Serie de
enrevesadas historias, con un empaque formal espléndido, obra del
veneciano Paolo Eleuteri Serpieri, y enfocadas como un dualismo
aberrante entre lo bello, personificado por la sensual
protagonista Druuna, y lo deforme, monstruoso o mutagénico,
representado en gran parte por los personajes secundarios, que se
mueven en un caótico y podrido mundo claustrofóbico.
Paolo Eleuteri
Serpieri, veneciano nacido en 1944, y profesor de arte en la
Universidad de Roma, además de autor de cómics es pintor y
escultor, y por sus dibujos se aprecia su pasión por la
arquitectura. Sus inicios en el cómic datan de 1978, en la popular
revista Lancio West, con historias ambientadas en el Oeste
americano. Inscrito en un estilo naturalista, muy documentado,
ilustró para Larousse en 1980 una Historia del Far West, y
en ese mismo año el magnífico álbum La india blanca, donde
comienza a mostrar su obsesión iconográfica y casi fetichista del
dibujo de bellas mujeres, de formas tan sensuales como carnales y
alejadas del concepto de belleza estilizada impuesto por las
pasarelas de la moda. Las féminas a las que Serpieri da vida con
su personal dibujo, son de anatomía contundente, similares al
estilo de los grandes pintores barrocos, de volúmenes marcados y
tan voluptuosas como angelicales. Toda esta primera obra, a la que
se unen sus colaboraciones en la revista italiana Orient
Express, (inéditas en España), le han valido el reconocimiento
internacional como primera figura del cómic. Su consagración en el
medio se debe a la historia de fantasía y ciencia ficción, editada
en álbumes, protagonizada por la lasciva Druuna, en el que el
tremendismo y erotismo se apoderan de un relato tan retorcido como
cruel.
Aspectos
formales de la obra
La capacidad
pictórica de Serpieri solo puede ser tildada de formidable. Autor
de un estilo académico en pureza, con un realismo en el que se
integran algunos de los grandes autores actuales (Rosinski, Giraud,
y el norteamericano Schultz), es consciente que ese tipo de dibujo
es claramente demandado por el público europeo. Grafismo
detallista hasta lo obsesivo, fondos muy cuidados, dominio de las
perspectivas, y el dibujo arquitectónico, de la misma manera que
gran paisajista, tanto de ambientes sedantes o iluminados por un
cálido sol mediterráneo, como de los abstrusos, donde la realidad
es pervertida por formas sarmentosas en contextos dantescos. Pero
el rasgo principal de estilo de Serpieri se manifiesta en el
definitivo dominio de la figura humana, en especial la femenina, a
la que dota de unos volúmenes de elevado calado erótico,
inspiradas en la carnalidad de actrices como Ann Margrett, Raquel
Welch, o la francesa Isabelle Adjani. El autor adopta una
iconografía fetichista, en especial hacia la zona glútea de la
protagonista, que a lo largo de la obra se representa tanto como
su cara.
Al abrir por la primera página el segundo volumen de Druuna,
Morbus Gravis II (posiblemente el mejor de todos), lo primero
que se encuentran los lectores es la presencia del culo de la
protagonista, probablemente las mejores formas dorsales femeninas
jamás dibujadas en el llamado noveno arte. Las otras figuras
humanas o humanoides de Serpieri, por el contrario, muestran una
apariencia desagradable y esperpéntica, y el elegante dibujo del
autor retrata todo tipo de alteraciones patológicas en el resto de
los personajes. La descomposición, los
tejidos purulentos y putrescentes, deformados por terribles
enfermedades, aparecen en toda la obra y remarcan la insólita
belleza de Druuna en medio de un jardín aberrante y barroco. Toda
esa morbilidad, no solo afecta a los cuerpos. Las mentes o las
almas de la casi totalidad de los secundarios, están afectados por
la terrible enfermedad contagiosa, la “morbus gravis” del título,
por lo que son seres corruptos, impíos, y sobre todo ignorantes de
su terrible e incurable mal. Para retratar las últimas fases de la
terrible enfermedad, Serpieri acude a monstruos aterradores y
obscenamente genitales, con unas deformaciones caracterizadas por
tumoraciones rubescentes y amorfas. Lo esperpéntico alcanza el
ambiente y el paisaje, y el mismo mal que afecta a mentes y
cuerpos de los personajes, también alcanza al escenario, que
responde con una transformación de sus formas hacia lo doblado y
contrahecho. El material que conforma la estructura física de la
ciudad se retuerce en formas aberrantes, y se funde con lo
orgánico, convirtiendo todo el panorama en una atmósfera de
pesadilla desconsoladora. En este escenario truculento se mueven
una serie de personajes horribles, a la búsqueda de una esperanza
vana que luego resulta falsa. Druuna, con su belleza insólita y
provocadora va destacando, cada vez más, a medida que el morbus
gravis progresa por su mundo, sin afectarla.
Aspectos
conceptuales de la obra
En ellos se
aprecian las carencias de Serpieri, negándole el acceso a la
posible magistral obra que los elaborados dibujos aspiraban. No es
un gran narrador y la obra se va lastrando con la atrocidad
temática, lo que impide la fluidez del relato. Este se angosta, y
con cada entrega se vuelve más farragoso, por lo que la
comprensión global se va dificultando. Vayamos por partes.
Probablemente la idea inicial de Serpieri sería la construcción de
un relato, tributario de una ciencia-ficción desasosegante y
pesimista, con la coartada de un futuro desesperanzado.
A ello, el autor le va a ir añadiendo otros ingredientes, para
formar un combinado temático trasgresor, y por lo tanto de difícil
digestión, para un producto ampliamente distribuido, como
cualquier ejemplo de cómic europeo en general, o franco-belga en
particular. Los ingredientes mencionados y añadidos por el autor
son propios de la temática extrema, el sexo hasta un nivel casi
pornográfico, y la violencia. Ambas materias se intentan
dignificar en la obra, y probablemente si esta hubiese acabado en
el segundo volumen de la serie se habría conseguido, eso sí
cerrando la fábula, pues su final abierto deja entrever las
posibles secuelas de una historia que estaba generando éxito entre
crítica y público, y por lo tanto un pingüe beneficio para el
autor y editor.
En las aventuras
de Druuna el sexo es algo tan natural como los combates en un
cómic de superhéroes, es más, equivale exactamente a eso. Para
ello, el autor, se preocupa por coreografiarlo, con la
participación de una mujer perfecta y oponentes monstruosos. Los
brazos hipertróficos y las espadas sangrientas son sustituidos por
un trasero sodomítico tan real que se sale de la viñeta, y que
“traga” el pene deforme e hiperrealista de un elemento masculino
bestial. Por tanto el sexo debe ir acompañando a la obra, pues el
mensaje principal de la misma es el erotismo. Como los combates
que se ganan y se pierden, la sexualidad de este cómic ha de verse
así. El sexo puede ser consentido por Druuna, con lo que se gana
el combate, o puede ser resultado de una violación, con lo que se
pierde.
La violencia,
siempre más problemática de justificar, se hace extrema en muchos
momentos de la obra, pues además de brutales violaciones el relato
está cuajado de muerte, tortura física y psíquica, antropofagia y
mutilaciones varias, practicadas por una sevicia poco refinada, y
en definitiva vesánica. Pero esa violencia también aparece de
manera gratuita. La presencia de los crueles sacerdotes cyborg,
turbas que se regodean ante la violación y posterior depredación
de una joven por parte de mutantes, la extremada agresividad de
los soldados / policía, o la debilidad libidinosa y obscena de
cierto médico obsesionado por sodomizar a Druuna, hacen que la
historia camine por el límite de un cómic convencional. Añadamos a
todo este catálogo de sexo y violencia el grafismo cada vez más
detallado de Serpieri, y tendremos como resultado unas viñetas de
una fisicidad que de puro realista se vuelve tóxica.
Las dos primeras
entregas de la serie tituladas Morbus Gravis, de 1985 y
1987 respectivamente, constituyen el relato más redondo y mejor
presentado por el autor. Es una historia que bebe de las fuentes
de la ciencia-ficción futurista y desangelada sin espacio para la
esperanza. Todos los personajes encajan con corrección en el
tortuoso relato. En la segunda entrega el dibujo se refina, y el
personaje central adquiere toda su sensual belleza. Druuna recoge
el fetichismo de su creador en sus generosas carnes, mientras su
rostro de pelo moreno refleja serenidad y hasta ternura. Es una
persona que sabe que su supervivencia depende de su arte erótico,
y se aplica a él con hombres o monstruos. Esta obra podía haber
resultado fabulosa de haber sido cerrado el final de la misma.
Probablemente, consciente del éxito de ventas que la historia
podía generar, la convierte en una serie, lo que le obliga a
mantener un ambiguo y abierto final para engancharle posteriores
secuelas.
En la tercera
entrega, Creatura, de 1990, asistimos a un cambio de
escenario, a la proliferación de lo onírico, siempre tan difícil
de manejar, y a la aparición de nuevos personajes, uno de ellos el
propio Serpieri, con el nombre y título de “Doc”, mente científica
y filosófica del episodio. En este episodio, se intenta convertir
a Druuna en un serial, pues los resultados económicos de los dos
primeros volúmenes así lo aconsejan. Se cambian los escenarios, se
le añaden personajes fijos, y se coquetea abiertamente con el
factor onírico sin olvidar en absoluto los argumentos clásicos de
la serie, el sexo, la violencia, y la particular plástica con que
Serpieri los envuelve. Es un episodio de transición y
probablemente el más flojo de la serie. La cuarta entrega, fechada
en 1992, de título Carnívora, plantea un argumento más
sencillo y claustrofóbico, tributario de una “ci-fi” clásica. Se
retorna al tema del mal, el morbus gravis, con lo que la nave se
llena con ambientes propios de matadero, con sangre y necropsias.
Se va cargando el tema del sexo, haciéndose cada vez más
explícito, y como en anteriores volúmenes los finales se quedan
abiertos con subtramas abandonadas, bien para tener posibilidades
de seguir contando la historia, o bien por simple olvido e
incompetencia del autor.
En 1995 sale al
mercado Mandrágora, con dos aspectos argumentales muy
llamativos. Lo onírico se desencadena apareciendo sueños dentro de
sueños, así como importantes dudas entre lo real y la pesadilla.
El sexo se hace tremendamente visual, y el erotismo extremo va
virando hacia una pornografía más prosaica. El leit motiv
del episodio es de una crueldad sádica, ya que el suero buscado
que retrasa la aparición del “mal”, se extrae de la sangre vertida
tras la mutilación genital, y ahorcamiento de sujetos sanos,
sometidos a una ardiente excitación sexual, que la misma Druuna
les provoca merced a sus artes amatorias. El episodio es tan cruel
y paradójico como toda la obra, sin concesiones a la esperanza, o
mucho menos a la bondad. La protagonista, más caliente que nunca,
por la acción alucinante y afrodisíaca del extracto de la
mandrágora, excita a hombres jóvenes y sanos que son colgados y
mutilados antes de su eyaculación. La leyenda dice, que las flores
de mandrágora crecen a los pies de los ahorcados, puesto que su
fertilizante es el propio semen que escurre de los ajusticiados
cuando la cuerda atenaza sus gargantas hasta estrangularlos.
Las últimas
entregas, Afrodisia (1997) y El planeta olvidado I
(2000 -el tomo II está ya anunciado para 2003-), pese a mantener
su impecable estética formal, son cada vez más alambicados y
retorcidos, siendo difícil separar los distintos tipos de sueños y
la (¿inexistente?) realidad. Es poco lo que queda por contar, por
lo que estas últimas entregas giran sobre un argumento
excesivamente gastado. Aquellos esbozos de ciencia ficción con
cierto eco social que caracterizaron las primeras entregas, con
alusiones a la dictadura, la teocracia, la negación de información
a una sociedad que se va envileciendo y enfermando, los atisbos
revolucionarios de unos personajes que sospechan la verdad y que
han sido incoherentemente retirados del relato, se han ido
sucediendo por el manido truco de lo onírico, que como en muchas
ocasiones enmascara la incapacidad del narrador. El relato cada
vez va acercándose más a un punto muerto, con los lectores más
perdidos, que tan solo disfrutan de las redondeces de Druuna. Nada
sabemos del antes de la presencia de la nave ciudad, ni del
después, y ni siquiera del ahora pues todo parece una matriz de
falsas ensoñaciones que llegan a contener sueños de sus
integrantes. Lioso, excesivamente lioso.
Uno de los
aspectos que más llama la atención en este cómic, es la no
concesión a un escape humorístico, a modo de espita que libere la
presión contenida en cada una de las entregas de Druuna. Serpieri
ha densificado demasiado lo extremo, y cuando eso ocurre se cae
con facilidad en el ridículo. El autor está siendo devorado por la
“seriedad” de una obra que necesita salidas argumentales. En
general las temáticas extremas de sexo y violencia en los cómics
suelen ser catalogadas, dicho sea con precaución,
de productos de segunda. En un país como Italia, su distribución
suele ser popular, de amplia tirada, generosa en páginas y con
cadencia frecuente. Esto obliga a una industrialización del
producto y a una despreocupación por el dibujo y contenidos,
apareciendo toscos y de un humor cafre y bestial. Generan pocos
comentarios, y cuando aparecen son de claro desprestigio, a no ser
que lleven firmas de reputados polemistas tipo Umberto Eco. En la
línea de este tipo de cómics que parecen subproductos, y que luego
tienen un rendimiento creativo y narrativo aceptable, encaja
también la obra Necrón, de Magnus (Robert Raviola), con temática parecida de sexo, violencia, necrofilia,
canibalismo, mutilaciones y demás lindezas, narradas con la
descarnada coartada del humor grueso, que en toda su ordinariez
resulta de lo más divertido. Es una exposición sin complejos y sin
desafíos, pero honrada y cómica hasta el final. Tan dilatado
catálogo de perversiones es el que más o menos exhibe Druuna, por
mucho embalaje onírico y desasosegante que el autor quiera
utilizar como envolvente.
Conclusiones
Druuna queda pues como un cómic visual, con una
prodigiosa técnica de dibujo, y que salvo las dos primeras
entregas, no plantea un relato estructurado, y aun así no está lo
suficientemente resuelto. Debido a su gran visualidad dispone de
un impecable sitio web, con una galería de imágenes francamente
afortunada, pero muy escasa de contenido informativo. Su éxito ha
propiciado un “merchandising” notable, a base de videojuegos,
postales, naipes, y sobre todo fabulosos libros de ilustraciones
de alto contenido erótico, adornados con unos textos tan escasos
como ridículos. La honradez de Serpieri y su paso por la historia
de los cómics se ha manifestado en el fetichismo glúteo exhibido
ante su protagonista, que da magníficos resultados en sus libros
de ilustraciones, pero del todo insuficientes a la hora de relatar
una historia en arte secuencial. Paolo Eleuteri Serpieri necesita
de un guionista para que su obra merezca entrar en el cómic de
calidad. Imaginemos su arte erótico y fetichista al servicio de
una historia de Cothias, Dufaux, Van Hamme o incluso de los textos
de guionistas yanquis como Moench, Kevin Smith o el británico
Garth Ennis. Una historia con protagonista femenina en exteriores
iluminados e interiores barrocos, y con un tema en donde lo
pasional, lo erótico, el sudor o las secreciones, manen y brillen,
pero sobre todo enmarquen la desnudez de una protagonista con un
culo como el de Druuna.
En definitiva un sueño fetichista y carnal. |