ALACK SINNER: ENCUENTROS Y RECUERDOS
DOMINIQUE HÉRODY

Origen:
Traducción de "ALACK SINNER: RENCONTRES ET SOUVENIRS" · 9ÈME ART Nº 3
Edición:
Resumen / Abstract:
Reunir todos los datos biográficos de un personaje imaginario puede parecer una empresa paradójica. Excepto tal vez cuando se trata de Alack Sinner, cuya vida nos han relatado José Muñoz y Carlos Sampayo a lo largo de unas seiscientas páginas, escalonadas durante más de dieciocho años. Detrás de la historia de su vida también puede apreciarse, como una marca de agua, la evolución del personaje en la mente de sus creadores. / Gather all the biographical data of an imaginary character may seem a paradoxical enterprise. Except perhaps when it comes to Alack Sinner, whose life have told us José Muñoz and Carlos Sampayo over six hundred pages, phased in over more than eighteen years. Behind the story of his life is also visible as a watermark, the evolution of the character in the minds of its creators.
Notas:
Artículo publicado originalmente en el número 3 de la revista teórica `9ème Art´ en enero de 1998.
ALACK SINNER: ENCUENTROS Y RECUERDOS
 

 

 
 

«Somos tres en la mesa de trabajo: Alack, Carlos y yo.» [1] José Muñoz

«[...] ningún personaje verdadero era un simulacro levantado con palabras: estaban construidos con sangre, con ilusiones y esperanzas y ansiedades verdaderas, y de una oscura manera parecían servir para que todos, en medio de esta vida confusa, pudiésemos encontrar un sentido a la existencia, o por lo menos su remota vislumbre […]»
Ernesto Sábato, Abaddón, el exterminador (Alianza Editorial, 1975)

 

Su vida diaria, sus encuentros, los recuerdos que lo atormentan o a los que persigue desesperadamente, todos estos elementos se unen para construir la biografía de Alack Sinner, un personaje que adquiere, por ende, una verosimilitud y una familiaridad que le conceden un estatus fuera del dominio exclusivo de la ficción. Todo hace pensar que la historia titulada “El final de un viaje” (1992) [2] es, de hecho, el final del que hemos hecho en compañía de Alack Sinner, el último episodio de su vida que relatarán sus autores antes de que lo perdamos de vista. Este recorrido finaliza en conmovedores reencuentros con Sophie Milasewicz –que parecen citas– seis años después de su primer encuentro, narrado en “Chispas” (1976).

Un largo y agotador viaje en autobús llevó a Alack a Paradise Creek (!). Un viaje de una duración simbólica de varios años, ya que podemos imaginar que los tres episodios que lo preceden –“Norteamericano” (1989), “Por unos dibujos…” (1990) y “Rehenes” (1991)–, cuyo rasgo común [3] es que Alack se encuentra en un autobús sin un propósito claro (aunque “El final de un viaje” revelará ese propósito in fine), tienen como objeto, además de contar su propia historia, suspender la acción dando al tiempo una duración material. Una investigación invisible (no conoceremos ningún indicio), dirigida por el ex detective [4] –quien, a pesar de su falta de fe en este trabajo, resultará muy eficaz–, le permitiría localizar a Sophie en un decorado vacío y horizontal en el extremo opuesto de su escenario predilecto, Nueva York. Esta conclusión parece impregnada de serenidad, después de una vida en la que las heridas, tanto físicas (¿cuántas palizas ha sufrido?) como morales, no se le han ahorrado.

Alack y Sophie no se habían visto desde el episodio “El bar” (1985)
–el de Joe–; cuando con treinta y tres años ella se cree condenada pero descubre finalmente que no es así y que de hecho está embarazada. Alack le confiesa –ya entonces– haberla buscado y le pregunta quién es el padre: «¡Tú no!» responde ella secamente; y él, pensando en su reciente paternidad, en la hija de Enfer, el otro «amor de su vida», se dice «no veo por qué tendría que ser el padre de todos los niños que nacen». Siete años más tarde, en el autobús, abrumado por el calor, sueña con Sophie y Enfer, con este dilema amoroso que le atormenta y, en la última etapa, justo antes de llegar a buen puerto, con Sophie embarazada, en un delirio sobre la fertilidad.

Al principio ambos están inquietos en el momento del reencuentro:

Sinner: «¿Me reconocerá?»
Sophie: «¿Habré cambiado mucho?»

Entonces, mudos de la emoción (ella no recuerda su voz), piensan:

Sinner: «Está igual. Igual pero mejor.»
Sophie: «No está igual, pero sigue siendo el mismo.»

 
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Presentación de Alack Sinner en "El caso Webster". © Muñoz y Sampayo / Casterman.

Sophie presenta a Alack a un desconfiado policía como su «amigo de toda la vida». ¿Era «el mismo» antes de «toda la vida», de que ella lo conociera cuando él no era más que un personaje primerizo y maleducado que aparece en la primera página de “El caso Webster” (1974), donde le descubrimos hecho polvo, entre dos policías, uno de los cuales era su amigo Nick Martínez? Ahora que sabemos su trayectoria, esta presentación no nos sorprende. Su identidad y oficio son desvelados acto seguido: «Alack Sinner, investigador privado», así como su incómoda situación con la policía, personificada por su jefe, Demetrius.

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El primer perfil de Alack Sinner. © Muñoz y Sampayo / Casterman.  
El retrato de Alack Sinner que esbozan Muñoz y Sampayo es el de un cabezota de lengua afilada, de réplicas irónicas cuando no sarcásticas –en definitiva, un «balón de fútbol» ideal al que golpear para la institución–. Los primeros dibujos lo representan con un perfil decidido, cuello agarrotado y sólido mentón ­–bajo la influencia de los héroes americanos de Milton Caniff– en contradicción con un rostro maltratado, con hematomas que amplifican este contraste [5]. Su nombre, Sinner, en su significado de "pecador", es subrayado desde la tercera página cuando un cliente, Calvin (sic), lo elige por este hecho.

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  Loretta Parker en “El caso Webster”. © Muñoz y Sampayo / Casterman.
Esta entrada en escena de Alack, tan directa, está tomada del transcurso de la vida del personaje, la suma de los recuerdos evocados posteriormente lo confirmará. Tiene sus costumbres, entre ellas la de pasarse por el bar de Joe (¡desde la segunda página!), donde nos acostumbraremos a verle. Alack fuma mucho, bebe cerveza tibia, a veces en cantidad, y adora el café italiano, que siempre hará en la misma cafetera. Sabremos que cocina estupendamente gracias a los cumplidos de Loretta Parker, su primera relación amorosa conocida, a quien le confiesa que vive solo desde hace mucho tiempo [6]. Adivinamos así que su vida amorosa es y será complicada.

Si estos elementos ya lo definen, ¿son suficientes para distinguirlo de otros muchos personajes? Digamos que las pistas están ahí, no es todavía realmente él, pero el esbozo es fuerte y prometedor. ¿Qué sabíamos acaso de Corto Maltés en la época en la que lo descubrimos con los brazos en cruz sobre su balsa, excepto que ya conocía muy bien a Rasputín?

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Extracto de "Fillmore". © Muñoz y Sampayo / Casterman.

El segundo episodio, “Fillmore”, muestra un Alack Sinner cuyo rostro evoluciona tanto de frente como de perfil, se redondea, el mentón se suaviza aunque la rigidez en el cuello permanece. Es el detective un poco chulo, aunque sin escatimar palabras amables, el que aguanta en escena como si tratara de imitar las novelas y películas policíacas, como si se esforzase en un papel de verdadero profesional que no estuviera realmente hecho para él [7]. Pero… ¿no será este un punto de vista anacrónico de un lector que conoce el final de la historia? Alack insiste en el lado varonil inseparable de la función –aunque sin dejarse engañar– [8] con el cliché inevitable de una cliente que cae en sus brazos. Introduciendo “Viet blues” a los lectores de Charlie mensuel, Wolinski escribió: «Las historias de detectives privados eran de la época de Raymond Chandler. Podían, quizá, darse el lujo de ser románticos, desengañados, alcohólicos y cínicamente tiernos. En nuestro tiempo ya no lo sé. Están algo obsoletas.» Los autores usarían una “cobertura” literaria bastante transitada: colarse en un género, fingir respetar sus códigos para hacer extraordinario y único lo que desentona, lo que sobrevive a los lugares comunes.

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Viñeta de "Viet Blues". © Muñoz y Sampayo / Casterman.

Con “Viet blues”, el tercer episodio, más desarrollado (38 páginas), van a revelar su verdadera preocupación: zambullir a Alack Sinner en su tiempo, ofrecerle un "mundo interior", implicándolo en la agitación política, social y racial. Al inicio se dice que Alack, «cansado de su solitario día a día», decide dar un paseo por Harlem. La soledad de Alack Sinner es su principal marca de carácter, subrayada desde el principio. Aprenderemos que no se puede deshacer de ella –sus relaciones amorosas la sufren–; está en él, ambigua, consustancial, como si fuese necesaria pero también invalidante. Alack no es tampoco el arquetipo del héroe solitario (del western, por ejemplo).

Su rostro, en cambio, es ahora más apropiado, se parece a lo que se convertirá, su atuendo es más flexible, es el Alack Sinner verdadero, familiar, imaginado –soñado– por sus creadores. Afirma que es capaz, aunque con dificultades cada vez mayores, de “componer” un rostro profesional para sus clientes, que expresa que "Todo-va-a-la-perfección", y que como detective "debería dejar de pensar"... Pronto, con el modelo a punto, vivo, Muñoz podrá hacer variaciones sobre este tema, dándonos a conocer en cada dibujo una propuesta más, sutilezas aún desconocidas, reivindicando así la imposibilidad de identificar plenamente un ser –una doctrina que se aplica a todos sus personajes, incluso a los más modestos–.

En “Viet blues” nadie viene a buscar a Alack Sinner, sino que es él quien interviene en «cosas de negros» que «no le incumben». Víctima de sus reflejos profesionales y sobre todo de su piedad,  él mismo “se lo ha buscado”. Sin buscarlo, en cambio, descubre el placer del jazz [9], siente que esta música que lo perturba le gusta, aun sin comprenderla. Alack tiene el complejo de las personas poco cultivadas o de poca educación que creen que hace falta un diploma para apreciar una obra y dar su opinión. Su amistad con el pianista John Smith III es una llave maestra para este universo poco conocido y sobre todo lo enfrenta a la cuestión de las relaciones negros/blancos. Alack, irónicamente, es a menudo visto como un "buen blanco". Se nos dará también una clave de su comportamiento cuando se muestre en paralelo la guerra de Vietnam (que acaba de terminar para los americanos, en 1973) y sus atrocidades, contadas por John, con su propia guerra, la de Corea (1950-1953), vivida cuando no era más que un adolescente (Muñoz le dibuja con una cara todavía juvenil): «Pensé que yo también había sido un "héroe". Y que lo único que tuvo sentido en aquella guerra fue salvar a Nick, mi amigo.»

Esto dio a conocer el vínculo orgánico que une a este personaje tan diferente, Nick Martínez, alguien con quien pelear –incluso los veremos, en “Encuentros y reencuentros”, pegarse al intentar explicarse, hasta ese punto no se comprenden–, como dos niños que se conocieran desde el jardín de infancia. Martínez
[10], que no es un wasp [11] sino hijo de mexicanos, no tiene nada de idealista. Es más pragmático que sumiso y no demasiado sutil, pero siempre quiere el bien de Alack, a menudo en contra de sí mismo. Son amigos de toda la vida a pesar de todo, y esta lealtad constituye uno de los pilares de la moral de Alack. También lo vemos en la amistad, espontánea y poco convencional, que le une a John, con todos los malentendidos y prejuicios ideológicos que a priori deberían intoxicarla; ¿no sueña acaso que, vestido de uniforme ­–su viejo uniforme–, mata a su nuevo amigo adicto a la heroína? «Yo soy un escéptico, no tengo esperanzas. Yo sólo creo en la amistad», concluye en la última página de “Viet blues”.

En este retrato de Alack Sinner que se dibuja poco a poco todavía no se ha dicho nada sobre su familia. Una anécdota menor, una frase suelta en un noticiario de la televisión, revela la existencia de una hermana que todavía no ha sido mencionada. De una manera también discreta, cuando Loretta le propone matrimonio, él hace referencia a que la última vez que se lo pidieron, él aceptó e «hizo mal»; se adivina una herida profunda... Cuando lo seguimos a la sala de boxeo del tío Will, comprendemos que vuelve sobre sus pasos y se puede formular la hipótesis de que este lugar fue para él más que una sala de juegos, que la práctica de esta disciplina fue importante, que representó su educación en una familia de sustitución.

En ese momento, su vida como personaje tiene un punto de inflexión: se convierte en un ser social. Como le dijera a John Smith III, Alack tiene enemigos en esta sociedad y no cree en la ley. Reacciona más como rebelde espontáneo e indignado que como activista informado. Este es el momento elegido por Muñoz y Sampayo para entregarse a un malicioso estudio sociológico in situ apareciendo físicamente en su vida. Los autores se transforman en personajes de cómic, es decir, de ficción, y mediante esta estratagema paradójica confieren a Alack el estatus de personaje real. Este relato mise en abîme se titula explícita e irónicamente “La vida no es una historieta, baby...” (1976), ¡título que retoma una flecha disparada por Alack a sus creadores! Recordemos las palabras de Muñoz destacadas ya previamente: «Somos tres en la mesa de trabajo: Alack, Carlos y yo», y añadamos que en ocasiones es una batalla entre guionista y dibujante, pero también entre ellos y su criatura.

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Viñeta de "La vida no es una historieta, baby". © Muñoz y Sampayo / Casterman.

Esta intrusión, recibida con humor por este Alack Sinner de la vida real –que, ¡vaya coincidencia!, tiene el mismo nombre que su personaje–, sucede como si hubiera que hacer un balance, tal vez para hacer frente a un período de duda y reponer fuerzas. Se encuentran en Nueva York para escribir y dibujar directamente sobre el terreno, ya que, según dicen, van atrasados con las fechas de entrega. Parecen querer decirnos que los episodios anteriores habían salido de su imaginación –alimentada por su cultura y sensibilidad–, pero que el verdadero Alack Sinner superaría este umbral. El "modelo" que se encuentran les colmará. Después de este episodio, Muñoz y Sampayo siguen merodeando en torno a su personaje, jugando al escondite, a menudo como simples extras, o en sus propios roles como meros testigos (veremos también, en Encuentros y reencuentros, a Muñoz dibujando a ojo una acción, ¡"en directo"!).

No es la simpatía lo que prima de inmediato: Alack no se fía de esos tipos que lo toman por Philip Marlowe. Los Muñoz y Sampayo de papel son sospechosos, como si temieran encontrar un personaje mediocre en el Alack "real"; una conversación con él nos aclara:

Alack: «Su detective, ese Sinner de la historia ¿tiene mi misma suerte?»
Sampayo: «Más o menos. A veces lo hacemos quedar bien. Pero solemos evitar que colabore con la policía.»
Muñoz: «¡La cagamos…!»
Alack (indignado): «Yo no “colaboro”.»

Pero la amistad se instalará entre Alack y sus «dos secretarios». Una vez más es el blanco del jefe de la policía Demetrius, cuya actitud oscila entre el desprecio y el paternalismo condescendiente. Demetrius piensa que si Alack –que también fue oficial de policía– es detective (y debería contentarse con ocuparse de maridos cornudos), es por incapacidad de hacer otra cosa. Alack le opone su provocadora ironía, pero Demetrius mete el dedo en la llaga porque es lo suficientemente lúcido como para sufrirlo. ¿Esta falta de originalidad no será también una especie de reproche "literario" que se lanzan los autores?

Después de este episodio, todos, el personaje y sus creadores, deberían sentirse mejor en sus roles. Muñoz y Sampayo, autoparodiándose deliciosamente –¿autocriticándose?– como intelectuales revolucionarios latinoamericanos, profiriendo un discurso ideológico anti-estadounidense muy pronunciado, en el que no tienen miedo de incluir a los "dos Sinner", que se defienden en estos términos: «Amigos, yo sé muy bien cómo están las cosas y hago poco por destruirlas, pero perdónenme la vida, al menos como personaje. Me gusta vivir en la imaginación de los demás. Se es menos responsable de los propios actos».

Curiosamente, la siguiente entrega, “Él, cuya bondad es infinita” (1976), es un episodio de género –será el último– en el que el pecador Sinner se encuentra en un templo, defendiéndose frente a la hipocresía de los puritanos, aunque no por devoción. No hay Dios en la vida de Alack, ¡y si lo hubiera no siempre estaría de acuerdo con él! Esta historia, sin ser especialmente significativa, como en espera, pone aún más en valor la entrada magistral de Sophie en “Chispas”. Desde su primera aparición, vestida únicamente con sus pecas bajo un largo abrigo negro, se percibe ese raro fenómeno que define a las estrellas. Hasta “El final de un viaje”, vamos a seguir a esta estrella eclipsada en compañía de Alack Sinner, con destinos paralelos que se cruzan y en ocasiones se unen.

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Alack y Sophie en “Chispas”. © Muñoz y Sampayo / Casterman.

Sophie Milasewicz es un personaje de novela con un vigor comparable al de Alack Sinner [12] (vivirá además dos aventuras sin él, “Sophie Comics” –donde su tarjeta de identidad revela que es judía polaca– y “Sophie Goin` South”). Su "matrimonio" es uno de esos hallazgos –inevitable, pensamos a posteriori– que dan un nuevo color a una obra, aportando más profundidad en los sentimientos expresados ??y, sin duda, más posibilidades de identificación para el lector –y la lectora–. Sophie se presenta como una extremista –su piromanía lo evidencia–, una especie de equilibrista, espontánea, ingenua, provocadora, una «anarquista de una buena fe enternecedora», según sus autores [13], una «chica buena y generosa», según Alack. Ella se había imaginado a Sinner puritano, como le sugirió su «fantástico» apellido (según sus palabras), pero descubre decepcionada que no es un héroe, sino que «sufre como cualquiera».

Vemos expuesta, por medio de Sophie, la finalidad misma de Muñoz y Sampayo. Cuando ella pone a prueba a Alack, él supera «la jodida prueba de la desnudez» con impasible profesionalidad –aunque ella dice encontrarle «un poco snob como policía»; pero es sobre todo un hombre honesto, respetuoso, nada machista [14] –pero no sin deseo– el que se presenta ante Sophie. Ella le dirá al irse, después de hacer el amor: «Adiós, amor mío. Es una pena que este mundo tenga que desaparecer y nosotros con él» [15]. «No creo que este mundo necesite de tu ayuda para derrumbarse», le responderá más tarde Alack. Esta opinión, sin duda más madura (¿la de los autores?), marcará a Sophie porque, más tarde, viendo pasar a Alack en un parque pero sin llamarle, ella declarará: «Durante un tiempo pensaba que podía hacer algo para cambiar esta montaña de mierda, este mundo, como suele decirse... [16] Este hombre por poco lo estropea todo. Me ha robado la maldita ingenuidad... y yo lo amaba, lo amaba como a nadie en el mundo...»

 
 
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Manolo en pleno combate de boxeo en "Constancio y Manolo". © Muñoz y Sampayo / Casterman.

Alack Sinner no sale indemne de esta confrontación que le remite a sí mismo más violentamente que nunca. No puede soportar en absoluto su situación frente a la ley, a los ojos de la cual no tiene derecho de considerar legítimo un acto ilegal; pero ha dejado que se escapara Sophie, la pirómana, porque, decididamente, ¡él no es un policía! La siguiente historia, “Constancio y Manolo” (1977), trata también de una investigación, pero es el ciudadano Sinner, el vecino, el amigo de Manolo el boxeador –«un nuevo amigo (...), cosa que no sucede todos los días», según Alack–, el que interviene. Después de asistir a un robo en un supermercado, cometido por la madre de Manolo, admite que a él le gustaría también robar, lo que le conduce a estas reflexiones: «La ley me ha concedido una licencia, lo que implica que debo respetarla, que soy su esclavo, que debo colaborar con lo que se conoce por justicia. Aunque sé que la mayor parte de las veces, de justicia solo tiene el nombre». Este manifiesto se expone junto a la evocación del franquismo; de hecho, la acción tiene lugar en 1975, Franco no termina de agonizar y las heridas de la guerra española no cicatrizan. La forma de los relatos se armonizará con esta toma de conciencia. Al abrumar a Alack con dudas sobre su vocación de detective, Muñoz y Sampayo también abandonan el estilo de las series policíacas para centrarse más en la "comedia humana" –lo cual no es incompatible con una atmósfera de novela negra–.

Vimos que Alack Sinner no es político por elección, no tiene habilidad para ello, pero actúa políticamente, llevando en su interior profundos sentimientos de rebelión. Además de este fuerte trasfondo político –la historia como memoria viva–, este episodio proporciona anotaciones complementarias sobre el carácter de Alack, sobre sus contradicciones. Así, su pasión por el boxeo lo conduce todas las semanas al Madison Square Garden, donde apuesta en las peleas, aunque las apuestas estén controladas por la mafia. Aunque es un héroe positivo, no es ni monolítico ni perfecto, a menudo es muy común; si bien él conoce, a diferencia de Manolo, que nació allí, el Guernica de Picasso –citado por Muñoz en sus dibujos–, España le evoca ante todo las vacaciones con su hermana, «que vive en Inglaterra». Esta simple evocación de Toni, muchas veces repetida, se superará en “Conversación con Joe” [17], donde elementos biográficos esenciales se dan a conocer por vez primera, en vez de por simples alusiones.

 
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Alack y Toni en "Conversación con Joe". © Muñoz y Sampayo / Casterman.

Alack, «borracho… pero todavía no del todo»,  cuenta a Joe un episodio crucial en su vida, por qué «abandonó la pasma». Esa noche, presa del blues (en la máquina de discos pone un tema, que se convertirá en un leitmotiv, Cheryl blues, de Charlie Parker –podemos pensar que es John Smith III quien se lo ha hecho descubrir–), recuerda una confidencia hecha a Nick: «Pues nací aquí, en un barrio pobre y en una familia singular. Un padre desaparecido y una madre que... bueno. Cuando era pequeño, ella trabajaba en la misma habitación en la que dormíamos mi hermana y yo.» Tendríamos todos los ingredientes para la autocompasión, si no supiéramos, gracias al conocimiento del personaje, que no lo cuenta para quejarse –ni los autores para obtener la lágrima fácil–. En la época de los hechos narrados, a principios de los años sesenta, Alack compartía un piso con Toni, su hermana, de cinco o seis años menos, físicamente muy parecida a él, cuando su violación sacude sus vidas. ¿Su presencia en Inglaterra no es acaso un exilio? [18]. Alack abandona la policía superado y destrozado por sus propias contradicciones: quiere tomarse la justicia por su mano, mientras que se opone a los métodos expeditivos y a la deriva fascista de sus colegas, Rademaker y O´Neil, actuando como los "escuadrones de la muerte" que causan estragos en América Latina; sin embargo, serán ellos los que se encargarán, a su manera, de los culpables de la violación, “lavando” un honor familiar que Alack no habría sabido defender. Este trauma pesará durante mucho tiempo, antes de que esta historia conozca su epílogo en Encuentros y reencuentros, donde Alack mata a Rademaker.

Nick Martínez, su único amigo en esos lugares, le conseguirá una licencia de detective; esta independencia relativa (como hemos visto) le permitirá «mirarse en el espejo». Apenas sabemos por qué Alack se convirtió en detective, cuando de pronto en el siguiente episodio, “Ciudad sombría” (1977, un año después de Taxi driver, de Scorsese), es conductor de taxi, como él mismo dice: «taxista no, solo conduzco un taxi». El matiz es fiel a su carácter, además de que ¡nunca conecta el taxímetro! No es de extrañar esta solución de supervivencia visto el impasse moral en el que se quedó. Cuando pasa el tiempo sin que renueve su licencia, Nick le comenta ingenuamente que le está esperando en la oficina de Demetrius, y piensa para sí mismo que «¡a este tipo no hay quien le entienda!» Alack es ahora un hombre más interesado en comprender, se considera más capaz, y lee «el periódico a menudo». Este taxi es otra manera de continuar explorando su ciudad («cuanto más violenta se vuelve, más me gusta»), esta "Ciudad sombría" donde se cruza con otras personas que le cuentan su historia. Nada le gusta más que eso, porque sabe escuchar –«le pagaban por hacerlo»– aun a riesgo de encontrar problemas. Esto ocurre con Jorge, perseguido por haber sembrado la semilla de la revolución en los muelles en un asunto de cantina; este tipo decidido (que reencontraremos en Nicaragua) lo molesta, obliga a Sinner, como si llevara un aura sobre la cabeza, a jugar al buen samaritano que no puede dejar de ser. Sabe que es uno de ellos y que más de una vez él «había sido un tipo así...».

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  Presentación de Enfer en "Viet blues".  © Muñoz y Sampayo / Casterman.
«Sentí que me miraban. No era una simple impresión: lo hacían». La entrada en escena de Enfer, en el bar de Joe, es tan prodigiosa como la de Sophie (¡hace menos de un año!), también instantánea, prometedora, definitiva. Un primer plano de la cara de Enfer es suficiente para Muñoz –es uno de sus inmensos talentos– para imponer esta evidencia [19]. Su primera palabra es no: «No, por favor, no pongas otras vez el mismo disco». Entonces, inmediatamente después de las presentaciones («Yo me llamo Enfer… infierno en francés.» «Yo, Sinner... y no es un chiste»), su primera pregunta será: «¿Me amas?». Con un aire falsamente indiferente, Alack responde con una pirueta: ¿cómo podría no amarla, si «hoy es su cumpleaños»?

“Viet blues” ya nos había enseñado que, en cuestiones raciales, Alack no observa ninguna diferencia, reivindicando esa actitud tanto en la amistad como en el amor:

«¿No te dan asco los negros?», pregunta Enfer.
«No.»
«Dicen que tenemos un olor diferente.»
«En ese caso los blancos también...»

Incrédulo, siempre reservado sobre sus sentimientos, admite sin embargo que ella le gusta. Más tarde responderá que «cree que sí» –que la ama–, que «no lo sabe…», aunque se siente «más feliz de lo habitual». Se da cuenta de que, por primera vez en su vida, tiene miedo de «oírse a sí mismo decir que sí». Enfer le dice sin rodeos que lo ama, y acepta que este tipo «muy raro» solo la necesite. Tiene la impresión, vislumbrando algo del misterio, que Alack «siempre parece estar esperando que los interrumpan». Pero ¿quién podría ser? Puede que se trate de algo: «echaba de menos su soledad», como él mismo comenta, lo que encaja con la última palabra, abrumadora, de esta historia, palabra que sería una de las claves de su destino:

«Me gusta mucho estar contigo…–dijo Enfer– y te amo... pero no volveremos a vernos.»
«Por qué?»
«Tu tristeza...»
«... Mi tristeza…», se repite.

No es de extrañar, tras semejante conclusión, después de nueve episodios y menos de tres años de existencia, que haya llegado el momento de hacer balance. Balance para Alack, para quien «todo va tan rápido hoy en día» y cuyos dos últimos relatos de este ciclo inaugural se titularán “Recordando”, pero también balance para Muñoz y Sampayo: «¿Recuerdan cómo termina “Recordando”, cuando Alack mata a los peces [20] tirándolos en el inodoro? Es una ruptura total con el pasado. Para él, se trata de un momento de crisis, una crisis que nos afectaba también,  muy de cerca. Lo dejamos aparcado esperando a que la situación "se enfríe" y empezamos a contar la historia de una mujer, Sophie»[21].

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Los peces de colores en "Recordando". © Muñoz y Sampayo / Casterman.

Cuando, por capricho, Alack compra los peces de acuario, se dice que tiene suerte, ya que vive solo y nadie va a hacerle preguntas incómodas. Está en casa, con su rutina, y los recuerdos lo asaltan, revelando al lector –o precisando– episodios destacados de su vida. Alack es un hombre joven, está en compañía de su hermana Toni en la casa materna. Su situación parece haber mejorado. Su madre no está, y es a Alack, que «no tiene experiencia al respecto», a quien le toca responder a las preguntas de Toni cuando tiene su primera regla, «Es la menstruación, les viene a todas las mujeres, ya te lo explicó mamá».

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Toni descubre la menstruación. © Muñoz y Sampayo / Casterman.
 
Podemos asociar este precioso recuerdo con aquel, terrible, de la violación de su joven hermana, pocos años más tarde. Estamos en marzo de 1955, poco tiempo antes de que se case con Gloria en Boston. Nick fue probablemente su padrino de boda, él a quien, dos años antes, en Corea, Alack había mostrado la foto de su prometida. El matrimonio fue acordado por correspondencia a través de las “Amigas de los combatientes”. Esta amarga inmersión en el pasado, como una pesadilla, le viene cuando se la encuentra por casualidad en la calle, al ir a comprar comida para los peces.

La sombra de Alack Sinner planeará durante su ausencia del centro del escenario, aunque en ocasiones se lo mencionará; su ama de llaves le confió a Sophie: «… hace meses que no viene, yo le limpio la oficina... Es un hombre muy bueno y amable… es una lástima que no le hayas conocido, hijita». No aparece por el bar de Joe durante los cinco primeros episodios de la primera serie de Historias del bar [22] (1979-1981). ¿No pasa por allí o es que no va a los mismos horarios que Muñoz y Sampayo? La respuesta está en Encuentros y reencuentros (1981-1982), cuando se va a almorzar con Joe... «como antes». Alack, que de hecho no había vuelto desde su aventura con Enfer, regresa con ella. «Ha pasado tanto tiempo», señala Joe. En este poderoso relato por episodios, de más de cien páginas, Muñoz y Sampayo van a reconstituir a su personaje, que habíamos dejado completamente desorientado hace cuatro años, enviándole, en palabras del autoestopista manco, «a la búsqueda de sí mismo» en un ajuste de cuentas general.

La historia se narra de nuevo en primera persona, pero en esta ocasión se propone una investigación sobre sí mismo. Alack Sinner busca a los testigos de su vida. Encuentros y reencuentros será una encrucijada de «citas inesperadas», pero sobre todo impredecibles (¡excepto la reunión con Frank Sinatra!), y comienza con la noticia del asesinato de John Lennon en Nueva York, el 9 de diciembre de 1980. Ese día, por primera vez (que sepamos), Alack deja esta ciudad para ir a Maine, donde su padre tiene un motel; ha tomado la decisión de ir a verle después de haberse dado cuenta –ahora que puede mirarse en el espejo– que se parece a él cada vez más, tal vez para desmentir esta impresión (en “Conversación con Joe” nos habíamos quedado en un evasivo «padre desaparecido»).

En cualquier caso, el retrato físico dibujado por Muñoz es todo lo contrario. Después de unos años de ausencia, cabe señalar que la búsqueda de sí mismo de Alack se combina con la de Muñoz, para quien se trata de un nuevo comienzo; también él debe encontrarle en su pluma, reconocerle. Ha debido cambiar en cuatro años, y su rostro debe reflejarlo. Observamos vacilaciones, o incluso una falta de soltura en los primeros planos, un poco rígidos, entonces el retrato del "nuevo Alack" se precisa, ampliándose: Muñoz, más que nunca, dibuja un personaje expresivo –sin sobreactuaciones, por supuesto–, que llegará incluso a sonreír y hasta a reír, algo no habitual en él. Muñoz se permitirá ahora mucha más libertad en la representación. Este padre que parece poco amable y tan poco paternal pregunta por Toni (los enlaces se rompieron probablemente), y anuncia a Alack que su madre ha muerto. «Lo sabía. ¿O creías que no? –le responde Alack–. Yo lo supe un año después...». El padre y el hijo no tienen mucho que decirse –en realidad no deberían haberlo hecho, pero Alack vino para hacer una pregunta que lo atormenta desde hace mucho tiempo:

«¿Cómo era yo antes de la Guerra de Corea… antes de mi guerra?»
«Eras como ahora.»

No se puede esperar nada de las respuestas del padre, excepto que hubiera querido que Alack estudiase. La visita, amarga y dolorosa, podría calificarse como innecesaria –¿qué más es lo que sabe?–, pero sentimos que era esencial para equilibrar sus problemas como hijo. En el corazón de Encuentros y reencuentros se produce la metamorfosis de Alack Sinner. Se producirá mediante una simple llamada telefónica cuando termina por llamar a Enfer y, como el título del capítulo (“Invest in Love”) sugiere, para invertir en el amor y abandonar su tristeza: «Necesitaba volver a mí, una vez más... Escogerme como protagonista de mi vida (...) había estado pensando en ella. Su nombre surgió solo, borró todo lo demás.» Finalmente se decide a hablarle de lo que nunca había sido capaz, del poder inimaginable de su amor, y a su vez se entera de que él es el padre de Cheryl, una niña de cuatro años. El estilo no bascula, sin embargo, de género negro a novela rosa, pero las preocupaciones de Alack son a partir de ahora de otro orden. Ahora debe conquistar a su hija, que al principio le tiene miedo y comenzará por rechazarlo [23]. Con el tiempo, ella terminará por aceptarlo, por reclamarlo, aunque continuará con su chantaje afectivo en el siguiente episodio, “Nicaragua” (cuya acción se sitúa dos años más tarde).

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Alack y Sophie reunidos en El final de un viaje. Última plancha aparecida en À Suivre, Colección del Musée de la Bande Dessinée de Angulema. © Muñoz y Sampayo / Casterman.

Sin embargo, durante este mismo período, los eventos se precipitan. Muñoz y Sampayo nos describen a Alack Sinner en el corazón de una tormenta que deben atravesar. Su amigo Nick, muy a su pesar –¿no le debe acaso la vida, y se siente en deuda para siempre?–, le asestará un golpe terrible al ponerlo en presencia de Rademaker, al que tendrá finalmente que matar. Después de una corta estancia en la cárcel, Alack será absuelto al confirmarse la legítima defensa por este asesinato cometido justo después de enterarse de su paternidad. Apenas supera una prueba, otra aparece, a imagen de la Hidra de Lerna. Ahora su salud flaquea, justo cuando no pensaba en ella, como si la descuidara aunque supiera que era precaria, minados –diría él– sus viejos hábitos de “gran bebedor”. El susto se limitará a una alerta (gastritis, colesterol, etc.) y a la prescripción de una dieta que se apresurará a olvidar.

Encuentros y reencuentros no podía terminar sin el retorno de Sophie; estaba de alguna manera "escrito". Es finalmente con ella con quien Alack va a hablar, confiándole «cosas que no le había dicho a nadie». Harán el amor con «una sensación familiar, sin pasión», dirá a Enfer. Podríamos pensar que complicaría su relación con esta última, pero más bien los equilibrará, al compartir los celos. «Los tuyos, los míos», dice ella (los de Alack suscitados por John Smith III, el «otro padre» de Cheryl, ¡su amigo, por añadidura!). La autoterapia de Alack Sinner debe medirse como un éxito, teniendo en cuenta la sonrisa que pone de relieve el orgullo de conseguir hornear una sencilla tarta de manzana, a compartir con el curioso manco-ángel-confesor-psicoterapeuta que le preguntó sin rodeos, al inicio de la prueba, si creía en algo. «En el amor», pensó entonces, pero evitó responder porque «no creía en mí mismo». ¿Habrá cambiado de opinión?

Alack Sinner retomará el servicio –y recuperará su licencia– de nuevo, por una causa justa, Nicaragua [24], por amistad con Jorge, que fue testigo de su encuentro con Enfer, y por amor, que no va a saber admitir, por Delia, que lidera esta lucha en Nueva York. Aunque Alack lee regularmente el diario, admite no saber mucho acerca de la situación, salvo que el nuevo poder no es del agrado de Reagan. Su padre lo llama para decirle con orgullo que estuvo allí, hace cincuenta años, con los marines [25]. Alack, a pesar de ser un buen estadounidense "normal" y combatiente en Corea, reirá de buena gana –¡es la primera vez!– cuando traten a su hija de comunista por relatarles a sus amigas un espectáculo de títeres pro-sandinista (las relaciones con Cheryl son más cómplices pero todavía impregnadas de celos, y Enfer permanecerá en sus pensamientos). En los años de la Guerra Fría, Alack no habría podido escapar a la "Comisión de actividades antiamericanas" del senador McCarthy, pero ahora "solo" se gana una paliza a causa de sus viejas amistades [26] organizada a los Contras, que terminarán por empujar al régimen hacia la dictadura –la misma que pretendían combatir, aunque no era tal–, enfatizan Muñoz y Sampayo.

A priori, la historia de Billie Holiday (en el álbum del mismo nombre, 1991) no apela a la de Alack Sinner. No son, sin embargo, dos mundos incompatibles, el de la realidad y el de la ficción. Hemos visto que Muñoz y Sampayo dan lo mejor de sí en este tipo de colisión: ¿no se encuentran ellos mismos a Alack en la calle en “Nicaragua” y se vuelven, dudando si se trata de él (como si no pudiera ser él, que está en otro mundo), cuando Alack, a su vez, no les presta atención, o más bien no parece capaz de verlos  –como si estuviera en el lado ciego de un espejo sin azogue?–. Este sistema de encrucijada de destinos es también una oportunidad para enriquecer y autenticar la biografía de Alack. Con motivo del 30º aniversario de la muerte de Billie, Alack recuerda: el 17 de julio de 1959, gracias a una foto en el periódico, se da cuenta de que él montó guardia ante la habitación de una Billie agonizante. Comenta su sorpresa a su hermana, con quien parece vivir de nuevo tras el fracaso de su matrimonio. Pero evidentemente no recuerda –ironía de los autores– que él fue concebido en un hotel contiguo al club donde la joven Billie Holiday debutó junto a Teddy Wilson (probablemente en 1933).

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Alack visita la tumba de Billie Holiday. © Muñoz y Sampayo / Casterman.

Por otra parte, su memoria es frágil, los hechos en ocasiones se mezclan y se confunden en el tiempo: Alack cree recordar que tenía unos nueve años cuando, jugando al béisbol en la calle, ayudó a cambiar la rueda del coche de Billie a cambio de un dólar; recuerda su sonrisa, sus ojos. Pero la escena ocurría a principios de 1937[27], por lo que Alack no podía tener la edad que él cree. Esta historia, que él recuerda haber contado imprudentemente a su padre después de ver, en familia, a Billie en una película, Nueva Orleans, de 1946; Entonces podía tener doce años, aunque se recuerde más pequeño que lo que debería ser, al igual que su hermana, llevada en brazos por su madre, quien se queja de que es «un peso muerto»; madre que aparece aquí por primera vez (¡aparte de como pez!).

Podríamos conectar estos recuerdos y los fallos de memoria de Alack [28] con su deseo angustiado, cuando fue a ver a su padre para saber cómo era antes de la guerra de Corea, antes de su herida. En “Rehenes” (1991) se producirá una escena similar que se sitúa, con certeza, en diciembre de 1941, ya que está relacionada con el ataque a Pearl Harbour. Un acontecimiento contemporáneo, la Guerra del Golfo, revive la memoria en Alack –de modo que una vez más se mira en el espejo, que le devuelve en esta ocasión, una vez afeitado, un rostro juvenil. Es un episodio poco glorioso de su padre, que se abandona a un frenesí racista de rara violencia cuando Alack, con siete u ocho años, invita inocentemente a su amigo japonés a jugar a la guerra en lugar de al baloncesto o al béisbol, ¡actualidad obliga! Sin embargo, su madre, presente y definida en esta ocasión por vez primera con un primer plano donde su rostro está cortado, no reacciona cuando él es insultado y tratado de «maricón» por su padre, y no sabe qué decir a su hijo consternado por esta violencia incomprensible –él quisiera comprender–, por este linchamiento que se está gestando.

El reencuentro de Alack y Sophie en “El final de un viaje” da la impresión, tras una relectura del conjunto, de que era inevitable, como el encuentro de dos planetas de los que los astrónomos no pudieran definir con precisión las trayectorias: la última imagen, enigmática, parece ilustrarlo, evocando el ciclo regular de la luna –«una vez al mes» oímos– bajo un cielo estrellado atravesado por dos estrellas fugaces; ¿acaso para pedir un deseo?

Sophie tiene unos cuarenta años y Alack se acerca a los sesenta, ella vive con sus dos hijos, lssur (de la que estaba embarazada en “El bar”) y Soshu, una niña pequeña. Después de haber pasado la noche juntos, constatan uno en el otro –dulcemente, sin desagrado– sus respectivos cambios físicos, algunas redondeces debidas a la maternidad en el caso de ella, y a la edad y al alcohol en el caso de él. Muñoz se recrea en la representación de esta escena de amor, dibujándola como eco de la primera vez, improvisada, en “Chispas”.

No sabemos si Alack se va a quedar o no –cumple tareas cotidianas, como acompañar a los niños a la escuela, pasando por su padre (lo que no parece desagradarle)–, pero lo cierto es que si se va, volverá a Paradise Creek. En la medida en que un personaje de "ficción" tiene vida después de la palabra fin, siempre nos queda la esperanza.

 

 
NOTAS

[1Le Collectionneur de bandes dessinées nº 54.

[2Aparecido en (À suivre) nº 179, diciembre 1992. [Nota del editor: el autor del texto suponía entonces que con "El fin de un viaje" los autores habian cerrado el ciclo de Alack Sinner, pero el personaje volvería en dos ocasiones más (hasta la fecha): en 2000 y 2006.]

[3La lectura continua de estos cuatro episodios lo demuestra de forma evidente. Cinco años después de El final de un viaje, seguimos esperando todavía la aparición del último recopilatorio de las aventuras de Alack Sinner.

[4«Un feo trabajo para un buen tipo», en palabras de Wolinski en Charlie mensuel nº 84, enero 1976.

[5Sobre el rostro de Alack, Muñoz confía: «Descubrí que el rostro de Richard Burton era interesante visualmente, pero no para dibujarlo, así que volví a otro actor, Chuck Connors, en el que ya me había inspirado para Zero Galván [héroe de la serie Precinto 56, escrito por Héctor Oesterheld (...)]. Mezclando esa cara con las de Richard Burton, Steve McQueen y Charles Bronson me las arreglé para conseguir dibujar el rostro de Alack Sinner. (...) La primera vez que aparece es de frente, en aquella época era incapaz de dibujarle de perfil. En los dos o tres primeros episodios no hay ningún perfil logrado.»  Extracto de Le Dessein duel, entrevistas con Eddy Devolder, ed. Vertige Graphic, 1994.

[6Loretta no habrá olvidado «que vive solo y es una persona difícil...» cuando se reencuentran en “Viet blues”, donde ella le revelará su amor y le ofrecerá matrimonio. Se encontrarán de nuevo en “Ciudad sombría”.

[7«El primer Alack tenía algo de Zero Galván, un poco de Philip Marlowe en el carácter y la atmósfera de las novelas de Hammett. Como un mero ejecutor, encargado de ciertos asuntos, como observador, estableciendo contactos entre las personas, Alack seguía siendo un personaje sin mundo interior. Fue al desarrollar las historias cuando Alack comenzó a tomar una verdadera profundidad humana.» Declaraciones de Muñoz recogidas por L. Imparato, Ph. Ouvrard y G. Zuccato en Le Collectionneur de bandes dessinées nº 54.  Mientras que a Eddy Devolder, Muñoz le declara: «Alack Sinner nació de nuestra fascinación por los personajes melancólicos, tiernos y nocturnos. Está moldeado con estereotipos, frases hechas, extraídos de recuerdos de novelas y películas policíacas.»

[8Veremos cómo Muñoz y Sampayo retuercen el pescuezo a ese cliché en “Chispas” durante el encuentro de Alack con Sophie.

[9Carlos Sampayo es crítico de jazz.

[10Habrá otro Martínez mucho más tarde, José Martínez (alter ego de Muñoz), dibujante de cómics en “Por unos dibujos...”.

[11White Anglo Saxon Protestant: Protestante blanco anglosajón.

[12«Como nos encontrábamos en un terreno terriblemente peligroso, hablábamos de ella en tercera persona, el "yo" estaba reservado para Sinner. Todo esto para simbolizar la alteridad, y porque no nos atrevíamos a dar detalles sobre lo que constituye la esencia del otro sexo.» Muñoz y Sampayo en (À Suivre) nº 24.

[13(À Suivre) nº 24.

[14Viniendo de argentinos, ¡esto es un verdadero acto de fe!

[15En Italia, donde vivían entonces Muñoz y Sampayo, era la época de las Brigadas Rojas. Sophie sería un avatar romántico y simpático.

[16Su siguiente aventura en México, revolucionaria y barroca, responderá a sus ideales (“Sophie Goin´ South”).

[17Es preferible situar esta historia hors-série de pequeño formato según el orden de elaboración (como en Charlie) y no como en el álbum recopilatorio, en forma de preámbulo de “El caso Webster”, donde efectivamente se la presenta, pero a posteriori.

[18Recordemos que el exilio de Muñoz comenzó en 1972 en Inglaterra, donde debía encontrarse con Sampayo.

[19La observación de la plancha original revela, bajo un collage, una primera versión en la que Enfer no era todavía "ella".

[20] ¡Dos de esos peces representan a su padre y a su madre!

[21Le Collectionneur de bandes dessinées nº 54. Alack hará su reaparición en “Encuentros y reencuentros”, cuatro años más tarde, después de los dos episodios, “Alack Sinner presenta: Sophie Comics” y “Sophie Goin´ South” (1977-1979) y las primeras historias de Historias del bar.

[22 Alack aparece, no obstante, en una acera, para constatar el fallecimiento de Pepe el arquitecto, así como en fotografías, testigos de su encuentro con Enfer.

[23«Toda la historia con su hija es una transposición de lo que yo viví con mi hija», confesará Muñoz a Eddy Devolder. 

[24La acción tiene lugar en diciembre de 1984. Daniel Ortega (sandinista) acaba de ser elegido presidente de la República, cinco años después de la caída de la dictadura somocista pro-estadounidense.

[25Los Estados Unidos ocuparon Nicaragua desde 1912 hasta 1933 antes de favorecer la llegada al poder de Somoza en 1936 contra la guerrilla de Sandino.

[26Véase “La vida no es una historieta, baby...”.

[27 Datación establecida por la evocación de la batalla de Guadalajara en marzo de 1937, cuando las tropas de Mussolini fueron diezmadas por los republicanos a las puertas de Madrid.

[28 Tampoco hay que excluir que estas aproximaciones sean "licencias poéticas", y que Sampayo forzara las fechas conocidas para dar un poco de "juego" entre la historia y la ficción.

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Creación de la ficha (2015): Dominique Hérody. Traducción de Félix López y Silvia Sevilla. Revisión de Alejandro Capelo. Edición de Félix López. · El presente texto se recupera tal cual fue publicado originalmente, sin aplicar corrección de localismos ni revisión de estilo. Tebeosfera no comparte necesariamente la metodología ni las conclusiones de los autores de los textos publicados.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
DOMINIQUE HÉRODY (2015): "Alack Sinner: Encuentros y recuerdos", en 9e ART, 3 (15-XI-2015). Asociación Cultural Tebeosfera, Angulema. Disponible en línea el 14/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/alack_sinner_encuentros_y_recuerdos.html