ATLÁNTIDA. EL CAPITÁN TRUENO Y EL DESMORONAMIENTO DE LA UTOPÍA
Qué socorrido es recurrir a los grandes mitos de nuestra cultura histórica cuando se quiere resucitar a los mitos de la cultura popular. El Capitán Trueno, un héroe para toda una generación –como rezaba el título de aquel libro de J. A. Ortega Anguiano–, pero que lo fue para más de una generación como todos sabemos, vive una nueva aventura en el legendario lugar sugerido por Platón: El Capitán Trueno. Atlántida. Avance de la portada, por Ferrándiz.
Este libro lanzado por ediciones B al amor del estreno cinematográfico de la esperada adaptación al cine de la serie ha resultado impropio en todos los sentidos para el seguidor habitual de Trueno. Se sirve en un formato nada habitual para el personaje, que siempre conocimos en cuadernos apaisados, en revistas verticales o en álbumes en rústica. Atlántida ha visto la luz como un álbum “a la europea”, con 48 páginas en color encuadernadas en cartoné, con sus guardas y sus páginas de cortesía. Incomoda también su autoría, al parecer, la de Ricard Ferrándiz, un autor de innegable veteranía, bregado en historietas ciento para varios mercados de Europa, pero que no ha gustado a los aficionados a los tebeos clásicos en parte por su anterior incursión en el personaje, como guionista de El último combate, una historieta muy discreta que logró enfurecer a los amantes del personaje.
Este tebeo de Trueno se diferencia de aquél en que no es una historieta crepuscular en la que su autor construye el mausoleo del héroe legendario. Atlántida es una historia trivial en la que unos juveniles Trueno y Sigrid (con la apariencia más lozana que jamás tuvieron) están a punto de casarse. Pero quiere el azar que en ese momento reciban una petición de ayuda proveniente de un lugar ignoto y acuden al llamado sin dilación para encontrar allí los restos de una civilización, la del título, y el encargo de preservar la sabiduría que atesoró aquella cultura. Su aventura se complica con una traición fraguada a espaldas de la reina y con la presencia de unos feroces hombres primitivos. Todo acaba felizmente.
Se trata de un guión simple resuelto con mano de artesano, nada nuevo añade a la saga más allá del reencuentro del capitán con Ricardo Corazón de León o Gundar, que no logra emocionar al lector. Ferrándiz es un dibujante veterano, no un recién llegado, y está acostumbrado a dibujar historietas para un mercado europeo poco exigente, que se conforma con su limpieza de trazo y sus anatomías asépticas (los mercados a los que se dirigen los sellos Holco o Thompson, para los que ha trabajado recientemente, no piden más). Y el resultado es mediocre, con un color digital que impide la creación de atmósferas, con un entintado sobrio pero falto de fuerza, y con una planificación general de la historia que convierte el relato en una sucesión de secuencias y estampas poco cohesionadas. Amén de que hay aspectos del argumento poco creíbles que restan credibilidad: la decisión inesperada de emprender viaje tomada por una reina que va a casarse, la ida y vuelta vertiginosa a la Atlántida en sólo siete días, la red de túneles providencial para escabullirse de las hordas de primitivos, o el desprecio final por el saber acumulado de los atlantes, que suponemos acaba esquinado en la cocina porque es Goliath quien lo transporta.
Atlántida es un producto del montón que bien pudiera haberse colado entre los Trueno Color en su día sin haber destacado con respecto a las últimas historietas de la serie. Eso sí, Ferrándiz es un amante del Trueno de siempre y hace sus guiños, o al menos eso parece. Sigrid y Trueno parecen una suerte de Barbie y Ken llevados al Medioevo, pero el personaje masculino intenta sonreír como lo dibujaba Ambrós y hay algunos momentos en que su rostro remite al de aquellos cuadernos cargados de optimismo que se publicaron al morir la década de los años cincuenta. No obstante, Ferrándiz no es Ambrós. Páginas 5 y 8 del tebeo. Arriba Sigrid parece una muchacha, casi un personaje de tebeo dirigido a las niñas. Abajo, el rostro del Capitán intenta remitirnos a Ambrós sin conseguirlo.
Ése es el gran escollo de esta obra, el del “peso específico” de un personaje o una serie cuyo regreso resulta inconcebible para los jóvenes paladares y muy complicado para los gustos de antaño porque lleva mucho tiempo sin desarrollo en nuestra tebeografía. El Capitán Trueno ha quedado encastrado en una época y unos aprecios que son irreconciliables con la actualidad. Cabe la reflexión crepuscular, como hizo muy bien Alfonso (Alfons López) en Silencios; cabe el homenaje o la parodia, como hizo Paco Nájera en Zargoff el belicoso o El Capitán Tronado, y cabe la vuelta nostálgica sin otro contenido que el recuerdo emocionado, como ocurrió con los breves aportes “La aldea incendiada”, “El Correo de la Reina Sigrid” o “Cita en Córdoba”. Todo ello cupo, pero no cabe la vuelta del tándem Mora y Ambrós, no se puede recuperar la filigrana de Fuentes Man, no volverá el aprecio inercial por el personaje sólo porque se trata de Trueno. Por esta razón, ante Atlántida se ha opinado acudiendo a los extremos: o se alaba desproporcionadamente una obra porque implica la vuelta de la madeleine de Proust tebeística (esto le pasa al prologuista del libro) o se despotrica contra la misma porque no cumple los mínimos exigidos por un “buen aficionado a Trueno” (opinión no sólo de aficionados, también de algún editor).
Hemos llegado a esta situación desequilibrada pero la culpa no la tiene sólo Ferrándiz. En parte también la tienen los aficionados reaccionarios, los autores sin iniciativa y los editores inoperantes. Si en nuestro país hubiera habido una industria sólida o unos editores de relevo tras la quiebra de Bruguera, entonces Trueno quizá hubiera vivido nuevas aventuras hasta hoy. Es cierto que los héroes tienen su tiempo y que acabó agotada la fórmula ingenua del bonancible capitán apegado a la virginal Sigrid, seguidos por los eternos sujetavelas Crispín y Goliath. El sonsonete “Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno” no podía funcionar tanto tiempo produciendo el mismo entusiasmo. Pero se podría haber evolucionado. Los americanos lo han hecho con series nacidas hace ochenta años (ahí tienen a Dick Tracy), o setenta (Superman), y los franceses o los belgas también han sabido mantener la presencia de sus héroes clásicos en el mercado. Nosotros no. Debido a la situación drástica del país bajo una dictadura, o por la ruptura generacional de los setenta, o por la lastimera consideración de “los tebeos” que nuestra cultura fraguó y alimentó a lo largo de todos estos años. De todo ello han sido culpables los teóricos, los coleccionistas y los mismos aficionados de ideas fijas, pero sobre todo los editores.
¿Pudo haber otro Capitán Trueno? Pudo haberlo. De hecho se intentó, y la posibilidad planteada por Editorial Planeta-DeAgostini con Luis Bermejo y Jesús Redondo como dibujantes mantuvo el tipo el poco tiempo que duró, justo antes de que el guionista que hoy detenta la autoría sobre la serie dinamitara el proyecto. ¿Por qué B se ha dedicado casi exclusivamente a explotar las reediciones? ¿Por qué no han surgido autores con proyectos de renovación de la serie? Nos consta que era posible, con calidad y sin despegarse demasiado del canon “clásico” en el tratamiento de guiones y en el acabado de las historietas. No obstante, el lector español es proclive al rechazo de lo nuevo hecho aquí. Preferimos la innovación venida de fuera al riesgo propio. Pero no deberíamos temer a las nuevas propuestas. Al igual que ha sido apreciable el tratamiento de los clásicos que ha hecho el mencionado autor Alfonso (Silencios, Estraperlo y tranvía), yo apostaría por un Reporter Tribulete obra de Max, un Inspector Dan dibujado por Keko, cualquier serie de Nadal retomada por Roca, El “Cachorrro” en nuevas aventuras con la firma de Munuera, o Guerrero reviviendo con honores a El Jabato. Siempre con correctos guiones nuevos, que guionistas jóvenes y con tablas sobran (Guiral, Marín, Portela, García, Torres, Robledo, etc.). Será por posibilidades… Es difícil olvidar el Trueno de antaño. ¡Cuán difícil imaginar un Trueno resuelto por otro creador gráfico!
Atlántida es un producto nacido de los afanes personales de un dibujante amante de un recuerdo más que de una planificación editorial con objetivos claros. Como tal producto responde a esos amores y se dirige a un público conformista que parece que ya no existe. La pirueta de Pirandello es posible con Capitán Trueno: los autores ya han afligido a sus lectores con cientos de historias y se podrían proponer nuevas o remodelar a los personajes. Pero el problema parece ser otro. Quizá el problema no es que los personajes estén en busca de autor (o de editor), probablemente es que no pueden encontrar su público.