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comentario ]
Algunos
personajes
Patoruzito
contaba las aventuras del pequeño cacique, que se supone sería el indio
Patoruzú en su infancia (aunque posteriormente aparecerían “jets” y
otros elementos fuera de tiempo) acompañado por Isidorito, el posterior
play boy Isidoro Cañones), su tío, el Coronel Cañones, todavía en
servicio y vestido con uniforme militar antiguo, la Chacha, el mayordomo
Ñancul, y el inefable Upa, aún bebé. Patoruzito era un indiecito
noble y fuerte en contraposición con Chupamiel, el nieto del hechicero
indígena Chiquizuel. También debía enfrentar al egoísta y cobarde
Isidorito, que ya prefiguraba el carácter posterior del gandul Isidoro.
Así, el casi siempre sonriente indiecito vencía a indios malos,
cuatreros y ambiciosos extranjeros que pretendían saquear la Patagonia,
según los inteligentes argumentos de Mirco Repetto.
“Langostino”, una
surrealista y onírica tira, tenía una frescura y humanidad que encantaba
a todos sus lectores. El mundo del personaje era similar al humor de su
creador, Ferro, ni
totalmente bueno, ni totalmente malo y siempre con un toque melancólico
y esperanzado. Él era un navegante solitario, primeramente botero en el
porteño Riachuelo, que navega mares ignotos visitando extrañísimos
países e islas habitados por excéntricos seres que pretenden imponerle
sus leyes, defectos y virtudes, muchas veces totalmente descolgados,
pero que el marino desafía logrando en definitiva salvar su pellejo,
aunque su honor a veces, queda lastimado, sobre todo cuando debe huir de
rollizas enamoradas, casi siempre muy poderosas en sus tierras.
“Tucho,
de canillita a campeón”, llega a la revista en su número 129 del 25 de
marzo de 1948. Tucho Méndez es un canillita (repartidor de periódicos)
del barrio porteño de Almagro que llega a campeón de boxeo y tiene
peligrosas aventuras por todo el mundo que se integran con sus
encuentros boxísticos. A veces es perseguido por vampiresas que
angustian a su buena noviecita y a su madre y hermanita que le aguardan
en Buenos Aires. Es acompañado invariablemente por su manager, Maynard,
paternal y protector, y por su entrenador y “sparring”, Socky, un hombre
de color que nunca le dejó solo en su vida aventurera.
“Mangucho y Meneca”
fue el nombre inicial de la tira, que como dijimos más arriba sufrió
algunos cambios a lo largo de su prolongada permanencia en la revista.
Sus protagonistas eran Don Pascual, un bondadoso almacenero de barrio
que solía meterse en complejas situaciones hilarantes y una pareja de
niños, Mangucho, su mandadero y Meneca. También un bobo cartero,
descalzo y de imponente dentadura, Taraletti, devenido en cantor
melódico. Varios agentes de policía sumamente bizarros, Dormiño y
Grappini, un mendigo sabio al que acompañaban moscas y pulgas, el Doctor Pulguetti,
Zazá, ampulosa y malhumorada novia eterna de Don Pascual y diversos
superenemigos entre los que se destacaba el terrible Agustín, primo de
Pascual y almacenero competidor enloquecido, que utiliza medios
extrañísimos y aliados aún más raros para deshacerse de su pariente. En la tira había
algunas alusiones disimuladas a la política del momento y además, como
una historieta paralela, aparecían dos mozos de café gallegos que
repetían un surrealista diálogo en inglés.
“Vito Nervio” era
un detective argentino, porteño, de alto jopo y aventajada estatura
cuyas aventuras ocurrían por lo general en otras latitudes: París,
Londres, Egipto, el África, la Patagonia, Oceanía, etc. Fue la más
famosa de las tiras de aventuras iniciada en Patoruzito y que se
prolongó a lo largo de los años, hasta 1960 en memorables aventuras de
las que recordamos como muy destacables las varias series contra “El
Triángulo Verde”, una siniestra organización delictiva con tres jefes
encapuchados; la de “El Misterio de la Flor de Loto”, en un Londres de
la posguerra inmerso en la niebla y repleto de chinos, algunos buenos y
otros malos; la fantasmagórica de “El Castillo de Barthelemy”; la de “El
Peñón de las Ánimas” en las tormentosas costas de Bretaña; “La Rosa del
Silencio”, atómica y misteriosa incursión en el mundo de los atlantes;
la magnífica “El Caso de Mansión Gris” con guiñolescos efectos de magia
teatral y ambiciones de herederos; “El Caso del Kili-Kili-Usore-Buana”,
en el África negra; el ambiente circense de “La Máscara Infernal” y
otras cincuenta aventuras de gran interés y magníficos dibujos.
Los guiones eran de
Mirco Repetto y los dibujos de Cortinas en sus comienzos, siendo esta
dupla suplantada por Leonardo Wadel y Alberto Breccia al poco tiempo.
Estos últimos realizaron cincuenta y cinco de las sesenta aventuras
publicadas hasta el número 633 de la revista.
“El Gnomo Pimentón”
fue la producción más infantil de la revista y una de las de mayor
duración, pues había comenzado en 1940 en el semanario Patoruzú.
Estaba muy vinculado con los antiguos cuentos para niños, en su imagen y
su accionar. Muy bien dibujado por Blotta,
enfrentó
numerosos ogros, magos y reyes y reinas malvados en castillos aéreos y
terrestres, no exentos algunos de toques de ciencia-ficción.
En 1962
Patoruzito finalmente reducirá su tamaño a 20 × 14,5 cm., con 162
páginas reiniciando su numeración. Adoptará la modalidad de presentar
historietas completas, la inmensa mayoría con material importado y
reeditará algunos de sus viejos éxitos cómicos de factura nacional,
transformándose en un mensuario más, entre los muchos publicados
entonces en Argentina hasta su desaparición.
Su época y su
estilo habían concluido.
Bibliografía:
Colección de Patoruzito
semanal
propiedad de H.M. Peiteado, núms. 1-633 y algunos de los siguientes.
Historia de la historieta argentina, C. Trillo y G. Saccomanno, Récord,
Buenos Aires, 1980
Historia de los comics, Toutain Editor, Barcelona, Barcelona, 1982
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