En su conocido ensayo
El horror en la literatura, el escritor estadounidense Howard
Phillips Lovecraft (Providence, 1890-1937) sostuvo que en todo buen
relato de terror el factor esencial es la atmósfera, «ya que
–apostillaba- el criterio último de autenticidad no reside en que encaje
una trama, sino que se haya sabido crear una determinada sensación». Las
adaptaciones que, bajo el lema Los Mitos de Cthulhu, hizo de los
relatos del propio Lovecraft el historietista uruguayo Alberto Breccia
(reunidas en castellano en un sólo volumen por Ediciones Sins entido)
cumplen a rajatabla con esa premisa.
En 1992, conversando
con Latino Imparato, Breccia recreó su primer encuentro con la obra de
Lovecraft: era 1959 ó 1960 y el artista montevideano adquirió en
Barcelona una antología de cuentos fantásticos que contenía “El horror
de Dunwich”, uno de los mejores textos del narrador de Providence. De
aquel contacto casual le quedó el deseo de verter aquella obra en el
molde de la historieta; decidirse le llevó más de una década. En 1972,
tras verse obligado a interrumpir la adaptación de Informe sobre
ciegos (célebre pasaje de la novela de Ernesto Sábato Sobre
héroes y tumbas), emprendió
finalmente la realización de “El ceremonial”, uno de los relatos del
autor estadounidense. A partir de entonces, y durante tres años, elaboró
una serie de versiones que, en forma de historietas cortas, publicó la
revista italiana Il Mago desde noviembre de 1973.
En el
guión, Breccia contó con
la ayuda de su yerno, Norberto Buscaglia. Ambos decidieron conservar
buena parte del texto original (siempre en primera persona, siempre
testimonial); para no incurrir en tautologías, tanto el montaje como el
dibujo debían expresar lo que no se cuenta en el relato. Pero si en la
parte literaria tenía el apoyo de Buscaglia, en lo gráfico, en cambio,
Alberto Breccia estaba solo.
Intuitivamente dotado
para la creación de atmósferas tenebrosas, Breccia se había enfrentado
con antelación a desafíos similares: en su versión del clásico El
Eternauta (una suerte de La guerra de los mundos argentina),
el dibujo no define al invasor extraterrestre; se limita a apuntar
algunos rasgos, dejando que el espectador proyecte sobre ellos sus
propios temores. Los Mitos de Cthulhu reclama una participación
similar. La prosa de Lovecraft enfatiza, paradójicamente, la
imposibilidad de lo narrado: para no caer en la locura, sus personajes
suelen enfrentarse al horror de forma oblicua. Estas páginas reproducen
esa estrategia: en ellas, los monstruos son criaturas abstractas cuya
figura remite directamente a las pesadillas del lector, de ahí la
turbación que despiertan.
Para reforzar ese
efecto, el uruguayo recurre a todo tipo de técnicas (tramados mecánicos,
collages, efectos ópticos), modificando su dibujo de raíz
expresionista en función de cada historia. No hay que ver en ello alarde
alguno de formalismo gratuito; frente a la obra de otros autores, la del
uruguayo siempre estuvo presidida por la hondura de su sustrato ético.
Su existencia misma tendió a corroborar las palabras de Joseph Conrad
acerca del “honor del trabajo”, un sentimiento que, según el autor
ucraniano, «abarca la honradez, la gracia y la regla».
Indudablemente,
Alberto Breccia conjugaba esos tres atributos. Hoy, a más de diez años
de su muerte, las páginas de este libro superlativo han vuelto a
confirmarlo. |