Somos dibujantes hacemos tebeos
«Asistir a un dolor ficticio de
otros lleva a un inocuo desahogo de pasiones como el temor y la
compasión, y de esta higiene homeopática del alma resulta un
placer superior y benéfico»
(Max Pohlenz, La Tragedia griega,
Paidea, Brescia, 1961).
Fue Aristóteles el primero que, aplicando un término médico
de la época como era la catarsis, intentó explicar esa depuración
psicológica, en cierto sentido terapéutica aunque no fuera su
intención que, en ciertos momentos o estados, puede llegar a
transmitir una obra de arte a un lector, por ser este el caso,
cualquiera. Y es que toda creación siempre guarda una
advertencia. La soledad, el desamor, la incomprensión, que se
yo... la vida misma, todo puede formar parte de la materia
literaria para bien o para mal; ese es nuestro campo de batalla
estemos donde estemos, seamos creador (todo creador se nutre de múltiples
lecturas) o lector (cada lector crea su propia lectura). Así que
no nos debe extrañar que el lazo de esta comunión pueda
materializarse en algo tan tangible como es la pieza artística.
No me refiero a su esencia estética, misterio aparte, si no a ese
extraño grado de comunicación que se establece entre un autor o
autores que tienen algo que decir por una inquietud o conflicto
personal, y que desean dar fe o dejar constancia de la misma, y
unos lectores a quienes se destina la obra y que, o bien han
podido sufrirlos de igual manera pero han guardado silencio, por
tanto se sentirán identificados; o bien nunca han tenido
conciencia de ese nuevo mundo de sentimientos por descubrir; o
bien simplemente aún no han encontrado necesidad alguna en
despertar su alma, y con un simple bostezo pasan la página, con
lo cuál ni catarsis ni gaitas.
Este Diario de un álbum,
nuestra obra objeto de estudio, difícilmente pueda pasar
desapercibida a un lector exigente de buenas historietas.
Probablemente no nos parecerá extraordinario la angustia vital a
la que nos hagan identificarnos; o muy difícilmente nos ofrezcan
nuevas islas en las que refugiarnos. Pero en eso reside
precisamente, y perdón por tanto adverbio rimbombante, su
grandeza. Dupuy y Berberian, o Berberian y Dupuy que en este caso
sí que a ser lo mismo, son un exponente máximo de algo tan difícil
de encontrar, no sólo en el arte, si no también en la vida, como
es la sencillez.
Analicemos su planteamiento: dos
autores [1] que sólo quieren mostrarnos su
vida. Punto. A lo mejor a ti te parece poca cosa pero vayamos por
partes. ¿Tú estas conforme con tu existencia?, ¿te has sentido
pleno alguna vez?, ¿has derrotado a tus propios miedos y
fantasmas interiores? Perdona que te lo pregunte de una manera tan
brusca pero es que este es el meollo del asunto. No creo que tú,
amigo lector, seas muy distinto del resto de la humanidad y así
como la mayoría de los mortales nos sentimos muchas veces,
desplazados, apartados, hundidos, angustiados o asqueados de
nosotros mismos, supongo que tú también habrás sentido en tus
carnes todos estos avatares o algunos parecidos. ¿En esos
momentos de flaqueza serías capaz de dejar que todos vieran el
ser tambaleante que eres por dentro y al que hasta una frágil
pluma podría vencer?, ¿y si lo hicieras, lo harías de una forma
tal que las mentiras no tuvieran cabida? Piensa la respuesta
porque eso no es capaz de hacerlo todo el mundo, sólo gente que
ha sido totalmente sincera y honesta consigo misma, y eso es algo
que sólo se consigue no después de vencer a tus propios miedos y
temores, como muchos creen, sino cuando los aceptas y les quitas
hierro esbozando una sonrisa, ten en cuenta que no hablamos de
maldad sino de dolor, que puede ser tan variada como compleja.
Unas serán trágicas (como el
tebeo underground en el que Spiegelman relata en Maus su
sentimiento de culpabilidad ante el suicidio de su madre), otras
desgarradas (como el Crumb esperpéntico de Mis problemas con
las mujeres), otras forzadas (como ese reír por no llorar que
es el Gorazde de Joe Sacco), y otras, como la que nos
ocupa, serán una, aparentemente, sencilla sonrisa. Lo que
diferencia la obra de nuestros autores no es esto, su
intencionalidad, si no la forma en que han llevado a cabo este
enfrentarse al mundo cotidiano que les rodea, su gran enemigo en
este caso. Mientras que los tres ejemplos anteriores, como otros
muchos, son un ejercicio de soledad, de autor pleno entregado a
parchear su alma como puede, Dupuy y Berberian se acompañan
mutuamente, rompiendo así con su metodología habitual de
trabajo. Ellos mismos explican en más de una ocasión (págs. 23
y 24, “Paridas II”, autor Berberian, quizás sea el ejemplo más
representativo) que ambos son dibujantes, ambos son guionistas.
Hagamos un alto y expliquemos su curiosa dinámica de trabajo con
detalle. Desde un planteamiento de muchos cafés en común, luego
cada uno posteriormente trabajará el guión por su cuenta.
Acabados los borradores, mediante un extraño proceso, que supongo
será secreto profesional, se las ingenian para fusionar ambas
voces en una. Y después, con el dibujo, ocurre tres cuartos de lo
mismo ensamblando cada una de sus propias y personales visiones de
los personajes en un estilo común que se repetirá una y otra vez
hasta la obtención del producto final.
Sin embargo, en Diario de un
álbum, ocurre todo lo contrario. Cada autor trabajará por
separado y el resultado aunque unitario y coherente, es más bien
un conjunto polifónico de las voces y visiones que coetáneas y
semejantes se han desarrollado a la vez.
Coetáneas pues nuestros autores
ofrecen distintas formas para enfrentarse a la vida. Abre el libro
Berberian y ya desde un primer momento podemos encontrar en él,
un tono cordial, pausado. La forma de ver el mundo de un hombre
calmado que ha asumido los retos de su vida, y se encuentra
medianamente satisfecho. Sólo tiene dos “problemas” sentirse
un bicho raro por ser autor de historietas, y ser un niño grande,
a quien hasta su yo infantil, venido oníricamente del pasado
(engalanado con un patito de goma), le recrimina su falta de
madurez. Distintos son, en cambio, los demonios de Dupuy, en quien
quizás el proceso catártico resulte más evidente. Primero
asistiremos a sus dudas sobre aquellos pilares de se vida que
hasta aquel momento habían resultado inamovibles: su arte,
laboral, como historietista; sus tambaleantes relaciones de
pareja, familiares y sociales; su vitalismo juvenil. Poco a poco
irá descubriendo la fuente de sus propios miedos y temores: él
mismo. Su miedo a envejecer, al compromiso, a la falta de talento,
no serán más que consecuencias directas de un mismo problema, su
inseguridad manifiesta y su “pesimismo constante: no consigues
enfrentarte a las cosas y ya está. Para ti todo tiene que ser
siempre difícil...” (Tessa, su compañera, a Dupuy, pág. 98,
viñeta 1, “El año pasado”, autor Dupuy).
Y semejantes, en su arte, en su
modo de plasmar la historieta. Una mirada por encima podría
hacernos pensar que es un mismo dibujante quien realiza la obra
(hablo de ese lector medio, en el que nos podemos incluir la mayoría,
que no tiene por qué conocer de antemano el tan curioso método
de trabajo de nuestros autores) pues figuras y su entorno parecen
responder a un estilo particular (y éste sí, único). Sin
embargo es en la concepción de la línea donde encontramos los
puntos distintivos. Mientras que el trazo de Berberian es limpio y
claro, el de Dupuy responde a
su estado de ánimo, y se irá difuminando a medida que éste
avance en su crisis (el punto culminante de la misma, nos debe
resultar revelador a este respecto, pág. 85, viñeta 1, “El año
pasado”, autor Dupuy). Esta vez no hay consenso.
Pero no es esta una cuestión de
trazos más depurados, o no. Eso sería quedarnos en lo anecdótico.
Lo verdaderamente importante es la concepción vital que tienen de
los tebeos. En ambos, la historieta mantiene un frágil equilibrio
entre las pretensiones comerciales e industriales propias del
medio (no olvidemos que el título de esta obra es por algo;
pretende reflejar las vivencias transcurridas durante la gestación
del tercer álbum del Señor Jean, título y referencias editorial
francesa) y su concepción personal como forma de vida, más allá
de ser una fórmula para ganársela. La historieta adquiere
dimensión más allá del género en sí, convirtiéndose en una
especie de tabla de salvación. De tabula rasa. Es parte de ellos,
y quizás la que les haga ser más humanos.
Hay tantos sentimientos y
confidencias puestas en este diario, lógico por otra parte, que
las viñetas están más allá del papel. Son ellas quienes
imponen sus límites a nuestros autores. Son ellas quienes harán
que todo cobre sentido, que todo adquiera el carácter interior
necesario. Son ellas, en definitiva, las huellas que quedarán
marcadas. La identificación con la historieta es plena y rotunda.
Así, Berberian ve a ambos como los dos conocidos superaventureros
(él, Robin; Dupuy, Batman) que marcaron los sueños de su
infancia. Disfrazados se enfrentarán a todos los contratiempos
que se les presentan con la valentía necesaria hasta acabar por
ignorarlos (Berberian, “El 15 de abril”, págs 101-103). Dupuy
irá más lejos. Será él quién se inmiscuya dentro del mundo de
sus personajes asumiendo incluso la identidad de su Señor Jean en
el punto culminante de su crisis (Dupuy, “El año pasado”, pág.
81- 85) como si fuera él y no otro el protagonista de la
historieta que crea a su vez. De este modo Dupuy nos ofrece de
primera mano el secreto interior de la creación. ¿Cuántas páginas
del Señor Jean no habrán respondido a este deseo de reflejar su
propia vida, de intentar resolver sus problemas tratando de darles
una forma ficticia que tal vez atraiga la solución?
Así que ya sea con Berberein
fantaseando, ya sea con Dupuy sustituyendo a Jean, o manteniendo
conversaciones con éste último, lo cierto es que este diario íntimo
e intimista no es más que el camino seguido con sus vida a
cuestas, con sus rodeos, sus desvíos y sus extravíos, por dos
personas solas a la vez que acompañadas. Un camino que ya han
recorrido una y mil veces y que cuando vuelvan a retomarlo
seguramente será con un libro de viajes como éste debajo del
brazo.
Nota:
El señor Jean y El diario de Enriqueta son sus obras más
representativas; para cualquier consulta bibliográfica
recomendamos el excelente artículo de Francisco Naranjo “Dupuy
y Berberian”, dentro de la sección El chivato, perteneciente al
U el hijo de Urich, # 13, Noviembre de 1998, pp. 26-
29, donde se ofrece un estudio detallado de toda la obra de
nuestros autores aparecida hasta el momento en Francia y que con
tan escasa presencia lucimos en éste nuestro País de las
“maravillas” ]
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