ALFONSO FONT O LA IMPORTANCIA DE DOS PÁGINAS
Introducción: el largo camino del dibujo al guion:
Alfonso Font es un dibujante camaleónico. De una a otra de sus obras, no se lo reconoce. Cambia, a veces diametralmente, el estilo de su dibujo, y no como consecuencia de una evolución, ya que el cambio no es cronológico, sino más bien como consecuencia de lo que quiere contar, del “tono” del relato (propio o ajeno) que van a reflejar esos dibujos. Y lo que digo no lo minimiza como dibujante: todo lo contrario, lo enaltece. No es fácil ser un dibujante camaleónico. Alfonso Font nunca se identificó con los que eligen el camino de lo fácil.
Si analizamos los dibujos de “Géminis”, por ejemplo, no podemos negar la influencia de Alberto Breccia, sobre todo de “Mort Cinder” (reconocida por el mismo Font) a partir de algunas de sus viñetas (aunque no en su totalidad), en las que seguramente el tono y el devenir del relato de Carlos Echevarría le supieron breccianos. Lo mismo ocurre en algunas páginas de las “Historias Negras” que, indudablemente, ameritan abrevar de la fuente de Breccia. Sin embargo, no es un clon de Breccia: es Alfonso Font.
Aunque a Font no le guste, es evidente que el dibujo de “Jon Rohner” está claramente inspirado en el “Corto Maltés” de Hugo Pratt, y son prattianos hasta la médula los rostros, la ropa, las embarcaciones..., hasta la línea ondulante del mar. Sin embargo, no es Hugo Pratt (aunque la crítica fue dura con él en este caso): es Alfonso Font.
También hay trabajos de Font, sobre todo en escenas de amor o sexo, donde se evidencian semejanzas con Altuna o Manara, y no podemos negar la similitud de los trazos de “Federico Mendelssohn Bartholdy” con el “Snoopy” de Charles Monroe Schulz. Sin embargo, no es Altuna, no es Manara, no es Monroe Schulz: es Alfonso Font.
Y podríamos seguir enumerando coincidencias, si no fuera porque este no es el tema del artículo que estoy escribiendo; porque mi intención es contraponer el estilo camaleónico de Font como dibujante a un estilo propio de narrar que nuestro autor va puliendo desde que narra simplemente con el dibujo (con guiones de otros), hasta que emprende la aventura de convertirse en un artista integral y se atreve con su propia pluma. Un estilo de escritor que le debe no poco a lo camaleónico que tiene como dibujante.
De una manera muy sabia, Alfonso Font se toma 15 años para convertirse en guionista. Él mismo dice que cuando comienza, a mediados de la década del 60, “yo era muy joven, estudiaba dibujo y pintura y hacía mis pinitos en la historieta por dos razones muy simples: la primera es que me gustaba dibujar, no entendía mi vida si no era vinculada al dibujo; la segunda es que me gustaba leer y eso me empujaba también a mí a pretender contar historias. Mis aspiraciones se reducían pues a poder llegar a ser dibujante de historietas, que es como me gusta definir mi oficio. Dibujante de Historietas."[1]
Más que reveladoras estas declaraciones de Font: él era un dibujante de historietas y, por ser también un gran lector, “pretendía” llegar alguna vez a contar sus historias. Muchos dibujantes de historietas creen que hay que estudiar, y prepararse, y perfeccionarse, y tomarse su tiempo solamente para dibujar; y que cualquiera que sepa dibujar puede escribir también sus propios guiones. Craso error: el camino hacia el buen guionista es tan largo, empinado y trabajoso como el camino hacia el buen dibujante. Y Font lo tuvo claro desde un principio, aunque desde un principio sintió la necesidad de llegar algún día a contar sus propias historias. “Era eso: una necesidad. Por muy buenas relaciones que uno tenga con los guionistas que le han acompañado a lo largo de la vida profesional, no siempre estás de acuerdo en todo; y lo que yo tenía ganas de explicar debía hacerlo solo, como autor completo. Era un paso más en mi realización personal" [2]
Y recién en 1980 Font se siente con la experiencia suficiente para dar ese paso fundamental y decisivo en su carrera.
Las “Historias Negras”: la importancia de decir todo en dos páginas
Muchos creen que es más fácil contar historias cortas que contar historias largas. Toni Boix, en la entrevista de la que se extraen las declaraciones de Font que reproducimos, le pregunta si empezó escribiendo historias cortas porque le parecía el mejor camino para ir creciendo como guionista. Otro error. Todo el que escribe sabe que hace falta mucho más talento y mucho más oficio para escribir una buena historia en dos páginas que para escribirla en cien. Jorge Luis Borges, por ejemplo, jamás escribió una novela; y es uno de los narradores más geniales y perfectos que dio nuestra lengua.
Font empieza, tal vez sin ser consciente, de la manera más difícil: escribiendo guiones cortos, muy cortos, cortísimos; contando historias completas en solamente dos páginas, y que casi siempre se resuelven en un par de viñetas... Quizás en una. Y si esta brevedad es difícil de lograr en un cuento, mucho más lo es en una historieta, en la que el texto escrito de dos páginas se reduce a unas pocas líneas, que no solamente deben ser muy buenas, muy efectivas, sino que deben estar acompañadas por un dibujo genial. Y aquí Font hace gala de su habilidad camaleónica, ya que, no solamente en las “Historias Negras” sino en toda su producción de relatos cortos, adaptará su lápiz a lo que está contando. Y para esto hay que tener mucha habilidad. Por algo, la mayoría de los autores, cuando la editorial les da dos páginas de una revista, prefiere echar mano al “continuará”...
Hechas estas largas aclaraciones, vamos pues a desmenuzar (quizás el término más adecuado fuera “descuartizar”) unas pocas “Historias Negras”, que son el tema de este estudio.
Antoni Guiral, en la introducción a las Historias Negras que publica Norma Editorial en 1990, dice: “El género humano es, probablemente, uno de los más estúpidos que jamás hayan hollado la corteza terrestre”. Excelente manera de empezar una introducción. Las Historias Negras de Alfonso Font son un espejo deformante y grotesco de la estupidez humana.
Week End
La primera de las historias, “Week End” (a mi entender, una de las más logradas –si no la mejor-) demuestra la estupidez humana con un golpe inicial más que certero. En la primera de las dos páginas, vemos un grupo de pobres desgraciados que llegan a un campo de concentración nazi y son sometidos cruelmente a todo tipo de humillaciones y maltratos. En la segunda, descubrimos que el tal campo es una “empresa” que se dedica a darles a los multimillonarios aburridos y ávidos de emociones fuertes una experiencia única por la que pagan cantidades abultadísimas y de la que se van doloridos pero dichosos, y dispuestos a recomendársela a sus amigos.
Asombra quizás la última viñeta, solamente de texto, casi margen de la página dibujada, en la que Font, al estilo de los cuentos de Horacio Quiroga, le hace al lector la advertencia de que esta historia está basada en un hecho real: “Quizás algún lector haya quedado perplejo por el final de esta historia. Pero es real. Cerca de Londres, en la Inglaterra de 1981, podrá –si así lo pide el cuerpo- gozar de las fuertes emociones de un campo de exterminio nazi, por un módico precio. Cualquier buena agencia de viajes podrá informarle. ¡Feliz wek end! Y el lunes, la vida sigue… De momento…
Varias cosas para destacar: primero, el interés que ya se manifiesta en Alfonso Font por el “margen” de la página, que llegará a su máxima expresión en las Aventuras de Federico Mendelssohn Bartholdy; segundo, la necesidad de recalcar que es un hecho de la vida real, que, en definitiva, es lo que más golpea al lector: en la realidad de la historieta todo es posible, pero que esa realidad bizarra y absurda pertenezca al mundo en el que vivimos es demasiado fuerte; tercero, la ironía de la advertencia: con ese “la vida sigue... De momento” nos está indicando que, como la estupidez humana no tiene límites, esta recreación puede volver a ser real. Y esto es lo que vuelve realmente negra a esta historia, que va oscureciéndose gradualmente de acuerdo con el siguiente esquema:
1. El campo de exterminio nazi (página 1).
2. El hecho de que sea una escena real montada para millonarios aburridos que disfrutan con su propia vejación y deshumanización, y que pagan por ello (página 2).
3. La paradoja de que esta historia no sea un invento del autor, sino que exista en el mundo real contemporáneo a la historieta (viñeta final).
4. La advertencia de que pueda volver a pasar, justamente porque existen en la vida real situaciones como esta (viñeta final).
Este oscurecimiento de una historia completa, compleja y consistente, de un negro a un negrísimo, con un crescendo continuo, tiene no solo el inmenso valor de haberse realizado en dos páginas, sino que dos de sus cuatro estadios (los más importantes) se dan en pocas palabras, sin el auxilio de la imagen, en la viñeta (casi margen) final. Si esto no es genial..., ¿dónde podríamos buscar la genialidad?
La Ejecución
No se puede (por razones obvias) hacer un análisis pormenorizado de cada uno de estos pares de páginas. Voy a elegir solamente 3 de las 18 historias (a propósito, voy a dejar de lado las dos que exceden el par de páginas), a riesgo de dejar en el tintero a muchas que merecerían plasmarse también en estas tintas.
Seguimos con “La Ejecución”, en la que vemos al clásico preso con traje a rayas que será ejecutado por los delitos que cometió. Toda la primera página es casi escenográfica, casi sin palabras, con imágenes que nos describen el ambiente sórdido de la cárcel, en el que aparecen de pronto las figuras del alcalde (representante de la Ley Humana) y el cura (representante de la Ley Divina), que no podían faltar. Después de que el sacerdote lo absuelve de sus pecados y ambos se hacen a un lado, el condenado se enfrenta al pelotón que va a fusilarlo... Y pasamos a la segunda página.
La sorpresa es inmediata: las armas no se disparan, el alcalde le dice al preso, en tono jocoso, que todo es una broma, que no habrá pensado que iban a matarlo de verdad, que se trataba nada más que de “un sustillo” -porque de alguna manera había que castigarlo-, que es de esperar que le haya servido de escarmiento... Y el hombre se relaja... Y le convidan un puro... Y se lo encienden... Y estalla... Y le destroza la cabeza...
Lo importante, lo que realmente hace negra esta historia, es la reflexión final del alcalde y el cura. Dice el alcalde: “Sí, sí... Me parece mejor este sistema... Mueren con la esperanza de haber sido perdonados, sin miedo. ¡Sin enterarse! Hay que reconocerlo... Es un sistema más humano...”. Y contesta el cura: “Al menos, más tiempo para reconciliarse con Dios sí que les da...”.
Las historias de nuestros países, trágicamente coincidentes, nos han dado muestras de sobra de esta asociación ilícita y macabra entre el Estado y la Iglesia, las dos grandes instituciones que deberían protegernos y asegurarnos bienestar, y que creen siempre que lo hacen, aunque nos estén matando. Alfonso Font resuelve esta “minitragedia” negra en dos páginas en un tono grotesco y que (Dios nos perdone), incluso, nos hace reír...
En historias como esta, aunque sea a través de esa risa no contenida a tiempo, surge otra de las constantes que se dan en Historias Negras: el mea culpa. Dice Guiral en la introducción ya mencionada: “Cuando uno lee estas historias clama en su subconsciente la frase: “Yo no he sido”, en un vano intento de exorcizar fantasmas que nunca acaban de considerar como personales. Pero aquí no cabe el autoengaño. Todos estamos reflejados en estas “Historias Negras”. No se salva ni Dios.
¡Señor! ¡Señor!
La tercera de las arbitrariamente elegidas comienza y termina con la misma apacible viñeta: una tranquila casa en las afueras de la ciudad, con un auto en la puerta y dos “globos” típicos de historieta que salen de una de las ventanas de la casa: el primero, que reproduce la voz de un noticiero de TV que anuncia que dos jóvenes cometieron un delito y se dieron a la fuga; y el segundo, que refleja el estupor de uno de los dueños de casa (no sabemos bien de cuál) que exclama entre la indignación, el rezo y el pedido de protección divina: ¡Señor! ¡Señor!
Sigue la historia con las reflexiones del matrimonio, que oscilan entre la indignación y la posibilidad de mudarse a un lugar menos apartado, hasta que escuchan ruidos abajo y, asustados, toman un arma, apagan las luces, bajan las escaleras y disparan a una sombra que se mueve, pensando que son ladrones. Cuando encienden, descubren que es el hijo subnormal de la panadera, que estaba buscando su pelota y que, por el hecho de balbucear algunas palabras, sabemos todavía vivo.
Nuevamente la segunda página nos muestra la inesperada resolución de la historia: temerosos del castigo de la ley, no del de Dios (¡Señor! ¡Señor!), la pareja decide deshacerse del muchacho moribundo y empiezan a pensar en qué hacer con él. La solución es la caldera del sótano, pero no entra; es demasiado grande. Lo mejor es descuartizarlo a hachazos y arrojar los pedazos, uno por uno, al fuego. Terminada la tarea, vuelven a la cama y es allí donde se repite la primera viñeta: una tranquila casa en las afueras de la ciudad, con un auto en la puerta y dos “globos” típicos de historieta que salen de una de las ventanas de la casa: el primero, que reproduce la voz de un noticiero de TV que anuncia que dos jóvenes cometieron un delito y se dieron a la fuga; y el segundo, que refleja el estupor de uno de los dueños de casa (no sabemos bien de cuál) que exclama entre la indignación, el rezo y el pedido de protección divina: ¡Señor! ¡Señor!
Negras, sí... Negras
En nombre del buen gusto, prefiero terminar aquí. En vano contaría argumentos que resultarían escatológicos y que podrían llegar a parecer simplemente horrorosos, cuando de ninguna manera es eso lo que arroja su lectura. El objetivo principal de estas reseñas es acercar a los que no leyeron Historias Negras al texto original, teniendo en cuenta que hay 15 más de las que todavía no tienen idea.
Por mi parte, prefiero tratar de emular a Alfonso Font y elegir la brevedad, con el único temor, como ya dije, de ser injusto y dejar de lado historias tan o más apasionantes que las tres que elegí, más o menos caprichosamente. Y asumo el riesgo de disgustar a los que sigan pensando, ignorando a narradores como Jorge Luis Borges y Alfonso Font, que lo breve es sinónimo de lo fácil.
[1] Entrevista de Toni Boix para Zona Negativa (29 de noviembre de 2007).