Con este álbum se
inauguraba en 1986 la colección Joyas de Creepy, en referencia a una
revista que, en su edición española, había recogido a lo largo de
1984 las nueve historias que conforman el volumen. Esta obra supuso
para ambos autores su regreso a la editorial de Josep Toutain, tras
su estancia en ese breve espejismo de libertad creativa que fue la
revista Metropol.
Ni
para guionista ni para dibujante fue ésta su primera incursión en el
género del terror. Antonio Segura ya había desarrollado, junto a
Jordi Bernet, relatos de este tipo dentro de la serie Kraken;
José Ortiz había hecho múltiples fábulas terroríficas para las
diferentes revistas de la editorial norteamericana Warren: Eerie,
Creepy, Vampirella,... Pero sí que estamos ante la primera
historia perteneciente al género desarrollada por este equipo
creativo tras su unión en 1981, y que es sin lugar a dudas uno de
los mejores acercamientos al terror dentro de la historieta
española.
Es
curiosa la notoriedad de un asesino en serie como Jack el
Destripador, que habiéndose cobrado únicamente cinco víctimas –ya en
la época había asesinos que superaban holgadamente esa cantidad– ha
logrado mantener su resonancia hasta nuestros días. Sin lugar a
dudas debe ese privilegio, en gran parte, al emplazamiento y época
en que se desarrollaron sus crímenes –el corazón de la ciudad que
era, en ese momento, la capital del mundo conocido– y también por el
hecho de que en el lapso de tiempo en que cometió sus crímenes se
estaba gestando el periodismo moderno. Tanto los tabloides, que
habían ido surgiendo a lo largo del siglo, como sobre todo la
penny press dan a los asesinatos un tratamiento que convierte a
la prensa en un medio muy popular para un público atraído por las
llamativas ilustraciones. Su cobertura informativa marca un nuevo
estilo de periodismo, más sensacionalista y cercano a lo que el
lector buscaba. Es interesante señalar al respecto que una tal Mary
Burridge murió tras leer la información del diario The Daily Star
sobre el asesinato de Annie Chapman.
Esta
fascinación por el mito de El Destripador se ha plasmado en todas
las manifestaciones artísticas posibles, desde un musical a un
episodio de Star Trek. Obviamente la historieta no se ha
visto libre del legado de Jack. Al reciente From Hell de Alan
Moore y Eddie Campbell, se unen el Gotham, Luz de gas de
Bryan Augustyn y Mike Mignola, La linterna mágica de Guido
Crepax, o La Patrulla Condenada que guionizara Grant Morrison.
Y estos sólo serían ejemplos dispersos de diferentes plasmaciones
tebeísticas de la leyenda de Jack.
Es
justamente sobre esta pervivencia del mito del asesino de
Whitechapel, y sus diferentes manifestaciones, sobre lo que
reflexiona Las mil caras de Jack el Destripador. Partiendo
del, teóricamente, último asesinato de El Destripador (el de Mary
Kelly, perpetrado el 9 de noviembre de 1988), que se presenta en el
relato que da título al recopilatorio, Segura da rienda suelta a su
fértil imaginación, entremezclando relatos protagonizados por almas
vacías sin la figura de Jack, con otros posibles asesinatos
cometidos por un criminal que nunca llegó a ser capturado.
El
guionista basa su ficción en un conocimiento de la realidad del
Londres de la época, de hecho situaciones que plantea en su relato
inicial aparecen también en otras obras más “serias” como From
Hell; aunque, claro, Antonio es valenciano y no nacido en la
pérfida isla de Albión, con lo que lo que admiramos en el británico
nos pasa desapercibido en el español. Partiendo de esos sustratos de
ambientación realista, desarrolla una serie de historias en las que
reflexiona sobre la inmortalidad del Mal, sobre sus diferentes
manifestaciones y encarnaciones. La fascinación por lo mórbido, la
locura, el convertir el asesinato en una forma de vida, o hacer de
él una útil herramienta que te permite mantener abierto tu negocio
de hostelería son algunos de los motivos que impulsan a aquellos que
se creen herederos del legado de El Destripador.
El
círculo narrativo se cierra con un acercamiento al origen de estas
conductas asesinas, que se encuentra en los abusos sufridos en la
infancia. Con lo que el concepto del Mal como una fuerza inmortal
que pese a presentar miles de caras conserva su negro origen,
aparece apuntalado por la idea de que es algo que podemos transmitir
voluntariamente.
Segura se aleja del enfoque maniqueo que tanto lastra a otras
narraciones del género. Aquí el Mal no siempre paga, y aquellos que
actúan bajo su influjo no sólo disfrutan de sus propias correrías,
sino que saben apreciar los delitos ajenos bien cometidos, e incluso
saborear la pieza impropia si está bien cocinada. Personajes bien
definidos, diálogos cortos y efectivos como las armas de un
matarife, y ausencia de textos de apoyo son las características
externas del excelente trabajo de Antonio Segura.
El
dibujo de José Ortiz es impresionante. Su trabajo nunca deja de ser
el más adecuado para el tipo de historia que desarrolla. Aunque tal
vez debería de mantenerme alejado de la lectura sus ilustraciones,
pues José, con esa increíble habilidad para dotar de magia viva a lo
que dibuja, es uno de los culpables de que mi pobre corazón se haya
pasado más de media existencia buscando una de esas mujeres que él
dibuja. Para mi desgracia, alguna vez las he entrevisto, y mi cuerpo
guarda cicatrices de esos desencuentros. Intentar describir el
dibujo de Ortiz me resulta tan difícil como explicar el porqué gozo
del buen comer y del buen beber en una época en la que lo light, lo
dietético y lo sin desmerece nuestras mesas. Cualquiera que
haya leído alguna vez un tebeo por él firmado nunca podrá olvidarlo.
Y su trabajo en Las mil caras de Jack el destripador no es
una excepción. Palabra.
Me
gustaría cerrar este texto recordándoles a los señores Segura y
Ortiz que tan sólo nos han mostrado 9 de las 1.000 caras de Jack el
destripador.¿Para cuándo las 991 restantes? |