesante que hubiera que seguir explorando. Por ejemplo, el de la patrona del albergue, que no para de repetir la cantinela: «¡Chhht! ¡Éste es un albergue tranquilo!», ¡incluso en medio de un tiroteo! Pero luego se anima y, armada de una sartén, da buena cuenta de algún que otro gangster. Y cuando Placide se disculpa por el destrozo, ella dice que no importa, que era muy aburrido “estar en un albergue siempre tan tranquilo”.

Pues bien, esta anciana tan voluble prefigura a otra patrona que aparecerá en el quinto álbum, y que aloja a Retors... También encontramos un cameo memorable: en la secuencia del tren, que podríamos calificar como la mejor y más completa del álbum tanto en ritmo argumental como en equilibrio entre tensión dramática, acción y gags afortunados, vemos al señor De Mesmaeker (“Gaston Lagaffe”, por Franquin), al borde de la apoplejía como de costumbre, que acaba de tirar a las vías una maleta llena de contratos... ¡por fin firmados! («¡MIS CONTRATOS! ¡FIRMADOS! ¡EN MI MALETA! ¡POR LA VENTANA! ¡RRAAAH!»). Los incondicionales de Gaston son los únicos que podrán entender, en todo su alcance, la ironía del asunto.

En esta ocasión, Gos auxilia a Peyo a la hora de guionizar, y según sus propias palabras, es él quien propone un nuevo método de trabajo: «Teníamos la suerte de tener a Peyo con nosotros todos los días, en esa época, pero hay que reconocer que era un soñador, nada estricto con los retrasos de aparición. Entonces yo, para obligarlo a llevar un ritmo de trabajo regular, volvía cada sábado por la mañana a molestarlo para hacer juntos el guión: una página de Benoît para François y una página de Pitufos para mí, él se consagraba principalmente a El sortilegio de Maltrochu. (...) Estábamos cada uno a un lado de la mesa, Peyo cogía un folio A4 y hacía la guionización de la página a medida que discutíamos, mientras yo anotaba los diálogos. El lunes, yo volvía con los diálogos a máquina, y él los corregía. Avanzábamos gradualmente, por escalones sucesivos: yo abría un camino posible, él otro, y elegíamos el mejor de los dos. (...) A veces, una vez que llegábamos a la página 52, esbozábamos las ocho últimas páginas para ver si lográbamos redondear la historia en justo sesenta páginas. Pero este tipo de cálculo era raro, porque Peyo sabía por instinto cuándo había que concluir su historia» (Gos, citado por Dayez en 2003).

También sugiere Dayez, en el mismo año, una relación directa entre el guión de este capítulo y las tramas de la saga de James Bond, que en aquella época hacían furor en el cine con Sean Connery como protagonista: «Tras la referencia a la novela policíaca en Los Doce Trabajos, ¿por qué no hacer un guiño al cine de espionaje? Y aún más puesto que François se siente a sus anchas en las escenas de acción... Gos y Peyo imaginan que Benoît va a pasar sus vacaciones a casa de su tío, “gorila” empleado en el Servicio Auxiliar de Protección de Personalidades Extranjeras en el Territorio, ¡dicho de otra forma, la S.A.P.P.E.T.! [Nota de la traductora: en español, podría traducirse como “S.O.C.C.A.V.A.D.O.”]. Gos recuerda: “¡Ese juego de palabras idiota fue uno de mis hallazgos! Nos divertimos mucho desarrollando esta historia de carreras y persecuciones. Una noche, Peyo invitó a varios amigos a un brainstorming en su casa: estaban Franquin, Roba, Jidéhem, Walthéry y yo, y buscábamos ideas, por turnos. ¡Y cuando Peyo vino a hablar de Tonton Placide, afloraron las ideas más delirantes! Por ejemplo, alguien imaginó que una espía podría esconder una bomba de humo en sus tampones... ¡En breve, que no lo pasamos mal!»

Sin embargo, siempre hay alguien que sigue velando por que impere el buen gusto en las historias que salen de casa Dupuis, y la prueba es la censura final del gag del queso camembert. En la séptima viñeta de la página 17, un espía utiliza un teléfono camuflado en el zapato de su compañero, y para sugerir que éste huele muy mal se dibuja un chorreante trozo de queso en un globo en blanco. Pero este gag será suprimido en la edición EN LIBRO con una consecuencia imprevista: el trozo de queso sencillamente se borra del bocadillo, quedando éste con un signo de interrogación por todo texto, y por lo tanto resulta algo más difícil para el lector comprender por qué el espía, cada vez que tiene que hablar por el zapato, lo haga desde lejos y con la nariz tapada, motivando que el patrón de la banda no entienda bien sus mensajes y piense que el aparato está averiado. Este gag recurrente sin duda hubiese quedado mucho más explícito si, en lugar de eliminar el dibujo sin más, el mismo hubiese sido sustituido por algún texto alusivo...

En cambio, cuesta comprender por qué se admitieron en esta historia ciertos detalles que podrían considerarse demasiado impresionantes para el público infantil. Una de las espías muere, al caer al vacío desde un helicóptero y traspasar el tejado de un edificio. Esta muerte se trata como una elipsis, pero se hace evidente al lector al no volver a reaparecer el personaje en viñetas posteriores. También resulta algo fuerte el gag del espía que se “suicida” apoyándose una pistola en la sien; una secuencia parecida ya había sido censurada de un álbum de Lucky Luke con anterioridad.

Gráficamente, hay auténticas maravillas en este álbum, como toda la disposición de la página en la que Benoît sube en el ascensor del banco jugando a contar los pisos: en este caso, las casillas completamente alineadas apoyan esta idea, asemejándose a las plantas de un bloque de oficinas.

Los diseños de los personajes, como corresponde al cambio de dibujante (Walthéry, cada vez más, se anima a explorar y a imprimir su propio estilo a la serie), son sensiblemente más realistas, con proporciones alargadas y hombros más anchos. Las posturas dejan de ser estereotipadas: las caídas de los personajes, por ejemplo, se producen en multitud de posturas diferentes, con escorzos... Abundan los pequeños detalles que diferencian a unos personajes de otros (bigotes, gestos, grosor de los labios...), y hay que destacar que los personajes, a medida que avanza el relato, van mostrando señales de la lucha: cada vez están más magullados, sucios y heridos. Se pierde aquí la costumbre de Peyo de hacer durar cada herida o chichón sólo unas viñetas, esa especie de “asepsia” del relato. También hay que destacar otra novedad en la serie, la cantidad de viñetas dedicadas a mostrar la intimidad del pequeño Benoît: la entrega de premios en la escuela en donde se desvelan sus puntos fuertes (conducta y gimnasia) y también los débiles (cálculo), así como toda una página dedicada a describir sus costumbres caseras en el hogar de Placide (los juegos, la cena, el despertar...). Habría que destacar, también, que aunque los personajes de malvados están en este relato mucho más “trabajados” que en otras historias, aún persiste el concepto maniqueo de estricta división entre los buenos y los malos, así como cierto moralismo implícito: los buenos residen en el campo, en un entorno rebosante de luz y aire puro, consumen alimentos sanos y tienen costumbres higiénicas. Los malos son presentados en ambientes oscuros: su sede es una sala de fiestas en donde, como fondo a cada conversación, puede verse a grupos de ellos bebiendo, fumando, bailando música moderna y jugando a juegos de azar... Esta idea podría ser el germen de otro futuro álbum, Lady d’Olphine, desarrollado casi íntegramente en un ciudad-casino.

Desde el punto de vista del guión, hay múltiples guiños a otras historias anteriores de Peyo: el gag en el que los espías, que han hipnotizado a todos los pasajeros del tren para obligarles a tirar sus maletas por la ventana, se ven obligados a registrarlas una por una, recuerda furiosamente a aquel otro de “El anillo de los Castellac” en donde Johan y Pirlouit deben revisar todos los pergaminos del cofre de Basse-Fosse, incluso repitiéndose los mismos textos: “¡No, ésta no es! ¡Ésta tampoco...!” (lo mismo ocurre en el gag del armario lleno de zapatos, en la página 17). También de otro álbum de Johan y Pirlouit parece haber salido la escena de la sexta viñeta de la página 52: “Y ahora, ¿a la izquierda o a la derecha...?”. Sin hablar del chiste del viajero sordo, que recuerda mucho a uno similar en La flauta de los seis pitufos. Pero, sin tener que recurrir a guiones anteriores, toda la historia está repleta de gags muy afortunados, como en la secuencia del helicóptero en la página 15: el aparato cae en un desguace, y los espías se felicitan por haber recuperado, por lo menos, 100 francos por la venta de la chatarra. Este gag se desliza a lo largo de nada menos que cuatro páginas, desde la 13 a la 16. Y, en la página 23, la ardilla que grita “Timber!” a la caída del árbol parece homenajear a Spip en una escena similar en el relato“QRN en Bretzelburg” (1963).

Hay que celebrar la figura de Chnik, que provee de pausas humorísticas suficientes como para que el ritmo trepidante de la acción no fatigue al lector. También destacamos la existencia de un suspense paralelo muy bien instalado: la preparación del “golpe” por los miembros de la banda, sobre todo en las primeras páginas. Igualmente afortunada es la intriga, en la secuencia del tren, que impide al lector saber inmediatamente quién tiene la maleta buena: tendrá que esperar una página más. Y en la página 48, en el punto más álgido del tiroteo, de nuevo el lector tiembla ante un estornudo en off que podría ser de Benoît, con lo cual la batalla estaría, definitivamente, perdida... ¡Felizmente, a vuelta de página, el lector descubre que no es Benoît quien está resfriado! Y es que otra de las novedades, en este episodio, es la de crear suspense jugando astutamente con un elemento con el que el lector ya acostumbrado cuenta: el inevitable resfriado de Benoît, que a medida que se hace esperar tiene la virtud de encrespar más y más los nervios. En esta historia en donde la tensión va in crescendo a un ritmo vertiginoso, ¿es posible que el resfriado del protagonista se sitúe en el desenlace, dificultando así todas las vías de escape...? Cuando termina la peripecia y los héroes regresan a casa en su avioneta, uno no puede menos que pensar que, por esta vez, al guionista se le ha olvidado el tema del catarrito, o por lo menos que ha decidido prescindir de él. Pero no es así, ya que el mismo protagoniza nada menos que la honorífica casilla final.

En conclusión, el cuarto capítulo de Benoît Brisefer es un episodio trepidante, repleto de gags divertidos y de acción, aunque a decir de Dayez «falta aquí, acusadamente, la poesía original de la serie». Eso sí, y para terminar citando al mismo autor, «tiene el mérito de servir de excelente trampolín de ensayo a los dos jóvenes asistentes de Peyo, que asimilan cada vez mejor las lecciones de narración y de legibilidad del maestro». 


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EL CIRCO BODONI

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: Le Cirque Bodoni

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE ORDEN: 5

AUTOR/ES: Peyo (idea original y guión), Gos (guión), Walthéry (dibujos) y Nine (color).

FIRMA: Peyo y Walthéry en portada y página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions Dupuis en Le Journal de Spirou, dos páginas semanales desde el 6-XI-1969 hasta el 21-V-1970 (números 1.647-1.675), salvo en el número 1.647 (cuatro páginas). Color. Dos portadas, en los números 1.647 y 1.657. Un diseño publicitario en el número 1.719 (25-III-1971).

PRIMERA PUBLICACIÓN EN LIBRO: Por Éditions Dupuis en 1971, cartoné. Color.

OTRAS EDICIONES: Por Éditions Rombaldi en 1988 (col. “Intégrale Peyo”, tomo 10). Color.

PÁGINAS: 60

ISBN: 2-8001-0029-X. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: La familia Bodoni: el señor Bodoni, la señora Bodoni y sus hijos Mona y Pietro.

MALVADOS: El señor Choesels, Ange Retors, Émile, Jojo.

SECUNDARIOS DESTACABLES: La casera de Ange Retors, la señora Cuberdon, el niño que acompaña a Benoît al circo, el cobrador, Léon, Jean Nelaire, Georges, el comisario Arieu.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: calles y plazas, bombonería “Au Pierrot Gourmand”, casa de Benoît, instalaciones del circo. En Mangetout: circo Bodoni. Otras localizaciones: circo Choesels, pueblo de Saint-Éleuthère (Hotel de Correos, casa de Retors en Rue des Fèves, grandes almacenes Lafaillite).

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Benoît se hace amigo de la familia Bodoni, dueños de un pequeño circo al borde de la quiebra, y decide ayudarlos incorporándose al elenco. La exhibición de su prodigiosa fuerza resulta un éxito y el circo prospera rápidamente. Pero el ambicioso Choesels, empresario circense a gran escala, desea quedarse con el número de Benoît, para lo cual hace que éste sea entrevistado por unos falsos periodistas que con engaños lo involucran en un caso de tráfico de drogas haciéndolo aparecer como culpable. Un extorsionador, Ange Retors, amenaza con revelar las fotos comprometedoras si no se le paga una considerable suma. Entonces, Choesels se ofrece a pagar dicha suma a cambio de quedarse con Benoît.

En contra de sus deseos, Benoît abandona el circo Bodoni para incorporarse al circo Choesels. Pero Retors decide jugar un doble juego, y revela a Benoît que ha sido Choesels quien lo maquinó todo. Cuando Benoît destroza la caja fuerte de Choesels para buscar las fotos, Retors aprovecha para huir con el dinero y con el pagaré firmado por Bodoni. Entonces comienza una desesperada persecución, por parte de Benoît y de Choesels, a ver cuál de los dos lo atrapa antes: Choesels envía a sus sicarios tras Retors, y Benoît es ayudado por los Bodoni. Benoît consigue recuperar el dinero y el pagaré, pero se resfría y queda indefenso en el último momento: logra huir de los sicarios de Choesels gracias a los talentos de equilibrista de Mona.

Choesels cree estar al borde de la quiebra, puesto que ha perdido el dinero. Sin embargo, Bodoni y Benoît acuden a devolvérselo. Agradecido, Choesels propone a Bodoni asociarse con él, y Benoît puede regresar a su casa por fin.

COMENTARIO: No es la primera vez que el tema del circo, visto desde las tramoyas, ocupa un lugar destacado en las aventuras de Benoît. De hecho, la idea constaba ya en los bocetos realizados por Franquin en 1960, en los que, junto al primer estudio del personaje y sus actitudes, puede leerse la nota manuscrita: “para un próximo episodio, ayuda a un circo que va a fracasar”. Sí, pero, ¿de quién fue la idea, de Peyo o de Franquin? Habrá que confiar en los créditos de la página de título, que remarcan con énfasis que la historia está basada “sobre una idea original de Peyo”.

También habría que recordar algunos pasajes de la historia Los doce trabajos de Benoît Brisefer, igualmente ambientados en ambiente circense. Pero en esta nueva ocasión, Peyo y Walthéry van a necesitar mucho más que unos cuantos apuntes: la historia se desarrolla íntegramente en un circo, y es preciso conocer con precisión todos los escenarios, utensilios y rutinas a fin de no cometer errores. Por lo tanto, ambos dibujantes se desplazan al circo Bouglione, que como cada otoño se ha instalado en la plaza Flagey de Ixelles. Sampion Bouglione, el dueño del circo, les muestra todos los futuros escenarios de su próxima historia. No cabe duda de que Peyo, amante del espectáculo y de la comedia, se sentía fascinado por esta ambientación... Recordemos que también Franquin, en “Los ladrones del marsupilami”, ya la había explorado con minuciosidad. El mismo Peyo cuenta la siguiente anécdota: en cierta ocasión, Franquin, Roba, Morris, Tillieux y él fueron invitados a un circo en Lille. Se les sentó junto a la pista con la petición de que, a una señal dada, salieran al centro para ser presentados al público. Cuando el jefe de pista pronunció las palabras “Y ahora, aquí están los que les hacen reír cada semana, sus artistas favoritos…”, los cinco dibujantes se aprestaron a salir. ¡Pero en realidad, el jefe de pista estaba anunciando el número de los chimpancés, que salieron también a la pista! “Nos quedamos plantados como imbéciles, para nosotros esto ha quedado como un recuerdo impagable”, bromeaba Peyo en una entrevista realizada por Dayez en 1990.

Según Dayez (2003), en esta quinta aventura de Benoît se recupera el tono fantástico de los primeros episodios. Efectivamente, aquí la acción transcurre de forma menos monótona: no se trata de una simple sarta de escaramuzas a lo largo de un viaje. Lo cual no quita para que, en la última parte, se prodiguen las persecuciones (páginas 40-58). La historia aparece bien nutrida de gags, algunos bastante difíciles de descubrir a simple vista como el de la diminuta escena del fondo de la primera viñeta de la página 22: un hombre se desternilla del parecido de su suegra con el camello del circo, mientras su esposa parece muy indignada por la comparación. También son dignas de atención las diferentes actitudes de las estatuas sobre el frontón del circo Choesels... Se prodigan algunos juegos de palabras, como siempre intraducibles: la confusión, en el episodio de los grandes almacenes, entre el significado literal y el figurado de la palabra “balles” (“bolas”, pero también “francos”): “¡Cien bolas, señor director!”, dice un personaje, al que se le contesta: “¿Me toma usted el pelo? ¡Por lo menos son dos millones en desperfectos!”, o bien los nombres de ciertos personajes (el reportero Jean Nelaire: “Estoyenelaire”; “Almacenes Lafaillite, esto es, “Laquiebra” por Lafayette...). Por otra parte, si bien es una aventura de acción dirigida al público infantil, algunos de sus niveles tal vez resulten complicados de entender para los niños, como el tema de las fotos del chantaje, los múltiples tratos entre los personajes y el significado del pagaré. No se ofrece ninguna aclaración suplementaria en los textos, como hubiese sido de esperar, sino que se confía en que el lector comprenderá por sí solo una larga serie de sobreentendidos. Se echa de menos alguna viñeta aclaratoria, por ejemplo la de Choesels preparando sus planes en voz alta o recibiendo el dinero de manos de Retors, y también algunas convenciones gráficas que ayuden a situar a ciertos personajes bastante ambiguos, como Jojo.

Por primera vez, nuestro Benoît va a “salir del armario” y animarse a demostrar sus poderes hercúleos ante la humanidad. Sólo que hay un matiz: lo hace fuera de su pueblo natal, en donde nadie lo conoce. Y, en cierto modo, su camuflaje queda intacto por el ambiente de circo que lo rodea, ya que todo el mundo piensa que se trata de un truco muy bien hecho (y los Bodoni saben explotar perfectamente esa intriga). El final de la historia es, como de costumbre, de lo más moralista y ejemplarizante. Y como signo del cambio feminista de los tiempos, en esta ocasión es una niña la que saca de apuros al héroe en el último momento, de una forma bien valerosa además: lo carga a cuestas para pasearse por los andamios de un tejado. También, como decíamos antes, hay que destacar en esta historia la falta de aquellas convenciones gráficas que dividían el mundo de Peyo en buenos y malos perfectamente identificables desde el principio: Jojo y los fotógrafos “malos” son tratados gráficamente como “buenos”, y hasta en el propio Choesels se da también por primera vez una cierta humanidad, una cierta redondez del personaje: es malo, pero tiene sus vueltas de carácter, su comicidad, su punto de ternura y su redención. De hecho, al acabar la historia Choesels y Bodoni son socios y al parecer muy amigos (en el sexto volumen, incluso los veremos asistir juntos al teatro).

Una de las cosas que más llama la atención en esta historia es la multiplicación de pequeños cameos y cuñas publicitarias, tanto de la revista Le Journal de Spirou como de la serie Los Pitufos: prácticamente no pasan dos páginas sin que aparezcan como reclamo en cualquier marquesina de cine, rótulo de tranvía o publicaciones de un kiosko. Jojo, mientras espía a los niños, lee un tebeo con el rostro de un pitufo en portada, pero con el título “Tonton”, que tanto puede aludir al episodio anterior de la serie como a la publicación infantil Tintin. El mismo Benoît tiene en su dormitorio una dedicatoria con un dibujo de él mismo firmada por Peyo, y entretiene sus ocios leyendo Le Journal de Spirou. En cuanto a la figura recurrente de Yvan Delporte, en este álbum la encontramos nada menos que tres veces: en el parque durante las primeras páginas, tomando apuntes del natural cual dibujante inspirado; más tarde entre los periodistas que asedian a Benoît a su llegada al circo Choesels... y por último en la página 45 en donde la comicidad es total y absoluta, dado que Choesels (personaje que, como veremos más tarde, es una caricatura del propio Peyo), se enfrenta a un vociferante Delporte con la consiguiente hilaridad, suponemos, de todos los que en el momento de la creación del episodio estaban al tanto del chiste (Peyo y Delporte habían tenido algunas diferencias bastante serias un par de años atrás, cuestión que ya se comentaba en el análisis del álbum “El sortilegio de Maltrochu”).

Gráficamente, la eclosión de Walthéry como dibujante con estilo propio es total, y vemos un fenómeno que ya apuntaba en el episodio anterior: los personajes esbozados por Walthéry se alejan más y más del grafismo Peyo, que en cambio se mantiene en los más antiguos como Benoît (otro buen ejemplo lo tenemos en el diseño del caballo del circo). Sobre todo en el caso de Mona, personaje que, pese a su corta edad, posee un toque de feminidad muy poco habitual en las niñas (las escasas niñas) dibujadas por Peyo: éste parecía abundar más bien en su inocencia, en cambio Mona, tanto en sus rasgos como en sus gestos y posturas, tiene algo que enamora a Benoît, algo ligeramente seductor: ojos un poco rasgados, cabello ondulante... Mona no es una niña de Vivejoie-la-Grande al uso de las que ya han aparecido en otros álbumes, tiene algo más exótico (el encanto latino de Italia, podría decirse). También es la primera vez que una parte importante de la historia está dedicada a mostrar cómo el héroe solitario intima con un igual de su misma edad. Por otra parte, el grafismo de ambos niños difiere mucho, pues Walthéry está retratando con naturalidad y realismo (y mano muy suelta), en sus personajes nuevos, a seres reales con múltiples arrugas en la ropa, dinamismo en los cabellos, cabeza más reducida con respecto al cuerpo, atuendo moderno e informal... y en cambio Benoît mantiene sus rasgos ingenuos y simples de siempre. No cabe duda de que Walthéry, de haber podido hacerlo, le hubiese dado un aspecto algo más realista. Cuando Benoît y Mona coinciden en determinadas viñetas, la diferencia de estilo y de proporciones llega a ser escandalosa.

El físico de muchos de los personajes se debe, como viene siendo habitual, a caricaturas de personas reales del entorno de los autores (sólo hay que ver cómo se prodiga en estos álbumes la figura del dibujante que se pasea por las calles con su enorme cartapacio a cuestas). Es una lástima que no podamos identificarlos a todos, pero esta historia tiene protagonistas en verdad muy ilustres: la figura de Choesels, el villano de la historia, es ni más ni menos que la caricatura del propio Peyo. «Yo le di la sorpresa, ¡y él la encontró muy divertida! Esto es, Choesels, es él sin ser él del todo. Pero la mirada de soslayo, bajo las gafas, ¡es la mirada de Peyo!» (Walthéry, citado por Dayez en 2003).

De ahí la sarta de chistes “privados” que abundan a lo largo de todo el álbum a propósito de Peyo-Choesels: su condición de inveterado fumador (Peyo, por las fechas en que se dibuja este álbum, ya había tenido que dejar el hábito muy a su pesar), su afición por los licores, su glotonería (en el nombre de la tienda de bombones), sus tremendos agobios como hombre de negocios, sus cambios bruscos de humor y su cólera pronta, el ya comentado tema de los contratos de sus empleados, que en Peyo era casi una obsesión (páginas 19-20) y, en una afortunado gag entre las páginas 43-45, en donde Choesels dibuja una titubeante silueta, se refleja un tópico que solía repetir Peyo sobre sí mismo, tildándose siempre de mal dibujante y un fracaso en las clases de arte del colegio. Aquí, claro, se invierte el gag... Choesels dibuja a Retors, y en su lugar a quien le traen es a Yvan Delporte.

Pero hablemos ahora de este personaje, de Retors, porque sin duda a él le corresponde la anécdota central de la historia. Para Retors, personaje que recuerda ligeramente al sombrío Chnik de la aventura anterior, Walthéry buscaba un modelo real en quien basarse. Y escoge a Michel Matagne, ilustrador habitual de Le Journal de Spirou (al cual le debemos, entre otras muchas bellísimas creaciones, los fondos de la película La flauta de los seis pitufos y algún que otro diseño publicitario de Benoît Brisefer). A causa de un problema reumático, Matagne renqueaba al andar y se encorvaba un poco, lo cual acentuaba el carácter siniestro del personaje de Retors. Cuando aflora toda su malignidad a mitad de la historia, Peyo se encuentra por segunda vez en su vida con acusaciones de antisemitismo. Cierto sector del público cree, al igual que ocurrió con el personaje de Monulf en “El País Maldito”, que Peyo realmente tiene “algo” contra los judíos... Esta vez, la culpa parece provenir de la fisonomía y el atuendo del personaje, con sombrero negro de alas, perilla y nariz prominente. Súmesele a esto su desmedida ambición por el dinero y su falta de escrúpulos a la hora de hacerse con él... Varias asociaciones hebreas levantan de nuevo un dedo acusador, pero Peyo esta vez reacciona con una respuesta: «Walthéry se acuerda: “primero estaba apenado, luego enfadado, y telefoneó a unos amigos judíos en Bruselas, que lo reconfortaron ¡y le dijeron que no les chocaba nada en este personaje!” En todo caso, Thierry Martens, acompañado de un fotógrafo, hace un reportaje para Spirou titulado: “¿Dónde van a buscarlos?” Michel Matagne, tocado para la ocasión con un sombrero de copa, hace en mímica las actitudes de Ange Retors. Peyo fuma excepcionalmente un puro para parecerse aún más a Choesels... y Martens, bajo el seudónimo de Señor Archive, cuanta cómo Walthéry se inspira en sus compañeros para dibujar a los protagonistas de El Circo Bodoni. En tono jocoso y anecdótico, este artículo evidentemente no está situado en la revista más que para acallar las críticas...» (Dayez, 2003).

En efecto, en medio de un prolijo artículo que aparece en Le Journal de Spirou el 23 de abril de 1970, acompañado por fotos y dibujos de los personajes reales y ficticios respectivamente, se leen párrafos como el que transcribimos a continuación: «Pero helo aquí, y la sorpresa es grande, porque Peyo se ve bien a quién se parece, ¡es Choesels, clavadísimo! El enorme puro en forma de bastón de mariscal, el semblante imperioso y el gesto vivo, ¡Peyo actúa como el hombre de negocios!»

Tal vez sea éste el motivo de que, con el personaje de Choesels, se rompa de forma tan evidente el maniqueísmo de la serie, la frontera entre lo bueno y lo malo. Al fin y al cabo, Peyo es el patrón. Y... ¿quién se atrevería a concluir una historia dejando mal parada la imagen del patrón?

En cuanto al argumento en sí, de nuevo vemos repetirse un tema que se había tratado ya en el primer capítulo de la saga de forma preferente, y es el avasallamiento de un pequeño trabajador, con medios modestos, por parte de la empresa fuerte. En este caso, el final es más conciliador: en el primer álbum los Taxis Rojos desaparecían por completo y Dussiflard podía continuar tranquilamente a solas con su negocio. En este happy end del quinto álbum, la competencia se soluciona por medio de un pacto, una asociación entre los fuertes y los débiles.

Esta conciliación entre lo poderoso y lo débil, lo antiguo y lo moderno, parece insinuarse también por medio de un símbolo: el televisor. Al principio de la historia, la modernidad parece ser el enemigo principal para el circo Bodoni: los niños prefieren quedarse en casa viendo la tele, o ir al cine, antes de acudir al viejo circo cuyos números sencillos ya no les divierten (todo un reflejo de los cambios que realmente estaban ocurriendo en la sociedad del momento). A mitad de la historia, empero, la prosperidad de los Bodoni se hace patente por medio del mismo símbolo, el aparato de televisión que es gozosamente instalado en el carromato, detalle que ocupa toda una viñeta.

En este álbum, al igual que en el anterior, existe más relación de los personajes con la vida real: se menciona una serie ficticia de televisión (“Los Incorregibles”) que parodia a otras con nombres muy parecidos que se emitían por aquella época (“Los Intocables”, “Los Vengadores”, “Los Invasores...”), y cuando Benoît es entrevistado por los periodistas se le pregunta si conoce a Brigitte Bardot, entre otras cosas. Por cierto que este detalle nos remite directamente a cierto gag aparecido en la historia de Spirou y Fantasio “Bravo los Brothers” (1965-66), en donde Spirou escribe a Peyo para pedirle un dibujo de B.B., entiéndase Benoît Brisefer, y en lugar de ello recibe del autor un retrato de la opulenta estrella de cine. En la edición española de “El circo Bodoni” de Editorial Casals S.A. (1991), por cierto, estas preguntas son actualizadas: a Benoît ya no se le pregunta por Brigitte Bardot, sino por la capa de ozono.

En todo caso, bajo el tema de la competencia entre las diversiones tradicionales (circo) y las modernas (cine y televisión... en aquellos tiempos; suponemos que en una versión actualizada de la misma historia, los chavales que se niegan a ir al circo preferirían con mucho ir a sus casas a conectarse a Internet y a jugar a los videojuegos), así como los medios artesanales del circo de Bodoni y la gran capacidad mediática de Choesels, puede adivinarse también una clara reivindicación del mundo de la sencillez y de la infancia, de la ingenuidad de los niños y de la inocencia de quien aún encuentra divertidos los chistes, siempre los mismos, de los payasos.


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LADY D’OLPHINE

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: LADY D’OLPHINE

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE ORDEN: 6

AUTOR/ES: Peyo (idea original y guión), Delporte (guión), Walthéry (dibujos), Wasterlain (decorados) y Nine (color).

FIRMA: Peyo y Walthéry en la portada del álbum. Peyo, Delporte y Walthéry en la página de título del álbum y en la viñeta final. Créditos completos en la primera página.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions Dupuis, en Le Journal de Spirou, desde el 23-III-1972 hasta el 7-IX-1972 (números 1.771-1.795). Una portada de Matagne en el número 1.771. Color.

PRIMERA PUBLICACIÓN EN LIBRO: Por Éditions Dupuis, 1973. Color.

OTRAS EDICIONES: Por Éditions Rombaldi en 1988 (col. “Intégrale Peyo, tomo 10). Color. Por Éditions du Lombard en 2003, ISBN: 2-80361-938-5.

PÁGINAS: 52

ISBN: 2-8001-0307-8. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: Madame Adolphine (el robot), los primos Melchior y Serge Vladlavodka.

MALVADOS: Sepulturo Gomez y sus secuaces.

SECUNDARIOS DESTACABLES: Bodoni, Choesels, Spirou, Señor Pascal, Señor Bonifacio, el prefecto de policía.  

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: estación de tren, casa de Vladlavodka, calles, un kiosco. En Monte San Sone: Hotel L’Heritage, Museo Marítimo, Teatro del Casino, calles y diversos interiores.

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Melchior Vladlavodka va a visitar a su primo, y sin querer activa de nuevo el robot Adolphine, que se escapa y se convierte en la jefa del crimen en la ciudad-casino de Monte San Sone. Melchior, Serge y Benoît van en su busca. Los primos Vladlavodka son interceptados por la policía (corrupta), que los entretiene con innumerables formulismos a fin de impedirles dar con Adolphine, pero Benoît consigue introducirse en el hotel donde vive y reunirse con ella.

Adolphine engaña a Benoît haciéndole creer que, en realidad, es una gran benefactora. En esto se presenta el rival de Adolphine, su antiguo lugarteniente Sepulturo Gomez, que pretende disputarle el control de la ciudad. Adolphine vuelve a engañar a Benoît para que se ponga de su lado y se enfrente a Gomez. Benoît accede, pero un resfriado se lo impide. Mientras tanto, se suceden los ataques entre ambos bandos.

Benoît descubre que Adolphine le ha engañado y va a denunciarla ante el comisario, que no quiere creerlo. Entonces decide actuar solo, y se dirige al teatro en donde se encuentra Adolphine. Consigue que le prometa que, si él echa a Gomez, ella regresará a Vivejoie-la-Grande. En ese momento, Gomez y sus hombres inician un tiroteo desde el escenario. Las baterías de Adolphine se agotan y Benoît sigue resfriado, así que Gomez se los lleva prisioneros al garaje del Museo Marítimo.

Benoît consigue recargar las baterías de Adolphine y ambos se escapan. En medio de una accidentada persecución de coches, Benoît se da cuenta de que se ha curado su resfriado, y neutraliza a todos los malhechores sin olvidarse de retirar la batería de Adolphine cuando ésta intenta huir.

Por fin, se restaura la paz en Monte San Sone. Benoît y los Vladlavodka regresan a su pueblo con el robot, pero en un descuido éste huye de nuevo, cargado con las baterías del automóvil.

COMENTARIO: Que la furia televisiva y cinematográfica está invadiendo todos los otros medios en la época en que se concibe este relato es un hecho patente, sólo hay que constatarlo desde la primera página, en la que la que una pretendida voz en off presenta a todos, absolutamente a todos los que han intervenido en la confección del episodio, incluso desde la parte puramente técnica (“Decorados de Wasterlain. Colores de la Sra. Peyo, realizados por el Studio Leonardo e impresos por Jacques Plateau…”). Realmente, parecen créditos cinematográficos… Es Walthéry quien dibuja toda esta primera página, con la aprobación de Peyo: tal vez haya que suponer una cierta sorna en el tratamiento tan completo de la información, si recordamos la vieja pugna “Peyo-colaboradores” por el tema de las firmas… En cambio, hay que lamentar que esta escrupulosidad no se haya reflejado en el orden de las páginas, que en este álbum aparecen sin numeración. También se rastrea algo de tratamiento cinematográfico en el ritmo de la acción: el título del álbum se pospone hasta la séptima viñeta, hay “flash-backs”, saltos bruscos en el tiempo tanto hacia delante como hacia atrás, dramáticos comentarios en off

Hay que destacar la irrupción, en la serie Benoît Brisefer, de Wasterlain (el cual ya había realizado otros trabajos en el estudio con anterioridad). Peyo estaba satisfecho con el trabajo de Walthéry, mas éste ya estaba comenzando su propia serie, “Natacha”, y no disponía de tanto tiempo como antes. Peyo prueba a Benn para que se encargue de los decorados de Benoît… pero Benn decide marcharse para lanzar también su propia serie, así que Peyo recurre a Wasterlain. El cual demuestra su virtuosismo a lo largo de todo el álbum, desde los diseños de la estación de tren en la cual se encuentran los primos Vladlavodka (y que está basada en la estación del Barrio Léopold de Bruselas) hasta el detalle preciosista con que decorará todos los interiores y la fachada del Hotel L’Heritage, el Teatro del Casino, etc.

En este álbum, la ambientación está cuidada en grado máximo. Cuando Peyo concibe la idea de retomar a Adolphine como “capo” de la mafia que controla toda una ciudad dedicada al juego, el ocio y los espectáculos, decide viajar a Mónaco, junto con Nine y Walthéry. Allí tomarán cientos de fotos, en las cuales se inspiran directamente los dibujantes a la hora de crear los escenarios. La gran viñeta de la llegada de los héroes a la costa mediterránea, con su panorámica general en picado cuajada de palmeras, hotelitos y cactus, es de destacar.

“Peyo ya ha tenido una idea para el próximo episodio de Benoît Brisefer: se trataría de hacer regresar a Madame Adolphine. Los lectores no han olvidado a ese sabroso personaje de anciana dama robot, y lo reclaman en el correo de Spirou. Peyo (…) imagina entonces una continuación de las hazañas de Adolphine (…): de jefe de una pequeña banda de malhechores, la adorable viejecita se convierte esta vez en jefe de gang, y domina a toda una ciudad por medio de la corrupción… Sí, ¿pero qué ciudad? Una ciudad llena de riquezas, de grandes hoteles y de casinos… Peyo piensa inmediatamente en Montecarlo, que va a rebautizar en su relato como Monte San Sone [Monte San-Són], un calambur que debe, sin duda, a Yvan Delporte” (Dayez, 2003).

Así que es Wasterlain el que se encarga de convertir en fondos apropiados todo el material fotográfico. Cuenta Walthéry: “Yo hacía todas las puestas en página y los personajes, mientras que Wasterlain realizaba todos los decorados. Yo estaba muy contento de que él se encargara, ¡porque detesto dibujar edificios! ¡Es sin duda uno de los Benoît Brisefer más detallados que se han hecho! Yo adoraba realizar esas escenas de acción en donde los gangsters se te echan encima, armando la gorda…” (Walthéry, citado por Dayez en 2003).

Sí, Walthéry confiesa haberse divertido mucho con esta serie. En cierta ocasión, Peyo le hace notar que, si en lugar de Benoît Brisefer se dedicara a dibujar Los Pitufos, podría obtener un buen beneficio económico, ya que las tiradas de los álbumes de Los Pitufos eran mucho mayores que las de Benoît Brisefer, y los dibujantes cobraban sólo un pequeño porcentaje sobre las ventas. Pero a pesar de eso Walthery prefiere seguir animando al pequeño Benoît, porque le apasionan las escenas de acción.

Lady d’Olphine es un álbum donde se experimentan muy libremente los talentos del tándem Walthéry-Wasterlain, pero en donde el universo poético e infantil de la serie queda un poco desnaturalizado por un clima de caricatura rocambolesca. Y los nuevos personajes de gangsters introducidos en este episodio estarían sin duda más en su lugar en una aventura de Natacha que al lado del gentil Benoît.” (Dayez, 2003).

Al igual que ocurre EN LIBROes precedentes, continúa aquí Walthéry con la costumbre de utilizar modelos reales para sus personajes. “Para el personaje de Melchior, el primo gafudo de Serge Vladlavodka (…), me basé en el artista de variedades belga Stéphane Steeman, y le añadí el sombrero del actor Donald Sutherland en M.A.S.H.” (Walthéry, citado por Dayez en 2003). Por otra parte, y según la misma fuente, Melchior debe su nombre al director del Observatorio Real de Uccle, conocido de Peyo. También podemos encontrar, cómo no, a Yvan Delporte, que aparece como un personaje completamente identificado ya en la primera página (“Después de haber pensado largamente, discutido, gruñido, esbozado, cogido una rabieta y recomenzado… Yvan Delporte (coguionista) ha aportado su ayuda a Peyo y Walthéry para esta nueva aventura de Benoît Brisefer.”). Aparecerá, como de costumbre, muchas más veces a lo largo del álbum. Lo tenemos, por ejemplo, llegando a la estación de tren en las primeras páginas… Hay que destacar que en la escena en la que se le ve haciendo fila, luciendo una incipiente calva y con su inseparable botella de Coca-cola en la mano (según se ha dicho, Delporte “carburaba con Coca-cola”), también vemos a Peyo, esta vez dibujado de forma más realista que en el quinto álbum, con su enorme cartapacio lleno de páginas de Los Pitufos, mirando ansioso el reloj y enrabietado como de costumbre. En la señora que permanece entre Peyo y Delporte, con su gran bolsa de la compra, ¿tendremos acaso un retrato de Nine?

También aparece Delporte algunas páginas más adelante, en el papel de un indigente detenido en comisaría. En cuanto a Walthéry, lo encontramos de forma soslayada en los rótulos del Teatro del Casino que anuncian el estreno de “La Walthérie” (por “La Walkirie”). A Walthéry le encanta figurar en su propia obra; de hecho el enamorado y fiel compañero de Natacha, Walther, no es sino un trasunto de sí mismo, incluso con nombre muy parecido.

También, como de costumbre, se multiplican los cameos de personajes de otras series, las cuñas publicitarias del semanario y hasta los “guiños” referidos a la producción del mismo Peyo. El más destacado es ése en el que Adolphine recibe un regalo sorpresa que le explota en plena cara, y Benoît piensa: “¡Me parece haber visto ya este gag en alguna parte! Pero… ¿dónde, por todos los pitufos?” Entre otros personajes célebres, podemos distinguir a Choesels y a Bodoni entre el público del teatro, y a Spirou (por una vez, cumpliendo con su obligación de sumiso botones) que acompaña a Madame Adolphine en el ascensor del hotel. El personaje Sophie (de Jidéhem) aparece en la portada del álbum que lee Benoît mientras guarda cama (“La maison d’en face”, álbum que se publica por estas fechas), y se hace una mención a Lucky Luke durante la refriega en el casino del teatro. También vemos a Los Pitufos en el calendario de la cocina de Vladlavodka, un camión de Dupuis que va camino de Monte San Sone, un tebeo de Le Journal de Spirou que lee Benoît… En algunos casos, se parodian títulos de otros semanarios: tenemos a “Tonton”, como en el capítulo anterior, sin duda por Tintin, aunque en este sexto álbum hay un rasgo conciliador en el hecho de que el semanario favorito de Benoît (así se explicita) no es Le Journal de Spirou, como cabía esperar, sino uno llamado “Spilotin”… nombre formado, presumiblemente, por la combinación de los de las tres publicaciones francófonas rivales: Spirou, Pilote y Tintin. Y todos tan contentos.

El guión es, como de costumbre, muy ágil y movido, con espectaculares persecuciones y tiroteos. En este relato de sólo 52 páginas, la densidad de la acción es grande… Hay que destacar toda la secuencia de la llegada de Benoît al hotel, en busca de Lady d’Olphine, en la que prima un humor ligeramente absurdo, que busca el chiste por encima de todo incluso sacrificando parte de la lógica habitual de la serie. Cuesta comprender, por ejemplo, la repentina afabilidad y hasta el cariño que Benoît y el robot sienten el uno por el otro, dado que en el episodio segundo sus relaciones, hacia el final, habían sido más bien tirantes. También es algo extremado el tema de la persecución de Benoît por parte de los empleados del hotel: consiste en un gag recurrente en el cual el niño es perseguido cada vez por más personajes, con notas delirantes como la del contrabajista que sigue tocando su instrumento durante la carrera, la mujer semidesnuda que grita todo el tiempo, el camarero que sólo pide “discreción” (como la patrona del albergue del cuarto episodio)… Al final, Benoît y Lady d’Olphine se eclipsan, pero la avalancha de gente sigue corriendo a lo loco, sin más.

Algunos gags de este álbum recuerdan fuertemente a planteamientos cómicos como los que podemos hallar en las historietas de Ibáñez: se prepara la situación, tiene lugar el gag y la página finaliza con un comentario típico. Así tenemos el gag de los dos enamorados, Herbert y Cecilie, que se están declarando muy tímidamente en el jardín del hotel, sentados en un sofá-columpio. En ese momento irrumpen los empleados del hotel, a la caza de Benoît, y los arrollan. El columpio da varias vueltas de campana y la joven pareja se queda encadenada en la barra superior. Comentario de ella: “¿No cree usted que es demasiado pronto para un compromiso tan estrecho?”. Igual ocurre con el gag de la caja fuerte, que veremos repetirse en “Mortadelo” una y otra vez… Pero no hay que olvidar que son nuestras revistas las que han recibido una respetable influencia del cómic francobelga, no al revés.

También hay otros gags memorables, algunos pensados para un público más adulto de lo acostumbrado dada su sutileza. Por ejemplo, cuando Lady d’Olphine pasa revista a los beneficios que ha generado la actividad delictiva de sus subordinados (tráfico de armas, de cocaína, tratamiento y adulteración de la heroína…), se hace constar el siguiente dato: la cantidad obtenida al atracar las Ediciones Dupied (¿Dupuis?) es sensiblemente mayor a la conseguida en los atracos de la Banca de Londres y el Banco Suizo… ¡juntos! También hay guiños bastante adultos (y desconocidos hasta el momento) en la presentación, por ejemplo, del personaje de una joven prostituta… Cierto que no se menciona explícitamente su actividad, pero la forma en que se viste y su actitud, unido todo al sentido general de la secuencia, son muy significativas.

También tienen lugar los consabidos juegos de palabras: por ejemplo, la expresión “hors de circuit” (fuera de juego) en relación con el robot, y que literalmente se traduce como “fuera de circuito”.

Hay que destacar la ambientación extremadamente realista de esta historia: los jóvenes que deambulan por las calles visten con la estética hippie de principios de los setenta. También hay una crítica feroz a la hipocresía de las clases adineradas, que se reúnen en los salones del hotel a consumir platos carísimos mientras encadenan una serie de expresiones-cliché que conforman conversaciones vacuas y sin sentido. Ni siquiera cuando pasa Benoît a la carrera, con su séquito de empleados enloquecidos, o cuando el niño aúlla el nombre del robot hasta hacer temblar los cimientos del hotel, se inmutan los clientes ni cesan los comadreos de alto copete.

Desde el punto de vista gráfico, siguen vigentes los comentarios realizados con anterioridad: el estilo de Walthéry es ya muy personal, y choca en los diseños de los dos primos Vladlavodka, el primero (dibujado en 1963) de trazos simplones y redonditos, el segundo (1972) más alargado y realista. Por cierto que este personaje, aparentemente sin importancia, vertebra y articula toda la historia: sus continuos despistes y su cuasi-imbecilidad (su insistencia en detenerse a cada momento durante el trayecto para solazarse en el campo y recoger flores recuerda, ligeramente, al personaje del Rey en “El País Maldito”) quedan por completo redimidos en las páginas finales, en donde es él quien salva la situación haciendo hablar al robot Lady d’Olphine como un ventrílocuo a su marioneta, a fin de cruzar la frontera.

Hay un pequeño detalle gráfico que nos indica, claramente, que ya no es Peyo el encargado de dibujar los álbumes de Benoît: el diseño de las notas musicales en las escenas de la orquesta. Peyo solía trazar estas grafías con exquisito cuidado, y en cambio aquí se dibujan las notas de forma bastante extraña, incluso incorporando figuras y símbolos que no existen en realidad. Por el contrario, hay que celebrar la magistral página que cierra la persecución de coches, con su empleo de las onomatopeyas con valor gráfico y la colosal escena de la pirámide de automóviles que construye Benoît…

Sin embargo, este relato excelente tiene una anécdota algo triste para coronar su final. El padre de Walthéry llevaba mucho tiempo enfermo de mal de Alzheimer, y justo cuando Walthéry se alojaba de nuevo en casa de Peyo para diseñar la portada del sexto álbum de Benoît Brisefer le llegó la noticia de su muerte, en septiembre de 1972. Walthéry, destrozado, vuelve a su pueblo natal para instalarse junto a su madre. También Wasterlain abandona el estudio Peyo más o menos por la misma época… En palabras del mismo Walthéry, y siempre según las fuentes antes citadas, “entonces tuvimos el sentimiento de que todo se desligaba, de que las circunstancias se aliaban contra nosotros para anunciar el fin de una época, como si estuviera escrito que ya era hora de pasar a otra cosa…”


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EL FETICHE

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: “LE FÉTICHE”

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE ORDEN: 7

AUTOR/ES: Peyo (idea original y guión), Blesteau (guión y dibujos) y Nine (color).

FIRMA: Peyo y Blesteau en portada y en la página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions Dupuis en Le Journal de Spirou, una entrega semanal desde el 15-VI-1978 hasta el 14-IX-1978 (números 2.096-2.109). Un diseño publicitario en el número 2.094. Una portada en el número 2.096. Color.

PRIMERA PUBLICACIÓN EN LIBRO: Por Éditions Dupuis en 1978, cartoné. Color.

OTRAS EDICIONES: Por Éditions Rombaldi en 1988 (col. “Intégrale Peyo”, tomo 10), color. Por Éditions du Lombard, col. “Les indispensables de la BD” en 2001, ISBN: 2-80361-691-2.

PÁGINAS: 44

ISBN: 2-8001-0606-9. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: No.

MALVADOS: Démonia, Zlip y Molleton.

OTROS SECUNDARIOS DESTACABLES: Señor Bodoni y familia, señora Minou, señora Tapotrin, los tres científicos, el comisario, el coronel Bradstone, el banquero De La Menouille, la actriz Sylvia Samovar, el joyero Lepoutre, el señor Stromboli, el ministro Fortunat Borré, Dussiflard, el señor Lagloriole.

LOCALIZACIONES: Casas y calles de Vivejoie-la-Grande, parque Jules-Petit, escuela, casa de Benoît, casa de la señora Tapotrin, mansión de Démonia, circo Bodoni-Choesels, museo, casa del ministro, teatro, laboratorios del Instituto Postur.

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Démonia es una mujer ambiciosa que quiere hacerse con un fetiche africano custodiado por el museo, a fin de extorsionar a los personajes más ricos del país utilizando sus poderes de vudú. A este fin, trata de convencer a Benoît de que robe para ella el fetiche, pero él se niega. Démonia, que sabe que Benoît pierde su fuerza cuando está resfriado, envía a sus ayudantes Molleton y Zlip a tratar de provocarle un catarro. Tras muchos intentos fallidos, Benoît se resfría al fin y Démonia lo puede secuestrar.

Démonia engaña a Benoît haciéndole creer que el fetiche es la única salvación de su tío, aquejado de un extraño mal, y Benoît accede a robarlo. Se introduce en el museo en plena noche y se hace con el fetiche, que entrega a los malandrines. Démonia usa el fetiche para provocar una grave enfermedad en los potentados, a fin de cobrarles luego una fuerte suma por curarlos.

Benoît acude a visitar al falso tío de Démonia y se da cuenta de que todo ha sido un engaño. Acude en su busca, le arrebata el fetiche y lo arroja al fuego. Por fortuna, todos los enfermos ya habían sido devueltos a su estado normal… excepto uno, el comerciante de armas Stromboli.

COMENTARIO: Dos novedades marcan la entrada en escena del que sería el último relato de Benoît Brisefer guionizado por Peyo: la ausencia total de los colaboradores habituales (Walthéry, Wasterlain, Gos…) y la reducción del número de páginas, que de las 60 ó 52 habituales pasa a convertirse en un formato de 44, como en los primeros álbumes de Johan y Pirlouit.

El caso es que esta historia, desde el principio hasta el final, adolece de una cierta falta de inspiración, se echan de menos aquí sensiblemente la fuerza y el ritmo habituales de la serie. Tal vez fuera ése el motivo de que este capítulo se quedase algo corto. En una primera lectura, incluso da la impresión de que ha sido realizado con desgana, y Peyo no hace sino confirmar esta sensación cuando manifiesta que, de entre todos los álbumes que ha producido, “El Fetiche” es, con mucho, el peor…

En esta ocasión el dibujante es Albert Blesteau, que trabajaba de forma habitual en Los Pitufos. Hay que destacar que con anterioridad había realizado una historia corta de Benoît Brisefer para el especial de Navidad de 1976, de ocho páginas, y que había manifestado su interés por retomar al personaje. Pero el resultado no es nada satisfactorio, y tras la publicación del séptimo capítulo de la serie y tras algunas otras páginas de Los Pitufos, Blesteau abandonará el estudio Peyo para dedicarse a su propia serie, “Wofi”. Tampoco Peyo parece muy interesado en continuar con las peripecias del pequeño Benoît, o tal vez es que carece de tiempo para ello; así resulta que la serie será puesta en letargo a partir de este momento. Un letargo bien prolongado, que no se interrumpirá hasta la década de los noventa, cuando Éditions du Lombard decide retomar a todos los antiguos héroes de la casa Peyo y lanzar nuevas aventuras en formato libro.

Cuenta Blesteau, a propósito de su marcha del estudio: “Guardo excelentes recuerdos de mi estancia en Bruselas, pero yo veía a Peyo cada vez menos disponible: el fenómeno Pitufo estaba adquiriendo proporciones increíbles, ¡y el teléfono sonaba sin cesar! En estas condiciones, todo verdadero trabajo de colaboración resultaba imposible”. (Blesteau, citado por Dayez en 2003).

En este álbum de Benoît se aprecian ciertos pequeños cambios en el aspecto de los personajes, debido a que los dibujos salen esta vez de una nueva mano. Así, hay veces en las que Benoît presenta una cabeza muy reducida en proporción con el resto del cuerpo. También el diseño de Démonia, con el mentón excesivamente alargado y los ojos pequeños, choca un poco al observador habitual… por no hablar del grafismo algo ambiguo de Zlip, demasiado aniñado en sus rasgos para la psicología del personaje: es un pillete “del arroyo”, como dice la misma Démonia, un adolescente maleducado que fuma y emplea un lenguaje vulgar constantemente… y al que sin embargo ella trata empleando un tratamiento de cortesía (“usted”, “señor”, etc.). Lo cual no quita para que, en casi todos los casos, el impetuoso chaval resulte aplastado y humillado por los fríos comentarios y actuaciones de Démonia. Puede rastrearse un cierto drama secundario de fondo: no conocemos exactamente la procedencia de Zlip, ni su historia personal, ni cómo ha venido a parar a esta elegante mansión en donde viven los sofisticados Démonia y Molleton, pero quedan patentes sus desesperadas ansias de hacerse valer y de demostrar a Démonia que él sí puede hacer algo útil, lo cual contrasta con su cinismo habitual. Zlip es un personaje interesante, resulta ligeramente repulsivo pero tiene matices de carácter (todo lo contrario que el imperturbable Molleton, para quien todo se reduce a rutina y legalismo). Tal vez incluso sufra alguna clase de complejo de Edipo tardío con respecto a Démonia, no lo sabemos… En todo caso, es un personaje que consigue crear una cierta intriga.

Si bien Zlip tendría perfecta cabida en una novela de Dickens (es el tipo de golfillo que podríamos encontrar muy a sus anchas en casa de Fagin), Molleton es un personaje completamente insondable, y resulta difícil explicarse qué hace exactamente en casa de Démonia. A primera vista da la impresión de ser un simple mayordomo, pero luego vemos cómo Démonia lo trata con mucho afecto y proximidad (sin, por eso, dejar de usar el tratamiento de cortesía en todo momento). En todo caso, las relaciones entre los componentes del trío de malvados de esta historia resultan sorprendentemente poco claras (en las historias de Peyo, al lector suele proveérsele de más datos para que comprenda bien las relaciones entre personajes: aquí se han soslayado todas las convenciones habituales).

El personaje de Démonia es el más explicado de todos; choca su atuendo de gala en todo tipo de escenarios y situaciones, su aspecto de mujer fatal a lo Gilda (traje de noche y guantes hasta el codo… ¡incluso en la intimidad de su casa!), pero poco a poco sabemos que fue enfermera en otros tiempos, que trabajó en el hospital de una misión en África… No obstante, hay algunos puntos oscuros que no quedan bien explicados, al contrario de lo que solía ocurrir tradicionalmente en las historias de Peyo. Y es que, en este relato, no es Peyo quien desarrolla con minuciosidad el guión, sino Blesteau, limitándose el primero a aportar las ideas generales y a supervisarlo todo, pero sin llevar la voz cantante en la historia.

Pueden apreciarse otras novedades como la exhibición de varios desnudos integrales femeninos, si bien en cuadros y en una estatua del parque Jules-Petit (que un paseante se detiene a observar con fruición), como fondo a los juegos infantiles… También el gesto algo chabacano de Benoît, que pide permiso para ir al servicio y regresa abrochándose la bragueta, cosa ésta bien poco habitual en las historias de Peyo hasta el momento. Tenemos asimismo la existencia de ciertos insultos sugeridos, algo más soeces de lo habitual, durante la escena del embotellamiento de tráfico en las primeras páginas: los bocadillos quedan oportunamente cortados y sólo se leen las primeras letras de cada palabrota, pese a lo cual la expresión queda completamente inteligible: “de mi cul…”, “vete a hacer…”).

La idea de hacer que los malvados traten de utilizar la fuerza de Benoît para sus propios fines no es nueva, la misma aparecía ya en el relato anterior (cuando Lady d’Olphine engaña a Benoît para que crea que es una gran benefactora de Monte San Sone, poniendo en marcha un sofisticado plan de camuflaje). Aquí, es Démonia la que mantiene cautivo y drogado al Coronel Bradstone, no se sabe muy bien por qué, y lo utiliza para que Benoît se crea el cuento de su tío enfermo. Lo que sí se multiplican en esta historia son los gags muy al estilo de Delporte, incluso aunque éste no participe en la creación del álbum. Vemos su efigie una sola vez, como un mendigo a la puerta de la iglesia de Vivejoie-la-Grande en las primeras páginas, pero ya no aparecerá más. Se eclipsará discretamente, y será la última vez que veamos su caricatura en las historias del pequeño Benoît.

Algunos de estos gags son muy afortunados, y se concentran mayormente en la larga secuencia en la que los villanos tratan de provocarle un resfriado a Benoît. Por un concurso de circunstancias, en esta ocasión resulta increíblemente bien librado, y al final es toda la ciudad la que estornuda sin poder contenerse… ¡excepto él! El típico humor de Peyo, basado en las inversiones cómicas de situación, hace aquí su aparición una vez más. Algunos de estos gags han heredado algo del sentido del humor de Delporte, como decíamos: ponemos por ejemplo ése en que el párroco de la iglesia canta “Dominus Vobis…tchoum!” (rotulado esto en muy hermosas letras góticas), y la congregación le responde “A vous souhai-aits” (o, lo que es lo mismo, “Salu-ud”).

En realidad, todo el entramado de este argumento tan débil parece girar en torno a la secuencia de los malvados intentando acatarrar a Benoît por todos los medios, punto de partida que tal vez dio lugar a lo demás. Esto se hace, a veces, demasiado evidente… El final, por el contrario, se produce de forma muy abrupta, sin proveer de la cadencia conclusiva habitual ni de las explicaciones finales necesarias: Bradstone desaparece y no se sabe más, los malvados huyen de cualquier manera, Benoît ni siquiera se cuida de perseguirlos para que los encarcelen como es de rigor… Da la impresión de que la historia se ha abortado antes de lo previsto, incluso, y tal vez no habría que descartar que así haya sido en realidad.

Un gancho para este álbum parece ser la inclusión en él de la mayoría de los personajes estelares de álbumes anteriores: de hecho la acción comienza en el Circo Bodoni-Choesels, y vemos pulular por toda la historia a Dussiflard, a la familia Bodoni, a Madame Adolphine (a quien Benoît menciona durante su conversación con Dussiflard), al guardián del parque Jules-Petit, al Comisario… Incluso, por primera vez, tenemos el placer de ver el aspecto de la maestra de Benoît, la señora Tapotrin, a quien él tanto nombra (con su ligero toque picaresco: la botella de ron oculta en el armario de la dulce ancianita). También conoceremos a la señora Minou, su casera, que es la primera persona adulta que parece cuidar de Benoît en su propio domicilio, por fin una figura maternal. Y hay que destacar las creaciones afortunadas de los tres científicos del Instituto Postur (Por “Pasteur”, evidentemente), que evocan con fuerza a aquellos otros tres científicos colegas del Conde de Champignac que aparecían en algunos álbumes como “El viajero del Mesozoico” (Franquin, 1957), incluso con la misma forma de interactuar entre ellos (la ironía en el ceremonioso trato de “mi querido colega”, repetido hasta la saciedad, las pullas mutuas, los celos…). También sacado de este álbum de Franquin parece el gag del final dramático de uno de los personajes: en “El viajero del Mesozoico”, uno de los científicos era devorado por el dinosaurio de Champignac. Sus colegas lo celebraban, dado que el científico desaparecido estaba trabajando en la puesta a punto de una bomba atómica. En El fetiche, sólo uno de los afectados por la gravísima enfermedad no logra curarse. Cuando Benoît se entera de que se trata del comerciante de tanques, deja escapar una observación muy poco propia de él: “¡Bah, eso no es muy grave…!”, muestra del ideal antibelicista que la serie de Dupuis intentaba promover entre sus lectores, y que hoy nos parece tal vez algo extremado.

En definitiva, este séptimo álbum tiene ocurrencias divertidas, pero es en líneas generales un álbum poco afortunado, que jamás aparece en las listas de “favoritos”, sin personajes remarcables y que incluso deja al lector con la sensación, al acabar su lectura, de mal sabor de boca. A decir de Thierry Groensteen (1983), “esta historia no vale más que por la secuencia en donde se ensayan los medios más diversos, uno tras otro, para que Benoît se resfríe. El resto del relato decepciona, en la medida en que los tres representantes del mal (…) son polichinelas bastante insignificantes. Peyo ha olvidado visiblemente el adagio que Alfred Hitchcock se complacía en repetir: “Cuanto más conseguido está el villano, más conseguido está el film””.


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GOLPE DE PELÍCULA

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: Hold-up sur pellicule

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE ORDEN: 8

AUTOR/ES: Thierry Culliford (guión), Dugomier (guión), Garray (dibujos), Nine (color), Studio Leonardo (color).

FIRMA: Peyo, en portada. Dugomier, Thierry Culliford, Pascal Garray, Nine y Studio Leonardo en la página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions du Lombard, en enero de 1993. Libro cartoné. Color.

OTRAS EDICIONES: Por Éditions du Lombard (“Édition en OR”), en enero de 1999 (ISBN: 2-205-04809-0).

PÁGINAS: 44

ISBN: 2-80361-041-8. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: Madame Adolphine.

MALVADOS: Lady d’Olphine, Al Capella, René, Julot.

SECUNDARIOS DESTACABLES: Comisario, Inspector, Serge Vladlavodka, Director William B. Casting, Dino de Favoriz, el banquero Jean Pochetoux, el guionista Néstor Ribord, el realizador Otto Focus, Johan.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: parque Jules-Petit, comisaría, casa de Madame Adolphine, taller de Vladlavodka. En los estudios Mondia-Film: decorados, platós, oficinas. Hotel “Des Mille et Une Nuits”. Banco “Crédit Monopole”. Caminos, carreteras, parejes rurales, un escondrijo en una casa deshabitada.

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: William B. Casting, director cinematográfico, desea hacer una película sobre la historia de Lady d’Olphine, para lo cual solicita a Madame Adolphine que desempeñe el papel principal, dado su parecido con el robot. Ella accede, y se lleva a Benoît al rodaje.

Mientras tanto, el antiguo lugarteniente de Lady d’Olphine, Al Capella, se entera de que parte del rodaje va a tener lugar en un banco, y decide aprovecharse de la situación para desvalijarlo. Acude, con sus hombres, a casa de Vladlavodka, en donde está la verdadera Lady d’Olphine, y obliga al científico a volverla a poner en marcha. Lady d’Olphine llega así al hotel en donde se hospedan Adolphine y Benoît; la anciana es secuestrada y el robot ocupa su lugar sin que nadie se dé cuenta del cambio. Durante el rodaje, Lady d’Olphine engaña a Benoît para que abra la cámara acorazada del banco y saque los lingotes de oro, y ambos huyen. Pero Lady d’Olphine sufre una descarga, con lo que Benoît se da cuenta de la sustitución y se dispone a llevar al robot ante la policía. En el momento decisivo, no obstante, Benoît se resfría y los secuaces del robot lo secuestran a él también, encerrándolo en una casa abandonada junto con la verdadera Adolphine y Vladlavodka.

Mientras tanto, el robot consigue recargar sus baterías en el encendedor de la furgoneta en donde están los lingotes de oro, y huye con ellos. Recuperado de su catarro, Benoît persigue al robot, pero éste, cargado con el peso de los lingotes, cae al mar desde un acantilado.  

COMENTARIO: Como se puede suponer, es con una gran expectación que se aguarda la salida de este octavo capítulo de Benoît Brisefer después de tanto tiempo de letargo del personaje… Pero las grandes expectaciones son arriesgadas, el público suele mitificar a sus héroes durante las largas ausencias y es muy fácil decepcionar. Sin contar con que, como ya se venía diciendo, ahora el público no va a estar formado solamente por niños, sino también por adultos nostálgicos que sin duda serán bastante exigentes con la calidad de la serie, con los diseños de los nuevos dibujantes y las líneas argumentales de los nuevos guionistas. En fin, que como en toda segunda parte que se precie, la comparación va a ser inevitable.

Sin embargo, ya desde las primeras páginas uno se da cuenta de que la prosecución de las aventuras de Benoît no tiene nada que desmerecer a su primera parte, de hecho es mucho más fiel a las raíces del personaje que ciertos capítulos como El fetiche. La acción se recupera en un entorno bien conocido y familiar, el parque Jules-Petit, y parece mentira que hayan pasado tantos años, pues la acción en él continúa imperturbable… La estatua del benefactor, los niños que juegan, el guarda, etc. etc. Incluso la tradicional presentación del protagonista (“Benoît es fuerte… muy fuerte… ¡TERRIBLEMENTE FUERTE!”) vuelve a realizarse exactamente igual que antaño.

Además, y sin duda para asegurar el éxito de este octavo capítulo, los autores se encargan de hacer retornar a viejos y muy queridos personajes, como el Comisario o Vladlavodka. Un retorno que se arriesgaba a parecer forzado, pero que dista mucho de serlo: igualmente, y al contrario que en El fetiche, cada nueva reaparición está perfectamente justificada por motivos de argumento.

Pero sin duda la reaparición más destacada (y celebrada) es la del tándem Madame Adolphine-Lady d’Olphine. Esta baza se juega perfectamente, pues el personaje es tal vez el que tenga mayor gancho de la serie (sin contar a Benoît), y de esta manera el éxito está asegurado. Y, claro, como era de esperar, aquí una vez más la sal del argumento (incluso su idea principal) es la del continuo intercambio de las dos ancianas. La única novedad es que este intercambio, esta confusión de identidades, es en esta ocasión totalmente deliberado: Casting escoge a Adolphine como estrella de su película, precisamente, porque es idéntica a Lady d’Olphine (por lo demás, tal y como se demuestra a lo largo de todo el argumento, su talento como intérprete es completamente nulo, tanto es así que hacia el final tendrá que ser sustituida por una actriz profesional). De igual manera proceden Capella y sus secuaces al planificar el atraco del banco: el mismo se realiza, precisamente, porque todos creen que Lady d’Olphine es Madame Adolphine. Y de esta manera, el juego de espejos se multiplica hasta el infinito… Además se desvelará una de las incógnitas visuales de la serie, el verdadero aspecto del robot sin su ropaje habitual: en el segundo capítulo, Vladlavodka explicaba a Benoît que las ropas largas del robot servían para ocultar sus mecanismos, pero hasta ahora no habíamos tenido ocasión de ver al robot desmontado, con todas sus piezas expuestas sobre una mesa. Y, la verdad, la visión no deja de ser un tanto impactante…

En cuanto a la personalidad de Benoît, se acusa una infantilización aguda del personaje en ciertos pasajes, por ejemplo al evocar la película de vaqueros en las primeras páginas (su imaginación lo arrastra igual que le ocurre a cualquier niño pequeño, independientemente de que tenga o no superpoderes). También se emociona sobremanera al montar en el avión (“¡Se ve todo pequeño!”), cosa que resulta muy chocante si tenemos en cuenta que, en la primera etapa de la serie, él ya había tenido ocasión de viajar varias veces en avioneta, sin contar su costumbre de otear el paisaje desde por encima de los tejados, a grandes saltos.

El guión está bien concebido, con la habitual mezcla de humor (hay secuencias sabrosísimas, como la de la interpretación del atraco al banco por parte de Madame Adolphine), acción y unos suspenses magníficamente instalados, como de costumbre. Pascal Garray, en su dibujo, no desmerece en absoluto a otros artistas anteriores como Walthéry, y el personaje y la serie conservan toda su idiosincrasia. Sin duda, mucho del mérito se debe a Thierry Culliford, el hijo de Peyo, que como se apunta en las mismas páginas publicitarias de Le Lombard, es quien mejor podía devolver a la vida a los héroes, tanto tiempo en letargo, de su padre.

También, como es habitual, se multiplican en esta aventura las cuñas publicitarias y los cameos de personajes de otras series. Con la novedad de que ya no se publicitan semanarios de historietas infantiles, como antaño... En la época en que se crea esta aventura, tales productos han pasado un poco de moda: el poder adquisitivo medio de las familias es ahora mayor, por lo que un álbum de historietas de gran formato ya no es un artículo de lujo. Antiguamente, los niños obtenían sus relatos largos coleccionando revistas con sus capítulos de “continuará”, y sólo una parte de ellos podía permitirse comprar el álbum con toda la aventura al completo. Pero ahora, la tónica general es comprar el libro directamente, con su mejor encuadernación y mayor tamaño… Por otra parte, nos hemos introducido ya de cabeza en la sociedad de las prisas, y a nadie le apetece tener que esperar semana tras semana para averiguar el desenlace de una aventura. Resultado: las nuevas historias se editarán de forma íntegra, lo cual repercute en cierta forma en su planteamiento. Ya no es posible saber a priori si un producto es rentable económicamente o no: mientras las historietas largas se publicaban por capítulos, era posible estudiar el fenómeno antes de su desenlace (por el número de ventas y las opiniones que los lectores enviaban al correo), pero ahora cada tirada va a ser una apuesta un poco más arriesgada, por lo que es importante publicitar bien el producto.

A tal fin, se realizan campañas informativas, ruedas de prensa, se publican reseñas en catálogos, en Internet… antes de la salida de cada volumen. También dentro de éstos se incluye mucha publicidad, y la prueba la tenemos en este mismo relato: se multiplican las llamadas de atención sobre la serie Los Pitufos, pero sobre todo sobre la serie Johan y Pirlouit, cuyo nuevo título (“La horda del cuervo”) está, en estos momentos, en preparación.

Para empezar, tenemos en este relato un cameo memorable: el de Johan en persona, que se hospeda en el hotel en donde pernoctan Madame Adolphine y Benoît. ¿Se han preguntado ustedes alguna vez qué aspecto tendría el paje caso de haber nacido en nuestros tiempos? La respuesta la tienen en la página 26, en donde Johan (o bien un muy lejano descendiente) llega a la recepción del hotel con una maleta. Si bien vestido a la moderna usanza, con chaqueta y gafas de sol, Nine ha tenido a bien respetar los colores habituales de su ropa. Es una lástima que Garray no se decidiera a dibujar, también, a Pirlouit…

Pero, ¿qué hace Johan en este hotel, mayormente dedicado a hospedar a personalidades del cine? Posiblemente haya venido a participar en el rodaje de su propia aventura, ya que los estudios Mondia-Film están produciendo, en ese momento, una película que casualmente se llama “La horda del cuervo”, como puede apreciarse en uno de los carteles anunciadores (aunque el título sólo se ve en parte, se puede inferir con facilidad de qué historia se trata. Sobre todo, porque en el cartel se ve parte del cuerpo de Johan, esta vez vestido a la usanza medieval, con la inconfundible capa azul, las calzas rojas, etc.). Cuando Benoît llega a los estudios, vemos un decorado réplica del Castillo Real que se está construyendo allí. Y, por si quedara alguna duda, en la secuencia en la que Benoît corre de plató en plató interrumpiendo todos los rodajes, puede verse un texto en off procedente de uno de los sets, en donde se lee: “¡Mi señor, un jinete llega al Castillo!”, que es uno de los textos que abrirán el capítulo catorce de Johan y Pirlouit. Una sabrosa complicidad con los incondicionales de esta serie, que esperaban con avidez la salida del nuevo episodio.

También son los guiños publicitarios de la serie Los Pitufos los que se multiplican en esta historia, algunos muy divertidos como ese cartel anunciador en donde se anuncia una película de Los Pitufos con la leyenda “Prohibida para menores de 18 años”. Como vemos, este tipo de golpes de humor, ligeramente picarescos, se prodiga últimamente: en otra viñeta, el director artístico Dino de Favoriz mira muy descaradamente el trasero de una de las azafatas. También vemos pitufos en el mismo despacho de Casting, pues en la estantería en donde se exponen sus trofeos figura, junto a un Óscar y algunos otros distinguidos premios más, una estatuilla representando a un pitufo que trabaja con un mazo, suponemos que como premio al mérito profesional… Cuando Benoît se acicala en el lavabo del hotel, vemos un figurín de un pitufo negro sobre el lavabo, luego también sobre el embozo de su cama… Y tenemos el nombre de la pizzería, “El puffo goloso” (O sea, “El Pitufo Goloso” en italiano).

Hay algunos gags que nos remiten directamente a historias anteriores: en este álbum, el deseo de rememoración, de despertar la nostalgia por los viejos personajes y series de Peyo, es muy fuerte. Así, al igual que en La flauta de los seis pitufos, los villanos se prometen mutua cooperación y fidelidad entre ellos, mientras piensan al unísono: “¡Imbécil! Si tú crees que voy a repartir contigo…” (Torchesac y el Señor de la Mortaille, ¿recuerdan?). También el pequeño Benoît golpea a su “adversario” vaquero utilizándose el mismo esquema corporal, para representar el puñetazo, que aquél de Pirlouit cada vez que golpeaba a Monulf. En cuanto al dibujo de los caballos, es muy fiel al de Peyo, igualmente. La misma fidelidad que puede encontrarse, como decíamos, en las primeras páginas del álbum: el diseño de la primera media página entronca directamente con el Peyo de los buenos tiempos de Johan y Pirlouit: una iglesia románica dibujada con muy pocos trazos, señoras cotilleando, personajes achatados y de trazos muy redonditos…

Sin embargo, en el plano gráfico pueden apreciarse también novedades muy modernas, tales como los brillos en las superficies metálicas o los destellos de los focos. También el frenesí del ambiente de los estudios cinematográficos, junto con algunas consideraciones como la importancia de los medios de comunicación, la rentabilidad de la película como criterio para producirla basado todo en la actualidad mediática, etc., nos resultan familiares, reales, contemporáneos y creíbles, y sería un buen ejercicio comparar el arranque de este capítulo con el del primero de la serie, Los Taxis Rojos, como una buena forma de establecer paralelismo (una vez más, el viejo tema de que hay que subirse al carro del progreso… esta vez, tratado más bien en positivo).

Personalmente, sólo habría que deplorar un detalle de este episodio, y es el final dramático del robot en las últimas páginas. Porque el juego de la confusión entre las dos Adolphines funcionaba todavía muy bien, a pesar de lo arriesgado de explotar en exceso una misma idea, y el personaje de Lady d’Olphine se había ganado también su círculo de adeptos. ¿Es posible que no volvamos a verlo nunca más…?

Como ya dijimos con anterioridad, nunca se sabe.

 

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LA ISLA DE LA DESUNIÓN

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: “L’ÎLE DE LA DESUNION”

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚM DE CAPÍTULO: 9

AUTOR/ES: Pascal Garray (guión y dibujos), Thierry Culliford (guión), Nine (color), Studio Leonardo (color).

FIRMA: Peyo en portada. Pascal Garray, Thierry Culliford, Nine y Studio Leonardo en la página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions du Lombard, enero de 1995, cartoné, color.

OTRAS EDICIONES: Por Éditions du Lombard, “Édition en OR”, enero de 1999 (ISBN: 2-205-04810-4); por Éditions du Lombard, col. “Les Indispensables de la BD”, mayo de 2000 (ISBN: 2-80361-570-3); cartoné, color.

PÁGINAS: 44

ISBN: 2-80361-570-3. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: Serge Vladlavodka.

MALVADOS: Almirante Angelo Cotaloz, General Octavo Marengo, Comandante Alfredo Petizos, Turnedos.

OTROS SECUNDARIOS DESTACABLES: Rémi, Julien, John Breakwood, Sergi Godaños, el conductor de la pala mecánica, el chófer del camión de Mondiafilm, Biquette.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: calles, casa de Vladlavodka, estación de tren. Puerto de Lacalanque, calles y bahía. En la isla de Plata Costa: calles y casas, mercado, palacio presidencial.

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: El científico Vladlavodka ha sido contratado para diseñar y construir los ingenios mecánicos de una película de acción que se va a rodar en el puerto de Lacalanque. Mientras tanto, en la isla de Plata Costa ha estallado una revolución, y los tres mandos militares se pelean por la presidencia. El Almirante Cotaloz secuestra a Vladlavodka a fin de obligarlo a perfeccionar su armamento, creyendo que las armas secretas que fabrica son reales. Benoît, que se ha enterado del hecho, se desplaza a Lacalanque en donde conoce a John Breakwood, un desastroso piloto. Con él vuela a Plata Costa a bordo de un hidroavión, pero éste cae al mar, y Benoît y Breakwood llegan a la isla por separado.

En Plata Costa, las pequeñas revoluciones se suceden una tras otra. En medio de una de ellas, Benoît conoce al frutero Sergi Godaños, el cual le ayuda a entrar en el palacio presidencial para buscar a Vladlavodka. También se les une Breakwood. Benoît se resfría, pero a pesar de todo logran huir con el científico. No obstante, serán acorralados por Godaños, que utiliza uno de los robots de Vladlavodka como arma. Vladlavodka tiene la idea de hacer llegar un mando de control remoto del robot a cada uno de los contendientes, con lo que, litigando entre los tres, destruyen el ingenio. Godaños intenta huir, pero es detenido por Benoît, ya curado de su resfriado.

Derrocados los tres mandos, se convocan elecciones y Godaños resulta elegido presidente. Benoît, Vladlavodka y Breakwood vuelven a casa por fin. 

COMENTARIO: La primera entrega de la nueva etapa de Benoît Brisefer ha sido muy bien acogida por el público, y tiene lugar una segunda… A partir de ahora, las nuevas aventuras de Benoît se sucederán sin pausa, con una diferencia de unos dos años entre ellas. Los comentarios de los lectores son muy positivos: al parecer, nadie ha sido defraudado por el nuevo equipo, y los incondicionales de la serie de antaño se dan por satisfechos y reclaman más episodios.

Para esta nueva aventura, se ha escogido una ambientación algo más exótica de lo habitual: el emplazamiento principal de la acción tiene lugar en un puerto ficticio de la costa mediterránea, Lacalanque, y también en una isla habitada por una población que nos recuerda ligeramente a la de México. Por otra parte, el fondo argumental de la historia, con sus pequeños dictadores que son continuamente ridiculizados, su caricatura de las revoluciones (los paisanos de Plata Costa están tan acostumbrados a vivir entre pequeñas escaramuzas y guerrillas, que ni siquiera se inmutan: cuando tiene lugar un tiroteo en pleno mercado, la actividad prosigue como si tal cosa, limitándose los vendedores a cambiar los precios de los productos que han sido agujereados por las balas), el tema de los golpes de estado militares y los gobiernos que no duran más que unas horas… nos recuerdan fuertemente a historias satíricas como “El dictador y el champiñón”, álbum éste que, por cierto, estuvo prohibido en España durante una época por entenderse que en él se ridiculizaba al gobierno de Franco y su ideario. También, y como en el mencionado álbum de Franquin, se hace aquí una caricatura del carácter latino visto desde el norte de Europa: abúlico (el pueblo se desentiende por completo de lo que ocurre en el mundo de la política, para dedicarse, según ellos, a “cosas serias”), poco despierto (el gag del avión montado a piezas y que nunca despegó porque no tenía pista suficiente dentro de la isla. Entonces, cuando Vladlavodka propone ponerle unos patines y convertirlo en hidroavión, Godaños exclama: “¡Qué genio!”) y, por supuesto, muy colorista… ponchos, trenzas, mantas multicolores y sombreros “de rueda de carro” se prodigan por doquier.

Por otra parte, tenemos en Plata Costa una jerga inventada, con palabras que quieren sugerir un idioma parecido al español, pero que no existen en realidad: “alarmo” por “alarma”, “capiteino” por “capitán”, “halto” por “alto”, “petito” por “pequeño”, etc. Y es que, según el punto de vista del francoparlante medio, hablar español equivale a añadir una “o” al final de cada palabra, más o menos. Por otra parte, sorprende también la inclusión de ciertos términos alemanes, o que evocan al alemán, en medio de esta jerga, pero tal cosa puede formar parte de otra asociación de ideas: el Almirante Cotaloz, pequeñito y cabezón, ¿no se asemeja un poco, físicamente, a Hitler, con su bigotito al uso y su desmesurado sombrero militar? Y, psicológicamente, se asemeja más aún, pues la egolatría y el ansia de conquistar el poder a toda costa son sus rasgos principales. Aunque puede que esta caricatura comparta varios modelos distintos, todos ellos de dictadores fascistas de la historia contemporánea bien conocidos en el mundo.

En todo caso, la historia termina bien, con el triunfo de la democracia en Plata Costa (como comenta el locutor de televisión, un hecho insólito en esos lares, la convocatoria de elecciones). Como puede verse, el mensaje de fondo en esta historieta es moralizante, muy actual y significativo para el público de su época (tal vez fue por eso que se realizaron tantas ediciones especiales) y, por supuesto, divertido.

Aunque hay algunas secuencias que se hacen un poco largas, como la llegada de Benoît al puerto de Lacalanque y su prolongada conversación con Rèmi y Julien: ambos personajes tienen un grafismo ligeramente monótono, no se varía apenas el punto de vista del espectador, los personajes no gesticulan, se producen redundancias innecesarias (Benoît entrega el periódico a su dueño mientras dice: “Le devuelvo su periódico”, por ejemplo)… No cabe duda de que Peyo y Walthéry habrían tratado esta secuencia de modo muy distinto, por lo menos habrían incluido gags visuales, cambios de punto de vista dinámicos o detalles en los fondos que la hicieran algo más llevadera. Además, el modo en que se producen las explicaciones es confuso y poco eficaz.

Sin embargo, esta historia tiene muchos más méritos que defectos, para ser justos. Destacaríamos la hermosa viñeta de apertura del relato, con un diseño mucho más abigarrado y detallista que en el anterior (aunque el gag visual de la mala conductora con el parachoques abollado es ligeramente machista, y parece proceder más bien de épocas anteriores), las bellas panorámicas de Lacalanque (casi una página para ofrecer una visión de la bahía, desde el tren en donde viaja Benoît), el perfeccionismo del dibujo y las perspectivas en la secuencia del camión de Mondiafilm y la pala mecánica al principio del relato, la sarta de gags visuales en la estación de Vivejoie-la-Grande (el cartero que va perdiendo cartas a su paso, los exploradores, etc). En esta escena, valdrá la pena reparar en los rótulos anunciadores de la estación, sobre todo en el panel de “Salidas”: aparecen muchos nombres evocadores en la serie, nombres de lugares que ya aparecían en títulos anteriores: Monte San Sone, Mangetout, Saint Eleuthére… Esto, junto con la recurrencia de la empresa Mondiafilm, contribuye a crear sensación de realidad, de continuidad en el tiempo. Por cierto, hay que anotar que parece haberse producido un pequeño lapsus, ya que el nombre de la firma cinematográfica en el relato anterior era “Mondia-Film”.

Hay parodias de algunos elementos que existen realmente, lugares, marcas (“Beba Saint Zano”)… pero en esta historia se pretende crear un universo inventado, ficticio, aunque con ecos de la realidad, ambientes evocadores, personajes y situaciones que sugieren a otros… Por ejemplo, el puerto de Lacalanque y su curiosa forma de hablar, un acento muy particular que da origen a algún que otro gag por sí mismo, como el de Benoît en la tienda de comestibles: sólo tendrá gracia si lo leemos en versión original y, como se indica en el mismo libro, en voz alta, ya que el francés escrito no se parece al francés hablado, por lo que sólo entenderemos el sentido de algunas palabras al pronunciarlas (una vez más, el humor basado en los juegos de palabras se hace patente en la serie, ahí tenemos al policía que no acierta a pronunciar “Vladlavodka”). Por lo demás, el puerto de Lacalanque podría ser cualquier tranquilo destino de vacaciones de la costa mediterránea, francesa o española, con sus casitas blancas y sus palmeras.

En este episodio, vuelven a multiplicarse los cameos publicitarios de personajes de otras series de Peyo. Sin ir más lejos, el presidente de Plata Costa fallece por un ataque de risa a consecuencia de haber leído “El pitufador de joyas”, dibujado este libro en su regazo con tal detallismo que incluso se distingue el dibujo publicitario de Johan y Pirlouit en la contraportada. El mismo Johan volverá a aparecer, esta vez fotografiado en el periódico que lee Benoît en el puerto de Lacalanque, con el titular “¡¡Johan regresa!!”. Los Pitufos figuran en un póster que, en la estación de Vivejoie-la-Grande, promociona nada menos que una excursión a su país, y en la misma estación puede verse, en el panel que anuncia las salidas de los trenes, el nombre evocador de “Blanc-Cailloux” (la morada de Homnibus) junto, precisamente, al letrero de “Ómnibus”, un juego de palabras entre el nombre del mago y el medio de transporte. También veremos un pitufo, esta vez real, en las escenas finales de la aventura, aclamando al nuevo presidente y tocado con un sombrero mejicano en lugar del tradicional bonete blanco (¿estaremos asistiendo al nacimiento del Pitufo Platacostacense?). Pero el cameo por excelencia lo protagoniza la cabra Biquette, que prodiga cariñosos lametones a Benoît durante su visita al mercado… Y, si nos fijamos un poco, en la panorámica general de éste se encuentra nada menos que el vendedor de instrumentos musicales de La flauta de los seis pitufos, voceando su mercancía de laúdes, tamboriles, flautas y zanfonías, y curiosamente vestido aún a la usanza medieval… Un cameo un poco osado, éste, que se aprovecha del ambiente abigarrado del pueblo isleño, con su curiosa mezcla de estilos en el vestir: tan pronto nos parece estar en España, como en México, como en la mismísima Palombia. Y un último cameo, éste perteneciente a la serie “Tintin”, es la presencia del Capitán Haddock en el puerto de Lacalanque… El mismo Breakwood se da un aire con Kid Ordinn (Tibet), tanto en su físico como en su catastrófico comportamiento.

 

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LA RUTA DEL SUR

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: “LA ROUTE DU SUD”

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE ORDEN: 10

AUTOR/ES: Pascal Garray (dibujos y guión), Thierry Culliford (guión), Nine (color).

FIRMA: Peyo en la portada. Pascal Garray, Thierry Culliford y Nine, en la página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions du Lombard, en 1997. Cartoné, color.

OTRAS EDICIONES: Por Panini-Comics en la colección Le Monde de la BD, núm. 22, marzo de 2004.

PÁGINAS: 44

ISBN: 2-80361-242-9. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: Señor Dussiflard, Victor Martin.

MALVADOS: Jo di Banchio y sus ayudantes: Stanislas, su compañero y los guardas de seguridad.

SECUNDARIOS DESTACABLES: Vince Ferraro, Isabella Borgward, el director de la competición, Richard Taylor y su mayordomo.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: casa de Benoît, taller de Victor. En Monte San Sone: Hotel Casino. A lo largo de la Ruta del Sur: pueblecitos de Florentina en España, Versan-sur-Adret en el Pirineo Francés, y otras localizaciones rurales: caminos, carreteras, pasos de montaña…

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Victor Martin, el joven mecánico del taxi de Dussiflard, va a participar en el rally llamado La Ruta del Sur, y Dussiflard y Benoît lo acompañan a bordo del viejo taxi, como asistentes en carretera. En la competición se encuentra también Vince Ferraro, un campeón del automovilismo a quien Victor admira. El rally comienza, y pronto comienzan también los problemas: dos de los competidores juegan sucio, Victor comete una imprudencia al tratar de adelantar a Ferraro en una curva, Ferraro pierde el control de su coche en un puerto de montaña y casi cae por un barranco… Benoît resulta una ayuda crucial, aunque nadie cree sus explicaciones, como de costumbre.

Cuando llega el momento de atravesar el principado de Monte San Sone, se anuncia que ha habido un gran robo en la ciudad, y que el botín aún no ha sido encontrado. Esa noche, los competidores asisten a una fiesta en el Hotel Casino; Benoît descubre que el botín se halla en el garaje, y que los guardas del mismo están a punto de introducirlo en el interior del coche de los dos pilotos tramposos. Al intentar detenerlos, se resfría y pierde su fuerza. Victor, Dussiflard y Ferraro lo han presenciado todo, pero los bandidos tienen a Benoît como rehén y les obligan a guardar silencio y proseguir la carrera como si nada.

Al día siguiente, Victor oye estornudar a Benoît en el coche de los bandidos y corre a rescatarlo. Ferraro le sigue. Los bandidos hunden el coche de Victor en el río, pero éste se salva y continúa la persecución junto a Ferraro. Benoît recupera su fuerza, pone fuera de combate a los bandidos y se recupera el botín. Victor y Ferraro pierden la carrera, pero Ferraro ofrece a Victor el puesto de primer piloto en su escudería.

COMENTARIO: En la línea de otras grandes historias sobre peripecias automovilísticas como la serie protagonizada por Michel Vaillant, o las aventuras de Janet Pointu en el París-Dakar (Wasterlain), esta historia recupera, a decir de algunos, toda la magia de los principios de la serie, combinando de nuevo la intriga detectivesca (que en los episodios anteriores había desaparecido casi por completo) con la acción y, cómo no, el humor. Eso sí, se pierde un poco el sentido de compromiso, de mensaje político, que se había adivinado en el anterior; este episodio es algo más aséptico en este sentido y encontramos en él de nuevo el acusado sentido de maniqueísmo típico en Peyo (buenos muy buenos y malos muy malos, sin matices), un cierto ambiente típico de la época clásica de Le Journal de Spirou, con un héroe juvenil arquetípico como Victor Martin, del que hablaremos más adelante. Desde el punto de vista gráfico, la perfección es casi absoluta (aunque a veces el personaje de Dussiflard nos parece algo desfigurado, con la cabeza en exceso pequeña con respecto al resto del cuerpo). Las escenas de colisiones automovilísticas son espectaculares, y las numerosas panorámicas de paisajes, poblados, montañas, etc… como de costumbre, vistosas e impecables.

La historia arranca con una panorámica de Vivejoie-la-Grande, esta vez de una de sus plazas, en donde apreciamos una novedad en la serie: la estatua de un niñito que hace de surtidor en la fuente, y que está completamente desnudo. Más adelante veremos, también por primera vez, un plano completo de la fachada de la casa de Benoît, así como la estancia del tercer piso en donde éste hace los deberes… A notar el humor absurdo del problema de matemáticas planteado: dos trenes, A y B, se encuentran en el punto C. Calcular la importancia del retraso causado por la colisión y el descarrilamiento de ambos trenes… Este tipo de enunciados los encontraremos también, sin cesar, en la serie “Zipi y Zape”. A notar que, sobre la mesa de Benoît, hay un diccionario llamado “Petit Bob”, en lugar de “Petit Robert”. En cuanto a su cartera de colegial, la misma está terriblemente desfasada: en los años noventa los niños ya no acudían al colegio con este tipo de carteras de cuero, que ni siquiera se comercializaban en la época, sino con mochilas. Un detalle más: en la estantería de Benoît vemos un muñeco representando al Pitufísimo, así como un álbum de Los Pitufos.

Sin embargo en esta historia, al contrario que en las anteriores, no se prodigan tanto las cuñas publicitarias de Los Pitufos y de Johan y Pirlouit, tal vez debido a que el lanzamiento ya había tenido lugar con éxito y que tal publicidad era innecesaria a aquellas alturas. Lo que sí vemos son un buen número de guiños alusivos (más o menos privados) en el periódico que leen los personajes durante la carrera: está el nombre del piloto nórdico, Yoha Pirruwist, evidentemente inspirado en los nombres holandeses de Johan y Pirlouit (“Johan en Pirrewiet”), y que, si nos fijamos, consta junto a un curioso crucigrama que parece consagrado en su mayor parte a estos personajes: en la columna de “definiciones”, puede leerse más o menos esto: “…duende con bonete… los dioses en… Johan y Pirlouit… no tiene más que seis agujeros… pierde su fuerza cada vez que él… Maltrochu…”. O sea, una serie de palabras sueltas asociadas a distintos álbumes.

En la columna de la izquierda, en cambio, camuflados en lo que parece ser la sección deportiva, encontramos los nombres de Nine Culliford y Liliane Franquin (las esposas de Peyo y de Franquin, respectivamente), supuestamente miembros de un equipo de pelota vasca; a Frèdèric Jannin y a su amigo, Stefan Liberski (creadores de un gran número de sketches para la radio belga) como si fuesen jugadores de petanca y, más abajo, un juego de palabras: “Bowling (“bolos”): Elton Ball…” (esto evoca fuertemente al grupo de rock “Bowling Balls”, creado por Jannin y Thierry Culliford dentro de la serie “Germain et nous”).

En este episodio, Benoît va a ser ligeramente desplazado de su puesto de protagonista absoluto por un nuevo personaje: Victor Martin, joven aspirante al título de campeón automovilístico. Es un personaje diseñado en un estilo bastante estándar en la tradición de los héroes de Dupuis, con el mismo esquema corporal, rostro, expresión, ojos, nariz… que Spirou en su época más clásica. Podría ser hermano gemelo de Khena (Gos), aunque su flequillo se parece más al de Johan. Psicológicamente, también respeta el joven Victor los cánones de los jóvenes héroes de Dupuis: es valiente, arrojado, cortés, honesto y, a pesar de todos sus sueños de gloria, capaz de renunciar a su meta para ayudar al que lo necesita. Aunque manifiesta algunas debilidades típicamente adolescentes como la inseguridad en sí mismo, las continuas dudas, la admiración extremada por su ídolo ya consagrado y un comportamiento cómicamente torpe en presencia de las damas, es decir, de la dama, Isabella Borgward, una piloto de la que Victor está enamorado.

Isabella es todo lo contrario al modelo de mujer a la que la tradición de Peyo nos tiene acostumbrados. Es moderna, intrépida y decidida, viste pantalones vaqueros y, como muy bien se encargan de remarcar dos de los personajes en la última viñeta: “¡Es la primera vez que una mujer gana la prueba!”, “¡Es normal, es la primera vez que una mujer participa en esta carrera!”. Una satisfacción histórica, que no sabemos si le hubiese gustado mucho a Peyo.

En esta historia, como decíamos, pueden hallarse varias intrigas muy bien instaladas. En primer lugar está el enigma de los asientos del coche de Stanislas, abandonados en un establo antes de la salida. En realidad no se sabe muy bien a qué bólido pertenecen estos asientos, pero el continuo dolor de espalda del piloto podría darnos una pista. Hasta la viñeta final no sabremos a qué obedecía la retirada de los asientos, hasta que el botín robado aparece en el interior de otros asientos… especialmente diseñados para ocultarlos. Igualmente, en la secuencia de la subida de los coches hasta Versan-sur-Adret, se fragua otro gran enigma. Parece ser que el coche de Ferraro ha sido saboteado, y efectivamente, a la mañana siguiente todos los otros coches aparecen saboteados también. Pero luego nos enteraremos de que ha sido Ferraro el creador del espejismo: el piloto, avergonzado por haber perdido el control a causa del pánico, estropea él mismo su propio auto para justificar así su mala marca del día, y los pilotos tramposos se inspiran en este hecho para sabotear de verdad todos los otros coches. Por otra parte, hasta el final no sabremos que estos pilotos son, en realidad, falsos, que forman parte de otra intriga mucho mayor, perfectamente organizada… y que no tiene nada que ver con la carrera. Se trata de un juego de misterios, uno dentro de otro, como si de muñecas rusas se tratase, y que realmente logra sorprender al lector.

Pero esto no será sino hasta la segunda parte de la historia, pues la primera consiste simplemente en un relato lineal de cómo se desarrolla la carrera, y que nos recuerda ligeramente al esquema de la serie de dibujos animados producidos por Hanna-Barbera, “Wacky Races” (“Autos Locos” en su versión española). Algunos de los pilotos de la carrera y sus estrafalarios coches (como la antigualla de Richard Taylor), parecen sacados directamente de esta serie. La primera parte de La Ruta del Sur se arriesga tal vez a resultar un poco monótona, sobre todo para aquellos a los que no les atraiga mucho el mundo del motor, pero la presencia de Benoît y la proliferación de gags visuales (el cocinero al que se le está quemando la comida, el anciano que se duerme…) ayudan a mantener un poco el ritmo. También hay algunos chistes puntuales, como la confusión entre un “plan” y un “plano” (de la región).

Hay que destacar que la carrera se inicia en España, en un pueblo llamado Florentina, lleno de palmeras, geranios, labriegos que duermen la “siesta” y algún sombrero cordobés. Los rótulos de los letreros (“Una cerveza Calatayud… Salud!”), y algunas de las expresiones de los lugareños (“Vamos ya, hombre!”) están en español, aunque el rotulista olvida por completo (o acaso ignora) que, en español, los signos de admiración se escriben también al principio de la frase. Por otra parte, y como suele suceder a menudo cuando se trata de representar a España desde un punto de vista extranjero, se confunden las costumbres y el habla españoles con el mejicano: en un cartel se lee “Ay, que viva la Sangría de Zarden” como reclamo.

 

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EL SECRETO DE EGLANTINE

FICHA TÉCNICA:

TITULO ORIGINAL:”LE SECRET D’ÉGLANTINE”.

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE ORDEN: 11

AUTOR/ES: Pascal Garray (guión y dibujos), Thierry Culliford (guión), Nine (color).

FIRMA: Peyo, en la portada. Pascal Garray, Thierry Culliford y Nine en la página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions du Lombard en junio de 1999, cartoné, color.

OTRAS EDICIONES: No.

PÁGINAS: 44

ISBN: 2-80361-386-7. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: Églantine Pépin, Alexandre Legrand.

MALVADOS: No.

OTROS SECUNDARIOS DESTACABLES: Madame Adolphine, Hyacinthe Pépin, señora Pépin, el monitor Jean-Louis, el director de las colonias señor Sterne, Olivier y el resto de los niños, Boule y Bill.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: parada del autobús, estación de tren. En Bourg-Lilas: casa del señor Pépin y jardines “Aux Jardins du Paradis”, establos, caminos y parte del pueblo. En Lamachouard: estación, tranvía hasta Port-Sellet, casa de las colonias (“Colonies des Goélands”), playa, feria.

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Benoît quiere regalarle unas semillas de hortensia a Madame Adolphine, y viaja al pueblecito de Bourg-Lilas para comprarlas. Allí conoce a la pequeña Églantine, la hija del horticultor, que guarda celosamente un secreto: es tan fuerte como Benoît. Puesto que Églantine adquirió su fuerza a causa de una desobediencia, jugando con las mezclas del laboratorio de su padre, pide a Benoît que no le cuente nada a nadie.

Un tiempo después, Benoît se va a pasar sus vacaciones a las colonias en compañía de sus amigos, entre los cuales está el gordito Alexandre. Para su sorpresa, encuentra alli también a Églantine. Ésta usa su fuerza de forma abusiva contra Alexandre, a causa de lo cual él es castigado sin motivo.

El director de las colonias ha confiado al monitor Jean-Louis un sobre con dinero para pagar los helados de los niños, pero Jean-Louis lo pierde y Alexandre lo encuentra. Su primer impulso es ir a devolverlo, pero como está muy ofendido decide guardarlo para hacerse el héroe. Luego se olvida de él.

El monitor se lleva a los niños a la playa, pero deben regresar a causa de la pérdida del sobre. Alexandre, pensando que se han ido a la feria sin él, se escapa. En la feria se gasta gran parte del dinero, y luego se queda encerrado en el cine hasta el día siguiente.

Jean-Louis descubre su ausencia y va a buscarlo con Églantine, Benoît y otros niños. Alexandre huye y tiene lugar una persecución en coches a pedales, en el transcurso de la cual entran en un mercado de flores. Églantine pierde el conocimiento al caerle encima un cajón de rosas, a las que es alérgica. Benoît y ella caen al mar, y los dos se hunden. Alexandre los salva valerosamente, Églantine y él se reconcilian y todo termina bien.

COMENTARIO: Éste es un álbum bastante poco al uso en la serie Benoît Brisefer, un álbum que parece sacado más bien de otras series, en la línea de los típicos relatos de travesuras infantiles (“Cedric”, “Le Petit Spirou”…) o historias de campamentos de verano. Leyéndolo, nos vienen ligeros ecos de las aventuras de Petit Nicolas (Sempé-Goscinny), colección de pequeños relatos ilustrados en donde pueden hallarse personajes bastante parecidos a éstos que se presentan aquí: el director del campamento, torvo y autoritario; el joven monitor torpe y desmañado, etc.

Para empezar, se echan de menos las fabulosas peripecias en escenarios lejanos y exóticos, en las cuales se basaba casi todo el humor de la serie (el enfrentar a un niñito provinciano a los más terribles enemigos internacionales, con planes ambiciosos y a gran escala). Aquí, para empezar, ni siquiera hay un enemigo, un “malvado”. Tal vez habría que considerar como enemigo principal a la misma Églantine, en todo caso…

En aventuras anteriores, Benoît se las ha tenido que ver con problemas y hechos muy dramáticos, y en ésta el dramatismo se reduce a situaciones de lo más cotidianas: un niño castigado injustamente (el castigo consiste en confinarlo en su dormitorio), un atracón nocturno de golosinas, una niña que cuenta mentiras para hacer recaer la culpa de sus fechorías en los demás, una huida disimulada con unos cuantos cojines bajo las mantas… Como experimento resulta vistoso, pero los resultados decepcionan al público, y así se hace notar en determinados foros: hay quien se teme, a la vista del resultado de este relato, que la serie va a decaer si sigue en la misma línea. A este álbum se le califica como “extraño” y hasta “decepcionante”, después de la remontada que supuso el episodio precedente. La línea narrativa es muy banal, sin interés alguno, la lectura se hace monótona, y el encanto inicial que produce el ambiente infantil de las colonias pronto se hace pesado. Se abunda demasiado en chistes pueriles, juegos de palabras… Los personajes repiten hasta el infinito las mismas conductas y actuaciones: las pullas de Églantine, las reconvenciones de Benoît, las quejas de Alexandre… Hay algunos juegos de palabras (“Alexandre le Gros” por “Alexandre Legrand”, esto es, “Alejandro el Gordo” por “Alejandro Elgrande), pero no son demasiado afortunados.

Y eso que la idea de partida es excelente, la de proponer al lector un alter ego femenino de Benoît. El mismo niño parece sumamente excitado con la idea de no ser el único en el mundo que posee una fuerza semejante, y se empeña a toda costa en hacerse amigo de Églantine. ¡Por fin alguien con quien compartir su soledad, la sensación de sentirse diferente! De igual manera, vemos su interés en desentrañar el origen de la fuerza de Églantine, y aquí los autores juegan muy astutamente con la ambigüedad de las intenciones, gestos y palabras. Benoît hace a Églantine una pregunta crucial: “¿Y qué te ocurre cuando te resfrías?”, pregunta que sorprende a la niña (“¡Qué preguntas más raras haces!”). Pero Églantine también tiene su punto débil, que es la alergia a las rosas: las mismas la debilitan y le hacen perder el conocimiento. Y cuando Églantine hace a Benoît la pregunta clave, si él también ha adquirido su fuerza bebiendo alguna fórmula química, él contesta: “Eh… No, yo…”, y en ese momento, claro, la conversación es interrumpida por la llegada del padre de Églantine. Así que el misterio sigue siendo un misterio, y ni siquiera sabemos si el propio Benoît conoce el origen de su fuerza o no, muy posiblemente esté tan interesado en Églantine porque la niña podría aportarle algún dato sobre el mismo.

De todas formas, esta idea genial de partida queda bien pronto desaprovechada, ya que el potencial del personaje de Églantine se diluye en una serie de pequeñas peripecias y chistes muy caseros. Benoît y Églantine no tienen nada en común aparte de la prodigiosa fuerza, ya que el primero es educado, gentil y honesto, y la segunda es taimada, embustera, tramposa, retorcida y hasta cruel. Hacia el final, claro, la cosa cambia, y Églantine hace las paces con Alexandre, pidiéndole perdón. Parece haber aprendido su lección… en un modelo de historia moralista de esquemas fijos y desenlace bien previsible (niño sufre injusticia, niño se escapa, niño pretende vengarse, niño salva a alguien heroicamente, redención final).

El final de la historia, por cierto demasiado abrupto, resulta bastante ambiguo: Églantine y Benoît, por fin reconciliados, se pasean por el campo de juegos. Los dos han perdido su fuerza, ella debido al prolongado contacto con las rosas (“Una dosis demasiado fuerte, creo que esta vez será para siempre”), y él por el resfriado producto de haberse caído al mar. Benoît dice: “Por lo menos, podremos jugar con los otros niños sin tener que estar teniendo cuidado todo el tiempo”, y en ese momento otro chiquillo les pide que lo columpien. Empujan el columpio a la vez, Benoît y Églantine… ¡Y el niño sale despedido por los aires! Y fin, ahí se acaba el capítulo. El desenlace es, pues, abierto, ya que no sabemos cuál de los dos (o acaso los dos) es el que ha recuperado su fuerza… ¿Volveremos a ver a Églantine en el futuro, recuperadas sus facultades, como digna compañera de Benoît? Si así ocurre, por lo menos esperemos que el escenario de sus aventuras sea un poco más ameno.

Por otra parte, aquí el pobre Benoît queda un poco relegado en la historia, casi podría decirse que el interés de la acción recae sobre la relación de hostilidad de Églantine y Alexandre. Incluso es el gordito quien desempeña el papel heroico, salvando a Églantine y a Benoît de morir ahogados… Es en él en quien el guionista se centra más, mostrando su intimidad y sus sentimientos: la frustración que le produce el tener que seguir la dieta, la rabia por el trato injusto…

Otros personajes destacados son el monitor Jean-Louis, torpe y acomplejado (en cierto modo, nos recuerda a aquel Señor Switch de “QRN en Bretzelburg”, tanto desde el punto de vista gráfico como psicológico), sin duda una caricatura muy del gusto de los lectores más jóvenes y que estén acostumbrados a irse de colonias, ya que la figura del monitor (a medio camino entre el poder total de los adultos que dirigen el campamento y los niños a los que el monitor debe imponerse) resulta a menudo blanco habitual de burlas y caricaturas. Jean-Louis gobierna a los niños, pero puede adivinarse (éstos lo adivinan) una falta real de autoridad, ya que tiene un miedo cerval a las riñas del director, mete la pata continuamente e intenta ocultarlo, etc. En cuanto al director del campamento, el severo señor Sterne (“Stern”, en inglés, significa “Duro” o “Severo”, en cambio en francés es el nombre que se le da a un tipo de ave marina), con su sempiterno traje negro, su barbita y su acusado mentón… ¿no nos recuerda un poco a Ange Retors?

El único personaje infantil a destacar, aparte de los tres ya comentados, es el pequeño Olivier, menudo y empollón, con sus enormes gafas, su libro siempre bajo el brazo y su sarta de comentarios eruditos (“¡Interesante reflejo de Pavlov!”, “¡Alejandro el Grande no era romano, era macedonio!”, etc.). Los demás no son sino simples figurantes. Llama la atención el moderno peinado de uno de los amigos de Benoît, el más alto, con la mitad de la cabellera teñida de rubio. Por lo demás, agobia un poco el ver a Benoît en colonias, junto a tanto niño en camiseta y sandalias, vestido siempre con su chaqueta roja, bufanda, calcetines y zapatos… El dibujo del niñito desnudo en el cuarto de baño o el detalle de las bragas de Églantine también son novedades gráficas, que en épocas anteriores se obviaban por cuestiones de moral y buen gusto. Al igual que se hubiese obviado, o censurado, el dibujo de los dos adolescentes besándose apasionadamente en las butacas de atrás del cine…

En cuanto a los cameos de personajes de otras series, en este álbum encontramos sólo dos detalles: durante la visita de Alexandre a la feria, vemos a Boule y a Bill, personajes de Roba: el niño se entretiene contemplando una barraca de tiro al blanco, y el perrito olfatea muy complacido un cartucho de golosinas en el suelo. También veremos un pitufo diminuto en el vaso de cristal de Benoît durante su comida en casa de los Pépin.

Y, ya para finalizar, comentar positivamente el grafismo del álbum, siempre fiel a la línea de Peyo, con sus diseños redondeados y precisos, detalle que se puede apreciar, sobre todo, en el diseño de la cabeza de Alexandre, dibujada con suma limpieza y exactitud en todas las viñetas.

 

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CHOCOLATINAS Y TRAMPAS

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: “CHOCOLATS ET COUPS FOURRÉS”

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE CAPÍTULO: 12

AUTOR/ES: Pascal Garray (dibujos), Thierry Culliford (guión), José Grandmont (color).

FIRMA: Peyo en la portada. Pascal Garray y Thierry Culliford en la página de título.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions du Lombard en agosto de 2002.

OTRAS EDICIONES: No.

NÚMERO DE PÁGINAS: 44.

ISBN: 2-80361-760-9. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: José Pelin y Willy Erlenmeyer.

MALVADOS: Victor (Vittorio Di Napoli), Stollwerck, Eugène, Leonardo.

OTROS SECUNDARIOS DESTACABLES: Sébastien Pelin, Horace Goullu, Señora Serpierre, Père Jules, el posadero Marcel.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: mercado de la plaza Sainte-Pendule, tienda de golosinas, casa de Père Jules, carretera, un prado. Chocolaterías Mondargent. En Mangetout: casa del señor Goullu, albergue “Les Trois Canards”. Un cobertizo. Otras carreteras, campos, pueblos…

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Benoît encuentra un globo aerostático y a su dueño, el señor Pelin, en un prado de las afueras de su ciudad. En ese momento aparece a todo correr un joven con una nevera portátil, a quien unos bandidos persiguen a tiros, y salta al globo, haciéndolo elevarse con Benoît y Pelin a bordo. Mientras tanto, los bandidos persiguen el globo, apoderándose para ello de la camioneta del señor Pelin.

El joven de la nevera les cuenta que es Willy Erlenmeyer, sobrino del señor Goullu, el dueño de las chocolaterías Mondargent, y que en la nevera lleva la prueba de que en la fábrica de su tío se está traficando con droga, puesto que en el interior de unas figuras de chocolate ha encontrado unos sobres con esta sustancia. Quiere dirigirse a casa de su tío, para lo cual utiliza el globo. Durante mucho tiempo, los tres pasajeros se desplazan por los aires, superando un número de inconvenientes (el hambre, los agujeros causados por las balas en la lona del globo, el quedarse encallados en la veleta de una iglesia…) con la ayuda de Benoît. Por fin, el globo aterriza. Pelin se queda con él hasta la llegada de su hijo, y Benoît y Erlenmeyer siguen su camino a pie.

Por la noche, los dos se refugian de la fuerte lluvia en un cobertizo. Benoît está muy resfriado, pero Erlenmeyer encuentra una moto con sidecar y llegan en ella a casa de su tío. Se reúnen con éste en el albergue y pasan allí la noche.

Al día siguiente, los tres llegan a la chocolatería y se encuentran con los perseguidores de Erlenmeyer. Han sido avisados por Victor, jefe de la fábrica y el creador del plan, que aprovechaba las figuras huecas de chocolate para camuflar en ellas la droga. También han llegado hasta la fábrica los dos Pelin, cautivos de Stollwerck y Eugène. Todos son encerrados, pero Benoît se da cuenta de que ya no tiene catarro y da buena cuenta de los bandidos. La historia acaba con la asociación entre Goullu y el señor Pelin, que publicita los chocolates Mondargent en su globo.

COMENTARIO: Bien, una idea de partida que sin duda hace muy feliz a Benoît, amante incondicional del chocolate… Él mismo lo dice: cuando le preguntan si quiere ir a la nave industrial de Mondargent a pesar del peligro, él contesta: “¿Ver en donde se fabrica el chocolate? ¡No me lo perdería por nada del mundo!”. Y es que en esta ocasión, gran parte de la acción tienen lugar en una chocolatería, y el pequeño héroe no perderá la ocasión de probar, cada vez que se le presenta la oportunidad, su golosina favorita. Se conoce que el relato se ha preparado a fondo, seguramente con visita incluida a una chocolatería de verdad, ya que la parte de él en que se presentan las máquinas de la cadena y en la que Goullu explica detalladamente el proceso de fabricación del chocolate, las temperaturas a las que debe conservarse, los distintos tipos de mezclas… evidencian una documentación muy cuidadosa.

En comparación con el episodio anterior, éste recupera felizmente el tono habitual de la serie, con sus delincuentes y sus misterios; si bien, atendiendo a algunas críticas, no puede calificársele de los mejores… Es cierto que hay una buena dosis de acción, pero a veces las pausas son demasiado prolongadas, se dan innumerables explicaciones (no siempre necesarias) y el guión carece, en determinados momentos, de credibilidad. Aun así, es de agradecer el retorno a las fuentes y el intento por volver a recuperar la pureza de la idea original de la serie, tanto en el plano argumental como en cuanto a diseño, que continúa explotando la claridad gráfica, los esquemas redondeados y la línea clara. Algunos personajes, incluso, dan la impresión de haber sido calcados de otros clásicos, como el mismo Erlenmeyer, que nos recuerda muchísimo al personaje de Fantasio…

La introducción del globo aerostático (con su buena dosis de didactismo), en cambio, no parece muy acertada desde el punto de vista de la acción. Es cierto que da lugar a panorámicas maravillosas, vistas aéreas espectaculares, paisajes bucólicos… (Se ha destacado, en algún foro, la exuberancia del color en esta historia, y hay que destacar la participación en ella de José Grandmont, que ya había formado parte del equipo de la revista infantil Schtroumpf!). Es cierto, también, que en las historietas de Benoît han aparecido ya casi todos los tipos de medios de transporte en las persecuciones, que ya se han explotado suficientemente las carreras de coches, avionetas, trenes… y que en este medio la variación supone gran parte de la sal de cada historia, pues el lector quiere descubrir cosas nuevas e inexploradas. Sin embargo, la idea de la persecución del globo vuelve complicada la línea de acción: por un lado tenemos al hiperactivo Erlenmeyer y a los dos rufianes que lo persiguen desde el suelo, pegando tiros a lo loco, destrozando coches, robando furgonetas, haciendo rehenes… Pero la acción queda suspendida, y nunca mejor dicho, por la parsimonia del vuelo en globo, que sólo los gags puntuales (la torpeza de los bandidos, los comentarios de Benoît) pueden aligerar.

El comienzo de la historia sigue las pautas de costumbre, con algunas escenas en la apacible ciudad de Vivejoie-la-Grande (esta vez, en un mercado al aire libre) y la presentación de un secundario sabroso, el viejo Père Jules (que recuerda un poco, sólo un poco, al Père Cyrille de “La horda del cuervo”). Aquí, la acción comienza bien pronto y de forma muy súbita. Un acierto del guionista es la creación de una intriga prolongada, con la aparición de Erlenmeyer en plena persecución (o sea, el relato comienza en mitad de la acción), pero eso obliga después a dar una buena serie de explicaciones. A fin de facilitar la comprensión del lector, se intercala un prolongado “flashback”, el cual se distingue del resto del relato por encontrarse sus casillas coloreadas en bicromía de azules… El recurso es ingenioso, no obstante algunas explicaciones podrían haber sido obviadas a fin de no posponer tanto tiempo el resto de la acción. Por ejemplo, todos esos textos en los que Erlenmeyer explica muy detalladamente cómo se dio cuenta de que se estaba utilizando la nueva máquina de forma irregular: entre varios sonidos característicos, él oye un tenue golpecito que indica que las figuras de chocolate están siendo rellenadas. Bien, pero no para ahí la cosa: en este punto, el personaje se siente obligado a explicar por qué su oído es tan fino, y empieza a contar historias de su pasado… cosa que a nuestro juicio es completamente innecesaria (y que, en el fragor de la persecución, parece cosa poco lógica). Podía haberse logrado un ritmo más idóneo, ahorrándose de paso varias viñetas, con sólo indicar que el técnico Erlenmeyer se da cuenta de que la máquina está funcionando indebidamente, y punto. No hacía falta tanta justificación.

En este relato, al contrario que ocurre en otros anteriores, no podemos encontrar casi ningún rastro de personajes de otras series (aunque, claro, las primeras figuras de chocolate que saldrán de la famosa máquina de moldes huecos serán los Pitufos), ni tampoco veremos personajes con rasgos caricaturescos y obviamente basados en personas reales. Sí podemos detectar algunas señales de la modernización de la serie: cuando uno de los personajes se dispone a encender un cigarrillo, el comentario es: “¡Bueno, voy a entretener mi cáncer de pulmón!”. En épocas anteriores, ya lo habíamos comentado, el fumar no era considerado malo ni peligroso, y los personajes de distintas series se entregaban a este pasatiempo con inocencia. Aquí, el hecho de que el personaje salga a fumar un cigarrillo era necesario desde el punto de vista del guión, se trataba de dejar solo al otro personaje de la escena. Sin duda había que justificar, de cara al público, la excusa del cigarrillo, introduciendo al mismo tiempo un elemento didáctico (“fumar es malo para la salud”)...

Igualmente, veremos el símbolo del euro que emanan con cierta ostentación los billetes de banco: en la fecha en que se crea este álbum, 2001-2002, recordémoslo, gran parte de Europa estaba en plena campaña del euro (1996-2002). Había que decir adiós, de forma bien evidente, a los antiguos francos… también desde el cómic.

El hecho delictivo en sí que da origen al relato, el de unos laboratorios en donde se procesa un tipo de droga (opiáceos) para su posterior distribución, no puede ser más actual. En relatos más antiguos de otros autores, hemos visto como el tema del tráfico y consumo de drogas se trataba de forma menos directa, sin tantas explicaciones, incluso empleando eufemismos (“popaína”, según Tillieux) para referirse a los estupefacientes, debido a una cierta censura y la creencia de que los niños no deben saber demasiado de estas cosas, que no se deben mencionar directamente en su presencia. Pero en este álbum se trata todo ello con naturalidad, como cosa cotidiana y bien sabida, señal del ritmo vertiginoso al que avanzan los tiempos así como del alcance de la sociedad de la información.

En este relato no encontraremos a otros secundarios habituales de la serie, como Dussiflard, aunque sí que hay algunos gags que remiten al lector asiduo a otras historias: cuando Erlenmeyer y Benoît llegan a un cruce de caminos, y el primero le pregunta al segundo “¿Derecha, o izquierda?”, esto evoca a otros gags similares en la serie Johan y Pirlouit (“La fuente de los dioses”, “La guerra de las Siete Fuentes”), con idéntico desenlace: cada uno escoge una dirección diferente, toman la equivocada y luego deben rectificar. Pero si hay un gag que parece calcado de otro de la serie medieval de Peyo, es el de la llegada de los empapados Erlenmeyer y Benoît al albergue, cuando Benoît, desnudo y envuelto en una manta (como Pirlouit al principio de “El juramento de los vikingos”) se bebe un cordial de un solo trago, para a continuación arrojar llamas de fuego por la boca. No sólo la idea es la misma, sino también la secuenciación de la acción y hasta el esquema gráfico…

Hay una novedad que llama la atención, y es la disposición de los textos explicativos con respecto a la acción que explican, en la página 17: una sola tira de textos en la parte superior, que encabeza cuatro pequeñas viñetas separadas. La idea es interesante, pues da continuidad a la secuencia, a pesar de que el dibujo sugiere momentos distintos…

Igualmente, podemos encontrar algunos ingeniosos juegos de palabras, como el mismo nombre del dueño de la chocolatería, Goullu (“goulu”, en francés, significa “goloso”) o el del propietario del globo aerostático, José Pelin (que evoca a “Zeppelín”). En lo que respecta a este personaje, que parecía que iba a tener un mayor peso en la historia, su papel no es demasiado relevante, como tampoco lo es el de su hijo (el nombre de Sébastien, a quien su padre llama “Séb”, parece otro intento de juego de palabras: Séb Pelin…). Pero la idea del globo sí permanece como elemento que encadena el principio de la historia con el final, creando un bucle: con el globo comienza el periplo de Benoît, y con él termina (incluso vemos que el punto de la “i” de la palabra “fin” es la silueta de un pequeño globo aerostático). Igualmente, el retorno de Benoît al mercado actúa como elemento reconductor del hilo argumental…

Otros juegos de palabras se encuentran casi en el desenlace del episodio, cuando Benoît hace girar vertiginosamente a uno de los malvados diciendo “¡Silencio, se rueda!” (el verbo en francés es tourner, “girar”. O en el comentario “¡Uno coge un extintor y todo se enciende!” (en francés, “apagar” y “extinguir” se dicen de la misma forma, éteindre, por lo tanto la frase sonaría a algo así como “uno coge un apagador y todo se enciende”). Aquí, el chiste nace de que, en el momento en que se coge el extintor, alguien ha encendido las luces de la fábrica… El misterio central del argumento, el de la identidad del cerebro de toda la operación de tráfico de droga, también está arropado por una suerte de juego de palabras: las empresas lácteas “Vidina”, que son las que han encargado el pedido de vacas de chocolate, no son sino una tapadera, y las iniciales de Vittorio di Napoli (el falso “Victor”, jefe técnico de Mondargent) dan su nombre a la falsa empresa. El misterio está bien montado, con todos los elementos necesarios en una novela detectivesca: hay pistas diseminadas durante todo el relato y al final, sólo al final, las mismas se colocan en su lugar correspondiente como las piezas en un puzzle (por ejemplo, el papel del kiosco de patatas fritas en todo el proceso de tráfico de drogas).

En definitiva, este es un episodio que calificaríamos de nivel medio, no tan deplorable como el que le antecede pero tampoco tan exitoso como otros: en la reseña aparecida en CoinBD (con fecha de veintisiete de agosto de 2002) puede leerse: “El tomo 10 de la serie (…) presagiaba un come back vivificante del niñito de la bufanda eterna, pero los señores Garray y Culliford parecen haberse dormido un poco en los laureles desde entonces. Crucemos los dedos para que el próximo tomo no degenere en un irremontable descenso a las mazmorras para la serie”.

 

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JOHN-JOHN

FICHA TÉCNICA:

TÍTULO ORIGINAL: “JOHN-JOHN”.

SERIE: “BENOÎT BRISEFER”. NÚMERO DE ORDEN: 13

AUTOR/ES: Jannin (guión), Thierry Culliford (guión), Garray (dibujos), Nine (color), José Grandmont (color).

FIRMA: En la portada: Peyo. En página de título: Frèdèric Jannin, Thierry Culliford, Pascal Garray, Nine Culliford y José Grandmont.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Por Éditions du Lombard, en noviembre de 2004. Libro cartoné. Color.

OTRAS EDICIONES: No.

PÁGINAS: 44

ISBN: 2-80361-994-6. PAÍS: Bruselas, Bélgica.

CONTENIDO:

PROTAGONISTA: Benoît Brisefer.

PROTAGONISTAS SECUNDARIOS: John-John, el Tío Placide, Jack Brown.

MALVADOS: El señor Schwartz, los hermanos Marcel y Roger Lebrun.

SECUNDARIOS DESTACABLES: El viejo Henri, Michel Huitante, Clara Bianchi, Luigi, el monitor Cyril.

LOCALIZACIONES: En Vivejoie-la-Grande: escuela Jules-Petit. En Fingerspitze: chalet “Les Pins d’Or”, pistas de esquí. Escenarios del rodaje de la película, hotel, restaurante. Pueblo de Daumennangel-l’Ancien, con su presa. Cabaña de los Lebrun. Estación del funicular. Paisajes de montaña.

SINOPSIS DEL ARGUMENTO: Benoît se va de vacaciones con su tío Placide a la estación de esquí de Fingerspitze, en donde éste debe custodiar a John-John, el hijo del famoso actor Jack Brown, protegiéndolo de los paparazzi. Allí Benoît conoce al viejo Henri, propietario de la pequeña villa de Daumennangel-l’Ancien; éste duda entre si vender sus terrenos al promotor inmobiliario Schwartz, que quiere urbanizarlos, o bien cedérselos al alcalde Michel Huitante a fin de construir en ellos un albergue infantil.

Benoît y John-John se hacen amigos, pero durante un vuelo en helicóptero éste colisiona contra los cables del funicular. Benoît y John-John, después de poner a salvo a Placide y al piloto, que están desmayados, se dirigen hacia el pueblo para pedir ayuda. Llegan a la cabaña de los contrabandistas Lebrun, quienes planean volar la presa de Daumennangel-l’Ancien por encargo de Schwartz para anegar el pueblo. Al darse cuenta de que John-John es el hijo de Jack Brown, cambian de plan y deciden secuestrarlo para pedir un rescate. Benoît está resfriado, por lo que los niños no se pueden defender y son encerrados junto con Schwartz.

Cuando se encuentran fuera de la casa, un estornudo de Benoît provoca una avalancha y la nieve del tejado cae sobre los bandidos. Benoît y John-John corren a evitar que explote la bomba de relojería colocada en la presa, cosa que logran en el último momento. Placide y Jack Brown acuden a rescatar a los niños.

Finalmente, gracias a Benoît, el viejo Henri se decide y cede sus terrenos para el albergue infantil.

COMENTARIO: En esta (por el momento) última entrega de Benoît, concurren dos guionistas ilustres: Thierry Culliford, el hijo mayor de Peyo, y su viejo amigo y colega Frèdèric Jannin, con quien Culliford ya había trabajado en series como “Germain et nous”. Tal vez sea por eso que, como se ha apuntado en algún foro, este episodio pone en primer plano el tema de la amistad fiel, en este caso entre los dos niños protagonistas. Un feliz reencuentro profesional, que como vemos ha dado sus frutos…

En efecto, en este episodio no encontramos rastro de la acritud que a veces los personajes infantiles que aparecen en la serie parecen demostrar hacia Benoît. A pesar de su diferencia de clase (John-John es hijo de una celebridad, y Benoît, a fin de cuentas, no deja de ser el sobrino de uno de sus empleados), John-John se muestra afable con Benoît desde el mismo instante en que se conocen, compartiendo con él sus carísimos juguetes electrónicos y sus confidencias. Benoît, por su parte, se convierte en el inseparable amigo de John-John, aun cuando, para su coleto, le tiene un poco de lástima… Es interesante constatar el protagonismo que en este episodio se le da a la relación de John-John con su padre, sobre todo en la secuencia del almuerzo en el restaurante: el diseño de Jack Brown, por su parte, se asemeja sospechosamente al de Thierry de Plennevaux (“El sortilegio de Maltrochu”), personaje que, ya se comentó, parecía inspirado en el mismo Thierry Culliford. Igualmente, resulta muy significativo que el nombre de John-John sea el mismo que el del hijo de Thierry Culliford, precisamente aquel nieto (John) al que Peyo quiso dedicar las últimas historias de Los Pitufos… Y, por supuesto que se tratará de una casualidad, pero este episodio de Benoît es el número trece de su serie, al igual que “El sortilegio de Maltrochu” lo era de la suya. ¿Casualidad…? Lo cierto es que resulta un guiño bastante entrañable, el ver a dos personajes así de parecidos (Thierry de Plennevaux y Jack Brown) aparecer y desaparecer con tanta sincronía.

Otro rasgo que hay que destacar en el comentario de este álbum es el de la rabiosa actualización de los personajes y situaciones. En él se trenzan varios argumentos que han sido tratados con asiduidad en diferentes historias, series y películas de nuestros tiempos… Así, está el tema de la venta de los terrenos, con el esquema habitual en estas tramas (el especulador ambicioso y que emplea medios deshonestos, el tema del impacto medioambiental que supondría la construcción de los modernos chalets en el viejo pueblo, el elemento nostálgico, los beneficios económicos contrapuestos -como se repite machaconamente- a “la felicidad de los niños”…). Tenemos también el tema de la difícil relación entre Jack Brown, ocupadísima estrella de cine, y su hijo: por un lado éste tiene todos los juguetes que puede imaginar, pero no lo que más desea: estar con su padre el tiempo suficiente y poder jugar con libertad. En efecto, el hijo de Jack Brown se encuentra constantemente asediado por los paparazzi, que quieren a toda costa una foto suya. La esposa del actor había perdido la vida, precisamente, en un accidente de coche tratando de escapar de ellos, así que Brown está obsesionado con el tema y no permite que ningún fotógrafo se acerque a John-John, para lo cual contrata expresamente a Placide. Como se puede ver, esta temática parece directamente inspirada en la muerte de la princesa Diana de Gales en el año 1997.

A lo largo del relato, pueden encontrarse muchas otras novedades y actualizaciones en la serie: en la página de título, sin ir más lejos, el tema escogido (suele ser el más representativo en la historia) es el de los videojuegos. En el cuarto de John-John, al contrario que en el de Benoît, no hay un solo juguete convencional (si exceptuamos el oso de peluche que está sobre la cama), sólo videoconsolas, game-boys, reproductor de DVD, una completa colección de películas… y, por supuesto, un televisor de grandes dimensiones que hipnotiza a su joven propietario. Este televisor da lugar a una vistosa viñeta en la cual Benoît, en lugar del consabido armario o la grúa de turno, levanta en peso la tremenda pantalla, todo un canto visual a la modernización del personaje.

Igualmente, la primera viñeta nos muestra a Benoît abandonando su colegio (que, por cierto, ostenta el nombre de “Jules-Petit” en el frontispicio, como no podía ser de otra forma). En esta ocasión la escuela parece haberse modernizado también ostensiblemente: ya no sólo concurren niños varones con chaquetita y corbata, sino niños y niñas vestidos de manera mucho más colorista e informal. Veremos alumnos de color entre la chiquillería, y los maestros y maestras son esta vez jóvenes, atractivos y dinámicos (en la imaginería tradicional, los maestros tenían que ser señores muy serios, y las maestras viejas solteronas). Además, ante la puerta del colegio se ha instalado una barrera protectora y un paso de peatones con rampas, medidas de seguridad bastante modernas.  

Seguimos descubriendo estos detalles en el automóvil de Placide: Benoît viaja ahora en el asiento trasero, teniendo buen cuidado de abrocharse el cinturón (es la primera vez que aparece el cinturón de seguridad trasero), y se dibujan detalladamente las señales de tráfico a la entrada de la moderna autopista. Otra novedad: la profusión de marcas publicitarias que aparecen por doquier, no sólo en marquesinas y camiones, sino en la ropa de los personajes, los esquís, etc. Hay que prestar especial atención a las carátulas de los videojuegos de John-John (al principio de la historia, incluso se rotula algún bocadillo con letras “electrónicas”, que imitan a las que aparecen en las pantallas y displays de las computadoras), el grafismo de los títulos y marcas, los dibujos de las camisetas, etc. En resumen, éste es un Benoît Brisefer netamente siglo XXI, y es imposible no darse cuenta de ello.

A esto contribuyen, claro, los muy vistosos efectos especiales que parecen derrocharse en este episodio: los brillos irisados en los cedés que se desparraman por la habitación de John-John, el efecto de “lluvia” en la pantalla del televisor, los abigarrados colores dentro de los marcos de los cuadros y portarretratos, o incluso en las portadas de las revistas y las viñetas de los cómics, por pequeños que estos sean… En la cabaña de los Lebrun, podemos apreciar dos detalles: en el cómic que Marcel les lee a los niños hay un error, dado que, de una viñeta a la siguiente, los dibujos y colores de su contraportada son completamente distintos. También está el detalle del póster de la pared, el desnudo integral de una chica que Marcel tapa púdicamente y que desaparecerá en las escenas posteriores, al parecer oportunamente arrancado de la pared. Por otra parte, los títulos de los periódicos que leen los personajes son reales, imitándose incluso sus logotipos y su tipografía: “Ici!”, “L’Écho”, “Le Canard”… Pero hay un elemento nostálgico: el título de la película de Jack Brown que John-John quiere enseñar a Benoît es “Sólo se vive hasta mañana por la noche”, en clara alusión al filme protagonizado por Sean Connery en 1967, Sólo se vive dos veces, de la serie de James Bond.

También se destaca mucho el tema del constante asedio de los paparazzi (que Benoît, en su ignorancia, llama “patarazzi”), figuras de la más rabiosa actualidad.

En cuanto a los personajes, hay que decir que los mismos están medianamente trazados en su gran mayoría. En esta historia, lo que queda en la mente del lector son las situaciones globales, la acción o los magníficos dibujos, no los personajes puntuales. Los hay anodinos, como la secretaria de Brown o el monitor Cyril, el cual arrastra las palabras en una perfecta caricatura del maestro paternalista y corto de miras. También el viejo Henri, que, a pesar de lo muy decisiva que es su presencia, no consigue enganchar al lector. En cuanto a los malvados tenemos a Marcel, un personaje chistoso, el elemento torpe del dúo, aunque tal vez sus intervenciones son demasiado estereotipadas. Schwartz nos recuerda demasiado a Choesels, tanto en tratamiento gráfico como en el carácter del personaje: es un villano que a la postre se vuelve bueno, pero le falta fuerza. Jack Brown, que como su hijo ostenta un grafismo en exceso simple, como si dijéramos “de otra época”, también parece un personaje ciertamente plano: tiene un último gesto de valor poco antes del desenlace, pero ahí queda todo. El personaje de John-John, aunque tiene mucho peso en el argumento (vertebra toda la historia, desde el principio al fin), carece de vueltas de carácter, es un niño ciertamente mimado pero afable (“El personaje de John-John está bien buscado, se recupera con él el concepto de los niños gentiles, agradables, bien educados”, podemos leer en la reseña fechada 25-V-2005, en CoinBD.com). Se echa de menos un cierto “suspense” en cuanto a la relación de los dos niños: no hay un momento de tensión en toda ella, así como tampoco evoluciona... Incluso se detecta una cierta incoherencia en el carácter de John-John; es como si, para llevar la vida que lleva, resultase demasiado fácil de contentar, sin ápice de egoísmo o de resquemor hacia Benoît (que sí puede salir a esquiar cada vez que le apetece, mientras que él tiene que limitarse a las pistas de “slalom” de sus videojuegos). Por cierto que aquí rastreamos otra temática moralizante de fondo: al principio de la historia, John-John canta las alabanzas de sus videojuegos sobre todos los demás entretenimientos, pero hacia el final se entusiasma con la perspectiva de jugar en un parque infantil con el resto de los niños en la última viñeta. A los que, si examinamos detenidamente, descubriremos no con fisonomía de niños, sino como verdaderas caricaturas de personajes adultos… Sin duda nos hallamos ante un nuevo chiste privado de los autores, que habrán retratado en esta caterva a algunos de sus conocidos. Y esto ocurrirá también en otras viñetas del álbum, por ejemplo entre la muchedumbre que saluda a Jack Brown, entre la cual podemos descubrir algunos personajes muy posiblemente inspirados en personas del entorno de los autores.

Por último, hacer constar el uso ingenioso de varios de los tópicos de la serie, a los que se da audazmente la vuelta: en lugar del consabido comentario de “Benoît es fuerte… muy fuerte… terriblemente fuerte”, aquí se comenta una travesura del personaje con las cartelas: “Benoît es un niño como los demás… verdaderamente como los demás… terriblemente como los demás”. Y, en cuanto al resfriado de Benoît, aquí es manejado completamente a la inversa: en lugar de ser sorprendido por el catarro en el momento culminante, Benoît lo espera desde el principio de la historia, incluso negándose a emplear su fuerza para, por ejemplo, saltar un precipicio (“¡Si me atrapa el resfriado justo en el medio, estamos listos!”). En cambio, por una vez, será el resfriado el que le ayude a salir del apuro: un sonoro estornudo provoca una avalancha, que sepultará a los malos de la historia.

Creación de la ficha (2011): Dafne Ruiz. Edición por M. Barrero · Datos e imágenes tomados de un ejemplar original
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
DAFNE RUIZ (2011): "Benoit Brisefer. Una obra genial de Peyo", en Tebeosfera, segunda época , 8 (11-VIII-2011). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 15/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/benoit_brisefer._una_obra_genial_de_peyo.html