40 AÑOS DESPUÉS: EL VÍBORA ESPECIAL EL GOLPE
Kike Infame entrevista a Emilio Bernárdez, Max, Gallardo, Mariscal, Simónides, Daniel Torres y Sento
El 23 de febrero de 1981, un grupo de guardias civiles a cuyo mando se encontraba el teniente coronel Antonio Tejero asaltó el Palacio de las Cortes durante la votación para la investidura del candidato a la Presidencia del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo. El intento de golpe de Estado revolvió a toda la sociedad de la época por traer ecos de la recién concluida dictadura. Durante los días siguientes, desde la revista El Víbora, un grupo de dibujantes hoy míticos decidieron realizar un especial en el que mostraron cómo se vivieron aquellos momentos. Cuarenta años después hablamos con Emilio Bernárdez, Max, Gallardo, Mariscal, Simónides, Daniel Torres y Sento, protagonistas del número, para recrear aquellos días de incertidumbre.
UN POCO DE HISTORIA
El Víbora nace en 1979 recogiendo el testigo de numerosas cabeceras que fueron surgiendo durante finales del franquismo y comienzos de la democracia. Nombres clave de esta época serán autores hoy clásicos como Nazario o Mariscal, ahora laureado diseñador e ilustrador pero que en aquellos momentos descubría, como el propio país, los límites de la libertad. Retrocedemos a los orígenes de aquellos fanzines y las primeras revistas.
¿Cómo recuerdas aquellos momentos?
Mariscal. Éramos muy jóvenes, descubriendo vivir en libertad. Tengo muy mala memoria. Conseguíamos buen chocolate, buenos ácidos, vivíamos todos juntos y lo pasábamos muy bien. En aquella época yo ya vivía solo. Era la primera vez que lo hacía. Vengo de una familia muy numerosa y vivíamos todos juntos. No tengo mucha memoria, así como Nazario ha hecho unas memorias extraordinarias, yo no recuerdo mucho.
Echamos un poco atrás en el tiempo. Con Nazario empiezas a colaborar en los primeros fanzines que se publican en cabeceras como El Rrollo enmascarado.
Mariscal. Lo que queríamos era crear. No teníamos un duro, pero dibujábamos y hacíamos fotocopias o lo imprimíamos de un modo muy rudimentario y lo vendíamos por la calle o lo cambiábamos por cervezas en los bares. Lo que pretendíamos sobre todo era expresarnos. Siempre he tenido una necesidad imperiosa de dibujar. Teníamos veinte años y vivíamos una explosión de libertad. Ya no estabas en tu ciudad ni nadie te conocía y estabas descubriendo mil cosas. Sobre todo vivir en libertad y experimentar con todo: con las drogas, con los colores, experimentar otro tipo de sociedad. Teníamos una especie de comunidad, una forma de ver la vida más hippy y underground. Imagino que como ahora los chicos que hacen trap, gente joven que se lo está pasando bien.
Portada desplegada de Piraña divina (1975). |
Con la publicación de La piraña divina Nazario tuvo problemas con la justicia y os fuisteis a vivir a Ibiza.
Mariscal. Nazario se fue a Isla Cristina, al sur y nosotros a Ibiza. Nos habíamos pasado mucho en aquel festival de Canet de 1975. Habíamos vendido muchos tripis, pero sobre todo La Piraña divina, claro. Fíjate qué naif era todo entonces que ibas a Ibiza y ya no te encontraban. En Ibiza vivimos dos años fantásticos en una casita de campo. Lo bonito es que no teníamos nada y allí dibujamos Purita por ejemplo.
El Víbora, Emilio, aglutina esas individualidades que estaban dispersas.
Emilio. Lo que conseguimos nosotros es que se lo tomasen en serio. Salía El Rrollo enmascarado, al año siguiente el Catalina y al otro La piraña divina... todo estaba muy disperso y se hacía casi de contrabando en sitios como el mercadillo de Balmes de Barcelona. No había librerías especializadas. Donde más se vendía era en los conciertos de música.
La revista les aglutina, les da una regularidad y además les paga. Fue la rehostia para nosotros.
El papel importante entiendo que es dar infraestructura y distribución a ese material existente.
Emilio. Exacto porque vamos a todos los kioscos de España. La primera tirada de El Víbora fue de 25.000 ejemplares, después llegamos a vender 47.000 revistas. El momento cumbre fue sobre el número cincuenta de la revista. El número especial sobre el golpe supuso un reconocimiento, pero no un aumento de ventas significativo. Sí que es cierto que ese número se agotó antes que el primer número de la revista.
En ese momento no formabas parte de la plantilla de la revista.
Emilio. Yo trabajaba en la librería Zap 275 (y más tarde en la librería Makoki) y hacía una sección de cómic con Felipe Borrallo. Sí que fui una de las personas a las que consultó Berenguer para obtener las direcciones de todo el mundo antes de empezar la revista.
La iniciativa de la revista nace de Toutain, que le presta un dinero a Berenguer para hacerla.
Emilio. Sí, porque eran vecinos de La Floresta. Es la época del anarquismo, de las fiestas libertarias en las que todo se celebraba. La Floresta era un punto neurálgico, y allí se conocen Toutain y Berenguer. Berenguer era arquitecto y hacía cúpulas geodésicas, de hecho su casa era una que él había construido, de ahí el nombre de la editorial. Al principio se llamaba José María Berenguer, editor, pero cuando empezaron a haber ventas los asesores le recomendaron que montara una sociedad porque era demasiado dinero para una sola persona.
El caso es que Toutain y él se hacen amigos. El cómic se estaba expandiendo, y Toutain veía un hueco que había que cubrir con autores alternativos. Él veía que había una serie de dibujantes que podían llenar ese espacio, y le ofrece hacerlo a Berenguer. En ese momento Berenguer solo conocía a Crumb y Shelton, pero desconocía los autores españoles que podía haber, así que se dirigió a Zap 275, una librería que montó Jaume Fargas. En ese momento Jaume estaba en Rusia y yo, que era amigo suyo, le ayudaba en la tienda. Cuando vino Berenguer le sugerí a Nazario, Martí, Roger, Max... y le comenté que en Makoki le darían más nombres. Allí empezó todo.
No sé si tuvisteis algún tipo de censura.
Simónides. Yo no recuerdo ningún problema de censura.
Emilio. La única censura que tuvimos era prohibirnos el primer título, que iba a ser Goma-3. Después no la volvimos a tener.
Portada alternativa para el primer número de El Víbora con el título original "Goma 3", publicada como contraportada del nº 299 (último de la revista). |
El Víbora une a sensibilidades de todo el país que se sienten identificados con la revista.
Emilio. Son los autores los que se ponen en contacto con nosotros. Son conscientes de que si quieren hacer cómic tienen que venir a Barcelona.
Simónides. Éramos una serie de autores que no teníamos que ver. Yo comienzo a colaborar en el número siete de El Víbora todavía desde Pamplona. Nos llamaban underground porque veníamos del franquismo y de revistillas que apenas tenían tirada.
Felipe Borrallo, Max, Gallardo, Mediavilla y Emilio Bernárdez en la redacción de El Víbora. |
¿Cómo se organizaban los contenidos en la revista?
Emilio. Se organizaban de un modo asambleario. Cada número tenía sesenta y ocho páginas, así que, como podrás imaginar, teníamos que ver cómo irlo cubriendo cada mes. Unas veces metíamos a Shelton, a Crumb, otras a Spain Rodriguez o Tatsumi... Esa parte no era asamblearia, el resto sí.
Cuando llegaba un nuevo autor se decidía en asamblea, aunque nadie las llamaba así, si iba a colaborar o no.
Portada de El Víbora especial "toda la verdad sobre el golpe". |
¿Dónde estabas tú el 23-F?
Emilio. Entonces yo era fontanero, electricista, lo que en Cataluña se conoce como lampista. Salía de trabajar y tenía que bajarme del metro en la parada de Diagonal y cruzar El Corte Inglés porque ahorraba camino para llegar a mi casa. Al cruzar El Corte Inglés empecé a ver a la gente acojonada, a los dependientes marchándose a casa. En cuanto llegué a casa puse la radio y allí nos enteramos de algo, porque también habían secuestrado la televisión. De todo nos enterábamos por la radio.
Max. Yo estaba en casa de mi novia en Barcelona. No recuerdo si teníamos la radio puesta.
Mariscal. Estaba en Barcelona. No me acuerdo qué hacía. Viviendo. Al principio fue decir: “¿Qué está pasando? ¿Otra vez los fachas?”. Enseguida se planteó hacer algo. Yo no soy muy periodístico, pero algo hice.
Ilustración de Mariscal (página 51 del especial). |
Simónides. Cuando sucedió el golpe estaba recién llegado a Barcelona. Yo vivía en un piso que tenía un amigo de Vitoria en el que había un montón de gente en la calle Mallorca e iba a dibujar al estudio de Juanito (Mediavilla) y Gallardo. En ese momento estábamos en el estudio oyendo música. No teníamos ni idea de lo que estaba pasando.
Gallardo. No supimos qué sucedió hasta que pasó el vecino de al lado y nos lo dijo. Antes tuvimos una llamada de lo más sospechosa en la que nos dijeron: “Vamos a ir allí y os vamos a ametrallar a todos”. Al final era un amigo para gastarnos una broma, bonita broma.
Gallardo y Mediavilla. |
Simónides. Salimos a dar una vuelta y no había nadie en la calle. Oímos que habían sacado los tanques en Valencia y teníamos un poco de paranoia porque apareciesen por cualquier lado, pero el paseo de Gracia estaba totalmente vacío. Podían ser las nueve de la tarde.
Gallardo. Fueron momentos raros, pero no teníamos mucho miedo por nuestra inconsciencia. Mi padre, sin embargo, sí que estaba acojonado. Había pasado la Guerra Civil y pensaba que estaba en alguna lista negra pendiente. Yo le tranquilizaba diciéndole que, si estaba en alguna lista, ésta ya habría desaparecido en algún cajón.
Emilio. El golpe apenas duró un día, pero estábamos todos acojonados. Nos llamábamos por teléfono a ver qué iba a hacer cada uno. Alguno quería marcharse de España, porque con lo que publicábamos iban a venir a por nosotros. Temíamos que los fachas fuesen a hacer una purga, pero al final nos quedamos todos.
Página 3 del especial, con viñeta de Willem y el sumario. |
A LAS FALLAS
La ciudad de Valencia fue ocupada militarmente por el teniente general Jaime Milans del Bosch. Dos mil hombres y cincuenta carros de combate fueron desplegados en las calles de la ciudad. A pesar de que El Víbora se realizaba desde Barcelona, para el número contó con una representación de autores valencianos como Daniel Torres y Sento.
Y vosotros, los valencianos, ¿dónde estabais entonces?
Daniel Torres. Vivía todavía en la casa familiar en Valencia. Estaba en mi cuarto dibujando. Mi padre estaba escuchando en el salón grande el Congreso de los Diputados en directo y se empezaron a escuchar disparos. Los que estábamos en casa fuimos a ver qué estaba pasando.
Sento. Ese día habíamos ido Quique (Micharmut) y yo a Barcelona. Mientras estábamos en la redacción de El Víbora, en la plaza de las Beatas, se oyó algo por la radio. Habíamos visitado antes la revista Bésame mucho, en la que ya colaboraba, y me imagino que fuimos a El Víbora a enseñar cosas. Estábamos en la revista por la mañana cuando sucedió todo. Después de comer cogimos el Ford Fiesta que me había dejado mi padre y volvimos hacia Valencia. Era preocupante, porque llamabas por teléfono a casa, desde una cabina, porque entonces no había móviles, y solo oías pitidos.
Recuerdo que veníamos muy preocupados por toda la carretera. Antes de llegar teníamos una china de hachís y la tiramos por la ventanilla porque no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar.
Cuando llegamos a Valencia ya era de noche. No había nadie por la calle y estaban los coches abandonados en las aceras. Nos dirigimos a casa de Micharmut y nos empezó a seguir un jeep de la Policía Militar. Yo creo que eran unos gilipollas que estaban aburridos porque nos siguieron pero no nos dijeron nada.
Yo vivía entonces cerca de la Gran Vía, y allí estaban los tanques. En uno de esos tanques, me enteré mucho después, estaba mi amigo Mique Beltrán, que estaba haciendo la mili. Un día espero que acabe el libro en el que cuenta su experiencia.
Dos páginas del cómic que Mique Beltrán está preparando en el que cuenta su experiencia en esos momentos. Imágenes cortesía del autor. |
Torres. Efectivamente. Mique Beltrán estaba haciendo el servicio militar y le dijeron que tenían que salir. Nos contaba que no sabía adónde iba. Pensaba que eran unas maniobras nocturnas, pero se quedaron acojonados cuando vieron que se movían con los tanques por Valencia a toda velocidad. Dentro de su tanque estaban todos asustados.
Aunque Madrid fue la principal protagonista, Valencia tuvo también un papel relevante en el golpe.
Torres. Claro. Todavía recuerdo los tanques pasando por debajo de mi casa. Fueron momentos de inquietud. Yo estaba haciendo el servicio militar, una cosa que se llamaba IMEC (Instrucción Militar de la Escala de Complemento). Era un modo de que los universitarios hicieran el servicio militar sin dejar su curso. Estaba en el último año, lo que significa que enseguida me tendría que incorporar a mi unidad de destino, Bétera, que precisamente era el sitio del que salieron los tanques de Valencia. Unos meses después me incorporé al regimiento de Caballería del que salieron los carros de combate aquel 23-F. Me hubiesen podido incorporar perfectamente. Había mucha inquietud, no solo por lo que estaba pasando, también por saber qué iba a ser de nosotros, de algún modo.
Max. Yo hacía dos años que había terminado la mili, así que era muy consciente de que si eso triunfaba me podían movilizar también. Fueron unas horas de pánico. Yo solo pensaba en ir a casa de mis padres a por el pasaporte y el mapa de los Pirineos. Tenía muy claro que me largaba del país. Eso cuenta mi historieta. La reacción de mi personaje creo que fue la de mucha gente.
Simónides. Se oía de todo. También gente de izquierdas que decía que iba a organizar barricadas y no acudía ni cristo, de todo había. Nosotros vivíamos la situación con tranquilidad, estábamos un poco aislados dibujando a nuestro aire.
Max. Todo era muy tópico, solo faltaba que con Tejero hubiese entrado una señora vestida de flamenca. Era la España más rancia, castiza y cutre, todo junto.
Cómico hasta cierto punto.
Max. Sí, claro. No tenía maldita la gracia, pero nosotros hacíamos cómics y no necesariamente de humor, pero era el único modo de tomarte todo aquello. Una vez hubo pasado, claro.
Torres. Yo esto no lo he contado nunca pero hice prácticas y fui sargento en el regimiento de donde salieron los tanques y estuve hablando con uno de los que llevaban un carro de combate aquella noche. El sentimiento era ese, tenían miedo, pero no podían más que reírse de manera amarga al ver cómo la gente huía con sus coches a su paso. Yo supongo que era una risa nerviosa. Visto desde ahora nos podemos reír de ciertas situaciones, pero si las cosas hubiesen tomado otra deriva se nos hubiese congelado la risa a todos.
No sé si esta situación os recordaba a tiempos pasados.
Max. Evidentemente. Nosotros ya habíamos sufrido, por edad, lo que suponía una dictadura militar. Nos lo veíamos venir encima otra vez. Yo era muy consciente de que podía estar en listas negras, no solo por los cómics sino por mi activismo social, aunque nunca he sido militante. Todos sabíamos lo que podía pasarnos si triunfaba el golpe. Ahora bien, una vez nos pusimos a hacer la revista no tuvimos ninguna cautela, nos lanzamos a tumba abierta.
Página 6, con texto editorial y créditos. |
MONTANDO EL NÚMERO
Volvemos al 23 de febrero de 1981 y al intento de golpe de Estado. Ante la situación vivida, la redacción de El Víbora se reúne y decide sacar un número especial en un tiempo récord, un número que supuso un antes y un después para quienes participaron en él.
¿Cómo surge la idea de hacer el especial del golpe?
Max. Creo que fue una idea del editor, de Berenguer. Al día siguiente nos convocó a todos en una reunión para hacer el número especial. La idea era hacerlo ultrarrápido. El Víbora era una revista mensual, pero Berenguer quería tenerlo en la calle en quince días. Nos pusimos entre todos a la obra. Cada uno pensaba cuántas páginas hacía y lo comunicaba para encajar todo en la revista. A partir de allí teníamos un día de entrega. Creo que fue la ocasión en la que trabajamos con más premura.
Simónides. A todos nos pareció bien. Quedamos en hacer el material lo más rápidamente posible, y en menos de una semana estaba todo listo. Salimos de esa reunión y nos pusimos a trabajar.
Gallardo. Decidimos que era el momento de hacer algo directo, que ya era hora de que la revista se hiciese mayor. Era algo que, hasta la fecha, parecía ajeno a nuestros intereses. El número se hizo casi en la redacción, todo muy rápido. Estuvimos dibujando allí, cada uno elegía las páginas que podía hacer.
Torres. El editor tenía que componer un número en un tiempo récord. Fue un número que se hizo con muchas dosis de valor, improvisando y tomando decisiones al minuto. Yo creo que Berenguer llamó a todo el mundo que conocía, no se paró a pensar que estuviese publicando en otra revista, si el autor podía aportar un testimonio, adelante.
Sento. El mismo día del golpe o al siguiente me llamaron por teléfono para participar en el número. Supongo que sería Berenguer, que se lo tomó muy personalmente. Daba un poco de miedo porque no estaba clara la situación. Cuando estaba dibujando no sabíamos quién iba a ganar, si los buenos o los malos. Hice una página que había que mandar de la forma más inmediata posible porque era todo muy urgente.
Torres. Creo que fue un acierto por parte de Berenguer hacerse eco de lo que estaba sucediendo. Vista la deriva del cómic en estas décadas, con la novela gráfica, el cómic social o documental, puede parecer normal, pero entonces era algo muy novedoso. Berenguer supo ver que esa noticia de alcance tenía que quedar reflejada en el mundo del cómic y enseguida se puso en movimiento. Si no es la primera publicación de periodismo gráfico sí será una de las primeras. Que una revista de tirada nacional, de periodicidad mensual, dedique el número a un tema tan candente no era habitual en el cómic, aunque sí lo fuese en las revistas de humor gráfico. La situación era tan acuciante que nadie se cuestionó hacerlo.
Página 17 del especial, con ilustración de Daniel Torres. |
¿Cómo recuerdas la realización del número?
Torres. Como estaba en Valencia no tuve un contacto directo. Sí recuerdo que Berenguer dijo, imagino que igual que al resto, que no podíamos esperar a sacarlo como era habitual. Había que hacerlo al momento. A mí me dijo que le daba igual si hacía una, dos o tres páginas, pero tenían que estar prácticamente al día siguiente. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de los años ochenta. No había internet ni escáneres. Se mandaban los originales por correo, lo más que podías hacer era mandarlo por correo exprés o contratar un mensajero. Había que contar con un tiempo para mandarlo con lo que la premura era más grande. Solo hice una página, pero colaboré.
Se me ocurrió ese chiste con las Fallas. Las Fallas son en marzo, y el golpe fue en febrero. Era una manera también de conjurar el miedo, esa salida a través de la ironía y el humor, porque esos días pasamos miedo.
Gallardo. Yo me uní con Simónides e hicimos unas cuantas páginas. Hicimos una doble página muy salada que sirvió de póster central en la que sacamos el bar del Congreso y a los golpistas robando las botellas de coñac.
Páginas 26 y 27 del especial, por Gallardo y Simónides. |
Simónides. Todo eran disparates. Me inventé un rollo de unos tíos que están haciendo un túnel para volar el Congreso de los Diputados y se encuentran con el golpe. Con Gallardo recuerdo que hice una historia de unos marcianos con tricornio.
Gallardo. “Ya estamos aquí” se llamaba. Trabajar con Simónides era muy divertido, no era como trabajar con Mediavilla, que era guionista y una especie de mentor. Trabajábamos como pares. Era nuestro colaborador del norte.
Página 29, con el inicio de la historieta de Gallardo y Mediavilla. |
Simónides, ¿trabajabas entonces con Juanito Mediavilla?
Simónides. Entonces hacía mis cosas y Gallardo y Mediavilla las suyas. Creo que aún no habíamos hecho Chuchita y Marilyn. Esa sería la primera vez que colaboramos creo. Fue todo muy rápido.
Gallardo. Hicimos tal cantidad de animaladas... cosas que nadie tuvo en esos momentos valor de hacer, ni la prensa ni las revistas de humor gráfico. Hasta el momento nos ninguneaban, pero a partir de este momento tuvimos una gran repercusión.
No es algo que hicierais antes ni que continuaseis después.
Gallardo. Ya, pero date cuenta que es algo como hoy la pandemia. Es algo que tienes encima y no puedes obviar. Los rumores salen por todos lados, nadie sabe nada, se habla de listas, de persecuciones... Si hubiese triunfado nos hubiesen pelado y metido en la cárcel. No nos metíamos en política, pero la política invadió nuestras vidas y decidimos dar nuestra opinión.
Sorprende que Nazario, que era un autor emblemático de la revista, no participase.
Gallardo. Probablemente fuese porque era muy laborioso su proceso y la revista tenía que salir en el menor tiempo posible a la venta.
Max. Quizás fue por eso. Yo no recuerdo el motivo. Participó quien quiso o quien pudo.
¿Cómo se organizó el número?
Gallardo. Con un poco de brainstorming.
Simónides. El Baxter hacía el montaje, Onliyú escribió algo... La relación entre nosotros era muy buena. Lo que hacíamos era muy ilusionante para todos.
Página 11 del especial, con la historieta de Buitre Buitaker, por Gallardo. | Tira de Buitre Buitaker, en Gente y aparte. |
Gallardo. A mí se me ocurrió una historia que era ideal para el Buitre Buitaker, Max hizo una historia preciosa con Gustavo escuchando la radio... cada uno con las ideas que se le iban ocurriendo, y así cerramos la revista.
El Buitre Buitaker es una de las mejores parodias de la España de una época.
Gallardo. Del facherío [risas]. El personaje era un spin-off de Makoki que retomé porque el tema me fascinaba. A partir de ese momento las tiras son mías, hasta desembocar en ese momento precioso en el que nos llaman para colaborar en el ABC. El ABC decidió que tenía que acercarse a la juventud de alguna manera, y llamaron al hijo de Berlanga para hacer el suplemento Gente y aparte. Berlanga organizó una serie de colaboraciones con amiguetes músicos como Alaska. Vino a Barcelona y me dijo que quería que participase y que lo hiciese además con el Buitre Buitaker. Le pregunté a ver si estaba majara [risas].
Teníamos esa colaboración semanal en páginas posteriores a la crítica de misa. Entiendo que el lector habitual pasaba de puntillas por aquella sección hasta que un día un militar leyó una tira del Buitre y allí se acabó todo. El Buitre Buitaker y Blasito formaban una pareja mítica, una de esas de dueño y señor y gentil siervo mezclando todos los tópicos del facherío. Era muy divertido.
Página 19, con historieta de Sento. |
En tu caso, Sento, es una colaboración que no tiene mucho que ver con tu trabajo posterior.
Sento. Estaba aún definiendo mi estilo y vi que para la ocasión tenía que acercarme al humor gráfico, aunque no tenía mucho que ver con lo que hacía entonces en Bésame mucho.
En ese momento, Max, estabas trabajando en Gustavo, tu personaje más politizado.
Max. Eso es. Es el personaje que estaba trabajando entonces, en una historia larga que se iba publicando con entregas mensuales. Me venía bien el personaje para hacer esa historieta.
Páginas 4 y 5 del especial, con historieta de Max protagonizada por su personaje Gustavo. |
También realizas la portada del número.
Max. Bueno, la portada se decidió al final. Con todo el material encima de la mesa se escogió una viñeta de las historietas, colorearla y ampliarla. Recayó el honor en una viñeta de mis dos páginas.
Tu personaje Gustavo se había convertido en un icono de todos los movimientos sociales de la época.
Max. No era mi intención. Mi idea era tocar esas temáticas en un cómic que fuese mezcla de aventuras, humor y política. Nunca pude prever que mi personaje se fuese a convertir en una especie de icono hasta que empecé a verlo en pintadas en la calle, en carteles, manifestaciones...
Eso me provocó un cierto orgullo y una cierta preocupación. No deja de ser tu personaje, y ves cómo se te va de las manos.
Emilio. Cada uno hablaba de lo que le gustaba. Si Max hacía Gustavo era porque preocupaba mucho la energía nuclear. Tu no veías una manifestación en la que no hubiese un dibujo de Gustavo. Era un personaje muy representativo, como Peter Pank lo fue para todos los punkis. La revista refrendaba lo que la gente sentía. Mostraba que había otras realidades, el fumeta, el gay, que se sentían identificados. En toda España había movimientos similares, y por eso llegábamos a todo el país. Todas las ciudades tienen sus barrios bajos.
¿Qué supuso el lanzamiento del número especial de la revista?
Torres, De alguna manera, la gente se sorprendió. Empezaron a aparecer especiales de todo tipo en la prensa. Eso era obvio, pero que apareciese en un medio como el cómic sorprendió a bastante gente. Entonces había un boom de publicaciones, tanto de nivel general como especializado. Los kioscos estaban llenos de publicaciones en las que era difícil destacar, y allí estaba el número del golpe de Estado.
Simónides. De El Jueves lo podían sospechar, pero de una revista marginal como El Víbora no se esperaba. Tuvo unas ventas muy fuertes. Como lo que hacíamos no era especialmente político, no dio muchos problemas. Se cuenta que los jueces andaban detrás, pero solo son rumores.
Max. Hacer este número nos granjeó una cierta simpatía de la izquierda de este país, que hasta entonces nos ignoraba olímpicamente. Nos dio carta de naturaleza. Aupó las ventas y el prestigio de la revista. Nosotros lo hicimos, sin querer parecer frívolo, por puro afán de reírnos de lo grotesco de todo aquello.
En la época había revistas de carácter satírico como El Papus que analizaban el momento político.
Max. Hay una diferencia. En las revistas como El Papus o El Jueves usan el cómic como medio, pero son revistas de humor básicamente. El Víbora no pretendía ser una revista de humor, aunque lo hubiera. El Víbora no tenía precedentes en los que sustentarse, mientras que Hermano Lobo, El Jueves o El Papus venían de La Codorniz o de revistas francesas. No sé si fue por casualidad o porque estuvimos en el lugar adecuado en el sitio preciso, pero funcionó cuando nadie daba un duro por ella.
Leyendo Los profesionales, de Carlos Giménez, tenemos la sensación de que con la apertura se empieza a valorar a los dibujantes de cómic como agentes culturales.
Emilio. Estaban valorados Carlos Giménez y pocos más. Es en el momento en el que realizamos el especial cuando se nos mete en el saco de lo social, no como una publicación de lucha por los derechos sociales sino como un reflejo de lo que estaba pasando en la calle.
Página 2, con los créditos y la "encuesta" de Montesol. |
Hablaba antes Daniel Torres de periodismo en cómic, algo que hoy es más común pero que entonces fue un punto y aparte.
Max. Nuestra virtud era que hurgábamos en recovecos de los que nadie se preocupaba. En parte estoy de acuerdo con lo que dice Torres de que se le podía llamar periodismo, pero es que entonces la prensa solo se ocupaba de lo que se podía llamar la “España oficial”. Apenas se hablaba, salvo en las páginas de sucesos, de la dureza de la vida en los barrios periféricos. El tema de las drogas, la prostitución... todos esos temas que el franquismo había silenciado, seguían en cierto modo silenciados por la prensa democrática. Es por eso que al fijarnos en esos aspectos hicimos una cierta clase de periodismo. Después, por fin, la prensa se ha empezado a ocupar de todo eso, pero creo que en aquel momento éramos los únicos.
¿Cómo fue la respuesta de la gente? Entiendo que con este número llegaríais a otro público que hasta la fecha estaba descartado.
Max. Estábamos encantados de que aumentara el público, aunque ninguno de nosotros lo tenía en mente, no hacíamos casi nada premeditadamente. Nos lo pasábamos bien dibujando y nos podíamos ganar la vida con ello, que es algo con lo que no podíamos soñar en años anteriores. Vivíamos el día a día e íbamos probando a ver qué salía. Éramos inconscientes en el mejor sentido de la palabra. Yo creo que ese número ayudó mucho a que saliésemos del gueto social en el que estábamos y ayudó a que llegásemos a otras parcelas del mundo.
Gallardo. Recuerdo ver en Diario 16 a algún ministro socialista con El Víbora. Ya pasamos a ser admitidos por el mainstream. De ser unos locos y drogados que dibujaban unos tebeos muy feos pasamos a ser el centro de atención después del golpe. Tuvimos mucha atención mediática, y estuvo bien.
Siempre me encuentro con algún hermano pequeño que leía a escondidas El Víbora del hermano o del padre con las animaladas que hacíamos. Corrompimos bastantes mentes [risas].
El Víbora nace como una revista muy callejera, pero en este 1981 da cobijo a autores internacionales que representan el cómic de autor, como Art Spiegelman, Muñoz y Sampayo... Otras voces que presagian otros rumbos.
Max. No teníamos una mentalidad cerrada a nada. Los primeros años, El Víbora adquiría una personalidad muy potente, pero no se basaba en la similitud sino en la diversidad de temáticas y maneras de dibujar. Como en esos primeros años todo se decidía de modo asambleario, nosotros proponíamos a los autores extranjeros que nos interesaban para que publicasen en la revista con nosotros, y así fue como se logró esta impregnación. Después ya empezó a haber cambios, a partir del 86 o del 87, pero eran cambios generacionales.
Es un momento en el que empiezan a caer las revistas.
Max. Exacto. Caen las revistas y empiezan a surgir una nueva hornada de autores que acaban recalando en El Víbora, que es una de las pocas revistas, por no decir la única, que resistió mensualmente en los kioscos.
Martí Riera colaboró en la mítica revista Raw de Spiegelman. En este número compartiría espacio con el propio Spiegelman, Gary Panter o Charles Burns. |
En aquel momento da la sensación de que España está en el punto de mira internacional. Esos viajes parecen ser de ida y vuelta y, por ejemplo, Martí acaba colaborando en el Raw de Spigelman.
Max. Se dio ese fenómeno, pero no tanto como debería haberse dado. Nos topamos con un problema, y es que allí fuera nadie entendía el humor español [risas]. No tanto el humor como el contexto sobre el que edificábamos nuestras temáticas, era un momento de apertura después de haber pasado una dictadura, un momento de explosión creativa y caótica. Todo eso no había pasado en otros países y no entendían nuestros chistes. Por ejemplo, las aventuras de Gallardo y Mediavilla parecían intraducibles al inglés o al francés sin que perdieran su gracia, ese argot tan tremebundo que teníamos por aquí.
No se entendía el Anarcoma de Nazario o el Taxista de Martí. Eran personajes muy del contexto histórico de aquí. Eso fue una traba para la internacionalización de todos nosotros en esos momentos. Creo que el único que traspasó fronteras muy bien fue Ceesepe, que publicó en Francia con dos editoriales. A mí me publicaron Peter Punk en muchos países, pero costó mucho. Fuera se escandalizaban porque les parecía una burrada.
Edición de Catalan Communications de Taxista de Marti Riera. |
ESTILOS
En este número de la revista se muestran dos estilos que definirán los próximos años del cómic autóctono. Uno enraizado en la tradición propia del país y otro mirando hacia el underground americano.
Llama la atención la presencia de Shelton entre las páginas del especial.
Emilio. Shelton vivía en La Floresta entonces. Él venía de Estados Unidos, donde estaba perseguido. En Barcelona se encontró con una tribu en la que todos éramos fumetas. Pasó del underground americano al underground patrio.
Max. Era admirado por todos nosotros. Llegó a Barcelona, se encontró con toda una peña que conocía su trabajo y estuvo muy a gusto. Colaboraba en El Víbora y sigue haciéndolo en iniciativas como la revista Lardín por ejemplo. Es un gran autor y mejor persona.
Páginas 48 y 49, con historieta de Shelton. |
Gallardo. Tengo delante las páginas que hizo Shelton, y son desternillantes. En ellas habla del Estado de las autonomías. Era muy divertido ver la visión de un americano de este país de locos.
Para mí siempre ha sido uno de mis mayores referentes. Me gusta más que Robert Crumb, porque no tiene ninguna clase de pretensión. Es humor puro y duro. Siempre me han hecho reír sus historias, a pesar del tiempo que pase. Me parece una costurera del humor.
Yo soy de Lérida y de vez en cuando veníamos a Barcelona, y en una ocasión conseguí que mi madre me comprara un libro de Lumen, creo que se llamaba Antología del underground USA. Fue la primera vez que vi a Robert Crumb y Gilbert Shelton. Para mí fue el paraíso. Cuando leí por primera vez a Robert Crumb pensé: “¿Esto se puede hacer? Si se puede hacer, yo quiero hacer esto”.
No sé si erais conscientes de que Crumb o Shelton estaban haciendo historia.
Max. Sí que éramos conscientes de que habían inventado una manera de hacer cómics que es la que nos abrió los ojos. Yo había sido lector de cómics desde bebé. En la adolescencia deje de leer cómics porque no encontraba ninguno que me interesase ya. Cuando conocí la obra de Crumb o Shelton no solo volví a leer cómics, ellos hicieron que me quisiera dedicar a hacerlos.
Página 38, con artículo de Joan Navarro sobre el fallecimiento de Gago. |
Llama la atención que, frente a una influencia como el underground americano, en este número Joan Navarro dedica unas palabras al fallecimiento de Manuel Gago, autor de El Guerrero del Antifaz y un autor emblemático de la escuela valenciana, que ha tenido una continuidad hasta nuestros días.
Torres. Los autores de aquella época nacemos tanto de la tradición que hay como de la necesidad de renovarla. Como no había una industria editorial en Valencia teníamos que buscar otro sitio para publicar. Si hubiésemos sido músicos hubiésemos ido a Madrid, pero como éramos dibujantes fuimos a Barcelona a buscar editoriales.
Terminé la carrera de Bellas Artes en el año 80, y nada más acabar me cogí un tren a Barcelona. Visité con mi carpeta las editoriales, y fue precisamente El Víbora la última que visité. Recuerdo que Berenguer miró con atención todo lo que llevaba y me llamó cuando ya había vuelto a Valencia. Le interesaba publicar una historia de las que le había enseñado, “Asesinato a 64 imágenes por minuto”. Ese verano no paré de trabajar. Fue llegar y besar el santo, como se suele decir.
Max. Nosotros éramos conscientes de la tradición autóctona. Todos crecimos leyendo a los autores españoles: El Capitán Trueno, El Guerrero del Antifaz, Hazañas bélicas... De todo ello nos habíamos nutrido y tenía un rinconcito en nuestro corazón. Por muy facha que fuese Roberto Alcázar y Pedrín, si lo habías leído de pequeño te quedaba un aprecio.
Mariscal o Gallardo, por ejemplo, en sus collages reivindicaban ese cómic.
Max. Todos hemos reivindicado en algún momento a esos viejos maestros. Mi trabajo después de El Víbora se funda cada vez más en los dibujantes de la escuela Bruguera. Es curioso que lo que lees en esos años de formación es lo que acaba saliendo. Después de dejarte influenciar por autores tan radicalmente distintos como Hergé, Crumb o Chaland, de repente un día, a los cuarenta años, te empieza a florecer toda esa escuela Bruguera.
Sento. Es una época bisagra. Nosotros venimos de hacer en Valencia unos tebeos autopublicados, muy underground. Es cuando se empieza a formar el movimiento en Barcelona cuando nos venimos hacia aquí. Colaboré en El Víbora hasta que salió Cairo, que estaba más cercano a mis intereses. El Víbora era entonces muy de la calle, de las putas, los yonquis, y yo no iba de ese palo. Estaba más cerca de Navarro o de Ramón de España que de la gente de El Víbora, aunque me llevaba bien con todos.
Hablabas antes de los fanzines en los que colaborabas en tu Valencia natal, cabeceras como Dau-Dau Companya.
Sento. Exacto. Fue nuestro aprendizaje. Valencia había sido una de las capitales del tebeo, pero todas las revistas habían desaparecido. Yo había conocido a grandes dibujantes como Ortiz o Quesada que de pronto se quedaron sin trabajo porque el modelo de cómic que hacían ya estaba declinando. Se dedicaron al trabajo de agencia, para Italia, Francia o Inglaterra.
Conocí a estos dibujantes, pero mi influencia más fuerte fue la de Miguel Calatayud. Calatayud tenía diez años más que yo, así que era como un hermano mayor. Él tenía otra actitud. Él pasaba de agencias y hacía lo que quería. Lo mismo pasaba con Micharmut, que era muy rompedor. Era otro punto. Enseguida vi que yo quería ser moderno, no iba a seguir esta tradición del cuadernillo de la escuela valenciana. Primero, porque estaban cerrando todas las editoriales y segundo porque conocimos otros tebeos para adultos como los que nos llegaban desde Amsterdam.
Primera aparición de Claudio Cueco en El Vibora nº 8-9 Extra Verano (1980). |
Tu caso es curioso, Daniel, porque te asociamos especialmente a Norma pero en ese momento realizabas Claudio Cueco para la revista.
Torres. Mi primera publicación fue El Víbora. No recuerdo si cuando fue el intento de golpe estaba haciendo alguna historia de Claudio Cueco o si preparaba ya Opium, que sería mi primera publicación en Cairo. Mi relación con Norma se ha mantenido hasta la fecha desde que empecé en el Cairo. Fue un momento de efervescencia en muchos sentidos, y el editorial también lo refleja, especialmente en el mundo del cómic. Nosotros empezábamos a ser autores, pero también los editores. No había una gran experiencia de revistas independientes dedicadas exclusivamente al cómic. Todos nos estábamos formando. Fue un momento mágico y maravilloso.
Los autores de la revista vieron que tener un personaje fijo facilitaba realizar un trabajo periódico.
Torres. Sí, yo también vi esa necesidad de crear un personaje con el que desarrollar historias. En mi caso tenía otros propósitos, pero la idea era la misma, utilizar a ese protagonista para contar lo que quería y darle una continuidad para realizar varias historias.
En ese momento se empieza a hablar de línea chunga y línea clara.
Max. Fue una distinción que creo que se la inventó Ramón de España para crear polémica y dar visibilidad a Cairo. Nunca me lo creí mucho, porque la expresión línea clara se empleaba sobre todo para referirse a una manera de dibujar, no tanto a las temáticas de las historias. La línea clara había sido una de mis principales influencias, pero también la línea chunga, si nos atrevemos a llamar así a Robert Crumb, que no lo tengo tan claro.
Entre los dibujantes éramos todos amigos y no existían esas diferenciaciones. Cada uno hacía lo que le apetecía, y es así como El Víbora y el Cairo tuvieron trayectorias brillantes, cada una en su campo.
Sento. Yo lo vi como un montaje de Berenguer y Joan Navarro. Cuando íbamos a Barcelona estaba con Gallardo o Mediavilla, estaba con Max... No había una separación entre nosotros. Éramos todos amigos. Lo de la línea chunga y clara estuvo bien en tanto en cuanto la etiqueta funcionó. Era como ser de los Beatles o de los Rolling, pero personalmente me encantaba el Makoki y a ellos el Cairo.
Estábamos todos aprendiendo y nos empezábamos a ganar la vida. Comenzábamos a cobrar y todo. Indudablemente, Berenguer y Navarro buscaban cada uno su público. Berenguer buscaba una revista popular y metía sexo, droga y rock & roll mientras que Navarro venía de la tradición de cómic con la intención de modernizarla. Empezó una época en la que las cosas estaban bien enfocadas.
Torres. Todo el mundo te dirá que nos lo tomábamos como un deporte. Nos reíamos de todo eso. Nos daba igual.
En el número se empieza a perfilar ese paso del underground a otro tipo de intereses.
Gallardo. De hecho, muchos autores de El Víbora nos pasamos al Cairo. Más allá de polémicas, teníamos una pata en cada lado.
AQUELLA CANCIÓN DE LOS AÑOS OCHENTA
En los años ochenta se vivió un boom del cómic adulto. La existencia de las revistas en los kioscos y los aires de renovación hicieron que las viñetas se viesen como algo moderno, parte de la “movida” de la época.
En una entrevista, Nazario comentaba que la movida madrileña era más hedonista mientras que la movida catalana es más difícil de reivindicar por tener un componente más político.
Gallardo. No te creas. Yo creo que la movida en Barcelona era muy hedonista. El cómic pegó muy fuerte, y los autores de toda España venían a Barcelona a publicar porque era donde estaban las imprentas y se estaba gestando todo un movimiento de cómic alternativo.
Max. Yo creo que tiene cierta razón. La movida barcelonesa era más alternativa, estaba más unida a la contracultura y a una dimensión social. Estoy generalizando, claro. Madrid se llevó el gato al agua sobre todo porque era muy musical, y todos sabemos que eso mueve más gente que el cómic por ejemplo.
¿Y en Valencia?
Sento. En Valencia era muy gráfica. También musical, aunque en Madrid era más importante. Es una generalización, porque música había por todas partes, en Bilbao, en Galicia...
El cómic se acerca a todos lados, es moderno. Fue una buena época. Aparte, en Valencia hay una tradición que se ha mantenido con Paco Roca, Ana Miralles, Ana Peñas, Laura Pérez... Un montón de gente conocida y otra que aún no lo es. Siempre ha habido gente en el candelero.
Doble página de El Rrollo enmascarado (1973), con un particular "plano laberinto de la Barcelona Condal" ilustrado por Nazario. |
En Barcelona estaba el núcleo duro editorial.
Max. Es cierto, no solo de cómics. También estaban las revistas como Ajoblanco, El Viejo Topo... Curiosamente, las revistas musicales también estaban en Barcelona. El Vibraciones, Disco Express, hasta el Popular 1. Las cosas estaban repartidas así. También está el carácter, el carácter madrileño es mucho más dado al compincheo, y la prensa estaba también en Madrid.
Emilio. El Ajoblanco, El Viejo Topo... eran más culturetas, más progres. Eran gente con estudios universitarios. La gente de la calle, los currantes, leían El Víbora.
Decía Iñaket que la primera vez que fue a Barcelona usaba los lugares que aparecían en El Víbora como mapa: la estatua de Colón del Buitre Buitaker, las Ramblas de Nazario...
Gallardo. De hecho, hay una iniciativa de la Generalitat por la que el MACBA, el museo de arte moderno de Barcelona, está comprando originales de entonces. Es algo muy emblemático de la época que refleja muy fielmente lo que pasaba entonces. Ya forma parte del ARTE, así con mayúsculas.
¿Teníais conciencia de estar cambiando cosas?
Emilio. No, solo hacíamos lo que nos gustaba. Éramos amigos, salíamos casi todas las noches. En ese momento había una movida en Barcelona en la que se juntaba la zona alta y la zona baja. Había gente de clase alta que se bajaba a tomar algo al Born y al barrio de la Ribera.
En Madrid estaba la movida musical, que tenía más seguidores, y en Barcelona era una movida más de cómics. Si Loquillo quería hacer música se tenía que ir a Madrid y el que quería hacer cómics venía a Barcelona.
Muchas cosas de hoy son deudoras de lo que sucedió en esa época y se está olvidando, por eso me preocupo siempre de intentar explicar lo que sucedió. La gente se maravilla por lo que se publicaba entonces, que hoy estaría prohibido. Hoy en día me preguntan por qué no publicamos algo en concreto y es que no lo hacemos porque iríamos a la cárcel.
En El Víbora teníamos pinchados los teléfonos. Si teníamos que hablar de alguna cosa comprometida bajábamos a la cabina o quedábamos. La policía solía venir a preguntar qué estábamos haciendo. Estábamos en las bibliotecas de todas las prisiones por ejemplo.
Hay un boom de las revistas para adultos.
Torres. Eso es. No podemos decir que se podía hacer cualquier cosa, pero sí estaba permitido explorarlo todo. Éramos todos jóvenes, y los jóvenes tienen la obligación de buscar nuevos caminos con determinación y con valor. Eran caminos que no estaban recorridos y nos tocó hacerlo, también a los editores.
Entonces se prepublicaban los capítulos en la revista para su posterior edición en álbum.
Torres. Era un modelo ideal. Entonces te parecía natural pero ahora lo ves con nostalgia. Ibas trabajando en la historia y no era claro que saliese luego en álbum, pero si lo hacía tenía dos vidas la historia, y eso era muy interesante.
Sento. Cuando nosotros empezamos éramos colaboradores de revistas. Si podíamos meter diez páginas, cojonudo, ese mes cobrabas bien. Te podías plantear ir sumando páginas para hacer un álbum, pero poco a poco.
Con la novela gráfica, esto cambia. Nos convertimos en novelistas. Eso lleva un tiempo distinto, te puede llevar un año, y luego cobras en función de cómo se va vendiendo.
Gallardo. Siempre lo he comentado con compañeros de la época, tuvimos mucha suerte de engancharnos en esa época. Yo me vine en ese momento a Barcelona a dibujar tebeos, que para mi padre fue una locura y un desastre total. Todas las ilusiones se gestaron entonces aquí, en Barcelona. Como dibujantes, fuimos la primera generación que pudimos hacer lo que nos diese la gana, nos devolvían los originales y, como colofón, nos pagaban.
En ese momento se sentaron las bases de lo que sucedería después. Inauguramos una época de libertad muy grande. La generación anterior, la de Carlos Giménez, tuvo que aprender el oficio. Muchos de los que dibujábamos en El Víbora aprendimos a dibujar por la cara. Unos estuvieron en El Rrollo enmascarado, otros estuvimos en el Star, pero pudimos hacer lo que nos dio la gana y enfocar nuestros estilos a lo que queríamos contar y encontrar la forma ideal de expresarnos.
La mayor parte de las historias son en blanco y negro. Imagino que las necesidades técnicas y económicas marcarían esa obligación.
Torres. Sí, realizar el color era más complicado de editar. Todos empezamos a publicar en blanco y negro y después llegó el color, sobre todo porque se desarrolló una técnica que se llamaba prueba de gris o de azul que permitía tener el original en blanco y negro y colorearlo en otro papel. No era color directo. El desarrollo de ese sistema permitió que muchos de nosotros pasásemos pronto al color. En mi caso, el paso lo di ya en el Cairo con la historia de Roco Vargas. El primer libro lo hice en color directo, pero ya el segundo lo hice con este sistema.
Ese modelo, el de la revista, en los noventa empieza a decaer.
Gallardo. De hecho, Berenguer ya se fue deshaciendo de los veteranos poco a poco porque éramos muy protestones. Siempre estábamos pidiendo dinero, esto y lo otro, y él quería llegar a una juventud a la que pensaba que ya no teníamos acceso. Para mí estuvo bien, porque después me fui al Cairo y pude hacer lo que quería, pero fueron los mejores años de mi vida, desde luego.
Max. Desaparecen las revistas de los kioscos y están desapareciendo los kioscos. Cada uno se ha ido buscando la vida, reinventándose, orientándose a otro tipo de cómic o de arte. Yo me reinventé como ilustrador y allí sigo, ganándome la vida como ilustrador y haciendo cómics porque tengo ganas básicamente.
Haciendo honor a su apelativo “Comix para supervivientes”, la revista continúa hasta 2004.
Emilio. Se suele centrar mucho la atención en esos primeros momentos, pero la revista dura veinticinco años. Hay un relevo generacional constante. Cada cinco años, aproximadamente, las generaciones cambian, y nosotros siempre hemos intentado estar allí, en el cambio constante. Llegan Jaime Martín, Mauro, Miguel Ángel Martín... siempre intentamos estar con la gente de cada momento. La gente, cuando se casaba, dejaba de comprar El Víbora, o con veinte años pensaba que ya era mayor... Hay cosas que traspasan generaciones y otras que corresponden al sentir de una época, como pasa con el cine o los libros.
Portada del último número de la revista, realizada por Nazario. |
Con la llegada de la novela gráfica parece que el cómic se acerca más a la realidad social.
Max. Sí, pero eso es un movimiento pendular histórico. El cómic va oscilando por diferentes momentos en cada época. Yo lo he visto pasar de la ficción hasta el realismo, vuelta a la ficción y ahora estamos en un momento en el que impera el realismo. Parece que es lo que el público quiere leer y a muchos autores les encanta hacer. Yo siempre me he dedicado a la ficción y lo que hago no está nada de moda. Si cambia la cosa y sigo aquí ya lo disfrutaré.
En tu obra has mostrado tu resistencia a lo que sucede a tu alrededor, como con tu manifiesto radical frente a la pandemia Manifiestamente anormal o con Nosotros somos los muertos.
Max. Esto sucede porque soy autor de cómics y no sé hacer otra cosa, para bien o para mal. Cuando ocurre algo tan significativo socialmente, uno reacciona. Tienes tus sentimientos y tus ideas, y lo único que puedes hacer es expresarlo del mejor modo que sabes, que en mi caso es el cómic.
Mis cómics se suelen centrar más en el mundo de las ideas, el arte, los conceptos... pero hay cosas que te tocan de cerca, o no tan de cerca, como la guerra de Yugoslavia, e intentas mostrar tu opinión, que es la forma de contribuir algo.
En tu caso, Mariscal, te vas distanciando del cómic.
Mariscal. Continuamente hago cómics. Ahora estoy haciendo una película que es un cómic filmado. Tengo un proyecto medio abandonado de doscientas páginas que un día acabaré que es un cómic. Es la historia de una niña que nace en el Big Bang hasta nuestros días. Hablo de tus bisabuelos y de tus tatarabuelos. Necesito un año o más para hacerlo. Ahora estoy haciendo una película con Trueba. Es un documental sobre un músico brasileño, bossa nova y demás, que espero que en dos años tengamos acabado.
CUARENTA AÑOS DESPUÉS
¿Cómo recordáis aquellos momentos?
Max. Fue un momento histórico concreto y un lugar, Barcelona. Como una estrella que brilló y que nadie sabe por qué sucedió. Sirvió para abrir el campo en muchas direcciones distintas. Fue radicalmente distinto a lo que había habido antes. Creo que significó un punto decisivo en la renovación del cómic en España.
Pamies homenajeba en el especial de la revista a los personajes de Herge. |
Gallardo. Fue un momento político muy interesante. Después de la muerte de Paquito hubo un periodo de cinco años, antes de que las instituciones, la Generalitat, tomaran el poder, en el que la calle era un sitio libre. Las Ramblas eran un sitio mítico. Vivimos un momento de libertad muy divertido y muy interesante.
Torres. Yo lo veo como un momento histórico tanto de la vida política como personal de este país. Cada uno lo vivíamos de un modo distinto según cuál fuera su familia y su inclinación. Fueron momentos decisivos en los que nos jugamos la democracia. Conforme pasaba el tiempo y se vio la deriva de los acontecimientos y de los juicios que hubo te da rabia ver que este país no aprenderá nunca.
Sento. Ese golpe fue maravilloso porque parecía que por fin dejábamos atrás aquel franquismo. Durante unos años estuvo la izquierda en el poder. Pronto íbamos a entrar en Europa, y había un hambre de modernidad que fue muy interesante para los que trabajábamos en lo gráfico. No solo para el cómic, sino también para el cartelismo. El susto fue maravillosamente bueno para darnos cuenta de que teníamos que disfrutar.
Han pasado cuarenta años. ¿Qué balance sacáis de este tiempo?
Max. Por un lado, bueno, porque este país ha sido muy trágico, inestable y peligroso. La democracia nos ha traído una tranquilidad y sosiego durante muchos años, que está bien, pero a la vez ha ido desmotivando a las personas. No tanto la democracia en sí, sino la democracia capitalista, que es la que hemos tenido. La desinformación, la desgana, ha acabado invadiendo este país. Hay una gran desmotivación. A mi edad he descubierto que la historia no es una evolución continua, sino que son olas que suben y bajan. Ahora estamos en este punto en el que las olas no tiran ni para adelante ni para atrás.
Sento. Pensábamos que todo estaba superado y de repente te encuentras con los Abascales, que te dan mucho respeto y rabia. Entonces los fachas tenían vergüenza de decirlo, y hoy no. Hoy se ha olvidado todo lo que fue la dictadura y te puedes encontrar falangistas en el Congreso de España.
Torres. Han pasado cuarenta años y ese momento lo veo muy lejano, pero también como algo muy presente. El paso del tiempo no ha aclarado mucho el asunto. Los libros de historia hablan de que triunfó la democracia, pero yo no acabo de tenerlo claro.
Mariscal. Eran momentos de decir, ¿otra vez estos bordes? Ahora están los de Vox, que les gustaría hacer lo mismo, pero la historia siempre va para adelante. El futuro siempre es mejor que el pasado. Puede ser que ahora haya personajes tan nefastos como Trump, pero al final, de aquí a veinte años, todo mejorará.
Andrés Rábago García, hoy conocido como El Roto. firmaba habitualmente como Ops en cabeceras como Hermano Lobo. También participó en el especial de El Víbora, con esta página. |