En España vamos
conociendo, siempre a remolque y de tarde en tarde, la obra de los
grandes recién llegados a la historieta. Es natural: el editor
espera a que el éxito cristalice fuera antes de enfrentar el riesgo
en casa. Dave Cooper, autor difícil, con mensaje surrealista,
especializado en inquietar (lo han llegado a etiquetar como el David
Cronenberg de los cómics), ha calado finalmente en el gusto del
lector español. Lo demuestra el hecho de que no es esta su primera
historieta publicada en nuestro país: La Cúpula, en su colección
Brut, ya había publicado Escombros y Dan y Larry, y
también habíamos disfrutado de sus viñetas carnosas en el fanzine /
revista NSLM.
En Succión,
la obra que nos ocupa, Cooper va más allá del onirismo de Moebius
que parece prometer en un primer acercamiento a sus páginas. No van
por ahí los tiros. A Cooper le importa poco el ecologismo, la
mística o los destinos del orden del universo. Al canadiense le pone
la entropía. El caos. Y, desde ahí, se llega a la comprensión de los
azares de sus personajes desorientados y a la verdadera esencia de
su obra: la anatomía de las obsesiones.
El mundo, o los
mundos, de Cooper suelen ser somáticos, de aspecto gomoso, húmedos y
pegajosos muchas veces. Resulta un verdadero placer internarse por
estas viñetas blandas, aunque el disfrute se torna turbación cuando
comienzan a aflorar los icores y el pus mezclados con los símbolos sexuales
deformados (sobre todo las vulvas femeninas). Pero estas presencias
no nos inducen a abandonar estas pesadillas redondeadas, porque Cooper sostiene nuestra atención con una estrategia narrativa que
tiene muchos puntos en común con la fabulística popular: desprenden
sus viñetas la misma calidez inquietante de los cuentos para niños
de antaño. La diferencia estriba en que en el caso de Cooper la
fábula es transgresora.
La transgresión
aquí consiste, en esencia, en una terapia para soportar el pecado,
ese lastre que, junto con el miedo, más oscurece nuestras vidas. A
esta certeza nos lleva el autor de la mano del personaje Basil, que
emerge inocente y limpio en el comienzo del libro y va conociendo el
mundo y sus habitantes. La fábula / viaje no puede ser más
esquemática y clara: 1. Conoce la amistad, lo bueno. 2. Se topa con
la máscara, la fealdad, la maldad, el dolor y el castigo. 3. Conoce
la colectividad, la contravención, la droga, la psicodelia, la
pérdida de control. 4. Basil luego visita la ciudad y, dentro, la
perversidad, el librecambismo, la codicia aguzada y la pederastia.
5. Sabe luego de la impunidad, la inacción, la prostitución, el
vicio y la aberración de una maternidad corrompida (durante estas
lindas enseñanzas el personaje crece, abandona la infancia y entra
en la juventud). 6. Luego pasa el personaje a conocer lo malo bajo
lo beatífico, la traición y lo insano. 7. Tras todo lo anterior, el
personaje ve una llave de condena en la práctica de la masturbación,
y comienza a corroerle la culpa.
También hay
momentos buenos: en el octavo nivel, Basil vive el placer sexual
intenso, el placer genital, claro (no olvidemos que el autor de este
tebeo es un hombre y convierte a su personaje en pene y a su objeto
del deseo en una gigantesca y palpitante vagina húmeda), y podría
asegurar si rubor que es ésta de Cooper la mejor representación del
placer sexual jamás dibujada (páginas 102 a 107). 9. Para
contrastar, luego Basil experimenta el sexo fingido, vulgar y
defraudador, consecuencia y causa de la frustración. 10. Conoce en
décimo lugar la pérdida final de la inocencia en un dantesco viaje
de ida y vuelta al infierno que le lleva a concluir que, si no goza
de amor, al menos sí espera hallar refugio en el afecto. En undécimo
y último lugar se percata Basil de la depravación, de que no hay
salvación…
Salvo Jessica…
Que bella forma de
contar una historieta aparentemente sin pies ni cabeza, con un
grafismo seductor (así como su rotulación), deslumbrante, que nos
muestra como sexo, culpa y miedo son tres entidades, a veces
fantasmales, a veces angelicales, pero siempre parte indisoluble del
tejido de la vida.
Pocos tebeos
hay como éste. |