La presente reseña
versa sobre la edición americana del libro que recoge los seis primeros
comic books del “universo” de Arrowsmith, más aquel núm. 0 –web preview-
que se avanzó por la red en 2003 previamente a la salida de la miniserie.
La obra nos propone una aventura sugestiva presentada con mimo que rebosa
cuidado y celo por parte de todos los actores implicados, hasta en el
rotulado (al estilo Art Nouveau, que no al estilo BWS Studio), y deseosa
de destacarse aparte de otros productos de Wildstorm, en tanto que se
autodenomina una Wildstorm signature “picto-novel”. Más que un
cómic pues, y atañendo a un producto de época, ¡una “novela pictográfica”!
Vaya.
Llamativo.
En efecto, el arropo de
los diseñadores y rotuladores es el adecuado, con sus páginas de cortesía
bien montadas y con los deseados bocetos de personajes salpimentando parte
del interior como preludios de las distintas entregas. No resulta malo el
color, de Alex Sinclair, bien que la obstinación por colorear mediante
capas, sin aplicar gradientes, resulta ocasionalmente molesta y aparenta
la ansiedad del colorista por descollar también como autor del producto
final. El trabajo del pluriempleado Busiek es similar a lo que nos tiene
acostumbrados: un guión sólido, bien atado, con personajes definidos más
allá del cartón piedra, con los diálogos medidos y nunca chirriantes y con
pausada narratividad, nada alborotado salvo en los pertinentes clímax que
se exigen a final de episodios o a mitad de un período de transición.
Empero, lo que
realmente llama la atención de este trabajo no es tanto ese deseo de
destacarse como una propuesta nueva al maremagno de superhéroes de la
empresa en la que Jim Lee oficia como director editorial como el talento
que despliega el dibujante, coartífice de este proyecto: el gaditano
Carlos Pacheco.
LAS HISTORIAS.
Claro que Busiek (y
Pacheco, por la parte que le toca como argumentista), no hace sino contar
una de las historias eje de la narrativa tradicional: el relato de
iniciación a la hombría. Es decir, la historia que nos transmite Busiek en
Arrowsmith es como todas las que cuenta Busiek tras su do de pecho
con Marvels / Astrocity. Es una vuelta a lo narrado, al
relato iniciático del chico joven quiere ser hombre, que se aleja de su
familia –la orfandad siempre presente en toda narración de este tipo- que
se enfrenta al miedo, a la cobardía y a la superación de pruebas de
adiestramiento, que halla el amor, que vive un primer encontronazo contra
el terror y la muerte, que adora a un mentor heroico, que pierde a su
primer amigo –he aquí la herida, la carencia-, que pierde a sus referentes
y queda solo, que se derrumba y yergue con el sexo (que, rememorando al
Alan Moore de Swamp Thing, es el anticipo de la muerte), que adopta
un papel de responsabilidad, que cumple con su cometido; entierro y
medalla. Hete aquí al nuevo hombre, al nuevo héroe. Y reiniciemos el
ciclo.
Arrowsmith
es Gilgamesh, es Aquiles, es Jesucristo, es Superman, es Ender… el Campeón
Eterno lanzado a la adversidad, la lucha, la superación, incontables veces
en incontables pieles y bajo incontables nombres. En suma, Busiek cumple,
nada más, y al eje argumental básico podría reprochársele pobreza si
Pacheco no le diera lustre.
Aquí se hace con el
camino de maduración de un muchacho lleno de ilusiones, Fletcher
Arrowsmith (que casi parece un trasunto de Steve Rogers en Paraíso X),
que descubre la vieja Europa, un lugar lejano y peligroso desde el que
llegan en oleadas los más asombrosos inmigrantes de naturaleza fantástica;
llegan al país de las libertades con la espada en alto (imagen muy
similar, por cierto, a la versión de la Estatua de la Libertad que vigila
la bahía de Gotham City). En esta variante de la I Guerra Mundial, el
enemigo de la franja oriental europea cuenta a su favor con huestes de
trolls y seres asociados a la maldad feérica. Los buenos, por su parte,
llevan en sus talegas a elfos y haditas, y a dragones como mascotas. En
este sentido, no hay desafío a la fabulística tradicional. Las
identificaciones de las facciones encontradas tampoco escapan de lo
tópico: acadios y columbios llevan los uniformes de la fascinación (lo
cual que ya va implícito en el subtítulo del álbum: So Smart in their
Uniforms). Y el análisis ideológico de los contendientes tampoco deja
lugar a dudas: en cierto momento del comienzo de la obra se cita al “Evil
that threatens to consume Europe”, una suerte de “fantasma que recorre
Europa” que nos remite a un enemigo prusiano, cercano aunque no ligado
netamente a la imaginería comunista –se mezcla con la germánica-, que será
combatido por aliados de los “Overseas Aerocorps”, a quienes el pasmado
Fletcher Arrowsmith desea fervientemente unirse, desde el comienzo
acompañados de los fuegos de artificio tan asociados allá, atrás el
Atlántico, a los sistemas de propaganda militares.
En estas páginas de
historieta se plantea como los poderosos de la Gallia –o Francia, enemigos
jurados de los estadounidenses tradicionalmente, como no se cansan de
repetirlo los yanquis a cada telediario (fobia que parece suscitada por la
incapacidad gala de repeler a los alemanes de sus fronteras en ambos
conflictos mundiales)- envían a unos militares de Columbia que viven a
la Twain,
pero pronto lo harán a
la Tardi.
A lo largo de la obra, no cesan los débitos a la literatura pulp
(los Gods of the North que aparecen entre nubarrones remiten
rápidamente a la obra de Robert E. Howard), a la cinematografía
aterciopelada del star system (era inevitable traer a Douglas
Fairbanks a hacer algunas piruetas), a los prerrafaelistas (esos ángeles
de la guarda enfermeros…).
Los referentes, ah,
esos invitados tan pegadizos…
LAS UCRONÍAS.
Un primer vistazo a
esta obra permite adivinar influencias de una novela de los ochenta
titulada Sobre un pálido caballo, de Piers Anthony. Como
Arrowsmith, aquella obra se halla nutrida con un colorido reparto de
seres sorprendentes y elementos mágicos. No es Busiek precisamente un
pionero en apoyarse en ucronías –reconstrucción de la Historia dando por
supuestos acontecimientos no sucedidos-, y un referente que se nos aparece
muy evidente es el que comparten esta obra, Arrowsmith, y la de
Brian Talbot El corazón del Imperio, obra a la que parecen guiñar
con la referencia al soldado / zombi, Luther, que aparece en la primera
página del prólogo, viñeta 4 (Luther Arkwrigth era el motor / motivo de
El corazón del Imperio, aunque los zombis de Arrowsmith están
del lado de Gallia debido al pasado francés del Caribe oscuro). El
referente común al que nos referimos es Pavana, de Keith Roberts,
cuyo argumento desarrolla la idea de que la Reina Virgen Isabel I,
soberana absoluta de Inglaterra, es asesinada y como consecuencia acaba
desarrollándose un dominio del catolicismo y la Inquisición en pleno siglo
XX, hasta el punto de resultar prohibida la tecnología.
Cabe citar otras
ucronías, naturalmente: Spinrad, fantaseaba en El sueño de hierro
con una Europa transformada debido a la ausencia de Hitler; el gran
Phillip K. Dick, por su parte, lo que transforma son los EE UU en su
Hombre en el Alto Castillo; Kornbluth también lanzó una mirada, acaso
algo más reaccionaria y cercana a lo que hace aquí el guionista; y Robert
Silverberg hizo lo propio en "The Gate of the Worlds"; también cabría en
el repaso Fritz Leiber y sus afamadas Crónicas del Gran Tiempo,
cuyo exponente más sobresaliente pudiera ser la crónica No es una gran
magia. Las ucronías, pues, era un terreno abonado, como demuestra el
hecho de que otros autores hayan usado esquemas muy similares a los de
Busiek / Pacheco incluso para subproductos literarios complementarios de
los mundos de rol también recientes, caso de El Sanguinario Barón Rojo
de Kim Newman (Timun Mas, 2000), donde el gran von Drácula,
expulsado de Londres, es el comandante en jefe de los ejércitos de
Alemania y del Imperio Austrohúngaro; en este mundo ucrónico, la guerra
entre las grandes potencias lo es también entre los vivos y los muertos,
entre la magia antigua y la ciencia moderna. En el siglo XX que aquí se
nos describe las naciones son gobernadas por monstruos no muertos y el
horror se mezcla con la política, la ciencia ficción con lo romántico y la
fantasía con la guerra.
También hallamos
referentes argumentales, sobre todo en la obra Patria, de Robert
Harris (cuyo telefilme protagonizaba Rutger Hauer), donde el III Reich
ganaba la II Guerra Mundial, manteniendo sumisos a los EE.UU. con las
armas nucleares, pudiera haber sido una de las influencias de
Arrowsmith. A voleo, dentro del ámbito de la historieta, podríamos
citar dos mangas de Masamune Shirow: Orion y Black Magic,
que se ajustarían a este esquema, aunque hay más. En suma, la propuesta de
partida de Arrowsmith se nos antoja no en exceso original pues,
algo por otro lado harto difícil de lograr hoy en día, así que debe jugar
la baza de presentar con un embalaje diferente una historia de toda la
vida.
Y es irrefutable que su
puesta en escena es por completo refrescante, nueva y seductora. Seducción
que debemos a la magia desplegada por el tándem creativo, artista y
entintador.
LAS GARANTÍAS.
Posiblemente sea la
presente una de las obras con las que Pacheco se siente más satisfecho,
más identificado como autor de historietas, más ligado al medio que le da
de comer y con el que crece cada día. Una pista para llegar a esta
convicción la hallamos en la sincera dedicatoria que él imposta en el
libro, por primera vez dirigida personalmente a su esposa e hijo. La otra
pista la obtuvimos de nuestra última conversación con él en San Roque, con
motivo de la inauguración de la exposición que el Ayuntamiento de su
localidad de nacimiento y residencia dedicó precisamente a Arrowsmith.
Pacheco aún se halla
enamorado de estas páginas, si bien se mostraba apasionado con Batman y
Superman, los superhéroes prístinos con los que estaba trabajando durante
el verano de 2004. Se había enamorado de la posibilidad
de narrar lo que quería y como quería. Le había encantado poder dominar a
unos personajes de nueva creación, que podía caracterizar a su antojo y
hacerlos crecer al ritmo deseado. Se entusiasmó con la permisividad, por
fin, de poder dibujar fondos minuciosamente acabados, páginas dobles donde
el recargamiento no era consecuencia de una acumulación de virtuosismo
sino un deseo expreso de dibujar lo descrito, de crear ambientes, de
generar –por fin- grandes planos generales decentes y no vistas
esquemáticas y simplistas propias de la espectacularidad de los comic
books estadounidenses.
Difícil reto. Y más si,
como Pacheco hace, se insiste en insertar referentes pictóricos o
arquitectónicos (algunos desaparecen en el montaje final de los globos de
texto y cartelas como pasó con la referencia a Millet que grabó Carlos en
una de las cruces del cementerio donde se celebra el enterramiento del
canadiense) o de la culturas de los medios. En este último caso, son
incontables, empezando por la transformación del icono del Uncle Sam de
James Montgomery Flagg en un mago, esa pandilla de chicos, un clásico del
cine que hasta Los Simpson se han permitido parodiar incluyendo al
tabernero Moe como uno de sus miembros constituyentes, ese sargento
Gorila, Harry Potter y su bola mágica / televisión, el Titanic
aéreo en cuya bodega se satiriza sobre la película del mismo título -la
escena del coche donde copulan los protagonistas-, hasta a Los 4
Fantásticos al entrar en escena las enormes serpientes marinas pues
trasuntan el mutante Giganto…
Algunos referentes,
como decíamos, quedan disimulados en el montaje final. Y las cabeza que
explota no parece destilar sangre sino otra sustancia; y el camarada
brutalmente mutilado que Arrowsmith visita en el hospital queda solapado…
Y no digamos los genitales y pezones dibujados por el gaditano, que
acabaron sepultados tras los balloons en el típico alarde censor
americano. Mas, éste era un riesgo aceptado por el autor: ya lo sabía
antes de dibujarlo y poco le importa el resultado final. Su
profesionalidad está por encima de enmiendas, él crea según cree que debe
hacerlo y poco importan estos infantiles retoques si ya resulta imposible
sepultar las toneladas de documentación que los autores usaron para erigir
este edificio narrativo. El fantasma de Norman Rockwell sigue ahí, por
ejemplo, tras la apisonadora de color y rotulación.
Es decir, pese a todo,
la espectacular aproximación de Pacheco a un Occidente ucrónico y plagado
de magias resulta altamente verosímil. Cada elemento fantástico ocupa el
nicho más oportuno, los sortilegios resultan vívidos y las motivaciones
creíbles. La formidable potencia hechicera del enemigo es comparable a las
pretensiones militares del aliado, también temibles. Y lo mejor de todo es
que la magia que se desata en todo momento es tratada por el dibujante
como una fuerza implícita realmente en el decurso de los acontecimientos,
en absoluto externa como ocurre con otras manifestaciones energéticas de
los comic books. Pero estas deflagraciones las combina Pacheco hábilmente
con estampas de quietud que resultan gratas dado lo poco frecuentes que
son en otra historieta que no sea la francobelga. Por eso es inolvidable
la imagen del acto sexual que celebra la pareja protagonista
(sorprendentemente respetada por el editor) y tanto o más quedan prendidas
de la memoria imágenes como la viñeta en la que el hijo del herrero
permanece pensativo entre máquinas desvencijadas…
Como reproche,
podríamos señalar el tratamiento gráfico de los prusianos, que peca de
escueto y de cliché, con su inmensa amenaza casi siempre está al otro lado
del horizonte. Posiblemente la obra hubiese ganado con la inserción de
otro personaje histórico, el Barón Rojo, planteando un duelo con él para
dotar de profundidad a la obra al presentar ambos frentes y sus
participantes, miedos, deseos, angustias. Se echa a faltar una Némesis,
sí.
Hay que insistir en que
a la calidad de la ambientación general contribuye muy fuertemente el
brazo derecho de Pacheco, el entintador Jesús Merino, ya parte
insustituible de su estilo y que depura cada día más la línea del lápiz
original. Es la modulación que Merino aplica a las líneas de Pacheco lo
que confiere unos atractivos volúmenes al resultado final, y es en gran
parte Merino el responsable de la fama del equipo, o de la obra del propio
Pacheco. El pulcro entintado de Merino realza la presencia de Rocky, un
personaje en exceso similar a Concrete, similitud que el lector apenas si
puede apartar
de
su mente por más que lo disimularon con hojitas; y es la densidad de
negros de Jesús la que dota de más carga reflexiva a las páginas mudas que
Pacheco ensaya en esta obra.
Por supuesto, el mayor
interés de la historieta reside en la transformación del protagonista
desde su ingenua juventud que discurría a la orilla de los ríos plácidos
de Columbia, hasta convertirse en militar curtido por el dolor y el sabor
de la podredumbre de la guerra, de la crueldad desalmada de los hombres,
siempre por encima de la de los trasgos y los duendes. Esa transformación,
producto de la cruenta realidad de los hechos (que se evidencia en el
demoledor ataque con las salamandras, el cual recuerda al capítulo primero
de Los panzers de la muerte, de Sven Hassel, queda brillantemente plasmada en la mirada
abatida de Foxe a cierta altura del libro. He aquí la melancolía del
héroe.
CONCLUSIONES.
No cabe duda de que
gran parte del potencial de este trabajo, esta primera entrega de
Arrowsmith, reside en la excepcional narrativa de Pacheco, con el
mejor dibujo mostrado a lo largo de toda su trayectoria profesional, muy
esforzado en el estudio de la expresión humana, muy preocupado en la
credibilidad de los ambientes.
Me confesaba durante
una cena el autor que buscaba la tranquilidad de la noche para crear,
definir y dibujar sus páginas. Trabajaba y trabajaba hasta que el
cansancio le aplomaba los párpados y volcaba su lápiz. Por fuerza tenía
que haber un momento, un nexo, en el que su imaginación y creatividad
combatían con el ensueño. Y quien sabe si ahí afloraron algunas ideas o
ciertos encuadres y planificaciones brillantes.
Sea como fuere, con Arrowsmith y sus personajes, los hijos del
sueño, Pacheco ha encontrado una buena ruta en su desarrollo profesional,
la ruta del historietista incontestable. |