En el verano de 1974, entre Castelldefells y Mallorca, el
guionista Carlos Sampayo y el dibujante José Muñoz urdieron la primera
aventura del hoy célebre Alack Sinner, personaje en el que vertieron su
propia confusión existencial y la voluntad de hacer algo válido y
personal. Bajo estas premisas nacía uno de los universos creativos más
fascinantes de la historieta contemporánea. La rica herencia de estos
dos argentinos, como la del contrabajista Charles Mingus, no se percibe
tanto en sus discípulos cuanto en sus seguidores, como este Igort que
nos ocupa, empeñado en hacer del medio algo más que una mera artesanía.
Desde el inicio de su carrera, Igort viene participando
en algunas de las iniciativas más arriesgadas del tebeo europeo, como
aquel Grupo Valvoline que tan crucial resultó para renovar la
sensibilidad de la historieta italiana en los años ochenta (y en cuyo
seno, por cierto, se cruzó con Lorenzo Mattotti, otro conocido
“seguidor” de Muñoz y Sampayo). Por eso no es de extrañar su presencia
en revistas tan singulares como Mano, en Italia, y Quadrado,
en Portugal, o que haya puesto en pie la editorial Coconino Press, cauce
expresivo para sus propias inquietudes y las de una nueva generación de
autores gracias al cual ve ahora la luz (en coedición con otras ocho
editoriales europeas y norteamericanas, entre ellas la española Sinsentido) este prodigioso 5 el número perfecto, publicado con
antelación en una colección de comic books.
Aprovechando el clima del popular “relato de gángsteres”
que, en el cine, hunde sus raíces en La ley del hampa de Joseph Von
Sternberg, 5 el número perfecto narra la compleja historia de un
viejo asesino de la Mafia, Giuseppe Lo Cicero, que emerge de su retiro
para vengar el asesinato de su hijo. En este álbum se observan
escrupulosamente las convenciones de esa tradición (guerra entre
“familias”, traiciones insospechadas, atmósfera suburbana), estilizadas
mediante el
uso de
una cuidadosa puesta en escena, con violentos contrastes lumínicos,
montaje minucioso y sabio empleo de toda suerte de materiales y estilos
en un alarde técnico impresionante, servido sin embargo con la mayor
contención.
Si bien se nutre de los códigos de dicho género y las
innovaciones que realizadores como Coppola o Leone le habían agregado en
los años setenta, el fondo de esta ficción se acerca al de ciertas
concepciones religiosas de iniciación donde, tras la experiencia de la
muerte y el descenso a los infiernos, viene la resurrección. Desde este
planteamiento “penitencial”, Lo Cicero se ve obligado a regresar a su
mundo íntimo, asumiendo la angustia de un pasado marcado por la
violencia. Y al final de ese camino, confrontado con los demás y consigo
mismo, se topa insospechadamente con los difusos rasgos de la felicidad.
Como
esos historietistas que sitúan la honestidad por encima de las
imposiciones industriales, y tienen la convicción de que en los tebeos
aún está todo por decir, Igort es muy consciente de que, si bien las
sendas para decir ese “todo” son múltiples (desde la reivindicación de
la herencia gráfica de Chester Gould hasta el guiño al gran Donald
Siegel, director de Código del hampa), los pasos para hacerlo
siempre empiezan (y quizá acaban) en uno mismo. |