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ARROWSMITH

Arrowsmith: So Smart in their Fine Uniforms

Guión de Kurt Busiek y Carlos Pacheco, dibujo de Carlos Pacheco, entintado de Jesús Merino y color de Alex Sinclair.

Edición: Arrowsmith: So Smart in their Fine Uniforms.
Wildstorm Productions: Signature, 2004, La Jolla

Primera edición como Arrowsmith, # 1-6, miniserie antecedida por el lanzamiento Arrowsmith Web Preview, todo ello en 2003

Wildstorm Signature Series es TM DC Comics

Arrowsmith es © Kurt Busiek y Carlos Pacheco

Edición española a cargo de Ediciones Planeta-DeAgostini, 2004

[ Imagen de cubierta ©  Carlos Pacheco / Jesús Merino ]


Arrowsmith: Los hijos del sueño, comentario por Manuel Barrero y Antonio Santos


La presente reseña versa sobre la edición americana del libro que recoge los seis primeros comic books del “universo” de Arrowsmith, más aquel núm. 0 –web preview- que se avanzó por la red en 2003 previamente a la salida de la miniserie. La obra nos propone una aventura sugestiva presentada con mimo que rebosa cuidado y celo por parte de todos los actores implicados, hasta en el rotulado (al estilo Art Nouveau, que no al estilo BWS Studio), y deseosa de destacarse aparte de otros productos de Wildstorm, en tanto que se autodenomina una Wildstorm signature “picto-novel”. Más que un cómic pues, y atañendo a un producto de época, ¡una “novela pictográfica”!

Vaya.

Llamativo.

En efecto, el arropo de los diseñadores y rotuladores es el adecuado, con sus páginas de cortesía bien montadas y con los deseados bocetos de personajes salpimentando parte del interior como preludios de las distintas entregas. No resulta malo el color, de Alex Sinclair, bien que la obstinación por colorear mediante capas, sin aplicar gradientes, resulta ocasionalmente molesta y aparenta la ansiedad del colorista por descollar también como autor del producto final. El trabajo del pluriempleado Busiek es similar a lo que nos tiene acostumbrados: un guión sólido, bien atado, con personajes definidos más allá del cartón piedra, con los diálogos medidos y nunca chirriantes y con pausada narratividad, nada alborotado salvo en los pertinentes clímax que se exigen a final de episodios o a mitad de un período de transición. 

Empero, lo que realmente llama la atención de este trabajo no es tanto ese deseo de destacarse como una propuesta nueva al maremagno de superhéroes de la empresa en la que Jim Lee oficia como director editorial como el talento que despliega el dibujante, coartífice de este proyecto: el gaditano Carlos Pacheco.

 

LAS HISTORIAS.

Claro que Busiek (y Pacheco, por la parte que le toca como argumentista), no hace sino contar una de las historias eje de la narrativa tradicional: el relato de iniciación a la hombría. Es decir, la historia que nos transmite Busiek en Arrowsmith es como todas las que cuenta Busiek tras su do de pecho con Marvels / Astrocity. Es una vuelta a lo narrado, al relato iniciático del chico joven quiere ser hombre, que se aleja de su familia –la orfandad siempre presente en toda narración de este tipo- que se enfrenta al miedo, a la cobardía y a la superación de pruebas de adiestramiento, que halla el amor, que vive un primer encontronazo contra el terror y la muerte, que adora a un mentor heroico, que pierde a su primer amigo –he aquí la herida, la carencia-, que pierde a sus referentes y queda solo, que se derrumba y yergue con el sexo (que, rememorando al Alan Moore de Swamp Thing, es el anticipo de la muerte), que adopta un papel de responsabilidad, que cumple con su cometido; entierro y medalla. Hete aquí al nuevo hombre, al nuevo héroe. Y reiniciemos el ciclo.

Arrowsmith es Gilgamesh, es Aquiles, es Jesucristo, es Superman, es Ender… el Campeón Eterno lanzado a la adversidad, la lucha, la superación, incontables veces en incontables pieles y bajo incontables nombres. En suma, Busiek cumple, nada más, y al eje argumental básico podría reprochársele pobreza si Pacheco no le diera lustre.

Aquí se hace con el camino de maduración de un muchacho lleno de ilusiones, Fletcher Arrowsmith (que casi parece un trasunto de Steve Rogers en Paraíso X), que descubre la vieja Europa, un lugar lejano y peligroso desde el que llegan en oleadas los más asombrosos inmigrantes de naturaleza fantástica; llegan al país de las libertades con la espada en alto (imagen muy similar, por cierto, a la versión de la Estatua de la Libertad que vigila la bahía de Gotham City). En esta variante de la I Guerra Mundial, el enemigo de la franja oriental europea cuenta a su favor con huestes de trolls y seres asociados a la maldad feérica. Los buenos, por su parte, llevan en sus talegas a elfos y haditas, y a dragones como mascotas. En este sentido, no hay desafío a la fabulística tradicional. Las identificaciones de las facciones encontradas tampoco escapan de lo tópico: acadios y columbios llevan los uniformes de la fascinación (lo cual que ya va implícito en el subtítulo del álbum: So Smart in their Uniforms). Y el análisis ideológico de los contendientes tampoco deja lugar a dudas: en cierto momento del comienzo de la obra se cita al “Evil that threatens to consume Europe”, una suerte de “fantasma que recorre Europa” que nos remite a un enemigo prusiano, cercano aunque no ligado netamente a la imaginería comunista –se mezcla con la germánica-, que será combatido por aliados de los “Overseas Aerocorps”, a quienes el pasmado Fletcher Arrowsmith desea fervientemente unirse, desde el comienzo acompañados de los fuegos de artificio tan asociados allá, atrás el Atlántico, a los sistemas de propaganda militares.

En estas páginas de historieta se plantea como los poderosos de la Gallia –o Francia, enemigos jurados de los estadounidenses tradicionalmente, como no se cansan de repetirlo los yanquis a cada telediario (fobia que parece suscitada por la incapacidad gala de repeler a los alemanes de sus fronteras en ambos conflictos mundiales)- envían a unos militares de Columbia que viven a la Twain, pero pronto lo harán a la Tardi. A lo largo de la obra, no cesan los débitos a la literatura pulp (los Gods of the North que aparecen entre nubarrones remiten rápidamente a la obra de Robert E. Howard), a la cinematografía aterciopelada del star system (era inevitable traer a Douglas Fairbanks a hacer algunas piruetas), a los prerrafaelistas (esos ángeles de la guarda enfermeros…).

Los referentes, ah, esos invitados tan pegadizos…

 

LAS UCRONÍAS.

Un primer vistazo a esta obra permite adivinar influencias de una novela de los ochenta titulada Sobre un pálido caballo, de Piers Anthony. Como Arrowsmith, aquella obra se  halla nutrida con un colorido reparto de seres sorprendentes y elementos mágicos. No es Busiek precisamente un pionero en apoyarse en ucronías –reconstrucción de la Historia dando por supuestos acontecimientos no sucedidos-, y un referente que se nos aparece muy evidente es el que comparten esta obra, Arrowsmith, y la de Brian Talbot El corazón del Imperio, obra a la que parecen guiñar con la referencia al soldado / zombi, Luther, que aparece en la primera página del prólogo, viñeta 4 (Luther Arkwrigth era el motor / motivo de El corazón del Imperio, aunque los zombis de Arrowsmith están del lado de Gallia debido al pasado francés del Caribe oscuro). El referente común al que nos referimos es Pavana, de Keith Roberts, cuyo argumento desarrolla la idea de que la Reina Virgen Isabel I, soberana absoluta de Inglaterra, es asesinada y como consecuencia acaba desarrollándose un dominio del catolicismo y la Inquisición en pleno siglo XX, hasta el punto de resultar prohibida la tecnología.

Cabe citar otras ucronías, naturalmente: Spinrad, fantaseaba en El sueño de hierro con una Europa transformada debido a la ausencia de Hitler; el gran Phillip K. Dick, por su parte, lo que transforma son los EE UU en su Hombre en el Alto Castillo; Kornbluth también lanzó una mirada, acaso algo más reaccionaria y cercana a lo que hace aquí el guionista; y Robert Silverberg hizo lo propio en "The Gate of the Worlds"; también cabría en el repaso Fritz Leiber y sus afamadas Crónicas del Gran Tiempo, cuyo exponente más sobresaliente pudiera ser la crónica No es una gran magia. Las ucronías, pues, era un terreno abonado, como demuestra el hecho de que otros autores hayan usado esquemas muy similares a los de Busiek / Pacheco incluso para subproductos literarios complementarios de los mundos de rol también recientes, caso de El Sanguinario Barón Rojo de Kim Newman (Timun Mas, 2000), donde el gran von Drácula, expulsado de Londres, es el comandante en jefe de los ejércitos de Alemania y del Imperio Austrohúngaro; en este mundo ucrónico, la guerra entre las grandes potencias lo es también entre los vivos y los muertos, entre la magia antigua y la ciencia moderna. En el siglo XX que aquí se nos describe las naciones son gobernadas por monstruos no muertos y el horror se mezcla con la política, la ciencia ficción con lo romántico y la fantasía con la guerra.

También hallamos referentes argumentales, sobre todo en la obra Patria, de Robert Harris (cuyo telefilme protagonizaba Rutger Hauer), donde el III Reich ganaba la II Guerra Mundial, manteniendo sumisos a los EE.UU. con las armas nucleares, pudiera haber sido una de las influencias de Arrowsmith. A voleo, dentro del ámbito de la historieta, podríamos citar dos mangas de Masamune Shirow: Orion y Black Magic, que se ajustarían a este esquema, aunque hay más. En suma, la propuesta de partida de Arrowsmith se nos antoja no en exceso original pues, algo por otro lado harto difícil de lograr hoy en día, así que debe jugar la baza de presentar con un embalaje diferente una historia de toda la vida.

Y es irrefutable que su puesta en escena es por completo refrescante, nueva y seductora. Seducción que debemos a la magia desplegada por el tándem creativo, artista y entintador.

 

LAS GARANTÍAS.

Posiblemente sea la presente una de las obras con las que Pacheco se siente más satisfecho, más identificado como autor de historietas, más ligado al medio que le da de comer y con el que crece cada día. Una pista para llegar a esta convicción la hallamos en la sincera dedicatoria que él imposta en el libro, por primera vez dirigida personalmente a su esposa e hijo. La otra pista la obtuvimos de nuestra última conversación con él en San Roque, con motivo de la inauguración de la exposición que el Ayuntamiento de su localidad de nacimiento y residencia dedicó precisamente a Arrowsmith.

Pacheco aún se halla enamorado de estas páginas, si bien se mostraba apasionado con Batman y Superman, los superhéroes prístinos con los que estaba trabajando durante el verano de 2004. Se había enamorado de la posibilidad de narrar lo que quería y como quería. Le había encantado poder dominar a unos personajes de nueva creación, que podía caracterizar a su antojo y hacerlos crecer al ritmo deseado. Se entusiasmó con la permisividad, por fin, de poder dibujar fondos minuciosamente acabados, páginas dobles donde el recargamiento no era consecuencia de una acumulación de virtuosismo sino un deseo expreso de dibujar lo descrito, de crear ambientes, de generar –por fin- grandes planos generales decentes y no vistas esquemáticas y simplistas propias de la espectacularidad de los comic books estadounidenses.

Difícil reto. Y más si, como Pacheco hace, se insiste en insertar referentes pictóricos o arquitectónicos (algunos desaparecen en el montaje final de los globos de texto y cartelas como pasó con la referencia a Millet que grabó Carlos en una de las cruces del cementerio donde se celebra el enterramiento del canadiense) o de la culturas de los medios. En este último caso, son incontables, empezando por la transformación del icono del Uncle Sam de James Montgomery Flagg en un mago, esa pandilla de chicos, un clásico del cine que hasta Los Simpson se han permitido parodiar incluyendo al tabernero Moe como uno de sus miembros constituyentes, ese sargento Gorila, Harry Potter y su bola mágica / televisión, el Titanic aéreo en cuya bodega se satiriza sobre la película del mismo título -la escena del coche donde copulan los protagonistas-, hasta a Los 4 Fantásticos al entrar en escena las enormes serpientes marinas pues trasuntan el mutante Giganto

Algunos referentes, como decíamos, quedan disimulados en el montaje final. Y las cabeza que explota no parece destilar sangre sino otra sustancia; y el camarada brutalmente mutilado que Arrowsmith visita en el hospital queda solapado… Y no digamos los genitales y pezones dibujados por el gaditano, que acabaron sepultados tras los balloons en el típico alarde censor americano. Mas, éste era un riesgo aceptado por el autor: ya lo sabía antes de dibujarlo y poco le importa el resultado final. Su profesionalidad está por encima de enmiendas, él crea según cree que debe hacerlo y poco importan estos infantiles retoques si ya resulta imposible sepultar las toneladas de documentación que los autores usaron para erigir este edificio narrativo. El fantasma de Norman Rockwell sigue ahí, por ejemplo, tras la apisonadora de color y rotulación.

Es decir, pese a todo, la espectacular aproximación de Pacheco a un Occidente ucrónico y plagado de magias resulta altamente verosímil. Cada elemento fantástico ocupa el nicho más oportuno, los sortilegios resultan vívidos y las motivaciones creíbles. La formidable potencia hechicera del enemigo es comparable a las pretensiones militares del aliado, también temibles. Y lo mejor de todo es que la magia que se desata en todo momento es tratada por el dibujante como una fuerza implícita realmente en el decurso de los acontecimientos, en absoluto externa como ocurre con otras manifestaciones energéticas de los comic books. Pero estas deflagraciones las combina Pacheco hábilmente con estampas de quietud que resultan gratas dado lo poco frecuentes que son en otra historieta que no sea la francobelga. Por eso es inolvidable la imagen del acto sexual que celebra la pareja protagonista (sorprendentemente respetada por el editor) y tanto o más quedan prendidas de la memoria imágenes como la viñeta en la que el hijo del herrero permanece pensativo entre máquinas desvencijadas…

Como reproche, podríamos señalar el tratamiento gráfico de los prusianos, que peca de escueto y de cliché, con su inmensa amenaza casi siempre está al otro lado del horizonte. Posiblemente la obra hubiese ganado con la inserción de otro personaje histórico, el Barón Rojo, planteando un duelo con él para dotar de profundidad a la obra al presentar ambos frentes y sus participantes, miedos, deseos, angustias. Se echa a faltar una Némesis, sí.

Hay que insistir en que a la calidad de la ambientación general contribuye muy fuertemente el brazo derecho de Pacheco, el entintador Jesús Merino, ya parte insustituible de su estilo y que depura cada día más la línea del lápiz original. Es la modulación que Merino aplica a las líneas de Pacheco lo que confiere unos atractivos volúmenes al resultado final, y es en gran parte Merino el responsable de la fama del equipo, o de la obra del propio Pacheco. El pulcro entintado de Merino realza la presencia de Rocky, un personaje en exceso similar a Concrete, similitud que el lector apenas si puede apartar de su mente por más que lo disimularon con hojitas; y es la densidad de negros de Jesús la que dota de más carga reflexiva a las páginas mudas que Pacheco ensaya en esta obra.

Por supuesto, el mayor interés de la historieta reside en la transformación del protagonista desde su ingenua juventud que discurría a la orilla de los ríos plácidos de Columbia, hasta convertirse en militar curtido por el dolor y el sabor de la podredumbre de la guerra, de la crueldad desalmada de los hombres, siempre por encima de la de los trasgos y los duendes. Esa transformación, producto de la cruenta realidad de los hechos (que se evidencia en el demoledor ataque con las salamandras, el cual recuerda al capítulo primero de Los panzers de la muerte, de Sven Hassel, queda brillantemente plasmada en la mirada abatida de Foxe a cierta altura del libro. He aquí la melancolía del héroe.

 

CONCLUSIONES.

No cabe duda de que gran parte del potencial de este trabajo, esta primera entrega de Arrowsmith, reside en la excepcional narrativa de Pacheco, con el mejor dibujo mostrado a lo largo de toda su trayectoria profesional, muy esforzado en el estudio de la expresión humana, muy preocupado en la credibilidad de los ambientes.

Me confesaba durante una cena el autor que buscaba la tranquilidad de la noche para crear, definir y dibujar sus páginas. Trabajaba y trabajaba hasta que el cansancio le aplomaba los párpados y volcaba su lápiz. Por fuerza tenía que haber un momento, un nexo, en el que su imaginación y creatividad combatían con el ensueño. Y quien sabe si ahí afloraron algunas ideas o ciertos encuadres y planificaciones brillantes.

Sea como fuere, con Arrowsmith y sus personajes, los hijos del sueño, Pacheco ha encontrado una buena ruta en su desarrollo profesional, la ruta del historietista incontestable.


[ © 2004 M. Barrero y A. Santos, para Tebeosfera 041015 ]