[
viene de la
primera parte del artículo ]
El
éxito de los superhéroes,
Superman mito de la Edad de Oro...
El
éxito de Superman generó un espectacular negocio para Detective
Comics, Inc. (más tarde National Periodical Publications y ya
definitivamente, décadas después, DC Comics). En definitiva se
trataba no solo de profundizar en el nuevo mercado que Superman había
abierto sino de afianzarse comercialmente en el mismo, multiplicando
los personajes
y las colecciones de nuevos comic books basados en los superhéroes.
Más aún, en 1939 Gaines formó una editorial autónoma,
AllAmerican Comics, cuyos comic books eran distribuidos por Detective
Comics, con lo que se reforzaba la posición de dominio de esta
compañía en el mercado.
En esta carrera los editores de Superman llevaban ventaja de salida.
Y decidieron aprovechar el impacto del éxito de Superman para crear
inmediatamente nuevos superhéroes, muchos de ellos imitaciones y
derivaciones del primero, otros originales el más importante
entonces Batman, para hacerse la competencia a sí mismos y alejar
del naciente negocio a otras empresas.
Es
así como publican en cascada los nuevos comic books y superhéroes:
AllAmerican Comics, de Gaines (abril 1939); Batman en Detective
Comics, # 27 (mayo 1939); Superman en su propia
colección
(verano 1939), además de continuar en Action Comics; The
Sandman en Adventure Comics, # 40 (julio 1939); Gary Concord
UltraMan en AllAmerican Comics, # 8 (noviembre 1939); Flash
en Flash Comics, # 1, de Gaines (enero 1940); Hawkman en Flash
Comics, # 1 (enero 1940); Spectre en More Fun Comics, #
52 (febrero 1940); Robin The Boy Wonder en Detective Comics,
# 38 (abril 1940); Batman en su propia colección (primavera
1940); Wonder Woman en AllAmerican Comics (verano 1940);
Green Lantern en AllAmerican Comics, # 16 (julio 1940); Uncle
Sam en National Comics, # 1 (julio 1940); The Justice Society
of America en All Star Comics, # 3, de Gaines (invierno de
1940); Star Man en Adventure Cómic, # 61 (abril 1941), etc.,
etc., etc.
Cuantificado
en cifras, el éxito de Detective Comics es sorprendente. Los
cronistas de la época señalan cómo de los 102 comic books que
editó en el año 1941, 100 estaban protagonizados por superhéroes. Con
el dato de que las ventas de Action Comics alcanzaron pronto
los 500.000 ejemplares por mes, que ya en 1941 eran 900.000
ejemplares por número. Mientras que el comic book Superman logró
en 1939 una circulación de 1.250.000 ejemplares [datos estadísticos
de Ron Goulart]
Superman
es el primer superhéroe de la historia del cómic, el primero que
apareció, el primero es ser publicado, el primero en triunfar, el
primero a partir del cual se configuró un modelo después
largamente imitado. Desde la propuesta inicial, el superhéroe se
convierte en guardian del bien y del orden, constituye una reserva
moral, es un vengador de los oprimidos y se erige en la némesis de
los malvados...
En
realidad todos los superhéroes son el superhéroe... Cambia el
uniforme, cambian los superpoderes, cambian los enemigos y otros
detalles, pero en definitiva todos los superhéroes de la primera
hora nacieron sobre un esquema básico común que se remodela y
modifica una y otra vez para dar lugar a diversos personajes. Iniciándose
desde el primer momento las imitaciones, copias e incluso los
plagios conceptuales y hasta formales.
Es
el caso de Victor Fox, que, como contable de Detective Comics Inc.
conocía los beneficios que obtenían las ventas de Superman y
decidió crear su propia compañía editorial de comic books (Fox
Features Syndicate), para lo que en 1939 se dirigió al estudio de
producción de los dibujantes Iger / Eisner con la frase famosa: «Quiero
otro Superman», encargándoles un personaje con unas características
muy definidas, prácticamente similares en todo a las de Superman.
El nuevo superhéroe y comic book fue Wonder Man. Nacía así
la primera imitación del modelo, que daría lugar al primer
enfrentamiento legal por los derechos de copyright de la industria
del comic book (Eisner ha recordado esta historia auténtica en su
novela gráfica The Dreamer, cambiando tan solo los nombres
de los protagonistas.)
Se
trataba de una carrera en la que cada editor quería situarse en los
primeros puestos. En 1936 solamente existían en los Estados Unidos
seis compañías editoriales dedicadas a la producción de comic
books. Cuatro se dedicaban únicamente a reimprimir material de
tiras de prensa (comic strips) ya editado anteriormente en
los periódicos diarios y solamente dos, Wheeler-Nicholson (después
Detective Comics Inc) y Comics Magazine Company (después Centaur
Publishing), publicaban material inédito, más o menos pensado para
los comic books. Pues bien, a finales de 1941, tres años después
de que el éxito de Superman desatara la ambición de todos los
editores, agentes, syndicates y autores de la época, ya eran más
de 25 las Compañías norteamericanas que se dedicaban a la producción
y publicación de comic books a partir de los superhéroes que tanto
los estudios de producción como los colaboradores freelance creaban
constantemente.
Está
claro que ello no habría sido posible sin el éxito de ventas que
los superhéroes alcanzaron entre los niños y adolescentes
americanos. Éxito que ha hecho que los estudiosos del cómic
consideren el período 19381954 como la Edad de Oro de los Superhéroes.
Lo cual no es extraño si tenemos en cuenta que en ese período de
tiempo se publicaron en los Estados Unidos cerca de 7.000
colecciones de comic books.
El
éxito de estas editoriales y el éxito comercial de los comic books,
con una demanda creciente, acabaron por llevar al trabajo en cadena
en el que se aplican los principios de la “taylorización”, tal
y como Ford había hecho años antes para producir más coches. En
el conglomerado industrial y editorial que entonces está naciendo
en torno a los comic books bajo la presión del mercado, se aplicará
de forma intensiva y permanente el sistema de trabajo ya ensayado
anteriormente por los autores y los syndicates en algunas tiras de cómics
destinadas a los diarios.
La
avaricia de los nuevos editores de cómics y las lógicas
limitaciones de los autores en capacidad y tiempo para mantener el
ritmo de la industria llevarán pronto a la división del trabajo:
En el caso extremo uno o varios autores escribirán el guión y los
diálogos, un ilustrador dibujará a lápiz el cómic, otro pasará
estos dibujos de lápiz a tinta, finalmente uno o varios técnicos
indicarán los colores que el dibujo ya pasado a tinta ha de tener
para su impresión. Quedan como principales autores del cómic el
escritor del guión y el dibujante que crea los dibujos a lápiz,
pero, de hecho, la autoría de un comic book se diluye en un proceso
casi fabril de montaje...
Los superhéroes
en la Segunda Guerra Mundial
En el desarrollo de la edición de comic books cabe distinguir
varias etapas a partir del momento en que aparece Superman. Es
especialmente importante la primera, llamada la Edad de Oro, que
llega hasta los primeros años cincuenta, cuando esta industria
alcanza un enorme peso editorial en el seno de la sociedad
americana.
En
esta sociedad Superman ejerce como “Vigilante”... Pone sus
superpoderes al servicio del orden constituido, persigue criminales,
rescata submarinos, detiene trenes, salva aviones y se enfrenta con
todo tipo de amenazas naturales, mientras patrulla los cielos de su
universo particular para garantizar el sueño de las buenas gentes
de América... Y si a veces desborda sus funciones de policía y
bombero, de chico bueno al servicio de la comunidad, es para luchar
con amenazas extraterrestres, supervillanos, y a veces incluso con
otros superhéroes. También, cuando así conviene, Superman
reafirma la profunda conexión de los superhéroes con la sociedad
americana saltando a la palestra política para “hacer patria”,
específicamente, en esta primera etapa, durante los años de la
segunda Guerra Mundial.
Aunque
Norteamérica no entró en guerra hasta después del ataque de Pearl
Harbour (diciembre 1941), gran parte de la industria editorial de
signo popular se posicionó desde meses antes frente a la guerra que
tenía lugar en Europa. Y la declaración de guerra de Estados
Unidos a Japón y Alemania e Italia solo reafirmó lo que ya era una
tendencia evidente, tanto por un fácil “patrioterismo”
propiciado por el clímax del momento como por el convencimiento de
muchos editores de que la politización de los cómics era comercial
y serviría para aumentar las ventas.
Los
ejemplos son abundantes y la aparición de nuevos superhéroes
(muchos de ellos llevando en sus uniformes los colores de la bandera
norteamericana) es progresiva y creciente desde inicios de 1940.
Como referentes más llamativos de la guerra privada declarada por
muchos editores, cuando la tendencia general de los Estados Unidos aún
era la neutralidad y el aislacionismo, hay una serie de ejemplos en
los que no se sabe que es más significativo, si el nombre de los
nuevos personajes o el título de los comic books que los
albergaban.
Como
simples ejemplos, entresacados de entre otros muchos personajes y títulos,
tenemos: The Shield en Pep Comics, enero 1940; The Eagle en Science
Comics, febrero 1940; Uncle Sam en National Comics, julio
1940; Minute Man en Master Comics, febrero 1941; Captain
America Comics, marzo 1941; Star and Stripes Comics,
mayo 1941; Captain Victory, The Unknown Soldier y The Flag en Our
Flag Comics, agosto 1941; Miss Victory en Captain Fearless,
agosto 1941; The Defender en Estados Unidos Comics, agosto 1941; Yankee
Doodle Jones en Yankee Comics, septiembre 1941; SuperAmerican
en Fight Comics, octubre 1941; Major Victory en Dynamic
Comics, octubre 1941; The Fighting Yank en Startling Comics,
noviembre 1941; The Liberator en Exciting Comics, diciembre
1941…
A
partir del momento en que los Estados Unidos entra oficialmente en
guerra, el número y variedad de los comic books de superhéroes
crece progresivamente hasta llegar a unas tiradas totales que en
1943 se contaban en los 23 millones de ejemplares al mes. Y ello en
un momento en que el papel de prensa estaba racionado y controlado
por el gobierno norteamericano, que lo distribuía por cupos a las
empresas editoriales según las necesidades y preferencias de
tiempos de guerra.
Toda
esta profusión de “comic books patrióticos” se puede cifrar en
el ejemplo del que quizá sea su personaje más emblemático: El
Capitán América, editado por Timely Comics. Según Stan Lee
–que fue el gran gurú de los cómics Marvel– Martín Goodman,
propietario de Timely, se planteó en fecha tan temprana como 1938
el denunciar la amenaza nazi ante el mundo, desde el siguiente
argumento: «(...) los jóvenes lectores americanos deben ser
advertidos de los peligros del nazismo y el fascismo para ponerles
en guardia. Para ello utilizaré mis revistas de cómics tomando
historias de la vida real en las que los nazis sean los villanos...»
Hay que recordar que Goodman, además de ser uno de los mayores y
mejores editores comerciales de la época era judío, por lo que
cabe suponerle una especial sensibilización ante el nazismo.
Dejando
de lado la exagerada loa de Lee, puesto que el primer título de los
Timely Comics no se publicó hasta octubre de 1939, es cierto que
mucho antes de Pearl Harbour los superhéroes de Goodman tomaron
partido contra Hitler. La primera ocasión fue en el # 4 de Marvel
Mystery Comics, febrero 1940, en el que Namor luchaba con
la tripulación de un submarino alemán.
Si bien la obra magna de los comic books “patrióticos”
de la segunda guerra es Captain America, creado por Joe Simon
y Jack Kirby y puesto a la venta por Timely en 1941.
El
Capitán América es un “supersoldado” enmascarado, que viste un
uniforme con los colores de la bandera norteamericana y que nace
como un luchador de la libertad gracias a una milagrera fórmula química.
El planteamiento fue simple, según Simon: «En principio buscábamos
un villano, y Hitler fue ese villano (y sigue...) El Capitán América
fue ex cepcional, un auténtico éxito. Después del primer número,
las ventas rozaron el millón de ejemplares al mes».
Auge y caída
del negocio de los superhéroes
Aunque
las cifras puedan parecer excesivas, está documentado que en el período
1942-45 se dispararon las ventas de comic books al crecer las
posibilidades económicas de los jóvenes lectores.
Es
un hecho poco conocido y del cual no se suele hablar que a partir
del verano de 1943 tres millones de niños y jóvenes
norteamericanos, entre los 12 y los 17 años, trabajaban en la
industria, el comercio y los servicios sustituyendo a los adultos
que habían sido reclutados por las fuerzas armadas. En este período,
según los datos disponibles, un 95% de los niños de 8 a 11 años y
un 84% de los teenagers americanos leían habitualmente comic
books. El 35% de los adultos de dieciocho a treinta años también
los leían. Y un 44% de los soldados norteamericanos que
participaron en la segunda guerra mundial leía diversos cómics
regularmente.
Estas
cifras no son desdeñables, pues los escritores y dibujantes de
comic books que quedaron en la retaguardia hicieron gala de su
patriotismo mediante las aventuras de los superhéroes, y llevaron a
cabo su propia guerra privada contra las fuerzas del Eje en las páginas
de los comic books. Cabe recordar aquí que muy pronto, tras la
entrada en guerra, el Gobierno norteamericano comprendió y potenció
el poder de la propaganda para apoyar el esfuerzo bélico. Para ello
el Gobierno federal creó la Oficina de Información sobre la Guerra
(OWI), inicialmente destinada a explicar la guerra y a familiarizar
a los ciudadanos americanos con lo que esta suponía para el país.
Los medios utilizados para lograrlo fueron la prensa, la radio y el
cine, aparte del cartel y la habitual edición de folletos
panfletarios.
El
reconocimiento de la importancia propagandística que los comic
books podían tener en aquellos momentos fue señalado en abril de
1943 por un artículo de la revista Bussiness Week: «(...)
un poderoso aliado, ignorado por almirantes y generales, está al
lado de los niños de América para frustrar al enemigo (...) Este
aliado es Superman, quien como cualquier chiquillo sabe puede
detener los proyectiles de 16 pulgadas con las manos desnudas,
levantar automóviles con un solo dedo, volar murallas de cemento
sin la ayuda de la dinamita... Superman puede perforar los cascos de
los barcos de la flota de guerra japonesa con un simple puntapié o
derribar los bombarderos nazis de un puñetazo porque él siempre
pelea del lado de la virtud». La cita confirma cómo la industria
del cómic tomó partido por el “sueño americano” y cómo la
sociedad supo reconocerlo.
De
las actividades pro-guerra de Superman queda un momento singular,
cuando solicita permiso para hablar al Congreso de los Estados
Unidos y pronuncia un discurso que muy resumido dice: «Durante los
últimos años una oleada diabólica ha recorrido el mundo. Se llama
fascismo (...) Esta moderna plaga ha aplastado naciones amantes de
la paz (...) nosotros combatiremos la amenaza de estas hordas hasta
que sean definitivamente aniquiladas y de nuevo la decencia y la
humanidad sean restauradas en el mundo (...) Igual que cualquier
otro patriota americano yo quiero contribuir a la caída de estos
buitres fascistas (...)» (Tiras de prensa de Superman,
McClure Newspaper Syndicate, 1942).
Curiosamente,
conscientes los autores de que al fin y al cabo Superman solo es un
“soldado de papel” imposibilitado de participar en la realidad,
le hacen rematar su discurso con un jugoso malabarismo verbal: «yo
quiero colaborar a la caída de esos poderosos buitres fascistas.
Pero
las fuerzas armadas americanas pueden lograrlo sin la ayuda de
Superman (...) yo puedo servir mejor a la nación en el frente
interior luchando con los enemigos más insidiosos (...) los
traidores, los quintacolumnistas, los Quislings potenciales y todos
quienes quieren hacer fracasar nuestra producción de materiales bélicos
(...)»
Con
Superman, y pasando el tiempo hasta hoy, otros superhéroes han
demostrado su acendrado patriotismo. Como
Batman, Captain America, Uncle Sam, Captain Marvel, Wonder Woman,
Namor, Hawkman, Thor, Iron Man, Nick Fury... Punisher
y muchos más.
El
final de la segunda guerra mundial supuso un giro radical en los
intereses de la sociedad americana, y ello repercutió en una caída
de las ventas de los comic books de superhéroes y obligó a
reconvertir los títulos de muchas editoriales. Unas veces las
revistas y sus personajes desaparecieron sin mayores explicaciones,
en otras ocasiones los héroes quedaron “archivados” (con casos
especialmente ejemplares como el de El Capitán América, quien
queda congelado en un bloque de hielo que se pierde en la
niebla...), otras veces los títulos permanecieron pese a las
escasas ventas, dando testimonio, a veces tan solo para mantener el
copyright a favor de la empresa editorial según la legislación
norteamericana.
Con
el cambio de tendencias otros comic books conquistaron el mercado
postbélico, al saber evolucionar los editores tanto en los temas
como en los personajes, publicando nuevos títulos y reorientando la
industria de los comic books hacia géneros como el humor, lo
policiaco, el terror, lo femenino, el oeste, las aventuras de
animalitos antropomórficos, etc. Caso especial fue el de Max C.
Gaines, quien en 1945 cedió sus intereses en la editorial All
American Comics a Harry Donenfeld y Jack Liebowitz, para crear poco
después la empresa Educational Comics, Inc. (EC), dedicada a la
publicación de cómics de tema histórico y científico.
Los años 50, la
sociedad americana cambia el paso
La
transformación de la sociedad durante los primeros años de la
guerra fría, así como el giro de la política oficial
norteamericana, marcaron un cambio radical en la vida cotidiana, que
en el terreno de los comic books se concretó en un fuerte rechazo
de contenidos, líneas expresivas y en ocasiones también de los
personajes y las revistas, que frecuentemente fueron acusados
durante estos años por educadores y psicólogos de incitar a la
violencia y potenciar la delincuencia juvenil; con el habitual
olvido de que los medios, y en este caso los comic books, solo y
simplemente son reflejo de la sociedad en la que nacen.
Este
rechazo se manifestó pronto tras el fin de la guerra, y se
corresponde con el conservadurismo que dominó por entonces a la
sociedad norteamericana, vuelta a encerrar sobre sí misma. El tema
es complejo y sus componentes sociológicos exceden los márgenes de
un artículo sobre los superhéroes de los comic books, pero es un
hecho que al final de la segunda Guerra Mundial los Estados Unidos
cambiaron de expectativas, objetivos, filosofía e ideología de
forma importante. Y que lo hicieron aún más bajo las presidencias
de Truman y de Eisenhower. A ello contribuyeron tanto el auge sociológico
y político de lo que se conoce como “América profunda” como,
sin duda, el papel de líder político y militar que la decadencia
europea otorgó a los Estados Unidos. Culminaron este proceso de
involución la doctrina Truman, la ruptura de la alianza de guerra
con la URSS y la consecución por parte de ésta de la bomba atómica.
Su ejemplo mejor: la “caza de brujas” del McCarthismo.
En
lo que nos concierne es un hecho estudiado el que la juventud
americana de los primeros años cincuenta se mostraba aletargada,
falta de imaginación, indiferente y silenciosa. En síntesis:
carente de ilusiones. Según el periodista e investigador William
Manchester «la persecución de los “celadores”, el miedo a las
nuevas armas termonucleares y las evocaciones de los padres de
familia rememorando los angustiosos días de la depresión fueron
factores que influyeron en la configuración de la generación del
silencio» (en su obra Gloria y Ensueño, II, 1945-1954).
Resulta
algo más que curioso constatar el hecho de que estadísticamente
buena parte de esta juventud había de estar formada por quienes
durante los años cuarenta habían sido niños y lectores de comic
books, sin que ahora y aquí quepa sacar mayores conclusiones. En
este marco social, apenas configurado en esquema –lejanos ya los
dictadores nazis y fascistas y los japoneses a los que tantos
personajes del cómic habían combatido violentamente y con
virulencia– la violencia doméstica y cotidiana que ahora
reflejaban los comic books (y con ellos los otros mass media, como
el cine, la novela popular, y sobre todo la recién llegada televisión)
fue duramente atacada por iglesias, educadores, psicólogos y
autoridades. Con la contribución apasionada y ciega de numerosos
ciudadanos que, agrupados en diversas ligas morales y de decencia,
perseguían los libros, revistas, películas, que consideraban
objetables desde la moral establecida, ya fueran protestantes o católicos.
Si bien fueron los miembros de la Iglesia Católica, fieles y
sacerdotes, los que más se destacaron en este tipo de acciones.
Respecto
a la prensa, en 1938 se creó la National Organization for Decent
Literature (NODL), de estirpe católica, que inicialmente solo se
dedicaba al examen y valoración de las revistas, publicando una
lista (Publications Disapproved for Youth) de las que
consideraba objetables para los jóvenes por sus contenidos. Pero la
aparición y éxito de los comic books hizo que la NODL extendiese
desde 1947 sus actividades a la evaluación de estas publicaciones,
a partir de una normativa o “código” de nueve puntos casuísticos
que señalaban los temas condenables en los contenidos. A partir del
estudio de los comic books existentes en los quioscos, realizado por
grupos de madres de familia, la NODL elaboraba un listado con los
comic books aceptables (White List) y otro con los titulos
“condenables”. Las actividades de esta organización católica
en los últimos años cuarenta, se concretaban en la acción de
equipos de voluntarios de la “cruzada de la decencia” que
visitaban a los vendedores de prensa para escudriñar las
publicaciones que tenían en sus quioscos y explicarles las que no
debían vender a los niños y jóvenes. Se elaboraban también
listas de los vendedores que colaboraban con la cruzada de la
decencia y se exponían en la iglesia local y se imprimían en
diversas publicaciones. Como refuerzo de lo anterior se realizaban
boicots contra los quiosqueros que no colaboraban y se recurría a
otras acciones intimidatorias.
Todo
ello no hacía sino reflejar el clima “moralizador” que
inspiraba a numerosos grupos de la sociedad norteamericana. Grupos
que no solo eran católicos. Queda constancia de la organización,
en junio de 1948, del Committee on the Evaluation of Comic Books, en
Cinncinati, que alcanzó un estatus nacional bajo la dirección de
Jesse L. Murrell, pastor metodista. También está localizada, más
tarde, la existencia de un Citizen’s Committee for Better Juvenile
Literature, formado en Chicago.
Son
ejemplos aislados de otras muchas organizaciones que se proponían
controlar los contenidos de los comic books, respaldadas por su
decisión de llegar a las acciones punitivas. De unos a otros grupos
se extendió por gran parte de los Estados Unidos un estado de opinión
negativo sobre los comic books que llegó, incluso, a acciones drásticas
como la quema de pilas de comic books organizadas en distintas
comunidades (hecho documentado por el editorial de la revista Senior
Scholastic del 2 de febrero de 1949). Todo ello hizo que entre
los últimos años cuarenta y los primeros cincuenta la industria
editorial de los comic books se plantease fórmulas de
“autorregulación” de los contenidos de sus revistas para
intentar evitar que se formulasen legislaciones oficiales
restrictivas.
[
continua en la
parte tercera del artículo ]
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