El espejo
del alma.
A
veces, en esto de comentar, hasta que uno da con la tecla, puede
pegarse mucho tiempo mirando la misma viñeta. Mucho tiempo. Y
cuando son las tantas y lo único que se te ha pasado por la cabeza
son auténticas barrabasadas, es inevitable confundir, con un
quijotesco sentido de ver las cosas a la ligera, nuestra propia
vuelta de hoja. Así, del convencional juego de sentirnos
identificados en nuestro fuero interno con el personaje más acorde
a nuestro gusto, pasamos al movedizo terreno de ahogar la
cotidianeidad que, de todas formas, nos hunde. Y prácticamente sin
damos cuenta añadimos tanto de nosotros mismos a esa historia de
la que hemos partido que lo que antes era una simple viñeta a
lápiz y tinta, ahora es el más fiel reflejo de nuestras particular
existencia.
Este hacer nuestra la obra ajena, a simple vista, no parece algo
digno de mención o, por lo menos, materia para tantos duelos y
quebrantos. Pero, sin subestimar el parecer de cada cuál, la
facultad de hacer participe y protagonista indirecto a cualquier
hijo de vecino (dentro, claro esta, de los márgenes de lo que
podemos definir como obra abierta), no es ni mucho menos un asunto
que tomar a la ligera. Si nuestros retazos se descomponen y suman
al ovillo que es, en este caso, el interpretar, es sólo y
únicamente posible porque se nos ha permitido encontrar el hilo
conductor. Pero no olvidemos que no hay camino fácil, y menos si
es siguiéndole la pista a un arte como es éste de la lectura tan
lleno de vericuetos y en el que, a veces, más que a la salida se
nos conduce a la entrada de un nuevo laberinto; porque es verdad
que mucho depende de nuestras “sanas” intenciones y “firmes”
entendederas, el resto, que es donde esta el meollo de la
cuestión, no deja de ser una eterna casualidad provocada que, sin
querer queriendo, hace que nos sumerjamos en el mundo de un papel.
Y lo que empieza con un simple e inocentón discurrir al estilo de,
por poner un ejemplo, “¡leches!, ¿qué hubiera hecho yo en su
lugar?” se convierte, en un santiamén y como por arte de magia, en
una asunción plena de las actitudes y formas de un otro que hasta
hace bien poco era inexistente.
Y no se
trata de que el personaje haya cobrado vida, ni de que tú te hayas
vuelto majarón. No. Aquí lo único que ha ocurrido es que al leer
hubo algo que te llamo tanto la atención que ipso facto
hizo saltar el resorte, uno más de los aislados en tu mente,
encargado de dar cumplida cuenta de tus deseos, inconscientes o no
eso es algo que ignoro, creacionistas; aquellos por los que las
fantasías nacidas como respuestas inmediatas a planteamientos tan
abstractos como el anterior, adquieren vida propia. Y ahora es un
tú que no es el tuyo, a lo sumo un pálido espejismo del yo, quién
se enfrasca, dentro de los límites de su imaginación, en una
situación recreada a su imagen y semejanza y que tiene tanto del
uno real como del otro ilusorio. Vamos, que en resumidas cuentas
la ficción se te ha escapado de las manos pero a cambio, y aunque
resulte paradójico, te ofrece un sentimiento de plenitud y unión
tal la obra bien hecha que se hará en ti imperecedero, hasta vete
a saber cuando, todas y cada una de las líneas, en la máxima
extensión que adquiere el término en los tebeos, de su mensaje. Y
eso, amigo, si lo piensas detenidamente por un instante, no es
algo que ocurra todos los días...
El cuento de
nunca acabar.
El
tebeo que nos ocupa posee, sin duda alguna, ese extraño don
comunicativo de hacer participe al lector del mismo, parte de su
propio contexto. Y eso que su materia, más que difícil, que lo es
y mucho, resulta harto polémica para esta sociedad del espectáculo
(o de los engranajes, según se mire) tan dada a las hipocresías y
al mirar a otro lado. Una historia sobre abusos sexuales no esta
bien vista, pero si encima la víctima es un niño o una niña ya es
que ni se plantea. Eso es motivo, en todo caso, de programa de
sucesos y no siempre, pues entre lo macabro también hay tabúes.
¿Cuántas veces has visto por la tele, ese gran espejo de nuestra
pequeña sociedad, un caso de abuso de menores por parte de un
familiar? Y en un terreno eminentemente artístico, del
comunicativo sería representativo el ejemplo anterior, ¿cuántas
historias conoces que hagan referencia a la violación de un padre
a su hija? Pocas verdad. Y en cambio, en la pompa de jabón que es
nuestra vida diaria, y cito al mismo Talbot, «se calcula que antes
de cumplir los dieciocho años una de cada tres niñas sufrirá algún
tipo de abuso sexual. Aproximadamente un noventa por ciento de
esos abusos son cometidos por alguien conocido y cercano, y no por
el típico extraño con gabardina, que ronda las puertas de los
colegios. Y apenas una de cada veinte agresiones denunciadas
acaban yendo a juicio.» ¡Pop! Acaba de estallarte en la cara,
¿verdad amigo?. Anda límpiate que estas hecho un guiñapo y sigue
atendiendo porque esto aún no es nada. El tirón de orejas es
mayúsculo. Te lo aseguro. Y no se escapa nadie porque esta obra
nos refleja a todos y cada uno de nosotros en mayor o menor
medida, afortunadamente, y lo hace de tal forma además que como
poco hace que nos preguntemos si no seremos nosotros realmente los
típicos personajes que vivieron felices y comieron perdices en su
propio paraíso de mentiras.
Real como la
vida misma.
La
metáfora y posterior explicación del espejo no ha sido gratuita.
Si tomamos cualquiera página de Historia de una rata mala
podremos comprobar como el dibujo de Talbot alcanza un grado de
descripción y elaboración muy cercano al mimetismo extremo: no
sólo se basa en la realidad; su objetivo es ofrecer la
representación más fidedigna, más detallada posible. Pongamos un
ejemplo, los gestos de todos y cada uno de sus personajes
responden a un modelo físico previo, en carne y hueso, del cuál le
preocupa hasta calcular el ritmo de crecimiento mensual del pelo
(más en concreto el de Helen, la protagonista, como podemos ver en
los agradecimientos al final del tebeo, al señalar la inestimable
colaboración «del peluquero Robin Simmons») amoldando a este
interés su estilo. Como el mismo señala, y me remito de nuevo al
epílogo, «normalmente yo creo en la página. Al trabajar en el
género de la ciencia ficción o de los superhéroes, resulta
perfectamente aceptable que te inventes personajes y ambientes.
Pero, creí que debía situar Rata Mala en la realidad, basando
todos los personajes en gente real y situando las escenas en
localizaciones reales». No mentía. La obra se teje bajo esta
premisa y todos y cada uno de sus elementos se subordinan a su
voluntad y atención. Pero como también hemos dicho, es éste un
reflejo a veces más veraz que nuestro propio mundo. Veamos por
qué.
La hada
madrina.
La
literatura, más en concreto la infantil, se convierte en el marco
de este espejo. El elemento asociado que establece el límite de la
obra, que delimita la extensión de su reflejo; la tradición en la
que se “enmarca”. Y dicho en sentido figurado pues tal vez a
algunos les pueda resultar una afirmación demasiado
grandilocuente, al considerar, siguiendo un parámetro meramente
textual, que este es un tebeo y lo otro libros. Y aunque es
cierto, debemos hacer, como siempre, matices. En primer lugar, que
una tradición de ideas no tiene porque traducirse necesariamente a
formas semejantes si la fuente es la misma; en segundo, que a
veces dónde menos se lo espera uno salta la liebre, es decir, que
a veces el pasado parece estar empeñado en anunciar el futuro.
Vayamos por partes aunque vamos a empezar a justificar nuestros
planteamientos, por una vez, desde el final.
Talbot, en concreto, toma como modelo de referencia directa la
obra de Beatrix Potter, autora de cuentos británica de principios
de siglo entre cuyas obras destacan el cuento del conejo Perico,
el cuento de Juanito Ratón de ciudad, el cuento del gato Tomás,
etc., etc. Esta autora supuso un aire de viento fresco y
renovación para el género del cuento infantil, hasta entonces
apenas explotado editorialmente, pues sus obras se diferenciaban
del resto por dar tanta primacía, como a lo meramente escrito, a
la ilustración de sus personajes. No digo que sea un antecedente
del cómic porque no lo es, ella no pretendía narrar con sus
imágenes sino ilustrar, pero sí ofrecía una cierta combinación de
ambos elementos que bien pudo resultar llamativa para la época,
como de hecho lo fue a juzgar por la venta de sus ejemplares, ya
que han sido estas, además de su calidad literaria, las
principales impulsoras de su merecida fama y reconocimiento. La
obra gráfica de sus cuentos, insertos dentro de la extensa
tradición de la fábula en la que se personifica en los animales
los vicios y bondades humanas, destaca por su exhaustivo
detallismo a la hora de representar a sus criaturas. Profunda
conocedora del reino animal, en su juventud elaboro un estudio
sobre líquenes y hongos que presentó al Real Jardín Botánico de
Kew y a la Sociedad Linnean aunque en vano pues las mujeres no
tenían la entrada permitida a este tipo de instituciones, los
movimientos en el papel de sus personajes imaginarios atestiguan
profundas horas de estudio al natural. No hay ningún gesto
gratuito, todo responde a las formas propias de las criaturas
originales. Tal vez este método de trabajo nos resulte similar al
empleado por Talbot con los personajes, humanos en su mayoría, de
esta historieta. Una conexión que podemos considerar evidente.
Pero quizás la más manifiesta sea el halo catártico que despiden
los cuentos de nuestra autora, en la obra de Talbot. Nuestra
protagonista, Helen, una niña solitaria y retraída, fruto de los
constantes abusos paternos, encuentra su válvula de escape ante la
realidad que la oprime con dos identificaciones vitales: una, con
aquellos animales a los que considera sus iguales, las ratas, por
ser marginados y despreciados sin motivo por la masa social, más
adelante insistiremos en ello; otra, la que sí nos debe ocupar en
este punto de nuestro análisis, es el refugio literario que
suponen los cuentos de Potter. Y es que Helen se deja envolver de
tal manera por la atmósfera ficticia de los mismos que en ella se
produce la fusión idealista de lo artístico, con lo real; de las
visiones reveladoras de las atmósferas y ambientes recreados por
su imaginación, con las imágenes visuales de los espacios que la
rodean. Y la razón de que Helen encuentre su único consuelo en
estos libros nos la da también Talbot: «Potter fue una niña
oprimida. Hambrienta de afecto, nunca fue a la escuela y era casi
una prisionera del tercer piso de la casa familiar. De niña era
anormalmente solitaria y excesivamente tímida y callada con los
demás, teniendo como únicos amigos a los animalitos que adoptaba,
estudiaba y dibujaba.» Helen sólo tenía una única amiga en quien
confiar, una sola confidente de la que esperar comprensión, y su
lazo de unión es a través de los libros. Refracta en ellos sus
problemas y encuentra respuesta. Sigue su ejemplo paso a paso.
Síntoma de
este estado, es uno de los episodios finales del libro, donde
quizás encontremos algunas de las más bellas páginas elaboradas
por Talbot. Helen, ya establecida en el distrito de los Lagos
ingleses, acude a la casa museo en Bownes donde Potter pasó el
último lustro de su vida. Y allí, su imaginación e inventiva se
desatan de tal modo que desahoga todos sus traumas y secretos, por
fin asumidos y confesados en esta liberación, en un cuento
inexistente escrito e ilustrado en su mente al modo de su vate. Y
este no podía tener otro nombre que la Historia de una rata mala.
El castillo
encantado.
La
influencia de Beatrix Potter en Helen se inicia, aunque es un
hecho que vamos descubriendo paulatinamente a lo largo del libro,
con el viaje iniciático de nuestra protagonista en pos de los
pasos de la escritora e ilustradora londinense. Y en esta
ascensión celeste -por una vez se ha roto el tópico dantesco- el
paisaje juega un papel fundamental y decisivo. De hecho, su
importancia es tal que son los diferentes espacios que marcan la
trayectoria vital de Helen, quienes establecen la estructura del
tebeo. Así, el mismo se divide en tres capítulos: la ciudad, el
camino (en este caso el paisaje lo conforman los distintos lugares
que el viajero deja de lado a la búsqueda de un destino final) y
el campo. Esta búsqueda interior se conforma en una particular
alabanza de aldea en consonancia con la vivida anteriormente por
su “antecesora”. De este modo, el ambiente urbano de Londres se
revela para ambas como un espacio cerrado, una jaula chinesca que
aprisiona sus almas y corta su respiración; la asfixia de una
oscuridad contaminante que las ahoga. Un Londres del que deberán
escapar antes de que termine por aprisionarlas. De este modo
inician su huida: Potter hacia los espacios abiertos de su
infancia, a los que volverá en su madurez: el campo y más en
concreto el distrito de los Lagos en los que se instalaba la
familia Potter durante la primavera; Helen tras sus huellas con la
esperanza de encontrar las mismas, o al menos parecidas,
respuestas liberadoras en esta misma región donde se han reflejado
los claros y oscuros del alma de tantos (Shelley, Dickens, Ransome...).
En el caso del personaje de ficción, de nuevo encontramos un
momento clave en esta transmutación de la penumbra a la luz. Me
refiero a su unción plena con el paisaje, pues en un principio era
reacia al no encontrarse preparada, cuando, ante el inminente
enfrentamiento con su padre, necesita exhortizar definitivamente
sus propios miedos y temores arrancándolos de lo más profundo de
su interior. El paisaje, en esta tesitura, actuará como tabula
rasa sobre la que reflejarlos, como el opaco espejo del alma que
romper en mil pedazos. Situación que de hecho acontece
literalmente...
La princesa
de las ratas.
Una
majestad de un reino de uno solo. Como ya mencionamos
anteriormente, aparte de la obra de Beatrix Potter, Helen sólo
tiene una amiga más en este mundo a la que poder confiarse, la
rata. No se trata de una niña jugando con su mascota, difícilmente
podemos pensar en la inocencia cuando ha sido arrebatada de una
forma tan brutal, sino que estamos hablando de la interrelación de
dos seres. Estas palabras vienen a cuento con una de las anécdotas
relatadas por Talbot. En concreto el pequeño intervalo en el que
Helen le explica a Ben, su único amigo humano en la vorágine que
es Londres, qué son los Reyes de las ratas, un misterio de la
naturaleza aún inconcluso en estos tiempos de tanta “sabiduría”
científica y que no es más que un grupo de ratas entrelazadas por
la cola de tal manera que, para el resto de sus días, permanecen
inseparables. Tal vez una unión semejante sea la que enlaza a
humana y a rata en un nuevo ser que se complementa a la hora de
enfrentarse con la cruel realidad que puede ser la vida (la
mendicidad en las calles a cambio de cuatro perras chicas; el
vagar sin rumbo por las calles; el sin vivir de una pesadilla que
se repite día sí y otro también), que puede ser la muerte (tras la
trágica desaparición de su amiga y compañera fiel, la expresión
“vivirá en tu corazón” alcanzará, en la imaginación de Helen, toda
su significación). Claros beneficios tanto para una como para
otra: Helen humanizará a la rata con sus sentimientos; ésta, le
enseñará a sacar tajada de cualquier situación, a alimentar su
espíritu de la necesidad; en suma, a sobrevivir.
Helen la rata, de este modo irá fortaleciendo su espíritu
preparándose para el momento final en el que sabe que deberá
enfrentarse con su pasado presente, ese que no puede olvidar. Cada
paso adelante le acerca al final de la encrucijada, y será en ese
preciso momento cuando adquiera una madurez tan impropia de su
edad como el suplicio al que se vio expuesta. Será entonces, y
sólo entonces, cuando Helen deje atrás a su fiel compañera y
afronte sola, no puede ser de otro modo, el reto que pueda
suponerle el futuro. Se rompe por tanto el tópico y se demuestra
como las ratas no huyen ni a la hora de enfrentarse al más
terrible de los gatos, aquel que lleva tu misma sangre, aquel que
debes de tener cuidado de mirar a los ojos. |