Negarle el pan y la sal a Manuel Gago
La libertad de expresión es tan hermosa que nos
alegramos mucho de sentir rabia cada vez que leemos o escuchamos a
determinados críticos negándole el pan y la sal a Manuel Gago, e
intentando echar estiércol sobre su labor. Haciendo uso de ese
mismo derecho, nos permitirán decir a los que despotrican de este
autor que no ha habido en la historia de la historieta española,
en los últimos sesenta años, un autor tan creativo como él.
No pontificamos, es nuestra humilde opinión.
Respetamos la critica sana, noble, bienintencionada, de la misma
forma que nos indigna que críticos que se bañan bajo el sol que
más calienta se empeñen en estar, no sé muy bien por qué, día tras
día en posesión de la verdad.
Una nueva lectura de El Pequeño Luchador nos
ha vuelto a sorprender. Y lo ha hecho hasta tal punto que nos
llegamos a plantear seriamente si de verdad la habíamos leído
antes o si tan sólo fuimos deslumbrados por la magnífica y en
ocasiones genial narrativa de Gago. Nos ha sorprendido
especialmente el tratamiento adulto que Gago hace de esta (en
apariencia a la primera lectura), simple historia de aventuras.
Algo más que acción y aventuras
De su lectura, hace ya décadas, recordábamos su
acumulación de acción y situaciones de inusual atractivo que nos
transportaban al cine de la época, al llamado cine del Oeste.
Ahora estamos en situación de proclamar que en la mayoría de
ocasiones ni tan siquiera continuaban, pero aún recuerdo el
atractivo que sobre mí ejercían sus magnificas portadas.
Hasta su reedición "chapuza" en color y con formato
vertical, no tuve nunca la oportunidad de leerla en su totalidad,
así pues ya en edad adulta puede decirse que he conocido a una de
las obras más importantes y celebradas de Gago. Quizá por ello he
podido observar detalles que desde luego me hubieran pasado
inadvertidos en mis años de adolescencia y empedernido lector de
tebeos, como se les decía por aquel entonces. El argumento de esta
colección era muy atrevido para la época, violaciones, deseos
reprimidos, adulterio, aunque este último fuera sólo de
pensamiento, y un largo etcétera. Del mismo modo se me hubieran
pasado por alto los mensajes del Régimen, de haberlos habido.
Puede afirmarse que El Pequeño Luchador burló
constantemente la férrea censura que existía sobre todo en la
acerba violencia que contiene toda la colección, muy superior a la
de El Guerrero del Antifaz.
El personaje más interesante de la serie, al menos
para nosotros, es Carolina, femenina y feminista, que no duda en
luchar a brazo partido por el hombre que ama: Fred, el Pequeño
Luchador. La atracción que Carolina ejercía sobre el lector de
estos tebeos era comparable a la que ejercía la Mujer Pirata en El
Guerrero del Antifaz, uno de los personajes más interesantes del
cómic español de todos los tiempos.
Si se estudia a fondo la obra de Manuel Gago, se
podrá ver cuan fuera de lugar resulta acusar a su producción de
fascistoide. Gago fue el primer autor capaz de presentarnos en un
cómic, teóricamente dirigido a los jóvenes, mujeres liberadas,
feministas a la vez que femeninas. En ninguna colección de aquella
triste época, al menos que nosotros recordemos, se vio a una mujer
luchar por el hombre deseado como en las colecciones de Gago (creo
que todos los lectores de esta inolvidable colección nos llevamos
una gran alegría cuando el protagonista decide que Carolina es la
mujer de su vida).
Donde más destaca Gago es en la creación de
situaciones y sobre todo de personajes, amén de las escenas de
lucha llenas de vivacidad y movimiento. Quizá uno de sus puntos
fuertes es la caracterización de los personajes secundarios.
Todos, incluso los meramente episódicos; y aunque los distintos
desenlaces en ocasiones resultan predecibles, no supone esto un
handicap insalvable: en las buenas historias (y ésta lo es) lo
que cuenta es el clima, la atmósfera en la que se desarrolla el
relato, y estos 230 cuadernillos contienen suficientes momentos
memorables, y esto se da, especialmente, cuando se dispone de
personajes bien matizados y sobre eso ya hemos dicho que era uno
de los puntos fuertes del malogrado Gago. Son todas estas
características las que hacen de El Pequeño Luchador un
clásico de nuestra historieta. Aunque se vio relegado a una
segunda posición en la obra de Gago debido a su precedente El
Guerrero del Antifaz, cuya fama eclipsó prácticamente todas
sus demás obras. No obstante, El Pequeño Luchador destaco
por méritos propios siendo una de las colecciones más largas y
exitosas de la historieta española.
La historia en sus comienzos destaca por la
exacerbada violencia habida en el enfrentamiento entre dos razas,
por lo que un examen superfluo de la serie podría llevarnos a la
errónea conclusión de que no es más que una apología de la
violencia. Probablemente ciertos estudiosos la catalogaran de
racista, amén de fascista. Craso error, pues la historia también
podría tomarse como una reflexión sobre la violencia y el
oscurantismo en la que los sangrientos enfrentamientos no son tan
gratuitos como puede parecer a simple vista.
Un aspecto del guión que conviene destacar es el
referente a los textos. Gago realiza un trabajo brillante, los
diálogos a medida que avanza la colección son justos y de muy
fácil lectura, desapareciendo casi por completo los textos de
apoyo ya que el dinamismo y continuidad que se plasma en la página
los hacen inútiles e innecesarios. Siempre he pensado, y sigo
pensando, que Manuel Gago no ha obtenido nunca el reconocimiento
que se merece por su obra, que es un autor infravalorado por la
crítica. Manuel Gago fue uno de los autores más prolíficos de la
historieta española. Tal vez no el mejor, pero sí uno de los
mejores. Sus obras presentan dosis casi constantes de calidad e
interés, lo que le hacía tener ganado al aficionado de antemano.
Uno se preguntará porque he escogido para estas
líneas a El Pequeño Luchador y no cualquier otra obra de
Manuel Gago. Varias serían las causas, una de ellas estaría en su
originalidad y frescura con el que el autor trató temas que
estábamos hartos de ver, haciéndolos nuevos a nuestros ojos. Eso
sin olvidar el aspecto gráfico de la serie. Pero la razón
principal es la de que en 1995 se cumplieron los 50 años de su
creación. Echo que pasó casi desapercibido para todos.
Evidentemente aunque se trata de la típica y
arquetípica historieta del oeste, existen pequeños matices
difíciles de determinar y a veces relativamente subjetivos que la
hacen diferente a las que se venían publicando por aquel entonces
y que aún hoy la hacen actual. Muchos son los temas sobre los que
Gago reflexiona en la serie, y sobre los que busca hacer pensar al
lector.
En cuanto al grafismo de la serie, el elemento más
llamativo es esa sensación de movimiento que Gago sabía conferir a
sus dibujos, un estilo que se adaptaba como anillo al dedo a la
serie, en la que una de las improntas principales es su trepidante
acción. Otro aspecto acertado del apartado gráfico de El
Pequeño Luchador estaría en la creación de los personajes.
Gago demuestra una gran versatilidad a la hora de imaginar y
matizar los distintos personajes de la serie.
Su capacidad narrativa
Gago con unas pocas viñetas, era capaz de comunicar
mas sentimiento, más pasión que otros autores en toda su obra, lo
que, en mi apreciación, reside en dos factores principalmente:
Era un perfecto conocedor del lenguaje del cómic,
es más, hace lo que es más importante: lo llevaba al papel y la
hacía funcionar.
Fue un hombre con gran sentimiento, que no sólo
hacía su trabajo con pasión, sino también con dedicación.
Hacía el final de la colección, Gago parece no
cuidar tanto el dibujo algo por lo demás habitual en casi todos
sus trabajos.
Siempre se ha ensalzado, como hecho diferencial, el
que Sigrid acompañara en sus aventuras al héroe (Capitán Trueno),
ignorándose que tanto Carolina en El Pequeño Luchador o Lila en
Purk, El Hombre de Piedra, acompañaban a los protagonistas en
todas sus aventuras y que como mujeres independientes, antes hubo
Zoraida o la Mujer Pirata en El Guerrero del Antifaz.
Manuel Gago, El Pequeño Luchador y la
crítica
Lo único cierto es que a Manuel Gago se le valora
mucho más en el ámbito de aficionado que de cierta critica, para
quienes Gago parece ser el autor menos destacado de su época.
Lo que no se puede rebatir y discutir son las
cifras. Los criterios, si, para cierta critica el autor que
levanta pasiones desde sus inicios, es uno más y no merece de la
misma popularidad de la que gozan otros autores como Iranzo o
Ambrós para citar a dos de sus contemporáneos. De los dibujantes
más carismáticos de la "posguerra" es Gago el que menos
reconocimientos ha tenido y premios ha obtenido.
Parece ser, que además, Gago ha sido al autor al
que se le han achacado, injustamente, a sus obras todas las
anatemas del franquismo. Se ha escrito, por ejemplo, de una de las
series de Gago: "El Temerario", que es la obra mas fascista del
tebeo español, basándose en el interrogatorio a puñetazos que el
protagonista hace con un bandido que se halla encarcelado.
Silenciándose escenas parecidas en otras colecciones de similares
características. En La Mascara de los dientes Blancos, el
protagonista dispara y mata a unos desalmados hallándose estos
desarmados y con los brazos en alto.
En una palabra, Manuel Gago ha pasado de ser el
autor más celebrado por los aficionados a la historieta clásica, a
ser infravalorado por esa critica elitista y culta.
Aún siendo todo esto discutible, choca que los 50
años de una de las obras más representativas de la historieta
española "El Pequeño Luchador", haya sido, en su día,
completamente ignorado por esa critica que en cambio nos recuerda
los 50 años de Batman e incluso de Superman, el personaje más
reaccionario y representativo del imperialismo fascistoide que
nunca ha dado el cómic en toda su ya dilatada historia. Esa
critica que premia a autores como Milton Caniff, naturalmente
¿demócrata de toda la vida?.
Como ya decimos en el párrafo anterior, aún siendo
todo esto discutible, es evidente que aún silenciando esos 50
años, a nivel de aficionado El Pequeño Luchador es una de las
colecciones que marcaron un hito en nuestra historieta de
posguerra.
La obra póstuma de Manuel Gago: El Halcón
Trovador
El Halcón Trovador,
obra póstuma de Manuel Gago y que fue finalizada por su hijo, M.
Gago Quesada, es quizá el único trabajo que el autor pudo realizar
sin sufrir las trabas de la censura a la que estuvo sometido por
las autoridades del Régimen anterior, y aún las del propio editor.
La desaparecida Editorial Valenciana, siguió
ejerciendo una ridícula e hipócrita acción censora en las
Nuevas Aventuras del Guerrero del Antifaz, hasta el extremo de
obligarle a transformar al monje Cicuta en un suplantador que se
hace pasar por inquisidor, quedando así a salvo tan excelsa
institución.
El Halcón Trovador
fue concebido
por el autor como una serie de fascículos de dieciséis páginas
cada uno, en episodios no conclusivos; Manuel Gago tenía intención
de publicarlo en la única editorial que él fundó: Ediciones Isval,
en 1979.
El verdadero leitmotiv de la saga no es otro que
presentarnos las aventuras amorosas del Halcón Trovador, de quién
todas cuantas féminas se cruzan en su camino quedan prendadas de
sus irresistibles encantos, deseándolo ardorosamente y no cejando
hasta llevárselo al lecho para gozar de sus atributos, no haciendo
éste ascos a ninguna beldad, ya sea plebeya o dama de alta
alcurnia. Con la lectura de El Halcón Trovador se nos hace
patente la irónica parodia del cómic erótico “made in Italia" que
se venía publicando por aquellos años, quizá como desquite de los
muchos años en los que tuvo que inhibirse de lo que verdaderamente
hubiera deseado contar.
Sinopsis
En la Hungría de la Edad Media donde los señores
feudales tenían a sus vasallos subyugados y atemorizados por medio
de injustos y despóticos inquisidores, es donde transcurren las
aventuras de Diekog Klaus, “El Halcón Trovador”, joven apuesto y
dotado de una envidiable capacidad para seducir a cuantas mujeres
se cruzan en su camino. Ninguna logra evadirse de sus encantos,
todas ellas acaban sucumbiendo a su simpatía y atractivo por lo
que en más de una ocasión debe salir por piernas de un pueblo o
villorrio ante la furia de un marido o novio burlado.
Junto a la caravana de gitanos que le recogieron
siendo niño, vuelve al condado donde se crió con el ánimo de
vengarse de Julius Dimitri, Gran Inquisidor, y del Duque Boskof
quienes condenaron a su padre a la hoguera. A su entrada en la
ciudad Diekog se topa con Rosko, compañero de la infancia, quien
resulta ser el líder del grupo revolucionario que pretende
terminar con la tiranía del Duque Julius Boskof y sus
inquisidores, el cual trata de, recordándole lo acaecido con sus
padres, atraerlo a su causa, tras un encuentro con un oficial
inquisidor, y ya en el domicilio del líder revolucionario, éste le
presentará a su esposa Kornelia, quien resultará ser una antigua
compañera de juegos de nuestro héroe, y que siempre ha estado
enamorada de él. Finalmente Diekog llevará acabo su venganza no si
antes haberse acostado con Kornelia, con la esposa del Duque y
cuanta mujer se cruza en su camino.
Si a las relaciones hombre-mujer mostradas se las
ha acusado de ser éstas de un sublimado amor platónico, visto a
través del prisma deformado de mentes reprimidas y enfermas que
abogaban por la eliminación del atractivo sexual, llevando la
caballerosidad, el respeto, el honor y el cariño, a tales extremos
de integridad moral, que se confunde con algo aberrante propio de
seres asexuados, en El Halcón Trovador Manuel Gago, en
socarrona pirueta, que se evidencia incluso en los nombres dados a
los personajes, nos presenta unas relaciones hombre-mujer en las
que no existe amor sublimado ni platónico, nos presenta unas
relaciones de seres sexuados para los que no cuenta ningún tipo de
integridad moral, seres para lo que únicamente cuenta la
satisfacción sexual.
Gráficamente nos encontramos con el mismo estilo
que el de Las Nuevas Aventuras del Guerrero del Antifaz,
con un lenguaje narrativo que es exponente claro de lo que fue
llamada la Escuela Valenciana, sin intelectualismos, sin
complicaciones, si se quiere con un cierto maniqueísmo, que hace
que los malos sean muy malos y los buenos muy buenos, pero que
consigue atrapar al lector.
Habrá sin duda alguna, como en toda obra de Manuel
Gago, quienes harán otra lectura. El Halcón Trovador es una
obra intranscendente y desenfadada en la que su verdadero valor
intrínseco radica principalmente en ser una de las escasísimas
obras inéditas de este autor. Suponemos que esta vez tampoco
tendremos paciencia para anotar las descalificaciones absurdas,
contradictorias, vulgarmente ofensivas y tan poco serias que
pronunciaran un grupo de diversos críticos, que descalificaran
cuanto hemos dicho.
Por tanto el lector debería reflexionar. ¿Sobre
qué? ¿Sobre lo que ha dicho cada uno y sobre quién tiene razón?
Seamos
serios, en la inmensa mayoría, pese el bombardeo de palabras de
gloriosa exaltación o de radicales descalificaciones, nos dejamos
llevar por aversiones o por simpatías, por prejuicios, por
emociones o por fidelidades. |