Sergio
Tarquinio nació en la bellísima ciudad Italiana de Cremona, el 13
de octubre de 1925,
muy conocido por el público europeo gracias a
su destacada participación en la obra Storia del West (34
álbumes entre 1967-1980), además de sus trabajos para Inglaterra
y otras editoriales Italianas, desembarcó en Argentina a mediados
de 1948 para colaborar en la floreciente editorial Abril de Buenos
Aires, la misma que acogería tiempo después a otros jóvenes
profesionales de Italia, tales como Alberto Ongaro, Hugo Pratt,
Mario Faustinelli, etc.
Ese paso de Sergio por el mercado argentino, 1948-1952, es prácticamente desconocido para la afición, tanto de
Europa como de América, algo que nos dio pie para entrevistarlo y
buscar en la propia fuente los detalles que conforman su derrotero
profesional de aquella época.
Señalemos que Tarquinio, con 79 años sobre sus
espaldas, sin haber vuelto a visitar Argentina desde aquel
entonces, es dueño una memoria estupenda, notable, además de
dominar a la perfección el castellano, lo cual nos facilitó
enormemente nuestra tarea de periodista y, obviamente,
desarrollamos una charla riquísima en anécdotas, detalles de sus
obras y, en especial, llegamos a conocer a un ser humano
estupendo.
Así inicio Sergio su relato:
Sergio Tarquinio.- Cuando llega a Italia la época
desgarrante de la posguerra, comenzó a escasear, entre otras
cosas, el trabajo para los historietistas del país, Así que me
conecto con la editorial Abril de Buenos Aires, casa que comandaba
Cesar Civita, y hacia allí pongo el rumbo.
El abandonar la tierra de uno, el desarraigo, es
doloroso sin dudas, pero con veinte y pico de años en cuerpo y
alma, y con la posibilidad de ganarme la vida justamente en lo que
a mi me gustaba, todo lo demás quedo en un segundo plano.
Imagínate que ese paso que iba a dar me parecía una aventura
fascinante, loca. Dejaba todo: mis amores, mis familiares, mis
amigos, Pero a los veinte años... ¡la aventura es la aventura!!
En cuanto de Argentina, poco y nada sabía, al punto
que lo suponía un país tropical, con playas y palmeras. Te
imaginas mi sorpresa cuando me encuentro con una Buenos Aires
netamente europea, sin playas ni palmeras. ¡Mi dios, que ignorante
que era! Así que llegué, fui directamente a la editorial Abril y
allí, de entrada, el jefe me encargó como prueba dibujar un
policial para el semanario El Pato Donald, revista que
tiraba nada manos que unos 200.000 ejemplares cada siete días, en
un país inmenso, casi despoblado y con una cantidad de revistas de
historietas asombrosa. Bien, la serie se llamaba el “Inspector
Sloop”, policial que argumentaba un tal Imero Gobbato (uno de los
mejores escritores que he conocido). Gobbato un día se marchó a
Guatemala y nunca mas se supo de él. Te cuento que el fue el
responsable de traer a la editorial a Oesterheld.
Prosigo: a Slop la siguió “Alan Blood”, otra
policial destinada a otro semanario exitoso de Abril, Salgari,
en el 49. Ya en 1950 comienzo a ilustrar tapas para Rayo Rojo
y Salgari, tapas que yo, jocosamente, las llamaba
"taperas". Para Salgari, además, hacía ilustraciones para
algunos cuentos que el semanario publicaba.
Luis Rosales.- A propósito ¿conociste a Oesterheld?
S.T.- Sí, pero solo de vista, de "pasada" en la
editorial. Estaba considerado como un hombre muy inteligente,
educado y, en lo físico, muy parecido al actor George Scott, el de
Patton. Continuando te digo que en el 52 paso a Rayo
Rojo, donde dibujé varias series, las que nunca supe de
quienes provenían los argumentos.
L.R.- Rebobinemos. Llegaste a Buenos Aires solo,
sin conocer a nadie, a un país donde se hablaba otro idioma y por
lógica con una sociedad distinta, con costumbres distintas...
¿cómo te las arreglaste para "sobrevivir" en ese extraño mundo
sudamericano?
S.T.- Es verdad. Al principio me resultó duro
acostumbrarme a la nueva situación, pero sobreviví gracias a
amigos que fui haciendo en el camino, sobre la marcha. Mira Luis,
no lo digo para complacerte, pero el argentino es un tipo abierto,
que no anda averiguando tu pasado, tus Orígenes, tu nivel social,
te acepta o no te acepta, al menos por aquellos años. Así que en
ese orden parece que les caí bien, sin inconvenientes.
El primero de esos nuevos conocidos fue Alberto
Breccia, apenas llegué a Argentina. Un Breccia que obviamente no
era tan famoso como lo seria después. Fíjate que Alberto y su
querida esposa Nelly, una mujer buenísima, adorable, me quisieron
desde el principio. Te diría que me habían adoptado como a uno más
de la familia. Por mi parte, yo los consideraba como mis hermanos
mayores, para que tengas una idea de mi aprecio por ellos... y ahí
estaba también el pequeño Enriquito, un bandido que se subía a mis
brazos y me manchaba con sus besos llenos de chocolate, ¡un
personaje, Enriquito! Él era el sol de los Breccia. Hoy enrique,
como sabes, es un famoso historietista que hace honor a su
prestigioso apellido.
Alberto, casi de inmediato, me hizo socio del "Club
Náutico Bouchard "(¡aún hoy tengo el carnet !), un pequeño paraíso
en pleno Buenos Aires, y allí íbamos a navegar en bote, a nadar,
pescar, jugar al tenis, en fin, unas jornadas inolvidables...
También, una o dos veces por semana estaba invitado a comer con la
familia, Así que Luis, ese fue el primer soporte que tuve para
salir adelante en tu país.
Luego, cuando arribaron los muchachos de Italia en
el 50, el grupo de amigos se amplio y todo continuo bien, ya muy
acostumbrado a modismos y costumbres de tu tierra. Recuerdo que a
Alberto lo volví a ver muchos años después, en Italia. Estaba
destrozado por la muerte de su querida Nelly, una mujer toda
bondad. Yo también sentí mucho su pérdida. Cuando murió el gran
Alberto Breccia lo lamenté tanto como la pérdida de otro amigazo:
Hugo Pratt.
L.R.- Alberto Ongaro, Mario Faustinelli, Ivo Pavone
y Hugo Pratt, unos muchachitos todos. ¿Vos ya los conocías de
Italia?
S.T.- De nombres, pero cuando Cesar Civita nos
invitó a cenar a todos en su casa, ahí sí que entablamos un
conocimiento directo, personal, y por lógica iniciamos una amistad
inquebrantable, la cual fue mutua de inmediato y que continuamos
practicando por años, a pesar de que tomamos rumbos diferentes,
aunque siempre dentro del mundo de las historietas.
L.R.- Contame por favor cómo fue aquello, esa
aventura porteña de tus veinte años.
S.T.- Yo vivía en Ituzingo, ya en la provincia de
Buenos Aires, pero pegado a la capital, mientras que todos ellos
estaban en una pensión, pasando luego a un chalet en Accasuso,
también en la provincia. Así que para estar juntos yo iba a la
pensión y pasaba los fines de semana con ellos. Imaginate, todos
con poco más de veinte años y ganas de pasarla bien, con dinero en
los bolsillos, sin grandes obligaciones, salvo la laboral, por
supuesto.
L.R.- Dame un perfil de aquella "pibada".
S.T.- Mira, Alberto (Ongaro) era un tipo tranquilo,
muy exitoso con las mujeres, tanto que se daba el gusto de ignorar
a muchas. Las elegía, concretamente. Mario (Faustinelli), muchacho
culto, leía muchísimo. Gran escritor más que dibujante, al punto
que me ocupe de muchas de las tiras de su Kim de la Nieve. Era en
definitiva un personaje de gran cultura el bueno de Mario, el que
también gustaba firmar sus trabajos como "Davide" o "Martino".
Alberto y Mario, interesados por la literatura, se enfrascaban en
largas discusiones que iban desde Hemingway al esoterismo y los
fenómenos sobrenaturales. ¡Para no creer Luis! Mario charlaba de
arte, escribía ensayos pero, como te digo, dibujaba muy poco. Ivo
(Pavone), el mas pibe, era un chico fenómeno, muy divertido, pero
el que se llevaba todos lo premios era sin dudas Hugo (Pratt), un
permanente loco lindo, dispuesto a cualquier aventura, la que
fuese, sin importar riesgos.
Recuerdo que en la pensión había una gran mesa para
dibujar y Hugo, casi siempre atrasado con las entregas para el
Sargento Kirk, apurado por el tiempo, ponía la hoja, la dividía en
cuadritos y desarrollaba la plancha ¡casi sin hacer el plantado a lapiz!,
directamente la dibujaba a tinta.
Haciendo
muchas figuras en primer plano y otras todo negras, tipo "sombras
chinas" para ganar tiempo. Además ese método también le servía
cuando necesitaba dinero y se ponía a producir como loco... Un
tipo genial, realmente.
L.R.-
en verdad un grupo de amigos estupendo. ¿Con quiénes otros
historietistas te relacionaste en aquel viejo Buenos Aires?
S.T.- Hice contactos con unos cuantos más, como por
ejemplo Bruno Premiani, Athos Cozzi, los hermanos Letteri, Eugenio
Zoppi... Con Bruno Premiani sólo nos hablamos por teléfono. Él era
un gran ilustrador y no precisamente un historietista. A Athos
Cozzi sí lo conocí personalmente. Nos vimos en muchas
oportunidades. Con los hermanos Letteri, Guillermo y Jorge, nos
veíamos en Abril. Llegamos creo en el mismo año a Buenos Aires.
Fui el maestro de ambos. A Guillermo, recuerdo, le gustaba cantar
y tocar la guitarra, principalmente como aficionado actuaba en el
ACA (Automóvil Club Argentino). Con Eugenio Zoppi, un muchacho
flaco y alto, también tuve el gusto de intercambiar opiniones. Él
era concuñado de Breccia, casado con la hermana de la mujer de
Alberto, Nelly. Otro colega y amigo que conocí fue a Alberto
Giolliti, el mismo año que yo partía para Italia. Él dibujaba para
las revistas Aventuras y Tit-bits.
Te comento que Civita me encomendó la tarea de
aconsejar y enseñarles la técnica de la historieta a todos los
pibes que llegaban a la editorial. De esa forma tomé contactos con
figuras, algunas hoy muy conocidas, tales como Horacio Porreca y
Daniel Haupt. Con este último hasta no hace mucho nos llamamos por
teléfono hasta dos o tres veces por año. Danielito aún me decía:
¡maestro!! Lo que significaba un verdadero orgullo para mí. Supe
que había fallecido en 2002.
Quien era realmente una joyita por su buen humor y
la permanente costumbre de buscar la diversión, era Porreca,
Horacito, un tipo que espero continúe con ese genio suyo, tan
lleno de esa frescura natural, tan expresivo. Recuerdo además a
Victor Hugo Arias, un muchacho que trabajaba en la policía. No era
alumno mío. Él tenia una calidad natural para dibujar, envidiable.
Seguramente ha triunfado en la profesión, como los demás chicos.
Creo que esos son todos los muchachos colegas que recuerdo haber
conocido en aquella época en el Río de la Plata.
En cuanto al total de mi producción historietista
en Argentina, debo sumarle a “Yukali”, otra serie que hice para
Misterix. Fíjate que a esa la dibujé desde Italia pues al irme
de Buenos Aires, el 17 de mayo del 52, me llevé los guiones y
luego la concreté. Por lo que vos me decís, se publicó recién en
1956, cuatro años después de producida. Veras que, debido a la
tarea de, digamos, "maestro", que me encomendó Civita, la de
ocuparme de los novatos, mi producción historietística no es en
cantidad como para destacar.
L.R.- Tengo entendido que en 1951 trajiste a Buenos
Aires a vivir a tu mamá y hermana, ¿es verdad?
S.T.- Sí, y ese fue un error de mi parte, uno de
los motivos que precipitaron mi partida. Pasó que mi madre se
enfermo, lamentablemente, además de no acostumbrarse a la ciudad,
lo cual apuró mi vuelta a Italia. ¡Cosas de la vida, pibe!
L.R.- Sergio, ¿no colaboraste para ninguna otra
editorial Argentina salvo en Abril?
S.T.- No, en ninguna otra. Una vez fui a la
editorial de Dante Quinterno, a Patoruzito, y el jefe de
arte, Leonardo Wadel, me trató muy mal. Como yo también tenia mi
genio pesado, le dije unas cuantas y me retiré con un portazo. El
que sí trabajó en la Editorial Columba fue Jorge Lettieri, y, años
después, creo que también Ivo Pavone, que colabora en la editorial
frontera, la de Oesterheld.
Quiero además contarte otros hechos anecdóticos que
me marcaron profundamente en mi vida de muchacho entusiasta, con
ganas de conocer todo sobre la vida. Recuerdo, por ejemplo, a una
hermosa chica rubia que conocí en unas vacaciones en Río Cevallos,
provincia de Córdoba... ¡Inolvidable
temporada! En Buenos Aires solía ir a un bar cerca de la
editorial, lleno de "compadritos" y guapos que escuchan un tango
tras de otro de Carlitos Gardel, "El zorzal criollo", y que solían
preguntarme como continuaba tal o cual historieta en Misterix
o Salgari. ¿Te imaginas esos hombres curtidos, duros,
preguntar por sus series favoritas?, ¿cómo olvidarme de ellos?
De mis visitas a ese bar recuerdo un tango, triste
y llorón, que su letra parecía un calco de mi vida en ese momento.
"Cafetín de Buenos Aires" se llamaba, de Mariano Mores y Discepolo,
y su letra decía más o menos así:
«(…) cómo
olvidarte viejo amigo, cafetín de Buenos Aires,
Si sos lo único
en la vida que se pareció a mi madre.
En tus mesas
milagrosas de sabihondos y suicidas,
Yo aprendí
filosofía, dados, timbas y la poesía cruel
De no pensar
mas en mí.
Me diste en oro
un puñado de amigos:
Que son los
mismos que hoy alientan mis horas:
José, el de la
quimera; Marcial, que aun cree y espera, y el flaco Abel, que se
nos fue, pero que aun nos guía (…)»
¡Qué tangazo, Luis! !Y puedo recitártelo completo!
Otro recuerdo, también imborrable, fue la película
La guerra gaucha, la cual vi por lo menos cinco veces con
el mismo entusiasmo de la vez primera. El tema era, como sabrás,
la lucha del general Guemes y sus gauchos en las montañas de la
provincia de Salta, con los soldados realistas españoles, en duros
combates por la independencia. ¡Cuánto leí sobre ellos!! Me había
convertido, casi, casi, en un experto de la historia argentina.
¡El "argentinazo" me había atacado fuertemente!
Mi dios, ¡que época!
L.R.- Sergio, realmente nos has dado una gran
satisfacción el haber permitido entrevistarte. Nos encontramos con
un hombre en verdad amabilísimo y con un espíritu de vida
estupendo, envidiable.
¡Te dejamos las mil gracias y un gran abrazo!!
S.T.- Por mi parte debo agradecerte profundamente
el haberme permitido ponerme en contacto con tantos amigos del
habla castellana. Sé que la pagina de Tebeosfera es muy
leída, muy valorada por aficionados y profesionales. A todos
ellos, en general, les dejo un enorme abrazo de amigo, de hermano.
¡Ah! Un ultimo comentario. Te pido estimado Luis
que me cuides la vieja esquina del barrio. No sea cosa que un día
de estos me aparezca por allí y les de una sorpresa a todos mis
viejos amigos...
L.R.- por supuesto, dalo por hecho Sergio ¡Esta
prometido! |