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Historia de una rata mala

Título: Historia de una rata mala
Autor: Brian Talbot.
Traducción: Lorenzo F. Díaz.


Editorial: Planeta-DeAgostini, Barcelona, 1999.
ISBN: 84-395-7249-2

Edición original: Dark Horse Books, X-1995

ISBN: 1569710775

 

libro de cómics   |   26 × 17 cm.  |  124  pp.  |   color   |   rústica   |    con lomo , cosido   |   PVP: 10.19 € (1695 pts.)

Vida de una rata mala, edición original 

[ Ilustración de la portada: B. Talbot ]


COMENTARIO, por Javier Mora Bordel


El espejo del alma.

         A veces, en esto de comentar, hasta que uno da con la tecla, puede pegarse mucho tiempo mirando la misma viñeta. Mucho tiempo. Y cuando son las tantas y lo único que se te ha pasado por la cabeza son auténticas barrabasadas, es inevitable confundir, con un quijotesco sentido de ver las cosas a la ligera, nuestra propia vuelta de hoja. Así, del convencional juego de sentirnos identificados en nuestro fuero interno con el personaje más acorde a nuestro gusto, pasamos al movedizo terreno de ahogar la cotidianeidad que, de todas formas, nos hunde. Y prácticamente sin damos cuenta añadimos tanto de nosotros mismos a esa historia de la que hemos partido que lo que antes era una simple viñeta a lápiz y tinta, ahora es el más fiel reflejo de nuestras particular existencia.

         Este hacer nuestra la obra ajena, a simple vista, no parece algo digno de mención o, por lo menos, materia para tantos duelos y quebrantos. Pero, sin subestimar el parecer de cada cuál, la facultad de hacer participe y protagonista indirecto a cualquier hijo de vecino (dentro, claro esta, de los márgenes de lo que podemos definir como obra abierta), no es ni mucho menos un asunto que tomar a la ligera. Si nuestros retazos se descomponen y suman al ovillo que es, en este caso, el interpretar, es sólo y únicamente posible porque se nos ha permitido encontrar el hilo conductor. Pero no olvidemos que no hay camino fácil, y menos si es siguiéndole la pista a un arte como es éste de la lectura tan lleno de vericuetos y en el que, a veces, más que a la salida se nos conduce a la entrada de un nuevo laberinto; porque es verdad que mucho depende de nuestras “sanas” intenciones y “firmes” entendederas, el resto, que es donde esta el meollo de la cuestión, no deja de ser una eterna casualidad provocada que, sin querer queriendo, hace que nos sumerjamos en el mundo de un papel. Y lo que empieza con un simple e inocentón discurrir al estilo de, por poner un ejemplo, “¡leches!, ¿qué hubiera hecho yo en su lugar?” se convierte, en un santiamén y como por arte de magia, en una asunción plena de las actitudes y formas de un otro que hasta hace bien poco era inexistente.

Y no se trata de que el personaje haya cobrado vida, ni de que tú te hayas vuelto majarón. No. Aquí lo único que ha ocurrido es que al leer hubo algo que te llamo tanto la atención que ipso facto hizo saltar el resorte, uno más de los aislados en tu mente, encargado de dar cumplida cuenta de tus deseos, inconscientes o no eso es algo que ignoro, creacionistas; aquellos por los que las fantasías nacidas como respuestas inmediatas a planteamientos tan abstractos como el anterior, adquieren vida propia. Y ahora es un tú que no es el tuyo, a lo sumo un pálido espejismo del yo, quién se enfrasca, dentro de los límites de su imaginación, en una situación recreada a su imagen y semejanza y que tiene tanto del uno real como del otro ilusorio. Vamos, que en resumidas cuentas la ficción se te ha escapado de las manos pero a cambio, y aunque resulte paradójico, te ofrece un  sentimiento de plenitud y unión tal la obra bien hecha que se hará en ti imperecedero, hasta vete a saber cuando, todas y cada una de las líneas, en la máxima extensión que adquiere el término en los tebeos, de su mensaje. Y eso, amigo, si lo piensas detenidamente por un instante, no es algo que ocurra todos los días...

El cuento de nunca acabar.

         El tebeo que nos ocupa posee, sin duda alguna, ese extraño don comunicativo de hacer participe al lector del mismo, parte de su propio contexto. Y eso que su materia, más que difícil, que lo es y mucho, resulta harto polémica para esta sociedad del espectáculo (o de los engranajes, según se mire) tan dada a las hipocresías y al mirar a otro lado. Una historia sobre abusos sexuales no esta bien vista, pero si encima la víctima es un niño o una niña ya es que ni se plantea. Eso es motivo, en todo caso, de programa de sucesos y no siempre, pues entre lo macabro también hay tabúes. ¿Cuántas veces has visto por la tele, ese gran espejo de nuestra pequeña sociedad, un caso de abuso de menores por parte de un familiar? Y en un terreno eminentemente artístico, del comunicativo sería representativo el ejemplo anterior, ¿cuántas historias conoces que hagan referencia a la violación de un padre a su hija? Pocas verdad. Y en cambio, en la pompa de jabón que es nuestra vida diaria, y cito al mismo Talbot, «se calcula que antes de cumplir los dieciocho años una de cada tres niñas sufrirá algún tipo de abuso sexual. Aproximadamente un noventa por ciento de esos abusos son cometidos por alguien conocido y cercano, y no por el típico extraño con gabardina, que ronda las puertas de los colegios. Y apenas una de cada veinte agresiones denunciadas acaban yendo a juicio.» ¡Pop! Acaba de estallarte en la cara, ¿verdad amigo?. Anda límpiate que estas hecho un guiñapo y sigue atendiendo porque esto aún no es nada. El tirón de orejas es mayúsculo. Te lo aseguro. Y no se escapa nadie porque esta obra nos refleja a todos y cada uno de nosotros en mayor o menor medida, afortunadamente, y lo hace de tal forma además que como poco hace que nos preguntemos si no seremos nosotros realmente los típicos personajes que vivieron felices y comieron perdices en su propio paraíso de mentiras.

Real como la vida misma.

         La metáfora y posterior explicación del espejo no ha sido gratuita. Si tomamos cualquiera página de Historia de una rata mala podremos comprobar como el dibujo de Talbot alcanza un grado de descripción y elaboración muy cercano al mimetismo extremo: no sólo se basa en la realidad; su objetivo es ofrecer la representación más fidedigna, más detallada posible. Pongamos un ejemplo, los gestos de todos y cada uno de sus personajes responden a un modelo físico previo, en carne y hueso, del cuál le preocupa hasta calcular el ritmo de crecimiento mensual del pelo (más en concreto el de Helen, la protagonista, como podemos ver en los agradecimientos al final del tebeo, al señalar la inestimable colaboración «del peluquero Robin Simmons») amoldando a este interés su estilo. Como el mismo señala, y me remito de nuevo al epílogo, «normalmente yo creo en la página. Al trabajar en el género de la ciencia ficción o de los superhéroes, resulta perfectamente aceptable que te inventes personajes y ambientes. Pero, creí que debía situar Rata Mala en la realidad, basando todos los personajes en gente real y situando las escenas en localizaciones reales». No mentía. La obra se teje bajo esta premisa y todos y cada uno de sus elementos se subordinan a su voluntad y atención. Pero como también hemos dicho, es éste un reflejo a veces más veraz que nuestro propio mundo. Veamos por qué.

La hada madrina.

         La literatura, más en concreto la infantil, se convierte en el marco de este espejo. El elemento asociado que establece el límite de la obra, que delimita la extensión de su reflejo; la tradición en la que se “enmarca”. Y dicho en sentido figurado pues tal vez a algunos les pueda resultar una afirmación demasiado grandilocuente, al considerar, siguiendo un parámetro meramente textual, que este es un tebeo y lo otro libros. Y aunque es cierto, debemos hacer, como siempre, matices. En primer lugar, que una tradición de ideas no tiene porque traducirse necesariamente a formas semejantes si la fuente es la misma; en segundo, que a veces dónde menos se lo espera uno salta la liebre, es decir, que a veces el pasado parece estar empeñado en anunciar el futuro. Vayamos por partes aunque vamos a empezar a justificar nuestros planteamientos, por una vez, desde el final.

         Talbot, en concreto, toma como modelo de referencia directa la obra de Beatrix Potter, autora de cuentos británica de principios de siglo entre cuyas obras destacan el cuento del conejo Perico, el cuento de Juanito Ratón de ciudad, el cuento del gato Tomás, etc., etc. Esta autora supuso un aire de viento fresco y renovación para el género del cuento infantil, hasta entonces apenas explotado editorialmente, pues sus obras se diferenciaban del resto por dar tanta primacía, como a lo meramente escrito, a la ilustración de sus personajes. No digo que sea un antecedente del cómic porque no lo es, ella no pretendía narrar con sus imágenes sino ilustrar, pero sí ofrecía una cierta combinación de ambos elementos que bien pudo resultar llamativa para la época, como de hecho lo fue a juzgar por la venta de sus ejemplares, ya que han sido estas, además de su calidad literaria, las principales impulsoras de su merecida fama y reconocimiento. La obra gráfica de sus cuentos, insertos dentro de la extensa tradición de la fábula en la que se personifica en los animales los vicios y bondades humanas, destaca por su exhaustivo detallismo a la hora de representar a sus criaturas. Profunda conocedora del reino animal, en su juventud elaboro un estudio sobre líquenes y hongos que presentó al Real Jardín Botánico de Kew y a la Sociedad Linnean aunque en vano pues las mujeres no tenían la entrada permitida a este tipo de instituciones, los movimientos en el papel de sus personajes imaginarios atestiguan profundas horas de estudio al natural. No hay ningún gesto gratuito, todo responde a las formas propias de las criaturas originales. Tal vez este método de trabajo nos resulte similar al empleado por Talbot con los personajes, humanos en su mayoría, de esta historieta. Una conexión que podemos considerar evidente.

         Pero quizás la más manifiesta sea el halo catártico que despiden los cuentos de nuestra autora, en la obra de Talbot. Nuestra protagonista, Helen, una niña solitaria y retraída, fruto de los constantes abusos paternos, encuentra su válvula de escape ante la realidad que la oprime con dos identificaciones vitales: una, con aquellos animales a los que considera sus iguales, las ratas, por ser marginados y despreciados sin motivo por la masa social, más adelante insistiremos en ello; otra, la que sí nos debe ocupar en este punto de nuestro análisis, es el refugio literario que suponen los cuentos de Potter. Y es que Helen se deja envolver de tal manera por la atmósfera ficticia de los mismos que en ella se produce la fusión idealista de lo artístico, con lo real; de las visiones reveladoras de las atmósferas y ambientes recreados por su imaginación, con las imágenes visuales de los espacios que la rodean. Y la razón de que Helen encuentre su único consuelo en estos libros nos la da también Talbot: «Potter fue una niña oprimida. Hambrienta de afecto, nunca fue a la escuela y era casi una prisionera del tercer piso de la casa familiar. De niña era anormalmente solitaria y excesivamente tímida y callada con los demás, teniendo como únicos amigos a los animalitos que adoptaba, estudiaba y dibujaba.» Helen sólo tenía una única amiga en quien confiar, una sola confidente de la que esperar comprensión, y su lazo de unión es a través de los libros. Refracta en ellos sus problemas y encuentra respuesta. Sigue su ejemplo paso a paso.

Síntoma de este estado, es uno de los episodios finales del libro, donde quizás encontremos algunas de las más bellas páginas elaboradas por Talbot. Helen, ya establecida en el distrito de los Lagos ingleses, acude a la casa museo en Bownes donde Potter pasó el último lustro de su vida. Y allí, su imaginación e inventiva se desatan de tal modo que desahoga todos sus traumas y secretos, por fin asumidos y confesados en esta liberación, en un cuento inexistente escrito e ilustrado en su mente al modo de su vate. Y este no podía tener otro nombre que la Historia de una rata mala.

El castillo encantado.

         La influencia de Beatrix Potter en Helen se inicia, aunque es un hecho que vamos descubriendo paulatinamente a lo largo del libro, con el viaje iniciático de nuestra protagonista en pos de los pasos de la escritora e ilustradora londinense. Y en esta ascensión celeste -por una vez se ha roto el tópico dantesco- el paisaje juega un papel fundamental y decisivo. De hecho, su importancia es tal que son los diferentes espacios que marcan la trayectoria vital de Helen, quienes establecen la estructura del tebeo. Así, el mismo se divide en tres capítulos: la ciudad, el camino (en este caso el paisaje lo conforman los distintos lugares que el viajero deja de lado a la búsqueda de un destino final) y el campo. Esta búsqueda interior se conforma en una particular alabanza de aldea en consonancia con la vivida anteriormente por su “antecesora”. De este modo, el ambiente urbano de Londres se revela para ambas como un espacio cerrado, una jaula chinesca que aprisiona sus almas y corta su respiración; la asfixia de una oscuridad contaminante que las ahoga. Un Londres del que deberán escapar antes de que termine por aprisionarlas. De este modo inician su huida: Potter hacia los espacios abiertos de su infancia, a los que volverá en su madurez: el campo y más en concreto el distrito de los Lagos en los que se instalaba la familia Potter durante la primavera; Helen tras sus huellas con la esperanza de encontrar las mismas, o al menos parecidas, respuestas liberadoras en esta misma región donde se han reflejado los claros y oscuros del alma de tantos (Shelley, Dickens, Ransome...). En el caso del personaje de ficción, de nuevo encontramos un momento clave en esta transmutación de la penumbra a la luz. Me refiero a su unción plena con el paisaje, pues en un principio era reacia al no encontrarse preparada, cuando, ante el inminente enfrentamiento con su padre, necesita exhortizar definitivamente sus propios miedos y temores arrancándolos de lo más profundo de su interior. El paisaje, en esta tesitura, actuará como tabula rasa sobre la que reflejarlos, como el opaco espejo del alma que romper en mil pedazos. Situación que de hecho acontece literalmente...

La princesa de las ratas.

         Una majestad de un reino de uno solo. Como ya mencionamos anteriormente, aparte de la obra de Beatrix Potter, Helen sólo tiene una amiga más en este mundo a la que poder confiarse, la rata. No se trata de una niña jugando con su mascota, difícilmente podemos pensar en la inocencia cuando ha sido arrebatada de una forma tan brutal, sino que estamos hablando de la interrelación de dos seres. Estas palabras vienen a cuento con una de las anécdotas relatadas por Talbot. En concreto el pequeño intervalo en el que Helen le explica a Ben, su único amigo humano en la vorágine que es Londres, qué son los Reyes de las ratas, un misterio de la naturaleza aún inconcluso en estos tiempos de tanta “sabiduría” científica y que no es más que un grupo de ratas entrelazadas por la cola de tal manera que, para el resto de sus días, permanecen inseparables. Tal vez una unión semejante sea la que enlaza a humana y a rata en un nuevo ser que se complementa a la hora de enfrentarse con la cruel realidad que puede ser la vida (la mendicidad en las calles a cambio de cuatro perras chicas; el vagar sin rumbo por las calles; el sin vivir de una pesadilla que se repite día sí y otro también), que puede ser la muerte (tras la trágica desaparición de su amiga y compañera fiel, la expresión “vivirá en tu corazón” alcanzará, en la imaginación de Helen, toda su significación). Claros beneficios tanto para una como para otra: Helen humanizará a la rata con sus sentimientos; ésta, le enseñará a sacar tajada de cualquier situación, a alimentar su espíritu de la necesidad; en suma, a sobrevivir.

          Helen la rata, de este modo irá fortaleciendo su espíritu preparándose para el momento final en el que sabe que deberá enfrentarse con su pasado presente, ese que no puede olvidar. Cada paso adelante le acerca al final de la encrucijada, y será en ese preciso momento cuando adquiera una madurez tan impropia de su edad como el suplicio al que se vio expuesta. Será entonces, y sólo entonces, cuando Helen deje atrás a su fiel compañera y afronte sola, no puede ser de otro modo, el reto que pueda suponerle el futuro. Se rompe por tanto el tópico y se demuestra como las ratas no huyen ni a la hora de enfrentarse al más terrible de los gatos, aquel que lleva tu misma sangre, aquel que debes de tener cuidado de mirar a los ojos.


Más información sobre Brian Talbot y Vida de una mala rata en internet:
http://www.bryan-talbot.com/index.html
http://www.rzero.com/books/TaleOfOneBadRat.html
http://www.toddlertime.com/Books/bad-rat.htm
http://www.smartgirl.org/pages/books/badratsidra.html
http://www.bookbrowser.com/Reviews/TalbotBryan/onebadrat.html
http://www.bookbrowser.com/Reviews/TalbotBryan/onebadrat.html
http://www.bahala-na.co.uk/articles/onebadrat.htm
http://pulpkitchen.50megs.com/reviews/dg_tobr.html
http://www.savantmag.com/35/essential.html

Sitios web referentes a Beatrix Potter:
http://www.imaginaria.com.ar/00/6/potter.htm
http://www.pagina12.com.ar/1999/suple/las12/99-07-30/nota3.htm
http://www.tcom.ohiou.edu/books/kids.htm
http://www.portaldellibro.com/ilustradores/i_mundo.htm


 [ Ficha: J. Mora Bordel. Publicada en Tebeosfera 020330 ]