A
finales de los años 70, el colectivo El Cubri (formado por el guionista
Felipe Hernández Cava y los dibujantes Saturio Alonso y Pedro Arjona)
decidió abandonar los derroteros narrativos que había seguido hasta
entonces.
Desde
su fundación en 1972, el equipo se había mantenido al margen de las
corrientes “historietísticas” de su época, por un lado, colaborando con
organizaciones antifranquistas en trabajos de propaganda que forman ya
parte de la historia de nuestra clandestinidad; por otro, mezclando el
“realismo social” de la literatura española con propuestas mucho más
radicales a nivel formal como el cine de Jean-Luc Godard. A este
respecto, y a propósito del álbum El que parte y reparte se queda con
la mejor parte (1975), el teórico Ludolfo Paramio sostuvo que las
páginas de El Cubri se caracterizaban por “su persistente voluntad de
realismo” y la prescindencia de toda limitación formal, lo que las
situaba en un lugar de innovación permanente. A partir de 1978, esa
posición preeminente fue discutida por algunos críticos que acusaban al
grupo de plegarse a los dictados de lo comercial en la medida en que
empezaba a cultivar géneros tan convencionales como el western o
la “serie negra”. Sin duda, lo mejor de esa incursión de El Cubri en la
narrativa tradicional cristalizó en Sombras, doce piezas cortas
que vieron la luz en los sitios más dispares (desde las revistas
Cairo y Cimoc hasta el catálogo de la exposición Museo
Vivo), siendo parcialmente recopiladas en 1983 por Ediciones de la
Torre. Hoy por fin podemos leerlas reunidas (y revisadas) en un solo
volumen.
Se ha
repetido hasta el hartazgo que estas ficciones nacen como homenaje a los
clásicos del cine y la literatura de “serie negra”. En cambio, no se ha
hecho tanto hincapié en que sus artífices interpretan esas claves dentro
de un contexto muy particular: el del “desencanto” de las agrupaciones
de izquierda “rupturista” tras el varapalo electoral sufrido en junio de
1977. Desde entonces, esas organizaciones parecían condenadas a nutrir
con sus efectivos las filas de los partidos parlamentarios de izquierda,
especialmente el PSOE, cuyo número de afiliados pasó de apenas 5.000
a 125.000
entre 1975 y 1982. En la historieta española, esta desilusión se tradujo
en títulos como Nova-2 (1981) de Luis García o estas Sombras,
dos obras que, casualmente, han sido reeditadas casi a la par.
Hija de
la Transición, Sombras escondía una intencionalidad política.
Cuando pocos se atrevían a remover el pasado para evitarle tensiones
innecesarias a la incipiente democracia y, simultáneamente, el
transfuguismo se convertía en una práctica cotidiana, El Cubri situó la
reivindicación de la memoria y la
dignidad
personal en el corazón de su trabajo. Sin embargo, esta lectura
ideológica no agota en absoluto los contenidos de una obra que bebe de
muchas fuentes. En principio, claro, de las propias del género,
especialmente del cine, tanto en los diálogos como en la puesta en
escena. Pero también del universo del jazz, no sólo por el
homenaje explícito a algún que otro tema (como el viejo
estándar
“In a Sentimental Mood”) e intérprete (pienso en Erroll Gardner tocando
el piano en “My ideal” de Sonny Rollins, una de las mejores
piezas
del
álbum), sino por la manera tan especial de articular cada plancha para
que el encuadre, ritmo y montaje sugieran esa “melodía silenciosa” de la
que tanto ha hablado Hernández Cava y que tiene en la elipsis una de sus
señas de identidad.
Por su
parte, y desde la primera imagen, el trazo de Arjona adopta la
contención como estrategia estética y narrativa, estilizando al máximo
todo signo gráfico y prescindiendo de cualquier gratuidad en la
composición. Esta sobriedad tiene su contrapunto en el sofisticado
empleo de la iluminación, especialmente en las últimas entregas de la
serie. En ellas, el timbre expresionista del dibujante alcanza, en mi
opinión, una de sus cumbres creativas, sólo equiparable a esos dos
monumentos artísticos que son Paisa (1982) y Luis Candelas
(1984). En octubre de 1983, el propio Arjona manifestó a la periodista
Ana Salado: “Si eres riguroso, no puedes dibujar todo del mismo modo. Es
igual que los grandes directores americanos, por ejemplo, que en cada
película buscan el estilo correspondiente. Creo que eso es fundamental.
Por eso hay tantas historietas inacabadas, o repetidas varias veces, en
un cajón”. Por cierto que este volumen nos permite contemplar una de
esas “historietas inacabadas” a las que el autor se refería.
Parte de lo mejor de El Cubri se encuentra en la docena de composiciones
que este álbum contiene. Ahora, gracias a Edicions De Ponent, los
beneficiarios de ese legado somos todos los profesionales, críticos y
aficionados a la historieta. |