Garth Ennis, el aparentemente enfant terrible del comic
book, es uno de los guionistas más comerciales con que cuentan las grandes
editoriales. Pese a su incorrección política, el culto al exceso, y el
suelto manejo de la sal gorda y el humor cafre tan presente en sus obras,
lleva siendo desde comienzos de la
década de los noventa
un valor seguro en la lista de éxitos comerciales. Su permanencia en la
corriente principal de distribución quizás se deba al grado de frescura
que disfrutan sus obras y que unida a una sana desmitificación de tintes
paródicos hace de él uno de esos autores que más fidelidades genera entre
un nutrido grupo de aficionados. Ennis es un autor que gracias a su
sentido tan especial del humor consigue rebajar hasta grados de
digestibilidad la extrema violencia que destilan sus obras, violencia que
en ocasiones además de enmarcar un cierto
sentido lírico –casi de indefensión o ternura- encaja contenidos de calado
profundo tales como su sentido patriótico hacia una Irlanda libre de
británicos, la amistad, los males ocasionados por el amor, el sentido de
la lealtad y su corrupción en la traición.
Otra de sus más sugerentes características se fundamenta en la
animadversión que siente hacia el cómic superheroico pese a trabajar
mayormente para las grandes editoriales que lo han inventado y
desarrollado permaneciendo siempre –o casi siempre- al margen de estos
cerrados universos plenos de normas, cronología y doctrina. Cuando se ve
impelido a ellos es capaz de emplazar su relato en los arrabales, y muy a
menudo de manera tangencial para no vulnerar las claves estilísticas de
estos mencionados universos (Hitman, Punisher o The Demon)
Partiendo de estas premisas, el trabajo de Ennis en el
mainstream sigue unas pautas preconcebidas que se
resumen en una narración subida de tono en lo que respecta a la violencia,
salpimentada en grueso y picante, adicionada de humor salvaje y cáustico y
rematada con esencias líricas. En suma, canibalización y autoplagio
variando las distintas proporciones de los ingredientes básicos.
Su obra ha sido próvidamente editada en España, desde sus grandes
aportaciones como Preacher, y en menor medida Hellblazer,
Hitman, y limitadas para Vertigo / DC, sello en el que ha generado lo
mejor y más abundante de su obra, hasta sus aportaciones en Marvel en
donde (principalmente) ha reinventado al tipejo fascistoide conocido como
Punisher a base de reducir hasta la astracanada su absurdo modus
vivendi y su brutal modus operandi en varias limitadas,
ilimitadas y números unitarios. Hasta el momento su obra maestra es la
titulada Heartland (protagonizada por un fascinante personaje
femenino que había sido una especie de amor imposible para John
Constantine, Hellblazer), “prestigio” unitario editado en Vertigo / DC en
marzo de 1997 donde describe con penetrante costumbrismo a unos personajes
sin futuro en una desolada Belfast, su ciudad natal. Para la consulta de
su bibliografía detallada se aconseja al lector consultar el
correspondiente apartado en
www.enjolrasworld.com (magnífico trabajo de Michael Karpas
en el que se consigna toda la obra del norirlandés por fechas, editoriales
y dibujantes).
Garth Ennis es un autor que rinde
eficacia a las grandes editoriales. Sus cuidados guiones, los vivificantes
diálogos y los bien elegidos dibujantes garantizan obras de sólido
prestigio y buenos ingresos por lo que las grandes empresas siempre le van
a perdonar su lado brutal por otra parte cada vez más sometido. Quizás
para demostrar a su fandom que todavía mantiene ese lado oscuro y
aprovechando la mayor tolerancia que exhibe Image –sobre todo en
cuestiones sexuales-
realiza
para este sello The Pro (julio de 2002), irreverente aproximación
al tema
superheroico caricaturizándolo en todo su impudor y dando razón (en parte,
se entiende) al célebre Doctor Wertham en sus tesis sobre los cómics
esgrimidas en su
opúsculo titulado Seduction
of the Innocent.
Con el
fin de hacer astillas la temática superheroica, Ennis escoge recrear una
versión ridícula de Justice League of America con remedos de
Superman, Batman y Robin, Green Lantern, Wonder Woman y un híbrido
velocista mitad Flash de DC, mitad Mercurio de Marvel, al que se le va a
unir un nuevo miembro, The Pro, “pilingui” callejera con aureola
hiperrealista, retratada en lo más profundo de sus miserias materiales y
espirituales en las primeras páginas de la obra. La gracia, tesis y
esencia de la historieta se materializa en el contraste rígido que supone
la interacción de la dama nocturna con los superhéroes en las primeras
páginas y se difumina –incluso se anula- hacia la segunda parte de la
misma en donde el autor entra en un discurso cáustico y reiterativo que
frena el ritmo narrativo. Ennis se esfuerza en explicar el sinsentido de
los héroes que solo interesan para pelear contra villanos que se
justifican por la presencia de los héroes. No sirven para detener una
amenaza terrorista real (referencia al 11-S) ni para paliar los males de
un mundo enfermo por trastornos ecológicos, sociales, guerras o hambrunas.
El estilete vitriólico del guionista derrite con alegría todos los mitos
del género, desde las citas al vestuario, la personalidad secreta, las
muertes y resurrecciones del personal y el sentido de su sexualidad,
cohibida en Superman, lésbica en Wonder Woman y ambigua en Batman, al
mostrarlo como una mezcla de reprimido y homosexual pederasta.
Y es que la sexualidad normal o alterada de los superhéroes es uno
de los tabús por excelencia del gran género, pese a que son bastantes los
personajes que manifiestan una fuerte promiscuidad y un sentido argumental
llamativo a este respecto.
Cae dentro de lo posible que Garth
Ennis rinda homenaje en este trabajo al jugoso artículo del guionista y
escritor de ciencia ficción Larry Niven escrito para Penthouse en
1978
en el cual, y con derroche de gracejo se planteaba la vida sexual de
Superman amparándose en la libertad que le proporcionaba la tolerancia de
la revista hacia esta materia. Los desternillantes avatares descritos por
Niven hacían referencia al destino de Lois Lane tras sufrir los
apretujamientos propios tras las convulsiones eyaculatorias de Superman
(capaz de dejar improntas digitales en el acero) al estado de
microperforación de sus órganos internos tras la avalancha de millones de
espermatozoides kriptonianos e imparables, o las consecuencias abdominales
que sufriría tras una patadita del fetillo si pese a todo se quedaba
grávida. Con la misma socarronería se preguntaba cual sería el aspecto de
Smallville tras las juveniles masturbaciones del joven Clark y si
cursarían con fenómenos de iridiscencia (téngase en cuenta la velocidad
luz de sus fluidos seminales) a modo de auroras boreales que se
simultanearían con los momentos máximos de calentura adolescente. El texto
presentaba como valor añadido los voluptuosos dibujos de Curt Swan, autor
totémico del Hombre de Acero en la Edad de Plata y etapas subsiguientes.
El homenaje a Niven toma su realidad en la escena cumbre del
cómic, en la que Amanda Cooner coreografía la pornográfica escena del
arriesgado sexo a la francesa que la
Protagonista realiza al remedo de Superman, desdibujado por
una sucesión de predecibles escenas plenas de sal gruesa.
Pese a ser un cómic de
superhéroes –destructivo pero de superhéroes al fin y al cabo- las mejores
viñetas tienen como escenario el barrio chino, destacando la fantástica
narrativa
de las crudas primeras páginas y su contraste cómico acontecido cuando el
personaje central, la Prostituta faena con su labor de
meretriz a supervelocidad ingresando mucho dinero consecuencia de la
celeridad de sus servicios. Y además se venga de un putero gorrón con
aspecto de oficinista reprimido al serle practicado el sexo que se hacía
en la bíblica Sodoma por una recua de Profesionales que en
un sentido elíptico le introducirán por vía rectal una colección de
objetos imposibles e incompatibles con la función penetradora. Una
venganza tan excesiva como su guionista.
Una de las características que siempre han acompañado a los textos
de Garth Ennis consiste en la elección de unos dibujantes, que pese a
tener estilos convencionales poco dados a composiciones arriesgadas y
mucho menos a romper el pausado ritmo impuesto por el guionista,
manifiestan una robusta eficacia. Desde Carlos Ezquerra a Steve Dillon,
pasando por el más correoso John McCrea, realistas como Phil Winslade o
Glenn Fabry, o finalmente inclasificables como el excepcional Richard
Corben, son conscientes que la fuerza de los cómics guionizados por Ennis
estriba en la vertebración y estructura del relato. Relato asentado sobre
un guión lleno de diálogo chispeante, poco dado a entradillas o
acotaciones, cargado de escenas densas y largas, abundante uso de elipsis
y sobre todo descarnado en toda su simplicidad. Están al servicio del
ordenado texto del irlandés que porta el mayor valor de la obra.
Amanda Cooner cumple sobradamente el precepto. Un estilo mitad
realista mitad caricaturesco con dibujos que alcanzan volumen merced al
iluminado digital y personajes cargados de expresividad. Huye de las
grandes composiciones y simplifica con trazo distintivo los escenarios
realistas haciéndolos sucios y de mal gusto optando por una decoración
geométrica y minimalista en aquellos poblados de superhéroes. La tendencia
hacia la caricatura rebaja las escenas de violencia extrema, quita lastre
a la figuración erótica y simplifica el contenido gore frecuente en
las continuas mutilaciones, por lo que recuerda al lector que toda la obra
es una diatriba feroz e inmisericorde contra las bases más estandarizadas
del género.
El señor
Ennis se despacha a gusto montando una obra que no es más que un trabajo
menor, un divertimento realizado en libertad con el encanto de lo
espontáneo y el toque picante de la irreverencia. Redunda en su sentido de
lo excesivo sin cortapisas, dando a entender que si puede realizar una
historia irreverente, esta lo será sin tapujos ni rubores. Con sus ventas
y su prestigio se puede ser enfant terrible. Y lo es.
“Hombre de Acero Mujer de Kleenex”. Escrito por Larry Niven e
ilustrado por Curt Swan Publicado en España en Penthouse Comics
# 5 en 1995.
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