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LUIS GARCÍA    OBRAS:

      "CHICHARRAS"

Primera página de "Chicharras". Clic para ampliar

 "Chicharras", Bang!, 13, Martín Editor, 1976, pp. 53-60. Obra realizada sobre guión de Felipe Hernández Cava.

 

[ Primera página de "Chicharras", por Luis García. Inmersa en el texto, dos viñetas seleccionadas de una página de la historieta ]


VISITA BREVE AL AYER, por Juan Manuel Díaz de Guereñu


Entrevistado por Jorge García, Luis García confirma que “Chicharras” (Bang!, nº 12, 1977, pp. 53-60) es una historieta autobiográfica. Tal confesión puede parecer de entrada imprescindible para etiquetar esas ocho páginas, pero una lectura reposada muestra que resulta redundante, si no innecesaria.

“Chicharras” es una historieta de estructura argumental simple: un personaje anónimo viaja en su Mini matrícula de Barcelona a un pueblo llamado Santa Cruz de Almagro, donde pasea por calles y rincones, y recuerda la infancia pasada en ellos. Pero es también un experimento formal notable, sobre todo si uno lo sitúa en el momento de su gestación. La firmó el dibujante en 1975, aunque al publicarla hizo constar la colaboración de Felipe Hernández Cava en los diálogos. Éstos, en sentido estricto, sólo figuran formalizados como tales, inscritos en sus bocadillos preceptivos, en la penúltima de las ocho planchas de que consta la historieta, cuando el protagonista intercambia unas pocas frases banales con un lugareño. Pero las voces abundan en los cuadros de texto que acompañan a casi cada una de las viñetas, rememorando, evocando.

Tales voces dan acaso razón del título de la historieta, que, de otro modo, resulta bastante enigmático. Luis García cuenta en la citada entrevista que un día volvió a su pueblo de Santa Cruz de Mudela, del que llevaba ausente casi dos décadas, y recuerda el calor de agosto y el chirriar de las chicharras, que lo llevó a su infancia. Pero dicho chirrido no asoma a sus viñetas, desprovistas por completo de onomatopeyas, y los ruidosos insectos de ese verano manchego sólo constan en el título. A qué alude éste es uno de los acertijos que la obra propone al lector. Para descifrarlo, hará bien en escuchar las voces que resuenan en las evocaciones de ese protagonista, voces locuaces, de chicharra, que cuentan historias bien sabidas, aun sin contarlas. Además, la chicharrera abruma ese pueblo hundido en el sopor del estiaje, explícita en todo momento: en los contrastes broncos de luces y sombras; en el discurso interior del protagonista, que alude desde la página 2 al “calor sofocante”; en la mencionada conversación con el pueblerino, que menciona el agobio de la solanera. Diríase, pues, que el título inserta en el relato una metáfora discreta que resume las sensaciones del protagonista de regreso por un rato a su pueblo: voces pasadas que no callan y calor que no amaina.

Lo demás se explica por sí solo y con tanta más elocuencia por cuanto en esas páginas faltan notoriamente los acontecimientos. El protagonista está caracterizado con todos los rasgos de la juventud moderna de aquellos días. En el coche escucha el “Blowin’ in the Wind” de Dylan, lleva melena abundante, gafas oscuras, camisola amplia y pantalón acampanado. Nada más enfilar, al final de la primera plancha, el camino polvoriento que le lleva hasta el pueblo, se cruza con una paisana embozada de negro a lomos de un jumento, una estampa de otro tiempo o de geografías lejanas y maltratadas. El contraste está pues servido. Sobre él se organiza el resto del relato. En éste no sucede literalmente nada: el personaje camina por callejas y campos, observa casas y rincones vividos, y de éstos emergen los recuerdos.

Los constituyen esencialmente voces y unas pocas imágenes que derivan directamente de dichos rincones, es decir, del recuerdo con que la mirada del personaje los inviste: la mano paterna esgrimiendo el cinturón de los azotes, Casimiro el compañero de juegos, la Juani, compañera de otros juegos. Es significativo por demás que la mano del padre durante el castigo condense todo el recuerdo de la antigua casa familiar, un recinto de sombras que evocan, en la tercera página, una serie de tres viñetas sin texto que nos aproximan al balcón sombrío y nos cuelan luego en su negrura. Eso es todo. Los juegos, en cambio, están ligados a parajes del pueblo vistos de nuevo —y dibujados: una calle, la higuera—, en los que un desdoblamiento temporal representado por dos viñetas que comparten el mismo espacio hace presentes la infancia y los amiguitos de entonces. Lo mismo que la confesión en la penúltima plancha.

Pero lo visual no es determinante en la pintura de ese pasado evocado. No lo es porque, para representarlo, sirven lo mismo las estampas actuales de ese pueblo muerto, hecho de calor, de penumbras, de casas humildes y caballerías. Lo que cuenta de verdad lo vivido, sin contarlo en realidad, son las voces que asaltan al recién regresado como a Juan Preciado cuando va a Comala en busca de su padre desconocido, Pedro Páramo, voces que surgen de entre las piedras. Son voces de tebeos leídos cuando niño, de un padre que castiga, de amigos que se suman al juego, de un cura que reprueba, condena, castiga a la desazón.

Tampoco pesan mucho las figuras de los protagonistas de ese pasado: el padre es una mano que azota; Casimiro y Juani, figuras desdibujadas en la distancia, insertas en un ambiente. El protagonista sólo se encara con ese lugareño anónimo que le cuenta que el pueblo va quedando despoblado. También afronta, significativamente, el rostro del cura, el padre Juan, cuyas rodillas, cuyas manos, cuyo discurso evoca largamente en las planchas 6 y 7. La presencia asfixiante de la religión se impone desde la quinta plancha, con el revolar negro de la sotana con que se cruza el personaje. Su discurso es el que perdura con más fuerza, un discurso trenzado con historias de martirios, de castigos divinos, de confesiones y remordimientos. Dicho discurso es el último de los que surgen del pasado y el dominante entre ellos. No es extraño que, después de revivirlo, el personaje se ponga de nuevo al volante y se aleje definitivamente de ese país de sombras y de jumentos. Pero ahora lo hace al son de los versos de Celaya cantados por Paco Ibáñez: “Nosotros somos quien somos, basta de historia y de cuentos.” Con ellos, el autor y el protagonista se despiden de ese pasado oscuro y anuncian, como la canción, algo nuevo para su país y para sí mismos.

Luis García afirma que “Chicharras” es una historieta autobiográfica. Pero tal confesión no hace sino confirmar lo que los recursos formales que emplea en la historia dejan entender: el protagonista anónimo y sus evocaciones de ensimismado, tan anodinas, tan personales; el estilo fotográfico del dibujo; la evocación inconexa de situaciones vividas que se traducen en palabras, en discursos que pueblan esos lugares y el pasado presente de muchos de sus lectores de entonces; la contraposición, en suma, de dos modos de estar en el mundo, los representados por esas piedras y paredes encaladas, cargadas de voces, por esos pueblerinos sombríos en sus cabalgaduras y esas sotanas, de un lado; y por el coche, la manera de vestir y las canciones que escucha el protagonista, del otro.

Lo que se enfrentan son maneras y talantes, pero, sobre todo, valores. Unos mantienen en la eterna inmovilidad el pasado abandonado y resurgen con fuerza cuando se vuelve la mirada a éste. Otros preguntan o prometen algo distinto. Autobiografía es ese viaje de retorno, pero también y sobre todo los recuerdos que reaviva. Éstos no conforman una historia personal estructurada en un relato cerrado; más bien, y a modo de montaje de fragmentos, constituyen un retrato generacional, el de los jóvenes que decidieron abandonar la España tradicional. “Chicharras” cuenta, en definitiva, que, a diferencia de Juan Preciado, el Luis García que contó este regreso a la cuna de sus fantasmas personales y generacionales no estuvo dispuesto a dejarse engullir por ellos y por ese pasado aniquilador de voces tan pertinaces y tan agobiantes como el canto de las chicharras al mediodía de agosto.


 [ © 2005 Juan Manuel Díaz de Guereñu, para Tebeosfera 050205 ] [ Juan Manuel Díaz de Guereñu es Catedrático del Departamento de Comunicación de la Universidad de Deusto. Es autor de múltiples artículos sobre comunicación, bastantes de ellos ligados a la historieta. Escribe habitualmente en la revista Trama, dirige y escribe en la revista Mundaiz y acaba de publicar el libro Habeko Mik (1982-1991). Tentativas para un cómic vasco.]