Para Valeria Recaré,
desconocida argentina que tuvo el valor de desprenderse de su propia
armadura en Bariloche...
Nunca regreses a una
ciudad en la que has sido feliz.
Julio Ramón Rybeiro
Uno de los dichos más conocidos en el campo de la pintura, de la
escultura, de la literatura, es decir, de toda forma de creación, es aquel
que proclama que no hay historia alguna que pueda ser clasificada como
original. No hay nada nuevo, nos dicen, bajo el sol.
Es una verdad que también puede aplicarse de forma certera al mundo del
cómic. Sin embargo, la mayoría de los críticos, y de los lectores, parece
olvidar rápidamente que lo que hace que una historia posea mayor o menor
calidad no es el grado de originalidad que esta pueda presentar sino la
aparición de una voz, la del autor, una voz personalísima en ocasiones,
que puede dotar de una belleza extraordinaria a la historia que dibuja y
escribe hasta convertirla en un canto total a la vida. Y es la voz del
autor la que nos dice: «Se me puede acusar de falta de imaginación, pero
creo que todos los procesos creativos se basan en combinaciones de
elementos familiares. Y el uso de elementos personales tiene la ventaja de
la carga emocional con que los imbuye el creador.”([1])
En resumen: lo importante, en muchos momentos, no es lo qué se cuenta sino
cómo se nos cuenta, es decir, el grado de lirismo, belleza, ternura,
nostalgia, vida… con la que la voz personalísima del autor nos inmiscuye
en su relato. Y en el relato del que hablamos, Extraña armadura,
lirismo y belleza, ternura y epopeya, espiritualidad y preocupación
ecológica, son de una intensidad extraordinaria; a pesar de que el
personaje principal de la historia sea, en principio, apenas original, un
ser encerrado en un caparazón por unos extraterrestres.
Las apreciaciones que se refieren a la falta de originalidad de esta
criatura no dejan de tener parte de razón, y es el mismo autor el que así
lo expresa, afirmando que Concrete podía ser una copia perfecta de La
Cosa, el adorable personaje de los ojos azules de Marvel. Y este otro
personaje, obviamente, no deja de ser la versión superheroica de esa
atormentada, indefensa y aterradora criatura de terror creada por Mary
Shelley: el monstruo de Frankenstein. Lo que diferencia desde un primer
momento los personajes de Marvel y DC, y el Concrete de Paul Chadwick, es
el camino que recorren, es la voz con que cada autor dota a sus
personajes: Ron Lithgow, una vez convertido en Concrete en ningún momento
dedica su vida a salvar inocentes, o usa sus poderes para el bien de la
humanidad, tareas muy propias de los personajes de Marvel o de DC, sino
que esa transformación es una especie de prueba que le sirve para el
desarrollo de su propio conocimiento personal, en una de las más hermosas
evoluciones psicológicas que haya dado el cómic moderno. Su historia está
alejada del mito contemporáneo que supone el cómic de superhéroes, mito
destrozado en cierta forma el 11 de septiembre de 2001, cuando EE UU y sus
ciudadanos comprendieron que la invulnerabilidad en la que creían que
vivían, y de la que sus cómics de superhéroes hacían gala, era totalmente
falsa.
La
historia más brillante que Paul Chadwick ha escrito para su creación más
conocida, Extraña armadura, la hallamos en el intento de otorgar
una voz más íntima a esta posible falta de originalidad, de otorgar una
voz diferente, tan sincera como real, a un origen ya descrito en
innumerables ocasiones en el mundo del cómic, como se encargó de
recordarnos Archie Goodwin ([2]),
origen en el que se encuentran entrelazados personajes extraterrestres y
su posterior “creación” de la versión rocosa de Ron Lithgow. Y lo cierto
es que más allá de su originalidad, lo destacable en esta historia no es
sino la maestría de su autor a la hora de narrar la historia de un ser
humano enfrentado a las más adversas circunstancias, a los más trágicos
cambios; un ser humano sepultado para siempre, y que debe aprender a
convivir con ello, en una Extraña armadura.
Extraña armadura
es un cómic que ha pasado por muchos cambios, ya que su carácter de obra
hecha en los ratos libres provocó que fuese narrada inicialmente mediante
capítulos auto conclusivos, la mayoría de ellos en tercera persona
([3]).
Posteriormente, Paul Chadwick reharía el trabajo para darle mayor
coherencia y continuidad de cara a un especial que reeditaba dicho origen
en color, y le añadía nuevas páginas, con un hallazgo extraordinario: la
coincidencia entre protagonista y narrador, para mostrarnos paralelamente
la evolución de ambos por medio de una voz conjunta que se hace, a medida
que transcurre la historia, más vital, más plena. Revisada a posteriori la
historia del origen de Concrete, con el cual su autor no se encuentra
demasiado conforme (4),
posiblemente sea, en palabras de L.F. Díaz, la más fantástica, movida y
menos reposada de todas las historias escritas por Chadwick, de no ser por
el dibujo y la forma de narrar de su autor. Esta manera narrativa, cercana
en todo momento a la quietud espiritual en la que cobra una importancia
extraordinaria la voz interior de Lithgow (el verdadero protagonista de la
historia, e hilo conductor de los cinco capítulos que componen esta
narración), a través de ella podemos observar la evolución de un personaje
enterrado en la armadura a la que todo ser humano parece pertenecer.
En cuanto a su forma definitiva, Chadwick da a esta nueva versión de las
primeras andanzas de Concrete una estructura bien definida, con el origen
del personaje en el primer número, un origen que trata de hacer lo más
creíble posible. El comienzo de su nueva relación con el mundo real una
vez su cuerpo ha sufrido la transformación a un ser de roca tiene lugar en
los números 2 y 3, números en los que también realiza la presentación de
los personajes antagonistas del personaje, con Stamberg a la cabeza.
También hay lugar para personajes secundarios que ofrecerán al
protagonista una ayuda sin condiciones, seres
humanos, en el buen sentido de la palabra, buenos, con Maureen a la
cabeza, que contribuirán sobremanera al desarrollo moral del protagonista,
haciendo honor a aquel dicho: “quien bien te quiere, te hará llorar”. En
el número 4 se produce el desencadenamiento de la acción y la tragedia,
provocado en gran medida por aquellos personajes que apenas saben contener
en su interior nada excepto el odio. En el número 5 ocurre el desenlace,
en que se inician distintos caminos para los personajes de la historia:
secuelas de la armadura de odio sepultan a Stamberg, mientras para Ron se
vislumbra el inicio de una vida en paz consigo mismo, a pesar de los
pesares. Porque si en este cómic la cara es el espejo del alma y la piel
el espejo del espíritu, el alma de Stemberg, su rabia, su miedo,
precipitan la derrota de su cuerpo.
De todas formas, si hacemos una lectura más profunda de está sinopsis –y
si la hacemos de cuentos literarios, ¿qué nos impide hacerla de este
cómic?-, puede tener una simbología muy clara. De esta forma, nos
encontraríamos que esta historia no es sino el camino que lleva desde el
descubrimiento de los fantasmas personales que Ligthow alberga en su
interior, simbolizados en la creación de la armadura por parte de los
alienígenas, hasta la aceptación de estos fantasmas. «Me senté a pensarlo
con calma. Callado. Inmóvil. Pues uno de los poderes de este cuerpo es el
de lograr una quietud total como la de una roca», nos dice Ron casi al
final de la historia, cuando permanece sentado frente a la casa de su ex
mujer. Son partes de la piel con que Ron tropieza durante su desarrollo y
llega a la paz consigo mismo en las páginas finales, pasando por la
manifestación exterior de todos estos fantasmas personales; por las
elecciones, todavía no muy definidas, que se manifiestan en Stamberg y
Maureen, y que acabarán por definir a Ligthow como persona; también por
otras decisiones, erróneas y acertadas, que empiezan a dar forma a la
personalidad de Ron. Porque este es un cómic sobre las adversidades a las
que nos enfrentamos en nuestra vida, pero también sobre la forma en que
interiorizamos estas adversidades, para hacerlas nuestras, hasta que nos
ayuden a progresar, hasta que nuestra voz sea más humana. Y el final de
este viaje iniciático no es sino el alcanzar la certeza de que estas
debilidades forman parte de nosotros mismos, de que debemos crearle una
piel sensible a nuestra extraña armadura, un valor a nuestros
miedos, un sentido a nuestros días.
Y
este viaje iniciático se nos presenta en forma de viaje circular, ya que
punto de partida y llegada son prácticamente el mismo: la casa de Linda,
ex mujer de Ron, lugar desde el que se inicia esta historia. Se sigue con
la huida hacia el interior de la montaña, metáfora perfecta de la caída en
los rincones más abruptos y oscuros del alma, y lugar al que Ron pretende
volver al final de la historia. La visita no se produciría, ya que el
camino hacia esta casa le muestra otra de las imágenes que hacen de este
cómic una loa total, a pesar de adversidades y limitaciones, a la vida: la
contemplación del parapléjico, orgulloso en su debilidad, alegre en su
tristeza, haciendo ver a Ron, y a seres humanos como Ron, que las peores
huellas no son las que permanecen en la piel, sino las que llegan más allá
de la coraza con que nos defendemos día a día hasta acongojarnos el
corazón. Porque: «La vida nos golpea. Nos quema. Y algunos hallan gracia y
nobleza en su interior.»
Inteligencia y corazón, filosofía y poesía se entremezclan de forma
magistral entre los diversos espacios, entre pequeñas historias repletas
de lírica, como el sueño de Concrete con Maureen, o en pequeñas historias
llenas de humanidad, como la fiesta a la que acude Concrete, y en
historias absolutamente épicas, como la caza y huida de Concrete en el
helicóptero. Todas ellas se articulan bajo un denominador común: la mirada
cínica, amarga y autocompasiva al principio, feliz y optimista en el final
de la historia, siempre dulce, de Ron Lithgow. Con ella cual se cuenta
esta historia, a la manera de breves poemas japoneses conocidos como
haikus, poemas que suelen tratar de una naturaleza, de una realidad,
subjetivada por los sentidos de la persona que contempla en paz estos
paisajes. El haiku clásico es una apreciación directa de un
acontecimiento, a menudo trivial, que llama la atención del poeta, el cual
lo espiritualiza y eleva por encima de su pequeña trascendencia. Y esta es
también la forma de interiorización del propio Chadwick, que hace de cada
pequeña experiencia cotidiana de Concrete, una fuente de enriquecimiento
personal para Lithgow. Y parece bastante claro que en este cómic, autor,
Chadwick, y narrador, Lithgow, describen en todo momento una naturaleza no
neutra sino subjetivada por la voz de ambos. Voz en la que hay un respeto
absoluto, y un amor incondicional a la serenidad, a la belleza calmada de
paisajes naturales tan amplios como hermosos, en los que el hombre se sabe
no parte de una cadena ambiental y espiritual.([4])
El ejemplo más claro de esta forma de contar tan cercana a estos poemas, y
a estos sentimientos de quietud con respecto a la madre naturaleza, es el
final de la historia: son las últimas páginas culminación de la belleza de
toda el relato anterior, con una extraordinaria reflexión sobre la
voluntad humana, narrada a través del encuentro de Concrete con un
paralítico, y la reflexión posterior que él tiene, como no, en medio de la
naturaleza. Una naturaleza en ningún momento objetivada, que le muestran
que es el estado interior de cada cual el que le da optimismo o pesimismo
a una vida quebrada por la adversidad, y la que muestra que las peores
heridas, si no se les sabe dar remedio, son las que encontramos en el
interior de las extrañas armaduras que nos soportan diariamente. Porque
este es un cómic sobre las pérdidas que podemos sufrir cotidianamente
(«Perdí muchas cosas. El sentido del gusto. El olfato. El tacto. Lo que
más duele. No poder tocar. »). Pero también es una narración sobre todo
aquello que podemos recibir, y que podemos entregar, diariamente. («Pero
tengo estos ojos. Al contemplar una gota de agua, veo el reflejo de una
estrella que está a 150 millones de Km. Vida fulgurante vida a mi
alrededor.»)
Así concluye este viaje de aprendizaje que lleva a Ron Lithgow y a todo
lector a viajar desde las zonas más oscuras de su ser hasta las más
elevadas. A la cumbre. A seguir luchando. Siempre: «Para abrazar la vida,
pese a todo. Porque algo de ella está siempre ahí. Aun para los que
estamos heridos o mutilados. Que –creo yo- somos todos».
1. Son
palabras del autor al final de la edición española de Extraña
armadura.
2. «Por
derecho, Concrete debería ser bastante común. Como demasiados
personajes de comics, el protagonista de Paul, el escritor de
discursos Ronald Lithgow, tiene un origen digno de un periódico
sensacionalista de supermercado (¡LOS ALIENIGENAS PUSIERON MI CEREBRO
EN EL CUERPO DE UNA ROCA!). Excepto que… una vez esto ha ocurrido, no
sucede ninguna de las cosas habituales.»
3. Una
referencia clara la encontramos en la historieta “Vida de ricos y
famosos”, la primera historia que Chadwick escribió para este
personaje, narrada en tercera persona, y que en Extraña armadura
es enlazada casi al final para demostrar que es en estos pequeñas
decisiones diarias donde vamos forjando nuestra personalidad. Así, la
diferencia de trato entre el usted de la historia original, y el tú a
tú de la historia que forma parte de Extraña armadura, hace que
está se presente como una historia mucho más humana.
4. Al
no ocurrírsele una solución alternativa al origen alienígena del
personaje, ha optado por ir afinando al máximo hasta dejarla lo más
natural y creíble posible, en lo que se imagina como la versión
definitiva.
5. Es
el mismo Chadwick el que nos dice, con respecto a está obsesión por la
naturaleza, y en referencia a otra historia suya, “Estén atentos a
Pearl Harbour”: «Creo que, originalmente, la concebí durante un viaje
en coche a finales de los años setenta. Vivimos, juzgamos, sentimos
por lo que vemos; ojalá pudiéramos ver más, colectivamente, y
comprender las consecuencias mejor.» Un sentimiento muy cercano al que
muestra Alan Moore en algunas de las historias de La cosa del
Pantano, sobre todo en ese extraordinario homenaje al Pogo de Walt
Kelly, y su mítica sentencia: «He visto al enemigo y somos nosotros.»
Ambas historias son una acertada reflexión sobre el hecho de que no
estamos aislados, sino que formamos parte de una cadena demasiado
frágil de la que deberíamos cuidar en todo momento, pero como Moore y
Chadwick se encargan de denunciar, apenas respetamos. El sentimiento
en ambos autores es prácticamente el mismo: un respeto total hacia la
naturaleza de la que se saben hijos, unidos a ella de forma física,
pero también espiritual.
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