A principios de los ochenta, la historieta española
albergó, entre otras tendencias, un puñado de autores cuyas inquietudes
no encontraban fácil acomodo en la industria más tradicional. Muchas de
aquellas firmas abandonaron pronto el medio en aras de campos más
lucrativos; otras, como la de Ricard Castells, siguieron cultivándolo
casi en secreto, sin retribución alguna en muchos casos y, sospecho,
como acto de amor hacia un ámbito que les era esquivo. Las piezas que
componen este hermoso álbum suponen, a mi juicio, un feliz corolario a
ese “acto de amor”.
Hasta su muerte, acaecida el
16 de
enero
de 2002,
Castells
se comportó como el sastre del cantillo, aquel que, al decir de
Cervantes, cosía de
balde y ponía el hilo. Esta postura romántica que sitúa los sueños por
encima de la realidad le forzó a un exilio voluntario del mercado
nacional, al que recién regresó en los últimos años, a partir del
rescate del extraordinario La Expiación por parte de Edicions de
Ponent, inédito hasta entonces por circunstancias harto conocidas.
Desde entonces, las obras que Sinsentido y la propia De Ponent han
popularizado, dentro de unos márgenes modestos, y todo ese trabajo
disperso del que este libro compila buena parte, revelaron una
sensibilidad muy especial, generosa en lo sentimental y acérrima
defensora de la belleza. Inquieto como todo artista sincero, sus
búsquedas conectaron con alguna de las preocupaciones intelectuales que,
procedentes del siglo XIX, se habían desarrollado con fuerza en el
periodo de entreguerras, escenario de muchas de sus ficciones, como da
cuenta el presente volumen.
Contemplando sus páginas, uno no deja de admirarse ante la belleza del
artificio: la sofisticación en el tratamiento de lo fantástico; lo
sugestivo de la atmósfera y la luz; esa manera tan “dulce” de emplear el
picado, ya en exteriores de gran fuerza expresiva, ya en interiores
despojados de todo elemento accesorio; o esa armonía entre elipsis y
tiempos muertos. De principio a fin, aquí se percibe en su plenitud esa
mirada que Felipe Hernández Cava, eventual guionista suyo y uno de sus
máximos valedores, ha calificado de “trascendental”.
Recuerdo haber oído hablar, en alguna ocasión, de “la
presencia de las ausencias”: ese peso que cobran, en determinadas obras,
los personajes que se sitúan más allá de lo referido. Si bien uno tiende
a pensar, por inercia, en los grandes títulos del género fantástico (Otra
vuelta de tuerca, de Henry James; Dracula, de Bram Stoker),
estas delicadas partituras de Castells
bien podrían incluirse, sin desdoro, en dicha nómina.
Desde esta perspectiva, hay pocas obras como ésta donde lo ausente esté
tan presente, y no sólo por el sabio uso del fuera de campo en muchas de
sus viñetas, sino por la sutileza con que aparecen evocados los “viejos
fantasmas”; tal es el caso de
“Sombra Runa”, el más largo de los relatos que integran el álbum, donde
la puesta en escena gráfica alude a un tercero siempre ausente. La suma
de sobreentendidos y sugerencias agrega nuevas dimensiones a lo narrado,
contribuyendo a crear ese clima enigmático tan peculiar.
Araia,
más que a una geografía concreta, remite a los perfiles de la memoria,
otra de esas tantas “preocupaciones” de finales del XIX a las cuales se
consagraron intelectuales como Bergson, Proust o Mahler.
Desde el 16 de
enero de 2002, hay una ausencia cuya presencia reclaman, con elocuencia,
las páginas de este libro. |